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QUINCE AÑOS DESPUES

 

Apenas entramos en el lugar lo vi, de espaldas a mí, aparentemente sin compañía y paladeando una bebida con gesto abstraído. Una oleada de progesterona inundó mi torrente sanguíneo y un revuelo de recuerdos se asentaron en la cara interna de mis muslos. Era quince años menos joven que la última vez.

Mi futuro exmarido -el último de ellos-, me había invitado a almorzar en ese lujoso restaurante, a manera de celebración de su triunfo en un juicio que hacía poco había concluido y que, durante algunos meses, lo había tenido muy ocupado en sus detalles.

De camino hacia nuestra mesa casi lo rocé. Por su expresión mezcla de sorpresa, alegría y exaltación, que pude observar de reojo, supe que había intuido mí presencia, fue eso, o… la marea gravitatoria que mis posaderas produjeron, fue suficiente para que presintiera que un grave peligro para su tranquilidad espiritual lo acechaba.

El  movimiento con el que volteó a mirar lo que se le avecinaba fue tan violento, que estuvo a punto de golpear mis nalgas con su cara. Cuantos recuerdos no acudirían a su cabeza -es un decir- al ver tan cerca, después de tantos años, aquella solemne instalación con la que, seguramente, había soñado muchas veces.

A mis futuros-exmaridos, del único exmarido que yo les contaba -lo malo que había sido conmigo en comparación con lo bien que él se portaba- era de su predecesor inmediato. De éste, por lo tanto, a mi actual futuro-exmarido, no le había hecho nunca ninguna referencia. Por ello, sin mentira ninguna, ni cargos de conciencia, cuando se acercó a la mesa a saludarme, lo presenté bajo el título de: “un conocido de mi juventud”.

Debía andar por los cincuenta y pico, pero se veía bien “muy bien” para ese rodaje. Ahora usaba barba, blanca y corta, igual de inteligente, simpático y culto, según pude notar a través de su conversación.

Mi futuro exmarido lo invitó a acompañarnos cuando notó el interés que mostró por su triunfo en el foro y por conocer los detalles del asunto. Yo inmediatamente me percaté de que sus intereses iban en mi dirección y no en la del aburrido pleito judicial que acaparaba la conversación.

Una de las veces en las que tuve que levantarme para ir a arreglar mi maquillaje en el reservado de damas -aprovechando un descuido de mi futuro ex- noté que por señas me preguntaba: ¿quieres que te acompañe?, utilizando el mismo lenguaje le respondí: ¡deja!, aderezando la respuesta con una sonrisa tolerante y un mohín conspirador.

En cuanto tuvo la oportunidad, mi ex nos explicó, que se desempeñaba como gerente general de un hotel-casino-spa-golf club, etc. en la República Dominicana y también nos sugirió que si no teníamos nada mejor que hacer, nos fuéramos con él a pasar el fin de semana relajándonos a sus expensas en las instalaciones que él gerenciaba. Ahora mismo se aprestaba a regresar: -¿me acompañan?, el domingo en la noche estarían de regreso en mi propio avión, por la visa no se preocupen, ¿qué dicen?  Mis hormonas se volvieron como locas gritando: ¡sííí!

Él había sido mi segundo marido, y el único que nunca pude olvidar –completamente-: No era sentimentalismo ni amor, era puro sexo animal. El único, hasta la fecha, que me había sabido sacar letra por letra el diablo que habita en mis entrañas; ellas, ahora que lo veían nuevamente, pedían un exorcismo a fondo.

En pleno vuelo comenzó el jugueteo secreto, ese que hace hervir la sangre. ¡Ay coño, ojalá que lleguemos rápido!, decía para mis adentros -¿Cuánto falta? Preguntaba a cada rato; el me miraba la piernas y con malicia me respondía, -tranquila, “te falta poco”, y pasaba su dedo por mi brazo-.

Mi futuro ex, iba de lo más emocionado -motivado, diría yo- por el cuerpazo de la joven aeromoza y sus explicaciones acerca de los encantos de la isla en la que pronto aterrizaríamos, y no se daba cuenta de nada que no tuviera que ver con su boquita y su sonrisa provocativa.

Al llegar, como no llevamos equipaje, mi ex le sugirió a mi futuro exmarido que en compañía de la aeromoza fuera de vista a las tiendas del hotel y se apertrechara de todo lo necesario (inclusive de “alguna sorpresita para la doña”, le dijo al oído); él, mientras tanto, aprovecharía para mostrarme las instalaciones: Lo que directamente me mostró fue el ascensor privado que nos conduciría a su suite. Desde que sus puertas metálicas se cerraron a mis espaldas, nos refocilamos en un beso que duró veinticinco pisos.

Sus viejas técnicas no habían cambiado con los años: ¡gracias a dios! Seguía siendo sereno, sagaz, certero y aun se acordaba de las coordenadas de mi punto fulminante.

Cuando terminó de quitarme la ropa, aun no habíamos llegado a la cama. Yo le había quitado la camisa y metiendo la mano por la cintura del pantalón, me había apoderado de su cosa y la apretaba victoriosa entre mis dedos; nuestras bocas seguían unidas y nuestras lengua enroscadas. Era una lucha sorda que nos llevó hasta el pie de la cama y, tropezando abrazados, caímos en ella.

Con un rugido su boca se apoderó de mis senos, mientras terminaba de desembarazarse del pantalón. Supe que lo había logrado, porque su mano subió por mi pierna y se apoderó de las valvas de mí cobardona almeja; parecía un pulpo: uno de sus tentáculos –como su nombre lo indica- penetró mí ano, otro, cogió plantación adentro y también lograba acosar mi chisporroteante clítoris.

Ante tan certero y sorpresivo ataque respondí apretándole sus labios con los míos y su macana con mis manos. Cuando me lamio las orejas y el cuello, sentí que me rendía; abrí más mis piernas y traté de montármele encima, pero no me dejaba, me quería debajo para hacerme sufrir con sus falsas acometidas, con las que me dominaba mientras jugaba con mis ganas.

Le había soltado su pene para concentrar mis dos manos en la lucha que llevaba a cabo con el fin de ponerme encima. No lo logré, él había logrado montarme, yo, debajo, no tenía más opción que dejarme hacer. Le gustaba dominarme y luchaba para conseguirlo.

Empecé a insultarlo a ver si me inmolaba sin preámbulos aunque fuera por una vez en su vida. Pero, ¡qué va!, se reía al ver mí desesperación. Había soltado su masivo agarre a mi concha y había pasado sus manos por mi espalda. Se metieron entre la abertura de mis nalgas y comenzaron a separarlas rudamente y dejaba correr sus dedos por mi pequeña abertura trasera. Yo sabía lo que me esperaba. Mientras, la cabeza de su falo se restregaba por la hendidura de mi hucha que anhelaba su contribución de carne. Yo no cesaba de acicatearlo con palabras, tratando de escurrirme de su ataque posterior y provocando su invasión a mi hambrienta vagina.

 Golpeaba sus fornidos hombros con mis puños y le rogaba o le insultaba, alternativamente -métemelo, papi…, -métemelo, coño…, -métemelo, cabrón para ver si todavía puedes…, -si no me lo metes me voy a levantar…, -coño de tu madre, que me lo metas… ¡me estas reventando las nalgas!.... ¡coño, me vas a romper por detrás!...

El seguía frotando hasta que llegó el momento que sin previo aviso, metió la mitad…abrí los ojos y sonreí…pero, lo sacó. Volvía golpearlo con mis leves golpes pues casi no tenía campo de acción. De pronto, se fue todo, toditito, hasta adentro… lo prense con mis piernas para que no volviera a escapar y sin previo aviso, le solté el orgasmo que tenía empotrado. El apretó el ataque aferrándose en mis nalgas que ya no podían estar más abiertas, metió dos dedos en mi ano (uno de cada mano) y me enterró su clavo hasta el fondo de mi gruta, allí comenzó su movimiento de meter saca pero internamente, casi no salía ni entraba, mis piernas lo tenían enroscado y yo gritaba enloquecida que, ¡así! Que, ¡tú si eres que tú eres mi macho! Que, ¡mira como me tienes chorreando…! Y acabé otra vez, en esta ocasión le mordí la boca y le pedí que me sacara los dedos del culo que me lo iba reventar pero no pudo pues mi tercer orgasmo (húmedo: o sea, con chorro de meado incluido) coincidió con su clímax que rebañó mis entrañas con su semen inyectado en la propia entrada de mis trompas.

Lo primero que sacó fue los dedos de mi rabo, aflojó las nalgas y, al hacerlo, la hendedura entre ellas se cerró plácidamente. Siguió dándome besos mimosos en mi cara mientras bruscamente, como siempre acostumbraba, me sacó de sopetón su rabo de mi vagina, saliendo también un chirrete de leche impulsado por la presión de mi vientre. La cama era un mar de orina, pero la misión había sido cumplida a cabalidad. Había que bañarse y vestirse con celeridad, nos habíamos pasado de tiempo, pronto regresarían.

Ni marido, la aeromoza, mi ex, y yo, nos reunimos en la oficina de acuerdo a lo convenido. Quedamos en vernos esa noche para la cena, veríamos el show de Mirian Cruz y luego iríamos al casino.

El hotel era una joya de arquitectura, belleza y elegancia, especialmente su casino donde había no menos de mil personas cuando me acodé en la mesa de dados junto a mi marido para observar, él, si jugaba un poco y mi ex se había retirado a sus negocios en su oficina.

Yo me entretenía mirando a la gente y sus actividades, sus actitudes y comportamientos ante los vaivenes de la suerte, y, lo que esas personas le exigían, como si la suerte pudiera ser forzada a cambiar su dirección para favorecer a su destino por obra y gracia de sus deseo.

 

GIACOMO Y MI APUESTA

Mientras yo observaba y mi marido apostaba, a mi lado se instaló un hombre mayor, moreno, alto, elegantemente vestido con un flux negro perfectamente cortado, con cara de mafioso, italiano y llamado Giacomo, según me dijo, sin que yo se lo preguntara.

Cuando mi marido se cambió para la mesa de la ruleta o del veintiuno, no sé, el italiano como si solo esperara esto para comenzar a cortejarme, empezó a pedirme, casi en cada apuesta, que le indicara a qué número me parecía que debía envidar. Una excusa bien falta de imaginación para buscarme conversación, pero, de todas maneras yo accedí a indicarle un número cada vez y ¡siempre ganaba! Mi principal interés seguía siendo examinar a la gente, si él ganaba o perdía no era mi problema.

-¿Por qué no juega? Me preguntó con su particular acento, parece una mujer de suerte, mire todo lo que he ganado con sus indicaciones y sugerencias, me dijo mostrándome la pila de fichas con un gesto de su boca.

Me sonreí, le respondí con un encogimiento de hombros y seguí observando las jugadas y los jugadores.

-Apostemos nosotros en privado, me propuso.

Volví a mirarlo sonriente, como quien no quiere ser molestado pero considera que debe aguantarse por educación:- ¿a qué se refiere? Le respondí sosteniendo mi sonrisa, pero estaba haciendo que perdiera la concentración en mi actividad de observación, que me tenía bien divertida.

-Me refiero a un juego privado entre usted y yo, basado en las jugadas ajenas. Por ejemplo, ahora podría apostarle a que el joven del paltó amarillo, va a apostar cien dólares y no menos, o, que la señora del collar verde, en la próxima jugada gana más de treinta dólares. Una apuesta basada en la observación y el análisis de las personalidades que nos rodean.

Lo miré asombrada. O, era muy observador y me había vigilado, o, era un tipo muy astuto. Eso me llamó la atención. Las dos jugadas que describió se dieron tal cual él las analizó. Eso picó mi curiosidad y mi orgullo.

-¿Y qué apostaríamos? Yo, no tengo fichas ni dinero.

-Yo apuesto dinero, usted, se apuesta a usted. Lo dijo claramente sin rodeos ni sonrojos. Al grano. ¿Qué le parece?

-Que mejor me voy a seguir a mi esposo.

-Espere, espere, no se vaya aún, me detuvo tocándome levemente el codo, es una manera de ponerle interés a la apuesta.

-¿Por qué no va y se compra una puta profesional y sale de eso? Le respondí.

No estaba brava ni ofendida, más bien confundida con la atípica situación que se me presentaba, que requería un manejo especial y que yo no había podido descifrar como para responder terminantemente. Podría haberlo mandado al carajo y punto, pero creía que el tipo lo que quería era otra cosa, no simplemente acostarse conmigo. Me tentaba averiguarlo.

-¡No, no! No me he hecho comprender. En mi barco me sobran las mujeres, pero no es divertido. En su actitud hay un reto que me estimula. Además, me gustaría conocerla…más.

-¿Tiene usted un barco? Interrogué incrédula. Pensé: hay que ver lo que inventan los hombres para…

-Si. Es un casino flotante: “El Águila marina”, me contestó interrumpiendo mi análisis, está anclado en aguas internacionales a unas seis millas del puerto. ¿Va a pensar lo que le dije? Si no lo acepta no hay problema, aunque me hubiera gustado que aceptara, solo como un método para que pudiéramos entrar en confianza ¿Eh?... ¡Trabajo!, finalizó enigmáticamente.

Su acento era italiano y su parla era medio enredada y lenta, rebuscaba las palabras. Me simpatizó.

-Imagino, dije volviéndome a acodar en la mesa ya verdaderamente interesada en el asunto, que en este tipo de apuesta usted exige “algo” y yo pido “algo” en contrapartida. ¿Es así?

-E capito.

-Por ejemplo, ¿qué pediría para empezar?

-Ío pido ver el suo, y a continuación hizo una mueca con su boca que señalaba directamente y con claridad a mi cola…bueno, popa, ya que se trataba de un hombre de mar.

No me arredré. Me esperaba algo así, -bueno, ya empezamos. Sigamos- pensé.

-No sé cuánto pedir en contrapartida. Nunca me he vendido por cuotas, le dije con una sonrisa.

-Digamos que doscientos dólares; por ver, no está mal para empezar.

-No soy experta en avalúos de esa especie, pero que sean trescientos… y, con una mueca parecida a la suya, con mi boca señalé sus fichas.

-Acepto. Apueste usted.

Nos callamos y seguimos mirando la escena que se desarrollaba ante nuestros ojos. Sentía mi adrenalina fluir, la emoción me ponía en estado de concentración total.

-Apuesto a que el tipo del sombrero panamá, se retira en no menos tres jugadas, dije con seguridad.

-Acepto, respondió inmediatamente.

La esencia del juego consistía en mantener la atención en todo lo que sucedía pues la apuesta podría referirse a cualquier tópico. El tipo era buen contendor, no imaginaba que pudiera estar pendiente de un jugador tan poco conspicuo, o, no le importaban trescientos dólares.

-¿Aumentamos la apuesta? Hay tiempo para hacerlo, me sorprendió con su propuesta.

-¿Qué pide?

-Además de verlo, quiero tocarlo.

Me quedé pensativa un momento calibrando el lio en el que me estaba metiendo. Total: El tipo era un extraño. -¿Qué querrá decir con tocarlo?-pensé.

-Mil, riposté lentamente.

-Ochocientos y acepto.

-Mil, repetí, sin dejar de mirar concentradamente lo que pasaba alrededor.

El tipo del sombrero panamá había perdido en la primera apuesta que hizo. Sonreí complacida. Su fin estaba cerca. En la próxima, apostó todo, pero ganó. Volví a sonreír. Una apuesta más de su parte y yo ganaba. Pero, el tipo recogió sus ganancias, se levantó y se fue.

Miré a Giacomo y levanté mis hombros en una seña de “¿Qué se puede hacer con estos idiotas?”

En ese momento preciso, mi marido apareció, me dijo apresuradamente que iba a tomar una copa y se iba a dormir, estaba cansado, dijo. A lo lejos, se veía a la aeromoza que nos observaba.

-No te acuestes muy tarde, me dijo alejándose. Quizá tenía la secreta esperanza de que mi “espíritu de contrariedad” me impulsara a hacer todo lo contrario.

-Buen provecho, dije para mis adentros.

-Apuesto a que su marido se va a acostar con la muchacha que lo espera, dijo seriamente Giacomo.

-Eso, respondí en el mismo tono de seriedad, no está dentro del ámbito de lo apostable. Además, yo hubiera apostado lo mismo.

Sus estruendosas carcajadas con las que respondió a mis palabras, llamaron la atención de los que nos rodeaban. Para celebrar pidió champaña. Yo le indiqué que tenía una apuesta que pagar.

-¿A dónde piensa efectuar el cobro? Inquirí.

-Así no es, me dijo mientras brindaba, ¡acumulemos, puede que usted termine ganando!

Tranquilamente me volvía acodar en la mesa: Entonces, le toca a usted decidir la apuesta, y a mí, apostar primero.

-Entendido, respondió.

-Resto, dije con seguridad.

-¿El resto de la noche? Trató de aclarar para estar seguro de mis intenciones.

-No. No debo abusar. Dos horas, dije mirando mi relojito barato.

-Acepto, me dijo. ¿Sabe cuánto tengo en fichas?

-No me interesa, quiero ganárselas. Sé que valgo mucho más que lo que usted puede tener allí o “allá”.

Él se quedó mirándome profundamente como si hubiera descubierto algo en mí que le interesara sobremanera.

Callados seguimos los movimientos que parecían desarrollarse en cámara lenta.

-La vieja del moño, me dijo, apuesto a que las próximas cuatro apuestas son de cien dólares o más cada una y serán consecutivas…

Yo, acepté.

 

LA PROPUESTA

Quince minutos después íbamos a bordo de una lujosa lancha, rodeados de guardaespaldas que no supe de donde salieron, a toda velocidad hacia un gran navío blanco profusamente iluminado que se recortaba en el horizonte. Mi rabia no era porque me fueran a “coger” (“otra vez”, como decía Forrest), sino, por haber perdido. El viento, el agua salada que me salpicaba y la vista del bonito barco que se acercaba a gran velocidad me fueron serenando.

-Espero que pueda volver a tierra, le dije sonriendo, se cuentan tantas historias del Caribe.

-Tienes mucha imaginación. Si te quisiera raptar no me hubiera tomado tanto trabajo…

-A mí me parece que quien no hace gala de la suya eres tú. Demasiadas revueltas para acostarse con una mujer…

-¿Quién sabe cuándo el pez bebe agua? Fue su enigmática respuesta.

A la entrada de uno de los bellamente decorados salones me llamó la atención un cartel que anunciaba que una tal Malena, hoy presentaría su último show. Era una stripper y tenía un cuerpo muy parecido al mío, me llamó la atención su rabo suntuoso y que tenía las mismas comodidades que el que yo portaba (¡tengo rabo de stripper!, me dije sarcásticamente.)

-¿Es muy famosa? Le pregunté para hablar de algo.

-Sí. Respondió secamente como si le doliera.

-¿Por qué se va? Pregunté con ingenuidad, que siempre me traiciona y me impide dejar de meterme en lo que no me importa.

-Se va con un jeque que la compró.

Yo lo miré de reojo tratando de captar una sonrisa bromista o sorna en sus palabras, pero lo que vi fue un rictus de impotencia.

-Mejor es no seguir averiguando lo que no me importa, me dije, pago mi apuesta y ¡Ciao Giacomo!

El barco era un pequeño o mediano trasatlántico, no estaba en capacidad de asegurarlo, era lujoso y rebosaba de vida y movimiento de pasajeros-jugadores día y noche sin parar, muchos salones de juego, varios casinos, salones con diversidad de distracciones hasta para los más exigentes, tiendas… en una de ellas, una joyería, entramos, Giacomo escogió un lujoso reloj de oro con brillantes, me quitó con movimiento despectivo el mío y lo lanzó sobre la bandeja de un camarero que pasaba, al tiempo que atrapaba al vuelo dos copas de champaña.

-Salute dijo.

En su camarote lujoso y elegante, encendió todas las luces y se recostó vestido sobre la cama.

-Observó su reloj y me dijo, “las dos horas comienzan”.

-Yo miré a mi lujoso reloj (que me tenía deslumbrada) y le respondí: No, queda una hora y cuarenta minutos, porque quiero ir a ver el último show de Malena.

-Pago. Por favor, desvístete lentamente, quiero que me deslumbres poco a poco.

Nunca he sido buena en eso de desvestirme lentamente, con glamour y elegancia natural, así que traté de hacerlo lo mejor posible, más concentrada en la técnica y estética de los movimientos que en complacer las exigencias eróticas de mi pareja. Cuando quedé en cueros sucedió algo que no me esperaba.

-Vuélvete a vestir, me dijo, y hazlo de nuevo.

-¿Qué pasó? Interrogué mientras volvía a vestirme- pásame mi copa que tengo sed.

-Hay gente rara, pensé un poco preocupada, con tal que no me vaya a salir con alguna perversión…

Comencé a desnudarme “otra vez” con más esmero que en el anterior espectáculo, corregí algunos detalles sobre la marcha, él apagó algunas luces y graduó otras. Yo seguí concentrada en lo que hacía para no volverme a equivocar- si es que me había equivocado, -¿qué querrá con exactitud? Me preguntaba, -¿Qué busca?

Ahora también procuraba excitarlo con mi acto desnudista, a lo mejor en eso era que había fallado, me pasaba mis manos lujuriosamente por las partes de mi anatomía que sé que atraen más a los hombres, por mi abultada y lujosa concha, mis senos bonitos y mi popa de madera.

Estaba empezando a sudar por el nerviosismo cuando finalicé. Me quedé estática mirándole como el que espera el resultado de un examen.

-Vístete, me dijo. ¡No, no te vistas!, rectificó. Espera así.

Descolgó el teléfono e hizo una llamada, hablando en italiano. Me hizo señas de que me sentara en la cama y bebiera mientras terminaba su negocio telefónico.

Desnudita y ya nada apenada por estarlo delante de un extraño, me senté y crucé las piernas en gesto pudoroso inconsciente, reminiscencias de un pasado legendario. Cuando terminó de hablar se sentó a mi vera y pasó su brazo sobre mi hombro en un gesto amistoso que buscaba protegerme del frio ambiente. Parecía estar a la espera de algo: total, era su tiempo y podía utilizarlo como quisiera.

Llamaron a la puerta con leves golpes. El gritó algo en italiano, la puerta fue abierta por uno de los guardaespaldas y la gran Malena hizo su entrada.

Se dieron un leve beso. Ella en persona era mejor que en la foto, iba vestida con un kimono transparente, llevaba su pelo rubio suelto y no tenía maquillaje. Irradiaba sensualidad sin proponérselo.

Giacomo me levantó por la mano y me mostró.

-Se parece a mí, le dijo a Giacomo mientras se acercaba a saludarme. Me dio un beso en la nariz y un leve apretón en mi pezón.

Luego, se acostó sobre la cama y se nos quedó mirando, como diciendo ¿Y qué más hay?

Giacomo reaccionó. –Has una vez más tu acto, me ordenó. Yo lo miré sorprendida: ¿Acto?

-“Por favor” dijo Malena dirigiéndose a Giacomo con sorna, y a mí, con sonrisa amistosa: ¿Puedes empezar?

Revestí mi atavío por tercera o cuarta vez ya ni me acordaba.

Con más atención y esmero que antes, además de que la práctica me había hecho más fluida en los movimientos, con el mismo espíritu de sensualidad y lujuria que antes, hice “mi acto”, como lo llamaba Giacomo. Finalizado el asunto me quedé parada mirándolos sin mucho interés.

-Es mejor que yo, le dijo Malena mientras se levantaba. Habiendo concluido su misión se iba.

Le dio otro beso frio a Giacomo y a mí otro beso en la nariz y un apretón en mi seno.

-Te queda poco tiempo… Acepta… disfruta, me dijo al oído antes de partir- tienes madera y te vas a divertir…

Ya en la puerta, se volteó a mirarnos y nos dijo: treinta minutos para mi último show. Tocó levemente en la puerta, el guardia le abrió y salió con su displicente caminar.

-Ven, me dijo Giacomo emocionado.

Lo primero que capté fue que su cosa era como una lata de cerveza: gruesa y corta, pero caliente.

-Tienes que hacer algo por mí, le dije angustiada por la visión de “eso” tan grueso, estoy fría después de tanta vestidera y desvestidera, y no creo que tu aparato entre así como así.

Él sonrió comprensivo, me puso boca arriba y se concentró en lamer tan profundamente mi aparato reproductor que en poco tiempo me dejó lubricada, ensalivada y jugosa. Me le monté encima y me lo fui encajando lentamente en la medida que mi entrada se expandía para acoplarse a sus extraordinarias medidas.

Comencé a darle con ahínco al asunto que tenía enterrado completamente, quería acabar con eso lo más rápido posible pues temía que mis tripas se habituaran a sus medidas y a las características del tronco que desaforadamente se movía dentro de ellas y pudiera convertirme en una bocona sin elasticidad.

Pero a Giacomo no parecía tener en cuenta mis melindres y presagios, parecía encantado con la cueva en la que había escondido su coroto. Me atenazó con sus piernas, dio rienda suelta a sus caderas y su gordo chichón se encastró completamente en mi canal; con toda comodidad y sin cuidados extras comenzó rápidamente en su frenético mete y saca.

Mi vagina, tan puta ella, parecía encantada y se lubricó por si misma adecuadamente para el tolete que se estaba tragando de los más complacida y sonriente.

Sin poder determinar mi tiempo de espera sin que mediara ningún aviso y sin que supiera como había sucedido y de donde estaba saliendo, sorpresivamente sentí que esas extraordinarias dimensiones estaban causando un estrago en mis extrañas, un profundo ronquido salió de mi garganta en el momento en el que un terrible orgasmo me acometió inesperadamente. Chillaba, le mordía el hombro y espoleaba la penetración mientras que un movimiento rotatorio se apoderaba de mis caderas sin que pudiera ni quisiera controlarlo ni evitarlo ni comprender esta nueva faceta desconocida de mi capacidad amatoria. A cada sacudida orgásmica un chorro de orina me salía, el parecía encantado con el baño que mis entrañas le proporcionaban.

Me lamía el cuello, las orejas y la cara, se revolcaba dentro de mi boca que solo emitía murmullos, gritos de placer e imprecaciones. Seguía “dándome” sin misericordia, mientras, empecé a sentir otro orgasmo rodando como una piedra desde mis riñones desde mi ombligo y desde mi perineo. Sin pedir permiso y sin protestar, me erguí un poco para mirarle la cara y que viera la mía en el momento en que el nuevo orgasmo salía furioso de su prisión de carne y nos bañó. El me bañó de leche las profundidades de mi cueva y yo lo bañé a él y a la cama con todo y sus hermosas sábanas con mis meados que salían espasmódicamente junto con mis gritos.

Al fin me desplomé sobre su pecho. Sus brazos me acogieron amorosamente en un tierno abrazo.

-Eres también muy buena en esto, me dijo al oído, a la italiana.

-Creo que me estás reventando, le contesté.

-Tengo una proposición para ti.

-La imagino, pero dila tú mismo.

Sentía su taco latiendo aun dentro de mí y aun expulsando pequeños chorritos de semen, o, quizá era mi imaginación que volvía a concentrarse en los estragos que podría estarle causando a mi elasticidad vaginal.

-Trabaja para mí. Ganarás muchísimo dinero y te harás famosa. Tendrás tu futuro asegurado.

-No me interesa, el dinero ni la fama, y en el futuro no creo, porque él está escrito en las estrellas desde antes de que yo naciera. Y además, soy muy vieja para ponerme ahora con esas gracias. Y por favor sácamelo, para ver cómo quedé.

Me obedeció. Mi vagina respiró aliviada, soltó un chorro de leche, un suspiro y mi peso disminuyó como en un kilo.

Levantó mi cara y la acercó a la suya, para verme a los ojos.

-¿No te interesa la fama ni el dinero?

-No. No especialmente.

-¿Qué te interesa?

-Averígualo tú. El que lo averigüe buen averiguador, será le conteste en broma, mi amor, le dije tomando su cara entre mis manos y dándole un besito en la nariz como el que me había dado Malena: Ni yo lo sé. ¿Lo averiguas tú?

-Cada mujer, insistió él, tiene su mercado, Malena tiene casi tu edad.

-¡Mentiroso!, ella debe tener como veintiocho, yo tengo casi cuarenta.

-Ella, tiene treinta y uno, y tu edad, tu estilo, tu elegancia son muy parecidos a los suyos, además tu cuerpo tiene los mismos atractivos, quizá más, que el de ella. Estas en el tiempo perfecto para la cosecha. El mercado que tu atraerías es el más poderoso económicamente hablando; gente de mi edad para los que tú eres una muchacha. Además, los jóvenes se desviven por las maduras hermosas en su esplendor. Te amaran si les das la oportunidad…

-No me interesa, dije tratando de mantener la firmeza de mis convicciones pero un pequeño dolor se perfilo en mi pecho cuando solté la respuesta.

El show iba por la mitad cuando llegamos. Ella era bella, elegante y la adoraban. Estaban compungidos porque era su última vez.

Transmitía la sensación de estar concentrada en un acto sexual que realizaba con cada cual, hasta yo me sentí en sus brazos víctima de sus caricias. ¿Qué podría estar pasando por la mente de los hombres de todas las edades que la miraban extasiados mientras copulaba con el poste? Seguramente cada uno se sentía su víctima.

Era una reina. -Bueno, ahora tenía un jeque, de acuerdo a lo que Giacomo me había asomado.

 

REFLECTIONS OF MY LIFE

Entré a mi habitación a eso de las cinco de la mañana, ya me había desvestido cuando mi futuro ex se despertó y me vio desnuda ante el espejo maquillándome.

-Buenos dias, le dije adelantándome a sus preguntas pues mi almohada no presentaba signos de haber sido usada -después que me bañe voy a ir a la playa. Anoche hablaste dormido. ¿Quieres que pida tu café?

Él se restregó los ojos y bostezó antes de preguntar:-¿Qué dije?

-Hablaste de aviones, aeromozas, y te veías muy feliz, contesté mientras me aplicaba mis cremas.

-Bueno, pide café, me respondió desviando el tema, nos vemos en la playa más tarde.

Ninguno de mis dos compañeros pareció fijarse, o darle importancia a mi nuevo reloj, aunque lo miraban de reojo. ¿Quién sabe qué conclusiones estarían rondando por sus “suspicious minds”?

-¿Qué había querido decir Malena con aquello de “TE QUEDA POCO TIEMPO”? Esa maldita pregunta taladró mi cerebro durante todo el bendito día.

Estuve continuamente sacándoles el cuerpo a ambos cónyuges, uno, quería hacérmelo otra vez, y el otro, quería homenajearme para que quedara demostrado que lo de las palabras durante el sueño, solo sueños habían sido.

No estaba en una disposición de ánimo para mimos ni arrumacos, estaba, ensimismada en mis abstracciones e introspecciones. Como dice el cantante de Kraken: “No me hables de amor” que no estoy para esas cosas. Dormí una siesta de cuatro o cinco horas que me despejó.

A las nueve de la noche, después de haber pasado una velada agradable juntos los tres, a pesar de un leve ensimismamiento que aún me rondaba, nos fuimos a la mesa en la que jugaban dados y me acodé en ella para volver a mi divertida actividad de observadora mientras esperaba a que el destino se manifestara en la dirección que fuera más propicia para sus proyectos <Si es que los hados tienen proyectos>.

Ellos, me flanqueaban solícitos, preocupados por mi actitud rebelde; me atendían pero yo me escabullía. Miles de ideas cruzaban por mi mente como relámpagos en una obscura noche tormentosa.

A las once apareció Giacomo con su séquito.

-Les presento al “signore” Giacomo, uno de los socios del hotel. La presentación corrió por cuenta de mi ex, quien le dio un trato especialmente deferente al recién llegado.

Yo no me moví ni volteé a mirarlo.

Imagino, que a todos les extrañaría mi actitud irreverente ante el extraño tan importante que había llegado, pero lo hice sin ninguna actitud preconcebida. Sabía que el destino estaba allí, a mis espaldas, esperando mi jugada. Ahora me tocaba a mí.

-¿Malena, tiene show hoy? Pregunté al vacío sin levantar la cabeza, pero en voz alta para hacerme escuchar por encima del ruido. La pregunta de la cual yo conocía anticipadamente la respuesta, no se dirigió a nadie. Quizá se mirarían confusos.

-No. Ya se fue. Respondió el único que podía responder.

 

LA NUEVA.

TE QUEDA POCO TIEMPO, resonó en mi cabeza.

-Bueno, que hable el destino, se la voy a poner difícil para ver su reacción…, me dije, ya estoy en una edad en la que es mejor quedarme con la culpa que con las ganas…

Yo tenía frente a mí, algunas de las fichas que me había regalado mi ex, las tomé todas y le hice señas al croupier de que iba a hacer una apuesta.

-¡Siete, y voy! Dije. Anunciando mi apuesta con una fórmula no prescrita pero que el empleado aceptó como buena, quizá ante la expresión de sus jefes.

Me pasó los dados; yo, se los pasé a Giacomo; él, había entendido la significación de mi conjuro.

Tomó los dados y sin pensar los lanzó con fuerza rebotando sobre el tapete.-Que el destino se manifieste, me dije al verlos dando tumbos. Cerré los ojos.

-¡Siete, apuntó el croupier, la señora gana!

Abrí los ojos espantados. El hado se había manifestado sin duda. Le indiqué al empleado que le regalaba la ganancia, me moví lentamente y me planté ante mi marido que me miraba desorientado:

-No me esperes despierto, le dije mirándolo directamente a los ojos.

Él, trató de aducir, pero mi ex, le rodeó protector con su brazo sobre el hombro y lo arrastró fuera del círculo de escoltas, mientras le hablaba al oído. Lo último que vi de él fue su cara sin expresión cuando volteó a mirarme, la aeromoza acudió solícita, a instancias de su jefe, a consolarlo.

Treinta minutos después estaba en manos de cuatro “reinas” que me rodeaban afanosos.

-La signora, va en lugar del show de Malena. No le enseñen nada, que sea natural; solo el vestuario y maquillaje. Para mañana todo el vestuario nuevo. Ella sabe lo que hace, les ordenó personalmente Giacomo a los atribulados coreógrafos que temblaban ante su presencia.

-Bienvenida a bordo, me dijo besándome la mano con gesto principesco, la nueva Reina de la Noche comienza su reinado: ¡La reina ha muerto, viva la reina! Finalizó con un muy italiano aire teatral.

Al día siguiente cuando el barco zarpó, estaba profundamente dormida en su opulento camarote rodeada de flores, había caído en un profundo sueño, aturdida aun por el triunfal debut que ni ella misma se creía aún. Fue maravilloso sentirse adorada y rodeada de aplausos y atenciones; ¿Cuánto tiempo le restaba?: fuera el que fuera, estaba dispuesta a paladearlo, sorbito a sorbito y sin reglas.

FIN DE “LA NUEVA”

 

By: LEROYAL

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