Nuevos relatos publicados: 9

Descubrimientos sobre mi familia

  • 16
  • 12.969
  • 8,75 (12 Val.)
  • 0

Buenos dias, mi nombre es Julia y prefiero no decir mi apellido por temor a posibles represalias. Hace un par de años pasé por un periodo de pesadilla y a la vez de intenso goce. Creía que ya lo habia dejado atrás, pero ahora los fantasmas de mi pasado vuelven para acosarme de nuevo. Hoy soy una abogada novata pero con un futuro prometedor, cuando ocurrió lo que les voy a contar me faltaba un año para terminar la carrera. Tenía 23 años, y supongo que desearán saber algo sobre mi fisico. De cabello castaño claro y ojos marrones con un tono a miel, supongo que soy una chica atractiva aunque no espectacular. De 170 de altura y 64 kg, estoy regordeta pero no obesa, y en el mundo hay muchos hombres que prefieren las carnes abundantes a la talla 38. Yo nunca he sido del tipo delgaducha. Más de una vez alguna amiga me ha dicho que si prestase más atención a mi vestuario y no vistiese como una monja ganaría muchos enteros con los hombres. Y puede que así sea, pero mi educación ha sido la clásica católica tradicional, en una familia muy conservadora de clase media-alta, y no me siento a gusto con minifaldas o ropas provocativas. Tampoco es que fuese virgen, había tenido dos novios con relaciones completas, pero cuando ocurrió lo que he de relatarles, estaba solita.

Corria el mes de Julio. Vacaciones escolares. Estudio duro durante el curso, y por eso me relajo durante Julio y Agosto. Leo novela y poesia, paseo, y en general me relajo. Ese verano fue muy distinto sin embargo. Un hermano de mi padre, militar retirado debido a una lesión en la rodilla, sufrió un ataque cardíaco leve. Un buen susto, pero nada serio. Como yo estaba libre y de vacaciones, me ofrecí para visitarle, ayudarle en lo que pudiese, y hacerle la vida algo mas llevadera. Nunca he tenido mucha relación con mi tio, llamado Andrés, una persona bastante retraida y metida en sus recuerdos y vivencias interiores. No salía mucho de su casa, y siempre era tremendamente educado, casi hasta la pedancia. Se llevó un buen susto, si, y agradeció mis atenciones y ratos que pasaba con él. No he mencionado que era viudo desde hacía tres años, y que guardaba aun entonces el luto por su esposa. Un hombre chapado a la antigua. Pero lo antiguo no significa respetable.

Una tarde, cuando me iba, coincidí con una vecina suya. Una mujer obesa y parlanchina, que había acudido a animar un poco a su vecino. Charlé un poco con ella, y me serprendí cuando me contó que mi tio poseía en casa una colección muy interesante de flores exóticas. Plantas que requerían un cuidado mimoso y diario. Ella se quedó horrorizada de pensar en el disgusto que se llevaría mi tio si llegaba a casa y se encontraba las flores muertas. No comprendía como no me había pedido que se las cuidase. Yo lo atribuí a su estado post infarto. No pensé que en su casa podía haber elementos que no deseaba fuesen vistos por mis ojos.

Así que, en lugar de ir a casa, decidí pasar por la suya, ya que tenía sus llaves, me las habían entregado las enfermeras junto a otros efectos personales. Un hospital es terreno abonado para los mangantes de toda clase, entre la gente que no se conoce y el ajetreo diario. Me las dieron para que las guardase, junto a su cartera y otros efectos. Mientras el bus me llevaba hasta las afueras, saqué su cartera del bolso, con la curiosidad creciendo en mi interior. Sabía tan poco de mi tio… solo que habia entrado en el Ejercito a los 17 años como cadete, y que había sido oficial. Las pocas veces que le había visto no había hablado de ello, y yo no pregunté. Era un extraño para mí, siempre retraido y apartado. Sin embargo no pintaba como el clasico militar mandón y maleducado, sino que su actitud era más como la de un academico o profesor que vivía en su mundo, en su torre de marfil. Su cartera no me dijo mucho más. El documento de identidad, su cartilla de militar retirado, el permiso de conducir, un par de tarjetas de crédito normales y corrientes. No había fotos, ni tarjetas con direcciones o teléfonos. Era como una cartera recién comprada, en la que se mete la documentación y con el tiempo se va llenando de papelillos y demás. Pero estaba muy usada, de años y años, y sin embargo no tenía nada personal. Eso me intrigó.

Su casa era un chalecitó en las afueras, pequeño pero muy coqueto. Entré en su casa algo nerviosa, nunca la había pisado antes. Era la casa de alguien que pasaba mucho tiempo en ella. Cada rincón estaba ompregnado de su presencia. Olores de tabaco de pipa y cigarros habanos. Coñac de marca en una mesita. Una notable colección de libros, la mayoría sobre historia militar, y muchos sobre psicologia y medicina. No conocía esa faceta d emi tio, como tantas otras. Efectivamente, había unas orquideas preciosas en la casa. Estaban mustias y faltas de agua. Las regé, estudié la etiqueta de un compuesto vitamínico para plantas y lo esparcí con cuidado. Aireé la casa. Y me puse a curiosear un poco. Sin malicia, pero es que conocía tan poco de mi tio…

No parecía nada fuera de lugar, y efectivamente era una casa cómoda. Sillones de cuero. Una gran TV moderna con canales via satélite. Más libros en otras habitaciones. Ropa formal, pero ni una prenda de mi tia difunta. Debía haberlas entregado a caridad. No había ni una foto o retrato, nada. Eso era extrañísimo. Si un intruso hubiese entrado en la casa, no habría encontrado nada sobre su dueño. Ni una foto siquiera, ni de su familia o recuerdos. Nada, y eso me extrañaba. Así llegué a su dormitorio. Sentí vergüenza de curiosear en él, pero la curiosidad me podía. En esos tres días desde su infarto había comenzado a conocer a mi reservado tio, y esta era una oportunidad única para mí. En un cajón de su mesilla encontré un arma en su funda, una pistola. No se nada de armas, y no la toqué. Pero me llamó la atención que hubiese varios cargadores municionados en el mismo cajón. Por lo que tengo entendido, no se guardan las balas junto al arma, por seguridad. Y deba la impresión de ser un arma cuidadosamente limpia y preparada, no un recuerdo del servicio. Me senté en la cama y la examiné sin tocarla. Estaba colocada de tal modo que era rapidamente accesible si mi tio se despertaba de pronto, y juraría que debía estar cargada. Como el arma de un gangster, con munición extra a mano por si las sorpresas. Bueno, era un militar retirado, y hasta no hacía demasiados años había movimientos guerrilleros, durante la dictadura militar. No era tan raro que tomase precauciones. ¿No?

Continué con mi recorrido por la habitación, sin desordenar nada. En su mesilla de noche había dos libros, uno sobre la campaña del desembarco de Normandía, y otro sobre las reacciones que el miedo puede causar en las personas. Este era un libro muy pesado y técnico, material universitario, y parecía muy leido y manoseado. Comencé a preocuparme sobre en que rama del ejercito había servido mi tio. Pensé en las historias de los diarios sobre torturas y abusos, que mi familia siempre decía eran invenciones de los comunistas. Y llegué al armario cerrado. Pero tenía la llave de ese armario, asi que lo abrí con cuidado. Contenía uniformes perfectamente cuidados y envueltos en plásticos protectores. Insignias de Capitán. Medallas y condecoraciones. Una escopeta negra de aspecto malicioso, junto a más cajas de munuciones. Una caja de metal… la tomé con mano temblorosa, y la deposité sobre la mesa de la cocina. Condecoraciones, y no pocas. Fotografias suyas con el antiguo Dictador. Fotografias con un general que estaba procesado por lanzar a personas desde un avión, falsamente acusad según mi familia. Y lo que me llenó de pavor…antiguas fotografias de mi abuelo. Yo ya sabía que había venido de Alemania tras la segunda guerra mundial. Huyendo de la pobreza, ya que un amigo le había ofrecido trabajo. Lo que no sabía era que había servido con el uniforme negro de las SS, las tropas nazis más fanáticas. Y había medallas suyas, oh , si… medallas. Pesadas cruces negras de aspecto malicioso y fascinante. Un brazalete con la esvástica. Cosas sobre mi familia, que hubiese preferido no descubrir. Devolví la caja al armario, y lo iba a cerrar, cuando me di cuenta que el suelo del armario no estaba del todo nivelado. Palpé el suelo y encontré un compartimento oculto. El corazón me latía desbocado, que se ocultaría allí debajo. No podía pasarme toda la vida preguntandomelo. Puede que fuese un diario o algo así. Lo abrí.

Era un espacio amplio. Contenía una docena de cintas de video VHS. Varias cajas pequeñas de metal. Un par de esposas policiales. Me temblaba la mano cuando tomé una de las cajitas. La abrí con cuidado. Contenía fotografias. Fotografias horrorosas, en blanco y negro. Imagebes que correspondían al pasado reciente de mi pais. Imágenes de detenciones ilegales, de carceles secretas, de rostros amoratados por los golpes. Comencé a llorar, pero pasé a otro sobre, ahora debía seguir, no podía parar. Fotografias de presas desnudas. De presas atadas a sillas, violadas, golpeadas, llorando… No pude más, y caí al suelo llorando. Pasé allí largo rato. Después tomé una cinta. Creia saber lo que vería en ella… pero no a quien verían en ella. Era una cinta de un interrogatorio… a mi tia. Ella estaba atada a una silla, y un hombre le hacía preguntas pacientemente. La desnudó. La sobó todo lo que quiso. Ella no hablaba. Le aplicó descargas electricas. Y ese hombre… era mi tio. No parecían conocerse. No me lo podía creer. Mis tios se habían conocido en una carcel secreta, mientras ella era torturada por el que mas tarde se convirtió en su esposo. La cinta terminó, y no me sentía con fuerzas de poner otra. Dejé todo tal y como estaba, y salí de allí.

Nada tenía sentido. No había tratado demasiado a mis tios, de acuerdo, pero eran una pareja normal. Mi tia había tenido mil oportunidades de denunciarle, pero parecía comportarse como una amante y dedicada esposa. Desde luego, en la epoca de esa grabación era una mujer bellísima. En el camino de vuelta a casa, todo fue encajando en mi cabeza. Tacticas de terror y de presión psicológica. Mi tio Andrés debía ser un experto en el funcionamiento de la mente humana. Un interrogador. Un torturador. No sabía que debía hacer, esa noche no pude dormir. Alegando que me encontraba enferma, no fui a visitar a mi tio al dis siguiente. Debía entregar esas pruebas a la justicia, pero era mi propia familia. No sabía que hacer. Y sentía de nuevo la curiosidad en mi interior. Así que volví a la casa. Saqué una cinta al azar, la número cuatro. Mostraba a mi tia, desnuda, en algún lugar al aire libre, rodeado de arboles y alambre de espino. A veces un guardia con un Dobermann pasaba por el encuadre, haciendo su ronda. Ella se encontraba atada a una especie de potro de salto, en una postura que le dejaba el sexo expuesto e indefenso a las manipulaciones de su captor. Mi tio le acariciaba el sexo con suavidad, con la mano enfundada en un guante negro. La expresión de mi tia fue cambiando. Goce. Un goce extremo. Entendí que algo había pasado desde el primer día y el día de esa grabación. Algo habían descubierto en ella, en su mente, en sus deseos y sus miedos. No estaba siendo torturada, se le estaba dando placer… mi tio estaba concentrado en darle placer, atada desnuda en publico en lo que parecía un campo de concentración, mientras ella se retorcía de goce y pedía más y más. No fingía bajo amenazas. Era claro que gozaba de verdad. Mi tio solo empleaba uno de sus dedos , en una representación que podría estar en el kamasutra. Tres veces mi tia se corrió entre grandes muestras de gozo. Entonces, muy suavemente, mi tio le preguntó por una serie de nombres. Ella confirmó unos y negó otros. Estaba cantando de plano, y reconocí el nombre de varios "desaparecidos", que estudiaban en la universidad a la que acudió mi tia ( la mía ), ella los había delatado, y solo suplicaba más… me tapé la boca para no chillar. Una vez satisfecho, mi tio se desnudó con calma y procedió a penetrarla. Apagué el reproductor de video, completamente turbada. Me dí cuenta entonces que haber visto en esa pose a mi tia había hecho que mojase las bragas, y sentí asco por mi misma. Aun mas que por esos actos. Estaba mal, muy mal.

No volví a ver a mi tio al hospital, no quería saber nada más de el. Me sentía tan turbada que fui a confesar a mi Parroquia, donde el Padre Anselmo me escuchò con paciencia y me procuró consuelo. Un buen hombre, no uno de esos curas salidos que interrogan de cada detalle de sus roces a las chicas, para excitarse. Escuchó mis palabras gravemente, y aunque no suelo contarle cosas sobre mi sexualidad, le expliqué la reacción que esas imágenes habían causado en mí. Con detalle, me creía en pecado mortal. El me explico que esas cosas eran muy malas, que era normal que estuviese desolada. Pero debía entender… antes del glorioso alzamiento los rojos y masones quemaban iglesias y mataban a las gentes temerosas de Dios. Eso había hecho que algunos se propasasen. Con denunciar a mi tio no iba a arreglar nada, excepto destrozar a mi familia, y favorecer los intereses electorales de los comunistas en las próximas elecciones. Mi tio ya conocería el juicio de Dios, y esas cosas….

Así pasaron unos dias. Mi turbación dejó paso a la excitación. Esa imagen de mi tia gozando me perseguía. Yo sabía lo que era orgasmar, claro, pero nunca había llegado a esos niveles de placer. Comencé a preguntarme que había podido pasarle en las otras cintas. Me masturbaba cada noche. Acudí de nuevo a confesar, el Padre me tranquilizó… era joven y excitable. Probé a masturbarme dandome palamaditas en muslos y nalgas, y eso me dio mator placer. Cerraba los ojos y me imaginaba en manos de interrogadores que tan solo buscaban mi placer. Una noche inclusó me penetré el ano con un dedo ensalivado, pese a que me resultaba molesto. Me imaginaba que un rubio oficial vestido de negro me lo hacía. Me asustaba de mi misma. Esos hombres eran criminales, merecían un castigo ejemplar, y yo me masturbaba pensando en ellos. Estaba loca, endemoniada.

Y una tarde, el Padre Anselmo me pidió hablar conmigo tras la misa, en la rectoría. Allí acudí… y lo encontré junto a mi tio, ya recuperado casi del todo. Mi sorpresa fue tremenda… quise salir, pero el Padre me tranquilizó. Mi tio habló con voz calmada, muy poco acorde al mensaje que me transmitia. "Gracias por tus atenciones, sobrina. Fueron unos dias muy duros tras el ataque, y me llenó de gozo el tenerte a mi lado. Esa vecina cotilla… si no te pedí que cuidases mis plantas es porque se que eres curiosa e inteligente. Pero hecho está. No me has denunciado, y eso demuestra que das a la familia el valor que merece. Y por las conversaciones que he tenido con tu confesor, se el efecto que ha tenido en ti ese descubrimiento…". Yo miré iracunda a mi Sacerdote, había violado salvajemente el secreto de confesión, el más santo de los Sacramentos. Anselmo miró al suelo, avergonzado. "No te enfades con el Padre, por favor, además de sacerdote fue capellán de la tercera región militar, allí donde ambos prestamos servicio juntos. Los interrogadores necesitaban contar con Dios de su lado, y no somos unos salvajes como para tirar de un avión a 3000 metros a nadie, por rojo que sea, sin que pueda ponerse es paz con Dios antes. Pocos accedían, claro…". Una sonrisa de lobo apareció en su boca.

"Mis estudios sobre las reacciones de los detenidos bajo presión, y como administrar placer y dolor para obtener resultados mas allá de los esperado dieron muy buenos frutos. Acabamos con varias celulas de insurgentes gracias a esas informaciones. La cuestión es, querida sobrina, que aproximadamente un 0.5 por ciento de las mujeres desarrollan unos placeres desbocados en situaciones de cautividad extrema. Una curiosidad psicológica… tu tia era una de esas mujeres. Muchos nos hemos casado con mujeres que corresponden a ese perfil, se convierten en las más solicitas esposas para con su Guardian una vez despertados sus instintos. Tu eres una de ellas, aunque no lo sepas".

Intenté negarlo, huir, pero las piernas me fallaron. Yo sabía que mi tio tenía razòn, que era una guarra salida a la que habían obsesionado esas imágenes, daba igual lo que los demás pensasen de mí, o que yo me engañase a mi misma. No era una buena chica, como había creido. Mi tio concluyó su charla.

"Has de saber que uno de esos campos continua abierto en secreto, operado por hombres de confianza. A veces apetece volver allí con la esposa de uno a recordar los viejos tiempos, o aparece alguna nueva candidata. Yo no he de mezclarme en ello, somos familia y no estaría bien. Pero estoy en deuda contigo, y tú siempre te preguntarás lo que se siente al encadenar orgasmos tan demoledores que te dejan sin habla. Tu tipo psicologico es claro, niña bien. Familia protectora, acomodada, buena estudiante, religiosa… Gozas del sexo, pero no sabes a lo que puedes llegar. Y nunca lo haras con tus novios universitarios o el maridito que al final amarres. Hay en ti una puerta a la deshinibición, a descubrir el auténtico placer y poder disfrutatrlo el resto de tu vida. Asi que si lo deseas puedes pasar por el campamento, durante una quincena quedarias allí internada. Habrá ratos buenos y ratos no tan buenos… pero te puedo asegurar que gozarás como tu tia, y repetidas veces. Piensalo".

(8,75)