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Orgía en la playa

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Este verano mi marido y yo estábamos disfrutando tranquilamente de las vacaciones y además de la playa y las visitas turísticas por los alrededores de la zona disfrutábamos de lo lindo en cualquier lugar de nuestros cuerpos. Después de tantas emociones no necesitábamos de nadie más o eso parecía.

En el hotel a últimos de mes hubo una especie de revolución y si hasta entonces todo estaba en calma, la llegada de un grupo de jóvenes alemanes lo alteraron todo. Eran trece, ocho chicos y cinco chicas. Apenas un par de ellos hablaban en español, pero no lo necesitaban mucho. A todas horas tenían ganas de juerga, bebiendo cerveza, haciendo juegos, bromas y todo tipo de actividades.

Lo mejor era que pese a que eran un grupo no se cerraban a los demás y fueron enganchando a más gente del hotel para reunirse con ellos. A los tres días de estar en el hotel su pandilla se había aumentado, con gente desde los 17 a los 46 años. Javier y yo incluidos, por supuesto. Nos integramos con mucha facilidad y nuestras tranquilas vacaciones cambiaron por completo. A todos nos decían que sólo tenían una semana y que querían aprovecharla. Ya no salíamos de la ciudad y nos íbamos todas las tardes con ellos a una pequeña cala, a beber, nadar, bailar, fumar y reírnos.

Así que llegó el último día para ellos y formamos una especie de bacanal, con un radiocasete con la música a tope y más bebidas que nunca, con una especie de bailes rituales muy divertidos de despedida en torno a la hoguera y nos fuimos desprendiendo de prejuicios. Antes de la media tarde, muchas chicas se despojaron de la parte de arriba de sus bikinis, sobre todo al principio las alemanas, más desinhibidas que nosotras las españolas. Y era muy divertido y excitante comprobar las erecciones bajo los bañadores de nuestros compañeros, que mientras jugaban al voley o al fútbol no apartaban ojo de ellas.

Los chicos fueron pidiendo más destapes, formábamos pequeños grupos y al final acabábamos viendo escenas como chicas jugando al voley completamente desnudas (hay fotos que lo comprueban), chicos masturbándose al verlas, parejas de desconocidos follando en el agua o incluso en las toallas siendo observados por los demás, sin cortarse por las fotos o las grabaciones con alguna cámara de vídeo, juegos eróticos en los que las parejas preestablecidas se deshacían y se enrollaban con otros... Al principio lo miraba escondida debajo de mis gafas de sol, pero luego comprendí que a nadie le importaba ser mirado, así que me las subí sobre mi pelo.

Era muy excitante, por ejemplo, ver a Javi enrollarse con alguna rubia. A veces sentía celos (sobre todo al principio, al ver que él se había desatado mucho antes que yo), otras veces me sorprendía de que no se negase ni a la rubia con las tetas caídas hasta la tripa, acabé disfrutando viendo cómo llegó a dejarse masturbar por una pelirroja más o menos escondido en un seto mirándome con una expresión de sentirse culpable hasta que me vio reír y supo que no le importaba que le hubiera pillado...

Hasta ahí fue cuando estuve pendiente de Javi. Porque tres chicos se acercaron a mí y a tres amigas que estábamos bebiendo y charlando sin dejar de observarlo todo. Eran muy simpáticos. Dos eran alemanes y uno andaluz. Éste nos decía que si no estábamos demasiado abrigadas: yo estaba con un bikini mínimo, de tirantes finos ajustados con un nudo por mi cuello, con dos triángulos amarillos que no me tapaban los pechos lateralmente, aunque cubriendo mis pezones. Y una braga amarilla de cintura baja también con tiras blancas por los lados que se ajustaban espléndidamente a mis glúteos y a mi entrepierna.

El chico era muy gracioso y bromeaba aprovechándose del mal manejo de nuestro idioma de los alemanes. Bebíamos y poco a poco mis amigas se fueron alejando o formando sus corrillos a mi lado. El andaluz después de matarme a carcajadas me dijo con todo el desparpajo del mundo que les enseñara los pechos, que ya habían disfrutado de mi pelo oscuro, de mi risa salerosa y de mis ojazos negros, que si tenía algún pezón deforme porque le parecía mi cuerpo formidable y no sabía por qué no lo enseñaba. Me decía: "venga, enséñale a la cámara tus pechos" (uno de los alemanes me estaba enfocando).

Le seguí el juego y en el mismo tono de broma le dije que si estaba preparado. Me tomé los pechos por encima del bikini y aparté los triangulitos haciéndolos a un lado mirando pícaramente a la cámara. Oí también un clic de una cámara de fotos y era un amigo que habíamos hecho, uno de los "abuelos" del grupo, de más de 40 años, casado, agradable y con tres hijos. Aún así no me corté, ni siquiera al ver su erección y su sonrisa. Al parecer estaba tomando todas las fotos que podía. Pero no me distraje más con él porque el andaluz me había puesto sus manos en mis pechos. Los palpaba como si no se lo creyese y no paraba de repetirme lo maravillosos que eran, redonditos, algo separados, con unos pezones marrones y claros, con las puntitas redondas y puntiagudas.

Acabó devorándomelos mientras el alemán no dejaba de grabar y de masturbarse, ya con el bañador en sus rodillas. Yo no iba a quedarme quieta, así que tiré el cigarro que sostenía y busqué la polla de aquel andaluz por debajo de su bañador. Lo masturbaba como podía porque el tipo estaba loco con mis pechos. Mmm... Me estaba haciendo disfrutar sólo con eso y con saber que me estaban grabando y cascándose una paja mirándome. Alguien me besó en el cuello por detrás y me aproximó su verga a mi braga. Y el otro alemán por un lado me metió la mano por un lado de la braga, apartándomela y buscando mi vagina. Aquello hizo que me corriese, y eso que el alemán no había llegado a meterme el dedo en el coño.

Tenía cuatro manos en mis pechos, la lengua del andaluz entrelazándose con la mía, una verga chocándose con mi braga y mis muslos por detrás, unos dedos jugando en mis entrañas. El andaluz se hizo a un lado sin dejar mi boca ni mis pechos y el alemán pudo bajarme las bragas y meterme su lengua dentro de mí. El de atrás (que era aquel amigo cuarentón por algunos piropos obscenos que me dedicaba y porque su tripa también destacaba) acomodó su gran aparato ahora entre mis nalgas, aunque sin pugnar aún por atravesar mi agujero porque le era imposible.

El alemán consiguió que me corriera otra vez. Hubo una pequeña disputa por follarme, pero al final mi amigo el cuarentón hizo valer su edad para agacharme y encularme. Fui notando su enorme verga entrando en mi recto y debía de estar tan mojada que no me dolió demasiado cuando su glande perforó mi entrada. Se agarraba a mi cintura y mientras los otros dos se bajaron sus bañadores y me mostraron sus vergas. No dudé en acariciarlas y metérmelas alternativamente en la boca. El alemán estaba más salido que el andaluz y se corrió al poco. También era más joven y había estado ocupado de mi coño. Su leche fue abundante y se me derramó en parte de la boca. Así que la polla del andaluz (tamaño normal) tuvo la suerte de que me la tragara casi por completo al ritmo de las embestidas de mi enculador, que se había dejado de miramientos y estaba partiéndome en dos, follándome hasta el fondo, hasta chocar sus testículos en mi culo.

Eso sí, no tardó más de un minuto el cuarentón dentro de mi recto. Un calor viscoso llenó mi agujero y cuando salió su polla el semen salió disparado de la presión. Antes de que el andaluz se viniera, el alemán de la cámara tomó el sitio del cuarentón y me enculó de un golpe. Por suerte el semen que me quedaba hizo de lubricante y pude contener más el dolor. También ayudó que la corrida del andaluz me distrajese un poco. El otro alemán tampoco duró demasiado y salió de mi culo dolorido, enrojecido y saturado de semen.

Los dos españoles siguieron acariciándome mientras que los alemanes se fueron a buscar otra presa. Me decían lo guarra que era y el cuarentón, Alonso, me decía que mi marido tenía mucha suerte de tener ese culo tan dilatado para él. No le importaba besarme en la boca, quizá un poco sorprendido de que no me negase. Era un hombre bastante peludo y su polla incluso en reposo era considerable. Aunque el resto de su cuerpo era antiestético, no podía dejar de acariciarle la verga y el glande para que volviese a reaccionar.

Nos sentamos y me puse de rodillas para hacerle una mamada a Alonso. Mientras, Paco, el andaluz, se hizo con mi culo y lo levantó en pompa porque él ya se había recuperado. Ya estaba cansada de que me dieran tanto por culo, pero estaba demasiado centrada en aquella vergota adormilada. Por suerte Paco fue más considerado y fue introduciendo su polla poco a poco, disfrutando de la presión que le estimulaba y diciéndome maravillas de mi ano.

También Alonso estaba disfrutando de la mamada y su verga volvió a su apogeo. Gorda, grande, algo torcida, con el capullo esplendoroso. Quería que Paco terminara pronto para poder cabalgarle. Y Paco no tardó, pero unas manos frías me sujetaron por las caderas y me impidieron echarme sobre él. Me di la vuelta y vi a un jovencito alemán, lleno de granos, pecoso y rubio, delgado, con un palo alargado pero de poco grosor que me enculaba de un golpe con todo descaro. Alonso me torció la boca y me llevó de nuevo a su polla y no pude protestar. Por suerte aquel crío se corrió nada más metérmela y me di prisa en dejar mi culo en pompa.

Tenía el culo muy dolorido, pero me había propuesto follarme aquella polla madurita y grande. Todavía mi vagina no había probado verga alguna y pese a lo mojada que estaba me costó bastante irme sentando sobre aquella barra de carne, aunque conseguí que me ocupara por completo. Al principio le cabalgué con lentitud, dando círculos, disfrutando del placer que me estaba invadiendo y olvidándome del dolor de mi ano, pero fui aumentando de rapidez conforme me acercaba a otro orgasmo. Y me corrí y aún él no había terminado. Era lento para entrar en acción, pero luego se veía que no desaprovechaba su erección. Me despegué de él, pero me tumbó y me levantó un muslo y me penetró pese a lo cansada y satisfecha que estaba. Notaba su piel en mi carne aún temblorosa, sus gemidos, sus esfuerzos, las ganas con que arreciaba según iba acercándose a eyacular. Le pedí que se derramase en mi vientre y él, gentilmente, lo hizo.

Ya había anochecido y estaba reventada. Por suerte cada cual estaba por un lado y no había ningún tío cerca de mí. Le pedí a Alonso que no se alejara de mí para buscar la braga de mi bikini y para que me acompañara al hotel, pues aunque casi todos estaban en medio de su faena o tumbados durmiendo plácidamente desnudos en las toallas, yo no quería levantarme con resaca y recordando lo que había pasado. Alonso me dijo que perfecto, que así buscaba su bañador. Yo tuve más suerte que él y estaba a nuestro lado, pero él tuvo que ponerse un bañador ajeno al no encontrar el suyo, aunque eso sí, la cámara estaba allí.

A pesar del cansancio y de encontrarme sucia, le invité a pasar a mi habitación. Se había portado muy bien conmigo. Javier aún no había llegado. Ya más calmados hablamos un rato y le pregunté por su mujer y sus hijos y me dijo que estaban fuera este fin de semana para ver a sus abuelos. Era muy agradable y educado y sin darnos cuenta ya eran las tres de la madrugada. Me propuso darnos un baño y llenos de espuma volvimos a enrollarnos, aunque no quiso penetrarme. Me confesó que últimamente había tenido problemas de erección porque había estado tomando una medicación. Pero sus caricias y sus besos y mi cansancio me satisfacían lo suficiente.

Estaba tan destrozada que cuando recuperé la conciencia estaba la luz del sol en mi cara, acurrucada contra él, que me miraba y me acariciaba el pelo. Me tomó de la mano y me hizo ver que estaba empalmado. Antes de cabalgarle le enfundé un preservativo ahora que estaba más lúcida y me eché sobre ese cuerpo que de día me pareció incluso más lamentable que ayer. Aún así, volvimos a hacer el amor.

Cuando estaba duchándose y yo me vestía, llegó Javier, con evidentes síntomas de cansancio y de resaca. Oyó el ruido de la ducha y a Alonso cantando y supo lo que había pasado. No podía reprocharme nada porque a él le había pasado algo similar. Luego la situación no fue tan embarazosa cuando salió Alonso con su toalla y vio a Javier porque él era muy correcto y sus disculpas eran innecesarias. Nos pidió no perder el contacto y nos intercambiamos teléfonos. Algunos días después, de nuevo vueltos a la calma, yo le conté lo que había hecho y él sus aventuras. Por suerte para ambos la aventura no nos costó ningún disgusto, ni enfermedad ninguna ni embarazo para mí y podemos recordar esta aventura veraniega como algo irrepetible.

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