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Mi compañero de colegio me hizo ver estrellas

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Era el último año de bachillerato, yo tenía 18 años, y no sé cómo comencé a bromear en doble sentido con un compañero dos años mayor que mí, que tenía un cuerpazo de gimnasio y muy guapo de cara.

El punto es que de un momento a otro nos comenzamos a enviar mensajes de texto, y en uno de ellos él me dijo “¡qué no diera por probarte esas nalguitas ricas que se te ven en pants de deporte!”, y a mí me pareció una invitación directa a probar ese cuerpo que tantas pajas había inspirado; por lo cual le dije: “hoy a mediodía que salgamos de clase, no regresemos por la tarde, y nos vamos a mi casa”, a lo que él solo me contestó: “OK ;)”

Toda esa mañana (había recibido el último mensaje de texto a las 8 am), pasé con una sola idea dándome vueltas en la cabeza: ser la hembrita de mi compañero de clase, disfrutar al máximo ese cuerpazo de macho que él tenía, y entregarme a su merced para que me diera por donde la gana le diera.

Cuando llegó mediodía, él se despidió de su hermana -que estudiaba en el mismo colegio- y le dijo que se iba ver con la novia (que yo ya sabía que existía, pero esto lo hacía ver más sabroso al chavo, el que fuera hetero curioso), y que se iba a “saltar” clases. Yo pedí permiso a los profesores de la tarde, inventando que tenía que ir a una cita médica, pero que iba intentar regresar temprano. Inmediatamente nos fuimos rumbo a mi casa.

Al llegar, abrí con sumo cuidado de no despertar curiosidad entre los vecinos, y le dije a Mateo que entrara. Al estar dentro -como buen anfitrión, y para cumplir con un rol de hembrita- busqué un par de sopas instantáneas, preparé refrescos y serví la mesa. Después de comer, le dije que viéramos televisión, que se pusiera cómodo, y él ni lento ni perezoso se quitó la camisa del uniforme y se quedó solo en una desmangada, que me permitía ver sus brazos trabajados en el gimnasio y el vello de las axilas. Viéndolo así se me hacía agua la boca, de tener tremendo semental en mi sala. Me dijo: “estaríamos más cómodos sin el uniforme, no?” y procedió a quedarse solo en boxers, dejándome a la vista un cuerpazo que ya hubieran querido degustar todas mis compañeras de aula; pero que en esta ocasión sería solo mío. “Dejame verte ya sin ropa las nalguitas”, me dijo, y yo obediente me quité toda la ropa. “Te has portado muy mal, te merecés unas nalgaditas”, continuó, y me haló del brazo hasta colocarme acostado sobre sus piernas, con su pene a la altura de mi rostro; comenzó a sobarme las nalgas, y de vez en cuando me daba pequeñas palmadas, lo cual me estaba excitando a tope; yo comencé a mamarle el pene, aprovechando la posición, y él gemía de placer y me daba más fuerte las nalgadas. Llegó a un punto donde me dijo: “no, Francisco, ya no aguanto, te la voy a clavar para probarte las nalguitas ricas”, y me puso sentado sobre su pene y mi rostro frente al suyo. “Solo lo he hecho una vez, tratame con cuidado”, le dije; “no te preocupés, tu hombre te va hacer el amor y después me vas a pedir que te siga cojiendo”, contestó.

Fui por un bote de crema para lubricarme bien la colita, y él sacó una cajita de condones, se lo puso y me volvió a sentar sobre su pene. Debo reconocer que esta posición es sumamente ventajosa para el pasivo, ya que le permite introducir por etapas el pene en su recto. “Despacito”, le dije, y él me contestó dándome uno de los mejores besos que he probado en mi vida. Así con la boca ocupada no pude más que pujar cuando iba introduciendo toda su barra de carne caliente, y cuando lo tuve todo dentro comencé a moverme hacia arriba y abajo, sacando su pene de mi culito hasta la mitad y luego volviéndome a ensartar completo; luego me movía de forma circular, haciendo que la cabeza de su pene tocara todas mis paredes intestinales. Él sudaba y decía: “qué rico!, esto es mejor que cojerse a una mujer”; y claro, yo me sentía orgulloso que mi macho estuviera gozando de esa manera.

Después me dijo que quería ponerme “de torito”, y nos fuimos a mi cama; ahí me comenzó a besar y masajear de nuevo las nalgas, hasta que comenzó nuevamente la penetración. Esta vez fue más rápido debido a lo dilatado que tenía mi culito a estas alturas; pero cuando llegaba al fondo y luego la sacaba para meterla de golpe, ufff, eso era algo indescriptible. Este compañero debía tomar algún tipo de suplemento o energizante, no sé, porque tenía unas energías imparables. No miento cuando les digo que pasamos en el mismo polvo cerca de 40 minutos, llegando al punto de tirarme sobre la cama y él encima mío, usándome como un trapo, viéndome como a una puta que había que clavarse bien para que se le quitaran las ganas de sexo (y sí que me sentía calientísimo como puta); pero como todo lo bueno acaba, me avisó que se iba venir. Yo le pedí que me echara el semen en la cara, quería probar lo que tantas veces había visto en el porno del internet, y así lo hizo él. Solo cerré la boca, porque tragarmelo lo quería, pero sí me hizo una mascarilla completa con su leche espesa y calientísima.

Nos fuimos al baño y ahí empezó nuevamente a besarme y tocarme, hasta que me “arrinconó” en la esquina del baño y me dijo: “te toca de nuevo”, y me la metió de golpe. Me cogió de pie en el baño, haciéndome ver estrellas de lo rico que es esta posición; me masturbó para que pudiera venirme, y me dijo que lo haríamos juntos, que quería saber si era cierto que un hombre “apretaba” las nalguitas al estar eyaculando. Después de unos quince minutos, le avisé que iba terminar, y me dijo que se apresuraría para hacerlo él también, comenzó a darme cachetadas fuertes en las nalgas y a decirme toda clase de suciedades: “sos una puta golosa, que solo piensa en pasar cojiendo día y noche” “te voy a usar como a mí me dé la gana, porque sos mi zorra” “¿te gusta mi palo, verdad? Así les pasa a todas, se quedan enamoradas de él cuando lo prueban”; con todo eso me calenté aún más y comencé a eyacular, atrás mío solo oía que él gemía más fuerte, y decía “¡ricoooooo!”, mientras sentía su lechita calientita en mis entrañas, llenándome de viscosidad el intestino. Se salió de mí, pero comenzamos una sesión de besos y abrazos, de caricias, que nunca imaginé él fuera capaz de hacer (sabiéndolo “hetero” y con su pinta de “macho duro”).

Cuando nos dimos cuenta ya eran las 4 p.m. -hora que normalmente salíamos de clases- y mi hermano retornaría a casa en unos 15 minutos; por lo cual nos vestimos y quedamos de no contar nada a nadie. Yo quedé dos días con escozor en mi trasero de la gran cojida que me había dado Mateo, pero a partir de ahí fuimos los compañeros más cercanos, todo lo hacíamos en equipo, y más de una vez volvimos a tener sexo juvenil, desenfrenado. Lastimosamente el siguiente año nos graduamos y a él sus papás lo mandaron a estudiar a Cuba, y por eso perdimos comunicación. Actualmente estoy casado y recuerdo añorablemente mis años de colegio, recordando todas las locuras tan deliciosas que Mateo y yo hicimos.

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