Nuevos relatos publicados: 7

INCURABLE CORAZÓN - (Capítulo Segundo)

  • 5
  • 5.141
  • 9,50 (2 Val.)
  • 0

La petición

 

Para las diez y media de la mañana, Natalia ya había atendido a más de una docena de pacientes. Entre uno y otro se tomaba un descanso de diez minutos para revisar su celular, escribir algo o leer. Tenía pensado entrar a una residencia de otorrinolaringología y para ello debía estudiar bastante. El problema estaba en la falta de tiempo: trabajaba todo el día y apenas tenía horas para descansar. Así que astutamente empezó a utilizar la consulta para el estudio. Su filosofía personal lo aprobaba: si los viejos van a morir, tres minutos más o tres minutos menos no hacen diferencia.


Estaba en eso, revisando un tratado de anatomía, cuando de pronto la puerta fue azotada por unos golpes estremecedores. Natalia se levantó de un brinco. ¿Quién era?


Se acercó apresuradamente y abrió. Del otro lado había un hombre alto y delgado que vestía un uniforme azul: era policía. A un costado, esposado y fuertemente amarrado había un muchacho de estatura mediana, robusto, de piel morena, cabello oscuro y ojos verdes. Tenía el rostro herido y le sangraba el hombro.


-¿Qué pasó?-exclamó aturdida, y enseguida agregó:- Yo no me encargo de esto. Para eso está emergencia.


El policía la observó con detenimiento. Esperó a que terminara de hablar y entonces respondió:


-Buen día. Soy el oficial Rodríguez. Usted tiene razón, pero por algún motivo me derivaron con aquí. Ya hice todo el papeleo en la entrada.


Natalia frunció el ceño. ¿Quién le había mandado a un delincuente? ¡Lo que le faltaba para completar la mañana perfecta! Seguramente era una broma de una de las internas o del jefe de emergencia. Era eso.


Dudó unos segundos. Debatió seriamente si aceptar o no, pero finalmente llegó a la conclusión de que lo mejor era atender a ese desgraciado. Lo revisaría rápido y punto.


-Adelante-murmuró.


El policía agradeció con la cabeza y entró. El delincuente, absortó en sus pensamientos, ojeó a la chica de arriba abajo. Sus ojos brillaban con fuerza.


Los dos hombres recorrieron el consultorio muy pausadamente. Natalia, mientras tanto, aceleró el paso: se sentó detrás del escritorio y apartó un par de papeles que allí habían. Levantó una ceja, puso los ojos en blanco y se acomodó su cabello.


El policía se paró detrás del detenido, quien se sentó muy tranquilamente en una silla frente a la doctora. Se produjo un leve silencio, interrumpido tímidamente por el tictac del reloj de pared. Nadie emitía sonido alguno. Solo se observaban con atención.


-¿Y bien?-inquirió Natalia seria-¿Qué pasó?


El joven abrió la boca para hablar, pero el oficial se interpuso:


-Es Michael. Tiene veinticinco años.


Natalia arqueó una ceja. Se mordió el labio inferior con impaciencia. El oficial continuó:


-Tuvo una discusión con sus compañeros de celda, y lo hirieron. Decimos traerlo.


La doctora se incorporó y se inclinó sobre el escritorio.


-¿Dónde te hirieron?


Las heridas eran por demás evidentes, pero Natalia quería que Michael hablara y que dejara de estar como un zombi mirándola.


El muchacho giró la cabeza, observó a su vigilante con asco, y retornó la vista hacia la chica que tenía enfrente.


-Aquí-susurró.


El delincuente se levantó la camisa y dejó al descubierto una herida corto punzante en el hemiabdomen izquierdo. Una gasa (mal puesta y toda manchada) cubría gran parte de la zona.


Natalia se terminó de incorporar, rodeó el escritorio y se colocó a un costado del paciente. Lo examinó con superioridad.


-Acuéstate boca arriba-le dijo gritando-Así no veo nada.


Michael asintió y se levantó. En ese instante, el celular del policía sonó.


-Vengo enseguida-aseguró serio, y se retiró, cerrando la puerta con violencia.


El muchacho se recostó en la camilla mirando hacia el techo. La doctora quedó inmóvil: estaba sola con él, pero no tenía miedo. No sabía que le pasaba, pero algo le atraía. Es lindo, pensó, de eso no hay dudas.


Suspiró. Se colocó guantes, y se dispuso a curarlo.


-Me tienes que ayudar-murmuró en un instante Michael- Te necesito.


Natalia se corrió unos pasos para atrás, temerosa.


-Me están buscando, y necesito escapar-prosiguió el muchacho- Por favor, te necesito.


La doctora negó con la cabeza. Jamás iba a hacer algo semejante, estaba contra sus principios.


-Por favor, doctora. Sé que eres buena, y estoy en peligro. Mi mamá lo está. Por favor, ayúdame a escapar. Nadie se enterara. Ayúdame.


Pum. La puerta del consultorio se abrió de golpe.


-¿Qué pasó?-le preguntó el policía a la doctora- ¿Te estaba acosando?


Natalia permaneció en silencio unos segundos.


-Hay algo más-dijo ella al fin. Alternó la mirada entre el policía y el delincuente. Inhaló- Michael debe ser internado.

 

 

(9,50)