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Desde que tengo memoria quise follar a mi tía Isabel
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Tiempo de lectura: 6 minutos

Hace tiempo concurrí con mis padres al cumpleaños de mi tío Mario.

La idea de mi tío era que concurriera con mi novia, pero esta a último momento tuvo un problema familiar que le impidió acompañarme y tuve que resignarme a una forzosa y aburrida soledad.

Pero por otra parte no era algo tan funesto. Estar solo me permitiría disfrutar a destajo mirando a mi tía Isabel que sin dudas estaría espléndida una vez más.

Porque desde que tengo memoria quise follar a mi tía Isabel.

Tan antiguo era ese sueño, que puedo decir sin lugar a dudas que sus piernas fueron mi primer objeto de deseo.

Les cuento.

Isabel, por ejemplo, se ha caracterizado siempre por vestir sus piernas con finas medias especialmente elegidas para realzar la monumental belleza de las mismas.

¿Cómo describirlas?

Son perfectamente torneadas y su longitud se acrecienta por esos zapatos de excelente gusto y fino tacón que invariablemente utiliza.

A veces utiliza medias negras, otras veces las elige blancas, y los zapatos son siempre al tono como una exuberante muestra de buen gusto.

Probablemente conocedora de su estética, las faldas menos osadas le quedan unos 10 centímetros por sobre sus rodillas. Y sus camisas o vestidos son entallados para que los tipos como yo puedan soñar con los senos redondos que cobijan.

Isabel es rubia, muy rubia. Su pelo cae hasta los hombros y acompaña todos sus movimientos con una gracia cautivadora.

Y ahora, a los 40 años mi tía política es una verdadera hembra que merece vivir para ser follada sin descanso.

Pero claro. Yo solo tengo 20 años y encima soy su sobrino por lo cual Isabel fue siempre un objetivo inalcanzable.

Recuerdo que cuando la vi por primera vez no pude resistir soñar con ella en la soledad de mi cama. Fue una obsesión enfermiza.

En cuanta reunión familiar hubiera no podía despegar mis ojos de ella. Y mis novias siempre fueron malas copias de su imagen y semejanza. Claro, no existiría otra igual por más que me esforzara en buscarla.

Pero volvamos a la fiesta de cumpleaños de mi tío.

Les decía que, completamente abandonado a la soledad, no me quedó más remedio que sentarme en un lugar apartado del bullicio para beber sin perder detalle.

Habría unos cien invitados y la gran casa estaba decorada con esmero para hacer de la fiesta algo inolvidable.

Una casa grande, de dos pisos, con jardín y piscina, toda ella construida para ser disfrutada en fiestas como esa.

¡Y las mujeres! ¡Que mujeres! Estaban verdaderamente atractivas a pesar de su mediana edad. Es que las mujeres se refinan con la edad. Y para mi gusto, el refinamiento es más valioso que la juventud.

Pero de todas ellas, mi tía Isabel se llevaba lejos las palmas.

Desde mi sitio preferencial, que me permitía observar todo pasando inadvertido, no quitaba los ojos del cuerpo de Isabel. Esta vez se había pasado con esa falda ultra corta. Y como hacía calor, llevaba sandalias de tira muy fina y tacón aguja que me calentaban doblemente porque me imaginaba chupándole dedo a dedo sus uñas prolijamente pintadas de color rojo.

Al principio todo muy formal. Saludos, charlas de grupos, en fin, lo usual.

Me acomodé con un whisky como quien espera ver Inglaterra-Argentina por Tv en directo desde Wembley instalado en el salón de su hogar.

Más tarde empezó el baile.

Y merced el tiempo pasaba, la fiesta se hacía cada vez más loca en la medida que el alcohol corría como un río desbocado en las gargantas de los invitados.

Segundo whisky.

Mi tío Mario era uno de los que más daba señales de que su borrachera esa noche alcanzaría niveles estratosféricos.

Isabel solo bebía champagne del mejor. Una vez había escuchado de sus labios que era la única manera de evitar las incomodidades del día después.

Todos bailaban frenéticamente y sus movimientos cargados de alcohol eran cada vez más desprolijos.

Noté que algunas mujeres perdían la línea, porque de tanto en tanto me regalaban un involuntario vistazo de sus senos escapándose de breves vestidos sin sujetador.

Otras se dejaban manosear por sus acompañantes emitiendo como única oposición una risa descontrolada y permisiva.

Hasta mi tía, por un instante, encendió mi polla al mostrar una braguita hilo dental blanca profundamente metida dentro de sus durísimos y redondos muslos, cuando un invitado, que no era mi tío Mario, la acarició sin vergüenza.

Y mi polla creció aún más cuando noté que a consecuencia de esa acción, la cara de mi tía se transformaba en la de una vulgar puta en celo.

Eso para mí fue una señal para rechazar mi tercer whisky. Porque de pronto comprendí algo:

Si podía mantenerme sobrio para cuando todos en el lugar sucumbieran, tal vez obtuviera más que una solitaria y monumental paja recordatoria del evento.

Así que esperé. Y con mucha paciencia china, seguí mirando.

Pasaron unas dos horas y noté que algunas parejas ya se metían mano sin descaro en sitios oscuros.

Otras se marchaban de la fiesta tan calientes que era fácil predecir que follarían en el auto antes de llegar a destino.

No los aburriré con detalles.

Ya entrada la madrugada, mi tío Mario dormía patéticamente la mona en un sillón con el brazo estirado y sin soltar de su mano una botella semivacía de ron. Un rato más tarde, la música se apagó y ningún invitado, excepto yo, quedaba en el ya silencioso lugar.

De pronto caí en cuenta que mi tía Isabel tampoco estaba en la habitación y me levanté de mi sitio para buscarla.

Recorrí sin suerte tres o cuatro habitaciones y la cocina quedándome solo por buscar en el jardín al que salí despreocupadamente.

Solo unos pasos más allá de la puerta, una visión me dejó paralizado.

Mi tía, de rodillas, mamaba la polla de un hombre al que reconocí de inmediato como el que le había echado mano durante la fiesta.

Ella estaba significativamente borracha. Mamaba como todo hombre desea que una hembra se la chupe. La tragaba completa en su garganta. El hombre, apoyaba su espalda en un árbol y bebía una copa, mientras que con su mano libre empujaba la cabeza de mi tía con un movimiento despreciativo y lento de vaivén.

Noté cuando el hombre acabó por su expresión de placer y sus palabras "Eso putita, eso, trágala toda".

Un hilillo de semen corría por la comisura del labio de mi tía y ella lascivamente pasaba su lengua para saborearla en su boca.

Mi odio no tenía límites: El muy granuja, seguramente amigo de mi tío Mario, se me había adelantado.

Pero me contuve y seguí observando.

Una vez acabado, el tipo la levantó y la besó en la boca mientras subía su falda hasta la cintura.

Una vez más sentí mi polla reventar cuando la tanguita de Isabel quedó al descubierto y el tipo, apenas apartando el hilo dental, la penetró con un instrumento impresionante, levantándola literalmente del suelo.

La tomó de sus nalgas con ambos brazos y la sacudió con tanta violencia que mi tía apenas pudo ahogar sus gritos de placer orgásmico.

Luego la bajó y ella mansamente se arrodilló de nuevo a limpiar con la lengua esa asquerosa polla.

"Eso putita, pasa la lengua así, así mamita", decía el maldito. Y mi tía obedecía.

No sé qué tiempo pasó, hasta que, al fin, mi tía acompañó al fulano hasta la puerta de salida.

Desde mi escondite pude apreciar que el andar de mi tía era vacilante por el alcohol. Y que su belleza estaba potenciada.

Cuando la puerta se cerró, la seguí con la mirada.

Ella se sacó el vestido, quedando solo cubierta por su tanguita y sus sandalias doradas de tacón y dejando al aire unos senos de bisturí que semejaban los de una veinteañera por su perfecta redondez.

Era la primera vez que veía a Isabel desnuda y lo que tenía ante mis ojos superaba largamente cualquier imagen que mi imaginación onanista hubiese creado en la soledad de mi cuarto.

Fue entonces que decidí salir de mi guarida en las sombras.

Ella estaba tan embotada por el alcohol que apenas se sobresaltó.

"¡Marcos!", me dijo apenas sobresaltada.

"No sabía que aún estuvieras en la casa."

Isabel, en su borrachera, no tenía conciencia de su desnudez. Permanecía a duras penas de pie en el centro de la estancia sin atinar siquiera a taparse con las manos.

Tardé casi un siglo en recorrer silenciosamente los escasos pasos que me separaban de ella.

La visión que me regalaba era perturbadora.

Al fin ella quedó distancia de mis manos y la tomé de su culo.

"¿Marcos! ¿Qué hacés? Tu tío…??!"

Tomé sus caderas y acerqué mis labios a los suyos. Su lengua no se resistió y nos fundimos en un lascivo beso.

Yo comencé a acariciar su culito y a chuparle el oído, mientras le hablaba en tono muy bajo.

"Vamos tía, voy a hacerte mí puta. Quiero regalarte toda la leche que guardo desde que te conozco".

Ella intentaba separarse y me decía con terror, pero en voz muy baja, como si supiera que lo que acontecería era imparable:

"No Marcos… No por favor… No me hagas el amor. No puedo… soy la esposa de tu tío".

Y yo no pude evitar decirle:

"Vamos putita, sé cómo te gusta mamar pollas, he visto tu arte. Tendrás que chuparla muy bien para comprar mi secreto".

Supongo que ella se rindió a lo inevitable, porque nuevamente se hincó pero ahora era mi polla la que mamaba llevándome en cada segundo, un paso más cerca del infierno.

Cuando ya mi polla estaba a reventar, la detuve.

Quería llenar su coñito.

Por un momento tuve la vívida visión de verla preñadita de mi leche y mintiéndoles a todos, inclusive a mis padres, sobre el origen de su pancita.

La senté en el sofá, y sin quitarle las sandalias procedí delicadamente a bajarle la braguita.

Luego alcé sus piernas por arriba de mis hombros e introduje mi dura tranca en esa conchita ya muy lubricada por leche ajena.

Creo que Isabel se olvidó que el que la estaba follando era su sobrino. Sus movimientos eran sensuales y de su boca escapaban gemidos de placer apenas audibles.

Yo no quería que el momento acabara nunca.

Fue la follada más larga que aún hoy recuerde haber tenido jamás.

Hasta que exploté y sentí mi leche caliente inundar su cuevita.

Tardé interminables segundos en desagotarme. Y ella acabó conmigo todo el tiempo.

Encima, cuando la saqué, me la volvió a chupar.

¡Qué cuerpo fenomenal estaba haciendo mío! De solo verla me empalmé otra vez.

Pero ahora iría por su culito.

No necesité lubricarlo. Mares de semen viajaban canalizados por su cola. Solo hice un empujón y la mujer, que hasta hace un rato era mi tía, tuvo cargada mi tranca totalmente dentro de su recto.

Y allí la volví a acabar.

Mientras lo hacía, con ella en cuatro patas y yo arrodillado en el sofá, contemplé compasivamente a mi tío que seguía inconsciente en el sillón ¡Pobre borracho cornudo! ¡Que patético era! Solo un infeliz podía preferir el licor a una hembra tan puta como su esposa.

Yo le había perdido el respeto.

Una vez que me relajé, mi tía se acostó en el sillón.

Mientras se dormía, yo pasé mi lengua por todo su cuerpo y chupé uno a uno los dedos de sus pies y las tiras de sus sandalias.

Y cuando ya exhausta cayó dormida, no pude contenerme y la cogí una vez más, y una vez más la llené de leche.

Al acabar me di el lujo de decirle "putita eres mía" al oído.

Solo entonces, me vestí, la tapé pudorosamente con una frazada que busqué en su alcoba y con el sol asomando en el horizonte, regresé caminando a mi casa, jurándome a mí mismo que no sería la última vez que Isabel sería mía.

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