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Una mujer enfurecida

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Sonia estaba rabiosa, y eso era algo que estaba muy claro para su compañera de apartamento, que muy juiciosamente había decidido irse al cine esa tarde, aunque no supiese ni lo que proyectaban... Nuestra protagonista lanzaba improperios en un tono tal que podrían ofender a un sargento chusquero, mientras rompía con saña fotografías en pedazos tan diminutos que podrían pasar por confeti. Obviamente, en esas fotografías aparecía el retrato de un hombre. El que hasta hacía un par de horas había ocupado su corazón. Sonia podía dar el tipo de una muchacha dulce y alegre incapaz de matar una mosca, pero tenía un genio que, en las pocas ocasiones en que asomaba, era como un tsunami arrollador e incontenible.

¿Cómo es Sonia?, se preguntarán. Pues una joven de 24 años, pelirroja natural y lo que podríamos llamar una belleza atemporal. De larga y rizada cabellera con los colores del otoño y de una puesta de sol, los rasgos suaves en los que conservaba parte de su candor infantil, matizados por las alteraciones o sea de una mujer adulta en su plenitud vital. No era muy alta, cosa de 1.60, y era tal vez un poco demasiado delgada. Sin embargo su cuerpo era del tipo que volvía locos a aquellos obsesos por el actual patrón de belleza de Hollywood, de mujeres demasiado delgadas pero dotadas de unas curvas superiores a lo que su peso parece demandar. Solo que en el caso de Sonia no se trataba de una serie de pasos por el quirófano, sino a la madre naturaleza. Su vientre plano y trasero firme, gracias al aerobic y los ejercicios gimnásticos. La piel suave y clara, que no había conocido más que una vida de comodidades y dulzura.

Pero en el momento que nos ocupa, sus ojos verdes no prometían una serie de dulces placeres a quien compartiese el espacio con ella, ni sus bien torneados muslos incitaban a acariciarla con tierna pasión. Estaba iracunda, furibunda, y de vez en cuando chillaba como una posesa. Porque han de saber una cosa de Sonia. Bellísima e hipermimada toda su vida, había tenido todos los hombres en los que su capricho que había fijado solo con una mirada o un gesto. Por aquel entonces Sonia no conocía el amor más que por el cine o relatos de terceras personas. Nunca lo había sentido, solo disfrutaba de las atenciones de su pareja de turno, sobre el que más sentía un sentimiento de propiedad que de afecto. Y ahora, le habían robado su propiedad. Y no podía entenderlo... ella era divina, delgada, pluscuamperfecta, y el que desde hacía cuatro meses era su novio, un joven abogado con el cuerpo de un Adonis, le había dejado por una, por una... GORDA. Por una mujer diez años mayor que ella, con gafas, sobrepeso, y de una vulgaridad ramplona. El amor era ciego, decían. Y cuando Sonia estaba notando subir su ira, tras preguntar el por qué... el que había sido su amante le había dado lo que no deseaba, una respuesta sincera

Le había confesado que a nivel físico era divina, pero que se había dado cuenta que había mucho más que eso en una relación duradera. Que era tan caprichosa como bella, tan voluble como fascinante, tan egoísta como aterciopelada. En definitiva, que su interior no estaba a la altura del envoltorio que lo rodeaba. Y eso la había puesto muy furiosa, más de lo que podía describirse con palabras. Su rabieta duraba largo rato, y comenzaba a estar exhausta. Se encontraba semidesnuda, cubierta solo por un par de diminutas braguitas de algodón blanco, con una camiseta rosa que dejaba su divino abdomen al aire. Había desgarrado prendas que él le había regalado, roto regalos, destripado almohadones, y ahora estaba de rodillas en medio del estropicio, jadeando, buscando un medio de disipar esa ira que amenazaba con hacerla reventar como una olla a presión.

Y de repente se dio cuenta de cómo lo haría. Quería sentirse no solo deseada y deseable, sino la Reina. Entrar en un local de moda y hacer que todos los hombres la deseasen. Que la mitad de las mujeres se convirtiesen en lesbianas por una noche. Que el resto de las mujeres la envidiasen a rabiar, que sintiesen la misma ira que ella sentía en ese momento. Sí, iba a demostrarse a sí misma que su ex había perdido la oportunidad de su vida, que se acurrucase contra la señorita culo gordo mientras ella se exhibía como lo que era... una mujer perfecta. Así que, ignorando el estropicio montado, se lanzó hacia sus armarios en busca del "equipo de combate" más devastador que su ciudad hubiese conocido. Rebuscó entre esas ropas que, bien había comprado por aburrimiento, o alguno de sus novios le había regalado. Prendas que no se había puesto nunca en un lugar público, solo en medio de jueguecitos sexuales. Tardó un buen rato en decidirse, su guardarropa era amplio. Le sirvió para soltar algo de presión y centrarse un poco.

Optó por una minifalda de tela metalizada, que más podía considerarse un cinturón ancho. Dotada de cremalleras laterales, podía dejar absolutamente toda la piel de sus muslos al descubierto. Una camiseta de tiras, que apenas cubría sus senos, y además dotada de tres "rotos" estratégicos. Y la pensaba llevar sin sujetador. Un tanga de color eléctrico debajo de la falda... Medias... no. Y unas sandalias blancas de tacón de aguja, con unas cintas que se anudaban alrededor de la pierna hasta casi las rodillas. Un maquillaje exagerado, con una fuerte sombra de ojos y el producto más eficiente del mercado para alargar y destacar sus pestañas. Lápiz labial rosa, con destellos. Algo de colorete. Se miró en el espejo... Nunca en la vida se le había ocurrido salir así a la calle. Esa noche iba a cruzar una línea. Y pobre del que se cruzase en su camino.

Tomó un bolsito en el que apenas entraban sus llaves, y salió al pasillo. Mientras esperaba al ascensor, la vecina cotilla de turno apareció, con la excusa de siempre de pasear a su perrillo, del que Sonia sospechaba tenía sarna o algo peor. La Señora Matilde fingía ser más cegata y sorda de lo que ya era de por sí, mientras se dedicaba a su afición número uno. Fisgar en las vidas de los demás. Habría oído sin duda los ruidos provenientes de su apartamento, y ahora salía a ver si se enteraba de algo del motivo de su aflicción. La anciana procuró disimular su sorpresa ante el atuendo y la actitud de su vecina, acercándose a ella para tomar juntas el ascensor. El perro, con mejor juicio que su ama, se apartó de Sonia todo lo que le permitía la correa. "Vaya, Sonia, que arreglada estás. ¿Vas a salir con alguien esta noche?". La respuesta desabrida y cortante de la joven la pilló desprevenida por completo. "Pues sí, querida vecina. Lo que aún no he decidido es quien será y si será uno o un grupo. Lo que puedo garantizarle es que para cuando amanezca un nuevo día, habré follado más que usted en toda su triste vida". La anciana señora Matilde, viuda de un fogonero de la RENFE, no daba crédito a sus oídos, la boca abierta en una grotesca mueca. El ascensor llegó a su planta, anunciándose con un "Ding!!". "Y será mejor que espere aquí con el chucho a que baje primero, porque como entre conmigo en el ascensor con esa cosa y me roce un milímetro de la pierna, lo ensarto con mis tacones. Como que no hay Dios". Así Sonia inició lo que iba a ser la más loca noche que había vivido hasta el momento. Lo sabía, y lo deseaba. El perro gimió mientras la puerta del ascensor era cerrada con un sonoro portazo, y la señora Matilde vio confirmada su impresión de que la juventud estaba endemoniada.

Sonia poseía un Porche descapotable, regalo de su padre cuando se graduó en la Universidad. No era uno de los modelos de gama alta... pero seguía siendo un deportivo descapotable de marca. Arrancó quemando llantas, y enfiló la ruta hacia una de las discos de moda de las afueras. En cierta manera la señora Matilda estaba en lo cierto, se encontraba posesa. De furia, de orgullo herido, de ganas de demostrar a la noche y a ella misma quien era la mejor, las más guapa, la más deseable. Apretó la palanca de cambio deseando que fuese el glande de su ex, para poder arrancárselo y dárselo de comer a las ratas. Tal era su ira, que no reparó en semáforos ni señales de tráfico. Tras saltarse un peligroso stop, ya en las afueras de la ciudad, Sonia reparó en las luces de un coche de la Guardia Civil de Tráfico que le indicaba el arcén. Al principio Sonia se enfadó más, pero la situación parecía sacada de un relato erótico, y su faceta de "femme fatale" disfrutaba de las posibilidades que ello le ofrecía. Así, detuvo su vehículo en el arcén, y se reclinó en el cómodo asiento de cuero, pasando un brazo por el reposacabezas del asiento del acompañante.

Era una de las nuevas patrullas unipersonales, y un agente de unos 30 años se acercó con cautela a su lado. Obviamente le costaba creerse lo que veía, pensando que debía ser una broma de sus compañeros, o tal vez un programa de cámara oculta. "Buenas noches, señorita". Tragó saliva con dificultad, mientras su mirada recorría el cuerpo que se ofrecía ante él. Debía ser una trampa de alguna clase... que piernas... no parecía llevar bragas, debían ser diminutas en todo caso. Que rostro, que melena... Reclinada, parecía una imagen de poster central de playboy. Sintió como las palabras se le atascaban en la garganta. Sonia disfrutó con el efecto que su imagen tenía en aquel policía. La carretera solitaria en la noche, la luna en lo alto del cielo.

"¿He hecho algo malo, señor agente?". Una mirada cómplice de Sonia, recorriendo el cuerpo del policía de arriba a abajo, deteniéndose en la ingle. "¿Acaso va usted a detenerme?". El pobre hombre no se lo podía creer, debía ser algo de la tele o así, pero no podía haber ningún equipo de apoyo cerca. De todos modos no pensaba coherentemente. Era un hombre en la flor de la vida, soltero y necesitado de compañía femenina. "Este pedazo de zorra no lleva sujetador, Dios mío". Sonia asomó brevemente la puntita de su lengua por entre sus pintados labios. El policía estaba al borde de la apoplejía, y no se sabrá nunca lo que podría haber pasado, ya que una llamada de radio requirió la presencia del agente en un accidente en el centro urbano, donde un coche había quedado cruzado en la calzada, creando un caos de tráfico. "Dis...disculpe señorita. Tenga m, más cuidado la próxima vez... se lo ruego".

Sonia se sentía algo defraudada, aunque las oportunidades no iban a faltarle y lo sabía. "Agente, ¿acaso no va a esposarme?". El hombre estuvo tentado de mandarlo todo al garete y perderse con ese bombón salido del infierno, pero su profesionalismo se lo impidió. Eso a Sonia no le causó sensación de fracaso, apreciaba los esfuerzos que su víctima estaba haciendo para sobreponerse. Pero ni un Santo podía con Sonia desatada. "Señorita, el deber me llama, pero si quiere esperar, o podemos quedar en otro sitio...estaré más que encantado de ponerme a su servicio". Sonia maulló complacida. "No va a poder ser cariño, el cuerpo me pide marcha AHORA".

El agente comenzó a sentirse fuera de sí, perdía su oportunidad. "Escucha, ahora se debe estar montando un atasco de puta madre, debo irme... pero si me esperas te haré de todo, nena, déjame ser tu esclavo, o lo que sea que busques... porque así vestida y en ese plan te vas a meter en un buen lio. Yo puedo darte lo que buscas...". La emisora repitió su ruego de auxilio.

"Lo que ocurre, cariño, es que como bien has dicho, busco meterme algo en el cuerpo. Ve, te esperan. Pero como has sido tan amable, te daré algo para que me recuerdes...". Y diciendo esto, se alzó la camiseta, de modo que su busto quedó al aire, ante la atónita mirada del hombre. Un pecho terso y firme, de suave piel blanca y aureolas sonrosadas. Sonia echó hacia atrás la cabeza, mientras la tela del pantalón del sufrido agente se estiraba ante las necesidades de espacio de su pene. Las manos de Sonia tomaron sus pechos por la base, alzándolos para deleite del policía. O para su tortura, ya que la radio, enfurecido el tono, requería el recibido del número de la Guardia Civil. Sonia se despidió de él con un beso, y retomó su marcha.

El garito que nuestra heroina había escogido para su noche más salvaje era una macrodisco de moda, con cola para entrar en un viernes por la noche. El garaje estaba atestado, pero sin vacilar Sonia aparcó su vehículo en una plaza reservada al personal laboral. Bajó de su auto mientras un gorila se acercaba a ella. Un mulato con aspecto de defensa de futbol americano, creía estar ante otro bombón con derecho a todo... aunque vaya chochito. Un hueso duro de roer para Sonia, uno de esos tipos estaba ya pasado de ver tias buenas vestidas como zorras y comportandose como zánganas. Cuando el portero estiró la mano para señalar la señal de reservado y pedirle que se largara, con la mayor autoconfianza Sonia depositó sus llaves en la mano del gigantón. Este se quedó cortado y sorprendido. "Gracias por ofrecerte a aparcarmelo bien, creo que he pisado algo la raya. Dejalas bajo la visera cuando termines". Y enfiló la puerta de la disco, dejando al no muy brillante hombretón digiriendo lo que había ocurrido. Una buena cantidad de persona esperaban en una nerviosa cola ante la puerta. Gentes bien vestidas y adineradas, profesionales jóvenes que deseaban impresionar a sus ligues pero que aun así debían esperar. Bellezas y bellezones, enfundadas en cantidades variables de cuero, licra y latex. Belleza natural, cuerpos de gimnasio, mejoras de quirófano... allí se juntaba todo eso, y mucho más.

Sonia, simplemente, caminó en linea recta hacia la puerta. Hacia el cordón rojo. Cuatro individuos ordenaban el asunto de la entrada, aunque uno se encontraba ocupado, apartando de la cola a un cocainomano demasiado impaciente que se había quejado en voz alta, diciendo que era hijo de un concejal. Poca cosa en ese antro. Sonia caminó contoneando las caderas, sin mirar a su alrededor, la vista fija en el que obviamente era el jefe de los porteros. Su mirada no se apartó de él ni por un instante, ni siquiera ante los comentarios de " ¿a donde se cree que va esa tia ? proferidos por algunas féminas verdes de envidia. "¿ A donde te crees que vas ?", preguntó el hombre. "Adentro", fue la sencilla y veraz respuesta de nuestra chica. "El mundo no esta preparado para tí esta noche, pero adelante, guapa...". El portero jefe era un hombre de mundo. ya tenía un buen curriculum en ese puesto. Sonrió a nuestra decidia protagonista, y separó personalmente el cordón que separaba el ambiente del interior de la aburrida cola. Se escuchó un susurro airado de mujer. "Haz algo, se esta colando por la cara". Su acompañante intentó protestar... pero Sonia giró la cabeza y le miró, sin dejar de caminar. No hubo réplica. Solo temblores involuntarios en aquel pelele, mientras la asiática enfundada en un traje de Chanel que le acompañaba fulminaba con la mirada a Sonia. Esta simplemente la ignoró.

A continuación entró en la Discoteca...

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