Nuevos relatos publicados: 13

¿Por qué lo llaman sexo cuando quiere decir amor?

  • 26
  • 11.578
  • 9,78 (23 Val.)
  • 3

31 de julio 11:00 pm

(Más o menos, tampoco mire el reloj).

Dicen que quien tiene un amigo tiene un tesoro. Yo añadiría que cuando encuentras uno de verdad, de los que nunca piden nada y siempre dan, de los que hagas lo que hagas no te  juzgan…ese  no hay que perderlo. Si hay alguien que, sin contar a Ramón, se merece el calificativo de “mi  amigo” con mayúsculas, ese es  JJ.

Juan José es de las mejores personas que conozco y aunque desde que  se echó novio formal  quedamos con mucha menos frecuencia, nuestro vínculo no se ha visto mermado.

Si últimamente nos vemos menos, no es porque su pareja sea de esos tipos posesivos y celosos. El verdadero motivo es que Guillermo, su novio, y él están encoñaitos el uno con el otro. Siempre les parece poco el tiempo que pasan juntos. Aun así, una vez que otra, organizamos nuestras salidas por ahí y nos lo pasamos bastante bien los tres.

Sin embargo, seguimos conservando una costumbre: la de hablar por teléfono. Raro es el día que no nos pegamos una pequeña charlita y nos ponemos al día  de cómo nos va tratando la vida. 

—…creo que le das demasiada importancia. Además, ¿qué esperabas? Lo más normal cuando se juega con fuego es quemarse.  

—Sí, pero tú sabes que yo no quiero nada de esto…

—Ya lo sé —Sus palabras están cargadas de cierta acritud —, pero debes pensar que todo el mundo no es como Enrique.

—¡A Dios gracias! ¡Voy a tener empachera de “Enrique” hasta que me jubile! —Mi jocosa indignación da paso a la preocupación—. No sé qué hacer… Todo esto me supera.

—Pero, ¿tú que pretendías liándote con un tío casado y, además, tu mejor amigo?

—¡Yo no estoy liado con Ramón!

—¡Noooo, qué va! Tú simplemente aplazas un día tus vacaciones  para estar con él. ¡A otro perro con ese hueso, guapo!

Lo peor de los verdaderos amigos es que te conocen tan bien que tienen la valentía de contarte aquellas certezas que te ocultas. Aún a riesgo de que te enfades con ello.

JJ me acaba de descubrir algo que yo no hago más que negarme: estoy peligrosamente colgado de Ramón. El hecho de que lo quiero lo tengo asimilado, incluso el estar enamorado de él. Sin embargo, nunca me he atrevido a decirme que lo que busco en él es un imposible. Nunca tendremos una relación de pareja como Dios manda, por mucho que ambos lo deseemos.  

 —¡No te quedes callado, hombre!... Si yo te lo digo por tu bien, para que no te hagas ilusiones. ¡Qué sí!, que todo está muy bonito y muy precioso. Pero al final, todo tiene sus consecuencias… ¡Que no es tan grave, ya verás cómo sabes llevarlo! ¡Tú tienes huevos pa eso y pa más! ¡Hijo mío, di algo ya que parece que se te ha comido la lengua el gato!

–Pero tú… sabes…

—¿Qué estas cagaito de miedo? ¡Por supuesto! —La generosa risa de mi amigo es como una especie de bálsamo para mis preocupaciones.

—Sí, porque todo va a ser un jodido problema —respondo bastante apesadumbrado.

—Un problema es si tiene solución…

—…si no tiene solución no es un problema. ¡Es menester que cambies el repertorio!

Aun después de muchos años, la capacidad de empatizar de JJ con sus semejantes me sorprende. Lo he llamado un poco para saber de él y un mucho para desahogarme. Me encontraba más bien tristón y él ha conseguido que concluyamos nuestra conversación entre risas. Si pudiera sentir amor pasional por él, sería mi media naranja perfecta.  

Nuestra charla ha conseguido que me cambie el semblante. No obstante, lo que ha ocurrido hace unas horas con Ramón me ha afectado más de lo que me gustaría reconocer. Intento trivializarlo lo mejor que puedo. Mas es descolgar el teléfono y no puedo evitar analizar lo acontecido esta tarde en mi casa.

 

31 de julio 03:00 pm

 El chino que llega a su casa, con la polla más tiesa que una alcayata, se va pa la china y le dice: Chinito quelellaval la lopa. La chinita que está con la regla le dice: Po la lavadola está lota.

Al día siguiente lo mismo: Chinito quelellaval la lopa  y la china:  

Po la lavadola está lota. ¡Así hasta cuatro días! El quinto día llega el chino a su casa y se encuentra a la china con un camisón negro transparente en la cama diciéndole: ¿Chinito quiele laval la lopa? El chino se va pa la nevera y le dice: Chinito ya habel lavado la lopa a mano.

El quinto chiste de Ervivo simplemente nos hizo esbozar una sonrisa. Captando la sutil indirecta, deja aparcada su retahíla de chascarrillos. Cosa que no quiso  decir que fuera a permanecer callado pues, por algún motivo, estaba eufórico y con unas ganas de charlar enorme.

Ramón y yo, que nos conocemos el percal, lo dejamos hablar sin reparos de ninguna clase. El tío es buena gente y no tiene mal fondo, pero cuando le da por estar encantado de conocerse, hay que dejar que se regodee a sus anchas, porque si no se cabrea.  

—Pues para el mes que viene me voy a comprar otro camión. 

—¿Y eso?

—Pues,  ¿qué va a ser, Ramón? ¡Qué me sale el currelo por las orejas! 

—Me alegro que no estés notando la crisis.

—¿Qué crisis, Mariano? ¡Ni qué coño! El que no trabaja es porque no quiere.

—Vivo,  que estamos hablando de cinco millones de personas que no encuentran trabajo —Mi tono de voz intentaba reprenderlo de forma cariñosa. 

—Pues de esos… ¡Que quieran trabajar el diez por ciento! Está muy bonito levantarse a las doce del día y que te paguen cuatrocientos euros por la cara. 

Lo observé detenidamente. Su semblante emanaba sinceridad,  en la grandilocuencia de sus palabras no había maldad alguna e, incluso, al gesticular con sus manos, intentaba dejar claro que creía a pies juntillas en lo que decía. 

Miré de reojo a Ramón, estaba tan soliviantado ante el egoísta discurso de nuestro amigo que sus ojos parecían encenderse de furia. Le pegué un sutil codazo, dándole a entender que se mantuviera calladito. Lo menos que quería era comenzar una discusión que no iba a ir a ningún lado. 

—Sé que no estáis de acuerdo con lo que digo —prosiguió hablando con la misma vehemencia—, pero yo como soy empresario, tengo que ser un poquito fachorro. ¡Que está jarto uno de pagar impuestos para que otros se los lleven por la cara!

—Ahora es cuando te toca decir aquello de que a Mariano y a mí, nos pagas tú —las palabras de Ramón estaban cargadas de ironía.

En aquel momento creí que era cuando iba a empezar la trifulca entre rojos y azules que nunca llega a ningún sitio. Mas a Ervivo se le veía más contento de lo habitual y, pasando olímpicamente de discutir, respondió con cierta sorna.

Quillo, lo que se dice la nómina entera no, ¡pero un par de horillas al mes…!

El morro de mi colega no dejaba nunca de sorprenderme. No sé si era más inmoral que sinvergüenza, o viceversa. El caso es que cuando tenía días así, no sabías si cogerlo por el cuello o cometerlo a besos. 

Ramón se  acercó a Ervivo, le puso una mano sobre el hombro y sonriendo maliciosamente se dirigió a él:

—¡Vivo, que te den mucho por culito!

—Sí, pero ya puestos a elegir que sea bien  grande y gorda. ¡Que lo que me queda por hacer es eso y montar en globo!

La capacidad de Ervivo de frivolizarlo todo es de lo más variopinta. Es tan bestia el pobre, que lo mismo te enerva que te hace reír. En aquel momento, Ramón y yo no tuvimos más remedios que cabecear de perplejidad y soltar unas cuantas carcajadas. 

No obstante, el bueno de mi amigo Ramón no estaba dispuesto a quedarse callado y volvió a sacar el tema del nuevo camión en cuanto tuvo ocasión. 

—Empresario fachorro, ya que le va tan bien y aumenta la flota de la empresa, al menos meterá alguien a trabajar. ¿O piensas tener a los  mismos chavales echando más horas que un reloj?

—Ya salió el corazoncito  de sindicalista del amigo Ramón —Aunque sonrió complacidamente,  para darnos a entender que el mordaz comentario no le había molestado. Guardó silencio unos instantes, como dejándose querer. Al reanudar la conversación, volvió a hacerlo con el mismo ímpetu de todo el rato, gesticulando con cara y mano de manera exagerada —¡Pues sí,  hombre de poca fe, he contratado  a una persona!  A un ecuatoriano. Le hecho un contrato de media jornada y el resto se lo pago bajo cuerda… Él paga menos impuestos y yo también. ¡Y todo el mundo contento!

—¿Y no te da miedo que te pillen? —Pregunté tímidamente. 

—¡Para nada! Hay un  inspector de trabajo por no sé cuántos miles de  empresas, ¡voy a tener yo la mala suerte de que me pillen!

Ramón y yo nos miramos sin saber que decir ante la desfachatez de Ervivo, quien prosiguió contando, una y otra vez,  todo  lo bien que le iban las cosas en su  empresa.

Un par de cervezas más tarde, se marchó diciendo que tenía que hacer no sé qué. Fue verlo salir por la puerta del bar y nos miramos con cara de alivio. 

—¿Te pido otra cerveza?

—No, mejor me pides un refresco sin gas, por favor. 

—Desde luego, ¡tú emborracharte no te emborrachas! ¡Qué poco negocio hace Heineken contigo!

—Ya, ¿pero para qué estás tú?—Hice una breve pausa y puse cara de estar diciendo algo muy importante —. Para hacer que sus acciones se revaloricen hasta el infinito. 

La reacción de mi amigo ante mi  patochada fue regalarme una amplia y perfecta sonrisa. ¡Qué bien le sienta al jodido reírse! Cada vez que lo hace, se le ilumina la cara por completo y contagia su buen humor a todo aquel que le rodea. En mí (que aunque no quisiera admitirlo, me estaba enamorando de él), esa propagación de bienestar no pudo ser más plena.

Ramón es generoso como él solo, muy dado a escuchar y a hacer favores a los demás. Si no hubiera optado por la profesión de policía, lo hubiera hecho por otra como médico, bombero, etc. Cualquiera que su leitmotiv fuera ayudar al prójimo. Eso sí, todo la facilidad que tenía para dar, se tornaba en dificultad a la hora de pedir la colaboración de alguien. 

Siempre que  tenía un problema, le costaba horrores recurrir a los demás. Si había una persona con la que él se sintiera seguro a la hora de contar sus vicisitudes, era conmigo. Le costaba mucho abrirse y, en todas las ocasiones que lo hacía, era porque no tenía más remedio. Esa tarde me parecía que era una de esas veces. 

Curiosamente, como si se tratara de un ritual, siempre hacía lo mismo: quedaba un día entre semana a mediodía para tomar una cervezas, él y yo solos. Era algo que, invariablemente,  venía  observando desde la adolescencia. Además, no ha cambiado a lo largo de los años. Se sigue tomando su tiempo para abordar el tema. Yo siempre hago lo mismo: no preguntar para no agobiarlo  y esperar que él sea quien se  decida a contar lo que le desasosiega. 

Al marcharse Ervivo, como si fuéramos dos ancianas cotillas, nos dedicamos a despotricar sobre su actitud. De no tener clarísimo que Ramón no lo hace de mala fe, hubiera cortado radicalmente la conversación. Siempre que tengo que decirle algo a alguien, se lo digo a la cara o me callo. Normalmente hago lo último, pues no me gustan mucho las trifulcas gratuitas.

Nuestras cariñosas críticas a Ervivo desembocaron en el tema más recurrente en la barra de un bar: La crisis económica. Ramón  se quejó de lo mal que lo estaba pasando y me dio su visión sobre la política europea. Sin embargo, como vi  que por mucho que habláramos  de aquello, no íbamos a solucionar nada. Opté por suavizar el ánimo de mi amigo, que cada vez parecía estar más colérico.

—Muy indignadito te veo yo a ti.

—¿Indignado? ¡Mejor  hasta los huevos!

—Pues no te veo yo de perro flauta y con los pelos del Melendi.

Ramón me miró como diciendo: “¿Pero que me estás contando?”. Se quedó pensativo un segundo y sonrió generosamente. De un modo que me pareció hasta demasiado bobalicón.

—¿Qué te pasa a ti?

—Cosas mías —dijo cabeceando y poniendo cara de que se había contado un chiste para él solo.   

Si mi objetivo fue que pasara por un momento  de los putos recortes y de la crisis, parecía que lo había conseguido, pues automáticamente  pasamos a conversar sobre  temas más triviales y de menos calado anímico. 

Lo observé detenidamente mientras charlábamos. El camino hacia la madurez le estaba sentando divinamente. Incluso las pequeñas arrugas que se marcaban en la comisura de sus ojos, eran un valor añadido a su varonil semblante. Las incipientes canas sobre sus sienes le daban un aire de atractiva sensatez, de una seguridad más que aparente a la hora de hacer las cosas.  Su cuerpo, lejos de parecer la sombra de una juventud perdida, emanaba una más que latente virilidad… ¡Sabré  yo bien cuánta potencia encierra ese cuerpo!

Unas cuantas cervezas y tapas más tardes,  con nuestros gaznates y tripas saciados, abandonamos el bar. Me sentí un poco desangelado ante la situación. Supuse que tenía que contarme algo importante y no lo había hecho. ¿Se lo habría pensado mejor y se lo había guardado para sí? 

En la puerta del bar, cuando me disponía a despedirme de él. Se dirigió a mí en un tono socarrón:

—¿Te piensas ir, así sin más? ¡Quillo, que ya no nos vemos hasta Septiembre.

—Entonces, tú… — Mascullé al tiempo que, inexplicablemente,  sentí como el rubor visitaba mis mejillas —¡Qué hijo de puta estás hecho! ¡Podías haber empezado por ahí!  

—¿Y quedarme sin ver la cara de pasmao que se te ha quedao

No podía evitar sentir admiración hacia aquel hombre. Ver cómo sus ojos se iluminaban  de ternura  y pasión a la vez, propiciaron que de mi boca saliera una pregunta de la que, cuanto menos,  sabía la respuesta. 

—¿Te apetece venir a mi casa ahora? 

—Por supuesto. 

Sus palabras fueron como un resorte para mí. Sin pesárnoslos ni un minuto, partimos raudo hacia mi casa. Durante todo el trayecto apenas intercambiamos palabras, alguna que otra nimiedad y poco más.  Encontrarme de repente con esa pequeña sorpresa me hacía sentir el hombre más feliz de la tierra. 

Una vez en mi hogar, nos desprendimos de las ropas, dejando que nuestros cuerpos  sucumbieran a sus instintos. A cada prenda mía  que caía al suelo, Ramón me agasajaba con besos y caricias. Cada trozo de su piel que quedaba al descubierto, yo lo cubría con mis labios y mis manos.

Lo cogí de la mano y, silenciosamente, le pedí que me acompañara al cuarto de baño. Una vez allí, nos metimos en el interior de la placa ducha. Abrimos el grifo y dejamos que el chorro de agua nos refrescara. 

De un modo casi rudo, sus manos acariciaron mi espalda, para bajar hasta mis glúteos. Me apretaba contra sí con delicado brío. Mutuamente, nos enjabonamos al tiempo que nuestras bocas se besaban. Sentir como la grandiosidad de su virilidad chocaba contra la mía, me hizo suspirar prolongadamente, tal como si hubiera tocado el cielo. 

De un modo casi automático, mi suspicacia se puso a funcionar y noté un poco raro a mi amigo, quizás más apasionado de la cuenta.  Aunque cada vez que nos veíamos, Ramón avanzaba un paso en nuestra “relación”. En esa ocasión,  lo percibí como más entregado, como si hubiera perdido el miedo a tener sexo conmigo. 

Una vez nos secamos, pasamos al salón. Hacía un calor horroroso y el aire acondicionado funciona bastante  mejor en esa parte de la casa. Le pedí que se sentara en el sofá, con la única intención de efectuarle una mamada. Él con una pícara sonrisa asomándose en su rostro, se negó y me indicó que lo hiciera yo. 

Sin darme tiempo a reaccionar y poder salir de mi asombro. Se agachó ante mí, cogió mi polla y se la colocó a la altura de la boca. Una sensación extraña atrapó mis sentidos, estaba absorto ante lo que sucedía y jubiloso al mismo tiempo. No era tan importante el acto en sí, sino la entrega que representaba. La observó detenidamente, intentando capturar su imagen con la mirada, la masajeó un poco y tímidamente le estampó unos pequeños besos. Aquel pequeño acto encerraba tanto que, por primera vez, sentí que Ramón no se bañaba y guardaba la ropa. 

A continuación pegó una pequeña chupetada en el glande, como si comprobara su sabor. Segundos después mi verga era succionada por sus labios, en un principio, sin premura y con mucha suavidad, para aumentar poco a poco la velocidad. He de reconocer, que su inexperiencia propició que sus dientes me dañaran en alguna ocasión un poco, no obstante se estaba portando a las mil maravillas y su boca demostró ser para mí otra gran fuente de placer. 

Sin poderlo remediar, mi mente vagaba entre la estupefacción y el gozo. No me podía creer que un tío como Ramón, me estuviera haciendo una felación. Máxime cuando hasta ese momento, yo había sido para él una especie de sucedáneo de mujer, alguien a quien dejar que le comiera la polla y al que follarse a continuación.  Aunque nunca me había tratado en la cama  como alguien inferior (sino todo lo contrario), tampoco nunca me había visto como un igual.  A pesar de los abrazos, a pesar de los besos, siempre había asumido por completo su rol de activo y nunca, hasta ese momento,  me había tratado  sexualmente como a un hombre. 

Verlo postrado ante mí, con mi polla encajada en su boca y pegándome una buena mamada, me hace pensar que algo está cambiando en su interior y que donde una vez solo vi sexo, parece estar creciendo algo más.

—¿Qué tal lo he hecho?

—¡Estupendamente!—Aunque lo intenté, no pude evitar que mi voz sonara  condescendiente—. Pero no le llegas ni a la suela de los zapatos  al maestro.

Sin reflexionarlo, me agaché ante él con la única intención de tragarme su cipote.

Desde que descubrí que me gustaban los hombres, he de admitir que de las cosas que más me agradaban era  comerme una buena polla. Era evidente que chupando la de mi amigo disfrutaba de lo lindo. No solo porque tuviera que tensar los músculos alrededor de la boca para dejar entrar aquel enorme torpedo en mi cavidad bocal, también estaba el añadido de la expresión de satisfacción de Ramón, ver como sus ojos rebosaba de placer, me excitaba tanto como tener ese ancho trozo de carne entre los labios. Es casi lo mejor de practicar sexo con él. Es tan fogoso y efusivo que no puedes evitar entregarte  sin medida.    

 —¡Joder, tío, có-mo la ma-mas!

Oír sus palabras me empujó a seguir jugando frenéticamente con aquel maravillo instrumento. Lo envolvía con la carnosidad de mis labios, saboreándolo golosamente, pringándolo con mis babas desde el capullo hasta los huevos e intentando que  penetrara por completo en mi boca. De vez en cuando, en pos de proporcionarle más placer, daba pequeños golpecitos con su glande en mi lengua, para volver a devorarla en todo su esplendor, desde la cabeza hasta  casi el final del tronco. 

Pese a lo que me estaba gustando succionar  aquel mástil de músculos y venas, no tuve más remedio que detenerme. Ramón, inesperadamente,  me cogió fuertemente por debajo de las axilas y tiró de mí hacia arriba. Una vez tuvo mi rostro frente al suyo, me besó tiernamente, para terminar abrazándose a mi cuerpo de una forma, cuanto menos, arrebatadora. 

Al tiempo que su lengua danzaba con la mía, sus manos se aferraron con suave violencia a mis posaderas y  sus dedos empezaron a separar mis glúteos buscando mi caliente hoyo. Sabía perfectamente cómo elevar mi libido, mi corazón latía como si estuviera a punto de bullir y todo mi cuerpo se plegaba ante sus salvajes caricias. ¡El muy cabrón me estaba poniendo como una moto! Y era consciente de ello.  

—¿Sabes lo que quiero? —Me susurró sensualmente al oído.

—¡Síii!

—¿Me lo vas a dar?

—Sí, pero vayamos a la habitación que estaremos más cómodos.

—No, tengo una idea mejor —Bajó la mirada y me señaló con ella la mesa del salón. 

No podía salir de mi asombro. Lo miré de arriba abajo, por si estaba de coña o algo por el estilo. En su semblante no encontré ninguna señal de que estuviera de broma, solamente una lujuria desmedida que brillaba en sus ojos y se pintaba en su sonrisa.

Ramón estaba resultando ser toda  una caja de sorpresas para mí. Si hace un año me hubieran contado que era tan imaginativo a la hora de practicar el sexo,  no me lo hubiera podido creer. Tanto más avanzábamos en nuestra sexual relación, más facetas desconocidas de él descubría. En aquel momento me estaba proponiendo, a mí que soy un cinéfilo de pro, hacerlo como lo hicieron Jack Nicholson y Jessica Lange en “El cartero siempre llama dos veces”. Solo de pensarlo me puse tremendamente cachondo.  

Despejamos minuciosamente la mesa de todos los enseres que la cubrían. Tras coger lubricante y preservativos de mi habitación, procedí a tenderme boca arriba sobre el rectangular mueble. Una vez acomodé la espalda y la zona lumbar, saque el pompis hacia fuera y encogí las piernas con la única intención de facilitarle a mi amigo el acceso a mi agujero.

Ramón extendió una buena cantidad de la gelatinosa crema en sus dedos, untó con ella mi hoyo y comenzó a hacer círculos sobre él. Una vez consideró que estaba suficiente impregnado de la resbaladiza sustancia, invitó a su dedo índice a internarse en el rasurado orificio. Demostró ser un maestro dilatándome y, poco a poco, haciendo gala de una paciencia infinita, consiguió meter hasta tres dedos.

Alcé la cabeza levemente, para apreciar su desnudez en toda su plenitud. Desde mi posición, me parecía más vigoroso que de costumbre. Me excitaba lo que no hay en los escritos, observar cómo me introducía metódicamente los dedos en mi esfínter mientras, para poner su polla bien dura,  se masturbaba. Como consecuencia de todo eso, sentí cómo mi ano se ensanchaba y dejaba pasar sus dedos con mucha mayor facilidad.

Una vez llegó a la conclusión de que mi orificio estaba preparado para albergar en mi interior su miembro, empezó a introducirlo muy despacio, dejando que fuera mi ano quien se fuera abriendo poco a poco, sin forzarlo, pausada y suavemente. Cuando  consideró  que ya no me haría daño, introdujo sus manos bajo mis caderas y comenzó a cabalgarme al compás de un frenético mete y saca. La sensación de tenerlo dentro hizo que me agarrara al borde de la mesa y dejara salir de mi boca placenteros quejidos.  

Por cada centímetro de su masculinidad que me penetraba, yo me encontraba más dichoso. Las gotas de sudor que brotaban de su frente y resbalaban por su rostro, originaban que este irradiara una especie de  aura,  mitad felicidad, mitad lujuria.

Se movía como si estuviera poseído, de vez en cuando, se detenía para ensalivarse morbosamente los dedos y presionar con su humedad mis pezones. A continuación reanudaba su salvaje  cabalgar e inundaba mi interior de oleadas de gozo,   como si no hubiera un mañana después.

Buscando prolongar el placer todo lo que él fuera capaz, apoyó la punta de los pies en el suelo y flexionando estos como si ejercitara los gemelos, dejó que su pene se moviera de formar transversal a lo largo de mi recto. Nunca antes me habían hecho algo así. Yo creí que mis sentidos, incapaces de contener tanto placer, me iban a hacer enloquecer.

—¿Estás bien?

—En la gloria —Contesté entre jadeos.

—Pues ahora vas a estar mejor.

A la vez que deslizaba su cuerpo de arriba abajo, sus caderas iniciaron un movimiento circular que fue una verdadera delicia. El tiempo pareció perder importancia,  el resto del mundo se borró de mi mente y solo existíamos él y yo. No sé cuánto rato estuvo danzando su miembro en mis entrañas, solo era consciente de que la sensación de que iba a llegar al orgasmo no me abandonaba. Fruto de ello, una mancha de líquido pre seminal empapaba parte de mi vello púbico.

Sin dar indicio alguno de que aquello fuera a concluir, Ramón siguió moviéndose como un condenado y haciéndome gemir a cada oscilación de su pelvis. De cuando en cuando, su rostro se estremecía en una dulce y sensual mueca, al tiempo que me pedía generosamente que siguiera gozando. Yo sumiso y obediente, como en pocas ocasiones, disfrutaba cuanto podía del momento.

Al sentirse atravesados por  aquel enorme y rígido trozo de carne, mis esfínteres parecían querer abrirse como una amapola para albergarlo en su interior. El  roce con las paredes de mi ano de aquel miembro viril me estaba proporcionando un placer que no encuentro palabras para describirlo. El cúmulo de sensaciones que me embriagaban, al salir y entrar aquel cipote de mi cuerpo, no era comparable a nada que hubiera sentido antes.

Nos corrimos casi al unísono, su semen fue a parar a mi abdomen y se mezcló con el mío. Mientras intentábamos recuperarnos de la monumental paliza sexual que nos habíamos metido, Ramón posó dos dedos sobre la amalgama de semen que se había formado en mi ombligo. Tras empaparlos someramente en el blanquecino líquido  y los metió en mi boca, sin contemplaciones de ningún tipo.

Todavía no había reaccionado ante aquel inesperado y morboso gesto, cuando tiró de mí con fuerza para que me incorporara. Al tenerme justo frente a él, acercó su boca a la mía y dejo que nuestras lenguas se unieran en un salvaje zigzaguear, envolviendo mi paladar en una variedad de sabores.

Sin dejar de besarme, me abrazó con frenesí, aplastando mi espalda con la yema de sus dedos, pegando su tórax  con el mío y frotando nuestros adormecidos miembros. Parecía que intentara fusionar nuestros cuerpos en uno solo. 

Se sentó en el sofá y me pidió que me colocara con las piernas abiertas sobre sus rodillas. No me había terminado de acomodar, cuando sus brazos rodearon mi espalda y prosiguió besándome, esta vez, más tiernamente. Entregado por completo a sus mimos y sumido en un satisfactorio estremecimiento, hundí mi cabeza en su pecho. Durante unos minutos pegué mi oído a su corazón y ronroneé como un gatito. Una vez me cansé de enredar los bellos de su pecho entre mis dedos, levanté la cabeza y, en un tono jocoso, le dije: 

Ramoncito, ¡cada vez me follas mejor! 

—Yo a ti no te follo —Me contestó solemnemente —Yo a ti te hago el amor. 

—¿Y eso? —Una sensación de perplejidad me sobrecogió, sus palabras estaban impregnadas de una sinceridad que me pareció, cuanto menos, peculiar.

—Por lo que se ve, hay que explicártelo todo —Al decir aquello me regaló una generosa sonrisa, dando aquello que no comprendía por obvio ——.Si he quedado contigo, no ha sido solo por el sexo (¡Qué también!)… Si lo he hecho,  es porque  hay una cosa que llevo dándole vueltas desde Febrero.

Hizo una pausa y tras comprobar que había captado por completo mi atención prosiguió:

—He de admitir que, al principio  me dolía la barriga solo de  pensar que esto me estuviera sucediendo a mí—Volvió a guardar silencio, como si le costara un mundo lo que tenía que decir, tras cabecear unos segundos, reanudó su pequeño discurso ——.Lo he meditado mucho y considero justo que lo sepas…

—¿No estás dándole demasiadas vueltas a lo que sea?  —Dije yo intentando quitarle importancia a lo que fuera que me tenía que contar.

—¿No te imaginas lo que puedas ser?

—No, pero si lo nuestro te supone algún problema. Lo podemos dejar —Respondí con la boca más pequeña que tengo. 

—¿Dejar lo nuestro? ¡Y una mierda!

La respuesta de Ramón fue todo menos amable, parecía que hubiera tocado una fibra sensible en su interior. Como cada vez sabía menos de que iba la cosa, opté por no decir nada.

—Con lo listo que eres para algunas cosas, miarma, ¡qué torpe eres para otras!

—¿Quieres soltar ya lo que tengas que soltar? ¡Me estás poniendo nervioso!

La situación había pasado de ser tierna a tensa. Ramón tenía que decirme algo y le costaba muchísimo trabajo. En vez de ir al grano, estaba recorriendo todas las ramas del árbol.

—¿Desde cuándo nos conocemos?

—Desde el colegio, pero eso creo que ya lo sabes —Aunque intenté ser amable, no podía esconder mi fastidio ante tanta vaguedad.

—¿Quién ha sido mi apoyo siempre?

—¿Yo?  —A mi pregunta el respondió afirmativamente con la cabeza — ¡Tiene muchos cojones! Toda la vida pensando que tú eras mi apoyo y ahora resulta que es al contrario

—¿Te quieres callar? —Me recriminó cariñosamente —¿Hay alguien en el mundo con quien yo tenga más confianza que contigo?

La pregunta de Ramón tenía tres pares y la bailaora. Pese a que acabamos de compartir un momento de los que uno siempre guarda en la memoria, yo no podía olvidar que era un hombre casado y que su familia ocuparía un lugar más importante que yo en su vida. Aun así, me la jugué haciendo una observación inapropiada.

—Antes pensaba que con Elena… Pero visto lo sucedido en los últimos meses,  creo que no.

Sorprendentemente, aquello no le molesto y prosiguió con su retahíla de preguntas.

—¿Cuántos momentos buenos y malos  hemos compartidos?

—La gran mayoría, tú fuiste de los pocos que estuvo a mi lado cuando la muerte de mi padre.

—Lo pasaste muy mal y  era lo menos que podía hacer.

—La verdad es que nunca me has fallado.

—¿Por qué crees que sigo manteniendo estos encuentros furtivos contigo, a pesar de lo qué arriesgo?

—Por.. que te gus…ta.

—¿Cómo puedes estar tan ciego? —Me recriminó con cierta ironía —Si continuo viéndote, no es solo por el sexo. Si continuo arriesgando mi seguridad familiar por verte, es porque hay algo más…

—No te entiendo.

—¿Y me entiendes  si te digo que eres la persona que más quiero en este mundo?

¿Cuántas veces había soñado con escuchar aquello? ¿Y por qué sentí como si toda la culpa del mundo se posara sobre mis hombros?

Podía haber dicho mil palabras y ninguna hubiera sido la más conveniente. Mi única respuesta fue un extenso beso. Me senté sobre su regazo, apoyé mi cabeza sobre su hombro y permanecí en silencio un buen rato. Me sentía la persona más feliz del mundo.

Al marcharse, sentí como si me arrancaran un pedazo. De la alegría de su compañía, pasé a la tristeza de mi soledad. Sin querer, me puse a darle vueltas al coco, a analizar los pros y los contras de la caja de Pandora que Ramón,  con su declaración, acababa de abrir y que yo me veían incapaz de cerrar.

Presumía de tener toda mi vida bajo control, sin embargo, el plano afectivo siempre se me iba de las manos. Me enamoraba de las personas menos indicadas: un déspota como Enrique, un tipo casado como Ramón… Sabía que mi amigo nunca me haría daño a adrede. Por otro lado, era bastante obvio que nuestra  relación me podía acarrear problemas no deseados.  

Sin embargo, estaba contento conociendo que mis sentimientos eran correspondidos. Me lo podía negar mil veces, pero seguiría igual de prendado de Ramón. Pues amar no es aquello que queremos sentir. Amar es aquello que sentimos sin querer.   

 

 

 Querido lector acabas de leer:

"¿Por qué lo llaman sexo cuando quieren decir amor?"

Octavo  episodio de:

Historias de un follador enamoradizo.

 Continuará próximamente en

"El sexto sentido"

Estimado lector: Este episodio es el cuarto (y último), del arco argumental titulado “Follando con dos buenos machos: Iván y Ramón”. Si te gustó, ahí te dejo el link de los tres primeros episodios:

 "Pequeños descuidos", "El padrino" y  ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?

(9,78)