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Jimi y Betty en los campeonatos de tekoki

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Aquel verano Luna se marchó a Estados Unidos dos meses, a aprender inglés con una familia adoptiva. Quizá por tratar de olvidar las manos de Luna decidí visitar el mega sex-shop que habían abierto en la zona del puerto. Quizá allí también tuviesen pelis de lucha de morsas. El matón de la puerta me miró de reojo y entré a toda prisa, como si fuese a buscar algo concreto, así que me dirigí directamente a uno de los expositores del fondo, y fui a dar de bruces con la sección gay hard. Tras comprobar con alivio que el matón ya no me miraba revoloteé entre los expositores y entonces, pegado en una columna, en un folio fotocopiado, vi el anuncio.

Primer campeonato de Europa amateur de Tekoki. Participa en el casting final. Patrocina HRP-Horny Ram Productions. Y debajo figuraban una lista de ciudades y fechas. Aquí sería el próximo domingo. Reuní todo el valor del que fui capaz y fui a hablar con el propietario del sex shop. Conocía su casa porque siempre tenía el deportivo aparcado en la puerta. El tipo fue muy amable, me preparó café y su amante, o lo que fuese, me ofreció unos dulces típicos de Brasil que estaban de muerte. Casi tan buenos como ella misma. Le expliqué mi habilidad y mis intenciones, y en lugar de reírse me felicitó y, dándome todo tipo de explicaciones sobre el funcionamiento del campeonato, me animó a inscribirme. Salí del chalet flotando, saqué el móvil y pulsé el contacto de Luna. Por suerte estaba apagado, pues allí serían aún como las seis de la mañana.

Eso si, necesitaba una pareja. Con Luna de viaje mis necesidades de sexo las satisfacía con Betty, una lánguida solterona treinta-añera que la propia Luna me había presentado una noche de borrachera, y cuyas tetas capaces de rellenar un doble D habían sido míticas en un pasado no muy remoto. Sin ser una superdotada, sabía lo que se traía entre manos siempre que se le racionasen las copas antes del concurso, y comenzamos a ganar torneos. Los desafíos se pactaban a una, tres o cinco corridas, y cuando Betty estaba inspirada podíamos ganar sin que yo llegase a estrenarme. Se lo conté a Luna por carta, temeroso de que se lo tomase a mal, y me contestó que estaba orgullosa de mi y que le mandase alguna grabación de los concursos. Esa es mi chica!

Nuestra fama se extendió y comenzaron a enfrentarnos con parejas realmente competitivas, cuyas bombeadoras entrenaban todo tipo de técnicas de estimulación. En pocas semanas mi miembro tuvo ocasión de experimentar agarres invertidos, dobles, en tubo, en capuchón, entre los dedos, combinados con movimientos de rotación, de flexión, en cuchara, ondulantes. De la mano de Betty -es literal- y de sus videos bajados de páginas hindúes, tailandesas, malayas y similares, entré en el desconocido mundo de las técnicas orientales de masturbación, que bombeaban con una mano y pellizcaban con la otra, y las estilistas, que se limitaban a buscar con las uñas el nervio definitivo. Encajar el abanico de técnicas de una buena ordeñadora, obligarla a repetirse y encajar cada movimiento hasta hacerla reconocer que no puede contigo es uno de los mayores placeres que mi traqueteado sistema nervioso ha experimentado jamás. El momento en que enseña los dientes y rompe a sudar mientras te bombea inútilmente con toda su alma es la mayor sensación de poder y dominio sobre otra persona que uno pueda imaginarse. Su chico escupe y escupe y tú le aguantas la mirada y le quitas el pelo de la cara o le acaricias la mejilla húmeda con el dorso de los dedos.

Comienzan a importar asiáticas que con su combinación de mirada candorosa y técnica demoledora arrasan en todos los torneos. Nos destrona Milamar, una adolescente filipina que hace pareja con su hermano pequeño, cuyo pene blanco duro como el marfil entra y sale del puño de Betty inexpugnable. Con su agarre en punta, duro y suave a la vez, Mila me tiene y lo sabe. Lo lee en las ventanas dilatadas de mi nariz. No se apresura, no comete ningún error. Me tiene contra las cuerdas y es cuestión de tiempo. Llevándose a la boca su mano libre se moja la yema del índice y lo hace vibrar sobre mi glande, con una fresca y malévola sonrisa. Para ella sigue siendo un juego. Es la clave de su éxito. Dejo de respirar para retrasar la eyaculación unos segundos y reviento con un rugido. Ella suelta una risita y redobla el vibrato. Luego se tapa la boca y se encoge de hombros como para disculparse por habernos derrotado. Mila defiende el título contra una rubia de tetas de plástico y uñas pintadas de granate que hace pareja con un culturista superdotado. Estas pruebas de resistencia se asemejan al maratón en atletismo. Los mejores suelen ser delgados y fibrosos. Las montañas de músculo ofrecen excesivos blancos de ataque. Mila y su hermano pierden el título en un maratoniano match a la mejor de cinco contra unas gemelas japonesas hermafroditas, que se masturban primero una a otra para demostrar que sus extraños penes, que afloran de entre los labios de su vulva, son funcionales y ambas son capaces de correrse.

Me despierto con el edredón empapado entre las piernas. Estoy en casa de Betty, que tiene preparadas dos tazas humeantes de aromático - y vomitivo - te negro de Ceilán, del que se trajo de su último viaje, hace tres años. Con una sonrisa que deja a la luz sus dientes descolocados de fumadora inclina la cabeza y me invita a levantarme. 'Buenos días mi pequeño campeón, el almuerzo está servido.' Necesito que Luna vuelva cuanto antes, pero aún le queda un mes y pico de estancia en Norteamérica.

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