Nuevos relatos publicados: 7

Los crímenes de Laura: Capítulo decimocuarto

  • 26
  • 14.495
  • 9,50 (24 Val.)
  • 0

Una noche especial.

 

Nivel de violencia: Extremo

 

Aviso a navegantes: La serie “Los crímenes de Laura” contiene algunos fragmentos con mucha violencia explícita. Estos relatos conforman una historia muy oscura y puede resultar desagradable a los lectores. Por lo tanto, todos los relatos llevarán un aviso con el nivel de violencia que contienen:

 

-Nivel de violencia bajo: El relato no contiene más violencia de la que puede ser normal en un relato cualquiera.

-Nivel de violencia moderado: El relato es duro y puede ser desagradable para gente sensible.

-Nivel de violencia extremo: El relato contiene gran cantidad de violencia explícita, sólo apto para gente con buen estómago.

 

Carolina estaba sentada sobre la cama de la habitación donde hacía sólo un par de días se había visto obligada a acabar con la vida de la joven profesora. Ya no quedaba prácticamente ningún resto de sangre, porque su Amo le había ordenado que limpiara a fondo. La única prueba de que allí se había cometido un asesinato era la mancha rojiza en el colchón, que había sido incapaz de eliminar por completo. Las sábanas las había quemado, y las paredes el suelo y los muebles los había fregado a conciencia; tantas veces que le dolían las manos. Pero la habitación quedó al gusto de Él, por lo que no fue castigada.

Ya habían pasado dos días desde aquello, y aún no era capaz de conciliar el sueño. Cuando cerraba los ojos volvía a su mente la cara de la chica, con la mirada lánguida que se iba apagando lentamente, con una última súplica silenciosa entre los labios. Y ella la había matado, ella había empuñado el cuchillo que le rajó el cuello. Una lágrima solitaria recorrió su mejilla mientras intentaba encontrar consuelo.

No había querido acabar con su vida, a pesar de que cuando la enredó en aquella discoteca, ya sabía que estaba muerta. No le gustaba participar en aquello; no quería ser parte, el problema era que no le quedaba otro remedio. Era propiedad de su Amo; y debía hacer cuanto le ordenaba. Incluso si la orden era engatusar a una preciosa joven pelirroja y llevarla a su casa, para después… Necesitaba detener aquella locura de alguna forma; aunque era consciente de que no podía hacer nada. Él era su Amo, sí, pero además era su amado, y le pertenecía por contrato, al mismo tiempo que también le pertenecía hasta el fondo de su alma. Le quería más de lo que nunca había imaginado poder querer, y le respetaba. Y le temía.

No era un Amo exigente, era bueno y generoso; siempre cuidaba de ella, castigándola sólo cuando realmente lo merecía. Y casi siempre le preguntaba sobre sus deseos, la escuchaba, la tenía en cuenta… Pero era un alma torturada, un alma maldita por un pasado espantoso. Un pasado que ella había ayudado a vengar. Al principio sólo eran planes, ella le animaba, le ayudaba a trazarlos, pero siempre pensó que solamente era una fantasía, una forma de hacer las paces con el mundo.

Finalmente un día su Amo pasó a la acción; asesinó a un cura y a su amante. Y ella le ayudó a hacerlo. Después de aquel primer acto de venganza se creció, se trasformó un poco en aquello de lo que siempre había querido huir. El carácter del padre, maldito fuera mil veces, comenzó a aflorar en el hijo.

Durante los diez años siguientes volvieron los planes de represalia, pero entonces ya, Carolina se los tomaba más en serio. Tenía una mente ágil, y despierta, y en gran medida fue artífice, en contra de sus deseos, de idear la macabra venganza. Pero Él se lo pedía, y no conseguía negarse, y si se negaba; Él se lo ordenaba, y ella debía obedecer, debía complacer sus deseos, siempre.

La puerta de la calle se cerró con un sonoro portazo y Carolina dio un respingo, sobresaltada. Inmediatamente se puso en pie y corrió hacia el salón, bajando a trompicones las escaleras, para dar la bienvenida al hombre que la poseía. Se paró junto al sofá, quieta, con la mirada gacha y los brazos colgando inertes a los costados, esperando a que dijera algo.

-Hola, Carolina –saludó él con tono alegre.

-Hola Amo –contestó con voz serena. -¿Puedo…? ¿Me permites hablar contigo?

-Espera que me siente –dijo Hugo dirigiéndose al sillón-. Habla.

-¿Puedo hablar con libertad?

-Adelante.

-Por favor –suplicó al borde del llanto, incapaz de mantener el tono tranquilo-. Por favor, por favor, detén esta locura… Has llegado demasiado lejos… Por favor.

-Ahora no puedo detenerme, ya lo sabes… Tú misma lo has dicho, he llegado demasiado lejos. Ahora debo culminar mi venganza. Ya está todo listo, no hay vuelta atrás.

-Por favor, Hugo –dijo ella, atreviéndose a llamarle por su nombre-, te lo suplico. Vayámonos lejos, los dos, tú y yo; desaparezcamos, olvidémonos de todo… Te quiero, no quiero que te pase nada, no quiero que te cojan, no quiero perderte…

-Esta noche enviaremos nuestro último paquete, y entonces ya no te necesitaré. Así que sólo debes ayudarme una vez más, sólo esta noche. Y entonces serás libre. Tendrás dinero, podrás irte a donde quieras, nadie será capaz de relacionarte con esto… Nuestro contrato será rescindido; y recuperarás tu libertad. Pero sabes que yo no puedo acompañarte.

-No quiero ser libre. Quiero estar contigo, quiero ser tuya, quiero que pasemos el resto de nuestras vidas juntos.

-No –sentenció categóricamente.

-¿Pero no te das cuenta? –preguntó Carolina, jugando su última carta-. ¿No te das cuenta de que te estás convirtiendo en aquél al que odias…?

-¡Basta! –rugió él-. ¡No quiero oír ni una sola palabra más del tema! Harás lo que se te ordene hasta que te libere. ¡Y punto!

-Sí, Amo. Haré lo que me ordenes –dijo Carolina claudicando, entendiendo que su permiso para hablar con franqueza había terminado-. ¿Puedo retirarme?

-Tengo hambre, prepárame algo de comer. Ya.

Carolina entró en la cocina con lágrimas en los ojos. Sabía que iba a perder a su amado para siempre, y no podía hacer nada para evitarlo. Aquella estúpida venganza que lo consumía por dentro estaba a punto de destruirlo, y acabaría muerto o entre rejas. Y ella no podría volver a verlo porque debería desaparecer. Abrió la nevera entre sollozos y cogió lo primero que encontró. Mientras trinchaba la lechuga y asaba la ternera a fuego fuerte, no podía quitarse de la cabeza la imagen de su amado muerto, y no sabía qué hacer.

¿Y si acudía a la policía? No, aquello no era posible, porque ambos acabarían encerrados. Y Él nunca se lo perdonaría… Había intentado disuadirlo y no había conseguido nada, pero no veía ninguna otra forma de detenerlo… Se secó las lágrimas sabiendo que no haría nada, nunca, en su contra; así que no le quedaba más que cumplir, como había hecho siempre, la voluntad de su Amo. Regresó al salón en silencio, procurando que no se percatara del enrojecimiento de sus ojos, y se concentró en poner la mesa. Entró de nuevo en la cocina y cuando salió con los platos, Él ya estaba sentado en su lugar habitual.

-No quiero que te preocupes por mí –dijo tiernamente, levantándose y quitándole los platos de las manos para dejarlos en la mesa-. Has sido una sumisa perfecta durante los últimos dieciséis años. Tal vez te dediquen un capítulo, tal vez tu historia sea narrada, pero ahora es el momento de que haga justicia. -Ella se dejó abrazar, y besar, incapaz de contener las lágrimas. Él la rodeó con sus brazos, la atrajo hacia sí y dejó caer un beso entre sus labios.

-Ahora vamos a comer, no quiero que se enfríe.

Se sentaron a la mesa y comieron en silencio, cada uno absorto en sus pensamientos, tan sólo se escuchaba el ruido de los cubiertos en su entrechocar con el plato. Ella deseaba decirle, deseaba cogerle, deseaba detenerle. Pero no podía, y eso le estaba destrozando el alma. Él, por su parte, repasaba una y otra vez la parte final de sus planes. Esa misma noche acabaría con la última vida inocente, para después encargarse de los verdaderos culpables. Así debía ser. Terminaron sus platos en completo silencio, y Carolina recogió la mesa. Cuando todo estuvo retirado, y ella acabó en la cocina, Él la esperaba sentado en el mismo lugar en el que había comido.

-Lo tienes decidido, ¿verdad? –preguntó ella, en un susurro.

-Sí.

-¿Y no hay nada que yo pueda hacer al respecto?

-No.

-¿Y qué quieres que haga?

-Quiero que me esperes aquí, ponte guapa. Esta noche deberás actuar como si fueras mi mujer. Compartiremos a nuestra chica.

-Como desees –dijo Carolina con los ojos humedecidos por incipientes lágrimas.

Hugo se levantó de la mesa, abrazó a Carolina, la besó con pasión y se fue, cerrando la puerta con un sonoro golpe; dejando a la muchacha con el corazón encogido. Se subió al coche y condujo por la ciudad, dándole vueltas a sus pensamientos. El plan había salido a la perfección, por lo menos hasta el momento. Ahora quedaba la recta final, que sería la parte más complicada.

¿Podría dejarlo todo, como le pedía Carolina, y marcharse con ella? ¿Poner fin a la locura en la que estaba inmerso y largarse? No podía, necesitaba vengarse de aquellos que habían sido cómplices de la muerte de su madre y eso era lo único que debía considerar. Cuando su venganza hubiera concluido, podría ir a buscar a Carolina y vivir junto a ella para siempre, si no estaba muerto o en la cárcel.

Condujo durante varias horas sin rumbo fijo, esperando a que anocheciera, mientras valoraba todas las opciones y repasaba, una vez más, sus movimientos. En cuanto el sol empezó a ocultarse, cambió su ruta errática y se acercó a la zona vieja de la ciudad. Entró en las pequeñas callejuelas, conduciendo despacio, y un buen número de muchachas de la vida se le acercaron. Todas le ofrecían una noche especial, a cambio de unos pocos billetes, pero él no quería a cualquiera, quería a una en concreto. Cuando la encontró, detuvo el coche en un lado de la calle y bajó la ventanilla.

-Hola bombón –dijo una joven pelirroja, con acento brasileño-. ¿Estás buscando algo?

-Te buscaba a ti, preciosa –contestó Hugo, sonriendo.

-Ay sí, mi niño, pues ya me has encontrado.

-¿Te vendrías conmigo? ¿A mi casa?

-Claro que sí, amor, pero te costará… -dijo frotándose los dedos delante de la ventanilla.

-Eso no es problema –replicó Hugo, que sacó un billete y se lo entregó a la joven.

-¿Así, sin más? ¿Y si ahora me fuera? –preguntó la chica socarrona.

-Pues no te daría más.

-Ay, cómo me gustas mi amor. ¿Vas a querer algo especial?

-Tú, yo, y… mi mujer.

-Ay, mi amor, me encanta… Vamos, llévame a tu casa y hazme tuya.

La chica abrió la puerta del coche y se sentó junto a Hugo. Él arrancó el motor y condujo hacia la casa donde le esperaba Carolina.

-¿Cómo te llamas, mi amor? –preguntó la joven brasileña.

-Me llamo Hugo –contestó desviando la vista de la carretera para fijarse en ella. Era una chica muy atractiva, de piel morena y tersa. Sus labios eran carnosos y los llevaba pintados de un rojo vivo que los hacía destacar. Unos ojos verdes, intensos, le devolvían la mirada con picardía-. ¿Y tú, preciosa?

-Yo me llamo Zaira, mi amor.

Hugo continuaba repasando a la joven con la mirada, cada vez que podía apartar los ojos de la carretera. Llevaba una camiseta muy corta y muy ajustada que realzaba los generosos pechos. El vientre, descubierto, era plano y bien torneado. La minifalda le envolvía las caderas y dejaba patente el bulto que asomaba entre sus piernas.

-¿Quieres tocar, mi amor? –preguntó ella, al darse cuenta de las miradas de su acompañante.

Hugo extendió la mano derecha y palpó primero los pechos, con delicadeza. Ella le agarró el brazo y se lo llevó hasta la minifalda, retirándola ligeramente para que pudiera meter la mano por bajo. Hugo pudo tocar la polla que escondía aquella joven muchacha. Estaba flácida, pero podía intuirse su gran tamaño. Continuó acariciando el miembro por debajo de la falda, aunque siempre sobre la fina tela de la ropa interior, y notó cómo poco a poco se iba endureciendo.

-Espera un poquito, papito –rio la joven-. ¿No vas a dejar nada para tu mujer? ¿Quieres acabar ya con todo?

-No te preocupes, que mi mujer te probará… Hay tiempo de sobra –dijo él, pero retiró la mano y la devolvió al volante.

Hugo conducía el vehículo hacia las afueras mientras la joven hablaba animadamente. Pese a la distancia que estaban recorriendo, alejándose del centro de la ciudad, no pareció intranquilizarse en ningún momento, seguramente debía estar acostumbrada a aquel tipo de peticiones. Finalmente, transcurridos bastantes minutos, enfilaron la amplia avenida de un barrio residencial, con grandes caseríos a cada lado del camino, separados de sus vecinos por amplios terrenos ajardinados. Zaida contempló con admiración la magnificencia de las casas, fijándose, a través de las vallas metálicas, en los lujosos coches aparcados frente a los edificios.

Hugo apretó un pequeño mando electrónico camuflado junto a las llaves del contacto, y las verjas de una de las casas, a lo lejos, se abrieron silenciosamente. Al llegar a la altura, Hugo atravesó las puertas y volvió a presionar nuevamente el mando, abriendo verticalmente la persiana de un garaje anexo a la casa. Entraron en la cochera, aparcando junto a una furgoneta negra que parecía de reparto. Cuando ambos se apearon, la puerta del garaje volvía a cerrarse a sus espaldas, ocultando ambos vehículos de cualquier mirada indiscreta. El garaje, que por lo demás estaba vacío, ocultaba una pequeña puerta en lo alto de una escalera. Ambos subieron, y al atravesarla, llegaron a la cocina de la casa. La luz estaba apagada, pero desde el salón llegaba un tenue resplandor rojizo.

Carolina estaba medio tumbada en el sofá, vestida únicamente con una blusa de gasa semitransparente, sosteniendo una copa de champán francés. Cuando les vio llegar, a través de la puerta de la cocina, se levantó, sonrió pícaramente, y sirvió dos copas más, que estaban dispuestas en la mesilla, junto a una cubitera bien fría. Le tendió una a Hugo, que la besó en los labios cuando llegó a su lado, y la otra a su acompañante, que la tomó con delicadeza y sorbió agradecida.

Los tres se sentaron en el sofá, Zaira en el centro, y la pareja a cada uno de sus lados. Las velas que Carolina había esparcido por todo el salón creaban un ambiente relajado que era acompañado por un suave ritmo de jazz procedente de la cadena musical. Hugo hizo las presentaciones, y Carolina fingió estar deseosa de aquella experiencia, confesando a la joven, muy metida en su papel, que aquella siempre había sido su fantasía; que su marido, abierto y generoso como era, se la había concedido.

La conversación no se alargó demasiado, ninguno de los tres tenían excesivos deseos de continuar charlando, y el ambiente se estaba caldeando a cada instante. Carolina vació de un trago la copa de espumoso, y la dejó sobre la mesilla. Cuando volvió a recostarse, su mano acariciaba con soltura la cara interna del muslo de Zaida. Hugo, por su parte, pasó un brazo por los hombros de la joven prostituta, y con la otra mano, comenzó a acariciarle los pechos sobre la ajustada camiseta. Zaida se dejaba hacer, sin intervenir, disfrutando del momento y alegrándose por su suerte. No era habitual encontrar una pareja adinerada que deseara compartir sus juegos y su dinero de aquella forma. Sin apenas moverse, abrió ligeramente las piernas para permitir que las caricias de Carolina alcanzaran sin problemas su piel.

Hugo acercó sus labios a los de Zaida y la besó con ternura. Ella le devolvió el beso, introduciendo su lengua en la boca de él, mientras Carolina iba ascendiendo por las piernas que no eran suyas, hasta rozar con la punta de los dedos la pequeña minifalda. Cuando por fin sus manos entraron bajo la tienda de campaña que había entre las piernas de Zaida, pudo sentir la dotación de la joven. Como si el contacto de la mujer sobre su miembro la hubiera sacado del letargo, Zaida empezó a moverse, estirando su brazo izquierdo por debajo del de Carolina, acariciándole las piernas, como ella hacía con las suyas, y alargando el derecho, por debajo del beso de Hugo, hasta posarlo en el pantalón del hombre, cerca de su entrepierna.

El fino vestido de Carolina apenas bastaba para cubrirle hasta el principio del muslo, y Zaida no tuvo problemas en alcanzar su sexo. Cuando acarició la entrepierna de la mujer, la notó menos húmeda de lo que habría supuesto a tenor de lo excitada que parecía. Además, según le acababa de confesar, aquello era su fantasía, aunque lo atribuyó al nerviosismo. En cambio, el miembro de Hugo sí comenzaba a dar muestras de vida, al igual que el suyo, que ya había alcanzado una dimensión considerable.

Zaida se apartó ligeramente de los labios de Hugo, y giró la cabeza para encararse con Carolina, que enseguida captó lo que pretendía, y se acercó más a ella. Hugo no perdió el tiempo y enterró sus labios en el cuello de la joven transexual, mordisqueando y lamiendo con lujuria. Carolina mezclaba su lengua con la de Zaida mientras su mano, que ya había rodeado por completo el miembro henchido, comenzaba un lento movimiento de vaivén.

Zaida, rodeada por el falso matrimonio, repasaba con un dedo los labios vaginales de Carolina, introduciendo poco a poco la yema en su interior, besándola con dulzura, mientras que con la mano libre palpaba el miembro erecto de Hugo por encima del pantalón. Él dejó de mordisquearle el cuello y dirigió los labios hacia sus pechos, alzando la camiseta y dejándolos al descubierto. Cada vez que la lengua de Hugo repasaba sus areolas, cada vez que los dientes de Carolina le mordisqueaban el labio, cada vez que los labios de Hugo presionaban sobre el pezón, cada vez que la mano de Carolina recorría su falo, cada vez, Zaida suspiraba, gozosa.

Hugo alargó su mano derecha y detuvo el brazo de Carolina, que pajeaba a la joven. Con un ligero tirón, le indicó que debía levantarse. Carolina comprendió al instante, y separó sus labios de los de Zaida, retirando su mano del miembro de ella, poniéndose en pie. Zaida no sabía por qué la mujer se levantaba, pero poco le importó, giró nuevamente su cabeza, y obligó a Hugo a alzar la suya, para besarlo.

Carolina se arrodilló frente a la pareja, y con manos diestras desabrochó el pantalón de Hugo, bajándolo hasta los tobillos. Después hizo lo mismo con la ropa interior, liberando por completo el miembro de su Amo. Cuando la tarea estuvo completa, se inclinó hacia Zaida, que seguía besando con pasión a Hugo, y le subió la minifalda hasta la cintura. La polla lucía enorme, aprisionada bajo la finísima tela de un tanga minúsculo. Carolina intentó bajarlo, pero no pudo, así que se conformó con apartarlo, para permitir al enorme falo desplegarse en toda su grandeza. Ahora ya estaba lista para empezar a chupar.

Alargó su brazo izquierdo, agarrando con la mano la polla de Hugo, mientras bajaba la cabeza para meterse en la boca el enorme miembro viril de la joven muchacha. Recorrió el glande con la lengua, deteniéndose a acariciar el frenillo, para después recorrer el falo desde la base, ensalivándolo todo. La zona estaba totalmente depilada, y era muy agradable al tacto. Con la mano que tenía libre, la derecha, acarició los huevos y las ingles, mientras que con la lengua intentaba recorrer cada milímetro de polla. Cuando consideró que estaba lo suficientemente babeada, y sin haberla introducido aún en la boca, se apartó, moviendo todo su cuerpo, para meterse entre las rodillas de Hugo.

Las tornas se cambiaron, y mientras la pareja se besaba y acariciaba, ella el torso, él los pechos, Carolina comenzó a repasar el miembro de su falso esposo. Con la mano derecha, con la que se había ayudado acariciando a Zaida, ahora la pajeaba, mientras que la que había usado para mantener caliente a Hugo, era la que colaboraba con la lengua en su perverso juego. Como había hecho con la muchacha, recorrió el glande con la lengua, aprisionándolo con los labios, y después descendió por el tronco, lamiendo y chupando, notando el calor que desprendía.

-Ven aquí, ponte de pie, entre nosotros –dijo Hugo, deteniendo el lúbrico beso, que al parecer, se alargaba demasiado.

Carolina obedeció. Se puso en pie, subió al sofá y puso una pierna en el respaldo, situándose entre el hombre y la joven, dándole la cara a ella, la espalda a él. En cuanto estuvo colocada, notó las lenguas de ambos pelearse por un trozo de su piel. Zaida le lamía desde delante, en postura forzada, intentando alcanzar su interior con la juguetona lengua. Hugo, desde la otra parte, le recorría la distancia entre el ano y la parte baja, procurando que su lengua alcanzara el final de sus labios vaginales. Con una mano guiaba a la chica que tenía frente a sí, mientras que con la otra acariciaba al hombre que tenía a su espalda. Ellos utilizaban las manos, cruzadas bajo su cuerpo, para masturbarse el uno al otro.

Carolina comenzaba a sentir la excitación que hasta el momento se le había negado. Conocía lo que el destino le deparaba a la joven muchacha, pero sabía que no podía hacer nada, así que su obligación era representar el papel que se le había asignado de la mejor manera; y eso era estar lo más caliente que pudiera.

-Vámonos… vámonos a la cama –dijo entre jadeos.

Hugo asintió, y Zaida no puso objeción; así que los tres, entre besos, risas y pasión, ascendieron por las escaleras y se dirigieron al cuarto en el que no hacía mucho había terminado la vida de la profesora lesbiana. 

Cuando Hugo entró en la habitación, se desvistió de pie, parado frente al colchón. Las dos mujeres se arrodillaron frente a él, y compartieron el falo que se erguía entre sus piernas. Carolina lo cogió por la base, acariciando los huevos, y con la otra mano sujetó el tronco, apuntándolo hacia la boca abierta de Zaida. Ella acercó sus labios al miembro y lo engulló, moviendo la lengua a su alrededor, aprisionándolo entre sus labios. Cuando se retiró, fue Carolina la que se lo introdujo en la boca mientras era observada por la joven con lascivia.

Hugo las miraba, desde arriba, disfrutar de su polla erecta, mientras jadeaba y suspiraba. Cada una de las chicas se situó a un lado del caliente falo y comenzaron a recorrerlo con las lenguas, de lado a lado, haciéndolas coincidir de vez en cuando. Hugo, con una chica a cada lado, las cogía con firmeza por el cuello, acercándolas más y más a su polla, hasta que sus cabezas estuvieron tan juntas que le rodeaban con los labios, juntándolos entre ellas.

Zaida se sacudió repentinamente, apartándose del matrimonio, se quitó la camiseta, que ahora era un arrugón encima de sus tetas, la falda, que sólo le cubría ya el ombligo, el pequeño tanga, que nada tapaba; y se tumbó sobre la cama, de espaldas. Carolina también se apartó, quitándose el camisón semitransparente, y se acercó, de rodillas, al miembro de la chica. Hugo la imitó, moviéndose por el otro lado, hasta que su boca estuvo tan cerca de la polla de la muchacha, que no le quedó otra que aceptarla. Carolina guiaba el mete saca, cogiendo con la izquierda la base del falo, y apretando con la derecha sobre la cabeza de su Amo. Cuando éste se cansó de chupar, se apartó, dejando a la mujer continuar con el trabajo.

Hugo se levantó de la cama, apartándose de las dos chicas, y abrió el cajón de la mesilla. Apartó con el dorso de la mano el enorme cuchillo, y sacó un frasco de lubrificante transparente. Volvió a cerrar el cajón, tan sólo por precaución, y se untó la mano con el frío gel. Carolina seguía de rodillas, chupando el enorme falo de Zaida, y Hugo se situó a su espalda. Con cuidado, para no hacerle daño, untó de lubrificante el ano de la mujer, introduciendo los dedos poco a poco, dilatando.

-Ahora tú –le dijo a la transexual.

Zaida se apartó de Carolina, que se giró para lamer la polla de Hugo, y se puso a cuatro patas. Como había hecho en el culo de su esclava, puso una generosa cantidad de lubrificante, y la untó por toda la entrada, metiendo los dedos poco a poco, hasta que también estuvo dilatada.

-Ven querida –le dijo a Carolina-, ponte al borde de la cama.

Ella obedeció, y apoyó sus pechos contra el colchón mientras se arrodillaba en el suelo. Zaida no necesitó ninguna otra instrucción, y cuando Carolina estuvo colocada, se situó tras ella, apretando la polla contra su culo. Antes de permitirle penetrarla, Hugo le pajeó con la mano llena de lubrificante, para que entrara mejor. Zaida acercó el glande al ano de Carolina y empujó con cuidado. El culo de la mujer se abrió, lubrificado y dilatado como estaba, acogiendo en su interior el miembro de la muchacha.

Zaida, intuyendo lo que de ella se esperaba, empezó a moverse despacio, mientras también se agachaba, acercando su pecho a la espalda de Carolina, abrazándola. Hugo se situó tras las dos chicas, impregnando su falo con más lubrificante, e introduciéndolo, en el ano de Zaida. Cuando la joven sintió el miembro de Hugo en su interior, suspiró, arremetiendo contra Carolina de forma involuntaria, que también jadeó enardecida. 

Hugo empezó a moverse, primero despacio, pero cada vez con mayor velocidad, penetrando a Zaida, que a su vez, con el fuerte bamboleo, hacía lo propio con Carolina. Los tres gemían y jadeaban, Carolina, al sentirse perforada, Hugo, follando el culo a la muchacha, y Zaida, totalmente emparedada. Durante al menos un par de minutos no se oyó nada más que los suspiros y gimoteos de los tres, hasta que Carolina rogó que pararan, porque deseaba se doblemente penetrada.

Fue Hugo el que se tendió sobre la cama, con la polla mirando orgullosa al cielo. Carolina se acercó a su hombre, y le besó en los labios, mientras se sentaba sobre el falo, y se pegaba al pecho todo lo que podía, ofreciéndole el culo a Zaida, que no dudo ni un instante.

Ahora era Carolina la que más disfrutaba, sintiéndose penetrada por dos duras trancas. Era incapaz de moverse, de hacer nada, sólo se dejaba golpear una y otra vez, derrumbada sobre el pecho de Hugo; que cuando sintió que Carolina comenzaba a alcanzar el orgasmo, se envaró, empujándola, y la obligó a salir del trance. Zaida, por el repentino movimiento, también se apartó, saliéndose la polla del culo de la mujer.

Carolina quedó tumbada sobre la cama, con las piernas abiertas. Hugo le acercó la polla a la boca, para que se la chupara, mientras Zaida se colocó entre sus piernas y continuó follándosela. La mujer, que había cortado el orgasmo, no tardó en volver a estar al borde, y aunque intentó controlarse, acabó corriéndose de forma escandalosa, con la polla de su amante en la boca.

Hugo obligó a Carolina, que parecía exhausta, a arrodillarse sobre la cama, y entre él y Zaida se dedicaron a follarle la boca. Ambos estaban tremendamente excitados, y a punto de descargar, por lo que sus embestidas eran de todo menos delicadas. Carolina pasaba los labios de polla a polla, intentando que su lengua las recorriera todas. Cuando finalmente notó que los movimientos de sus amantes se descompasaban, supo que estaba a punto de recibir dos descargas.

Primero fue Hugo, desparramando toda su leche entre sus labios, sobre ellos, y por toda la cara. Carolina intentó tragar todo lo que fue capaz, pero acabó con semen esparcido por todo su cuerpo. Acto seguido fue Zaida la que alcanzaba el orgasmo, con idéntico resultado, haciendo que la leche de ambos se mezclara.

-Ven, no te vayas –le susurró Carolina a Zaida-. Ayúdame a limpiar todo este estropicio.

La joven obedeció, juntando sus labios con los de la mujer, mientras le lamía la cara, recogiendo y tragando todos los restos de semen que la impregnaban. Mientras tanto Hugo volvió a levantarse, y se acercó de nuevo a la mesilla, al lado de la cama. Miró a Zaida, que no parecía prestarle atención, entretenida como estaba, y abrió el cajón. Cogió el gran cuchillo de caza y se lo puso a la espalda. Se acercó por detrás a la joven inocente, y con un movimiento rápido, certero, del que sabe acabar con el sufrimiento de una presa, acercó la afilada hoja al cuello, y de un solo tajo la degolló.

Carolina sintió la cálida sangre que manaba de la garganta de Zaida recorrerle todo el cuerpo, y escuchó el agónico grito de la muchacha. La miró a los ojos y lloró mientras veía cómo el brillo se apagaba.

-Lo siento, lo siento tanto… -dijo mientras la cobijaba entre sus brazos.

-Yo también lo siento… -replicó Hugo, con lágrimas en los ojos-. Pero era necesario…

-No, no lo era. Pero ya no tiene sentido discutir esto –sollozó Carolina.

-Ahora vete. Dame un par de horas. He de meter a la chica en la maleta, será la última inocente, ahora caerán los culpables.

Hugo ayudó a Carolina a salir de bajo del cuerpo de la joven asesinada y la abrazó, permitiendo que ambos lloraran durante unos minutos.

-Éstas son mis últimas órdenes para ti –dijo Hugo al fin-. Quiero que te duches, que esperes un par de horas y vengas a limpiar la habitación. Hazlo como la última vez, pero ahora quema también el colchón. Cuando lo hayas hecho, coge el bolso de mano que hay en tu habitación. Contiene más dinero en efectivo del que te hará falta para escapar. Hay un billete de avión con destino al Caribe, y un pasaporte. Tienes la dirección de un banco y un número de cuenta para cuando llegues allí. Con eso vivirás el resto de tus días sin tener que volver a preocuparte. Cuando hayas salido del país, serás libre, ya no me deberás nada.

-Pero yo no quiero ser libre, yo quiero permanecer a tu lado para siempre, por favor…

-No hay más discusión. Es una orden, vete.

Carolina salió de la habitación y se fue a la ducha, tal y como Hugo le había ordenado. Él bajó la maleta que tenía preparada en el altillo del armario y comenzó con su macabro empaquetamiento.

Hasta ahora había conseguido la parte fácil, ahora venía el verdadero reto, el objetivo de su venganza. Debía acabar con la vida del juez, del fiscal y del teniente de la Guardia Civil, y eso sería más complicado.

(9,50)