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La fantasía de Ximena

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Desafiaba todos las leyes de la gravedad. Las tetas de esa mujer me habían atrapado y me sentía flotar entre las dos masas de carne suaves y firmes. Tenía dos tetas tan descomunales, tan ingrávidas, tan desafiantes que me sentía arrastrado hacia el abismo que se abría entre sus pechos. El campo magnético que generaban me tenía imantado, incapaz de escapar mi mirada de aquellas dos montañas infinitas entre las que soñaba zambullirme.

...

La primera tetona de mi vida fue mi profesora de primaria, doña Encarna. Una mujer clásica, de refajo, combinación y vestido floreado. Recta e inflexible nos castigaba por cualquier tontería. Teníamos que comportarnos como angelitos para salir del cole a la hora prevista. Al menos dos días de cada semana me quedaba durante una hora haciendo cuentas, problemas y copiando interminables escritos de señores que se habían muerto varios siglos atrás.

Procuraba elegir mi día de castigo. Siempre que todos mis compañeros se había comportado como nos exigía doña Encarna, justo antes de salir, inventaba alguna trastada y mi profesora me miraba con odio.  - Me tienes hasta el moño Carlitos. Hoy te vas a hinchar de hacer números - Yo componía mi mejor rostro de fastidio y por dentro comenzaba a disfrutar de la hora que me esperaba a solas con doña Encarna.

El día que llevaba el vestido azul con pequeñísimos lunares blancos era mi preferido. Ese vestido tenía una tela que levísimamente dejaba ver la silueta de doña Encarna si se ponía al contraluz. Por alguna razón que nunca averigüé, el vestido cobraba vida y se movía a su antojo obligando a doña Encarna a recolocarse el rebelde escote cruzado continuamente, a pesar de que lo llevaba sujeto con un alfiler. Cuando nos quedábamos a solas en la clase ella aprovechaba para recoger algunas cosas, o se plantaba inclinada ante mis ojos para vigilar mi trabajo. Era entonces cuando el escote del vestido maravilloso se desplazaba y asomaba intrépido el encaje crema de una combinación tras la que aparecía la inmaculada la carne blanquísima de sus enormes tetas. Sólo una brevísima línea del canalillo de doña Encarna compensaba mis horas de cuentas y problemas.

Se movía con parsimonia, dulcemente, dejando que sus dos enormes tetas bailasen al son de sus caderas. Era como si dominasen el cimbreo de todo su cuerpo. Mientras caminaba entre las mesas de la terraza del hotel, poco animadas en estas fechas del año, los enormes pechos subían y bajaban cadenciosamente, elásticos, levemente ingrávidos. A pesar de que estábamos en el mes de febrero la temperatura se acercaba a los 30 grados. Vestía un chaleco negro sin mangas cuyos botones superiores pugnaban por mantenerse unidos a los ojales y una camisa blanca. Sólo llevaba un botón desabrochado y no podía disfrutar del inicio de un canalillo que se me antojaba inacabable, profundo. Una falda por encima de las rodillas completaba su atuendo y realzaba un trasero rotundo y una piernas poderosas.

La primera vez que fui al cine con una chica, éramos muy jóvenes, ya había empezado a fijarse en mí una obsesión por las tetonas. También empezaba a no tener suerte. Era mi compañera de pupitre y a fuerza de compartir horas de clase en el Insti un día nos citamos para ir al cine. No recuerdo qué película vimos, porque no recuerdo si realmente vi nada. Mi compañera era una chica delgadita, con una cara bonita, pero con unas tetas que o bien aún estaban esperando un buen momento para salir a la luz o habían decidido no complacer mis deseos. Apenas abultaban bajo la tela de su camisa.

Nos sentamos en las últimas filas a pesar de que el cine no estaba muy lleno. Yo estaba nervioso como un chiquillo, en realidad lo era, ante la posibilidad de meterle mano por primera vez a una muchacha. En realidad eso era lo que esperaba que sucediera. Ella también parecía nerviosa, quiero pensar que por las mismas razones. Al poco de empezar la película nos cogimos de la mano, sin mirarnos. Sólo nos rozamos levemente y después entrelazamos los dedos. Fue agradable sentir el tacto de su piel de esa manera, pero yo esperaba una descarga eléctrica y, sinceramente, no recibí ni un calambrazo.

Al fondo de nuestra fila de butacas una señora de enormes tetas veía la película sola. Nada más entrar me fijé en ella. Tendría unos cuarenta años, quizás algo menos. Era guapa. Portaba dos tetas gigantescas, o eso me parecieron. Llevaba un pantalón de chándal gris y una camiseta azul claro con un escote de barco muy ancho. La camiseta era muy suelta y dejaba al descubierto su hombro derecho si se descuidaba. Era un visión gloriosa.

Justo nos habíamos cogido las manos mi compañera y yo, cuando un señor trajeado, canoso, de aspecto deportivo y grandes manos nos pidió permiso para pasar hacia el fondo de la fila. También obligó a encogerse a la tetona para llegar hasta la última butaca. Se sentó dejando una butaca entre él y la tetona. Hasta donde yo estaba había al menos tres butacas y la de mi pareja.

Volví a coger la mano de mi compañera e intenté concentrarme en la película. Me debatía entre los nervios por la posibilidad de dar un paso más hacia el muslo de mi chica y la tentación de mirar constantemente para regodearme con la visión de las tetas de la señora deportista. En una de las miradas furtivas que deslicé, intentando que mi amiga no lo notase, me fijé en que el señor canoso se había movido de asiento y estaba al lado de la tetona. Ella seguía absorta en la pantalla y él, con la mano derecha, amasaba su teta izquierda que se desbordaba entre su dedos y no lograba abarcar en toda su inmensidad. Con la mano izquierda se magreaba el paquete sin disimulo. El rostro de la tetona parecía tenso, pero tenía una mueca de placer en los labios y no retiraba la mano de aquel señor, que por lo que yo había visto no la conocía de nada.

El tipo siguió magreando a la señora de las grandes tetas y pegó su boca al oído de ella. Imaginé que le decía cosas obscenas, pero sólo se escuchaba un leve susurro. Mi polla crecía y me empezaba a poner en un aprieto. No sabía cómo colocar la erección para que mi compañera, que parecía no haberse percatado del magreo que le estaban dando a la tetona, no se diera cuenta de mi excitación.

El tipo metió una mano por el escote, alcanzó la base del pecho y lo sacó fuera de la camiseta. Entonces quedé definitivamente embrujado de por vida. Sentí música en mi cabeza y me imaginé agarrado a esa teta gloriosa, inmensa, inabarcable. La mujer seguía mirando la película y sólo se humedecía los labios de cuando en cuando. No pude aguantar más y me corrí en los pantalones. Emití un gruñido de placer y mi compañera me preguntó si me ocurría algo. Le dije que me estaba empezando a sentir mal y que iba a ir al baño. No volví a entrar en la sala. En los baños del cine me masturbé dos veces seguidas. Sólo paré cuando mi amiga gritó desde fuera para saber cómo estaba y nos marchamos del cine.

La camarera tetona me tenía embrujado. Hacía dos días que estaba en México y cada instante que pasaba me sorprendía pensando en el momento de volver a la terraza del hotel para disfrutar del panorama que me ofrecía el ir y venir de la camarera de un lado a otro. Sólo había cruzado con ella un par de peticiones de café y unas cervezas. Cuando se había acercado a mi mesa me había esforzado por mirarla a los ojos, oscuros, profundos y risueños, pero no podía evitar un movimiento nervioso de mis pupilas buscando el calor de sus pechos.

Ella no se inmutaba, debía de estar habituada a que los hombres le mirasen las tetas, pero sí me pareció que sonreía por dentro y enderezaba ligeramente la espalda para elevar sus tetas con un gesto desafiante “sí tengo unas tetas enormes y, por cierto, preciosas, ¿algún problema porque sea una tetona?”.

....

En el tercer curso en la Universidad, estudiaba Economía y me encaminaba hacia la gestión de negocios, fue cuando acudí por primera vez a una fiesta con compañeros. Me había pasado casi tres años encerrado en casa inmerso entre números, problemas y teorías económicas. Llegaba la Navidad y por algún motivo que desconozco alguien decidió invitarme a una despedida del trimestre que había organizado la delegación de alumnos.

Mi relación con los compañeros era muy primaria, un intercambio de apuntes por aquí, algún café apresurado en la barra comentando la poca calidad tal profesor o un breve paseo hasta el metro para despedirnos también apresuradamente. Buen rollo pero sin haber cuajado en amistad con nadie. Ya iba siendo hora de relacionarme un poco. Me arreglé con mis mejores galas y me fui a la sala directamente. Me iba a tomar unas copas y a intentar disfrutar de la noche. ¿Quién sabe?

Saludé a algunas personas fugazmente pero no vi la oportunidad de integrarme en ninguno de los grupos que charlaban en los distintos rincones de la sala. Tampoco estaba tan animado como para lanzarme a la pista dónde se movían sensuales algunas chicas, unas compañeras de aula y otras desconocidas para mi. Me fui a la barra y pedí un cubata. Desde allí podía observar casi toda la estancia, a pesar de que la luz era muy confusa y solo mostraba los cuerpos sudorosos intermitentemente.

Al pedir la segunda copa noté un empujón en la espalda. Al darme la vuelta me encontré pegada a mi a una chica que me pidió disculpas. Había tropezado y si no hubiera estado yo en la barra se habría dado un buen golpe. La agarré de la cintura para ayudarle a incorporarse del todo y quedó, durante unos eternos segundos, pegada a mi. Sentía su respiración en mis labios y su pecho, una grandes tetas apenas contenidas por el escote de un vestido negro ajustado, que presionaban con suavidad sobre mi. Debí de quedarme pillado en su escote. - Bueno, ya que me has evitado un golpe creo que no me molestaré por la radiografía que le estás haciendo a mis tetas -.

Por alguna razón le hizo gracia mi descaro bobalicón y me pidió que le invitase a una copa. Nos pusimos a charlar pero todo se centró en sus tetas. Parecía estar orgullosa de ellas y me aseguró que gozaba cuando se encontraba con hombres como yo, que perdían el sentido de la realidad ante la contemplación de sus orgullosas protuberancias. Nos sentamos en un rincón escondido, semipenumbra, y me atreví a pegarme a ella y a poner una mano sobre su pecho y presionar muy levemente, con cierto temor. - Me vas a magrear las tetas sin darme un morreo siquiera, desagradecido - .

Se sentó a horcajadas sobre mi y se bajó el vestido para liberar un espectáculo carnal ante mis ojos. Metí la cabeza entre sus enormes senos para empaparme de su olor y lamí con fruición todo el pecho, la base, los laterales. Traté de introducir en mi boca un enorme pezón oscuro que poco a poco se endurecía y se hacía más abarcable. La chica gemía con una loca, no se cortaba un pelo. Le estuve comiendo las tetas un buen rato y juraría que se corrió un par de veces. Cuando le acaricié la entrepierna tenía las bragas completamente empapadas.

En uno de los éxtasis la chica perdió el control y sus gritos superaron el volumen de la música para los más cercanos. Ya había un grupo de personas mirándonos y sonriendo. Fue entonces cuando un segurata se acercó a nosotros y nos pidió que nos cortásemos un poco, que ya estaba bien de dar el espectáculo. La chica, se guardó las tetas dentro del vestido, no sin gran esfuerzo, y se levantó para ir al servicio. Yo volví a la barra a esperarla. Y allí me quedé, esperando.

...

Había cogido una mesa junto a los ventanales y esperaba tener suerte de nuevo. Rogaba para que fuera la zona de atención de la tetona. Pero no hubo suerte. Una chica menudita me dió las buenas noches y preguntó si quería tomar un aperitivo. Me armé de valor y pregunté por la camarera que había servido por la tarde en la terraza. La chica debía estar habituada a comportamientos como el mio. - ¿La de las tetas grandes, verdad?. Algo azorado le contesté que sí. Me dijo que atendía el ala opuesta del salón. Le rogé que me disculpara y me levanté para buscar un mesa en el área de influencia de la tetona.

Estaba decidido. Cuando se acercó a la mesa no la miré a los ojos. Estoy convencido de que los diseñadores de trajes para las camareras no conocen a esta mujer, de lo contrario no se entiende que la obliguen a llevar una camisa negra abotonada hasta el cuello y un delantal carmesí desde la cintura a la rodilla sobre un pantalón también negro. Aún así, las tetas de de la camarera eran tan potentes que burlaban la casta sosería que les imponía el uniforme

Al saludarme levanté la mirada hacia sus ojos y sonreí intentando dibujar mi mejor gesto de lujuria en los labios. - Muy buenas señorita, me cambié de mesa para que me sirviera usted -.  -Muy amable señor - contestó - ¿Qué desea que le sirva, quizás un vino, una cerveza fría?-.

Iba a decirle que deseaba que me sirviera sus tetas en para sobarlas a gusto, pero opté por moderar mi ímpetu y me limité a pedir una cerveza. Recordé el anuncio en que una mujer de grandes tetas toma una cerveza fría y sus pezones se endurecen hasta el infinito. Seguí observando como los pocos hombres que cenaban en el hotel trataban de mirar disimuladamente las tetas de la mujer cuando andaba cerca de ellos, pero todos escondían la mirada si ella los descubría o sus parejas se percataban de la infidelidad visual.

Tuve que levantarme al aseo. El pasillo que conducía hacía los servicios era el mismo por el que se movían los camareros. La fortuna se alió conmigo por una vez en la vida y me crucé con la tetona. - Dejaré su cerveza en la mesa, señor -, me dijo . - Gracias - conteste - me habría gustado estar allí para disfrutar de su visita. Tiene usted unas tetas prodigiosas, señorita - le solté. - Si lo desea, esperaré a que vuelva usted a sentarse - respondió con una sonrisa socarrona que pretendía ser un tímido arrebato de sonrojo.

Estaba decidido. Había dado el primer paso y esta oportunidad no se me podía escapar. La camarera tetona parecía haber encajado bien el primer acercamiento, pero aún no estaba seguro. Ya empezaba a imaginar un épico final de la jornada con mi polla resbalando entre esas enormes tetas.

La Facultad de Comercio y Administración de Tampico, de la Autónoma de Tamaulipas, había organizado un seminario muy interesante sobre internacionalización de la pequeña y mediana empresa. Mi Departamento de la Universidad había sido invitado a participar y fui el elegido. Las fechas no gustaron a los veteranos, a pesar de la relevancia que había tomado el evento y todos fueron desechando la propuesta. Al final le tocó al más novato, osea, yo mismo.

Y allí llevaba dos días. Había preferido alojarme a una cierta distancia de la zona universitaria. Opté por un hotel, muy barato en esas fechas, en la playa de Miramar. El primer día había acudido a la Universidad como oyente, ni siquiera me dí a conocer. Ya en la mañana del segundo día me acerqué a la organización para presentarme y pude compartir un almuerzo con alguno de los participantes que habían venido de distintos lugares del mundo. A primera hora de la tarde era el turno de mi primera intervención. Compartí una mesa redonda con otros tres ponentes, dos mujeres y un hombre, Gerardo, con el que hice buenas migas e incluso me ofreció a salir a tomar unas copas por la noche.

Amablemente rechacé su invitación y nos citamos para la noche siguiente. Tenía la excusa de que por la mañana me tocaba a mi dar la conferencia y quería ultimar los detalles de mi intervención y acostarme pronto para estar fresco. En realidad sólo podía pensar en disfrutar de la exuberancia de la camarera tetona y pasar la tarde en la terraza y la noche en el restaurante. Ya estaba decidido a pedirle que me dejara sobar sus tetas a placer y quien sabe si terminar con una cubana.

Durante la mesa redonda estuve algo desconcentrado por momentos. En la primera fila del público se había sentado una joven, una alumna de la Universidad seguramente, que lucía unas tetas de infarto. La chica no se cortaba un pelo. Llevaba un vestido minimalista con un escote en V muy pronunciado. Sus tetas jóvenes formaban dos grandes circunferencias, como globos terráqueos. Casi la mitad de cada teta asomaba desafiante por la abertura del escote. La chica jugaba con su bolígrafo, lo mordisqueaba, se ajustaba el escote constantemente, cruzaba y descruzaba sus piernas morenas. Me miraba con lujuria. Eso me parecía.

Al terminar la mesa redonda, había permanecido muda durante el debate a pesar de estar presentando una atención extrema, se acercó a mi y se inclinó sobre la mesa. - Me han encantado sus teorías, profesor - me dijo  con una sonrisa picarona - hoy me tengo que marchar prontito pero mañana estaré de nuevo lista para escuchar su ponencia con todo el interés. Si gusta desearía intercambiar después algunas ideas con usted -. Le contesté que estaría encantado, sobre todo ante la posibilidad de volver a gozar del espectáculo de sus tetas. Esto último no lo dije en voz alta, claro.

La conversación con esta alumna y sus posturitas durante la mesa redonda me había puesto muy caliente. Por eso, cuando terminó la intervención opté por excusarme. Fue entonces cuando decidí que tenía que armarme de valor e intentar satisfacer mis deseos con la camarera. Antes de marcharme, Gerardo insistió para que me quedase a la última ponencia de la tarde. Después nos tomaríamos una copas en la zona por la que solían salir de fiesta los estudiantes. Le habían hablado de un bar llamado La Inspiración. - Igual nos encontramos con la tetona esa con la que hablabas, seguro que te hace un favor. ¡Vaya tetas que tiene la tía y qué ganas de guerra! -. Era bastante mayor que yo, unos 50 años más o menos, y parecía ver en mi un buen compañero de farra que le abriera el camino para un éxito nocturno. Está claro que desconocía mis escasas habilidades como ligón nocturno.

Gerardo me contó que era un empresario de moderado éxito en México y de alguna manera que yo no había terminado de comprender estaba también ligado al mundo universitario en otro Estado mexicano. Parece ser que era una autoridad en temas de comercio y empresariales, aunque en círculos especializados. Me contó que había venido a este encuentro con su mujer y que a él siempre le habían gustado las tetonas como aquella alumna - y  además es carne fresca - Como pude me libré de él y marché en un taxi a disfrutar de la tarde junto al mar y a mi camarera tetona.

...

De vuelta a mi lugar encontré la cerveza en mi mesa. Finalmente había decidido no esperar a que yo me sentara. Pero al fin y al cabo tenía que volver a tomar nota de lo que iba a cenar. Le hice un gesto para que se acercara indicándole que deseaba pedir. Con paso lento volvió hacia mi mesa con un pequeño bloc en las manos. - ¿Qué desea cenar el señor? - No quería excederme así es que pedí una tortilla francesa, una ensalada y una copa de vino. Era el momento preciso. - De postre desearía acariciar sus tetas señorita, si usted me lo permite - Ella se puso muy seria e incluso juraría que comenzó a temblar ligeramente. - Lo lamento señor, mis tetas no están en la carta, además - y desvió la mirada hacia la derecha - podría tener problemas en mi trabajo si mantuviera contacto con alguno de los clientes. ¿alguna otra cosa? -

Quedé tan chafado que sólo pude articular un - no - que apenas escapó a mi garganta. Apuré mi cerveza de un trago y le pedí otra antes de que se marchara. Una vez más estaba sucediendo, cuando casi lo tocaba con la punta de los dedos se me escapaba el goce de unas tetas de dimensiones míticas. Aquellas dos enormes masas de hermosura no iban a ser para mi esta noche. Ahora no entendía cómo había podido hacerme ilusiones con tan poca cosa.

- Disculpe caballero - sonó una hermosa voz con acento mexicano desde la mesa situada a mi espalda, a la derecha. - No se vuelva, no es necesario. Sólo escúcheme con atención por ahora. He sido yo la que ha advertido a esa señorita para que se alejase de usted. La petición que acaba de hacerle confirma mis sospechas. Llevo observándole dos días. Desde que llegó usted al hotel no le ha quitado la vista de encima a las tetas de la camarera. Se la comía con los ojos. Era evidente que en cualquier momento iba usted a intentar algo para gozar de esas tetas -.

- Por su actitud parece que es usted un obseso de las tetas. Me he fijado que su cabeza llegaba incluso a balancearse al compás del vaivén de las tetas de esa señorita. Le he pedido que le pare los pies bajo la advertencia de denunciarla por acosar a un cliente. Creo que la he convencido. Le recomendaría que no vuelva a intentar nada con ella. Es más le aconsejaría que borre de su mente esas tetas. No van a ser para usted -.

Cada palabra que salía por la boca de la señora que hablaba a mi espalda me dejaba más petrificado. No sabía si me acaba de meter en un lío de enormes dimensiones o si la señora se estaba burlando de mi. Yo en realidad no había hecho nada. Mirar las tetas de una camarera y sí, es cierto, hacerle una proposición algo indecente. Pero yo era un hombre adulto y la camarera parecía tener más de 20 años, seguramente alguno más. En todo caso era un asunto entre personas adultas que podía resolverse sin que una desconocida se entrometiera. Lo cierto es que su seguridad me había dejado paralizado y ni siquiera era capaz de llevarle la contraria y volver la cabeza para mirarla. Debía estar sentada a un metro escaso de mi silla.

- Pero no se preocupe joven, no se va a quedar usted con el calentón dentro. Aunque usted no puede verlas, de momento, mis tetas son aún mayores que las de esa camarera a la que ha estado acosando con sus miradas lascivas. Y diría que incluso mejor puestas, a pesar de que soy unos años mayor que ella. Se da la circunstancia de que desde hace años tengo la fantasía de que un desconocido me pida que le deje sobar mis tetas. Cómo creo que pueden ser de su agrado y es usted lo suficientemente desconocido para mi como para ser el protagonista de mi fantasía, he decidido llevarla a cabo esta noche. Si usted lo desea, este par de tetas serán suyas esta noche. Y ahora vuélvase a saludarme con cortesía y contemple mis tetas. Sabrá que no le estoy engañando. Eso sí, solo debe saludarme. Después le diré cómo lo haremos. No quiero que nadie se dé cuenta de nada. Estoy hospedada con mi marido en este hotel, aunque ahora está fuera por motivos de trabajo -.

Tras recibir su autorización me giré en la silla y me encontré con la señora que había chafado mi noche de lujuria con la camarera.

- Encantado de conocerla, realmente encantado. Creo que he salido ganando con el cambio. Verdaderamente sus tetas son enormes y hermosas, ¿señora…? -.

- Confórmese con saber que me llamo Ximena. Sobre usted no quiero saber nada. Es un desconocido que me va a magrear las tetas dentro de un rato y nada más -.

- Con mucho gusto disfrutaré de sus tetas, señora Ximena, creo que no habría podido soñar con una tetas más… viciosas para culminar mi jornada -.

- Ahora vuélvase y continúe cenando. Ya tendrá tiempo después de admirar mis tetas. Cene tranquilamente. Yo me levantaré en un rato y podrá contemplarme durante unos segundos, quiero que se fije bien en lo que va a disfrutar y no se sienta engañado. Subiré a mi habitación para preparar algunas cosas. Debo asegurarme de que mi marido no regresará pronto esta noche. Cuando termine de cenar váyase a la barra del bar y tómese una copa relajadamente. Yo llegaré un poco después y me sentaré a unos metros de usted, para que me vea bien. Cuando llegue el momento me levantaré y me iré hacia la puerta del hotel, como si fuera a dar un paseo. Tómeselo con calma. Termine su copa y salga a tomar también el fresco. Yo le estaré esperando unos metros más allá. a la entrada del parking. Mi coche tiene los cristales tintados y en su interior podrá sobarme la tetas con toda la calma del mundo -.

Mientras apuraba mi frugal cena, Ximena se levantó de su mesa y se entretuvo mirando un cuadro situado frente a mi mesa. Simulaba observarlo desde distintos ángulos y de esa manera me permitió contemplar la mercancía que me iba a entregar en un rato. Ximena era una mujer bajita, morena, con el pelo recio y ensortijado. A pesar de su lenguaje directo y quizás algo brusco, aunque elegante, su rostro era amable y aún sin sonreir parecía estar feliz siendo analizada por mi.

Debía rondar los 36 o 38 años, más joven de lo que aparentaba su forma de expresarse. Parecía venir de hacer ejercicio y no haber tenido tiempo de cambiarse para la cena. Un pantalón deportivo y una camiseta, que se aferraba a su pecho para no caer y dejar al aire dos enormes tetas. Inmediatamente vino a mi cabeza la imagen de doña Encarna. Sus tetas eran iguales a aquellas de mi infancia. Grandes, redondas, firmes, desafiantes. Pero el escote de Ximena dejaba ver mucho más que el de doña Encarna. Un canalillo profundo escapaba al control de su ropa y me prometía una noche plena de felicidad.

La tetona de mis sueños se marchó a su habitación y desapareció tal y como había llegado. Apuré mi cena y le indique a la camarera que iba a tomar una copa en la barra. Me dijo que en un momento estaría allí. La escasa ocupación en estas fechas del año tenía a la plantilla del hotel al mínimo y debían multiplicarse para atender todos los frentes abiertos. Cosas de la economía de empresa.

En la barra del bar me asaltaron mis miedos habituales. Mientras esperaba que una de las camareras me atendiera pensé que Ximena podría haber desaparecido como un fantasma. Es más incluso podría haber sido una ensoñación, tan increíble me parecía la mujer y tan irreales la tremendas tetas de la señora.

- ¿Qué va a tomar el señor? - la voz de la joven camarera tetona me arrancó de las profundidades de mi inseguridad y rápidamente me giré hacia el interior de la barra para disfrutar de su visión. Pedí un gintonic, corto de ginebra, no quería que el alcohol me ahogase esta noche. La chica se movía con agilidad a pesar del uniforme antilibido. Al elevar los brazos para coger la botella de ginebra de los estantes sus tetas se elevaban al cielo con gracia. Volví a quedar prendado. Mientras me servía y casi susurrando me confesó. - ¿Sabe? No me habría importado ofrecerle mis tetas esta noche, pero la señora que estaba detrás de usted me amenazó. Debe ser una puritana. Pero todo se puede arreglar con un poco de buena voluntad, ¿no cree? Yo termino a las dos esta noche, si aún le apetece, sobre las dos y media estaré en la ciudad, tomando una copa. Mañana es mi día libre y no tengo prisa por dormir. En el posavasos tiene escrito el nombre y la dirección del bar y mi número de teléfono. Ahora me voy, no sea que vuelva a aparecer esa bruja -

Terminé de vaciar la botella de tónica en la copa de ginebra adornada con una fina piel de naranja y dos frutos rojo pasión que no logré identificar. La burbujas de la tónica escapaban al borde del vaso y me mojaban con delicadeza, con un cosquilleo, el dorso de la mano que sujetaba la copa. Así me sentía yo, en ebullición gaseosa. Dos tetonas dispuestas a dejarse acariciar por mi en la misma noche. Sin duda debía estar soñando. Había escuchado hablar de la venganza de Moctezuma y siempre había pensado que era otra cosa, pero no, debía de ser esto, mucho más irónico y cruel.

Cuatro enormes dilemas se plantaban ante mi. Levanté mi copa y brindé por mi buena fortuna, aún siendo consciente de que no tenía más que castillos en el aire. Recurrí a mis sensaciones para analizar la situación. Tenía que tomar una decisión.

Por un lado, una camarera jovencita, de poco más de 20 años, con unas enormes tetas que me habían tenido embrujado desde mi llegada a este país, que cada momento que pasaba me gustaba más. La chica había soportado con una sonrisa mi acoso visual e incluso se había visto comprometida por la amenaza de una clienta cuando me decidí a pedirle que me dejase disfrutar de sus tetas de ensueño. A pesar de todo, estaba dispuesta a dejarse manosear por mi, y quien sabe qué más e incluso a derrochar con un desconocido su noche de descanso. Era una oferta que no se me ocurriría rechazar.

Por otro lado, la señora Ximena. Atrevida, decidida, elegante y con dos tetas curadas de espanto. Una mujer morbosa que pensaba hacer realidad su fantasía con un desconocido en el que había detectado una pasión irrefrenable por los pechos generosos. Una señora capaz de pasearse ante mi vista para que contemplara con calma lo que me ofrecía esta noche y que tenía que evitar que su marido nos puediera descubrir. Ximena parecía una pantera lujuriosa con las tetas en flor. Sin duda, otra oferta irrechazable.

Un sorbo más al gintonic confiando en que su contenido vertiera en mi la sabiduría para elegir el camino recto hacia las mejores tetas. La camarera podría estar vengándose de Ximena a través de mi, pero Ximena bien podría estar descojonada en su habitación pensando en el joven que la esperaba en la barra con un tremendo calentón y al que había chafado una noche de desenfreno entre las tetas de una joven camarera. Otro sorbo más.

A esa hora, poco más de las diez y media de la noche, el bar estaba vacío. Yo era el único ocupante que reflexionaba sobre su suerte con una sonrisa estampada en el rostro y el deseo en la entrepierna. Pasaban casi cuarenta minutos desde que Ximena subió a su habitación. Se demoraba demasiado y ahora sí empezaba a pensar que no iba a tener realmente más que una opción. Una pareja de turistas rubios aparecieron agarrados de la mano entrando desde la calle. Me saludaron con una sonrisa y se sentaron en una de las mesas. La camarera tetona apareció casi al instante para servirles.

Mientras la chica servía las copas y yo me perdía en sus volúmenes generosos, mi mano comenzó a jugar con el posavasos y recordé. Lo tomé entre los dedos dispuesto a girarlo. La camarera, inclinada sobre la mesa de los europeos del norte, observó por debajo de sus tetas mi gesto. Bar La Inspiración, Espacio Cultural Metropolitano. 618…… Ximena. No podía ser. Todas las tetonas de este país llevaban el mismo nombre. Quizás era la hija de la señora Ximena. Era improbable, pero no imposible. ¿Estarían las dos jugando conmigo?

Desde la puerta que daba al gran hall del hotel hizo su entrada triunfal en el bar Ximena. Se había transformado en una diosa nocturna abandonando el atuendo deportivo. Un vestido negro, ceñido a sus generosas curvas resaltaba hasta el éxtasis visual de los dos hombres que allí estábamos el tamaño de sus pechos. Se movían con ligereza, despojados de ataduras y ansiosos por entrar en batalla. Un escote en V descubría con generosidad parte de las tetas y dejaba ver un canalillo nacido exprofeso para que mi polla se enterrara en él. La falda, corta, a media pierna, mostraba unas hermosas piernas.

Se sentó en la barra y cruzó las piernas sensualmente. Estaba frente a mi, a unos tres o cuatro metros. A pesar de la luz tenue podía observar con nitidez su cuerpo. La falda del vestido se había subido provocativamente al sentarse en el taburete y se acercaba peligrosamente a sus ingles. Un cinturón de piel negro entallaba su cintura y convertía su cuerpo en un sinuoso camino que conducía irremediablemente al orgasmo entre sus tetas.

La joven camarera se excusó. - Disculpe señora, avisaré a mi compañera -. - No se preocupe señorita, sirvame un martini por favor -. Cuatro tetas de dimensiones colosales se enfrentaban ahora a través de la barra y yo podía leer en ellas mi futuro. Ximena tomó la copa en su mano y sacó un cubito de hielo. Se lo metió en la boca para chupar el rastro que había dejado la bebida en el agua helada. Me miraba sin disimulo. Y yo a ella. Esbozó un gesto de fastidio y se pasó el hielo por el pecho, por la parte de dejaba al descubierto el escote de su vestido. A pesar de la distancia sentí que la piel de sus tetas se erizaba y noté con claridad como su pezones se endurecían y amenazaban con estirar más de lo posible la tela de su traje. Volvía a estar empalmado.

Estaba claro que las dudas que había tenido se habían disipado ante esta sensual visión de Ximena y la timidez de su joven tocaya. Tal y como me había advertido no crucé palabra con ella en la barra del bar. Me limité a mirar su tetas con ansiedad y a disfrutar del espectáculo que me mostraba como promesa del inminente encuentro.

Siguió provocándome con sus cruces de piernas que, sin pudor, me descubrían el triángulo que sus bragas negras forman en su sexo. Pasados unos diez minutos, soltó la copa con fastidio, se levantó y se marchó. La ví salir a la calle y girar a la derecha para perderse de mi vista. Sentí un golpe de calor en el pecho, un cosquilleo en la barriga y algo de temblor en las piernas. Busqué a la camarera tetona y le pedí un chupito de algo fuerte.

- Esa señora le tiene de los nervios. Tenga cuidado. Parece que se lo quiere merendar. Está casada y su marido es un tipo tradicional, muy bravo y yo diría que poderoso - me dijo la joven Ximena. - Ya sabe dónde estaré -.

Apuré la copa de un sorbo y aguardé aún unos instantes hasta que la camarera, que parecía muy atenta a todo lo que sucedía entre Ximena y yo, se marchara de la barra. Había llegado el momento soñado de gozar de las tetas que me ofrecía Ximena. Una tetas fuera de lo común, que imaginaba deliciosas y llenas de pasión. Me preguntaba como sería el tacto de su piel, el color de los pezones, el tamaño. En unos minutos no tendría que imaginar nada más.

Al salir a la calle noté un leve frescor en el ambiente. Giré siguiendo los pasos de Ximena y busqué el acceso al parking. Ximena no estaba en la entrada. Era una amplia plataforma hormigonada en la que podrían caber más de 100 vehículos. Esta noche no habría más de 30 estacionados. El parking estaba en la parte trasera del hotel y se encontraban los contenedores donde los trabajadores sacaban los restos de basura, la trasera de las cocinas y en general una zona de desahogo del personal.

Frente a la entrada, al fondo, divisé la figura sinuosa de Ximena apoyada sobre el lateral de un coche negro. No entiendo mucho de vehículos pero el logotipo de la marca en la parte delantera me descubrió un Wolkswagen. Al verme aparecer se acarició las tetas con fuerza, juntándolas con sus pequeñas manos. Abrió la puerta trasera y se metió dentro.

Ya la tenía ubicada. Disimule un par de minutos para no llamar la atención y pasado ese tiempo me encaminé hacia el coche. Al fondo del aparcamiento, junto a los contenedores y la trasera de las cocinas, divisé las lumbres de dos cigarrillos que se encendían bajo el impulso succionador de sus consumidores. Apuré el paso. Abrí la puerta trasera de coche, la misma que Ximena, y entré. Allí estaba Ximena, sonriente, ahora incluso diría que nerviosa, excitada.

Me senté en el asiento trasero junto a ella. Era amplio, sí, pero tenía la sensación de que iba a resultar complicado maniobrar. Cerré la puerta y los cristales tintados nos cobijaron en el interior. Desde allí podíamos ver todo lo que sucedía en nuestro entorno. - Aún no te he explicado mis normas - dijo Ximena - si las aceptas,serán tuyas. Sólo podrás tocar mis tetas. Puedes hacer con ellas lo que desees, no pondré ningún límite, pero no puedes tocarme el coño. Es una zona prohibida. No habrá penetración. Solo tetas. Puedes sacarte la polla, pajearte, correrte, pero debes respetar mis peticiones si quieres gozar de esto - concluyó mientras bajaba la manga del vestido, de algodón, y dejaba al aire su teta izquierda. Desde luego sabía cómo argumentar su discurso. - Acepto - me limité a decir.

- A partir de ahora están a tu servicio. He sido muy mandona contigo, eso cambia desde este momento. Estoy a tus órdenes - se ofreció Ximena.

No me lo pensé. Le pedí que se sacará el otro pecho. Quería disfrutar de una visión completa de su delantera mítica. Eran dos tetas sobrehumanas. Redondas, sostenidas en el aire a pesar de su considerable volumen y peso. Las areolas grandes como mi puño, como el culo de un vaso de whisky. De un marrón tostado con matices rojizos. Llena de pequeñas prominencias levemente abultadas que en un desorden encantador  custodiaban el pezón, aún tímido y retraído pero augurando un poderío en ciernes. La piel del pecho era tersa, sin irregularidades, lisa, como la de una veinteañera. Por las tetas de Ximena no parecían pasar los años.

Con las dos manos acaricié la parte exterior de cada seno, suave, despacio, disfrutando de cada centímetro de piel, provocando un estallido eléctrico con el roce de las yemas de los dedos. Rodeé la parte inferior, la superior, tan suave. Con la lengua recorrí el canalillo, respirando fuerte sobre sus tetas. Desde abajo agarré las dos mamas y sopese su volumen. Era un peso delicioso. Ximena comenzaba a retorcerse en el asiento, abría las piernas y entornaba los ojos. Quería ir despacio. Degustar cada instante el manjar que me ofrecía esta mujer. - son sin duda las mejores tetas de vida y lo mejor es que su portadora es una auténtica guarra que me va a dejar follarlas -.

Presioné con suavidad los pechos desde la base para comprobar que la textura se movía entre la blandura sedosa y una sorprendente firmeza. Con la lengua rodeé el pezón lamiendo la areola que se contrajo casi instantánemente. Después la otra. Ximena gemía y se frotaba el coño por encima de las bragas negras. Pero esa era una zona restringida para mi, sólo ella podría hollar ese territorio. La observé un instante abandonado mi recorrido por sus tetas y se quejó. Sin dejarla prepararse oprimí el pezón izquierdo con los labios y lo deslicé suavemente entre los dientes. Después el derecho, con más brusquedad, provocando, seguramente, una ligera punzada de dolor placentero en la espalda de Ximena que se contorsionó encajando el embite. Sin retirar los labios inicie una succión del pezón, rodeé con la lengua la areola, golpeé el pezón erecto, de considerables dimensiones. Ximena gozaba y aún no habíamos empezado.

Me retiré un instante. La posición era incómoda, al menos para mi. Me desabroché el cinturón y los pantalones. - Me voy a sacar la polla - dije. - Espera, yo me encargo - susurró la tetona relamiéndose. Sin ceremonias me bajó los pantalones y los calzoncillos de un tirón agarró la polla, casi erecta ya en ese momento. Con el dedo índice tomó un poco de líquido preseminal y lubricó el capullo. No le pareció suficiente y escupió sobre el glande. Con tres o cuatro meneos enérgicos terminó de elevar el mástil y se agachó para metérsela en la boca hasta casi tragársela entera. Se mantuvo unos segundos así y después, con la lengua hizo rápidos círculos alrededor de capullo. - Listo, ahora sigue con tu trabajo -.

- Abre las piernas y súbete encima de mí - le pedí. Terminó de levantar la falda de su vestido hasta la cintura y quedó enrrollado como un cinturón. Obedeció. Esas dos enormes tetas a un palmo de mi rostro me hicieron perder la contención que había tratado de mantener hasta ese momento y me lancé a estrujarlas con las dos manos. Era inabarcables. Poderosas. Las mordí, las succioné, las besé, las elevé hasta la altura de su boca para que ella misma chupara los pezones y volví a estrujarlas, a morderlas a sobarlas. Lo estaba gozando. Mi polla, que estaba alcanzando una erección de dimensiones desconocidas rozaba su coño a través de la tela de las bragas. Prefería no pensar en ello. Notaba su cada vez más evidente desbordamiento caliente.

Era el momento de gozar del canal que formaban sus tetas. Se volvió a sentar en el asiento y traté de situarme sobre ella para meter la polla entre sus enormes pechos, pero la posición era incómoda. Me tuve que contentar con golpearle los pezones duros con mi miembro. -Túmbate - le ordené. Pensé que quizás si me situaba sobre su barriga podría gozar de la cubana que estaba deseando practicar. Nuevamente la estrechez del asiento me impedía colocar las piernas adecuadamente.

- Vístete. Nos vamos a la playa. A esta hora está desierta y no creo que nadie nos vaya a ver. Además, no estoy tranquila. Cuando llegue mi marido igual le da por pasar por el coche y no me apetece que nos encuentre así -. Se bajó la falda y se compuso el vestido guardando las tetas nuevamente. A mi me daba igual, pero era cierto que el coche no nos estaba permitiendo disfrutar plenamente. Ella salió primera del coche y se fue hasta la entrada del aparcamiento. Salí detrás con los pantalones hinchados por la excitación. Nos reunimos unos metros más allá, ya lejos de la vista del hotel.

En la playa se ordenaban interminables hileras de hamacas de color calipso. Solo había que buscar alguna alejada de los hoteles y volvería a disfrutar de la fantasía de Ximena. Aprovechamos un paso cubierto de tablas de madera para evitar la arena y elegimos una hamaca en mitad de una gran hilera. La luna estaba en cuarto creciente y aunque iluminaba la zona generaba un ambiente íntimo, alejado de mirones, perfecto para nuestros propósitos.

Ximena se sentó en la tumbona, lateralmente, esperando mi reacción, con las piernas abiertas y aún cubierta por el vestido. -Chúpamela un poco para que recupere su esplendor antes de que te folle las tetas. Trágatela entera -. Ximena, que se había transformado en una gatita sumisa volvió a bajarme los pantalones y se lanzó hambrienta a lamer mi huevos, recorrió el tronco con la lengua y se ensartó la verga en la boca iniciando un frenético sube y baja. Mientras se ayudaba con la mano derecha, la izquierda frotaba con fuerza su sexo que debía de estar nuevamente caliente y encharcado.

- Para tragona. Sácate las tetas que ahora les toca a ellas. Quítate el vestido, no quiero que nos moleste - Obediente se quitó el traje y se quedó en tanga. No quise perder la oportunidad de disfrutar de su culo. Tenía un trasero grande, redondo, firme. La coloqué de espaldas a mi y me arrimé con fuerza a ella. Le abrí ligeramente las piernas y metí la polla entre sus muslos. Sólo quería que sintiera su dureza. Desde esa posición tenía un acceso privilegiado a sus tetas y aproveché para amasarlas entre los gemidos, ya incontrolables de Ximena, que estaba gozando de la experiencia.

Fue entonces cuando noté la presencia de un hombre sentado en una hamaca, en la penumbra, a unos 20 metros de distancia. Un reflejo metálico llamó mi atención y lo descubrí. No distinguía su rostro pero sí que se había sacado el rabo y se estaba masturbando. No quería volver a empezar de cero y sinceramente, me daba igual que nos estuviera mirando. Mejor, que gozase también. Dudé si Ximena lo había visto, pero no dijo nada, seguía gruñendo mientras le sobaba las tetas y movía el trasero pajeándome entre sus muslos. Evité alertarla.

Al notar el meneo de su culo fui yo quien empezó a bombear entre sus muslos mientras me mantenía firmemente aferrado a sus enormes tetas. Con la mano derecha, Ximena manipuló mi polla, abrió algo más las piernas y la encajó rozando su coño a través de la tela del tanga. Volvió a cerrar las piernas y continúe con el movimiento. La lejanía de los hoteles parecía haberla liberado de cualquier atisbo de discrección y los gemidos de la tetona se habían convertido en gritos de placer.

El mirón se había acercado unos metros, pero aún seguía velado por la penumbra de la noche. Al moverse parecía tambalearse ligeramente. Parecía estar algo bebido.

Intentaba cubrir con mis manos la máxima superficie posible de las tetas de Ximena, pero sus carnes escapaban a la presión de mis dedos. Le pellizcaba los pezones tiesos y duros, los estiraba y ella gemía mientras seguía frotando mi verga contra su tanga. Ella colaboraba moviendo con ritmo su trasero hasta que curvó la espalda y echó la cabeza atrás para ponerse a temblar durante unos segundos. Sus bragas se desbordaron como una presa que se rompe y sus músculos se relajaron.

La dejé respirar unos instantes para que recuperase el resuello, pero seguía caliente. Su trasero notó la dureza de mi rabo y volvió a iniciar un movimiento deslizante. Liberé sus tetas de mi abrazo, debía tenerlas ya doloridas, y me liberé yo mismo del tornillo de sus muslos redondos, húmedos, resbaladizos. - Súbete a la tumbona y pone de rodillas - sin rechistar cumplió mis deseos. - Ahora te vas a magrear las tetas mientras te masturbas para mi -.

Sonriendo y mirándome con ansiedad metió su mano derecha dentro del tanga y se introdujo los dedos en la vagina. Con la mano izquierda se estrujaba las tetas. Me coloqué delante de ella con mi verga a la altura de su boca y comencé yo mismo a pajearme. De cuando en cuando golpeaba con el glande en su lengua. Ella mantenía la boca abierta, dispuesta a recibirme. No la hice esperar. Le agarré la cabeza y le metí el rabo hasta que sus labios tocaron mis huevos. - Eso es, te gusta verdad, zorrita. Ahora deja de chupar que te la voy a meter entre esas tetas monumentales que tienes -.

Pasé el capullo por los pezones y los noté como dos piedras. Ahora sí tenía una posición adecuada para gozar. Enterré mi polla entre las tetas de Ximena. Ella se las agarró con las manos y apretó creando la estrechez necesaria para incrementar el roce. Se escupió en el canalillo y comence a follar la tetas más grandes y poderosas que había contemplado en mi vida. El sueño que había anhelado se cumplía. Mi rabo había quedado enterrado entre aquellas dos masas monumentales de carne que Ximena apretaba al tiempo que con los dedos intentaba pellizcarse los pezones. Sólo cuando empujaba a fondo la cabeza lograba salir de aquel gozoso encierro para tomar aire y volver a disfrutar del canal que me estaba llevando al éxtasis.

Ximena volvía a temblar y yo aumentaba la intensidad y la velocidad de mis embestidas. No podía creerme que fuera a correrse de nuevo, y de esta manera. Entonces fui yo quien agarró las tetas y apreté con fuerza mientras seguía aumentando el ritmo. Ambos jadeábamos ya aparatosamente. La tetona volvió a explotar con una corrida monumental y yo saqué la polla de entre sus mamas y me la meneé hasta estallar en un orgasmo digno de sus senos. El primer chorro caliente cayó sobre su cara y sus labios. Los siguientes, ya controlados por mi, fueron directos a sus tetas que a pesar de su indescriptible tamaño quedaron casi cubiertas por el semen viscoso y ardiente. Años de espera habían concentrado en mis testículos una corrida de dimensiones catastróficas.

Ximena, ya con los ojos abiertos, tomó un poco de semen de sus tetas con el dedo índice y lo introdujo en su boca. Con la lengua se relamió los labios para recuperar el líquido que había quedado cerca de sus comisuras. - Ya tienes tu ración tetona. Ahora úntala bien por tus tetas para que tu marido sepa que te cuidas poniéndote cremas. Has sido una zorrita genial. Ahora te toca limpiar lo que has ensuciado -. Ximena había perdido el don de la palabra y permanecía muda, con una sonrisa enorme pintada en su cara mientras cumplía mi orden y esparcía con deleite mi corrida por las tetas. Agarró mi rabo de nuevo y lo metió en su boca limpiándolo minuciosamente con la lengua.

Fue entonces cuando descubrí que el mirón estaba a menos de dos metros. Con la pija en la mano y la boca abierta buscando aire. - Esto es lo que te gusta verdad, puta, dejarte chingar por un niñato pendejo mientras tu marido anda buscándote por toda la playa - El tipo seguía pajeándose y avanzando hacia Ximena que ahora estaba totalmente paralizada, con un rictus de terror instalado en el gesto. - Abre la boca - le ordenó. Ximena obedeció y el mirón descargó una nueva corrida esta vez casi entera en la boca de la tetona que no fue capaz de contener el chorro dentro. -Trágatela toda- . Ximena seguía con mi polla en la mano izquierda y yo mismo no había sido capaz de reaccionar ante la irrupción sorpresiva del mirón.

Sólo podía mirar como la tetona obedecía la orden de su marido y se tragaba una segunda corrida en poco tiempo. Fue entonces cuando me fijé por primera vez en la cara al mirón y… - Gerardo,... yo…. no sabía…-.

- Tranquilo, chaval, sólo te voy a dar las gracias -.

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