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Summer

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Este no es exactamente un relato corto. Le sigue al de "reencuentros", que a su vez le sigue a "Mario" recomiendo que los lean antes para una mejor comprensión.

 

Summer

El porque del titulo en inglés es solo por que me pareció apropiado, durante las últimas semanas de clase, todo el mundo se la pasaba diciendo: ¿Qué vas a hacer en el summer? O: que bueno que ya llegó el summer. A mi me parecía tonto ya que me gustaba mas la palabra verano o también lo que Mario decía: "Mon été" así pues es en honor a todos los seres humanos que me acompañaron en el primer año de bachillerato.

Estábamos esperando el camión en el pueblo cercano a la escuela, Mario se quejaba un poco por que según el había calor, mi primo y yo solo reíamos, el calor en nuestra ciudad sería una tortura para Mario; sin embargo el era quien estaba mas ansioso, la idea de viajar con nosotros y de conocer mejor nuestra región le entusiasmaba muchísimo. Durante todo el viaje se la pasó preguntándome que seria lo que comeríamos, a que lugares iríamos, como debía comportarse, donde dormiría y cosas así. Le dije que se calmara que yo vería todo y que en cuanto llegase lo único que tenia que hacer era sentirse en su casa. En el aeropuerto Mario tomo varios folletos turísticos y empezó a acosarme con preguntas de nuevo, me gustaba que hiciera eso, era divertido y su curiosidad tenía ese toque auténtico que me encantaba. El viaje fue muy normal, nada de turbulencias ni niños molestos en los asientos cercanos.

En cuanto Mario salió del aeropuerto, se topo con que yo no exageraba respecto al clima tropical, en sus primeras horas sufrió un poco, pero ya después se fue acostumbrando, tras varias negociaciones con mis padres conseguí que Mario durmiera en mi cuarto y no en el de huéspedes todo bajo la excusa de que dormiría mejor en un cuarto con aire acondicionado y que total para nosotros era de lo mas normal dormir en el mismo cuarto. Subí pues una colchoneta para mi y así Mario se quedaría con mi cama, cuando subí el y mi hermanito ya platicaban y lo mismo había pasado con mis padres e incluso le había caído muy bien a mis perros, aquellos animales que nunca habían permitido que mi novia se acercase a ellos ¿acaso sabían lo que sentía por el?

En la tarde salimos con Mario a mostrarle la ciudad, sabíamos que teníamos tiempo así que lo hicimos detenidamente, a Mario parecía gustarle. Para esa temporada, pese al calor y la amenaza de ciclones mi ciudad se veía sorprendentemente verde, eso la caracterizaba según Mario, lejos de ser la ciudad blanca, debería ser la ciudad verde. Y así era, las avenidas estaban marcadas por árboles que formaban arcos sobre ellas y además de esto, muchos de ellos florecían ofreciendo un sin fin de partes rojas y doradas. En el centro abundaban los turistas y en realidad Mario se hubiera podido perder entre ellos, solo le faltaba el short caqui y el gorrito chistoso para que fuera un norteamericano o un francés. Nos sentamos en un café y mientras bebíamos algo fuimos planteándole a Mario el posible recorrido. Al parecer quedo encantado, apuramos nuestras bebidas y salimos a una rápida vista nocturna del centro.

Cuando llegamos a casa Mario y yo subimos al cuarto, el domingo mi familia descansaría, pero yo le dije a Mario un poco en tono de broma que el y yo no. Mientras le sobaba suavemente la entrepierna, una sonrisa preciosa se dibujo en su rostro.

Por cierto –agregué –el sábado es la boda de mi primo, naturalmente estás invitado e iras con nosotros.

¿Con que ropa? –preguntó.

A te rentaremos un traje o te prestaré uno mío –le dije riéndome por la diferencia de alturas que teníamos –será mejor rentar.

¡Un traje! –Dijo Mario – ¡con este calor! Acaso quieren matarme.

Yo quiero hacer otras cosas contigo –le dije riendo de nuevo.

No me discutió más. Al día siguiente lo lleve al cine y le presente a unas amigas para que mas o menos el asunto estuviera disimulado. Mis amigas estaban felices de verme y Mario les había interesado. El resto de la tarde paseamos con ellas y noté a Mario un poco feliz por eso, hacia más de un mes que no andábamos con chicas, enroscados de ellas contemplamos el atardecer en el parque de un suburbio. Para el lunes mis padres trabajaron durante la mañana así que Mario y yo nos quedamos casi solos en casa, nos encerramos en el cuarto, pusimos la música todo volumen y nos dispusimos a jugar como auténticos enamorados, con el aire acondicionado podíamos ignorar el clima externo y con las persianas la existencia del sol. Estábamos con shorts algo holgados, como para dormir, el se había acostado en mi cama apoyándose en los codos, me veía con su característica sonrisa y moviendo sus piernas ya que estaba como sentado, sobre su camiseta brillaba su crucecita de plata, no estábamos solos en casa así que no quise que hiciéramos nada mas que jugar, me recostaba en su pecho y le pellizcaba suavemente las tetillas y el me lo devolvía y así estuvimos entre jugando y peleando hasta que el termino sobre de mi, estando yo bocabajo y empezó a frotarme su bulto en las nalgas, intenté librarme (ya que jugábamos) pero el tenia sus fuerzas puestas en no permitirme el movimiento, así estuvo y hasta hizo por bajarme el short, pero no se lo permití y siguió con sus movimientos hasta correrse en su short. La mancha de humedad se hizo ver y el me sonrió como para que yo hiciera algo al respecto, pero como estaba con ánimos exaltados me lancé sobre el y sin dejarle reponerse empecé apretar con fuerza su miembro mientras el se quejaba, usé tan bien mis manos que en unos minutos Mario lanzó una segunda tanda que aumento el tamaño de la mancha en su short. Fue solo entonces que se lo baje y degusté aquel sabor, le limpié muy bien su short y cuando me puse a limpiar su pene, mi desenfreno hizo que se la chupara hasta conseguir que llegara una tercera tanda, o si… una tercera. Mario hizo por safarse en cuanto vio mis intenciones pero supo que saldría lastimado si lo hacia, pues sin mas nada por hacer, el solo tomo mi cabeza con sus manos y movió sus caderas, esta ultima fueron mas bien gotitas, al parecer le había sacado a Mario lo suficiente por hoy.

No querías mejor exprimir mis huevos –me dijo algo incomodo por la sensación que a uno le queda después de tres corridas.

Te lo advertí, solo íbamos a jugar –le dije casi muerto de la risa al ver como se sobaba las bolas –pero ¡no! ¡Tu tenias que llevarlo a mas!... y eso que tenia algo preparado para la noche.

No creo que pueda ahora –me dijo. –lo has gastado todo.

¿Ah si? –dije aun con rastros de risa –recuerdo que hace un mes cuando ganaste la liga de fútbol entre las escuelas de la zona, tuviste para esto y para mucho mas, ¡ese día era yo quien te pedía que pararas!

Entre risas y comentarios tontos bajamos por un poco de refresco, mi hermanito nos vio bastante raro, tal vez olíamos a sexo, tal vez por que estábamos algo sudados y despeinados, lo que sea no me hizo (ni me ha hecho) preguntas al respecto. Mis padres vendrían al rato así que envié a Mario a bañarse y yo me metí al otro baño, cuando llegaron ya estábamos vestidos. Partimos rumbo a una ciudad cercana, capital del estado contiguo, era una pequeña ciudad amurallada ubicada entre colinas verdes y un mar de colores variados entre el azul y el verde, llegamos ahí en hora y quince con mi padre conduciendo a una velocidad tal vez poco apropiada. En el carro hubo platica como siempre suele haberla, se dirigían mucho a Mario para hacerlo sentir cómodo, según mi padre, Mario era la viva imagen de su padre a esa edad.

Paseamos la ciudad, para Mario esta ciudad era desconocida y le gusto mucho, paseamos por las murallas y recorrimos los fuertes, antes de eso habíamos comido en un restaurante, la comida de ahí y de mi ciudad eran diferentes, pese a no estar lejos, ya en la tarde, recorrimos el malecón, fue muy molesto no poder quedarme mucho tiempo a solas con el, sobre todo con los hermosos paisajes que contemplábamos.

Esto es costa –le dije, señalando las piedras –es bonita y romántica, pero muy distinta a las playas que conocerás la próxima semana. Quise tomar su mano, pero mis padres andaban cerca.

En lo que fue de la semana, llevamos a Mario a muchísimas partes como para detallarlas, lo paseamos por las zonas arqueológicas que caracterizan a mi estado y que son también de las más famosas del mundo. Lo llevamos por las rutas donde los conventos franciscanos abundaban, al igual que por aquella ruta en la que uno podía contemplar los misteriosos pozos de aguas cristalinas que son casi únicos de esta parte del mundo. Conoció algunas grutas de techos altísimos y oscuridad tremenda, Mario estaba fascinado con todo ello, yo aunque disfrutaba del viaje, lo que mas me gustaba era verlo a el tan alegre, ya no se quejaba del calor y había empezado a vestir como turista, la bermuda caqui le sentaba muy bien y verlo con su gorrito negro siempre me había encantado, además de que claro, nunca se despegaba de mi y siempre me invitaba explorar mas las cosas, a escalar todas las pirámides que pudiéramos, a ver mas allá de donde el guía indicaba, se asomaba a los abismos de las grutas y entraba a viejos edificios que solo eran ocupado por monjes quienes en ocasiones nos reprochaban la osadía, solo le hubiera faltado intentar subirse a las torres de la catedral… pero, lo que mas me encantó fue cuando el viernes fuimos a una ria cercana, nos habíamos subido a una de esas lanchas que hacían el recorrido y nos habíamos adentrado en unos manglares de aguas rojas. Ahí mismo, Mario empezó a separarme del grupo, quería que nos apartáramos un poco, una vez que pisamos el parador turístico de los manglares, mientras el guía hablaba de leyendas locales, Mario y yo nos fuimos a un extremo, subimos a una torrecita de madera y ahí con solo unos lagartos lejanos como testigos, Mario me dio ese suave beso en los labios que raramente daba, se apoyo un poco en el barandal y empezó a hablar de lo sorprendente que era todo esto, no solo la naturaleza, sino el hecho de que el y yo hubiéramos coincidido en la vida.

Es cierto –le dije. –es la coincidencia mas hermosa que he vivido.

¿Sabes lo mucho que te quiero, verdad? –dijo acercándose un poco a mi. –no solo por lo físico, en serio te quiero mucho y hasta creo…

Nicolás… Mario… –mi padre llamaba. Interrumpiendo lo que Mario iba a decir. –ya vamos a partir…

Bajamos y la lancha nos devolvió a la ciudad costera de la que habíamos salido, comimos y regresamos a casa para descansar en la tarde. Al día siguiente sería la boda de mi primo y mil banalidades debían resolverse. Esa tarde nos quedamos realmente solos, aunque no seria por mucho tiempo, al menos no el suficiente. Ya en las noches anteriores habíamos tenido la oportunidad de hacerlo y por supuesto, lo habíamos hecho. Pero ahora Mario yacía sentado en el sofá con ropas cómodas, veía algún programa en la tele, me recosté en el mismo sofá y apoyé mi cabeza en sus piernas, usándolas como almohadas, el empezó a acariciar mi pelo con su mano izquierda.

¿Qué era lo que querías decirme, Mario? –le dije.

Nada, a te digo después –dijo con un animo entre nervioso y triste.

Si te es incomodo que estemos así –le dije. –dímelo, se que en ocasiones…

No hay problema con eso –interrumpió. En cuanto terminó de decir esto, tomo una de mis manos con su mano derecha y no la soltó hasta que mis padres llegaron. Hasta los perros me veían raro, jamás había estado tanto tiempo pensando en nada, lo único que hacia era sentir las caricias de Mario, el calor de su mano y el olor que soltaba de vez en cuando su bulto, ni recuerdo que estaban pasando en la tele.

Al día siguiente, a eso de las siete de la tarde, ya estábamos casi listos, le ajusté la corbata a Mario y contemplé casi babeando como había quedado mi amigo, su traje negro quedaba excelente, su altura hacía que luciera aun mejor, acompañado de sus rizos dorados y sus ojos pensativos y grises como las tormentas, no creo que hubiera habido mortal sobre la tierra que hubiese podido ignorarlo, aunque a decir verdad todos se veían bien, inclusive yo con mi involuntario rizo negro en la frente, en palabras de Mario, seria interesante desvestirme cuando esto hubiera terminado, le dije que si, que me gustaba la idea y soltamos unas discretas risas. Llegamos a la hacienda de mis abuelos, ahí sería la fiesta y la misa seria en la que fuese alguna vez la iglesia de la hacienda, una capilla pequeña de la época colonial, los arcos de piedra que sostenían el alto techo tenían aun bastante visibles frases en latín. Las puertas estaban abiertas ya que no había ventanas salvo las octagonales que estaban en lo alto, había un sin fin de flores, el antiquísimo retablo de maderas pintadas lucia peculiarmente bien y un coro empezaba ya a tocar aquella conocida marcha, mi primo esperaba en el altar vestido con un esmoquin negro, evidentemente feliz y nervioso, se veía fantástico. La novia entró, ella era indiscutiblemente hermosa, la ceremonia se llevó a cabo, Mario y yo estábamos sentados hasta atrás, Mario me había reprendido por no prestar mucha atención a la ceremonia, la verdad, nunca lo hago, es mas solo presté atención a una parte y lo hice tal vez por mero masoquismo: cuando el padre los declaro marido y mujer, y permitió a mi primo besar a su novia… lagrimé como muchos otros presentes, no por emotividad, ya que aunque estaba muy feliz por mi primo, lo amaba y me dolía saberlo perdido, me sentí triste por que alguna vez llegué a creer que esos labios eran míos (claro que eso fue un error estúpido), que el seria algo mas que mi primo, incluso llegué a planear alguna forma de irme con el… la verdad sabia que esto seria doloroso, pero no imagine que tanto. Mario puso su mano sobre la mía, produciéndome un choque de sentimientos, era un acto tan bello lo que acababa de hacer que le permití dejarla ahí un rato, no habrán sido mas que unos treinta segundos hasta que yo quite mi mano, después de todo, estábamos en una iglesia llena de familiares, no era un lugar prudente, por suerte nadie nos vio.

Pero por supuesto, faltaba más, entramos a la hacienda, o más bien al casco de ella y a sus jardines ya que eso era lo único que les quedaba a mis abuelos de la extensión original. Aun así el edificio era muy bonito, estaba bastante cuidado, con sus arcos y sus balaustradas y otros detalles de la época, uno creería haber regresado al pasado, en el primer patio las mesas estaban puestas dejando un espacio al centro para el baile y otras tonterías, al fondo y a los lados, árboles enormes resguardaban los limites de un bosquecito que era el segundo patio, ahí nada pasaría… me hubiera gustado perderme con Mario entre los sauces llorones y los naranjos pero al menos, en esta ocasión, no podría ser. Estuvimos sentados como quince minutos hasta que mi primo y su esposa se asomaron por la balaustrada, juntos como el matrimonio que ya eran y dieron una especie de discurso para el brindis, después, como es la tradición en estas partes del mundo, tiraron las copas; de cristal finísimo y con una caída de al menos tres metros, las copas se rompieron en un millar de cristalitos y astillas. Mario tomo mi mano por debajo de la mesa pero aun con esto no pude evitar sentir que mi alma se encontraba en un estado similar al de esas copas, otro beso entre los recién casados me confirmó la sensación. Mario me apretaba con más fuerza hasta que finalmente soltó mi mano. Fue cuando voltee a verlo que caí en la realidad, sus ojos grises bajo el brillo de aquella luna plateada que en realidad no era mas que una preciosa y fina línea curva me recordaron que aun si mi primo se hubiera perdido ya, Mario siempre estaría ahí, fui yo quien discretamente tomo su mano bajo la mesa, el me miró asombrado, mi sonrisa le dijo todo: cuanto lo quería, lo mucho que le agradecía su presencia y mil otras ideas, acto seguido ambos miramos a la luna como para disimular la situación y por que ella era la única que sabia lo nuestro o mas bien que tan fuerte era lo que sentíamos.

Disfrutamos el resto de la fiesta, finalmente era una noche hermosa, mi prima nos acompañó un rato para convencernos de que bailáramos (cosa que no hicimos) y se fue dejándonos solos en la mesa, apagamos la velita que se hallaba sobre el arreglo floral y disfrutamos de la vista de todo, las velitas de las otras mesas brillaban, la neblina empezaba a cubrir la velada, parecía porvenir del bosque, como invitándonos; la hacienda casi no se veía y parecía un pequeño castillo embrujado, los sonidos de la noche (audibles pese a la música) y el estampado de estrellas que no se ve en los cielos citadinos, hacían de esta noche algo muy especial, ya no me sentía triste y a riesgo de cualquier cosa decidí ir con Mario a pasear por ahí, por la arboleda, por la casona incluso por el pequeño estanque, le contaba historias sobre la hacienda, historias que me habían contado de pequeño, desde las memorias de otros tiempos hasta las apariciones de fantasmas y otros espíritus, aun me rehusaba a creer en ello pese a que varias veces en mi infancia había terminado llorando del susto entre los brazos de mi madre, aunque después de todo no hay hacienda que prescinda de fantasmas y cosas así. Hablamos de otras cosas, mi prima claudia se nos unió y nos acompañó el resto de la noche confirmando las historias antes contadas, su presencia no me molestaba ni era inoportuna, hubiera podido besar a Mario sin que ella me dijera nada o le dijera a nadie, lastima que solo ella fuese así, era tanta la confianza que teníamos que en seguida nos abrazamos los tres, los tomaba a los dos por los hombros, Mario me abrazaba igual y mi prima me tenia abrazado por la cintura, con muchas dificultades caminamos por horas con la platica sin fin aparente, reímos y nos asustamos muchísimas veces…

La fiesta continuó hasta despuntar el alba, no es que seamos tan orgiásticos en mi familia, pero por favor, no siempre hay bodas en una familia pequeña, desayunamos y nos fuimos, con la luz del día la hacienda perdía su encanto, se veía bien, pero adquiría esos matices realistas, en la noche había sido algo mas bien mágico, ahora, ya no había sombras moviéndose, las velas que aun quedaban no hacían competencia al sol y sin la iluminación mortecina, ya no podíamos pensarnos perdidos en el tiempo. Estábamos agotados y pese a esto cumplí mi promesa, después de haber amenazado a toda la casa con un vida de sufrimiento si me despertaban (eso no incluía a los perros), me dispuse a desvestir a Mario, el estaba cansado pero unas sobaditas en su entrepierna y unos mordiscos en su cuello lo trajeron de nuevo a este mundo con todas sus fuerzas y creo que hasta mas, nos desvestimos de una manera un tanto desenfrenada, Mario había enloquecido o eso parecía, con persianas cubriendo las ventanas, la puerta con seguro y el aire acondicionado funcionando, a Mario no le importaba si alguien oía o no lo que hacíamos, me aprisionó contra la pared y me fue besando el cuello y la quijada, mientras con sus manos me apretaba las nalgas sobre el pantalón, su sexo chocaba contra el mío y lo restregaba con fuerza, nos arrancamos el resto de ropa que nos quedaba y nos tiramos en la cama, estábamos de lado, Mario atrás mío, restregándome su paquete y sobando el mío con una de sus manos, parecía querer arrancarme la oreja con su boca, fui poniéndome en posición para facilitarle las cosas, aun así no se pudo, puso mi pecho apoyado en la cama, abrió mis piernas y el se hincó frente a mis nalgas, empezó a babearme el trasero como nunca lo había hecho, pasaba su lengua por mi raya me besaba y mordía las nalgas y dedicaba loables esfuerzos al momento de lamer y dilatar mi ano, fue a tal grado que me corrí en mi propia cama dejando una gran mancha que después tendría que explicar, Mario vio esto y se rió, una vez que me dejó bien listo me dio una nalgada, cosa que tampoco era muy común en el.

Vamos, ponte boca arriba –me dijo. –así no mancharas la cama de nuevo y podré verte.

Me puse como el me dijo, acomodó mis tobillos en sus hombros y empezó a hundir su verga dentro de mi, amaba esa presión y ese dolorcito placentero, las embestidas comenzaron y se hicieron intensas, Mario me veía sonriente, soltaba pequeños gemidos apenas audibles, sonaba mas el contacto entre nuestros cuerpos, ambos teníamos la respiración agitada y sudábamos un poco. Seguimos así por más de diez minutos hasta que finalmente llegó aquel pinchazo ya tan familiar. Así con su verga bien clavada, Mario empezó a masturbarme con fuerza hasta que un chorro de semen salio disparado a mi pecho, aun mas sorprendente par mi, fue que Mario tomara parte del semen y se lo llevara a la boca… ¡jamás lo había hecho!

No sabe tan mal –comentó –ya sé por que te lo comes.

Lo tragó sin asco alguno y sacó su verga de mi interior ya bastante flácida, se tiro sobre mi y me lleno de besos, en la boca, en las mejillas, en la frente y en los ojos; frotaba su nariz contra la mía y seguía besándome.

Te quiero muchísimo –me decía. –en serio, te lo juro, te amo. Y siguió besándome como si quisiera comerse mi rostro.

Lo sé Mario –le decía. –yo igual te amo. (Aunque decir esa palabra me erizara la piel).

Por favor, durmamos juntos –me pedía. –solo por hoy…

Está bien –le dije. Y nos acomodamos, el sueño cayo rápidamente, el pecho de Mario era mi lugar favorito para soñar y a el le gustaba mucho tenerme ahí acurrucado, nadie nos molestaría. Mis palabras habían sido claras: yo despertaré a la hora que quiera…así sea en unas horas o al día siguiente.

Despertamos al atardecer, nos vestimos, abrimos las persianas y la luz nos revelo que habían varias manchas en la cama, Mario se reía mientras se rascaba la nuca, estaba muy feliz pese a casi no recordar lo ocurrido.

Volvamos a hacerlo –me dijo mientras me tomaba por la cintura y me dedicaba una de sus sonrisas lujuriosas y provocadoras. –a poco no quieres.

Pero ya era demasiado tarde y aun tenía ciertas molestias en la cola, además me pareció oler pizza, así que debíamos bajar. Y sí, había pizza.

Finalmente partimos a la playa, era ya más de medio día del lunes, en cuanto llegamos Mario fue muy amable y nos ayudó a desempacar, mas tarde salimos a vagar por la playa, caminamos bastante hasta que finalmente llegó la hora del crepúsculo y decidimos sentarnos a observar el espectáculo, lamentablemente no estábamos solos, habían unas cuantas parejas y familias en las proximidades. En estas playas la gente suele ser muy amigable, tan solo en el recorrido varios muchachos nos habían invitado a jugar un partidito de fútbol y también varias chicas nos habían hecho platica ¡ah las chicas! Es muy común que en la playa uno encuentre una que otra chica con muchas ganas y pocas ideas, a Mario le agradaba mucho esto ya que en realidad sería muy difícil que nosotros pudiéramos hacer algo. Regresamos caminando en la noche, Mario empezaba con sus insinuaciones (no se por que sigo llamando insinuaciones a cosas tan directas) pero no era el momento, sabíamos que en la casa tampoco ya que compartiríamos cuarto con mi hermanito y uno de sus amigos quienes a sus trece años obviamente se darían cuenta si algo pasaba.

A la mañana siguiente cuando desperté solamente estábamos Mario y yo en el cuarto, el ruido de los videojuegos y el noticiario de la televisión me decían donde estaban los demás, nos fuimos preparando para salir.

¿Hay que ponernos tantas cremas? –dijo Mario quien aun parecía algo adormilado.

Es solo bloqueador –le dije. –es muy necesario, debes ponértelo.

No lo haré –dijo. No creo morirme por un poco de sol, hasta me sentaría bien…

Ven, a te lo pongo entonces –le dije muy suave y con mi sonrisa que decía: "sabes que quiero hacer cosas malas".

Mario se sentó en la silla de madera que había en el cuarto y lentamente empecé a untarle la crema en sus hombros, su espalda y su pecho; me encantaban sus hombros, eran bastante fuertes y muy varoniles pese a tener algunas pecas, su espalda y su pecho eran igual masculinos pero con ese magnifico toque juvenil que los dieciséis años nos daban.

No creo que a tu madre le guste abrir la puerta y ver a su hijo poniéndole bloqueador a su amigo con tanto esmero –dijo Mario

Espera –dije. –Ya casi termino. Tomé un poco más de bloqueador en mis dedos y se lo puse en las mejillas, los pómulos, la frente y finalmente la nariz.

Ya estás listo campeón –le dije a Mario entre risas ya que mi madre me decía así cuando yo era pequeño.

¿Y que? ¿Al campeoncito no le toca? –dijo Mario con sus sonrisita diabólica mientras se apretaba la entrepierna.

Salimos riéndonos y huyendo del desayuno nos fuimos a la playa, caminábamos con el torso desnudo y el típico traje de baño que parece bermuda, no creo que sea necesario mencionar lo espléndido que se veía Mario así, como un chico playero rubio, aunque después de todo eso éramos, dos chicos de piel clara uno moreno y otro rubio uno con la mirada perdida y otro con indolentes ojos grises, dos amigos buscando unas chicas con quienes pasar un buen rato… pero no había ninguna. Decidimos mejor probar suerte mas tarde e irnos a bañar al mar.

El agua está fría –dijo Mario.

¿No será que tú estás muy caliente? –le dije en tono de broma.

Es por tu culpa –me dijo –tu me tienes caliente. Y acto seguido empezó a sobar discretamente mis nalgas y mis piernas (bajo el agua), incluso metió sus manos dentro de mi traje de baño. Con una mirada lujuriosa me fui acercando y me sumergí, tal vez Mario pensó que le haría una mamada submarina, ya me imagino su cara cuando sintió que le jalaba el bañador por la parte de la cola y le echaba toda la arena que había podido recoger con mi otra mano.

¡Bastardo! –dijo Mario intentando atraparme. – ¡te lo has buscado!

Sabía que nadaba mas rápido que el, pero quería ver que pasaba, el no estaba molesto (aunque a nadie realmente le gusta tener arena en el culo) y fui reduciendo mi velocidad hasta que finalmente me dio alcance, me tomó por la espalda, pude sentir su miembro durísimo apoyado entre mis nalgas, me sumergió y me metió arena en el mismo lugar solo que el aprovechó para rascarme descaradamente el ano, después tomo mas arena y me la echó en la cabeza, yo hice lo mismo. Tras juguetear un rato mas, fuimos a donde estaban mi hermanito y su amigo y estuvimos con ellos platicando y jugando con el balón que tenían. Las olas nos mecían y el sol trabajaba incansable sobre nuestras pieles, claro, ninguno de nosotros se daba cuenta.

Fue cuando regresamos a la casa del puerto que nos dimos cuenta de lo rojos que estábamos, mis padres nos regañaron a mi hermanito y a mi; sobre todo a mi, por que Mario parecía un tomate… un tomate sexy en sus palabras, y claro, yo no podía contradecirle en eso.

Tras comer y dormir un rato, salimos (pese a las advertencias de mis padres) a dar una vuelta por ahí, Mario insistía en que jugáramos un mini partido de fútbol.

Conozco muy bien esas piernas –le dije. –sé que no tengo oportunidad contra ellas…

Igual y conoces muchas otras partes –me dijo entre risitas. –creo que hasta mejor.

Si, todas… bueno casi todas, hay algunas que aun no me has dejado conocer tan bien –le dije mientras le pasaba mis manos por la raja entre sus nalgas (aprovechando que no había nadie cerca). Mario soltó una risilla nerviosa, se rasco la nuca un poco (otro gesto nervioso) y me sonrió de una manera peculiarmente extraña, el sabía a que me refería, pero tal vez quería hacerse al mismo.

Caminemos un poco a ver si volvemos a ver a los chicos que jugaban –le dije. –al menos puedo complacerte en eso, jugaremos un partido con ellos.

Y así fue, jugamos con un grupo de muchachos de entre catorce y diecinueve años, casi todos con el torso desnudo, unos muy simpáticos y otros no tanto pero igual con cierto encanto, fue ahí donde conocimos a las chicas con las que andaríamos en los días siguientes, eran dos muchachas morenitas de labios hermosos y pechos interesantes. Con ellas pasamos buena parte de esos días, fuimos con ellas a la feria del pueblo cercano y nos metíamos al mar con ellas también, nos encantaba jugar esas peleítas en las que ellas se subían a nuestros hombros e intentaban derribarnos, también andábamos con nuestros nuevos amigos del partido de fútbol. Fue en la ultima noche antes de regresar cuando ellas nos invitaron a una fogata en la playa, solo estábamos los cuatro y pues obviamente no solo nos dedicamos a comer malvaviscos y salchichas, yo al menos, tras una hora de platica, ya estaba sobre mi chica mordiéndole los pechos y metiendo mano en los lugares mas íntimos de su persona, Mario tardó un poco mas pero finalmente terminó igual. Era inevitable, la combinación del crujir del fuego con la brisa marina y el sonido de las olas en la oscuridad de la noche resultaban de lo mas erótico para mi, quise llegar a mas, darle una probadita de mi salchicha a aquella preciosa niña (que al menos era un año mayor que yo), pero ya era muy tarde y debíamos caminar bastante para llegara a la casa del puerto. Nos despedimos, las acompañamos a su casa como los caballeros que éramos y tras contemplar el espectáculo de una señora borracha cantando cielito lindo a todo pulmón, nos perdimos en la oscuridad.

Mario andaba más que caliente, apenas vio que estábamos lejos de las chicas, empezó con sus indirectas, que realmente solo consistían en intentar derribarme, agarrarme las nalgas y abrazarme con fuerza.

Me pareció que algo se movía por ahí –dijo Mario. –vamos a ver.

Le seguí, sin imaginar siquiera lo que estaba pasando, llegamos a un espacio que se encontraba entre unas dunas y ahí Mario me derribó sin piedad alguna, ahora si entendía lo que pasaba, Mario se tiro encima mío, andábamos con el torso desnudo así que no tuvo problema alguno para empezar a morder mis tetillas. Eso dolía un poco.

Mario quítate de encima –le decía. –no te das cuenta de que cualquiera podría vernos.

Son mas de las doce de la noche –dijo Mario mientras mordía mi cuello. –esas viejas si que me dejaron caliente.

Igual a mi, pero esto no es prudente –le dije.

No te hagas a la difícil –me dijo. –he buscado este lugar con cuidado, estamos entre puras casa abandonadas y nadie puede vernos por las dunas y además, a quien venga y nos diga algo podemos molerlo a golpes o bien ignorarlo.

Ojala y un cangrejo te pellizque los huevos –le dije.

Mmm… puedes hacerlo tú –me dijo. –se que te gustaría y es inevitable, te voy a follar en la playa, aquí mismo.

Sabia que hablaba en serio, la idea me excitó bastante, después de todo ¿Cuándo volveríamos a estar en una situación así? Empecé a mover mis manos por su espalda desnuda y me dirigí casi de inmediato a sus nalgas, pasando por su raja y apretándole las nalgas, todo sobre su bañador estilo bermuda, casi idéntico al que yo tenía.

Soy yo quien te va a follar –me dijo. Estaba en su actitud de macho dominante que siempre le quedaba después de haber estado con viejas.

Vamos, sé mi macho –le dije riéndome por lo ridículo que sonaba.

Siempre lo he sido –dijo y se incorporó sobre sus rodillas apoyando sus manos en sus caderas en un gesto sutil. –vamos, has lo que debes.

No me molestaba la actitud ya que raras veces se comportaba de esa forma y debo reconocer que me gustaba, así como también me fascinaba verlo en esa pose tan masculina, con su piel blanca pero tostadita y roja y sus ojos grises reflejando la luz de la noche, a eso le sumábamos los encantos que nos proporcionaban el claro de luna, la brisa marina y el lejano tronar de las olas. Mario realmente parecía un ser angélico caído del cielo para portarse mal.

Me acerqué a el y le pellizqué los huevo como el había sugerido, le baje el bañador y su bóxer pegado, solo pude bajárselo hasta un poco arriba de las rodillas, su verga salió feliz de estar libre y babosa por la situación. La tomé con una de mis manos y me la metí a la boca, estaba saladita y los jugos le daban un toque dulzón también, mi lengua trabajo tan bien como pudo; con mi otra mano acariciaba las nalgas desnudas de Mario, el había empezado a gemir y puso su mano sobre mi cabeza, mientras que con la otra retiró mi mano de sus nalgas, realmente estaba en actitud de macho cabrío. No me importó mucho, el se hacía hacia atrás hasta que apoyo sus nalgas en la arena y entre sus pies; yo tenia a mi disposición únicamente su polla, sus piernas, sus huevos y su abdomen ya que tampoco me permitía tocarle las tetillas, aun así disfruté machismo con lo que tenía, el no me soltaba la cabeza, movía sus caderas contrayendo sus nalgas y también me presionaba contra su miembro con sus manos. Estábamos disfrutando como locos y finalmente el se corrió en mi boca dándome a beber grandes cantidades de esperma y clavándome la verga casi hasta la garganta.

Una vez que le deje limpiecita la verga, el me bajo el bañador mas o menos a la misma altura, se quitó el suyo, me puso de perrito y empezó a babearme el culo, metiéndome los dedos en el ano, finalmente me cogió de las caderas y empezó a clavarme su tranca, en cuestión de tres empujones ya sentía claramente sus huevos chocando con los míos. Era realmente una delicia, cuando empezó con el bombeo yo ya no aguantaba mas y empecé a soltar gemidos. Casi como reflejo, empecé a apretar las nalgas a lo que Mario reaccionó acelerando sus movimientos.

¿Te gusta que te folle tu macho? –me decía. – ¿te gusta?

No le insulté por que realmente lo quería mucho, pero mi cuerpo dio la respuesta más adecuada y oportuna, me corrí dejando caer varios chorros blanquecinos a la arena. Mario se dio cuenta y se puso como loco, ahora me embestía con más fuerza.

Claro que te encanta –me dijo. –ya vez, hasta te corriste.

No dije nada, aunque después de un rato mas de bombeo empecé a decirle cosas, Mario demostraba todo su aguante mientras me cabalgaba, de hecho creo que si no le hubiera empezado a decir cosas del tipo: eres mi macho o cuanto aguante tiene mi hombre (frases que el excitan demasiado) el hubiera pasado otro buen rato con el mete y saca. Me sentía tonto llamándole así, pero la sensación de sus huevos chocando contra los míos bien lo valía. Finalmente llegó su habitual clavada final y me llenó el culo, se dejo caer sobre mi espalda, apoyando sus manos sobre la arena. Con su respiración agitada sobre mi cuello, el seguía haciendo sus movimiento pélvicos mientras su exhausta verga perdía volumen y fuerza lentamente. La sacó, se tendió a mi lado, mi verga seguía paradísima y el la rozó por accidente con su rodilla consiguiendo una sorprendente corrida, mi segunda corrida de la noche.

¡Otra! –dijo Mario realmente sorprendido. –hoy si que hice un buen trabajo.

Mi incansable Mario –susurré.

Nos pusimos los bañadores y apoyamos nuestras espaldas en un duna, Mario pasó su brazo alrededor de mis hombros abrazándome, apoye mi cabeza en su hombro y puse mi mano sobre su estomago, como solía hacer siempre, hubiera deseado poder dormirme ahí mismo, con un cielo estrellado por techo, pero debíamos regresar. Antes de irnos pasamos un rato contemplando la nada, le con su cabeza ligeramente apoyada en la mía y yo acariciando su estomago y su pecho. Observé mi reloj y ya eran más de las dos de la madrugada, me regañarían, pero que importaba. Mario se levantó primero y me ayudo a levantarme. Casi corrimos a casa.

Obviamente al llegar me regañaron por la hora, y por que ellos sabían que estábamos con las chicas. Que tienes que estar andando con esas mujerzuelas, que imagen le estas dando a Mario –dijo mi madre. Mi padre disimulaba una risita. Antes de dormir, Mario me comento que mi padre le había preguntado si nos habíamos divertido con las chicas y al responderle Mario que si, mi padre le había sonreído y le había dicho que no importaba entonces. Por supuesto que mi padre entendía mucho mejor esas cosas.

Ya el día anterior a la partida de Mario, en la tarde; Mario, mi prima y yo habíamos ido a un lugar que consideraba sumamente especial, era un peculiar parque en forma de media luna rodeado por una suerte de convento gótico, eran las partes antiguas de la ciudad, mi primito de cuatro años también había ido y mientras el y Mario jugaban con un a pelota (actitud sumamente tierna por parte de Mario) mi prima y yo platicábamos.

¿Ese muchacho es más que tu amigo, verdad? –dijo mi prima quien ya sabia sobre mis preferencias.

Si –respondí y después cambie de tema.

Cuando llegaron Mario y mi primito, le comenté a Mario sobre ella y sobre lo que sabía, Mario únicamente reacciono tomando mi mano por un momento. Mi prima claudia le dijo que nada mas no le dijéramos a los abuelos. La acompañamos a su casa y ahí nos despedimos de ella.

Te cuidas y a cuidas a mi primo –le dijo claudia a Mario.

Yo puedo cuidarme solo –dije

No, no puedes –dijeron los dos casi al mismo tiempo, si mi primo Roberto hubiera estado ahí, seguramente hubiera dicho lo mismo, al igual que el resto de la familia, tal vez hasta los perros (de poder hablar, claro).

Llegamos a casa, la tarde terminaría pronto, la casa estaba vacía. Mario se quedó viendo el piano de la sala.

¿Sabes tocar? –me preguntó.

No –le respondí.

Puedo tocar algo para ti –me preguntó. Yo ni sabía que Mario tocaba el piano.

Asentí con la mirada y me senté en el sofá, observando como Mario levantaba la tapa negra de las teclas, acomodaba el taburete a su altura y tronaba sus dedos. El sol estaba poniéndose.

Mario empezó a tocar, lo hacia realmente bien, estaba tocando una sonata que me encantaba, de hecho era mi favorita y creo que el lo sabía. El sonido majestuoso del piano, las notas melancólicas de la sonata y la belleza y pasión con la que Mario tocaba me dejaban hipnotizado, además, las sombras alargándose por el crepúsculo y la luz que languidecía daban a la sonata un tinte aun mas triste o indolente quizá, la luz mortecina parecía incendiar aun mas el cabello de Mario, sus rizos brillaban al igual que sus manos y las teclas del piano. Finalmente la sonata terminó con sus características notas trágicas, Mario había terminado en un momento casi perfecto, la luz del sol había desaparecido. Mario se quedó sentado en el taburete y sin importarme un comino su reacción me acerque a el.

Hermosa –le dije. –es mi sonata favorita, tocada por quien ahora es mi pianista favorito.

El sonrió levemente, parecía querer decir algo, pero no le di el tiempo, posé mis labios sobre los suyos y lo besé apasionadamente, por primera vez en nuestra relación, era yo quien daba el beso y también fue el primer beso en que nuestras lenguas se cruzaron, sentí la saliva de Mario y la amé, el beso siguió por varios minutos.

Lo siento –le dije. –pero tenía que hacerlo.

Yo soy quien tiene que disculparse –me dijo algo avergonzado. –te traté muy mal aquella noche en la playa, discúlpame si fui muy tosco.

No hay de que disculparse –dije. –Decirte que no me gustó sería una mentira.

Mario –dije después de un silencio. –realmente me ha encantado que hayas estado estas dos semanas conmigo, sobretodo en la boda de mi primo, yo solo no hubiera podido permanecer ahí.

Si hubieras podido –dijo Mario. –eres mas fuerte de lo que piensas.

O eso es lo que he querido aparentar –dije.

Lo eres –dijo Mario. –perdóname por lo de la playa, enserio me comporté como un animal.

Ni tanto –le dije, recordando aquel día que compartí con mi primo antes de siquiera conocer a Mario. –además ya te dije que no hay nada que perdonar.

Te veías muy bien en la playa –dijo, como justificándose. –me gustaba verte caminar.

Caminaba como camino siempre, pero gracias –le dije. –a mi también me gustaba verte.

No era como siempre, porque nunca te había visto caminar tanto con el torso desnudo –dijo Mario. –y así con la piel mas oscura, te vez mas… mas niño por así decirlo.

Tal vez deberíamos andar así en el cuarto –le dije. –Vamos al sofá.

Nos pusimos en una posición muy similar a la que he descrito antes, y así, mientras Mario me acariciaba, rompió el silencio.

¿Nosotros que somos? –Preguntó – ¿somos algo además de amigos?

¿No que eras mi macho? –le dije, soltando una risita, el tema me era extraño.

Si –me dijo con otra risita nerviosa. –pero ¿somos novios o algo así?

Nunca habíamos hablado de esto, Mario –le dije.

¿Te gustaría que fuéramos novios? –preguntó Mario.

La pregunta me dejo la sangre helada, pero respondí afirmativamente, Mario me besó con la misma pasión con la que nos habíamos besado antes, mi sangre seguía helada y mi respiración se hallaba entrecortada. Jamás me imagine llegar a referirme a otro hombre como mi novio.

No sabes lo feliz que me haces –dijo Mario. –mas feliz que cualquier chica.

Mi sangré se heló de nuevo, era cierto, pero no había caído en cuenta de ello, con ninguna chica había sentido tanta felicidad como la que ahora sentía con Mario ¿acaso estaba tomando ya un camino? No quise contestarme la pregunta.

Dormimos juntos, al día siguiente, Mario desayunó y nos fuimos al aeropuerto. Me despedí de el con normalidad, mas bien disimulando un poco, lo extrañaría mucho en estas semanas.

Unos días después recibí un mensaje en mi celular: me toca de devolver el favor, quiero que vengas para acá en diciembre. Te quiero.

Después le comentaría a mis padres, sabía que tendría que negociar con ellos.

(9,11)