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El tabú de un padre (01)

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Advertencia: Los que estén acostumbrados a leer mis relatos saben que suelo escribir capítulos bastante largos, sin embargo esta serie se caracterizará por tener capítulos cortos; sin embargo eso no quiere decir que no haré mi mayor esfuerzo para aportar una historia erótica e interesante. Espero que la disfruten. 

 

1.  Ilusión.

 

Sus delicados labios, levemente humedecidos, se posaron sobre mi glande y sin prisas, fue tragando mi erecta verga. Hacía mucho que no la sentía tan dura... tanto así que me dolía... pero la situación lo ameritaba. El dolor hacía que todo fuera más intenso... más placentero... más real. La lengua rodea la punta de mi pene una vez... luego otra... se sintió tan bien que me obligó a gemir.

–¿Así te gusta? –me pregunta con su dulce vocecita.

–Sí, hija. Lo estás haciendo muy bien... cada vez mejor, diría yo... –de pronto comenzó a chupármela más rápido–. ¡Uf! Me gusta cuando mostrás ese... entusiasmo.

Tragó todo mi miembro y comenzó a succionar con cierta impaciencia, como si quisiera exprimirle el semen antes de tiempo. Cerré mis ojos y sujeté su cabeza con ambas manos, inclinando todo mi cuerpo hacia atrás y me quedé con la morbosa idea de que tenía a mi hermosa hija de rodillas ante mí, chupándome el pene con entusiasmo. Toda la inocencia que irradia a diario quedó rasgada, deteriorada y arruinada ante ese acto lujurioso y vil. Ella, con la dulzura de una adolescente que apenas está viviendo sus dieciocho añitos, se comía mi verga como la mejor de las putas.

La ternura se transmuta en lujuria, la inocencia en perversidad... la tengo... me la está devorando. Por fin... no podía esperar por esto ni un día más... lo necesitaba... y ella lo necesitaba tanto como yo.

–Me gustaría escucharlo de vos... decime, mi hermosa... ¿te gusta chuparla?

–Sí, papá... me encanta. Tu verga me vuelve loca.

Sus labios se cerraron una vez más alrededor de mi firme hombría. Suspiré por la emoción y presioné su cabeza para que se la coma toda... todita... la humedad y la calidez del interior de su boca era lo mejor que había probado mi verga. No podía comparar esa sensación con ninguna de las mujeres con las que había estado, porque ninguna de ellas era como... mi Érica.

Disfruté de unos minutos de su inexperta, pero eficiente, mamada. Gocé con los ojos cerrados, recordando los últimos días, en los que mi hija se había quedado dormida en mi regazo... con su boquita tan cerca de mi verga. Le había acariciado el cabello mientras imaginaba que despertaba y comenzaba a chupármela... había sido un momento muy intenso para mí, mi mente me había dado vívidas sensaciones... pero ahora... lo estaba experimentando en carne propia y todo era mucho más intenso... extremadamente intenso.

Temeroso de acabar antes de tiempo, la tomé por debajo de los brazos y la obligué a ponerse de pie. Vi una dulce boquita que sonreía ante mí. La arrojé sobre la cama, quedó boca abajo. Me acerqué a ella y con una mano apreté su tierna colita. Le di un suave mordisco y olfateé el dulce aroma de su sexo... tan intenso... tan femenino... tan real. Bajé mi boca abierta y apreté su vulva con mis dientes, la humedad de su vagina se traspasaba a través de la tela de su apretada bombachita. Sorbí los jugos y lamí la ropa interior con desenfreno, pude escuchar como ella gemía de placer... mi adorada Érica gimiendo por mí... expresando con sonidos involuntarios el goce que recibía de mi lengua, de mis caricias, de mis dedos que acariciaban sus empapados labios vaginales... me estaba volviendo loco por ella. Loco por poseerla... pero debía ser paciente.  

La despojé de esa única prenda que cubría lo más íntimo de su cuerpecito y con un dedo recorrí la grieta que dividía en dos su sexo, arrastré con él la humedad hasta llegar a ese otro agujerito con el que tantas veces había fantaseado, ese mórbido orificio que era dueño de mis fantasías eróticas más oscuras. Ella comenzó a reírse y a sacudirse, no sabía si mis caricias le causaban cosquillas o era por los nervios de estar siendo tocada allí... tal vez por primera vez en su vida. Lamí su rugoso ano tan solo una vez y luego comencé a chupar su vagina... su esencia femenina llenó mi boca y puso en alerta mis papilas gustativas... así era como sabía el morbo.

Mi verga parecía estar a punto de estallar, me apresuré para ponerme de rodillas detrás de ella y apunté a su jugosa conchita. Sus labios se abrieron, hinchados, ante el avance de mi masculinidad. Había penetrado muchas mujeres en mi vida pero nunca había sentido algo semejante... nunca había tenido el enorme placer de sentir el momento exacto en el que una rajita estrecha y juvenil se dilata, era como si sus labios internos pretendieran abrazar mi glande... sin embargo no podía... no todavía... debía ser paciente... gozar del momento... de los momentos junto a mi más erótica y morbosa ilusión.

–¿Me la vas a meter, papi? –preguntó ella gimiendo.

–Todavía no... hoy no... –tenía que esforzarme para hablar ya que tenía la punta de mi verga dentro de su pequeña cuevita y estaba a punto de soltar todo lo que mis testículos habían reservado para ella–. Ya va a llegar el momento.

Saqué la verga y todo mi semen fue expulsado con violencia, cayendo a montones en esa vulva inocente pero viciosa... podía ver el blanco esperma cubriéndola toda, cada chorro que salta me recordaba a la sonrisa de mi hija y sentía que estaba arruinando esa tierna imagen suya... morbo... tabú... ilusión... 

–Me llenaste de lechita –me dijo ella simulando una voz aún más inocente de lo normal.

Se volteó y me miró con sus ojitos melancólicos.

–Y hay más de donde vino esa –le sonreí.

–Pero... –hizo pucherito con su boquita–, yo quería que me la metas...

–Ya te lo dije, corazón, todavía no... ya va a llegar el momento... tiene que ser muy especial... tan especial como lo sos vos.

Su rostro se iluminó con una radiante y angelical sonrisa que contrastaba enormemente con la imagen que daba de la cintura para abajo, con las piernas abiertas y la concha llena de flujos y leche... mi leche. Apreté los dientes y resoplé... estaba desgarrando su imagen pura... eso me fascinaba hasta el borde de la locura.

–Todavía tengo ganitas –aseguró.

–Entonces tocate... tocate para mí –la idea pareció gustarle ya que de inmediato posó dos de sus dedos en sus labios vaginales y éstos se cubrieron de espeso semen–, así es, mi amor... hacete una rica paja... pajeate para mí...

Ella me brindó un espectáculo maravilloso. Comenzó a frotar su intimidad con pasión, sin dejar de mirarme directamente a los ojos. Me tomó por sorpresa cuando llevó sus dos dedos, llenos de leche, y los chupó lenta y sensualmente, como si me estuviera chupando la verga. Luego bajó otra vez su mano y se penetró directamente con los dedos que había lamido. Los metió hasta la mitad y los sacó, luego comenzó a frotarse el clítoris, siempre untando el semen cremoso en todos los rincones de su conchita.

Se chupó los dedos tres o cuatro veces, hasta que logró limpiar su vagina casi por completo, ahora la cubría una mezcla de flujos, saliva y leves rastros de esperma. Sus gemidos eran brutales, me desgarraban el corazón, me llevaría ese sonido bien grabado en mi mente para traer su recuerdo cada vez que me masturbara en soledad... llevaría siempre una parte de mi Érica conmigo... mi amada Érica.

Verla llegar al clímax y escuchar sus agudos gemidos, fue la gloria. Nunca podría borrar todas esas imágenes de mi mente y me alegraba que así fuera.

 

*****

 

Una noche regresé tarde a mi casa, entré sin hacer ruido y cerré la puerta tan despacio como me fue posible. Di un rápido vistazo a la sala de estar. No había nadie... ella ya debía estar durmiendo. Eso me tranquilizaba ya que había estado en un bar, con unos amigos, tomándome unas cervezas y no quería que mi hija me diera un sermón por llegar tan tarde.

Vivir solo con una hija como Érica a veces puede ser igual que vivir con una esposa... aunque debía admitir que Érica tenía mucho encanto y tacto a la hora de dar esos “sermones”.  

Me dirigí directamente hasta su dormitorio, la puerta estaba levemente abierta, casi como si estuviera esperando por mí. Allí estaba ella, tendida boca abajo en su cama, con una pierna completamente estirada y la otra flexionada. Entre ambas formaban un número 4.

Podía ver la curva de sus apretadas y redondeadas nalgas. Brillaban como la pálida luna que se colaba por las rendijas de su ventana. Entré vacilante al dormitorio, avancé cuidando cada uno de mis pasos y mis movimientos, la luz era lo suficientemente buena como para ver el piso, pero me distraía mucho la visión de su hermosa colita y no quería tropezar con nada. Érica acostumbraba a dejar sus pertenencias tiradas, podía ver su pantalón de jean arrugado en el suelo, a pocos metros de mí. Junto a él había un par de zapatillas y un corpiño, miré nuevamente a mi hija y pensé que, debajo de esa corta remerita color violeta, sus pechos estaban al desnudo.

Me senté lentamente en la cama, regulando el peso de mi cuerpo. El mullido colchón se hundió un poco, pero la cama no chirrió. No podía contener mis ojos por más tiempo, éstos se perdieron en el canal que se formaba entre sus piernas, marcado vivamente por una apretada tanguita blanca... vi en ella toda mi ilusión... casi toda.

Mi ilusión se depositaba tanto en ella que se me estrujaba el corazón por la emoción.  

Me incliné levemente hacia ese respingado par de nalgas y hundí mi nariz justo debajo de ellas, a la altura de su sexo tan femenino y juvenil. El aroma a adolescente en celo me atravesó, mi mente se perdió en un río de pasión y lujuria. Llevado por esa misma corriente, mi pene comenzó a elevarse, hasta quedar apretado dentro de mi pantalón. Tan apretado que sentí un dolor... uno placentero... muy similar al que sentía al momento de penetrar a... mi hija... a mi ilusión... a mi Érica.

Su conchita abriéndose... ante el avance de mi rígido e implacable glande. Era como flor volviendo a la vida.

Nunca había llegado más lejos que eso... que el glande... que la puntita... pero ya podía hacerme una idea muy clara de cómo se sentía hundirle toda mi verga...

Apreté los dientes, inspiré y resople. Aroma a mujer. A mujer en celo. A mi hija en celo.  

Observe atentamente esa tela blanca que delineaba perfectamente la división de su vagina... estaba húmeda... se había masturbado... sí... no cabía duda... lo había hecho.

Mi verga dio un salto, se puso aún más dura.

«A veces me toco... pensando en vos», me llevaría sus palabras a la tumba... esa frase había hecho mella en mí. Me inundaba de morbo saber que... que ella hacía esas cosas.

Mi hija se había hecho una paja... y no solo una, sino muchas... pero esta misma noche... lo había hecho, tal vez pocos minutos antes de mi llegada.

Podía imaginar sus finos dedos recorriendo esa gruta tierna... acariciando su semillita de amor... el río de su sexo fluyendo... el aire escapando de sus pulmones en forma de dóciles gemidos... el meneo de sus caderas danzantes... dedos intrépidos que se perdían en la negrura misma de la caverna de la inocencia. Clímax... desenlace... el vientre hecho un revoltijo de placer... la repentina explosión de su lujuria... la onda expansiva de que parece eterna... el último suspiro... la última caricia. Casi podía ver su concha escupiendo, salpicando... manchando las sábanas.

Tuve que liberar mi verga y sujetarla con fuerza, esto me provocó otra fuerte oleada de placer. No me moví ni un milímetro...

Milímetros... eso era todo lo que separaba mi boca de su vulva... su rajita húmeda... excitada... deseosa de cariño... sí, ella lo necesitaba. Por más que no quisiera admitirlo... ella quería... era mujer... y como tal... quería...

Siempre inocente... dulce... amorosa... sutil... pero necesitaba de una buena verga... que la rasgue, que la rompa, que penetre hasta el fondo el túnel de su ingenuidad... un buen miembro masculino que le quite su pureza... un pene que la rebalse de placer... uno como el mío... que la parta al medio... que descargue dentro de ella, que la llene... que la deje chorreando por la concha el blanquecino néctar de amor paterno... esa concha antes inocente... tan llena de leche... tan abierta... desflorada...

Acerqué mi mano, pero sin la intención de tocarla... al menos no a ella... no de forma directa.

Empleando hábilmente la punta de mis dedos sujeté uno de los bordes de la tanga... estaba tan húmeda como lo había sospechado... mi verga palpitó. Se sacudió como un animal salvaje en cautiverio... quería salir... quería entrar... entrar en ella... como había entrado antes... esa ilusión... esa mórbida ilusión...

Lentamente, con la paciencia de la araña, fui moviendo su ropa interior hasta que... mi pecho palpitó.

Allí estaba... no debía imaginarlo más... no debía compararlo más... allí estaba... al igual que toda mi ilusión. Érica, mi ilusión... mi amor... mi mundo.

Sus labios arrugados, finos... como el tierno tallo de una flor. Una flor frágil, pero sublimemente perfumada. Carente de vellos. El aroma sexual de mi hija... sí... el de ella... se hizo más intenso. Inspiré. Disfruté. Fantaseé.

Penetrarla... la gloria absoluta... esa conchita incauta e inocente... que por más ingenua que fuera... también disfrutaba del sexo... necesitaba del sexo... rogaba, suplicaba por sexo duro, pasional, enérgico... viril y masculino... como yo... yo podía darle todo lo que ella necesitaba y más... hasta dejarla satisfecha.

Su agujerito estaba depositando, en esos apetecibles labios rugosos, una gotita de incoloro flujo... su conchita seguía manando lujuria y deseo. Extendí mi lengua hasta que con la puntita... la rocé. Recolecté esa gotita que rodaba... una gotita producto de su propia gruta de amor femenino. La saboreé... era tal y como lo... nada cambia... gracias Érica, por darme tanta ilusión.

Tan exquisitos eran sus jugos que quise ir por más... pero sin despertarla... todo dependía de que ella no se despertada... arrimé con ternura mi lengua y sus cálidos labios se pegaron a ella. Recogí todo su sabor... la sal de su sexo...  

Érica gimió. Di un salto y me alejé de la cama, el corazón me saltaba incontrolablemente, castigando mi pecho. Mi hija se movió lentamente pero... solo se estaba acomodando; sin embargo eso bastó... me hizo recapacitar... había llegado demasiado lejos. No podía permitirme esto... de ninguna manera. Retrocedí sin dejar de agarrarme la verga con firmeza y sin dejar de mirarla a ella...

Antes de salir de su cuarto di un último vistazo a su delicada conchita... tal vez no volvería a verla... no debía volver a verla... no debí verla ni siquiera una vez... pero ahora... la ilusión... esa puta ilusión... era mucho más fuerte.

Cerré la puerta de su dormitorio y fui rápidamente al mío, criticándome internamente, llamándome a mí mismo enfermo y degenerado. Me insulté con todas las palabras despectivas que conocía... y que tan bien me identificaban. «Es tu hija, enfermo hijo de puta», me dije con rabia, una y otra vez.

Apoyé mi espalda contra una de las paredes de mi cuarto e intenté tranquilizarme para reducir el ritmo de mis palpitaciones, pero mi mente seguía bombardeándome con insultos. Miré mi verga, tiesa y dura, apuntaba hacia adelante, contenida por mi mano, como si fuera una bestia salvaje y primitiva que no debía permitir que se libere... pobrecita Érica si esto se liberaba contra ella... pobrecita mi dulce hijita... que no tenía la culpa de tener un padre tan enfermo... tan degenerado... ella no se merecía eso.

Había una sola solución... en realidad me mentía mí mismo pensando que esa era una solución... pero era lo único que podía hacer... debía verla otra vez...

Saqué mi teléfono celular del bolsillo y la llamé.

Respondió casi al instante.

–Hola, corazón –me dijo con su aguda y juvenil vocecita.

–Hola. ¿Estás disponible?

–¡Claro! Para vos siempre estoy...

–Perfecto... pero... no te puedo dar lo que me pediste. Si lo hacemos, es por lo acordado antes.

–Está bien... sé que pierdo al decirte esto, pero disfruto mucho de ese jueguito de “padre e hija”.

–Gracias. Nos vemos en veinte minutos, Érica.

–Tengo nombre, ¿sabés? –Me dijo con una risita tonta–. ¿Alguna vez me vas a llamar por mi verdadero nombre?

–No, prefiero no saber tu nombre... mantiene la ilusión.

 

Continuará...

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