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Historia en capítulos 15 Del amor y la amistad

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Ha transcurrido un mes, los días se suceden, y de alguna forma todo se vuelve algo rutinario, se instala como norma prioritaria el trabajo, para nosotros el estudio, como dice el tío, “el trabajo de los jóvenes es el estudio”.

Pocos acontecimientos transcendentes han ocurrido, ¿o acaso si?, voy a resumirlos para llegar al momento actual donde quiero relatar en detalle lo que acontece ahora.

Las clases en casa han comenzado, en todos los ámbitos estoy contento, el profesor de inglés sigue siendo el mismo, un irlandés desaliñado pero que nos lleva hacia adelante. El tío ha cambiado al profesor de francés, antes eran profesores del liceo; quizá no lo haya dicho pero toda la familia de papá, mis tías y tíos han estudiado en él, además el tío es el representante del Consulado en la dirección del consejo del liceo y siempre hemos tenido profesores de éste centro.

Ahora ha cambiado por una francesita pequeña y menuda, profesora de la Cámara de Comercio, nada del otro mundo en su físico pero muy buena en lo suyo, quiere que nos vayan preparando para alcanzar el grado exigido para obtener los títulos, para el resto de las materias nos ha puesto bajo la tutela de Julio.

Éste es un chico que creo tiene 21 o 22 años y está cursando dos carreras a la vez, en la Universidad Pública Ingeniería Industrial y en una privada Ciencias Económicas, ¿qué cómo lo hace?, a mi no me preguntéis y además saca tiempo para encargarse de nuestros trabajos de ciencias, lo de letras lo arregla con un amigo suyo, él lo supervisa todo y debe contar con la absoluta confianza del tío porque digamos que es el responsable último, es un fenómeno el chico, que hace que los temas áridos los veamos agradables y estudiemos a gusto.

El médico amigo de la tía me ha cambiado de pastillas y me quedan pocos días de tratamiento, no tengo necesidad de buscar la compañía de María y ella se va haciendo a la casa, aunque a veces, los dos solos allí arriba, tiene miedo que me transmite a mi también, el día que haya una tormenta ya veo cual será el resultado, no me importa, la adoro.

¿En el ámbito de casa?, pues Pablo se ha convertido en un asiduo enamorando a Águeda y hace sus deberes, él solito, en la gran mesa que hay en la planta primera, allí vacía su mochila y cuando María y yo acabamos nuestras clases el ya lo tiene todo recogido para jugar o entretenernos juntos, si que tiene una prohibición impuesta por Julio, no debe subir a la planta alta durante las clases bajo ningún concepto.

Amadeo a veces acompaña a Pablo, pero tiene días ocupados con su práctica de vela, Raúl casi siempre al terminar su entrenamiento, antes de coger el bus que le sube a su casa, pasa a estar un ratito con nosotros y Carlos solamente aparece algún sábado o viernes a la tarde.

Nuestras relaciones íntimas van mal, no hay tiempo ni oportunidad y  estoy a veces que muerdo, no sé como lo pasan ellos pero me he acostumbrado muy mal estos meses de atrás, no hay noches compartidas, hay ratos excitantes si, a veces con cierto peligro. Espero las vacaciones de Navidad como Mayo espera el agua para poder hacer algo serio…, bueno, alegre y que me aleje de la masturbación que practico como último recurso.

En el cole hay sus más y sus menos, Raúl y Sergio están en el equipo de fútbol, ¡ah!, y Gonzalo, igual no os acordáis de él, también juega con ellos, voy a contar algo de Gonzalo ya que va a ser un personaje influyente en todo el entramado de mi vida y de las personas que me rodean.

Aquella pose inicial de chico malo, para mí que es un montaje porque no tiene nada que ver de como en realidad es, al menos lo que puedo observar y la verdad, creo que soy con el que menos habla y con el que menos confianza tiene, de algún modo me rehúye o se excluye cuando estoy presente, me duele un poco pero sé que no podemos caer bien ni ser Santo de devoción de todo el mundo.

Mi mirada está muchas veces clavada en su espalda, lo tengo delante de mi junto a Carlos y hablan y se sonríen, yo me conformo con aspirar el olor que me llega de él, la atracción que inspira en mi no disminuye, se acrecienta aunque sé que con Gonzalo he pinchado en hueso.

Con Raúl y Sergio se lleva de maravilla, en general con todo el mundo, ese es el motivo de mi razonamiento de que es una pose la apariencia que a veces adopta. No obstante por llevarse bien con el resto de estudiantes, no evita que a veces se escuchan comentarios que sugieren otra realidad, aparece un día con un arañazo o moretón en un pómulo, se le acaba de curar y ahora es un labio con una herida y…, lo que es más gordo, me lo contó un día Raúl.

Habían terminado el entrenamiento y en la ducha le había visto desnudo y empieza a describirme como es la verga de Gonzalo y que hasta le había puesto caliente, vamos lo que yo había visto ya, pero lo más extraño es lo que vino después, al fijarse en su cuerpo, según Raúl casi mejor que el mío –ten amigos…-, vio en su espalda y estómago grandes y extensos hematomas, señal de fuertes golpes que se iban diluyendo.

Eso más otras cosas, como que a veces llegaba corriendo y sin respiración a coger el autobús o lo perdía y luego no sé cómo, ahí estaba, en la clase. Algunos decían que le habían visto conducir una moto. Poco a poco fueron creándose historias donde cada uno imaginaba diferentes escenarios, que debía ser un pandillero, que tenía peleas de chicos de barrio, cada uno lo llevaba donde le apetecía pero todo eran conjeturas y nadie sabía nada real y concreto, la verdad, la realidad que nosotros podíamos constatar era que todas las historias no encajaban en cómo es él, no tiene un solo problema, es hasta amable, muy educado y buen amigo de todos, o eso me parece a mí.

Un día quise forzar nuestra situación y revertir su frialdad hacía mi, que conste que aún me avergüenzo de que me sorprendiera analizando su polla en aquella nefasta ocasión. Estaban jugando un partido de fútbol, un entrenamiento mejor dicho, en un descanso Raúl y Sergio se acercaron donde estábamos Carlos y yo mirando a nuestros guapos amigos lo buenos que estaban, él venía con ellos y bebieron de las botellas de agua que portábamos nosotros, le ofrecí de la mía y conociendo su procedencia del liceo se la ofrecí en francés.

-¿Tienes sed?, ten que Carlos y yo podemos comprar otras botellas ahora, camino de clase.

Mejor no haberle ofrecido, abrió sus ojos como asustado, luego los cerró dejándolos como una línea de la que salían chispas.

-¿No sabes hablar en cristiano?, no quiero oírte hablarme otra vez en francés, ¿me oyes?

Curioso fue, que a pesar de su abrupta respuesta, la misma era formulada en el idioma en que él no quería que le hablara. Creo que mis amigos no entendieron lo que hablaba pero si captaron la ira que se escondía en la gelidez de su voz, pensé que ya había vuelto a meter la pata y que es mejor estar calladito, los chicos futbolistas tuvieron que incorporarse al entrenamiento y se zanjó el asunto.

Me dolió y de vuelta con Carlos, que en silencio pasaba su brazo por mis hombros, tuve que sonarme varias veces la nariz, la acuosidad de mis ojos tomaba otra ruta distinta de las lágrimas. Desconozco si alguno de mis amigos le habló del asunto o le recriminó pero, a punto de terminar la clase siguiente, volvió su cabeza y rápido, sin mirarme siquiera.

-Álvaro perdóname lo que te dije en el campo, no sé lo que me pasó.

Con la misma rapidez volvió a lo suyo y Carlos suspiró aliviado, durante la clase se le veía tirante con Gonzalo.

Era una postura ante mí que no comprendía, mis amigos lo notaban también y no les gustaba pero él era bueno con todos y hablando conmigo era amable y no me dirigía palabra alguna mal sonante, solo que era como si le repeliera y no quisiera interlocución directa alguna conmigo, por lo demás no había otro problema.

Me conformo y nuestro trato es amable y cortés siempre que no vea intención, de mi parte, de que quiera acercarme a él, en cualquier sentido.

Mis padres organizaron una fiesta para inaugurar la nueva casa y pedí a la tía que, si se podía, incluyera a los papás de Raúl, de Carlos y la abuela de Amadeo entre los invitados, los padres de Sergio estaba seguro que estarían, quería que de alguna forma las familias tuviera algo de contacto, lo pasamos fabuloso y el parque de la casa de Pablo se convirtió en nuestro patio de recreo.

Siempre me debo de enterar el último de lo que sucede en mi casa, Sergio me cuenta que el tío ha contratado los servicios de su papá para que decore la otra parte de la casa, la que es, o al parecer era, de un amigo de papá, según él, el tío la ha comprado y van a cambiarse a nuestra casa, o bueno, la suya, por asuntos de seguridad.

Ahora, en la actualidad:

En poco tiempo la empresa del papá de Sergio ha decorado la casa de los tíos y se han cambiado, ahora vivimos todos juntos, ya no duermen en la planta alta cuando se quedan en casa, ahora tienen la suya.

Para que haya más comunicación han hecho una pequeña obra, han abierto una puerta que comunica los halls traseros de ambas casas, así no hay que salir al porche o cubre aguas para pasar de una a la otra y otros dos cambios realizados, han colocado una puerta automática en el inicio del camino de acceso, a la entrada posterior de las viviendas, se abre con un mando cuando se accede en coche, nosotros tocamos un timbre y Águeda o Luci nos la abren, por último han cerrado con una verja el perímetro de la finca.

Hace unos días que Amadeo no aparece ni por la parada del autobús a las mañanas, ni por mi casa, cuando bajo después de clase Pablo me dice que no lo ve, ¿quién mejor que Pablo para poder saber algo de él?, Raúl me dijo ayer que tampoco lo había visto en el Club y empecé a pensar que algo malo podía haberle ocurrido.

Julio ha acabado de impartirnos su clase y bajo con él, si salgo de casa en su compañía los de seguridad pondrán menos problemas, no obstante le digo a María y a Águeda mi idea de acercarme a  casa de Amadeo. La puerta de su jardín, que da a la carretera, está cerrada y no se ve a nadie, la de la fachada lateral es ciega, también cerrada y tengo que dar la vuelta para llamar a la que da al Paseo enfrente del Náutico, me abre una chiquita vestida de negro y blanco.

-¿Por favor Amadeo?

-¿Usted quién es?

-Álvaro, me llamo Álvaro y soy amigo de Amadeo. –me deja el paso libre para cerrar la cancela y me lleva a un hall con varias puertas, de una de ellas sale una voz.

-¿Quién es Nati? –la chiquita se detiene ante la puerta.

-Un amigo de Amadeo señora, quiere verlo.

-Hágale pasar aquí un momento. –instantes después estoy delante de la abuela de Amadeo, la anciana señora está tomando algo de una taza, sentada en una butaca de esas altas de orejas.

-Siéntese joven. –me señala una silla enfrente de ella.

-¿Le apetece un te?

-No…, no señora, muchas gracias. –la anciana hace un gesto y la chiquita se retira cerrando la puerta tras ella.

-¿Le conozco…, verdad?

-Si señora…, me ve todos los domingos a la salida de misa.

-Sí…, si…, ahora le reconozco, los nuevos que han arreglado la Casa Santa Clara…, ya…, ya…, y usted de que conoce a mi nieto.

-Nos conocemos desde hace algunos años del verano, de allí, del pueblo, soy amigo de Amadeo.

-Bueno yo no voy por allí, aquello es de sus padres…, está un poco enfermo…, ahora mejora despacio…, sabe joven, Amadeo es…, un poco delicado sabe…, a usted se le ve buena persona…, bueno espero que mi nieto esté bien con usted.

Habla, se detiene como buscando las palabras y a veces lleva la taza a sus labios.

-Puedo asegurarle señora que soy un buen amigo y que Amadeo conmigo y mis amigos no corre peligro alguno.

-Sí..., ya se…, ya se… ¿ha dicho que quería usted un te?, bueno no, vale…, bien. –hace sonar una pequeña campanilla y aparece de nuevo la misma muchachita.

-Nati, acompañe al joven a la habitación de mi nieto. –me pongo en pie.

-Muchas gracias señora hasta el domingo que viene,

-Vaya…, vaya, joven.

La muchachita me dirige por un intrincado laberinto de corredores, subimos unas escaleras y parece, al fin, que hemos llegado. La casa de la abuela de Amadeo es muy antigua con añadidos que han ido haciendo a través de los años y aunque toda es del mismo color, se notan las distintas épocas en que han ido ampliado la casa. La muchachita golpea en la puerta y la voz de Amadeo autoriza a que entremos.

-Amadeo es…. –no la deja seguir porque cuando me ve la dice que se puede retirar, sin más.

Amadeo esta con pantalón y chaqueta de dormir a rayas blancas y azules pálido. Está sentado en dos escalones que separan los dos espacios a distinto nivel de su habitación, seguramente cada espacio corresponda a una construcción diferente y que luego ha sido unida, en la primera pieza tiene un escritorio con tres sillas, a la derecha un pequeño espacio con unas butaquitas y un mueble librería con sus aparatos de música, esta pieza tiene como suelo un tipo de madera más oscura que la otra pieza, la división se produce por esos dos escalones donde está sentado Amadeo y en la otra pieza hay una cama con dosel, una butaca alargada debajo de la ventana y dos mesitas a ambos lados de la cama, me llama la atención el dosel con cortinas blancas en los laterales de la cama y el pie, creía que eso era cosa de películas.

Me acerco hasta donde está sentado, no se levanta porque sus rodillas soportan unos libros, también otros están esparcidos en los escalones, debe estar trabajando en algo.

-¡Hola Al!… ¿Cómo has venido hasta aquí? –me tiende sus dos manos que sujeto entre las mías, las tiene un poco frías, paso con suavidad mis pulgares por su anverso en una suave caricia.

-Nadie sabe de ti, pensé que habías muerto…, perdona es broma, y me he dicho, voy a ver a Amadeo, ¿te parece mal?

Sonríe y me fijo en que tiene los labios pálidos, siempre son de un rosa intenso, no suelta mis manos y yo no las retiro.

-Me has puesto más contento que unas castañuelas, alguien preocupado por lo que me pase, no es muy normal.

Sin abandonar nuestras manos tomo asiento en el escalón a su lado y lo miro con intensidad hasta que él se pone rojo, afloja sus manos lo que me indica que las debo soltar, encojo mis rodillas y abrazo mis piernas.

-¿Qué tal te va Amadeo?, cuéntame algo del pueblo, algo que haya sucedido después de mi marcha. –una sombra pasa por sus ojos.

-Partisteis y un par de días fui con los hermanos a la piscina de Alonso y luego como siempre al pueblo, uno o dos días más tarde marcharon los hermanos y nos quedamos solos Alonso y yo con su hermana, ya quedaban pocos días todos teníamos que partir. –se detiene y no hablo para que recobre su hilo.

- Luego iba solo hasta la casa de Alonso pasábamos la mañana y la tarde juntos. –vuelve a detener su relato.

-Igual no te debo preguntar, perdona si soy indiscreto y si no quieres no contestes que lo entenderé, ¿cómo llevas tu alejamiento del nieto del panadero? –parece que está buscando la respuesta o como debe darla.

-Lo dejé…. –de mis labios salió un buff de satisfacción que causa el que me mire extrañado.

-Lo hablé con Alonso, ya quedaban pocos días para partir, el chico me buscaba en casa diariamente cuando llevaba el pan, íbamos a la nave, me la metía, nos corríamos y para casa y…, ya me cansé. -vuelve a callar y espero paciente.

-No quiere que nos vean juntos en el pueblo, a veces me abandona antes de alcanzar la calle y el puente del río, no puedo saludarlo en público y cuando me ve vuelve su cabeza, no me quiere más que para follarme, metérmela y se acabó. –agarro una de sus manos y la acaricio para transmitirle mi calor, ahora la tiene fría como el hielo y la envuelvo con las mías.

-Pero Amadeo algo habría cuando empezasteis, algo sentiría por ti y tú por él.

-Yo le quería, era el primer chico que me hablaba en el pueblo, es guapo y me gustaba, creía que él sentía lo mismo por mi pero enseguida vi que solo le importaba correrse, utilizar mi cuerpo, siempre esperé que algo cambiara y he esperado dos años, cuando me negué a volver al pajar se enfadó y me amenazó con contar lo nuestro en el pueblo y a mis papás, entonces hablé con Alonso, no me atrevía a ir al pueblo y andar solo. –se suspende para rememorar y sigue.

-Alonso me convenció de que sus amenazas eran un farol, que él no se iba a poner en evidencia contando lo nuestro y menos el irlo a contar a mis papás, ¿cómo quedaría él? Ese día a la tarde, primero fui a la casa de Alonso y luego los dos juntos al pueblo, dimos vueltas hasta encontrarlo, Alonso le llamó aparte y muy suave, ya sabes cómo se ha vuelto de imponente.

-Voy a darte un recado que quiero que se te grabe a fuego, como vuelvas a meterte con Amadeo, hablarle, amenazarle o insinuarle algo, vengo a por ti y…, escucha bien…, escucha…, te mato a ostias y luego voy a hablar con tu abuelo para que te remate por cabrón, ¿me entendiste?, aparte del miedo que hasta a mí, le causo Alonso, todo resultó estupendo porque bajo la cabeza y se fue con sus amigos del pueblo sin rechistar. Y ahí se acabó todo.

-Los tres días que faltaban para que yo me marchara continué yendo a su piscina y a la tarde, en lugar de estar en el pueblo, ya no había casi nadie, cogíamos la bici y subíamos al viejo molino y al caserón de tu abuelo, decía Alonso que por allí se encontraba muy bien, que aquello le gustaba mucho. –calló, el silencio se hacía largo y le animé.

-¿Y?…

-Me habló un poco de lo vuestro, yo ya lo suponía al veros, me dijo que aquí tenías un chico y ahora que os conozco más pues imagino que algo tendrá que ver Carlos o Raúl, no sé son ideas mías nada más, no…, no quiero que te ofendas.

-Alonso, ah…, mi chico grandote y valiente, le adoro, bueno Alonso entendió mal el término “que tengo un chico”, no tengo uno o más chicos, tengo amigos y para tu conocimiento Carlos y Raúl son amigos, solo amigos a los que quiero mucho, ¿me entiendes?

-Te he ofendido…, te has enfadado.

-No me he enfadado, en lo más mínimo, ven aquí tontito. -le atraigo y le abrazo, él se aprieta a mi cuerpo quizá buscando el calor que no tiene.

-Hablando con Alonso sobre ti, dijo que él no se hubiera atrevido antes del verano a enfrentarse así al nieto del panadero y que tú eres muy bueno, la verdad es que creo que con lo que te quieren Carlos, Raúl y él, algo debe haber, de verdad…, me parece.

-También te dijo que me tenías que dar algo, de su parte, y no lo has hecho. –Amadeo se pone de un rojo intensísimo.

Poco a poco va acercando sus boca a la mía y posa sus labios con suavidad dejándolos allí, saco la punta de mi lengua y toco ligeramente sus labios, se sorprende y se retira unos milímetros luego vuelve a posarlos sobre los míos, el aliento que sale de su boca me encandila. Bruscamente le sorprendo, me dejo caer hacia atrás dejando mi culo en el borde del escalón superior y lo arrastro tras de mí, rodeo con mis brazos su cuello,  aprieto mis labios sobre los suyos y hurgo con mi lengua hasta que abre su boca, poco a poco voy explorando con mi lengua su boca y juego con su lengua, despacio va reaccionando y siguiendo mi juego, retiro la lengua para ensalivarla bien en mi boca y vuelvo a la suya, entiende y hace lo mismo empezamos a intercambiar saliva y jugar con ella pasándonosla, mientras jugamos pienso en el mamonazo del nieto del panadero, solo ha empleado su culo para descargarse, habrá hijos de puta en el mundo, si tenía esta dulce mandarina que es su boca.

Está sentado a horcajadas en mi vientre y voy besando suavemente su cara tan linda y tan suave, me empiezo a excitar y la polla ocupa todo lo que da de si mi slip. Para besar mi cuello baja su cuerpo y nota en su culo mi apretada dureza, me mira sorprendido.

-Álvaro…, me quieres follar.

Me siento quedando él sentado a horcajadas en mis piernas encima de mi bulto, jolín no se qué hacer para que mi excitación disminuya, le voy a asustar.

-No…, tontito, perdóname ha sido un acto reflejo, ¿me perdonas?

-Yo si quiero Álvaro, quiero que me folles,

Lo beso tiernamente en los labios.

-Si tú quieres, yo también quiero.

Rápidamente se quita el pantalón y el slip, se acerca a la cama pone su pecho en ella con la cabeza inclinada, las piernas muy abiertas y los pies en el suelo, lo miro con pena, me desnudo y subo a la cama, suave cama, jolín me resbalo en las sábanas.

-Amadeo sube aquí conmigo, no mejor…, espera. –Salto de la cama y desnudo como estoy voy hacía él, lo recojo en mis brazos, él abraza mi cuello y suavemente lo deposito en la blanda cama, ya lo tengo tendido a mi lado-.

-No te voy a follar querido amigo, te voy a amar, a darte el amor de un amigo, nada más, tu no mereces menos, no emplees esa palabra conmigo, no me gusta y ahora quiero que lo pases bien con tu amigo, ¿vale?.

Amadeo permanece embelesado mirando el avance de mi rostro hacía él, cuando mis labios cortan su respiración eleva sus brazos y rodea mi cuello, mete sus dedos en mi pelo y aprieta mi nuca hacía él apresándome entre sus manos y sus labios.

Ahora si responde con prontitud a mis besos y su lengua juega ensayando nuevas danzas de ballet, salta asombrada ante el placer descubierto, los suspiros brotan de su garganta y le dejo que se reponga dedicando mis atenciones a sus delicadas orejas para recorrerlas con mi aliento, como si fuera viento tempestuoso, los valles, colinas y cordilleras que las forman hasta llegar a la playa que son sus lóbulos, tiernos y suaves y sabrosos.

Alguna gota de sudor aparece en su frente, el frío antes presente en su cuerpo se va convirtiendo en fiebre, mis labios recogen gota a gota las perlas antes de que empiecen a rodar. Beso sus cejas casi inexistentes que, en arcos perfectos y estirados enmarcan sus ojos azules, como si fueran la expresión de la genialidad de Dalí. Cierra sus ojos para permitir que bese sus párpados con sus largas pestañas que acarician el aire en un suave aleteo. Las nacarinas mejillas aún doradas por el sol del verano, salpicadas en los pómulos por las ligerísimas pinceladas que son sus pecas. Sus labios, ahora sí, han pasado de su perenne rosa a rojo intenso. Su barbilla, partida en su mitad por una pequeña hendidura como un albaricoque maduro me llama y la muerdo.

Me extasío  mirándolo. Amadeo, querubín que ha perdido los mofletes y gorduras para empezar a perfilar lo que será un cuerpo fibroso, fino y elegante. Mis besos logran que se noten los ligerísimos botones de sus tetillas y el fino y escaso vello se erice. El recorrido por la maravilla no puede acabar porque mi mano que, sujeta el fino y delicado cimbel, nota la necesidad, la urgencia de que algo o alguien se ocupe de él.

Mi boca es el sirviente adecuado para abrir la puerta que conduce a la calidez del hogar, al tibio y húmedo calor, a la seguridad. Se hunde en mis profundidades y no me ha permitido explorar la belleza de la forma ni la brillantez de los coralinos reflejos, le abandono un momento a la intemperie inhóspita pero no quiero que alcance la brillantez del sol aún. Quiero admirar sus huevitos envueltos en su arrugada y rosa bolsa con cuatro brillantes y enroscados pelitos, quiero….   –Como dijo el poeta-  ¡Arrancarlos a dentelladas secas y calientes!

 Con el calor de mi aliento y de mi lengua la bolsa se va estirando y permite que, al menos, se separen de la base y cuelguen preciosos en su rojez.

Mi lengua recorre suavemente la bolsa, su suave piel se pega a mi lengua y a veces la arrastra en su camino, dentro de mí boca resbalan chocando el uno con el otro y a mis espaldas oigo los suspiros ahogados del muchacho.

-Ay…., ay…, Álvaro…, Álvaro…, me voy a morir.

En su voz noto su urgencia, después de mirar con vicio su pene, mi lengua recorre su punta para enroscarse en los pellejitos del frenillo. El pobre niño sube ansioso su pelvis punteando con su verga en mis labios y no le hago sufrir más, lo trago del todo hasta que mis labios se hunden y besan los rubios rizos de la base.

Llega su momento, lo siento en los movimientos bruscos de su pelvis, en el tremendo bulto que ha formado en lo que eran sus abdominales por la enorme tensión que hace para expulsar su sabia, con rapidez retiro mi boca y la sustituyo por mi mano para ayudarle a llegar a su último momento. Quiero ver cómo surge la vida de él, como brota con fuerza y cae la lluvia esparciéndose en su vientre y estómago, me hubiera gustado verlo a cámara lenta, la catarata que se estrella y las gotas que se rompen al caer.

Contemplo la belleza de esos hilos gruesos de blanca nácar, como tiemblan sobre su piel movidos por la respiración atropellada, gotas de rocío que, pese a su temblor, no quieren abandonar el pétalo de la rosa.

La primera gota que mi lengua recoge me trae un sutil y suave sabor afrutado y a laurel, cuando acabo de recoger la caída lluvia fuerzo con mi mano para que salga lo que queda en el conducto, una gota aparece en la punta con peligro de resbalar y caer, la recojo con la punta de mi lengua y, con cuidado para que no pierda su virtud, repto hasta su rostro, entiende lo que deseo y saca su lengua a mi encuentro hasta que la gota queda estrellada sellando las dos lenguas.

Ahora permanezco tumbado a su lado mirando su delicado perfil, tiene los ojos cerrados y su respiración va cogiendo el ritmo normal.

Durante mi entrega sus manitas, a veces, acariciaban mi cuerpo, creo que sin saber lo que hacía. Cuando el brillo de sus ojos me ciega noto en ellos cierta angustia o tristeza.

-¿Te ha gustado Amadeo, es como tú esperabas? –hay un silencio, no habla y cuando lo hace antes señala con su mano apuntando a mi polla, bueno lo que queda de ella-.

-Gracias Al…, pero mira…, tú no te has corrido, no he sabido ni darte algo de placer a ti. –río suave, menos mal, es eso.

-Uff…, no te preocupes por eso, también he disfrutado, te he comido a ti. –bien, ahora sonríe y no puedo evitar besarlo con suavidad de mariposa.

Lo tengo un ratito abrazado, me inspira tal ternura que pienso una barbaridad, si fuera mujer, ahora, sacaría un pecho para ponerlo a mamar de él. Le doy otro beso en la frente.

-Amadeo…, me tengo que marchar.

-¿Y tú?  -está señalando hacia mi verga que ahora reposa muerta sobre mi muslo.

-No importa, vamos a tener más veces, si tú lo deseas.

-¿Tú me enseñarás Al, vas a querer?

-Eres mi amigo Amadeo y acabas de entrar en la categoría de los de primera, vas a ser muy feliz, no te preocupes, todos te vamos a querer muchísimo, pero tienes que asearte un poco y acompañarme, no quiero perderme en éste castillo tuyo.

Salto de la cama y empiezo a ponerme la ropa pero Amadeo me detiene y me lleva de la mano a una puerta que no había apreciado hasta ahora, nos arreglamos someramente en el lavabo y nos vestimos para volver a emprender el camino de regreso por el laberinto.

En el hall de salida se encuentra la muchacha que me recibió y Amadeo, creo que sin pensarlo, levanta sus talones para darme un beso en los labios ante la sorprendida mirada de la muchacha que enrojece.

-Mañana espero verte en la parada para ir al colegio y despídeme de tu abuela, que vea que no me he comido a su nieto…, del todo.

Al otro lado de la carretera está uno de los hombres de seguridad que al verme parece suspirar aliviado y sin esperarme se vuelve hacía la casa.

Cuando llego solo encuentro a Pablo con la mochila ya preparada para marchar a su casa.

-Ha estado Raúl un rato esperándote y al final ha marchado, me ha dicho María que has ido a ver a Amadeo, podía haberte acompañado, has tardado mucho, ¿cómo se encuentra, que le ha pasado?   –el chaval con su pose de esgrima parece que me va a someter a un interrogatorio de la Gestapo y corro el riesgo de que su florín me atraviese.

-Bien, bien…, ya está bien, me ha entretenido hablando de cosas del pueblo donde pasamos el verano y mañana estará en la parada para acompañarte al cole, ¿satisfecha tu curiosidad? –revuelvo cariñoso sus rulos, sé que no le gusta y le acompaño a la puerta.

-Adiós pequeñajo, no vayas a irte ahora de paseo, directo a casa…, espera mejor voy a acompañarte hasta la puerta, que de ti no hay que fiarse.

Lanza su puño para pegarme en el pecho, quito la mochila de su espalda y salgo con él que va protestando y luego saltando y corriendo para que le pille.

Ya en la cama pienso en Raúl, pobre…, no he llegado a tiempo y adivino lo que quería pero Amadeo me necesitaba más, ya le compensaría pero ahora era yo el que tenía una urgencia terrible, le había mentido a Amadeo, me había quedado con unas ganas locas de correrme y ahora al recordarle y pensar en Raúl…. Me levanto y que la ducha pague por ellos, jolín…, no puedo aguantar más.

En la parada están Amadeo y Pablo cuando llegamos, me alegro porque a Amadeo se le ve contento y animado hablando con Pablo.

Me mira y querría hablarme pero no es necesario, tengo suficiente recompensa con su mirada.

Mi autobús es de los últimos, como siempre y repentinamente, corriendo como un loco, aparece Gonzalo, por poco lo pierde.

La semana siguiente pasó tranquila pero sin tiempo libre, Julio exigía mejorar en los resultados y para ello no había más solución que emplear tiempo, María terminaba antes y bajaba a estar un rato con Amadeo y Pablo, me esperaban los tres hasta que quedaba libre de mis obligaciones, las posibilidades de hacer algo de lo que me gustaba con Amadeo o con Raúl, cuando se acercaba después del entrenamiento, o con Carlos, al que solo veía en el colegio eran muy escasas y estaba muerto de ganas de poder hacer algo, o robar un beso al menos.

Ese jueves teníamos clase de prácticas de laboratorio, Gonzalo y Carlos formaron pareja y a mí me toco con mi compañero, hubiera preferido a Carlos para ver si se brindaba alguna posibilidad de tocarle, jolín…, estoy salido, cuando acabó la clase el profe nos pidió a Gonzalo y a mí que recogiéramos el material y limpiáramos los utensilios que siempre quedaban sucios o sin secar.

Gonzalo hacía su trabajo con rapidez y sin hablarme, ya me estaba acostumbrando a que cuando estábamos solos, pocas veces por cierto, su actitud cambiaba. Limpiaba en el fregadero unas probetas y con la presión del agua una resbaló de mis manos y se rompió, al intentar recoger los trozos de cristal uno pequeñísimo se clavó en mi dedo.

-¡Ay!, jolín, que torpe soy. –Gonzalo cuando oyó el ruido de la probeta al romperse solamente giró su cabeza y siguió con lo que estaba haciendo pero ahora, se apresuró en venir a mi lado.

-¿Qué te ha pasado Álvaro, te has herido?  –de verdad que no era nada, con las uñas quité el cristal y salieron unas gotas de sangre pero no era nada-.

Gonzalo se puso pálido y sujeto mi mano para que la pusiera debajo del chorro de agua pero la gotita no dejaba de salir y entonces hizo lo impensable, cogió mi dedo y se lo metió en la boca, me dejó asombrado. Pasados unos minutos retiró el dedo, por cierto me supo delicioso tener mi dedo dentro de su boca, lo miró y enfocando sus ojos con los míos sonrió.

-Ya dejó de salir sangre. –pero no soltaba mi mano y sus ojos no se apartaban de los míos, y fue acercando su cara hasta que sus labios se posaron suavemente sobre mi boca.

Estaba asombrado y encantado de lo que estaba sucediendo pero no hice nada, me quedé paralizado de la sorpresa y también de la ensoñación del momento, esperando que todo lo hiciera él, aparto sus labios y, no sé que vio en mi cara, qué impresión le transmití, si yo lo que quería era que hubiese seguido con el beso y que me hubiera abrazado.

-No…, Álvaro…, por favor perdóname…, no sé cómo he podido…, perdóname no volverá a suceder.  –se apartó de mi un par de pasos y me miraba como aterrorizado, fue entonces que avancé los pasos que él había retrocedido, sujeté uno de sus brazos.

-Vale…, vale…, Gonzalo, no ha pasado nada, no ha sucedido nada, no tengo nada que perdonarte, solo ha sido un beso Gonzalo y no me ha molestado.

-No…, no…, no debí y menos a ti…, a quien debo más agradecimiento causo más daño. –sin terminar de limpiar el laboratorio corrió y salió por la puerta como despavorido.

Recogí lo que faltaba y los cristales los tiré a la papelera, mientras daba vueltas en mi cabeza a su frase última, ¿qué tenía él que agradecerme?, yo no le había hecho favor alguno, si casi ni hablábamos y ni lo conocía de antes, ¿qué quiso decir?

En las siguientes clases no hubo oportunidad alguna para hablar y peguntarle, el muro de cristal se había hecho más consistente si cabe.

Han pasado dos tercios del trimestre, últimos de Noviembre, sábado, tengo que comprar algunos materiales del colegio y debo salir, me duele profundamente tener que mentir pero si digo la verdad no me lo van a permitir o tengo que llevar detrás de mí a uno de los de seguridad, le digo a Águeda que voy un rato a la casa de Amadeo para que no pongan pegas, salgo a la terraza, hace un frío que hiela y el cielo está pizarroso.

Cuando salgo al Paseo la alfombra verde ha cambiado de color, los enormes tilos se desnudan de su ropa en un proceso lento pero continuo y las hojas que navegan en el aire caen inertes cambiando el verde por amarillos y cremas, el de seguridad me sigue hasta la carretera, ya he ideado como darle esquinazo, Amadeo me ha enseñado como abrir la puerta del jardín cuando no hay alguien cerca. La abro y penetro en su jardín, observo hasta que el de seguridad se retira, luego recorro el camino hasta una librería que he visto en algunos de los paseos dominicales dados con Amadeo, Pablo y María. No les quedan los rotuladores que quiero y allí cerca no hay otra librería, ellos mismos llaman a otra de su propiedad y allí los encuentran pero no los pueden entregar hasta el lunes y yo los necesito para trabajar el sábado y domingo.

He cogido por vez primera el metro siguiendo el consejo del personal de la librería, la otra está a tres paradas y llevo dibujado un croquis de donde se encuentra, cuando subo las escaleras de la estación y salgo a la calle me doy cuenta de que el ambiente no es el que yo tengo por costumbre ver, las calles son estrechas y hay gente, no todos, con aspectos que por lo menos inspiran respeto o miedo, siguiendo sus indicaciones es fácil y allí la veo, tengo que cruzar la calle y ya está. Ya tengo mis rotuladores en la mano y voy a cruzar de nuevo la calle para hacer el camino inverso, un mendigo que no he visto en la acera, tira de mi pantalón pidiendo limosna y me asusta haciendo que de rapidez a mis piernas y de repente.

Una motocicleta para a mi lado y empiezo a tener miedo porque parece seguirme, voy a empezar a correr.

-¡Álvaro!  -me vuelvo pero ya se quien es, no confundiría su voz entre un millón, es el de la motocicleta, lleva un casco de moto y casi no se le ve solamente su negro pelo que sale por la base del casco-.

-¿Qué haces tú aquí? -jolín, diría que me mira furioso, tampoco estoy acostumbrado a ver de esta forma su mirada, desde el día del laboratorio no hemos vuelto a hablar a solas y únicamente se dirige a mí en lo imprescindible, o sea casi nada, pero ahora me tranquiliza tenerlo cerca.

-Hola Gonzalo, he venido a… -le explico mi viaje y me escucha con atención, está vestido con un pantalón corto de deporte y se le ven sus fuertes y morenas piernas con algo de vello negro, pienso que vendrá de jugar un partido-.

-¿Y ahora que vas a hacer? –mira alrededor desconfiado.

-Ir a coger el metro y volver a casa, solo he venido a por los rotuladores.

Me mira suspicaz, como si no me creyera y algo debe darle vueltas en su cabeza, se quita el casco y su pelo queda al aire.

-Toma, ponte el casco y sube a la moto.

Entiendo que es una orden y no sé porque la cumplo, nunca he montado en una moto y me cuesta un poco entender que pierna es la que tengo que levantar o porque lado de la moto.

-Agárrate fuerte a mí y apóyate en mi espalda. –empieza a correr y dos calles más adelante se detiene.

-Baja. –vuelve a ordenar.

Deja la motocicleta en la acera y se asoma a una tienda de fruta.

-Enrique…, Enrique. –sale un chico mayor que nosotros.

-Cuida la moto que ahora bajo. –dirigiéndose a mí. -Sígueme.

Abre la puerta de un portal al lado de la frutería, ésta tiene un toldo verde y cubre toda la acera hasta donde están los coches aparcados. El portal es oscuro y de su techo cuelga una bombilla apagada, huele a húmedo, como a cosas podridas, ha encendido la luz y subimos al primer piso por las angostas escaleras de madera, en el descansillo hay una sola puerta que está cerrada pero que él, empujándola solamente con su pie, abre.

Un pasillo oscuro nos recibe con un poco de luz de una ventana al fondo, llega ante una puerta que abre, me he quedado quieto en la puerta de entrada.

-Venga, ven Álvaro…, despierta, ¿a qué esperas?

Pues espero porque tengo miedo a la oscuridad que allí reina, al mal olor que sofoca mis fosas nasales, porque estoy a punto de salir corriendo como alma que lleva el diablo, es su conocida voz la que me impele a avanzar. Estoy de pié en un cuartucho de menos de dos por dos metros con dos sillas de madera, una especie de cama y una cuerda que cruza de pared a pared donde cuelga algo de ropa y entre la ropa el uniforme del colegio.

Estoy como catalizado, sin entender lo que mis sentidos me muestran, soy incapaz de encontrar explicaciones racionales a lo que veo y ahora le miro a él, se desnuda rápidamente, qué delgado y fuerte se le ve a la vez, en un costado de su cuerpo tiene una gasa sujeta por esparadrapo, se ha vestido a la velocidad del rayo y recoge la mochila que lleva al colegio, cuando quiero darme cuenta esta agarrándome de la mano y tirando de mi por el pasillo, de alguna parte de la casa sale una voz femenina, ronca y apagada que llama con dificultad.

-Gonzalo…, Gonzalo…, ¿eres tú?  –Gonzalo no responde y tira de mí de nuevo después de una ligera indecisión.

Repentinamente una sombra impide ver el recuadro de luz de la puerta de entrada, hay alguien en el umbral parado, llegamos a él y Gonzalo lo empuja para apartarlo.

-¡Ehh…, ehh!…, ¿tú que te crees, a quién llevas ahí, vamos a disfrutar de una nueva zorrita?

Un hombre malcarado y con tremendo olor a alcohol y vino está impidiendo el paso, he podido ver ligeramente su cara con barba de varios días, intenta agarrar  a Gonzalo o a mi cuando pasamos a su lado pero Gonzalo vuelve a empujarlo.

-Vete a la mierda.

-A la mierda te vas a ir tú cuando te agarre y ven pronto esta noche que vas a tener doble ración.

Bajamos las escaleras saltando los escalones de dos en dos o de tres en tres, no hemos caído de milagro rodando, cuando salimos Gonzalo recoge el casco en la tienda-

-Me llevo la moto Enrique, hasta luego. –el tal Enrique sale a la puerta.

-No me ha dado tiempo de avisarte, ha llegado el hijo puta ese y ha subido sin parar.

Gonzalo me entrega el casco.

-Ponte el casco y lleva por favor mi mochila.

Es una bala entre el tráfico y tengo que agarrarme fuerte a él, sus cabellos golpean a veces mi rostro por efecto del viento, cuando quiero darme cuenta estoy en la parada del autobús cerca de casa. Para la motocicleta y no se baja de ella, bajo yo y debo haberle hecho daño, ahora me acuerdo de la gasa en su costado, porque emite un ahogado gemido.

-Perdona…, te he hecho daño sin querer.

-Dame el casco y la mochila. -vuelve a ordenar. Cuando tiene la mochila en su espalda antes de ponerse el casco, me mira con tristeza en su mirada pero firme.

-Álvaro…, Nunca…, nunca…, nunca…, vuelvas a acercarte a esa zona y…, si quieres hacerme un favor, olvida todo lo que has visto, como si este tiempo no hubiera existido en tu vida. ¿Me entiendes?

Cuando emprende la marcha me quedo en la parada como un idiota moviendo mi cabeza en señal de asentimiento.

Pero…, ¿cómo olvidar? Nunca iba a poder olvidar lo que había visto. ¿Y qué había visto? Si por mucho que pensaba no encontraba una explicación razonable bueno, ni irracional.

Gonzalo tenía una moto, algo de eso ya había oído aunque no creído porque pensé siempre que eran historias urbanas.

Gonzalo vivía en aquella casa y aquel era sin duda su cuarto porque allí esta su uniforme, su mochila.

¡Aquel hombre tan horrible sería su papá!

¿Por qué le amenazó con que aquella noche iba a tener doble ración?

¿Por qué se refirió a mi llamándome putita, o zorrilla, algo ofensivo?

¿Cómo vivía en aquella casa, en aquel barrio si iba a mi colegio y allí no iba cualquiera y al liceo francés tampoco?

Todas eran incógnitas y no tenía ni una respuesta, aquello no encajaba en absoluto en la lógica…, en mi lógica.

Pasó el domingo y mi cabeza se fue tranquilizando pero sin encontrar respuestas.

Ese mismo domingo a la tarde fui a visitar a Amadeo, la misma muchacha de la otra vez me recibió y me llevó hasta la habitación, al pasar por la sala donde tuve la charla con su abuela la vi tomando su té y golpeé suavemente la puerta.

-Buenas tardes señora, vengo a estar un rato con Amadeo.

-Bien, bien…, quiere una taza de té joven.

-No…, no señora, muchas gracias.  –no respondió y me despedí. -Hasta luego señora.

La muchacha se retiró. Amadeo estaba sentado en su escritorio y debía estar preparando algún trabajo, se puso en pie y vino hacía mi, en lugar de darme un beso o un abrazo saltó enroscando sus piernas en mi cintura y ahora si me besó, suave y cálido al principio, luego con ganas, en esa posición lo llevé para sentarme en los escalones que conformaban los dos niveles, él seguía apretando mi cintura con sus piernas y yo le abrazaba con nuestros rostros juntos, besándonos y observándonos hasta que notó el bulto que se iba formando debajo de su culo, yo también noté el que se apretaba contra mi estómago, me abrazó fuerte y puso su boca en mi oreja.

-Quiero que me la metas Al, ¿tu quieres?

No tuvo respuesta porque mientras me ponía de pié mi boca estaba ocupada saboreando su lengua.

Lo deposité sobre la blanda cama y comencé a desnudarlo quitando sus ropas, estaba impaciente y se sentó para ir a su vez retirando las mías, ya desnudos nos observábamos, a mi me gustaba su cuerpo y creo que el mío no le desagradaba, sus ojos se clavaban en mi verga y luego sus manos tomaron posesión tirando de ella.

La acariciaba, la besaba la lamía y me hizo un poco de daño con sus dientes cuando intentó meterla en su boca más de que lo que debía, en esta ocasión yo también estaba un poco impaciente y lo fui guiando tirando de sus caderas hasta tener su culito como yo quería.

Tenía un culito blanco y redondo, dos medios globos perfectos y en la unión de los globos la hendidura que hacían, ésta era ligeramente más oscura por los pelitos rubios que de ella salían, los besé y acaricié durante un tiempo y luego los separé, su ojete estaba cerrado al máximo, me vino a la cabeza la pregunta de, ¿cómo pudo entrar la verga del brutote del nieto del panadero por un agujerito casi inexistente?

Los suspiros no tardaron en llegar cuando respingó al notar mi lengua en su entrada, una medusa cerrada con veinte brillantes pelitos rubios, como los comensales ante una mesa redonda disponiéndose a yantar, solo que ahora era otro el comensal  que los degustaría a ellos, chuparía y lamería.

No tardo mucho en pedir la rendición, de los suspiros pasó a los ruegos.

.Métela ya Álvaro…, métela ya o me corro ahora mismo…, por favor…, no seas malo.

Le puse de espaldas en la sábana y besé su cara, besé su polla sin tocarla mucho porque vibraba con ganas de vaciar su esencia.

Coloqué mis codos para apoyar mi peso y no ahogarle, y él en su ansia loca, pasó sus manos entre los dos cuerpos, agarró mi polla y la puso en contacto con el diafragma divino que latía impaciente.

Me afiancé como una roca pero no empujé, fue él el que vino a mi encuentro, fue él el que se atravesó la membrana y fue él el que llegó en mi búsqueda hasta que estuve todo dentro y más, fue él el que empezó a mover sus caderas atrás y adelante, a derecha e izquierda y adopté mi rol solamente cuando el sudor perlaba su rostro y su pecho y lo vi impotente para seguir.

Mis embestidas eran fuertes, las ganas de llenarle me mataban hasta cambiar a profundas y suaves acometidas, hasta que hacía tope y desconozco si el tope era dentro o fuera porque el placer ya no me dejaba pensar, solo sentir, sentir en una profunda metida donde me dolían los riñones de apretar y empecé a vaciarme, completo, total.

Su mirada prendida en mis ojos suplicaba un último esfuerzo de mí ahogándose en el sofoco del calor y al fin salió, con fuerza, con bravura, el grito ahogado y su semilla abundante que luego con nuestro sudor sellaría y rubricaría el pacto.

-Te quiero Amadeo, te quiero, eres mi amigo, mi maravilloso amigo. -y pienso en todos mis amigos resumidos en él. -¿Te ha gustado, se puede repetir?

-Yo también te quiero Al y ha sido…, un millón de veces mejor que con aquel. –sabía a quién se refería.

Sonreí orgulloso y halagado regodeándome en mi triunfo, mi pobre polla daba más placer que la burrada, y nunca mejor dicho, de la del nieto del panadero.

El lunes iba preparado para hablar con Gonzalo, le gustara o no, tenía que resolver dudas, esta situación no podía seguir y si era necesario hablaría con mi tío o con quien hiciera falta.

Encontramos a Amadeo y a Pablo, Amadeo exultaba de felicidad y mi corazón le hacía compañía, mi querido niño Pablo se metía con él.

Los autobuses partieron. Gonzalo no llego a tiempo para cogerlo. Gonzalo no apareció por el colegio. El asiento al lado de Carlos permanecía vacío y cuando lo miraba le veía a él.

En mi cabeza comenzaba a pensar que el motivo de que Gonzalo fabricara ese muro de cristal entre nosotros tenía algo que ver con lo presenciado, necesitaba respuestas, esa tarde estuve a punto de escapar y…, a pesar de la prohibición de Gonzalo, ir en busca de las respuestas que necesitaba. Julio con su exigencia disipó las dudas que en mi surgían y me hicieron desistir.

El martes cuando no lo vi llegar como otras veces a la carrera, no me extraña ahora que tuviera ese cuerpo, mi desazón aumentaba. En el colegio pregunté por él a compañeros, a amigos a otros, nadie había visto a la leyenda urbana y por fin fui a secretaría.

Tenían noticias de las dos faltas notificadas por distintos profesores, habían llamado al teléfono que tenían en la ficha y un contestador indicaba que, “el teléfono marcado no existe” no tenían más medios para localizarle.

Yo si tenía los medios, guardaba aún el papel que me entregaron en la librería y esa tarde, cuando las clases acabaron, fui donde Águeda a decirle que iba a la casa  Amadeo, esté estaba ya con Pablo a cuatro pasos de ella. Lo que pasara después, cuando cayera en la cuenta de que Amadeo estaba allí estudiando con Pablo no me importaba y tampoco me importaba que la respuesta de Gonzalo, por desobedecer su orden, fuera que no me hablara en la vida.

Utilicé el truco que ya conocía y el de seguridad cayó en el cepo. El metro hoy estaba a rebosar, cuando subí las escaleras de la estación y me enfrenté con la calle, mi valor se evaporó, encontré la librería y dos calles más adelante la frutería de su conocido, de la motocicleta ni rastro.

Subir las escaleras fue subir el Everest, subí a oscuras agarrado a la barandilla porque no encontré el interruptor de la luz y peldaño a peldaño, dieciséis eran, no tenía años de mi vida para dedicar uno de ellos a cada escalón, la puerta estaba abierta totalmente esta vez y veía un bulto en el suelo que no se movía, era un cuerpo y pase ante él como un fantasma, con el miedo de que de un momento a otro agarrara mi pierna y no me dejara avanzar.

Salía luz de dos cuartos, el cuarto donde Gonzalo se había cambiado de ropa y de otro más alejado, fui acercándome poco a poco, se oían gemidos de dolor y de excitación con fuertes jadeos.

El mundo se paró para mí y un frio de muerte helo mi sangre, había encontrado a Gonzalo

Estaba desnudo en el camastro, de rodillas, un individuo violaba su culo entrando y saliendo con salvaje fuerza, le atacaba fiero haciéndole caer, para que volviera a ponerse de rodillas tiraba con fuerza de su pelo como si quisiera arrancárselo y sujetaba sus manos en la parte baja de su espalda para obligarle a que sacara el culo y tener más facilidad en su penetración, metía y sacaba, metía y sacaba y cada vez tiraba con más fuerza de su pelo, en uno de los tirones gira su cabeza hacia la puerta y clava sus ojos en los míos, no puedo gritar, no puedo ayudar, estoy paralizado por el miedo y la impresión de lo que contemplo, tengo una gran opresión en mi pecho, no tengo aire la cabeza me pesa y creo que me voy a desmayar, de repente de su garganta sale un grito terrible, lo oigo y no puedo reaccionar.

-¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Veteeeeeeeeeee, vete de aquí Álvaro!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! –No puedo moverme, no puedo respirar, el aire que sale de mi boca silba, quiero que mis pulmones respondan y de nuevo otro grito más terrible que el anterior, agudo, sin fin-.

-¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Veteeeeeeeeeeeeeeeee, márchate Álvaroooooooooooooooooooooo!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! –Por fin el aire entra en mis pulmones y no pienso más que en huir, huir de ese horror, corro por el pasillo con un grito de pánico-.

-¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Noooooooooooooooo, noooooooooooooooooo, noooooooooooooooooooooooo!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Tropiezo con el cuerpo tendido en la entrada y caigo, me arrastro y toco una mano, está fría, vuelvo a gritar apoyado en la pared.

-¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Noooooooooooooooo, noooooooooooooooooo, noooooooooooooooooooooooo!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Bajo la escalera dando tumbos, agarrado al pasamanos para no caer, quiero salir a la acera. La calle me recibe con una bocanada de aire frio y no se por donde ando ni cuánto tiempo estoy vagando, pregunto a una señora por una parada del metro, me mira asustada, no sé lo que ve en mi cara, solo apunta con su dedo índice a mi espalda, me vuelvo y allí a seis metros está el acceso, no lo veía, no veía nada solo en mi cabeza a Gonzalo, Dios mío. ¿Qué le hacían?

Cuando llegué a casa pasé para ver al tío y encontré solamente a Luci, el tío no había llegado aún, le pedí que me llamara cuando lo viera porque tenía que hablar con él y que era muy urgente.

No pasé para ver a Amadeo y a Pablo y al menos saber si ya habían marchado, subí a mi habitación y temblando de frío y de miedo entré en la ducha, no sé el tiempo que estuve debajo de la cálida lluvia para entrar en calor, ya me había vestido y arreglado cuando el telefonillo interno sonó. Águeda llamaba, estaba con Luci, para decirme que mi tío había llegado en ese momento, o Águeda no había caído en cuenta de que la mentí o Amadeo había sabido cubrirme las espaldas, o las dos eran tan listas de pensar que algo grave estaba sucediendo.

Bajé rápido las escaleras, crucé el hall para acceder a la casa de los tíos y fui a la cocina, queréis creer que aún no conocía parte de mi casa y menos la de mis tíos, Luci se puso en pie y salió a mi encuentro para guiarme, golpeó una puerta y detrás de ella contestó la voz de mi tío autorizando el acceso.

Está sentado detrás de su mesa y, algo raro pasaba, algo raro en él, no se levantó como era su costumbre cuando me veía en cualquier parte y esperar para recibir mi beso. Permanecía sentado y el auricular del teléfono descolgado en su mano.

No me atreví a llegar donde él, delante de la mesa en pie, rígido como un soldado, viendo su mirada por la que pasaban oscuras sombras.

-Tío…, tú…, conoces a un chico…, que…, que ha ingresado nuevo en el colegio este año…, que ha estado en el liceo francés…, se llama Gonzalo.

No contesto de momento a mi pregunta, se puso en pie, no sabía qué hacer con el teléfono en la mano hasta que acertó a colocarlo en su lugar y dejaron de oírse los ruidos que emitía, se acercó a mí, me abrazó y suavemente me llevó a un tresillo que tenía en un ángulo del estudio y me sentó, y me abrazó más fuerte y cuando elevé la cabeza, de sus ojos brotaban dos furtivas lágrimas.

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