Nuevos relatos publicados: 6

El sexto sentido

  • 25
  • 11.208
  • 9,41 (27 Val.)
  • 4

Hola.... ¡Sí, sí! Es a ti... A quien está detrás de la pantalla. ¿Cómo estás?.... Espero que muy bien.

No sé si es la primera vez que entras en  un relato de mi autoría o eres un lector habitual.

Si eres de los primeros y nunca antes has leído nada mío, tengo el presentimiento de que este tipo de narración no es lo que esperabas hallar en una página de este tipo. Puedo suponer que, al tratarse de una web de relatos eróticos, has entrado buscando algo que tenga grandes dosis de sexo. Aunque normalmente mis historias suelen rebosar de esta materia,  en esta ocasión no es así. El capítulo de hoy es más bien de temática humorística. Lo que daría por ver la cara que se te ha puesto cuando has leído lo de “temática humorística”.

En fin, si no te atrae demasiado la idea de leer algo simplemente divertido y  buscas algo de alto contenido sexual,  puedes pinchar en estos links: "Celebrando la victoria" o "El padrino". Ambos son  más característicos de lo habitual en esta web y el calentón esta garantizado (Para que digan después que no sé hacer publicidad…).

Puede ocurrir también que seas lector habitual de mis historias y esperaras que el relato de hoy fuera una continuación del affair de Mariano y Ramón, que es donde deje la narración en  el anterior episodio.  ¡Pues tampoco!

Hoy he optado por presentar un  personaje nuevo e importante.  Más o menos, al mismo nivel que Iván. Con lo que la historia antes mencionada quedará aparcada un par de episodios. Sé que haciendo estas cosas  a lo mejor no colmo tus expectativas, ¡pero por favor no me dejes de leer!, prometo ser bueno y traer  pronto de vuelta a Ramón. Sé que este episodio es un pequeño riesgo, sin embargo me veo en la obligación de  correrlo, pues es el modo en que la historia creo que debe ser contada. Dale una oportunidad y si no es de tu agrado, házmelo saber.

No me enrollo más, que va a durar la introducción más que el relato en sí.  Espero que te guste.

SABADO 11 DE AGOSTO 2012

Hay una cita por ahí de Oscar Wilde que dice: “Ten cuidado con lo que deseas, se puede convertir en realidad”. Dicha aseveración no puede ser más cierta. Desde que comencé mi “relación” con Ramón, una de las cosas que peor llevaba era el sexo sin amor. ¿Cuántas veces había deseado que mis sentimientos fueran correspondidos? Pues ahora que he descubierto que así es, ¡estoy cagadito de miedo!

Mi amigo, ahora  también mi amante, siempre había sido un tío heterosexual cien por cien y yo sabía perfectamente  que la oportunidad que me había brindado el destino de chupar su polla y de ser follado por él, no debía suponer que los sentimientos se vieran implicado de modo alguno.

Una vez yo ya tenía más que  asimilado que lo nuestro iba a ser un intercambio de flujos esporádicos, el bueno de Ramón me sale con que “me quiere”. Pero no un querer fraternal de esos de andar por casa, sus palabras textuales fueron: “Te quiero más que a nada en el mundo”. ¡Casi nada! ¡Todavía me están temblando las piernas!

Yo, que soy de comerme el tarro en cantidades industriales, me he empezado a montar un sinfín de posibles historias en las que pueda desembocar todo esto. La mejor acaba como el Rosario de la Aurora. De las otras, ¡ni te cuento!

¿Quién me mandará a mí meterme en estas historias? , con lo bien que vivía  yo con mis ligues ocasionales, mis saunas y demás posibilidades de sexo tipo “aquí te pillo, aquí te cepillo”. Bueno, muy bien que digamos  tampoco estaba, que follaba menos últimamente que las estatuas del parque.

Sea como sea, he iniciado mis vacaciones con la libido más encogida que una picha en agua fría. Pese a que ambos no hemos concedido plena libertad y nuestra relación no implica fidelidad sexual alguna,  he de admitir que su puñetera declaración me ha quitado todas las ganas de hacer cochinadas. Es como  si mi lujuria se hubiera quedado aparcada con la incertidumbre. No saber qué carajo va a pasar con mi relación con Ramón me desasosiega.

Los diez días que llevo en Sanlúcar me están resultando de lo más rutinario. Una monotonía compuesta por unas mañanas en la playa, aderezadas por un poquito de chiringuito y tras almorzar, una buena siesta…

Bueno, esto de la siesta no es del todo cierto. Mi familia supone que el motivo de encerrarme en mi cuarto después de comer en mi cuarto es dormir, pero no es así. La verdadera razón de esto es: El sexo por Internet.  Y no es que me ponga a ver cómo hombres desnudos ejercitan el sexo y, al final, me termine haciendo un buen pajote para desahogarme. No, mis motivaciones son bien distintas.

Me explico. Me he dado de alta en una página de esas de contactos del tipo “hombre cachondo busca” y me he aficionado a intercambiar mensajes con los particulares sujetos que pululan por allí. Tipos con los que sabes que nunca vas a llegar a nada, como mucho al habitual calentón y su correspondiente dolor de huevos. Es obvio que la mente va por libre y nadie le puede poner vallas a las fantasías particulares de cada cual. Si nos imaginamos  que el tío buenorro  de la foto del perfil es quien  conversa con nosotros, lo normal es que el nabo se nos ponga duro como un leño y terminemos igual que  sus mensajes: muy salidos de tono.

Me encuentro chateando con un “amigo virtual” de la citada web cuando, sin motivo aparente, se me va la línea de ADSL y la caliente  conversación se va al traste, dejándome con una dolorosa erección bajo el pijama.

—¡Mecagoenlosmuertosyensuputamadre!—Mascullo indignado.

Intento conectarme  de nuevo, pero doña Internet parece que ha decidido tomarse un descanso. En vista del éxito de crítica y público, me dispongo a echarme una siesta y esta vez de las de verdad. Cabrearse con tanta calor y a estas horas, ni es sano, ni creo que me sirva para nada.

No he cerrado siquiera los ojos cuando, sin llamar siquiera,  mi sobrino Albertito irrumpe en la habitación. Es lo que tiene vivir solo, que nunca te acostumbras a cerrar por dentro (Menos mal que no estaba haciendo nada comprometido, sino  al pobre le podía haber creado un pequeño trauma).

Está bastante enfadado y con las lágrimas asomándosele por detrás de las orejas. Me cuenta no sé qué historia de un videojuego que pilla a través de Internet… ¡Con la iglesia hemos topado, macho!     

 —¡Porfa tito, porfa tito, llama para que lo arreglen!

Ante una carita tan dulce y una voz tan estridente no te puedes  negar. Así que aquí estoy yo, a las cuatro de la tarde y en pleno mes de agosto, llamando a Molestar. ¿Cuándo aprenderé a decir la palabra “no”? Mira que es fácil, un solo fonema: no. ¡Pues soy incapaz de pronunciarlo! Consecuencias lógicas de intentar ir de león por la vida y en el fondo ser un gatito con melena.

Tras marcar el número de averías y aguardar los tonos de llamada pertinentes, me atiende un “amable” contestador automático que me dice que por motivos de seguridad mi conversación puede ser grabada y me da a elegir entre varias alternativas a continuación.   Marco los dígitos que requiere la opción de avería de Internet y me responde una “simpática” voz grabada que me dice que todos los operarios están ocupados en ese momento, que permanezca a la espera unos minutos. Unos segundos después, recibo el tono de comunicando: la llamada se ha cortado.

Repito la operación por tres veces consecutivas más y a la cuarta va la vencida, consigo hablar con una chica extranjera que apenas chapurrea el castellano. La muchacha me pide unos datos y, tras tenerme unos eternos minutos en espera, me pide que encienda y apague el “router”. Me vuelve a tener aguardando un buen rato escuchando una musiquita  y, cuando ya estoy desesperado del todo,  me comunica en un español bastante endeble que el problema de no tener ADSL está en mi ordenador. Intento averiguar qué tipo de avería es y me vuelve a repetir lo mismo, con idénticas palabras  ¡La pobre, si solo le habrán enseñado a decir cuatro cosas! ¿Pero qué esperaba yo en  pleno mes de agosto y a las cuatro de la tarde? Desesperado, cuelgo.

Como Albertito sigue mirándome con cara de pucheritos, me veo en la obligación de volver a insistir. Repito automáticamente toda la operación, esta vez me atiende un chico con acento sudamericano. ¡Dios, por lo menos nos vamos a entender!

Me tiene unos minutos esperando, supongo que haciendo las comprobaciones pertinentes y me dice que el problema está en que no tengo línea (¡El muchacho ha demostrado ser todo un Einstein! ¡Cómo se ha calentado la sesera!). Tras esta obviedad añade que  si lo deseo me manda un técnico, pero que su coste, por gastos de desplazamiento, asciende a veinticuatro con noventa y cinco euros. “¡Mecagoenlosmuertos!” Respiro hondo antes de decir ninguna barbaridad, pues el pobre no tiene culpa alguna y se limita a decir lo que le ordenan.  

Ni corto ni perezoso, le exijo hablar con su superior inmediato, me responde cortésmente que me pasa, pero en realidad me cuelga. ¡Qué manera de escurrir el bulto tienen algunos!

Dicen que la paciencia es la madre de las ciencias, la mía acaba de escribir un tratado de malalecheorología. Vuelvo a reiterar el  burocrático ritual de intentar hablar con el servicio de clientes de mi compañía telefónica. En esta ocasión, solo tengo que hacer dos llamadas  para que me lo coja un operador. ¡Vamos mejorando!

La persona que me atiende al otro lado de la línea es un chico sudamericano quien, por su forma de atenderme,  me da la sensación de que es bastante más espabilado que el anterior. Me pide amablemente que espere unos minutos mientras hace las comprobaciones pertinentes a través de mi PC.  Me comenta que el motivo de haberme quedado sin línea se encuentra en  una avería en el repetidor de la zona, que en menos de veinticuatro horas me mandan un técnico. Me pide un número de contacto y me dice que no cuelgue, pues me van a hacer una encuesta (De cobrarme por el servicio no me dice pio).

La carita de mi sobrinito es un poema de Bécquer. Está claro que a sus nueve años, con unos padres tremendamente protectores, está más que acostumbrado a hacer lo que quiere en todo momento. Molestar le acaba de dar a Albertito  una lección de las que no se olvidan: no siempre se puede salir uno con la suya.

Menos mal que Edelmira, mi hermana, dice de llevárselo a la playa y así me ahorro escuchar su llantina de cocodrilo. Mira que me gustan los niños pues, en momento como estos, me siento el hombre más feliz del mundo, por no haber traído ningún vástago a este mundo.

Ni media hora más tarde me llama un tal José Luis, dice ser el técnico de la zona. Me pregunta si me viene bien las once de la mañana del día siguiente para ver la avería y le respondo afirmativamente.

 

DOMINGO 12 DE AGOSTO 2012 11:15

Casi toda la familia se ha marchado a la playa ya. En el piso de Sanlúcar solo quedamos mi madre y yo. Mi progenitora porque tiene que hacer  no sé qué historia con la vecina, yo esperando al puñetero técnico de ADSL.

Suena el timbre  y salgo hacia la puerta con unas chanclas y unas  calzonas de deporte que tengo para andar por casa como única vestimenta (Sin pecar de excesiva vanidad,  tengo que reconocer que me quedan muy bien. Me hacen un culo y un paquete estupendo. ¡Que no  me la chupo porque no me llego!).

Al abrir me encuentro con un tío de unos treinta y pocos años con un uniforme de Molestar. Lo voy a describir con detalle, porque ejemplares como él que tengo delante, no son muy habituales en la fauna urbana de hoy en día: Metro ochenta más o menos, cabello rubio claro, ojos azules para perderse una temporada en ellos, una perillita aterciopelada, unos labios para comérselos y te coman, fornido y vigoroso  hasta decir basta. Cara de ser simpático y buena persona.  Su musculación no es producto del gimnasio y gilipolleces de pesas, son fruto del trabajo diario, juraría que del campo. En fin, un machote muy fuera de lo habitual. ¡Una cosita así quiere mi madre pa mí!

Es solo verlo y se me acelera el pulso. Mi lívido que lleva unos  cuantos días adormecida, se despierta de sopetón.   Últimamente se habla mucho de la prima de riesgo, ¡para mí los que realmente tienen peligro son los primos de Zumosol! ¡Estoy empezando a ponerme “malísimo”!

Nos saludamos con un fuerte apretón de mano. Sin dilación, lo conduzco a la habitación donde se encuentra el dichoso módem. Una vez llegamos al cuarto y comprueba el poco espacio que le queda   para maniobrar, se pone a protestar por lo bajini. Yo, que me percato de ello, intento quitarle hierro al asunto y suelto  de esas barbaridades tan  mías que, en ocasiones, en vez de ser graciosas, solo suenan impertinentes.

—La verdad es que esto está más estrecho que un dedo en el culo.

—Depende de qué culo, pisha —Me responde José Luis al tiempo que sonríe mostrando una dentadura perfecta —. Porque hay algunos que les cabe el barco  Titanic de lao, con la orquesta y con las tres horas de película…

Esbozo una forzada sonrisa a la vez que pienso: “¡Míralo, qué “graciosillo” ha salido el técnico haciendo chistes homófobos! No hay duda que con lo bien plantao  que estás, todo el mundo te ríe las gracias. ¡Sobre todo las mujeres! Pues con esa barbita y esos ojos azules harás las delicias de más de una. Con esos pelos del pecho que se te escapan por la botonadura de la camisa seguro que las trae loca. Con esa morbosa sonrisa… Es evidente que meterla en caliente, no te es complicado. Unos tanto y otros tan poco. ¡Qué injusta es la vida!”

“El caso es, querido técnico de Molestar, que todos esos encantos de los que la divina  naturaleza te ha dotado: Un pectoral marcado y en su sitio, un paquete de infarto y ese culo tan perfectamente marcadito por el uniforme…, no te van a servir de nada conmigo. Yo tengo un sexto sentido para los heterosexuales puros, sé señalar mi territorio y sé qué fronteras no debo cruzar. Y por mucho que tú me gustes (¡Que me gustas!), no hay nadie mejor que el hijo de la Aurora para mantener bajo control sus primitivos instintos.”

“Por eso, cuando para poder acceder a la parte trasera de la torre del PC y, al ayudarme a mover el mueble anexo, se te hincha el pecho con el esfuerzo, yo no miro, ni siquiera me excito un poco. Ni siquiera me doy cuenta  de que me sonríes, de un modo casi seductor, cuando nuestras manos se rozan brevemente y sin querer el corazón casi se me sale por la boca, pero tengo claro que no hay nada que hacer contigo. ¡Eres hetero pata negra!”

“Tienes un letrero de “Prohibido el paso” pintado en tu rostro, un peligro que obligatoriamente hay que franquear. Ocurre también que le tengo demasiado cariño a mis dientes y los ojos morados no están demasiado de moda este verano.”

“Soy tan prudente que, cuando te agachas para ver los cables de conexión del modem con la torre del PC y, desde donde yo me encuentro, puedo ver como se te baja un pelín el pantalón, dejando entrever la peluda y excitante raja de tu culo. ¡Yo no miro! ¡Ni siquiera un poquito! Tienes “no me gustan loshombres” grabado a fuego en la frente, mi sexto sentido me lo dice.”

“Sé que no debería mirarte, se supone que tengo cubierto mi cupo de necesidades de sexo y cariño con Ramón.  Pero contigo es difícil no pensar en el pecado. ¡Estás que revientas de bueno! Es como llevar de barbacoa a alguien que está a dieta. Y yo, te puedo asegurar, que en estas vacaciones estoy pasando mucha, pero que muchísima hambre”.

“Te levantas tomándote tu tiempo, como si fueras consciente de que me estoy deleitando. Sinceramente, cuanto más te miro más guapo te veo y más “malito” me pongo.  La testosterona  esa seguro que se me ha puesto por las nubes.”

—Las conexiones funcionan todas correctamente —me dices mientras te limpias morbosamente el sudor de la frente con un pañuelo.

—El chico que me atendió por teléfono me dijo que era un fallo del repetidor de la zona —Mi voz intenta sonar contundente, como si fuera dueño de la verdad absoluta.

“Te me quedas mirando como si hubiera dicho la mayor tontería del universo y me  sonríes por debajo del labio.”

—Seguro que fue un machupichu  de eso de los cojones. ¡No tienen ni puta idea! ¡Yo no sé ni por qué los contratan!

“¿Quizás porque son mano de obra más barata y más fácil de explotar?” —Me digo para mis adentros, pero al cacho de bruto este no pienso darle ninguna explicación.

¿Machupichu?¡Qué horror! Me quedan claro tres cosas: La teleserie de Aida ha hecho mucho daño al sentir popular  español, cuanto más casposos son los chistes, más calan entre el público y el técnico es de lo que calladitos están muchísimo más guapos.

Me parece que ante mí tengo la versión “Bel Ami” del hombre de Cromañón: Buenorro por fuera, troglodita por dentro. Aunque en apariencia parece un tío simpático y agradable. Ha sido abrir la boca y he descubierto que no sólo parece ser homófobo, sino también racista. Con lo que me queda cristalino, que Don “Estoycomounqueso”  es como la manzana en el Edén: un menú vedado. 

—Siéntate delante del teclado. Voy a necesitar que escribas una serie de órdenes para hacer unas comprobaciones —Mientras se dirige a mí, recorre sensualmente su pecho sudado con una de sus manos. A mí eso no me excita, ¡ni siquiera una migaja! ¡Palabrita del niño Jesús!

—¡Cuando quieras! —Le contesto, una vez accedo a su petición.

Se agacha tras la torre, conecta un aparato que trae a esta  y me pide que teclee un código incompresible. Su voz emana una masculinidad tan fuera de lo común, que me distraigo y me lo tiene que deletrear de nuevo y mucho más despacio. Confío en que  se piense que soy un torpe descerebrado y no que sospeche que soy maricón. ¡Porque este me la lía como se huela el percal!

Se queda mirando los caracteres que aparecen en la pantalla y tras escrutarlos detenidamente dice:

—¡Pues de aquí no es! Al modem llega la señal perfectamente. A ver si… ¡Haz el favor, teclea esto!

Otro galimatías incomprensible, otro deletreo.

—¡Joder, no hay cabrones en el mundo! — Su tono de voz denota que ya dado con la clave. Le ha faltado gritar: “¡Eureka!”

—¿Qué es lo que pasa?

—Un espabilao que se ha conectado a tu “wi-fi”—Dice a la vez que desconecta su aparato de la torre   y vuelve a dejar los cables como estaban en un principio.

—¿Y es por eso por lo que no tengo línea?

Se incorpora  de manera que su abdomen y su pelvis quedan casi a la altura de mis ojos. Intento mirar a la pantalla, pero mis ojitos traviesos se encandilan con su abultada entrepierna y por mucho que intento mirarle a la cara cuando me habla, mi atención está centrada en otras partes de su anatomía. Irremediablemente, tengo clavados los ojos en su paquete, como si haciéndolo con suficiente intensidad,  consiguiera ver a través de su pantalón.

—Por eso y porque ernota se ha metido en un programa de esos de descargas. Supongo que se estará bajando lo que no hay en los escritos y te ha chupado todo el ancho de banda.

¿El ancho de banda? A él le chupaba yo el ancho, el estrecho  y la banda con todos los músicos. ¿Cómo se puede estar tan buenísimo, Dios mío?

Seguramente se deba a que soy un mal pensado de cojones, pero tengo la puñetera sensación de que José Luis ha pronunciado de manera insinuante   lo  de “te ha chupado el ancho de banda”. ¡El ladrón que se piensa que todo el mundo es de su condición!

Sin decir ni mu, se coloca tras mi asiento, se agacha levemente sobre el teclado y escribe unos cuantos códigos. El espacio entre su paquete y mi hombro desnudo se ve reducido a la mínima expresión. “Esto no me excita en absoluto, ni siquiera una pizca. El tío es feísimo, no me gusta para nada. Follar con él tiene que ser de lo peor” La retahíla de pensamientos negativos no consiguen  engañar a mi subconsciente, y el bulto de mi entrepierna comienza a crecer de un modo más que evidente. ¡Qué “malito” me estoy poniendo! ¡Como repare en que me he puesto burro, este tío me parte la boca!

Empiezo a pensar en cosas tristes: el terrorismo, el hambre en el mundo, la explotación de niños… Incluso llego a pensar en Ramón y en su declaración de amor, algo que solo conseguirá traerme problemas. Pero mi “Manolito” ha empezado a actuar por su cuenta y siento que cada vez está más duro. Espero que mi seguro dental cubra las prótesis, porque como la cosa salga mal, me veo comiendo papillas lo que queda de verano, de la hostia que me va a  pegar este.

Me la juego a polvo o paliza y en vez de apartarme cuando él roza su… ¿se le ha puesto dura?  Yo diría que sí. No es que uno tenga un hombro hipersensible, pero la diferencia entre una polla empalmada y una que no lo está, son más que evidentes en cualquier parte del cuerpo.

Notar que el cable del técnico esta duro como el acero, me hace imaginar la posibilidad de que pueda haber tema. Sin meditarlo, hago como que me pica el hombro. No es que quiera acariciar su paquete con los dedos. ¡Pero mira tú por donde!, es lo que termino haciendo.

Lo peor (o lo mejor según se vea) es que José Luis, lejos de retirarse cuando mis dedos tocan mi hombro y por su extensión su polla, se aproxima más y restriega su paquete morbosamente contra mí. Todo ello  sin dejar de teclear los ininteligibles códigos. ¡Muchos profesionales, tan eficientes como él, en este país y otro gallo nos cantaría! ¡Esto es productividad y lo demás es cuento!

—¡Mariano!, ¡¿el muchacho querrá una cervecita?!

La voz de mi madre nos devuelve abruptamente a la cruda realidad; no estamos solos en casa. Su llegada es como un jarro de agua fría para nuestra lascivia, siento como el paquete que roza mi hombro pierde vigor al mismo tiempo que mi churra se encoge, como consecuencia del pequeño sobresalto.

Inevitablemente, tengo la misma sensación al oír a mi progenitora,  que antaño tenía cuando iba a llamarme a la plaza del pueblo para que volviera a casa. Ahora, al igual que entonces, el juego se acaba de terminar en el mejor momento. Y eso que no  tenía ganas, ni quería. ¡Ni siquiera un poquito! ¡Lo juro por la crisis!

—Una cerveza no porque tengo que conducir, pero a un refresquito no le voy a decir que no.

—Pues un refresquito te traigo yo. ¡Que hace muchísima calor y hay que hidratarse!

Mientras mi madre va a la cocina por la bebida, el atractivo técnico vuelve a mirar algo en la pantalla del ordenador y, por su forma de arrugar el mentón, sobreentiendo que está terminando de arreglar la avería.

La naturalidad con la que actúa, como si segundos antes entre nosotros no hubiera pasado nada, me sobrecoge un pelín. Él, quien parece darse cuenta de mi incomodidad, me guiña un ojo levemente y prosigue trabajando.

Unos minutos más tarde, tras hacer unas cuantas comprobaciones, me vuelve a regalar un gesto amable y me dice:

—¡Esto ya está, pisha!

—¿Cómo lo has solucionado tan rápidamente? —pregunto un poco reticente.

Cabecea levemente y tras regalarme una esplendorosa y pícara sonrisa, me dice:

—Te he instalado un programa que te cargará un código aleatorio interno cada cierto tiempo. Así, aunque consigan piratearte la clave, los descolgará y los programas de descargas no podrán  robarte el ancho de banda…

Su voz está impregnada de fría profesionalidad,  como si lo sucedido instantes antes careciera de importancia. Me  siento tan desencantado como cuando de pequeño, en la tienda de juguetes,  me dejaban probar la bicicleta y mi madre me obligaba a bajarme de ella diciendo: “¡Marianito, no hay bicicleta ni bicicleto que valga! Los Reyes este año te van a traer una enciclopedia, ¡verás qué bonita es!”

Enmascaro mi frustración con mi cara más amable y, al igual que él, me uno al club de los “aquí no ha pasado nada”.

—¡Jo, así da gusto!...¿Sabes?, ayer cogí un cabreo enorme por la “desatención” al cliente de tu empresa.

—No es mi empresa, soy autónomo y trabajo para ella —Su gesto al decir esto es bastante serio, como si estuviera un poco cansado de la susodicha Molestar.

—La famosa y mal pagada externalización de los servicios, ¿no?

—Yo no lo hubiera dicho mejor.

—Pues todo esto, va en detrimento de ellos, ¡estuve a punto de darme de baja y todo!

—¿Y dónde te vas? ¡¿Con otra, que te va a tratar igual o peor?!

—Es verdad —dije poniendo cara de circunstancia.

—¡Mira!, por si otra vez tiene problemas, te voy a dar mi teléfono directo —Dice dándome una tarjetita y poniendo su mejor cara de granuja.

No me acabo de enterar con este tío, lo mismo actúa como si realmente le interesara tener sexo conmigo, que parece que pasa olímpicamente. Su reacciones  conmigo son como  una canción de Ricky Martin: “un pasito palante, un pasito patrás”.

Tras este paso al frente vuelve a levantar un muro entre nosotros, como si lo de darme su número privado  hubiera sido algo meramente laboral. Mientras nos tomamos la limonada que ha traído mi madre, tenemos una irrelevante charla en la que arreglamos España, Europa y parte del universo conocido.

A la hora de despedirse, me da un fuerte apretón de mano al que yo le  imagino una fuerte carga sensual. Insiste en que si tengo algún problema lo llame, sea la hora que sea, que él para los clientes como yo está disponible las veinticuatro horas.

Más confundido por lo ocurrido  que un pavo en un garaje, no pierdo detalles de sus pasos cuando baja las escaleras. ¡Dios mío, hasta de  espaldas está bueno! Creo que me gustan de él, hasta los andares.

Sospecho que a José Luis le va el tema bastante, ignoro si  es homosexual o bisexual, pero es evidente mi sexto sentido no es lo que era. Me pasa como al niño de la película: “En ocasiones veo heteros…”, incluso cuando no los hay.

—Mariano, ¿qué le pasaba al Internet?  —Me pregunta mi madre, rompiendo mi  placentero momento voyeur.

—Un vecino me estaba robando el ancho de banda.

—¿Qué me dices?  ¿¡A que ha sido la del quinto?!  Desde el primer día que la vi, me dije que no era trigo limpio…

—No se sabe —Dijo recalcando cada una de las silabas, censurando con ello  la actitud  cotilla de mi progenitora —. Así que por favor no inventes.

Mi madre me mira de arriba abajo, está a punto de replicarme pero no sé por qué se queda en silencio unos segundos. Se pone a recomponerse la ropa delante del espejo del recibidor y, mientras se alisa la falda con las manos, me dice:

—¿Y lo ha dejado arreglado?

—Sí, pero el técnico tiene que venir otro día a terminar una cosa que hoy ha dejado a medias —Le respondo con total convencimiento.

—¡Ay, tantas modernuras!... Bueno, me voy que tengo que ir con Concha a ver a su prima, que anda bastante pachucha la mujer. ¡Lleva tres días que no baja ni a la playa!  Nos vemos a la hora del almuerzo —Me da un beso y se marcha.

¡Jo, con la señora! Se podía haber marchado cinco minutos antes. Miro el teléfono, se me pasa por la cabeza la tentación de llamar al técnico (Ni siquiera debe haber  sacado el coche del aparcamiento). Pero ni quiero parecer impaciente, ni creo que, con el embrollo mental que tengo con Ramón, vaya a ser un buen polvo (por muy rico que esté el muchacho, ¡que lo está!).

Solución: Una duchita mañanera para aplacar las calores. ¿Me acompañas?...

 

 

 

 Querido lector acabas de leer:

 

“El sexto sentido"

 

Noveno  episodio:

 

Historias de un follador enamoradizo.

 

 Continuará próximamente en

 

"La procesión va por dentro"

 

Estimado lector: Este episodio es el primero  (de seis), del arco argumental titulado “Follando con mi amigo casado y el del ADSL?”.

 

 

(9,41)