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Me niego a ser Lesbiana (20)

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Capítulo 20

Naturaleza Traicionera.

 

Tenía la oficina atestada de papeles y estaba al borde de una crisis de nervios. Cada día que pasaba, las deudas de Afrodita crecían y resultaba cada vez más difícil ignorar a los obreros que trabajaban en la remodelación y ampliación, ya que la fecha límite para pagarles se acercaba vertiginosamente. Rodrigo me miraba desde su sillón, en el cual tomaba tranquilamente uno de sus acostumbrados jugos de fruta exprimida. A veces me preguntaba quién se los preparaba, ya que no lo consideraba capaz de manejar una exprimidora, por más que esta fuera muy moderna y automática.

 

–No deberías estar tan tranquilo –le dije sin levantar la vista de una factura detallada que me había hecho el maestro mayor de obra en la que resaltaba, con grandes números, el monto total que debíamos pagarle en menos de dos semanas.

–¿Tan mal estamos? –dio otro sorbo al vaso de jugo, sin alterarse en lo más mínimo.

–Bastante, se nos están agotando las reservas Rodrigo –le dije, irritada.

–¿Se te ocurre algo?

–Podrías prostituirte –le sugerí–, una rubia como vos, con pollerita corta, llamaría mucho la atención en cualquier esquina.

–El problema es que no cobraría por hacerlo, lo haría por puro gusto. Bueno... siendo sincero, no me pondría pollerita... puedo ser gay, pero no me agrada vestirme como mujer. Tampoco me agradan los hombres que se visten de mujer, prefiero a los hombres bien hombres.

–Y a las mujeres, lesbianas –cuando dije eso me miró fijamente y sonrió.

–No lo había analizado de esa forma, pero... sí, podría ser.

–Para recaudar algo de dinero –le dije volviendo al tema importante– podríamos reabrir la discoteca. Por lo que estuve viendo las remodelaciones ya se están concentrando en la parte trasera, el frente está limpio. Si le pedimos a los obreros que despejen todo el sector de Afrodita, el fin de semana que viene podríamos volver a abrir.

–¿Querés que haga volantes publicitarios y que anuncie que vamos a reabrir?

–No me gusta la idea de seguir gastando dinero; pero hay que hacerlo, la gente se tiene que enterar cuándo pueden venir, de lo contrario van a pensar que seguimos con las remodelaciones. ¡Ah, casi me olvido! Tenemos que concesionar las nuevas barras.

–¿No la íbamos a usar nosotros?

–De momento no podemos, necesitamos que nos den algo de dinero en efectivo de forma inmediata –le aclaré–. Lo mejor sería hacer un contrato por una temporada corta, luego podremos utilizarla nosotros.

–Está bien, vos encargate de las barras, yo busco la forma de hacer volantes y repartirlos de forma económica... tendré que usar mis encantos naturales en eso.

 

Estuve a punto de hacerle una broma antes de que se marchara, pero preferí mantenerme callada ya que me invadió el recuerdo de la mañana de sexo que pasé junto a él y a Edith, no podía negar que Rodrigo tenía cierto encanto natural. Creía ser inmune a él, pero estaba comenzando a dudar de mí misma. ¿Había sido un error aceptar tan rápido mi condición de lesbiana? Tal vez una mala experiencia con un hombre no era suficiente para descartarlos... y lo que pasó con Rodrigo me lo estaba demostrando. Él se había comportado de una forma completamente diferente... fue una experiencia sumamente extraña... pero placentera... de la que no tenía ni una sola queja.

 

*****

 

Algunas horas más tarde me encontraba en mi propio departamento, intentando concentrarme en un libro de misterio que había comprado recientemente; pero me resultaba imposible leer tres líneas seguidas y asimilarlas. Mi mente vagaba por callejones sin salida. El recuerdo del pene de Rodrigo penetrándome continuaba invadiéndome. ¿Por qué tuvo que gustarme? Si hubiera sido desagradable, podría continuar con mi vida lésbica tranquilamente... pero mi vagina se humedecía al recordar el miembro entrando.

 

Levanté un poco el elástico de mi pantalón, junto con el de mi bombacha, para descubrir que, efectivamente, la tenía mojada. Volví a ocultarla inflando mis mejillas y exhalando el aire. “¿Cuándo será el día que esa desgraciada haga lo que yo le ordeno?”, me dije a mí misma refiriéndome a mi vagina rebelde. Este último año hubiera sido mucho más tranquilo si no fuera por las cosas que ella me obligó a hacer.

 

El repentino quejido del timbre interrumpió la germinación de mis futuros traumas psicológicos, arrojé el libro sobre mi cama maldiciéndome por no ser capaz de concentrarme en la lectura. Caminé con pasos pesados y abrí la puerta de entrada. Me encontré con una de las grandes culpables de mi estado actual.

 

-¡Edith! ¿Qué hacés acá?

 

Ella estaba vestida de una forma que no cuadraba con su personalidad, tenía una remera blanca cortita que dejaba ver su plano vientre, hasta un par de centímetros por encima del ombligo. Era ridículamente obvio que no llevaba corpiño ya que sus pezones se marcaban en la tela, transparentándose levemente. Debajo llevaba un pantalón tres cuartos, tipo capri, color rosado, éste era de una tela similar a la gamuza y parecía ser uno o dos talles menor de lo que ella debería estar utilizando, ya que se le pegaba al cuerpo como si fuera pintura, hasta podía ver el pliegue de su vagina dibujándose en su entrepierna.

 

–¿Le robaste la ropa a tus muñecas? –le pregunté irónicamente, pero ella no sonrió; me miró muy seria.

–¿Puedo pasar? –nunca había escuchado ese tono de voz proviniendo de ella, se oía como una jueza a punto de condenar a muerte a un delincuente.

–Vos podés pasar... pero a la nena psicópata dejala afuera –la nula expresión de su rostro no se alteró- ¿Qué te pasa Edith? –Ella por lo general se reía mucho con mis bromas-. ¿Te robaron el alma? ¿Querés que vayamos a presentar la denuncia?

–Lucrecia, por una vez en tu vida ¿podés comportarte como una mujer adulta? Necesito hablar algo importante con vos.

–No me digas cómo me tengo que portar –ya me estaba enfadando-. Vos venís con cara de culo ¿y yo tengo que adivinar lo que te pasa? A mí no me jodas, si querés decirme algo... decímelo de frente.

 

Admito que suelo tener problemas para controlar mi temperamento, pero siempre es por alguna provocación previa. Edith me miró con cierta rabia en su rostro. De pronto levantó una hoja de papel que tenía en la mano, en ella pude ver varias líneas escritas, de las cuales destacaba una, que había sido marcada con un resaltador amarillo: “Embarazo Positivo”.

 

–Vas a ser mamá, felicitaciones.

 

Me quedé anonadada, petrificada, boquiabierta. Leí una y otra vez las palabras resaltadas y la frase dicha por Edith resonaba en mi cabeza incesantemente.

 

Había olvidado por completo el estúpido análisis de sangre que nos habíamos hecho después de haber mantenido relaciones con Rodrigo, sin usar protección. Lo había tomado como un simple chequeo de rutina, una mera pérdida de tiempo. Rodrigo nos había sugerido hacerlo para confirmar que no teníamos ninguna enfermedad de transmisión sexual, ya que él acostumbraba a tener relaciones con otros hombres, pero sabíamos que era muy cuidadoso al respecto, por lo que el riesgo era mínimo. También pasé por alto la idea del embarazo, era parte de la rutina de esos análisis sanguíneos.

 

La sangre en mis venas se enfrió, creí que todo mi cuerpo se congelaría. Mi cabeza comenzó a girar como un trompo en un eje imaginario, el edificio entero comenzó a bambolearse. Mis oídos quedaron tapados, tuve que sostenerme del marco de la puerta para no caerme al piso, sabía que se me había bajado la presión y lentamente me fui agachando, para sentarme en el piso, de esa forma, si me desmayaba, la caída sería más corta... sin embargo tal vez no era mala idea dejar que mi cabeza se hiciera añicos contra el suelo...

 

¿Voy a ser mamá? ¿Qué carajo...? Si yo no puedo manejar mi propia vida... ¿cómo voy a manejar la de alguien más? No podía imaginarme cambiando un pañal... ¡si hasta lavar un plato me da asco! ¡Por Dios! ¿Qué iba a hacer? Podría volver a mi casa y decirle a mis padres «Miren, viejos psicópatas, van a ser abuelitos. ¿Cómo encaja esto en su obsesivo círculo social? ¿Van a decirle a todos que su prometedora hija mayor se acuesta con hombres, pero sigue siendo lesbiana?»

 

¿Lo sigue siendo?

 

«No sé, Lucrecia, a mí no me preguntes... yo no tengo nada que ver. La que abrió las piernas fuiste vos, yo hacía las cosas bien, demasiado bien, al parecer», me respondió la Lucrecia del pasado, aquella que vivía refugiada detrás de una barrera de represiones y prohibiciones.

 

«Vos eras una cobarde, bien que te gustó todo lo que hicimos, hipócrita», le contesto enfurecida, para luego añadir: «Vos sos tan lesbiana como yo, solo que nunca te animaste a admitirlo».

 

La voz interna vuelve a contradecirme: «Te equivocás, el día que lo admití llegaste vos, con toda tu lujuria, a arruinarlo todo».

 

«Vos fuiste la que invadió a Lara mientras dormía, vos empezaste...», me defendí de... de mí misma... de ese otro yo que aún conserva algunos valores éticos y morales.

 

«¿Estás segura de eso?», me pregunta la voz del pasado, «Por lo que yo recuerdo, allí fue donde vos empezaste a tomar las riendas, tendría que haberte detenido».

 

Enfadada conmigo misma me autorepliqué: «Hice exactamente lo que vos querías... pero que no te animabas a hacer, necesitabas un cambio urgente, de lo contrario te hubieras convertido en la marioneta de papi y mami, fui tu liberación».

 

«Posiblemente, pero ahora mismo no estaría embarazada. ¡Estúpida!», me respondió la vieja y mojigata Lucrecia.

 

–Lucrecia... Lucrecia... ¿estás bien?

 

De pronto volví a la realidad, a una realidad que aún se bamboleaba vertiginosamente, como un péndulo. Edith estaba agachada a mi izquierda, había cerrado la puerta de entrada y me miraba con sus grandes ojos desde atrás de un par de gruesos anteojos de montura rosa. Aún me costaba asociar a esa muchacha de cabello prolijamente lacio, casi rubio, con la chica de espesa y ondulada melena que había conocido aquella tarde en el patio de la universidad.

 

–¿Embarazada? –le pregunté automáticamente.

–Sí –su respuesta fue fría, sin emoción–. No sé qué voy a hacer...

–¿Vos? ¡La que no sabe qué hacer soy yo, Edith! ¿Qué mierda hago con un bebé en la panza?

–En mí panza, Lucrecia.

 

Levantó una vez más la hoja de papel y me mostró el informe, la primera línea del mismo decía: Nombre: Lara Edith Mendoza.

 

–¡Pero Edith... la putísima madre que te parió! –Mi pánico se transformó en bronca en un parpadeo, tenía ganas de insultarla como nunca lo había hecho, estrangularla, golpearla hasta la muerte y luego volver a matarla arrojándola por el balcón– ¿Cómo me hacés una cosa así? ¿Por qué mierda me dijiste que estaba embarazada?

–¡Nunca dije eso! –Sus cejas se arquearon hacia arriba-. Te mostré el papel con mi nombre... la que entendió cualquier cosa fuiste vos.

–¡Me dijiste que iba a ser mamá! ¿Por qué me hacés una broma de ese tipo?

-No es una broma –la miré sin comprender a qué se refería exactamente-. Te lo dije así porque me hiciste enojar yo quería contarte y vos no dejabas de decir pelotudeces.

–Perdón por eso... es un... mecanismo de defensa... o algo así. Digo boludeces cuando estoy nerviosa... o cuando me rio... o cuando estoy aburrida... o cuando...

–Decís muchas boludeces... ¡y punto!

–De todas formas tendría que matarte por haberme hecho eso –mis cejas se fruncieron.

–Así fue como yo me enteré. ¿Te parece que es una buena forma de enterarse? –sacudía la hoja violentamente–. La pelotuda de la bioquímica me lo dijo apenas entré, sonriendo como una idiota... como si estuviera dándome la mejor noticia del mundo.

–¡Qué pelotuda!

 

La culpa cayó sobre la pobre bioquímica que, en realidad, no tenía nada que ver en el asunto. Allí fue cuando se produjo un silencio incómodo, Edith me miró desconcertada, al borde de las lágrimas y cuando estaba a punto de decir otra de mis acostumbradas estupideces, ella me tira por la cabeza un segundo balde de agua fría.

 

 

–Eso que dije... sobre ser mamá... en parte lo dije en serio. Quiero que vos seas la segunda mamá de mi hijo... o hija.

–¿Qué? –Mis ojos se abrieron como platos– ¿Ser la segunda madre? Edith... una vez tuve una planta, a la que tenía que regar... mi mamá decía que se me iba a secar, porque yo era muy despistada. Para taparle la boca empecé a regar la planta siete u ocho veces al día... la pobrecita se ahogó... ¿y vos querés que yo sea la segunda madre de tu hijo? ¿Vos me estás cargando?

-No, Lucrecia –con sus delicadas manitas sujetó una de las mías–. Te amo, Lucrecia. Vos sos todo lo que quiero en esta vida, te admiro, te deseo... te adoro. Quiero que estemos juntas para siempre. Sos el amor de mi vida... y quiero que estés conmigo cuando tenga a mi bebé.

 

Mi cerebro no podía procesar tanta información junta y, estaba segura, no le haría nada bien sufrir tantos colapsos mentales en tan poco tiempo. ¡Sabía que algo raro le pasaba! ¿Se había comportado de esa forma por estar enamorada de mí? No podía creer que me lo dijera de esa forma, siempre supuse que si ella se enamoraba de alguien, sería de Rodrigo... o de Tatiana, ya que había cierta química entre ellas.

 

–¡Pará... pará un poquito, Edith! Me estás mareando, todo esto es muy fuerte para mí, me agarrás desprevenida... eso... eso es muy cruel. Tenemos que aclarar las cosas...

 

Me puse de pie, me costó un poco ya que sentía mi cuerpo más pesado de lo normal, fui hasta la heladera y agarré una botella plástica llena de agua fría, luego me fui a mi cuarto y me senté en la cama, tomé un largo trago y me quedé con la mirada perdida en el vacío. Edith se sentó a mi lado, me arrebató la botella de la mano y tomó otro trago. Tal vez hubiera sido mejor para ambas que esa botella hubiera estado llena de vodka.

 

–Acá hay algo que me deja muy intranquila, Edith –ella guardó silencio–. Últimamente te estás comportando de una forma muy extraña, como si no fueras vos... como si intentaras ser otra persona.

–Soy otra persona ¿acaso no te das cuenta? Ya no soy la nenita soñadora que vivía encerrada en su casa, sin amigos... ya no soy la pendeja que estaba haciéndose la paja todos los días, imaginando que tenía relaciones sexuales con alguien... ahora puedo tener sexo de verdad, con personas hermosas... y la más hermosa de todas sos vos, Lucrecia. Vos me mostraste este camino... yo sólo te seguí los pasos. Ahora soy feliz de verdad... antes no me hubiera animado a vestirme así, por ejemplo.

–¿Y te parece que está bien vestirte de esa forma tan provocativa?

–¿No te gusta?

 

Giré mi cintura para poder verla de frente. Era cierto que estaba mucho más hermosa de lo que había sido el día que la conocí; pero eso no quería decir que estuviera conforme con su nueva apariencia.

 

–Me parece demasiado, Edith. No va con tu personalidad...

–Vos me mostraste que todo lo que mi personalidad escogía, era una mierda. Me vestía como una lela. Ni siquiera la monja, esa amiga tuya, se viste de la misma forma en que me vestía yo.  

–Nunca dije eso... sólo dije que podías darte la oportunidad de vestir de otra forma... no quería ofender tu forma de ser...

–Ya no quiero ser como era... quiero ser como vos –ahí fue cuando entendí cuál era el problema.

–No, Edith. Vos no tenés que imitar a nadie, tenés que ser auténtica... tenés que ser vos misma. Además, yo no me vestiría así... a no ser que esté con ganas de que alguien me viole en la calle –de pronto recordé la vez que me vestí como prostituta y salí a la calle, aquella noche en la que conocí a Evangelina... pero Edith no tenía por qué enterarse de esos detalles.

–¿Qué tiene de malo querer ser como vos? Sos la persona que más amo en el mundo –sus brillosos ojos vibraban detrás de sus anteojos.

–Estás atravesando una crisis de personalidad, Edith. Todas pasamos por eso. Cuando yo era más chica quería teñirme el pelo de negro y maquillarme como una chica “dark”... estuve a punto de hacerlo pero mis padres me amenazaron con enviarme a un reformatorio. Después me di cuenta de que ser así no iba con mi personalidad. A lo que me refiero es que, a pesar de querer cambiar ciertos aspectos de la vida, no hay que dejar de ser uno mismo. Yo te voy a querer igual, aunque vuelvas a vestirte y a peinarte igual que el día en que te conocí... porque esa es la Edith que a mí me agrada, la soñadora...

–La pajera... literalmente hablando. Con la que nunca nadie quiere acostarse.

–Podés tener sexo igual, siendo vos misma. No te olvides que yo te conocí así y me acosté con vos...

–Lo hiciste después de maquillarme, peinarme y cambiarme toda. Me tuviste que transformar para verme algo lindo.

 

Agaché la cabeza, ahora entendía que todo había sido mi culpa, ella se había quedado con la errónea idea de que la única forma de conseguir sexo era cambiando.

 

–Edith, siendo sincera... lo del maquillaje y la ropa no fue más que una excusa para acercarme a vos y llevarte a la cama. Era algo que quería hacer desde el mismo momento en que entraste en mi dormitorio –ella me quedó mirando y sus mejillas se enrojecieron.

–¿Eso quiere decir que me engañaste para tener sexo conmigo?

–En cierta forma... sí –vi una amplia sonrisa dibujarse en su rostro, estuve a punto de hacer lo mismo cuando volvió a ponerse triste espontáneamente.

–No te creo. Nadie se va a acostar conmigo si me visto así otra vez... suficiente tengo con ser fea, si yo tuviera tu hermosura, no me importaría; pero si quiero llamar la atención tengo que ser un poco más arriesgada...

–¿Arriesgada? Te estás vistiendo como una prostituta barata. Parecés el sueño erótico de un violador serial.

–Vos me estás esquivando el tema, Lucrecia... te ponés hablar de mi comportamiento porque no querés contestarme lo que te dije... ¿vas a ser mi novia o no? Porque sinceramente, me haría mierda que digas que no; pero peor me pone que no digas nada... prefiero que me lo digas de frente –noté que una lágrima caía por su mejilla.

 

Acaricié su mano intentando prepararla para la noticia, aunque sabía que esto no serviría de nada. Tomé aire y exhalé.

 

–No puedo ser tu novia... ni la novia de nadie. No es algo personal, es la realidad. Tengo mis propios quilombos sentimentales, no podría darte la atención y el cariño que merecés.

–Bueno, si es no... es no... me voy.

–No Edith. Esperá –la tomé del brazo, su llanto se había vuelto más intenso-. Vos sos una persona muy especial para mí, gracias a vos viví una maravillosa experiencia que jamás me hubiera atrevido a encarar... bueno, en realidad fueron dos experiencias, ya que también te considero responsable, en parte, de lo que ocurrió acá mismo, con las chicas. Para mí fue algo muy fuerte el tener relaciones con un hombre... y vos lo hiciste de tal forma que yo siempre me sentí segura y protegida ¿te das una idea de lo que significa eso para mí? Desconfiaba totalmente de los hombres y vos me permitiste confiar otra vez... está bien, te comportaste de forma extraña y me llevaste engañada a la cama; pero lo hiciste vos. Te quiero pedir que por favor recapacites y te des cuenta de que estás perdiendo tu verdadera forma de ser, no busques imitarme a mí o a nadie sólo por querer encajar... Me acosté con vos cuando te conocí de la forma en que eras antes, Rodrigo se acostó con vos y sólo tenías un poco de maquillaje, un lindo vestido y un peinado prolijo... pero seguías siendo la misma Edith de siempre. Tanto él como yo vimos eso en vos, esa niña dulce, soñadora, ingenua, simpática y divertida que nos causó tanto morbo... si perdés eso te estarías convirtiendo en una del montón, una chica que solo tiene para dar lo que se ve a simple vista... y vos sos demasiado inteligente como para ser esa clase de chica.

 

Abrió sus brazos y me atrapó con ellos, hundió su cara contra mi hombro derecho y comenzó a sollozar espasmódicamente. La abracé y acaricié su espalda, dándole tiempo para asimilar todo lo que le había dicho, esperaba que comprendiera que se lo decía por su bien y que no pretendía atacarla de ninguna forma.

 

–Perdoname, Lucrecia... hice muchas estupideces –me dijo dejando caer sus lágrimas en mi cuello–. Es solo que... me aterra estar sola en esto... no sabía a quién más pedírselo... fui tan idiota como para creer que ibas a estar conmigo.

–Me vas a hacer llorar, Edith. Te aprecio mucho y me conmueve que me digas una cosa así, pero yo... sinceramente, no puedo ser tu pareja... yo estoy enamorada de otra persona...

–Lo sé... pero lo primero que pensé cuando recibí la noticia del embarazo fue que tendría que criarlo sola, por eso te busqué a vos. No me dejes sola, por favor. Me da mucho miedo.

–No te voy a dejar sola, nunca... voy a ayudarte en todo lo que pueda con tu bebé –intenté imaginar cómo se tomaría Rodrigo semejante noticia; pero me resultaba imposible hacerme una idea clara–. Va a ser mejor que esperemos unos días antes de confirmarle la noticia al padre.

–Él no se va a hacer cargo... nunca. Es buen chico pero apenas vea las responsabilidades que tiene ser padre... va a salir corriendo.

–No si yo lo agarro de las pelotas antes –Edith me miró a los ojos.

–¿Harías algo así por mí? –en su voz había súplica, debilidad y dependencia... tal vez estaba volviendo a ser la misma Edith de siempre.

–Rodrigo es el padre biológico... hasta yo me siento responsable por el bebé; pero creeme, no puedo ser la madre de ese bebé... arruinaría todo. No me siento preparada...

–¿Y vos crees que yo estoy preparada? Ni siquiera tengo veinte años... y ya voy a ser madre soltera.

–Pero tenés a tus amigas... ya te lo dije, voy a estar a tu lado... y voy a hacer todo lo posible para que Rodrigo también lo esté.

–Podrías ser la madrina del bebé... –dijo secándose las lágrimas con la palma de la mano.

–Eso sí puedo hacerlo. También te prometo cuidarlo cada vez que lo necesites.

–¿De verdad? Eso quiere decir que en realidad sí vas a ser como una segunda mamá para él.

–Puede ser... siempre y cuando no tenga que cambiarle los pañales... –un escalofrío cruzó mi espalda.

–Lucre... alguna vez en tu vida vas a tener que cambiar un pañal. Lo mejor va a ser que lo aprendas lo antes posible y te acostumbres a eso.

–Voy a hacer mi mayor esfuerzo –recordé su proclamación de amor–, solamente no quiero lastimarte sentimentalmente... no sé si lo del amor lo dijiste en serio...

–Sí, Lucre, aunque te joda escucharlo: Te amo –me besó la mejilla-. De verdad creo que sos el amor de mi vida... y me duele en el alma, porque sé que no vas a estar nunca conmigo...

–Es que estoy muy confundida.

–No te preocupes, yo también lo estoy... a Rodrigo también lo quiero mucho, pero con él tengo menos chances que con vos. Está ese amor que tiene por las personas de su mismo sexo, también está su inmadurez, su irresponsabilidad, su promiscuidad... es demasiado liberal como para quedarse con una sola pareja.

–¿Estás hablando de mí o de él? –Edith comenzó a reírse, no había dicho eso con la idea de hacer un chiste, pero me alegraba mucho verla reír.

–Hablaba de él... pero ahora que lo pienso, podría describirte a vos con las mismas palabras.

–Yo no soy inmadura –corregí.

–¿Y todo lo demás?

–Todo lo demás lo acepto –volvió a besarme cariñosamente la mejilla.

-Gracias, Lucrecia. Es bueno saber que voy a contar con tu apoyo, sabía que vos nunca me dejarías sola.

–¿Te sentís mejor? –la abracé con un poco más de fuerza, para brindarle mayor contención.

–Un poco, pero sinceramente, tengo el corazón hecho mierda... sabía que me ibas a decir que no, pero una parte de mí tenía la esperanza de recibir una buena noticia.

–Lamento mucho eso, Edith. Sos hermosa, cariñosa, afectuosa e inteligente, me encanta estar con vos, tanto como amiga como en la cama... pero estaría siendo deshonesta si te digo que podemos estar juntas, como pareja. Te lastimaría y no quiero hacerte una cosa así.

–¿Al menos me puedo quedar con vos a pasar el resto del día?

–¡Claro que sí! Podés venir a visitarme y quedarte cada vez que quieras.

–Es bueno saberlo. No quería perderte...

–No me vas a perder, ya te lo dije, me encariñé mucho con vos. Voy a hacer todo lo posible para estar a tu lado.

 

Nos quedamos en silencio unos minutos, abrazadas una a la otra. No era un silencio incómodo, sino un pequeño momento de paz, asimilación y aceptación. Un momento solo para nosotras dos. Su respiración se fue calmando lentamente y sus lágrimas desaparecieron por completo. Todo el tiempo le acaricié el cabello, o las manos. Teniéndola tan cerca y sintiendo su calor corporal no podía estar segura de si yo la reconfortaba a ella, o ella a mí. Hacía tiempo que no abrazaba a alguien de esa forma y me di cuenta de lo mucho que lo necesitaba, me ayudó a no sentirme tan sola.

 

Edith levantó su cabeza repentinamente y me besó en la boca, fue un beso suave, que armonizaba perfectamente con mis caricias. Nuestros labios se rozaron el uno al otro, a veces se quedaban congelados en una posición y luego se movían lentamente. Tenía mis ojos cerrados y pude sentir verdadera paz. Tal vez no seríamos pareja, pero podíamos jugar a serlo tantas veces como quisiéramos, siempre y cuando ninguna de las dos salga lastimada. Cuando nuestras bocas se separaron ella me miró fijamente a los ojos.

 

–Te amo –me susurró con ternura; sus palabras me dejaron un apretado nudo en la garganta, la miré sin saber qué decirle. Ella parecía estar leyendo lo que transmitían mis pupilas, por lo que después de una breve pausa agregó:– No hace falta que me digas nada, me basta con poder decírtelo.

 

Asentí torpemente con la cabeza otra vez sus labios se unieron a los míos, y una cosa llevó a la otra. Su mano derecha sobre mi seno izquierdo; una de mis manos acarició sus nalgas; mi espalda se posó delicadamente sobre el colchón. El peso de su cuerpo sobre el mío. El botón de mi pantalón desprendido; su pantalón deslizándose hacia abajo. El aroma de su cabello embriagó mis fosas nasales. Pechos al desnudo, pezones que se tocaron con placenteras cosquillas. Su lengua se deslizó por mi vientre. Desnudez total. Mis piernas se separaron, invitándola... su lengua respondió a la llamada; mi clítoris se humedeció con su saliva; mis labios vaginales se abrieron; sus dedos me dilataron mientras mis gemidos evidenciaban el goce y el placer.

 

Súbitamente Edith se puso sobre mí y me miró directamente, una libidinosa sonrisa apareció en su rostro; sin embargo había mucho de la “Edith original” en esa sonrisa, no me daba la sensación de que estuviera actuando, sino que ella misma quería llevar las cosas más lejos. Tal vez los besos y carias la habían excitado tanto como a mí.

 

–¿Todavía tenés esos juguetitos? –me dijo divertida.

–Están en el ropero... en una caja –señalé el mueble a mi izquierda.

 

Ella, sin decir más, buscó y revolvió el contenido de la caja con gran prisa, cuando encontró lo que buscaba me lo mostró. Había optado por el strap-on. Comenzó a ponérselo, abrochándolo alrededor de su cintura, esa imagen me recordó a lo que había ocurrido en la habitación de Rodrigo, cuando Edith parecía tener un pene propio.

 

–Disculpame que interrumpa tan lindo momento; pero hay algo que quiero hacer con vos desde hace rato –me dijo mientras se cercioraba de que el juguete sexual estuviera bien sujeto.

-No te preocupes. Me gustan los momentos tiernos y románticos, pero si se hacen muy extensos, me empalagan –ella me sonrió como si me estuviera contestando: «Lo sé»– ¿Qué cosa querías hacer conmigo? –le pregunté acariciando mi húmeda vagina.

–Te quiero romper el culo –una vez más esa lujuriosa sonrisa se apoderó de su tierno rostro-. Esta vez quiero ser yo quien te la meta, quiero escucharte gritar... como una puta.

-Prefiero el término “Promiscua”.

-Me importa un carajo, vas a ser mi puta... al menos por una vez.

-¿No dijiste que ibas a volver a ser la Edith de siempre?

-No me cambies de tema y ponete en cuatro... permitime hacer eso, quiero pensar en otra cosa... en realidad no quiero pensar... dejame ser un poquito como vos, al menos una vez más... por favor, sé mi puta –me suplicó.

-No me puedo negar a tus encantos –una sonrisa radiante iluminó su cara-. Pero usá lubricante... está ahí mismo, en la caja... y antes vas a tener que calentarme bastante... usando esa lengüita con la que decís tantas chanchadas.

 

Ella tomó el pote de lubricante y untó una buena cantidad en el pene plástico, yo me puse en cuatro, tal y como me lo había pedido. Casi inmediatamente sentí la tibieza de su lengua recorriendo mi vagina en forma ascendente hasta llegar a mi ano, esto me hizo estremecer de placer. Luego y sentí el contraste frío del líquido lubricante cuando ella lo pasó por mi culo. La prisa y la ansiedad que demostraba, me excitaba. Me calentaba mucho verla así, en cierto modo volvía a parecer la muchachita precoz e inexperta, entusiasmada por el sexo.

 

Un dedo penetró en mi cavidad trasera y solté un gemido para informarle que me agradaba mucho lo que hacía.

 

–¿Estás lista, putita? –me habló al oído mientras movía su dedito dentro de mí.

–Todavía no, pero pronto...

–Una lástima... porque yo te quiero escuchar gritar... –y me escuchó gritar.

 

Solté un agudo alarido cuando el pene plástico se enterró en mi ano, deslizándose hacia adentro rápidamente, por la magia del lubricante. Nunca había sentido una invasión semejante... ni tan placentera. Había algo tan morbosamente fuera de lugar en esa escena que me hizo hervir la sangre. Ella, la muchachita inocente, se estaba mostrando como una verdadera depravada sexual, semejante a mí cuando di mis primeros pasos en el mundo del sexo lésbico... me recordó levemente a la primera vez que tuve sexo, en la habitación de un hotel, con Tatiana. Aquella vez le había suplicado a Tatiana que me diera por el culo de esa misma forma en que Edith lo estaba haciendo, enterrándomelo todo profundamente y retrocediendo con rapidez, para dejarme esa sensación interior de vacío que luego se volvía a llenar con un nuevo avance de sus caderas... aquella vez Tatiana me había dejado con las ganas pero hoy las ganas ni siquiera habían tenido que hacerse presentes previamente... sólo tuvieron que instalarse después de la primera penetración. Las pequeñas manos de Edith se habían convertido en fuertes y punzantes ganchos que me sujetaban firmemente por la cintura. Un gemido agónico me obligó a inclinar la cabeza hacia atrás y a cerrar los ojos. El dildo se estaba hundiendo, esta vez lentamente, dentro de mi culo y me maravillaba la sensación que me producía la dilatación. Llevé mi mano a mi entrepierna y acaricie suavemente mi clítoris con un dedo, mientras el pene plástico salía de mi culo, tan solo un poco, para luego volver a clavarse. Allí fue cuando la pequeña comenzó un vaivén constante, con penetraciones cortas pero rápidas. Mi vagina estaba viscosa y el trabajo que hacían mis dedos era un excelente acompañante para el placer anal que me proporcionaba el consolador.

 

Mientras Edith me cogía despiadadamente miré fugazmente el reloj en mi mesa de luz, marcaba la hora en la que Tatiana debía llegar de su trabajo y comencé a desear que ella también apareciera; sin embargo no sabía cómo se lo tomaría Edith, tal vez ella quería pasar un tiempo a solas conmigo, podía imaginar eso por la forma en la que recargaba todo su cuerpo sobre mí, apoyando sus tetas en mi espalda, mientras me acariciaba y me besaba el cuello pasionalmente. De pronto pasó lo que tenía que pasar. Escuchamos la puerta de entra abriéndose. Ni siquiera había tenido tiempo de prevenir a la chiquilla o de decirle, al menos, que cerrara la puerta de mi cuarto.

 

–¿Esa es Tati? –me preguntó Edith con un susurro.

 

No obtuvo respuesta, yo me encontraba en un éxtasis erótico con ese consolador penetrándome. Movía todo mi cuerpo imitando las ondulaciones de una serpiente y jadeaba suavemente.

 

–¡Tati! –gritó Edith, esa era una buena señal, no intentaba evitarla–. Tati, vení... estamos acá –su dulce voz infantil se elevó por encima de mis gemidos.

 

Escuchamos murmullos provenientes del pasillo, en ese instante las dos nos quedamos congeladas. Tatiana no estaba sola. Giré mi cabeza y me topé con los asustados ojos de Edith.

 

–¿Qué es esto? –Preguntó una voz femenina que no podía identificar.

–Son mis amigas –respondió Tatiana, por el tono que empleó me di cuenta de que estaba nerviosa.

–¿Vos me trajiste acá para... hacer eso?

–No... no... de verdad que no –se apresuró a responder la morocha.

 

Edith me dio espacio como para moverme, quedamos las dos acostadas de lado en la cama y miramos hacia la puerta, allí estaba Tatiana con una chica rubia, muy bonita, con grandes ojos azules y un conjunto de oficina color negro que se le pegaba al cuerpo; lo único malo de la chica era la expresión de ira que marcaba su enrojecido rostro.

 

–Yo me voy de acá... no... no sé qué mierda pensaste... pero yo... yo no soy de esas...

–Esperá, Silvina, no te enojes... yo no sabía que...

–¡Me voy!

 

Fue lo último que le escuchamos decir antes de que se abriera la puerta y se marchara. Tatiana intentó seguirla pero regresó pocos segundo más tarde, sin haber conseguido nada.

 

–Perdón, Tatiana –le dijo Edith, quien aún tenía metido su pene de juguete en mi culo.

–Está bien, no se preocupen... además la chica tenía razón –sonrió–, la traje con la intención de acostarme con ella... no hoy... pero algún día. Al menos ahora ya sé que no es lesbiana... de verdad tenía mucha pinta de serlo... en el trabajo se la pasa mirándome las tetas.

–Es un poco difícil no mirarte las tetas –comentó Edith; en eso tenía mucha razón, Tati llevaba un amplio escote y sus grandes melones parecían a punto de reventar por la presión que ejercía la ropa contra ellos.

–Perdón por haberte arruinado los planes con tu chica –esta vez fui yo la que se disculpó.

–Si te sentís tan culpable, entonces podés recompensármelo –sabía a lo que se refería.

–Sacate la ropa y subite a la cama –la invité.

 

La sonrisa en su rostro se amplió, mientras se quitaba rápidamente la ropa. Vimos sus grandes tetas saltar fuera y rebotar de una forma sumamente erótica, luego se quitó la pollera quedando solamente con sus zapatos, sus medias de nylon, las cuales ya se estaba quitando, y su bombachita de encaje blanco.

 

–Sabía que mudarme con vos era la mejor decisión que podía tomar –dijo con alegría.

–¿De verdad no te molesta que te hayamos arruinado los planes? –pregunté.

–No, para nada... esto es sexo seguro... lo otro no... iba a requerir mucho trabajo; pero por las dudas, vamos a tener que empezar a ser más discretas con el sexo. Si estás con alguien, al menos mandame un mensaje... o cerrá la puerta de tu pieza.

–Tenés razón, es que nos emocionamos y ni siquiera pensamos que podías venir con alguien –quedó completamente desnuda, enseñándonos su rechoncha vagina de labios voluptuosos.

–En realidad tendría que pedirles perdón a ustedes, por interrumpirlas.

–Para nada, sonsa –le dije riéndome–, me calentó mucho que la rubia esa me viera así... no la conozco, pero me calienta que la gente me vea teniendo sexo.

–Cada loco con su tema –dijo Tati subiendo a la cama y quedándose apoyada con las rodillas.

–A mí también me enciende un poquito que me vean –acotó Edith. Volteé la cabeza hacia ella y la miré acusadoramente–. ¿Qué? Lo digo en serio... me gusta que me vean desnuda... una vez hasta subí un video a internet, en el que me estoy masturbando, sólo porque me calentaba pensar que otras personas se masturbarían al verlo.

–¿Qué? ¡Yo quiero ver ese video! –Exclamó Tati saltando sobre nosotras, una de sus tetas quedó casi contra mi cara.

–Después te lo paso... pero voy a querer otro a cambio.

–Tené cuidado con eso de los videos, Edith... yo tuve problemas...

–Ya sé, pero yo no fui tan pelotuda como para filmarme la cara –me dijo sacando la lengua, como una niña peleadora–. Además lo hice antes de conocerte a vos. No tenía sexo con nadie y quería sentirme un poquito deseada. ¡No se imaginan las cosas que pusieron algunos de los que comentaron el video! –mientras ella hablaba yo me puse boca arriba, sacando el consolador de mi cola, y comencé a lamer uno de los ricos pezones de Tatiana–. Yo me pajeaba imaginando que esa gente me hacía todo lo que decían en los comentarios.

–¡Uy! Suena muy excitante. Yo subiría un video mío –aseguró Tati al mismo tiempo que sus dedos comenzaban a acariciar mi empapada vagina–; pero no quiero a un montón de tipos diciéndome cosas zarpadas. Si solamente fueran mujeres... lo haría.

–A mí me calientan las dos cosas.

–Edith –dije dejando levemente la teta que estaba chupando–, te dije que podías ser muy atractiva sexualmente. Toda esa gente te dijo todas esas cosas cuando ni siquiera habías cambiado el “look”.

–Sí, pero me vieron la concha y las tetas, nada más... nadie me vio la cara... si la hubieran visto hubieran dicho...

–Hubieran dicho: «Te voy a comer esa boquita hermosa» –afirmó Tatiana un segundo antes de cumplir con su palabra. Introdujo su lengua en la boca de Edith y la besó apasionadamente.

 

Desde ese instante no hicieron falta palabras. Tatiana se amalgamó con nosotras en la cama, no podíamos considerarnos expertas en el sexo, pero al menos ya conocíamos algunos de los gustos personales de cada una. Edith me metió un dedo en la colita mientras lamía mi clítoris; chupé las grandes tetas de Tati, porque me encantaba hacerlo y ella se las ingenió para jugar con uno de mis pezones al mismo tiempo que masturbaba a Edith. No pasó mucho tiempo hasta que noté que la morocha tenía la vagina cubierta de sus propios flujos. Aparté a Edith y le dije al oído lo que teníamos que hacer a continuación. Juntas nos metimos entre las piernas de Tati y le dimos una buena chupada a su almejita carnosa. Aún me sentía culpable por haber arruinado sus planes, por lo que me esmeré mucho por satisfacerla.

 

Las risas alegraban mucho el ambiente, eran contagiosas y estridentes. No podía creer que minutos antes, Edith y yo hubiéramos estado tan tristes, sin embargo podíamos disfrutar del sexo, que nos ayudaba a olvidarnos de todos nuestros problemas; pero no era solamente el sexo, sino la actitud que mostrábamos las tres ante el mismo. No lo hacíamos de una forma romántica, ya que no cuadraba con mi personalidad ni con la de Tatiana, y Edith sabía mimetizarse, al menos había aprendido a hacerlo en los últimos meses. Manteníamos una actitud alegre y divertida, nos tocábamos indiscretamente, nos metíamos dedos en los diferentes orificios y nos masturbábamos mutuamente. A veces nos uníamos en besos, pero procurábamos, tácitamente, que estos no se hicieran muy extensos, para que la que quedaba fuera no se sintiera apartada.

 

En pleno jolgorio escuchamos el estridente timbre del departamento. Tatiana me miró fijamente y me dijo:

 

–¿Habrá vuelto la rubia?

–Tal vez se quedó con ganas de participar –sugerí.

–¡Ojalá! –Exclamó la morocha mientras acariciaba la entrepierna de Edith–. Atendela vos, Lucre. Sos más persuasiva que yo... si vos no podés convencerla, ninguna va a poder.

–Está bien... voy solamente porque sé que te arruiné los planes, sino no iría.

 

Me levanté de la cama y salí de la pieza, no me tomé la molestia de cubrir mi desnudez. Debía admitir que otro de los grandes motivos por el cual había accedido a atenderla, era porque estaba sumamente excitada y quería que ella me viera desnuda otra vez.

 

Caminé a paso ligero hacia la puerta, miré mis tetas y éstas estaban bien erguidas, con los pezones duros, ideal para causar una buena impresión lésbica. El timbre sonó una vez más. Decidida, abrí la puerta, y allí la vi... mi vecina... no recordaba el nombre... pero recordaba que la chica estaba casada. ¿Dónde estaba la rubia? ¿Qué carajo hacía esa chica ahí? ¿Qué venía a buscar? Todas estas preguntas se deterioraron rápidamente en mi psiquis, opacadas por mi libido.

 

Ella se quedó petrificada al verme. Sus pupilas bajaron hasta mis pechos y luego se detuvieron en mi vagina, la cual estaba evidentemente húmeda. Le llevó un par de largos segundos volver a mirarme a los ojos. Sonreí libidinosamente, por alguna razón me calentaba aún más que ella me viera desnuda.

 

–Buenas noches, ¿qué necesitás? –le pregunté aparentando tranquilidad. Ella no respondió –. ¿Te puedo ayudar en algo? –volví a preguntarle, estaba pálida. Vi que llevaba un par de bolsas llenas de comestibles.

–Es que... es que escuché ruidos... –supe que venía a quejarse, pero mi actitud la desorientó, abrí más la puerta para que ella pudiera ver claramente todo mi cuerpo–. Te quería pedir que... –en ese momento se escuchó una fuerte seguidilla de gemidos provenientes de mi habitación, ella desvió la mirada y miró hacia su izquierda, como si pudiera ver a través de las paredes– ¿Qué fue eso?

–Son unas amigas mías...

–¿Amigas? –preguntó consternada.

–Sí, ¿algún problema con eso?

–Entonces es cierto... sos lesbiana... –me había cansado de las acusaciones indirectas que recibía por mi condición y esta pobre chica tuvo que pagar los platos rotos.

–Sí, totalmente cierto... te repito... ¿tenés algún problema con eso?

–El único problema es que hacen mucho ruido... ¿qué te pensás que es esto? ¿Un telo? –sus facciones se alteraron, pasó de estar confundida a estar enfadada.

–Es mi departamento y si quiero coger con amigas, lo puedo hacer.

–Pero... el ruido que hacen... –supuse que aún estaba carburando toda la información que le había tirado encima.

–¿Vos recién venís de comprar eso? –señale las bolsas que llevaba en su mano izquierda.

–Sí, ¿qué tiene que ver? –se puso en actitud defensiva, la tenía donde quería.

–Que seguramente saliste del ascensor y escuchaste ruidos –los gemidos continuaban a lo lejos y ella volvía a mirar mi vagina–. Viniste directamente a quejarte, pero estoy segura de que desde tu departamento no se escucha nada. Vivís frente al mío, hay un pasillo de por medio.

–¡Pero esto es una locura! Vos no podés traer trolas al...

–No son trolas, son mis amigas... –la interrumpí, enfadada.

–Si son como vos, son trolas... me abrís la puerta desnuda... o sos trola o estás muy loca.

–Diría que un poco de ambas.

–¡Eso que hacen es inmoral! –me miró con rabia.

–Puede ser... pero es bastante divertido –le dije con una sonrisa lujuriosa–. Si querés te podés unir a nosotras, hay lugar en la cama.

–¿Qué? –sus ojos parecían estar a punto de saltar fuera de sus cuencas.

–Sí, sos una linda chica... en una de esas descubrís que te gusta...

–¡Soy casada!

–Podés decirle a tu marido que venga, no hay problema por eso –en realidad no me entusiasmaba para nada la idea de unir un hombre desconocido a la fiesta; pero como estaba segura de que se negaría, no me preocupé.

–¿Estás loca?

–Ya te había dicho que sí; pero no te preocupes, no soy una loca peligrosa... siempre y cuando no me jodan. Así que decidite, flaca. Te sacás la ropa y entrás, o te vas –me miró como si le hubiera puesto una pistola en la cara.

–¡Loca de mierda! –me gritó con vos chillona antes de dar media vuelta y marcharse.

 

Cerré la puerta riéndome. La euforia me invadía, no entendía por qué me resultaba tan excitante exponerme desnuda ante la gente, pero así era. Volví a mi cuarto y encontré a Tatiana con la cabeza enterrada entre las piernas de Edith, quien gemía y se sacudía como una posesa. Me acerqué a las grandes nalgas de la morena y metí la cara entre ellas, comencé a lamerle el agujerito del culo y luego hice lo mismo con su rajita, mientras me masturbaba. Cuando levanté la cabeza tenía la cara cubierta por los jugos vaginales de mi amiga. Miré alrededor en busca del strap-on y en cuanto lo encontré, me lo puse. Apunté con la punta del pene plástico a la almeja de Tatiana y se la enterré lentamente, pero sin detenerme hasta que toda estuvo dentro. Ella no mostró señal alguna de haber sido penetrada, pero yo suponía que era porque estaba demasiado entusiasmada comiéndole la conchita a Edith. Cogí a Tati con fuerza, imaginé que yo misma era un hombre que le daba placer a una bella mujer, al menos ahora podía hacerme una idea de lo que ella sentiría si la estuviera penetrando un hombre de verdad. Debía admitir que Edith tenía mucha razón al decir que a veces la imaginación podía ser de gran utilidad, incluso durante una sesión de sexo real. El poder erótico de la mente no tiene límites.

 

Nuestra sesión de sexo llegó al final por decisión unánime, hubiéramos seguido pero cuando Tatiana anunció, mientras recuperaba su aliento, que tenía mucha hambre, le dije que yo también me moría de ganas de comer algo rico, Edith se sumó a la propuesta y tan rápido como nos desnudamos, fuimos vistiéndonos.

 

Esta unión de confianza que estábamos forjando se volvería cada vez más resistente con el tiempo, siempre y cuando supiéramos respetar los límites y condiciones impuestas. Me encantaba tener esta clase de amigas y lo que más me agradaba era que pudiera compartir mis momentos de calentura con ellas.

 

Salimos del departamento y mientras Edith y Tatiana llamaban el ascensor, yo me quedé cerrando la puerta con llave, en ese instante escuché un ruido lejano... pero constante. Agudicé mis oídos y me percaté de que provenía del departamento de mi vecina, la que se había quejado por el ruido que hacíamos mis amigas y yo al tener sexo. Le hice una seña a Tati y Edith, pidiéndoles silencio, ellas obedecieron pero me miraron sin comprender nada. Me acerqué en puntitas de pie hasta el departamento de mi vecina y pegué la oreja a su puerta.

 

No cabía duda... estaban teniendo sexo... y bastante duro. Podía escuchar los fuertes quejidos y gemidos provenientes de la boquita de mi vecina, casi podía imaginarla desnuda, con el cuerpo brillando por la delgada capa de sudor que la cubría, debía tener unas tetitas preciosas, una vagina suculenta... era una lástima no poder poseerla, eso me ofuscaba un poco y más me molestaba que, luego de quejarse conmigo, fuera a coger con su novio... tal vez se había calentado al verme desnuda... Sí, esa era la explicación más lógica.

 

Decidí jugarle una bromita, en venganza a la actitud que había mostrado... sí, lo sé... a veces puedo ser muy vengativa... pero intento ser equitativa. Golpe con excesiva fuerza la puerta del departamento y grité:

 

–¡A ver si hacen menos ruido, degenerados! –Edith y Tati comenzaron a reírse.

–¡Hija de puta! –me gritó mi vecina desde adentro–, ¡ya vas a ver... te voy a denunciar!

–¿Ves lo feo que se siente que te interrumpan en ese momento?

–¡Tortillera de mierda! –me gritó, colérica.

–¡Claro, porque vos debés ser una santa! Espero que estés cogiendo con tu marido... al menos.

–¡No te metas con mi marido...!

 

Me fui de allí y la dejé gritando sola, tal vez su esposo ni siquiera se detuvo mientras ella me insultaba... puede que hasta se haya excitado al escuchar a otra mujer al otro lado de la puerta... de haber estado en su lugar, yo me hubiera calentado... y aunque mi vecina no lo admitiera jamás, en el mismo momento en el que yo me metía con mis amigas al ascensor, ella debía estar sintiendo una serie de intensas oleadas de excitación recorriendo todo su cuerpo... debería estar agradecida conmigo.

 

Esa noche Edith se quedó a dormir conmigo, no hubo sexo otra vez, pero de todas formas la pasamos muy bien. En el único momento que me amargué un poco fue cuando ella, justo antes de irnos a dormir, me dijo que aún se sentía mal por mi rechazo. No supe qué contestarle, por lo que me quedé callada; sin embargo la abracé fuerte hasta que se quedó dormida, luego yo la acompañé hasta el mundo de los sueños.

 

*****

 

Como estaba trabajando internamente en mejorar los puntos negativos de mi personalidad, llegué a la conclusión de que tiendo a olvidar mis amistades por largos períodos de tiempo, a no ser que ellos vengan a mí o que necesite verlos por una razón en particular. La primera persona que se me vino a la mente era Alejandro, mi amigo el periodista, no lo veía desde que tuvimos nuestra última entrevista, juntos, y me sentía mal por eso ya que el chico se había mostrado muy respetuoso y comprensivo conmigo y mi sexualidad.

 

Por eso mismo, al día siguiente de la inesperada noticia que me había dado Edith, decidí llamar a Alejandro y organizar una cena sencilla, le dije que podía venir a mi departamento con su novia; pero él prefirió que nos reuniéramos en el suyo.

 

Alrededor de las siete y media de la tarde llegué al departamento y tuve que tocar el timbre cuatro veces, supuse que él había tenido trabajo extra que hacer y que su novia no se encontraba, estuve a punto de llamarlo otra vez cuando la puerta se abrió apenas unos centímetros. Un par de ojos curiosos me miraron desde la penumbra interior y una voz femenina me dijo, en un susurro, que pasara. En cuanto entré la puerta se cerró detrás de mí y a mi lado se encontraba Lorena, la novia de Alejandro. Estaba envuelta en una pequeña toalla roja que a duras penas tapaba sus senos y, si hubiera inclinado levemente la cabeza, hubiera podido ver su vagina asomando por la parte inferior.

 

–¿Qué hacés acá? –me pregunto con su acostumbrado tono autoritario.

–Le avisé a Alejandro que venía a cenar con ustedes –levanté una bolsa de nylon que llevaba en la mano–. Traje todo lo necesario para hacer pizzas.

–¿Pizza? –hizo una mueca de desagrado.

–Fue lo que Alejandro pidió.

–Si fuera por Alejandro, viviríamos a pizza –se quejó.

 

No me extrañaba que dijera eso, con las habilidades culinarias que tenía Lorena, yo también viviría a comida que pueda comprar en una rotisería o que pueda cocinar fácilmente en mi casa. No podía quejarme de que Lorena fuera terrible en la cocina, ya que yo misma lo era, y la persona que debía sufrirlo era Tatiana, quien me suplicaba que la esperara siempre SIN la cena lista. La pobre debería estar cansada de despegar comida quemada del fondo de una olla; pero en mi defensa, debía decir que esto solamente ocurría cuando me distraía y me olvidaba por completo de la olla que había dejado al fuego, no tenía la culpa de que mi cabecita vagara tanto.

 

–¿Dónde dejo las cosas? –pregunté procurando no bajar la mirada, sin embargo mi visión periférica me permitía ver un torneado par de piernas, pálidas pero firmes y hermosas.

–Arriba de la mesa. ¿Qué se te dio por venir? No viniste nunca y de repente aparecés.

 

Al decir esto se fue alejando de mí. Me apresuré a dejar la bolsa arriba de la mesa del comedor y la seguí para explicarle la situación, no quería que ella comenzara otra vez con la paranoica idea de que yo buscaba acostarme con su novio.

 

–No tengo ninguna razón en especial, ustedes son mis amigos y vine a visitarlos ¿eso está mal? –le dije mientras caminaba detrás de ella.

–Dijiste que ibas a ser mi amiga pero nunca viniste a visitarme, ni siquiera me llamaste.

–Tenés razón –Lorena se metió en el baño, me detuve en seco ya que creí que me cerraría la puerta en la cara, pero la dejó abierta–, me di cuenta de que había fallado a mi promesa, anduve con muchos problemas últimamente. Por eso vine a verte.

–No mientas, vos no viniste a verme a mí, sino a Alejandro –se dio media vuelta y me miró fijamente con el ceño fruncido, siempre tenía esa odiosa expresión en su rostro pero, milagrosamente, no le restaba belleza.

–No empecemos con eso otra vez, Lorena. Sabés muy bien que no estoy interesada en Alejandro...

–Sexualmente no... tal vez. Pero sí como amiga.

–¿Acaso está mal que quiera ser su amiga también?

–Dijiste que ibas a ser MI amiga y lo primero que hacés, antes de venir, es llamarlo a él. ¿Por qué no me llamaste a mí?

 

Allí fue cuando me di cuenta de que Lorena no sólo podía ser celosa y posesiva con su pareja, sino que también podía serlo con sus amistades. Supuse que llevarle la contra sólo la haría enojar más y yo ya estaba en falta por no haberla visitado antes, por lo que tuve que tragarme mi orgullo, agachar la cabeza y decirle:

 

–No sos mi novia, Lorena, no me jodas. Agradecé que vine –bueno, admito que soy de esas personas a las que les cuesta tragarse el orgullo–. Si te molesto, me voy –agregué señalando hacia detrás de mí.

–¡No! Está bien... perdón... no te vayas.

 

¿Sería muy cruel decir que sonreí con satisfacción al verla pedir perdón? También podría agregar que sentí una leve sensación de victoria cuando ella tomó mi mano para impedir que me fuera. Sabía que debía dejar de hacer eso, si ella sería mi amiga entonces no podía jugar con sus sentimientos de esa manera; pero ella no era una amiga cualquiera, ella también jugaba, y mucho, con mis sentimientos y emociones. Supo que yo le gané una batalla, pero ella tenía un gran “As” bajo... la toalla. Antes de que pudiera reaccionar ella ya había dejado caer su toalla al piso, mostrándome sus tetas con pezones erectos y su tersa y apretada vaginita. Noté una sonrisa maliciosa aparecer en su rostro y creo haber retrocedido un paso, como si mi vida corriera peligro. Lorena comenzó a ducharse justo frente a mí, como si no le importara que yo la viera desnuda... pero sí que le importaba, ella estaba jugando conmigo. No le permitiría ganarme tan fácil. Evalué rápidamente la situación, si me marchaba de allí ella diría algún comentario cínico como: “¿Te dio pudor verme desnuda... o solamente te calentó?”. Por lo que decidí quedarme en el baño. Apoyé mi hombro derecho contra una pared y crucé mis brazos, la miré como si fuera una persona común y corriente, con la ropa puesta. Había visto muchas mujeres desnudas... no tenía por qué volverme loca al ver una más. El problema es que me ponía como loca cada vez que veía una mujer desnuda... y si Lorena no lo sabía, al menos debía sospecharlo.

 

Tuve que quedarme dentro del baño viendo cómo ella se duchaba mientras me contaba lo que había hecho durante la semana, sus palabras no eran de gran importancia para mí pero estaba intentando marcar un punto allí, quería demostrarle que no tenía miedo a verla desnuda; sin embargo ver la forma en que sus pequeñas manos acariciaban sus redondeados senos o descendían por su vientre, me afectaba bastante; podía sentir mi vagina acalorándose. Lo peor de todo era cuando sus dedos recorrían su propia rajita, en ciertas ocasiones hacía pasar su dedo mayor entre sus casi imperceptibles labios vaginales y luego se acariciaba quedamente el clítoris. Me resultaba imposible no mirar fijamente esa escena. Ella aparentaba actuar con naturalidad, pero yo sabía perfectamente que cada uno de sus movimientos tenía la clara intención de excitarme. Evidenció sus intenciones cuando dijo:

 

–¿Te pasa algo Lucre? Te noto... acalorada –su maliciosa sonrisa se hizo presente.

–¿Por qué debería pasarme algo? –pregunté restando importancia a sus palabras.

–No lo sé... supongo que porque sos lesbiana... y yo soy mujer –acarició sensualmente la parte delantera de su torso.

–¿Vos creés que todas las lesbianas nos volvemos locas al ver una mujer desnuda?

–No me importa lo que piensen todas, estoy hablando de vos –esta vez sus dedos separaron sutilmente sus labios vaginales.

–Parece que te gusta la idea de que yo me excite viéndote. ¿Acaso a vos también te calientan las mujeres?

–No, para nada. Lo que a mí me calienta es saber que otra persona se excita viéndome. No me importa si esa persona es hombre o mujer, joven o vieja. Me calienta sentirme deseada, pero eso no quiere decir que esa persona pueda tenerme.

 

¿Así que ese era su juego? Recordaba que la vez que nos conocimos había hecho referencia a algo parecido. Ella quería provocarme y calentarme sexualmente, tan sólo para demostrarme que yo nunca podría tenerla. Era un juego perverso... que Lorena jugaba muy bien. Ella se arriesgaba a quedar como una loca, pero yo, que comprendía el poder del morbo, podía entenderla. Se asemejaba mucho a lo que había hecho recientemente al abrirle la puerta a mi vecina, completamente desnuda, donde las probabilidades estaban en mi contra, ella nunca aceptaría acostarse conmigo; sin embargo me excitaba saber que ella me había visto desnuda... y cachonda. Sonreí involuntariamente, podía entender perfectamente a Lorena y tenía la absoluta certeza de que ella debía estar muy excitada mientras se bañaba frente a mí. Tal vez acariciaba tanto su vagina porque quería quitar de ella los delatores rastros de flujo vaginal, pero mientas estuviera completamente mojada, podría disimularlos muy bien. Decidí llevar el juego erótico a un nivel más alto, tan sólo para ver cuánto era capaz de hacer.

 

–Tenés razón, Lorena, me calienta mucho verte desnuda –mantuve mi sonrisa alegre para que ella pudiera ver que iba en serio–. Sos una chica muy linda y sensual.

–¿Ya la tenés mojada? –su pregunta me tomó por sorpresa, pero esa era una de las reacciones que deseaba ver.

–Sí, totalmente mojada –ni siquiera tenía que mirar mi entrepierna para saber que esto era cierto.

–Lamento decirte que te vas a quedar con las ganas –cerró el agua de la ducha y tomó una toalla–, primero: tengo novio; segundo: no soy lesbiana.

 

Pasó junto a mí meneando su cadera, me quedé mirando el hipnótico bamboleo de sus blancas y redondas nalgas, me recordaban bastante a las de Lara. La acompañé hasta su cuarto, donde comenzó a secarse el cuerpo lentamente. Era mi turno de hacer un movimiento.

 

–Por lo que me dijiste, vos también debés estar excitada ahora mismo.

–¿Te calentarías más si así fuera?

–Claro –continuaba mirando todo su cuerpo, no sólo sus partes más íntimas. Sus piernas eran suaves y sus muslos gruesos y macizos, me daban muchas ganas de acariciarlos y lamerlos.

–No te voy a responder a eso... no corresponde.

–Tampoco corresponde que andes desnuda delante de mí, pero lo seguís haciendo.

–Estoy en mi casa, puedo hacer lo que quiera. La que vino fuiste vos, yo no te invité.

–Te repito, Lorena. Si querés me voy. Siento que te molesta mi presencia, siento que estás enojada conmigo y ya no entiendo bien si es porque no te llamé o es por algún otro motivo que no querés decirme.

–No estoy enojada con vos –acarició una vez más sus muslos utilizando la toalla, luego se acercó a una cajonera y comenzó a buscar ropa interior.

–¿Entonces por qué me tratás así? ¿Te pasó algo malo? A veces cuando me enojo termino agarrándomela con la primera persona que veo –se detuvo en seco y me miró.

–No... no me pasó nada –sonó muy poco convincente. Comenzó a abrocharse un corpiño blanco.

–Sé que no somos las mejores amigas, de hecho ni siquiera te conozco, pero si querés contarme algo, podés hacerlo.

–A una amiga le contaría, pero como vos dijiste... ni siquiera me conocés... no sabés nada de mí –me miró con el ceño muy fruncido.

–Bueno, calmate un poquito, Lorena. No vine a atacarte, en serio, estás enojada por algo y siento que estoy de más acá. Mejor me voy a mi casa. ¿Me abrís la puerta?

–No... esperá Lucre, no te vayas... –se acercó a mí y me tomó del brazo, me miró con ojitos de perro mojado–, por favor, quedate.

–¿Para qué, Lorena, para que me sigas maltratando? –me quejé–. Podrás ser muy linda y no te digo que me disguste verte desnuda, me calienta un poco... pero eso no quiere decir que vaya a tolerar que me trates de esa forma solo por verte la cachucha un rato. Tengo un poco de dignidad... no mucha, pero tengo –«Lo que sí tengo mucho, es orgullo», pensé.

–No era mi intención hacerte sentir así... pensé que te iba a resultar divertido... que te iba a gustar mirarme un rato...

–Te dije que sí, pero todo tiene un límite, no me gusta que me trates como si yo fuera tu juguete. Además, es peligroso que andes desnuda, a veces me cuesta controlar los impulsos –posé mis manos en sus hombros, estaban fríos y húmedos–. En este mismo momento podría tirarte arriba de la cama y chupártela toda –le dije acercando mi cabeza a la suya–, por eso deberías ser más cuidadosa.

–No harías una cosa así...

–Sí que lo haría –aseguré con firmeza.

–No entiendo...

–¿Qué no entendés?

–Cómo es que te gusta hacer esas cosas... con mujeres... es repugnante.

–Eso lo decís porque nunca lo probaste –le giñé un ojo y le sonreí.

–Ni quiero hacerlo.

–Entonces te sugiero que te pongas la ropa y que no vuelvas a intentar seducirme, porque la próxima vez no respondo de mí. Te lo voy a hacer y ya estás advertida... no juegues con fuego, Lorena –en realidad sólo buscaba asustarla un poco, no me quería acostar con ella porque sabía que era la novia de Alejandro y ese chico me caía bien, no quería arruinar mi amistad con él tan pronto.

–¿Vas a seguir viniendo igual?

–Claro que sí... no me importa si te veo desnuda o no... pero si querés que seamos amigas vas a tener que sacarte un poquito esa actitud agresiva que tenés constantemente, como si alguien te quisiera hacer algo malo. No entiendo por qué actuás así.

–Porque me calienta –confesó–. Me excita provocar, me excita saber que me desean... así no vaya a hacer nada con esa persona.

–Creo que lo que te excita es tener poder sobre la otra persona.

–Puede ser, no sé...

–Conmigo no te va a funcionar. Tengo una personalidad muy... jodida. No me importa si a vos te cachondea andar desnuda delante de la gente, conmigo tenés que tener cuidado... ¿hacés esto con todas tus amigas?

–No tengo amigas –había olvidado ese pequeño detalle. Me mordí el labio inferior meditando qué podía decirle–. Por eso quiero que vos seas mi amiga –me abrazó con fuerza, esa chica estaba más sola de lo que yo imaginaba y sabía cuánto podía afectar la soledad a la gente–. Perdoname.

–Está bien, Lore... pero, por favor, ponete la ropa, ya no aguanto más las ganas... no me lo hagas más difícil.

 

Desde esta posición podía ver sus redondas nalgas desde arriba y tenía que luchar contra el fuerte impulso de agarrarlas, deslicé mis manos a lo largo de toda la espalda, era increíblemente suave. Tuve que soltarla súbitamente y dar un paso hacia atrás, ella se quedó quieta, mirándome sin comprender nada. Lorena no podía sentir lo que yo sentía, ese inmenso impulso de querer acostarme con ella, de arrojarla sobre la cama y hacerla mía... de verla entre mis piernas, lamiéndome. No entendía la mágica sensación que provocaba compartir un momento erótico y pasional con otra mujer. Pude haber seguido adelante, pude haber intentado, al menos, algún truco para convencerla de acostarse conmigo, pero debía detenerme... inmediatamente, no sólo porque ella era casada, sino porque la sabia vocecita de Anabella me atrapó en el momento justo en el que iba a arrojarme sobre Lorena. Recordé las palabras de la monja:

 

«Me gustaría poder tener una amiga en la que pueda confiar, con la que pueda charlar sin miedo a que me salte encima y comience a toquetearme.»

 

Podía ser esa clase de amiga... no tenía por qué pretender tener sexo con cada mujer que se me acercara, no importaba si ella buscaba provocarme intencionalmente o andaba desnuda, tenía que demostrarme a mí misma que en mí había más que impulsos eróticos, era la única forma que tenía de acercarme a Anabella sin lastimarla y para aprender a hacer eso debía respetar a otras mujeres también. Lorena también buscaba una amiga, me lo había dicho claramente, más de una vez... y allí estaba ella, desnuda, sensual, hermosa... pero no era una mujer para mí... era la mujer de Alejandro, otro amigo que debía conservar.

 

–Mejor te dejo sola –le dije a Lore–. Te espero en el comedor. Vestite, por favor –ella asintió con la cabeza en silencio.

 

Salí de allí tan rápido como pude y me senté en una silla. Comencé a pensar en Anabella y en lo mucho que la había hecho sufrir. Tal vez ese era mi problema, no podía mostrarme como una amiga sin tirarme encima de una mujer. Me di cuenta de que estaba fallando al tomarme el sexo tan a la ligera, pero me mentía a mí misma si aseguraba que podía controlarlo. Me costaría mucho, muchísimo, cambiar eso... si es que alguna vez podía cambiarlo. Comencé a replantear mi vida y me dije a mi misma que, sin presiones, debía intentar (al menos intentar) contener mis impulsos sexuales, especialmente si estos incluían otras personas... siempre podría masturbarme, eso me ayudaría a aplacarlos.

 

Alejandro llegó pocos minutos después, su novia aún no había salido del cuarto. Me alegró que me encontrara lejos de ella... quién sabe qué hubiera pasado si al llegar me veía en la cama como su querida novia. Ni siquiera quería pensar en esa posibilidad.

 

Él se puso muy contento de verme y enseguida comenzó a hablar y a preguntarme cómo me había ido. Le comenté que estaba mucho mejor que la última vez ya que ahora tenía un trabajo y podía ser más independiente. Fui poniéndolo al tanto de diversas cosas de mi vida y, cuando Lorena salió de la habitación y saludó a su novio con un acalorado beso, pasé a contarles lo que había pasado con Luciano.

 

–Me alegra mucho que lo hayas expuesto de esa forma –afirmó Lorena–, se lo merecía.

–Podrías haberlo hecho de otra forma –dijo Alejandro–. Tal vez hubiera sido más fácil quejarse con las autoridades de la universidad.

–No me llevo bien con las autoridades de la universidad. Sé que puedo ser un tanto infantil a veces, pero bueno... es mi forma de ser y quiero seguir manteniendo eso. Voy a intentar cambiar lo malo, pero mi parte “infantil” siempre va a estar conmigo.

–O podrías madurar –él no me lo dijo como un reproche, pero me ofendió un poco.

–¿Madurar significa ser un amargado? –de pronto los dos me quedaron mirando, sorprendidos.

–Eso es lo que le digo siempre a Alejandro –Lorena rompió el silencio–. Siempre se jacta de ser muy maduro, pero a veces se pone bastante apático... ni siquiera se ríe de un chiste.

–Y yo que pensaba que la apática era otra –dije.

–No, yo puedo ser malhumorada, pero me gusta reírme, me gusta divertirme, me gusta hacer locuras de vez en cuando... –eso último sí era cierto, ya lo había comprobado yo–, pero Alejandro nunca se arriesga, siempre se queda quietecito en su lugar de “adulto”. Es como estar de novia con un hombre de ochenta años sin arrugas.

–Ustedes son las inmaduras –dijo yendo a la cocina a preparar la comida–, no soy yo el que tiene que cambiar. No les vendría nada mal un poco de madurez.

–Prefiero seguir siendo una inmadura divertida antes que viejo amargado. ¿No es cierto, Lucrecia?

–Totalmente de acuerdo –esa fue la primera sonrisa de amigas verdaderas que intercambiamos entre Lorena y yo.

 

*****

 

La sencilla cena se desarrolló con normalidad. Alejandro aprovechó para ponerme al tanto de sus avances en la serie de notas que pretendía publicar. Ya había puesto un par de ellas en su blog personal y me permitió leerlas. Me gustaron mucho, estaban bien desarrolladas y explicaban los sentimientos que yo había tenido cuando me sentí rechazada por un gran sector de la sociedad. Habló siempre en términos generales y no puso mi nombre, agradecí que lo haya hecho de esta manera. Luego me comentó que pretendía publicar la opinión de algún hombre homosexual y a mí se me ocurrió que Rodrigo le podría ayudar con eso.

 

–Tal vez no sea el reportaje más creativo del mundo –me dijo Alejandro–, pero lo que busco es transmitirle a la gente la forma en la que se sienten los homosexuales al ser rechazados. Sé que se escribieron mil cosas sobre este tema, pero aún hay muchísima gente que no lo entiende, si mis notas logran hacer recapacitar a alguna persona sobre este tema, entonces las voy a considerar un éxito.

–No te está yendo nada mal –puntualicé–, tenés muchas visitas en el blog y el diario te dijo que iba a publicar lo que les mandes, eso es mucho más de lo que esperaba.

–Sí, espero poder recolectar diversas opiniones, no sólo de gente homosexual, sino de heterosexuales también, quiero explicar qué piensan ellos al respecto.

–Suerte con eso, creo que vas a tener que movilizarte mucho.

–Bastante, pero vos me podés ayudar, podrías ponerme en contacto con alguna de tus amigas... y con ese tal Rodrigo. ¿Es cierto que es el dueño de Afrodita?

–Sí, de verdad... es más, yo estoy trabajando ahí.

–Impresionante. Él podría ser un gran aporte a la nota ya que conoce el mundo de la homosexualidad desde una perspectiva bastante peculiar.

–Algún día podrías ir con Lorena –miré a Lore, quien estaba sentada junto con nosotros, con una taza de café en la mano, sin decir nada-. ¿Te gustaría ir? –le pregunté a ella.

–No sé... me da igual –se encogió de hombros–. Si Ale quiere ir, va a tener que llevarme.

–Claro –aseguró él tomándola cariñosamente de la mano.

 

Me sorprendió verla sonreír de esa manera, fue un breve lapso en el que su rostro siempre ofuscado se iluminó con alegría genuina. Lorena estaba realmente enamorada de Alejandro y eso me llevaba a entender mejor por qué podían ser pareja. Él no era conflictivo, sino todo lo contrario. Evitaba los problemas y, de ser necesario, los solucionaba con sencillez. Ella era una pleitista, pero que dependía de alguien que la contuviera, de lo contrario sus quejas y caprichos no tendrían fundamento. Se necesitaban el uno al otro, no eran la pareja perfecta, pero podía funcionar.

 

–Por cierto –me dijo Alejandro–. Decidimos que nos vamos a casar.

–¡Qué bueno! –Exclamé muy contenta– ¿Ya pusieron fecha?

–Sí, lo vamos a hacer dentro de poco. No tenemos el día exacto, pero en menos de dos meses, de ser posible, nos casamos.

–¿Tan rápido? –pregunté asombrada.

–¿Tiene algo de malo? –Lorena me miró con el ceño fruncido.

–No, para nada... pueden casarse mañana mismo, si lo desean. Lo que me preocupa es que no puedan encontrar salón de fiesta, lugar en la iglesia y todo eso...

–No nos vamos a casar por iglesia –aseguró Lorena, asentí con la cabeza indicándole que no tenía problemas con eso, el casamiento por civil era tan válido como el de iglesia, o incluso más, para ciertas personas–. El salón no me preocupa porque ya lo tenemos. Tenemos un salón que pertenece a la empresa de mi papá. No es muy grande, pero tampoco pretendemos invitar mucha gente. Va a ser una fiesta sencilla.

–Me parece bien, mientras más íntimas sean esas fiestas, más lindas son.

–De más está decir que estás invitada –me dijo Alejandro con una radiante sonrisa.

 

Les prometí que estaría allí, sin falta. Noté que Lorena sonreía de forma extraña cuando acepté la invitación, fue como si se pusiera melancólica o triste por eso. Tal vez solamente estaba fantaseando con la futura fiesta.

 

*****

 

La mañana previa a mi viaje a Rodrigo se le ocurrió que podíamos relajarnos un rato e ir a tomar algo fresco a algún bar lindo, sugerí que escogiera alguno económico ya que no era prudente derrochar dinero, él me miró como si mis palabras lo ofendieran, pero me encogí de hombros y le dije: «Es la verdad, tenemos que cuidar la poca plata que nos queda».

 

Fuimos a un sitio bastante tranquilo, ambientado para adolescentes o universitarios, con sillas y mesas plásticas. Aparentemente a Rodrigo no le agradaba mucho el local, pero a mí me parecía bastante bonito. Pedimos un par de gaseosas y nos sentamos en un rincón apartado de todo, aunque el sitio estaba casi completamente vacío y no teníamos que preocuparnos porque alguien nos escuchara.

 

El primer tema del cual hablamos fue sobre la nota que estaba escribiendo Alejandro. Le comenté a Rodrigo cuáles eran las intenciones del periodista y él accedió de muy buena gana a aportar su granito de arena para que la gente pueda entender mejor cómo veía el mundo una persona homosexual en la actualidad y a qué tipo de dificultades debía enfrentarse. Luego la conversación se decantó hacia otros tópicos:

 

-¿Algún consejo para mi reunión con tu hermana? –le pregunté ya que faltaba sólo un día para iniciar mi viaje y reunirme con ella.

-Sí, uno muy importante: No le lleves la contra. Se molesta mucho cuando alguien lo hace.

-Voy a intentar hacer mi mayor esfuerzo.

-Confío en vos –dio un sorbo a la pajilla que tenía en su botellita de gaseosa-. Cambiando de tema, últimamente te noto muy rara. ¿No será que te afectó lo que pasó el otro día con Edith?

-Me afectó bastante, es cierto –miré alrededor y vi como una pareja de jóvenes entraba tomados de la mano, sonriendo y me percaté de que Rodrigo y yo dábamos toda la sensación de ser pareja-. Vos decís que sos homosexual, sin embargo te acostás con mujeres... ¿no te resulta curioso?

-Entiendo, tu problema viene porque el haberte acostado conmigo te hace dudar de tus inclinaciones sexuales.

-¿Y a vos no?

-No, ya no. ¿Ese asunto te tiene muy intranquila?

-No tanto, me preocupa un poco, pero tampoco es que me vuelva loca. Me causa un poco de gracia, hace varios meses mi preocupación era totalmente la contraria. Tenía miedo de ser lesbiana... de que me gustaran las mujeres. Luego, cuando lo acepté y aprendí a vivir con eso, la duda volvió invertida.

-¿Ahora te da miedo ser heterosexual?

-No diría “hétero”, ya que no creo que las mujeres me dejen de gustar, ya las incorporé a mi vida y no creo que pueda sacarlas nunca; pero me deja intranquila el haber descartado tan rápido los hombres... tal vez soy bisexual... nunca me había planteado eso.

-Ese es tu mayor problema, Lucrecia –me dijo con tranquilidad-. Siempre querés ponerle una etiqueta a todo. ¿Soy heterosexual? ¿Soy lesbiana? ¿Soy bisexual?

-¿Y eso qué tiene de malo?

-Que te produce ansiedad. ¿Qué importa lo que seas? Soy de la filosofía de que cada uno es libre de acostarse con quien quiera, siempre y cuando los otros también quieran hacerlo. A mí no me preocupa si estoy con un hombre o una mujer en una cama, siempre y cuando la pase bien. Disfruto más con los hombres, mucho más... es incomparable la diferencia; pero si hay una mujer que quiera acompañarme a la cama y ésta me gusta, no le voy a decir que no. El sexo sigue siendo sexo. Creo que vos sos igual a mí, preferís a las personas de tu mismo sexo, pero hay ocasiones en las que podés cruzar una barrera... esa barrea que vos misma te pusiste sin razón alguna. Vivirías más feliz si te lo tomaras con más calma. No te afecta en nada el haberte acostado una vez con un hombre... a vos te siguen gustando las mujeres y estoy seguro de que las preferís por encima del sexo masculino. Está bien que digas que sos lesbiana, yo suelo decir que soy gay para ahorrarme explicaciones y entiendan que mi preferencia son los hombres; pero no quiere decir que sea 100% homosexual. Tal vez un 90%, o un poco más.

-¿Y qué pasa con Edith? –cuando le pregunté por ella me miró fijamente-. Me sorprende que sigas acostándote con ella. Es decir, entiendo que yo me pude acostar con vos y quién sabe, tal vez algún día meta otro hombre en mi cama, para divertirme; pero no lo haría de forma recurrente. Al menos hasta ahí llegan mis certezas, por el momento. En cambio vos te estás acostando bastante seguido con esa chica. No digo que tenga nada de malo, porque ella es muy feliz con vos, solamente pregunto si no sentís algo especial por ella.

-Lo pensé... y no lo descarto. Ella me hace sentir diferente, su mente es impredecible, nunca sabés con qué te puede salir... ya lo habrás visto. Además me encanta charlar con ella, es muy entretenida.

-¿No te estarás enamorando?

-Soy gay, ya te dije.

-Creo que se nos invirtieron los roles –le sonreír-. Vos me convenciste de que no tengo que hacerme tanto lío por estar alguna vez con un hombre, ahora yo te tengo que convencer a vos de que no tiene nada de malo que te enamores de una mujer, sino todo lo contrario. Si te enamoraste de ella quiere decir que amás a la persona por encima de su sexo. La amás por lo que es, no por lo que tiene entre las piernas, es un amor más puro. Es el mismo amor que yo sentí por mi amiga, Lara, cuando estuvimos juntas. En ese entonces todavía dudaba de mi sexualidad y suponía que mi amor por ella trascendía esa barrera y me convencí a mí misma que podía amarla e intimar con ella, por una simple razón: lo disfrutaba. Después me fui dando cuenta de que la mayoría de las mujeres me gustaban... y bueno, llegó el libertinaje; del que no me arrepiento, pero a veces pienso que eso fue lo que aceleró mi proceso de aceptación y que me hizo olvidar completamente de los hombres, como si hubieran desaparecido de la faz de la tierra.

-Lo que me querés decir es que yo tengo que aplicar el mismo concepto del sexo, para el amor –no era una pregunta, estaba afirmando mis palabras.

-Exactamente. Si te podés sentir tranquilo de ir a la cama con quien quieras, entonces te podés sentir igual de tranquilo para amar a quien sea. Sos libre.

-Somos libres.

-Es cierto, eso cuenta para mí también.

-Tal vez tengas un poco de razón... puede que me esté enamorando de ella... ¿le pasará algo parecido conmigo?

-No lo sé, pero estoy segura de que te aprecia muchísimo.

-No sé qué hacer... ¿tengo que hablar con ella y decirle lo que siento?

-Vas a tener que hablar con ella, no sé qué le dirás... pero tienen que hablar muy seriamente ustedes dos.

-¿Por qué tan seriamente? –preguntó con una sonrisa en sus labios, hasta me daba pena saber que en un segundo se la borraría de un plumazo.

-Porque ella está embarazada. Vas a ser papá, Rodrigo.

 

Su reacción fue aún peor de lo que yo había imaginado, se puso de pie de un salto, sus piernas chocaron contra la frágil mesa a hizo caer las dos botellas de gaseosa, que rodaron al piso y se estrellaron estrepitosamente, salpicándome los pies con su contenido. Todos en el lugar se voltearon al unísono para mirarnos. Rodrigo miraba, como si se hubiera vuelto estúpido de repente, las botellas hechas añico en el suelo. No imaginaba a ese irresponsable muchacho como padre... si no podía mantener en números positivos la administración de su negocio ¿cómo haría para criar a un hijo?

 

 Continuará...

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