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Sorpresas

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El objetivo principal de este relato es contarles todas o la mayoría de las tonterías que hicimos en la ciudad de Mario, pero antes quiero relatar otro pequeño viajecillo con él. Pueden saltárselo si así lo desean (hasta la parte donde dice: ahora si…). También advierto que es un relato algo largo y que le sigue a "summer" que a su vez le sigue a otros. Recomiendo su lectura para una mejor comprensión.

La escuela no había sido exactamente la cosa mas calma y relajante, entre los trabajos, los amigos, los entrenamientos de Mario y una pequeña complicación médica mía, Mario y yo no habíamos tenido ningún gran momento ni habíamos hecho nada interesante, aunque pensándolo bien cuando estuve enfermo Mario se portó mas que servicial conmigo, lo digo en serio, el veía mis justificaciones (dos días no asistí a clases) y se encargaba de que no hiciera alguna imprudencia como no tomar mis medicinas (no es mi culpa que sepan horrible) o que durmiera desabrigado. En fin me cuido muchísimo y aun ahora le agradezco.

Finalmente llegó una oportunidad para salir, eran lo que aquí se conoce como día de muertos y las celebraciones abarcan desde el último día de octubre hasta el dos de noviembre, que para nuestra fortuna habían quedado pegados al fin de semana. Habíamos previsto viajar a una ciudad que se encontraba relativamente lejos, pero que bien valía la pena, fueron como cinco horas de viaje, así que cuando llegamos ya era de noche y solo atinamos a descansar, era un sábado y antes de dejarnos salir se nos hizo un examen físico que había sido agotador y tardado, pero el cual habíamos aprobado sin mayor problema.

Cuando desperté Mario se hallaba de pie y estaba vistiéndose, no desperté por mi cuenta sino por culpa mi adoración de ojos grises quien había abierto las cortinas dejando entrar una ingente cantidad de luz, esa fue mi primera imagen del día: Mario acomodándose los boxers de espaldas a un ventanal lo cual daba la impresión de que un halo de luz lo rodeaba, parecía una especie de estampa religiosa, tenía una expresión harto calma, finalmente me volteó a ver y como siempre me sonrío ligeramente.

Hasta que despiertas –me dijo mientras se acercaba. –vamos vístete.

Creo que habré dicho que no o algo así, pero mi reacción fue hundir mi rostro entre las almohadas, Mario se sentó en la cama y empezó a jugar con mi cabello, después sentí sus dedos recorrer mi espalda, fue en ese momento en que desperté y comencé a vestirme, él solo reía, sabía que esa era una de las formas mas efectivas y sucias de despertarme, créanme, la sensación de sus largos dedos acariciándome desde la nuca hasta las nalgas me alteraba los nervios (entre otras cosas). Antes de salir del cuarto le besé en la mejilla como solía hacer en las mañanas.

El resto del día lo pasamos paseando, está era una ciudad que se recorría a pie y eso hicimos, anduvimos entre las calles, subimos por los empinados caminos y no creo poder contar cuantas escaleras y túneles tuvimos que pasar, antaño está había sido una ciudad minera, su avance se había debido a las minas de plata, las cuales le dieron en un principio un acelerado crecimiento, que lamentablemente se detuvo por las revoluciones y conflictos, dejándole sin embargo un sabor colonial exquisito. Así pues no nos detuvimos hasta el momento de almorzar y tras hacer esto seguimos, descansando de vez en vez en algún parque o en alguna pequeña y vieja iglesia donde sentados en silencio permanecíamos por buen rato, casi siempre dejábamos algo de dinero en alguna alcancía frente a un santo o junto a la puerta, mas que por fe (cosa de la que ambos carecemos) lo hacíamos por respeto. Así anduvimos por horas, en ocasiones nos perdíamos y más de una vez caminamos en círculos. Pero que importa dar mil vueltas si estas con la persona a la que quieres, aun si esta tiene un pésimo sentido de orientación. Al final terminé guiando yo, ese era mi plan. Terminamos la noche en el lugar que yo esperaba, eran casi las doce de la noche, no había nadie en las calles.

Vamos por aquí –le dije, Señalando una estrecha callecita.

¿Que es eso? –dijo Mario algo extrañado por la estrechez de la calle. Realmente era pequeña, la pesadilla de un claustrofóbico, había partes que parecían tener menos de un metro de ancho.

De día suele haber mucha gente, agradezcamos que hoy sea noche de brujas y que muchas personas teman encontrarse con alguna procesión de ánimas –dije riéndome un poco. –esto mi querido Mario, es el callejón del beso.

Así que este es –dijo Mario algo sorprendido. –creí que sería mas amplio…

Entremos –le dije, tomándole la muñeca. – ¿o temes toparte con un fantasma?

Así pues, guié a Mario a través del callejón, en algunos balcones se observaban luces encendidas pero la mayoría no; de vez en cuando veíamos algún gato pasar o escuchábamos algún ruido extraño. La noche estaba quieta y era marcada por una regordeta luna llena, empezaba a hacer frío. Decidimos sentarnos en el callejón, así sin mas, en el suelo y apoyando nuestras espaldas en la pared.

Sabes, desde el verano he querido traerte a este lugar –dije, poniendo discretamente mi mano en la pierna de Mario. –hasta que por fin se me hizo.

¿Por qué? –preguntó Mario sonriéndome y poniendo su mano sobre la mía. – ¿que tiene de especial? Además de ser un bonito lugar.

Se que conoces la leyenda –le dije.

Si, la conozco –dijo Mario –una chica asesinada por su padre por enamorarse de un minero quien al verla muerta en el balcón le beso la mano. Me parece una historia al estilo Romeo y Julieta, además, ¿Por qué no asesino al padre de su difunta amante? Yo lo hubiera hecho.

No me refería exactamente a esa leyenda –dije mientras contemplaba el cielo, los edificios que nos rodeaban no tenían menos de tres pisos.

¿A cual entonces? –dijo Mario.

Existe la creencia de que quienes vienen aquí juntos, nunca se separan –le dije. Creo que en ese momento mis mejillas se sonrojaron, por que Mario sonrío y extendió su mano para apretar ligeramente una de ellas. Ambos soltamos risitas nerviosas.

Pensaba procurar eso aunque no viniéramos aquí nunca –me dijo quedando el ligeramente colorado –pero me parece un lugar muy bonito.

Mira, ya son más de la media noche. Ninguna bruja o fantasma vino por nosotros –dije mientras me levantaba.

Verás el día que una se te presente –dijo Maro riéndose mientras agarraba la mano que le tendía para que se levantara.

Esta era la posición que esperaba. En cuanto Mario se puso mas o menos de pie, lo halé hacia mi y sin importarme un bledo el mundo lo besé, el me correspondió y permanecimos unidos un breve instante. Después nos separamos, me miró sonriente.

¿Mira quien es el imprudente ahora? –dijo Mario mientras revolvía mi cabello juguetonamente. –sabía que lo harías y si no, yo lo hubiera hecho.

Salimos caminando enroscados, nos encantaba caminar así, nadie nos veía ni nadie nos vio. Salvo uno que otro gato de esos que pululaban por el callejón. Al llegar a partes mas abiertas sentí el frio de la madrugada. La luna seguía igual de grande.

Cúbrete con esto –dijo Mario al notar que tiritaba un poco. Era su chamarra deportiva. –yo no tengo frío, no a tu lado.

Me pareció tierno pero era cierto, Mario estaba acostumbrado a temperaturas mas bajas, además, esa chamarra me encantaba, tenía los colores de la escuela (azul y rojo) combinados de una manera juvenil y agradable, en la espalda aparecía grabado el nombre de Mario, en el brazo izquierdo a manera de una cinta a la altura del bíceps se leía "futbol" y al frente en el lado derecho del pecho aparecía el escudo de la escuela. Mario se había negado a que bajo su nombre se escribiera "capitán", me agradaba su sencillez. Y si, Mario había sido nombrado capitán desde septiembre. Me puse la chamarra, olía a Mario.

Se te ve bien –me dijo. –creo que hasta mejor que a mi.

No creo –le dije. –pero gracias. Además yo no soy Mario el capitán del primer equipo. Cuando reconozcan el dormir como deporte me harán una.

Mario rió un poco y nos dispusimos a caminar hasta encontrar un taxi que nos llevó al hotel. Y una vez ahí empezamos a desvestirnos y claro, a sentir el cansancio de haber pasado un día entero vagando.

Por cierto hoy ya es primero de noviembre, ¡Feliz cumpleaños! –le dije mientras lo abrazaba. –Cuando despertemos, que me imagino será tarde, te llevaré a comer a algún lugar, espero que haya un Buen restaurante por acá. El resto de la tarde haremos lo que tú quieras.

Eso significa que no saldremos de este cuarto –me dijo con una expresión pícara.

Como quieras, pero eso no será tu regalo, ya que si es lo que me imagino, ambos lo disfrutaremos. Cuando pasemos por la capital te compraré algo –le dije.

No es necesario Nico –dijo Mario con tono de gratitud –me basta con lo de la tarde.

Te compraré algo de todos modos –le dije mientras lo abrazaba para dormir. –ahora descansemos.

Apagó la lámpara del buró y nos dispusimos a dormir, al día siguiente fuimos a un peculiar restaurante con un muy buen menú que estaba en el centro y que decir de la tarde, fue sensacional, simplemente demasiado para escribirlo (ya que no es el objetivo de este relato). El resto del viaje la pasamos paseando y el miércoles en la tarde ya estábamos de nuevo en la escuela. Aunque trató, Mario no pudo evitar los huevazos y la harina que le esperaban en la escuela.

Ahora si…

Habíamos llegado a la casa de Mario sin contratiempo alguno, sus padres nos habían traído desde el aeropuerto y ahora, tras haberme dado una calida bienvenida, hablaban con Mario en la cocina mientras yo desempacaba en su cuarto.

Estoy en los dominios de Mario –me decía a mi mismo. –la sultana del norte.

No se me quitaba esa idea de la cabeza, el apodo (sultana del norte) que tenía la ciudad de Mario hacía una excelente referencia a la realidad, esta era la segunda ciudad de mi país en cuanto a tamaño, población e importancia industrial; tiene un fuerte aire moderno, al menos eso era de lo que me había percatado en el trayecto desde el aeropuerto hasta la casa de Mario en un área residencial bastante calma y aparentemente segura. Su casa era de un estilo modernista, trazos sencillos, bastante elegante aunque, al igual que muchas cosas modernistas, me parecía algo fría o mas bien etérea. Su cuarto era un poco mas acogedor, era bastante grande (Mario es hijo único), contaba con una salita de muebles juveniles y un sofá-cama. Tenía un pequeño centro de entretenimiento disimulado en un mueble oscuro y un escritorio bastante grande, al fondo estaba su cama en un mueble no muy alto y a los lados se encontraban un ordenador y un teclado músical, sobre una serie de repisas se podían apreciar varias fotos y una cantidad considerable de trofeos y medallas, había también una pequeña pero muy cuidada colección de carritos. No había posters ni nada por el estilo salvo un banderín de su escuela secundaria, las ventanas eran corredizas y el piso me encantaba, era de madera oscura. Estaba tan absorto en los detalles y en mis pensamientos que no me di cuenta de cuando Mario entró, solo sentí que me tomaba por la cintura.

¿Ya te acomodaste? –me preguntó. Se pegó más a mi cuerpo. –es obvio que no dormirás en el sofá-cama pero debemos ponerlo para aparentar.

Está bien –le dije mientras le ayudaba a desdoblar el mueble.

Deja tus sabanas y esa pijama de niño bueno aquí –dijo Mario señalando un pequeño mueble contiguo. –y en serio, a la hora de dormir te vienes conmigo a la cama. Ah si y ponte algún abrigo que vamos a ir a cenar con mis padres.

Mientras me lavaba la cara y me preparaba para salir, Mario hizo un par de llamadas. Yo solo le envié un mensaje a mis padres diciendo que había llegado bien y que saldría a cenar, ellos no dieron mayor respuesta que un: diviértete, cuídate y COMPÓRTATE. Me causo gracia el mensaje y les respondí diciendo: saben que soy una eminencia en la diplomacia y el protocolo: primero disparo y luego pregunto. No me respondieron pero igual y ya era hora de irme y no llevaría conmigo ese molesto aparato (el celular).

Mientras comíamos tuve oportunidad de conocer a los padres de Mario, su madre descendía de franceses y era una mujer de apariencia frágil aunque con una actitud bastante fuerte; su padre era realmente una imagen treinta años mayor de Mario, tenían ciertas diferencias, pero eran muy pequeñas, la mas grande y notable eran los ojos de Mario, que ninguno de los dos poseía, según mi amigo, los había heredado de su abuela. Como ya me había advertido, le caí bastante bien a sus padres, quienes desde un principio me habían orquestado una platica con marcados tintes político-sociales tanto mundiales como nacionales, supongo que tras comprobar que mi cabeza no estaba vacía (en realidad si lo está), siguieron con otro tipo de platica, mas ligera y mas centrada a mi, como ya he dicho les simpaticé e inclusive su padre llegó a comentar "me alegra que Mario tenga amigos como tú", si aquel orgulloso señor supiera lo que ocurría en el cuarto 28A, dudo mucho que estuviera tan contento.

Cuando regresamos de cenar me dirigí al cuarto, ya era tarde y quería dormir, me puse la pijama y me acosté en el sofá-cama; pensaba en la primera vez en que Mario me vio puesta aquella pijama, no era nada espectacular, solo un pantalón de algodón a cuadros y algo parecido a una sudadera (solo que mas ceñida) de un color como aguamarina o turquesa, combinaban bien y según Mario me daban la apariencia de un peluche gigante, incluso me había llamado Teddy cosa que no me agradó mucho. Aun tenía bastantes rasgos infantiles, mi rostro daba de vez en cuando la impresión de no tener mas de catorce años, claro, la altura, el cuerpo y la compañía (un muchacho rubio con apariencia un poco mayor) hacían que uno no dudara mucho de mis diecisiete años cumplidos días antes de emprender este viaje, lejos de las apariencias yo no era un ser inocente y manso, tal vez… lo contrario.

¡Como me molesta que hagan eso! –dijo Mario. De nuevo no noté que entrara. –ya les había dicho que vendrías y ahora salen con esto.

Cálmate –le dije pasándole mi brazo por el hombro. – ¿Qué es lo que pasa?

Mañana se van por la noche a la capital –dijo Mario –así que no podrán pasearnos como yo hubiera querido.

Si lo vez del lado positivo –le dije haciendo una pequeña pausa. –nos quedaríamos solos hasta que regresasen.

Si, ellos llegarían un día antes de que partieras –dijo, aun algo molesto. –pero no deja de ser una falta de hospitalidad.

Tus padres son empresarios –le dije. –deben hacer este tipo de diligencias.

¡Carajo, no! –dijo realmente exacerbado. – ¡ellos siempre hacen esto!

Como que… -dije.

Nada –interrumpió Mario violentamente, mientras entraba al baño de su recamara. –olvídalo.

Ahora sabía que teníamos algo de que hablar, pero no consideré aquel un momento apropiado. Mario estaba lavándose la cara, me miro por el espejo mientras yo recogía mis sabanas, sonrió y salió rápidamente a poner seguro a su puerta, también trabó una silla contra la perilla, apagó las lámparas y únicamente alumbrado por las luces callejeras que se filtraban por las ventanas se acercó y me asió con fuerza, pasando sus manos por mi espalada y posándolas finalmente en mis nalgas, acerco su boca a mi oído y murmuro "me alegra que estés aquí Teddy", después rió un poco y metió una de sus manos en mi pijama y en mi ropa interior palpando suavemente la raya que separa los glúteos, yo me ericé como un gato y palpé su trasero también, aunque únicamente sobre la ropa de dormir.

Será mejor esperar a que se vallan los viejos –dijo Mario.

Así pues, nos tiramos en la cama, sin perder tiempo, Mario me abrazó, ya me había acostumbrado a dormir aprisionado por él y podía sentir claramente la presión y el calor de su entrepierna sobre mi trasero, al igual que sentía el calor de su pecho y el ritmo de su respiración en mi espalda, sus pies jugaban con los míos y tras un rato, me besó en la sensible parte debajo de la oreja y atrás del lóbulo y me susurró: "buenas noches Nico, discúlpame por molestarme". Obviamente respondí que la disculpa era innecesaria y también le aconsejé que no pensara en ello, total que yo había venido hasta aquí, casi exclusivamente para estar con él y conocerlo más.

Al día siguiente salimos con sus padres, recorrimos las partes más importantes de la ciudad en auto, con algo de música de Queen (será que a todos los padres les gusta eso, bueno, a mi también. Creo que es atemporal) y como siempre la interesante platica del padre de Mario quien comentaba que en realidad yo me parecía mas a mi madre, me contó la historia que yo ya conocía respecto a que mis padres habían sido novios desde la preparatoria y que los fines de semana mi papá siempre iba a visitarla a la capital, también me preguntó por ellos, por el resto de mi familia también, lo mucho que le había sorprendido el actual estado de la hacienda (por las fotos de Mario) y casi siempre que me oía hablar me decía que tenia el mismo porte que mi padre, algo así como si un Inglés hablara un perfecto español. También se disculparon muchas veces por su futura ausencia y naturalmente me dieron una explicación de cada lugar interesante por el cual pasábamos, ellos estaban orgullosos de su metrópoli norteña y efectivamente era una ciudad linda y moderna, tenía de todo y al igual que sus habitantes no escatimaba al momento de las comidas; pese a ser de buen comer, me costaba mantenerle el paso a los anfitriones incluso a aquella señora de aspecto frágil quien resulto tener un mejor apetito que yo, eso si, todo estaba delicioso.

Ya en la noche, después de que los padres de Mario se fueron, no sin antes dejarle a este una generosa cantidad de dinero, nos dispusimos a platicar, este sería el momento de indagar más en él.

Mario –le dije, sentándome a su lado en el sofá de la sala. – ¿que pasa? Te noto raro.

Ah, nada, mañana conocerás a mis amigos –dijo evadiendo el tema. –se que les caerás bien.

No, no es eso –le dije, pasando ahora mi brazo sobre su espalda. –sé que esta relacionado con tus padres, sé que no es solo el hecho de que se vallan. Quiero ayudarte, sabes que detesto verte así.

¿Acaso ya me he vuelto un libro abierto? –dijo de nuevo, sin siquiera mirarme a ver. –no es nada importante.

No es que te hayas vuelto un libro abierto, es simplemente que te conozco bien y siempre que hablamos de tus padres te muestras algo extraño –le dije. Apoyé mi cabeza en su hombro y puse mi mano en su rodilla. – ¿acaso hay ago de lo que no podamos hablar?

 

Los quiero mucho –dijo finalmente Mario. Hizo una larga pausa. –pero debo reconocer que los detesto también.

Fue hace tiempo que empezó esto –prosiguió Mario. –recuerdo muchos momentos con ellos, de niño era genial, nos reíamos mucho, mi papá jugaba fútbol conmigo y ambos estaban siempre en los partidos de mi grupo, mi madre me contaba cuentos, tanto en español como en francés, por eso es que me aferro a ese idioma, es como un bello recuerdo y una de las pocas cosas que me ligan a ella; viajábamos a muchas partes: desde tu ciudad hasta Disneylandia. Empecé a tocar el piano y en los recitales ellos siempre estaban ahí. Los amaba… y ellos a mi.

Noté como sus ojos se humedecían, no me dirigía la mirada y sus labios temblaban un poco, solo me acerqué mas a él y con mi mano apreté su hombro en un gesto cariñoso que también expresaba ánimos.

No recuerdo exactamente el momento –continuó Mario tras un largo y doloroso respiro. –tampoco recuerdo si fue gradual o abrupto, solo tengo muy claro que a mis nueve años me percaté de las cosas, mi padre ya no jugaba al fútbol conmigo; mi madre ya no me leía ni me cantaba en francés, ahora solo me regañaba en ese idioma. En los partidos no los encontraba en las gradas y en los recitales ya no se procuraban los primeros lugares.

Mario soltó otro largo respiro, ahora eran pequeñas lágrimas las que salían de sus ojos. Me volteó a ver, trató de serenarse. Se puso de pie y se dirigió a la puerta de cristal que daba al patio y que estaba en el comedor, le seguí y tome asiento, la habitación se hallaba a oscuras, durante largo rato se quedo viendo hacia el patio, estaba inmerso en sus pensamientos y yo ansioso de escucharlo.

Ahí solíamos jugar –dijo Mario sin voltear siquiera hacia mi. Había amargura en su voz. –y después de percatarme del cambió, me dedicaba a patear el balón contra la pared, solo… nunca he sido de muchos amigos y tampoco he gozado de la compañía de primos, hermanos o siquiera un jodido perro que me moviera la cola cuando estuviera desanimado. Lo primero que creí, fue que los había decepcionado en algo, por lo que me esforcé más en el colegio, en el fútbol y en el piano; pero nada. Nunca recupere su atención; en las fiestas era el orgullo de la familia, pero nada más.

Llegó la época de las novias y de las dudas –continuó Mario. –no es que hubiera aprendido a vivir sin ellos, pero al verlos solo podía sentir cierto odio, cuando digo que los quiero es por que me remonto al pasado. En esta época tuve varias novias y lógicamente, muchos desamores, ¿recuerdas la historia de esta cruz?

Mario se había volteado un poco para enseñarme el pequeño crucifijo de plata que siempre traía colgado del cuello. Asentí con la mirada.

En situaciones como esa, donde generalmente uno recurre a su padre o a su hermano o su mejor amigo –dijo Mario haciendo una pausa. –yo estaba solo, no contaba ya con su apoyo y para empeorar las cosas, sus exigencias se habían elevado. No pude, Nicolás, simplemente no pude. Mis notas bajaron, aunque seguían siendo envidiables, en los partidos perdía, ellos no estaban ahí pero se enteraban y finalmente en un recital, creo que era la marcha turca, me ausenté. El maestro de piano habló furioso y mis padres me dieron una regañada como nunca lo habían hecho.

Para ese entonces ya empezaban a ver en donde estudiaría mi bachillerato, yo quería estudiar aquí con mis pocos amigos y mi novia. Pero tras esto, ellos decidieron enviarme al internado. Los odié mas –Mario parecía haber finalizado su relato.

Me acerque a él, sollozaba. Lo abracé y le dije que lo quería, le recordé que ahí estaba yo y que siempre estaría ahí.

Lo que hicieron fue terrible, tal vez no fue intencionalmente, pero te causaron dolor –le dije a Mario. –se que ellos te quieren. Se nota. El problema es que no lo demuestran tan abiertamente como antes. Muy probablemente, en algún momento ellos cometieron la grandísima estupidez de cambiar sus prioridades y de dejarte tal vez en un segundo plano. Aunque por lo que me dices siempre se mantuvieron algo pendientes de ti.

Mario se iba calmando entre mis brazos. Nunca le había dicho esto a nadie.

Pero debes entender –le dije. –que mantener estos rencores solo te está haciendo daño, además, creo que esto te ha hecho mas fuerte… para todo caso, habla con ellos, diles lo que me has dicho, se que te escucharán y todo saldrá bien.

Mario me tomo de los hombros, tras tener la cabeza gacha un rato me volteo a ver con una sonrisa sencilla, honesta y por demás hermosa.

Desearía haberte conocido antes –dijo Mario al momento que me abrazaba de nuevo y con mas fuerza. –no sabes lo mucho que te quiero.

Las cosas ya estaban mejor, se sentía. Mario se había quitado un gran peso de encima, no me arriesgué a nada pero él si, me guió hasta su cuarto, estábamos bastante alegres y corríamos como locos, subimos las escaleras salvando los escalones de dos en dos y hasta de tres por vez. No es que fuéramos seres bipolares, pero ambos teníamos una percepción similar del mundo y Dionisio nos llamaba, con fuerza… como siempre suele hacerlo. Ya en el cuarto me dijo que en serio saldríamos mañana con sus amigos y que hoy podíamos salir a cenar algo o bien podíamos pedir pizza y quedarnos en la casa, solos y cómodos. Opté por lo segundo. Mario descolgaba el teléfono de su habitación pero lo detuve.

Aun no me recupero del atracón del almuerzo –le dije. – ¿Por qué no esperamos mejor un rato más?

Está bien –contestó, indiscretamente me había mirado de pies a cabeza. – ¿quieres que hagamos algo? La cama se ve demasiado ordenada.

Si, ni pareciera que fuese tuya –le dije devolviéndole la mirada. – ¿andas de ánimos?

Desde que llegamos –me dijo. –y ahora me siento mejor. ¿Puedes ponerte la pijama?

Tienes una fijación hacia esa pijama –le dije riéndome. –pero lo haré.

¡Te ves muy tierno con ella! –me dijo. –realmente es tu culpa.

Una vez que terminé de ponerme la prenda, Mario se acercó y haciendo un movimiento bastante extraño, me tumbó en la cama, el se había quedado solo con un boxer y gateando se puso sobre mi, dejando caer su peso muy lentamente, me besaba tomando mi cabeza por la nuca y se restregaba contra mi cuerpo. Lo tomé por los hombros y lo volteé quedando yo arriba, me senté en su estomago, seguí jugando con sus tetillas y mordiendo muy suavemente su cuello; eso lo enloquecía y volvió a voltearme, ya en una ocasión nos habíamos caído de la cama de un hotel por haber estado con nuestros juegos, así que aunque esta cama fuese mas grande, decidimos ponernos en otra posición; quedamos de lado cara a cara, con una mano, Mario me tomaba de la nuca presionándome contra su cuello y con la otra empezaba manosearme el trasero, podía sentir claramente como su polla en perfecta erección chocaba contra la mía, solo nuestras ropas impedían un contacto directo. Finalmente me sentó en la cama y me quitó la sudadera, pegando su pecho contra el mío, teníamos la respiración agitada por tanto juego y unas sonrisotas incomparables. Me quitó también el pantalón de pijama y mi boxer, el se despojó de su ropa interior al instante y casi arrancándola; me empujó y yo fui corriéndome hasta alcanzar las almohadas.

Nada mas me pediste que me la pusiera para quitármela al instante –le dije.

Si –me dijo. –pero mira lo dura que me la dejaste.

Era cierto, Mario estaba de rodillas frente a mí y su nada despreciable miembro estaba hinchadísimo, parecía tan duro como un fuerte trozo de madera y la vista de sus grandes testículos colgando a su base reforzaban aquella opinión. Una coronita de vellos dorados daban un toque peculiar a la imagen; ah si y el hecho de que todo aquello estuviese sostenido por dos fuerte columnas que se clavaban en la cama y que igual estaban adornadas por vellitos dorados me enloquecía, cosas tan simples suelen impresionarme mucho.

Mario sabía que lo veía con un tremendo apetito, estaba muy contento y orgulloso por eso. Había tomado un tubo de lubricante y se lo untaba en los dedos, acto seguido empezaba con el clásico masaje para dilatar mi ano, una vez que hubo terminado dejo caer un poco del lubricante sobre su verga y lo esparció por su cabeza y por parte del tronco. Empezaba a ponerse en posición, alzaba mis piernas y las asentaba sobre sus hombros, encajaba una almohada bajo la parte inferior de mi espalda y con su mano iba dirigiendo su pene hacia mi ano, una vez en posición su cadera se encargo de meterlo todo y empezar aquel vaivén. Mario empezaba sudar un poco y se agitaba con vehemencia atrás mío.

Me encanta lo apretado que lo tienes –decía. –y eso que ya debería haberse acostumbrado a mi talla.

La verdad en todo este tiempo lo único que había cambiado era el dolor inicial, ahora solo era una presión y el resto quedaba como un placentero masaje interno, las cosquillas que Mario me hacía sentir me encantaban al igual que sus gestos.

El ritmo se hacía constante y parecía que se prolongaría un rato más, nuestros pechos estaban perlados de sudor y los rizos de Mario se agitaban con el movimiento. Empecé a gemir y a apretar los parpados para poder concentrarme mas en las sensaciones, esto animó mas a mi hombre, quien aceleró los movimientos hasta ya no poder controlarlos muy bien. La cama hacía ruiditos y Mario seguía fuera de sí, pronto llegó lo inevitable y sentí la embestida final, que incluso me había empujado unos centímetros hasta casi chocar con la cabecera de la cama. Mario se había inclinado hacía mi, no la había sacada, de hecho estaba haciendo aun unos pequeños movimientos pélvicos; me besaba y mordía mi barbilla, yo solo sentía como su miembro reducía gradualmente su tamaño en mi interior, finalmente la sacó y se tendió a un lado.

¿Nos damos un baño? –pregunté.

Mario respiro hondo y se levantó de la cama como impulsado por un resorte. Me dijo: "vamos", y salté igual, lo tome por la cintura, palpando la humedad de su espalda, francamente eso me encantaba, después de todo somos hombres y yo estaba igual. Me revolvió el cabello y nos metimos a la regadera. Bajo el fuerte chorro de agua fría (así nos gusta) empezamos a enjabonarnos y juguetear, como han de saber, las manos se resbalan mas fácilmente así, sin darme cuenta Mario me lleno la cabeza de shampoo y empezó frotar con fuerza de modo que la espuma cubrió mis ojos, los cerré con fuerza para evitar que el shampoo entrara. De pronto comencé a sentir que Mario daba rienda suelta sus manos, apretando, estirando y sobando mi pene, no me fue raro, ya antes lo había hecho, yo solo tome sus firmes nalgas entre mis manos. No podía hacer mucho, tenía los ojos cerrados, sentía que podía perder el equilibrio fácilmente. Solo deje que Mario hiciera lo que quisiera, mi miembro estaba a mil pese al agua fría, sin aviso alguno, sentí una sensación calida y húmeda abrazando la cabeza de mi pene, no tardé mas de quince segundos en asimilarla, mi espalda se erizó e instintivamente me limpie los ojos como pude. Fue asombroso. Lo que vi me dejó estupefacto, Mario se encontraba de rodillas con mi trozo de carne en la boca. Nunca antes lo había hecho, había probado mi semen, me la había jalado hasta conseguirlo, pero nunca había llegado a tenerla directamente en la boca.

No es justo que solo yo disfrute –me dijo. –además tenia rato queriendo hacerlo.

Como si me molestara que lo hicieras –le contesté.

¡Ah! La imagen era harto deliciosa, los rizos de Mario escurriéndose sobre su frente, sus ojos grises ligeramente oscurecidos por los reflejos del baño y esos labios sencillos y rosados friccionando mi verga… no podía cree que el que estaba ahí era Mario, lo digo en serio, el nunca se había prestado para esos roles.

Puse mis manos sobre su cabeza acariciando su pelo con las yemas de los dedos y presionándolo contra mi sexo; no sé de donde salió eso, supongo que es un reflejo que tenemos todos los hombres. Mario no tenía mucha experiencia y de vez en cuando me mordía e incluso me lastimó al momento de querer meterse mis huevos a la boca, pero lo hacía con bastante esmero y me encantaba que lo estuviera haciendo. Cerré la llave (conciencia ecológica) y pegué mi espalda a las frías lozas, me retorcía, no solo era una mamada cualquiera era una hecha por Mario, ¡mi Mario! Me correria en cualquier momento, le avisé, pero el no quiso despegarse y se tomo toda mi leche recién preparada y directamente del envase. Nos seguimos bañando entre caricias, besos y comentarios extraños y finalmente salimos. Estábamos en cueros y Mario, ahora sí, estaba llamando a la pizzería.

Estuvo bueno lo del baño –me dijo. –la tienes rica.

Me quede extrañado por su comentario, me acerqué y le dije: "no quieres probarla de otra forma". Él me respondió que no (tal cual lo imaginaba) y empezó a hablar con los de la pizzería. Le di una nalgada por mera diversión, el se sonrojó pero siguió hablando. Me vestí y esperamos platicando hasta que llegó la pizza. El resto de la noche nos la pasamos comiendo y viendo películas como dos adolescentes normales, aunque claro, Mario tenía su brazo sobre mis hombros, estábamos sentados en el sofá-cama, después de dos películas y dos pizzas, nos levantamos y dormimos en su cama, como siempre, aprisionado por él.

Despertamos, nos vestimos y fuimos a desayunar a uno de esos restaurantes de comida rápida, para ser más especifico a ese en el que un horrendo payaso pelirrojo de bonito nombre (así se llama uno de mis perros) aparece personificado en fibra de vidrio, sentado en una banca en la puerta como si estuviera vivo. Odio a ese payaso. Pero pues por ahí pasamos y no me quedo de otra. Teníamos abrigos ya que hacía que bastante frío, Mario andaba con su gorra negra y yo simplemente con mi cabellera oscura y rizada al natural (o sea algo despeinada), ahí debíamos encontrarnos con jorge, quien era un amigo de Mario. Como lo imaginaba llegó tarde y acompañado de otros amigos de Mario. Jorge era un poco mayor que nosotros, tenía unos kilitos de mas pero era muy simpático y de fácil trato, me agradó bastante. Los demás eran dos chicos y una muchachita, los tres muy bien parecidos, de los muchachos uno tenía pinta un poco afeminada (César) y el otro parecía estar drogado (igual me agradó mucho. Se llamaba José), los dos eran mas altos que yo y la muchacha era de mi altura, de rasgos muy bellos y sin describir más, estaba buenísima, se llamaba Karen. Fui presentado ante ellos y todo resultó normal, les agradé y las reacciones fueron lo que esperaba. Solo Karen y César me sorprendieron, ambos parecían estar tirándome la onda. Naturalmente no podía hacer nada con César (ya lo he dicho en otros relatos, Mario es algo celoso respecto a mi trato con otros hombres) y me sentía muy incómodo con Karen ya que ella había sido novia de Mario. Aún así la tipa no se me quitaba de encima y César me acosaba con preguntas: ¿tienes novia? ¿Compartes cuarto con Mario? ¿Te depilas? (ya he dicho que casi no tengo vello, en la cara y en los brazos soy casi lampiño) ¿Te haces rayitos? ¿Por qué tus pestañas son así? Y muchas otras, fui paciente y le explique que mi cabello se veía rojizo en algunas partes y con cierta luz, que mis pestañas eran así desde que tenía memoria y así con todo lo que me preguntaba. Mario reía al ver mi paciencia menguar.

Fue en la tarde, estábamos sentados en una enorme plaza en el centro de la ciudad, tenía Karen apoyada en mi hombro y Mario estaba de pie al igual que Jorge, todos teníamos cigarrillos encendidos. Aquí fue donde recibí la segunda sorpresa del viaje, estábamos hablando:

¿Y cómo vas con las viejas? –dijo jorge dirigiéndose a Mario. –por que veo que a Nicolás le va bastante bien. Aunque escogió a la fea.

Karen le pateó en la pantorrilla y los demás soltaron unas risotadas. Yo seguía sintiéndome incomodo por tener a esa chica apoyada tan feliz en mi regazo.

No he estado buscando nada –dijo Mario. –ando de inapetente.

No seas maricón dinos ya a cuantas te has echado –dijo José. –tú nunca andabas inapetente por aquí.

Se me hace que ahí en el colegio se entretienen solos. –dijo césar.

Pues sería un gran cambio por parte de Mario –dijo Karen, Él no anda en esas ondas. ¿O si, Mario?

Pues… hay algo curioso al respecto –dijo Mario sumamente nervioso.

¿Qué quieres decir? –inquirió César.

La verdad, no estaba prestando demasiada atención a la plática, estaba absorto en algunas cosillas: esa tipa restregaba sus pechos contra mí, lo cual empezaba a originar reacciones, mis ojos se hallaban fijos en una monumental torre roja que se erguía dominando la vista de la plaza y el olor a cigarro me encantaba. Cuando escuche lo que Mario dijo, realmente imaginé que diría alguna broma (como las que hacíamos en el colegio) o bien que se inventaría algo o cualquier cosa menos lo que dijo:

Solo digamos que me he abierto a nuevas sensaciones –dijo Mario en un tono bastante serio. – ¿hay que probar de todo, no?

Tú y tu sentido del humor tan raro –dijo José.

No creo que esté bromeando –dijo César soltando una risita.

¡No estoy bromeando! –respondió Mario. Su tono era bastante imperativo.

No es cierto –murmuró Karen. – Tú no, Mario… ¡Tú no!

A ver, ya en serio –dijo Jorge poniendo su mano en el hombro de Mario. – ¿ahora bateas con la zurda?

Mario asintió pero agregó que bateaba con la que se le viniera en gana. Todo había sido sincero, Mario había hecho lo que yo tal vez nunca haría. Si, habíamos estado tomando todo el día, pero Él no estaba borracho, estaba en sí (dentro de lo que es posible al convivir mucho tiempo conmigo), mis ojos al igual que los de Karen, los de César y los de Jorge se habían vuelto enormes platos llenos de asombro, José parecía estar ido (como cuando lo vi por primera vez). Hubo un silencio.

Bueno, ese ya es asunto de Mario –dijo finalmente José. –cada quien con lo suyo.

Así es –dijo jorge quien no había quitado su mano del hombro de Mario. –por mi no hay pedo.

Y tú ya sabías esto, Nicolás –preguntó César.

No soy de aquellos que desean la notoriedad o la aprobación. Prefiero la discreción pero naturalmente no podía desconocer a Mario, dejarlo solo habría sido un insulto a las pocas cosas en las que creo.

Si, solo digamos que yo ayudé a que extendiera sus horizontes –le dije. Poniéndome de pie y acercándome a Mario. – ¿Por qué tanto interés, César?

¡Tú también! –dijo Karen. –primero resulta que fui novia de un gay y ahora tú, que me habías interesado resultaste puto también. Disculpa la palabra, ¡ah!... es que no pareciera que ustedes…

Puedes utilizar la palabra que quieras, no nos identificamos con ninguna –le dije. –y si piensas que todos los gay visten camisas de colores, hablan raro e ingieren bebidas brillantes, estas muy equivocada. Además no dudo ni un momento, que, de haber querido, te hubiera hecho ver hasta las estrellas. ¡No dejo de ser hombre!

¿Quien se lo hace a quien? –preguntó césar.

Reuniendo toda la poca paciencia que me quedaba le respondí fríamente: "Mario suele llevar las riendas"

O sea que… –dijo césar.

Ya basta –dijo Mario. Quien estaba algo rojo –yo no ando preguntando como te tiras a tu novia, ah, si es cierto, ¡nunca has tenido novia!

La tardé prosiguió y se volvió noche, el ambiente se calmó y todo estuvo bien, Mario me tuvo abrazado un rato y Karen siguió insistiendo conmigo hasta que finalmente le di mi correo. La verdad, el grupito me cayó bien, incluso el curioso de César y pues no nos dijeron nada ni nos discriminaron. Realmente deseé tener amigos como aquellos en mi ciudad. Digo como ellos por su sinceridad y comprensión.

Ya en la intimidad de su casa, Mario se disculpó conmigo por no haberme consultado antes de decirlo, la disculpa estaba demás y se lo deje en claro: apreciaba su valor, yo tal vez nunca haría algo como eso. Él agradeció que estuviera ahí y seguimos platicando por varias horas. Finalmente me dijo:

Respecto a eso de "Llevar las riendas" –me dijo. Estábamos en la cocina preparando algo para comer. – ¿como te sientes?

Pues la verdad, no me disgusta –le dije. –lo dije por que sí.

Es que ya van varias ocasiones en las que siento… –dijo Mario. –como si quisieras, no sé, cambiar.

No te mentiré –le dije. –mi pene no está de adorno, aunque me las he ingeniado para calmar las ganas, ya sabes, las chicas de las fiestas. O alguna amiga ofrecida en mi ciudad. Tu mano incluso o mas recientemente tu boca.

Me gustaría probarla de la otra forma –dijo Mario. –digo, si tienes ganas.

No pude disimular la emoción, una sonrisa de oreja a oreja apareció en mi rostro, creo que hasta me brillaron los ojos.

¿Ahora? –pregunté sin creerlo aún.

Si, ahora –me respondió Mario. Había quedado colorado de nuevo.

Dejamos las cosas en la cocina y nos fuimos al cuarto. Mario llevaba puesto un pantalón de pijama y se había tendido bocabajo en la cama, me observaba y sonreía. Sus nalgas se veían harto apetecibles en esa posición, agarré mi entrepierna y era cierto, mi pene se encontraba mas que listo, luchaba con mi pijama, me recosté sobre Mario como si estuviera haciendo lagartijas y finalmente deje caer mi peso sobre él. Froté mi sexo en sus glúteos y mordí la parte de atrás de su cuello. Mari gemía, ¡gemía por el roce! Poco a poco lo fui desvistiendo, con un cariño y suavidad que me costaría mucho describir, luego lo puse en cuatro. Mario creyó que el momento por fin había llegado pero no fue así, me incliné a la altura de sus nalgas y comencé a besarlas, a morderlas y a lamerlas, en el pasado solo le había hecho esto una vez, la sola idea de que ahora por fin lo poseería me dejaba la polla tan tiesa que hasta me dolía un poco. Seguí saboreando aquel delicioso y virgíneo ano, Mario gemía y me pedía que ya lo hiciera, realmente la quería dentro.

Tras degustar un poco más, me puse de pie y busqué la cremita lubricante. La unte en mis dedos y comencé a frotarla contra el contorno de aquél estrecho agujero, masajeándolo, consintiéndolo. Metí el primer dedo, ¡ah! La presión era deliciosa, no sé como fue que mi verga no estalló de excitación en ese momento, un par de dedos después, consideré a Mario listo. Me unté otro tanto de crema en la cabeza de mi miembro y por todo el tronco. Puse a Mario en la posición en la que me lo había hecho la noche anterior, así podríamos vernos. Mi novio temblaba, no sé si por nervios o por miedo, pero temblaba un poco, sin mucho preámbulo fui acomodando la cabeza de mi tranca en la entrada del culo de Mario. Presioné y la fui metiendo relativamente rápido. Claro que encontré resistencia, de hecho, fue bastante pero lo conseguí ¡había desvirgado a Mario, mi Mario! Su rostro reflejaba un poco de dolor y podía sentir claramente como se contraía en su interior.

Cálmate –le dije. –necesitas aceptarla, no estés apretando que te dolerá más, al menos por ahora, solo déjate hacer.

Mario asintió y empezó a cooperar, yo acaricié sus piernas en un gesto de cariño mientras permanecía inmóvil atrás de él. Su ano me apretaba la verga, lo sentía estrecho y calientito. Mario empezó a apretar las nalgas de nuevo, era una señal para que continuara, una muy buena señal. Empecé a moverme. Lenta y cuidadosamente fui propinándole las primera embestidas, él comenzó a gemir ya cerrar los ojos, los abria de vez en cuando, yo siempre le mantenía la mirada y cuando no lo hacía era para contemplar por un momento como mi pene entraba y salía de Mario, no es por vanidad, pero no la tengo chica, está en un buen tamaño y Mario lo sentía ahora. En varias ocasiones tuve que disminuir el ritmo por que las cosquillas se apoderaban de mí, en ocasiones paraba por completo y me inclinaba hacía Mario y le besaba las tetillas o la boca para luego proseguir, lo estuve montando por bastante tiempo, él se acostumbro a la presión y en ocasiones hasta se retorcía de placer sujetando fuertemente las ropas de cama.

¿La quieres dentro? –le pregunté. En cuestión de segundos me vendría.

Mario asintió y di un ultimo acelero a mis movimientos, ocurrió lo inevitable y bañe las entrañas de Mario.

Se la saqué cuidadosamente y lo ayude a limpiarse, lo llené de besos y me mantuve muy cercano a él. Incluso mientras cocinaba, me mantenía pegado a su espalda, tenía ganas de más, pero sabía que por ese día había sido suficiente. En los días que siguieron igual la pasamos bien, finalmente sus padres llegaron y tras una breve pero amena convivencia me acompañaron al aeropuerto.

Llegué a mi ciudad un día antes de nochebuena. Este había sido un viaje de sorpresas. Más a mi favor, ese mismo día Mario me envió un mensaje: ya hablé con ellos, me siento mejor.

Pasé las fiestas pensando en todo esto, Mario era más feliz ahora. Y que decir de mí. Sin haber sido nunca religioso, agradecí por todo lo que tenía.

(9,25)