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Mi adolescencia: Capítulo 34

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Me despegué, con gran esfuerzo de él, y le dije: “Pilar es tu novia, Pilar es tu novia”. Era mi cabeza la que hablaba, no mi corazón, porque lo único que quería en esos momentos era otro beso que me hiciese volver a sentir así de especial. Podía oler y percibir perfectamente las feromonas amorosas, sensuales y sentimentales que había a nuestro alrededor. Incluso empecé a sentir calor a pesar de estar ambos en la calle en pleno Febrero. Volví a repetir: “Pilar es tu novia, Pilar es tu novia”. Iñigo se puso serio. Muy serio. Finalmente dijo: “Tienes toda la razón del mundo. No es justo para ella. Dame unos días para arreglarlo en cuanto vuelva de Barcelona. Pero… ahora por favor déjame besarte otra vez”. A ese ruego no dije ni que sí ni que no. Tampoco es que Iñigo esperase ninguna respuesta pues me volvió a besar en los labios pero esta vez abrazándome fuertemente juntado así mi cuerpo contra el suyo. Fue un momento tremendamente sensual. Él se separó y dio dos pasos hacía el portal como despidiéndose de mí. Pero justo un segundo después se volvió a abrazar a mí y a darme otro de esos besos de muchísimos segundos. Finalmente se separó con gran pesar diciéndome: “En cuanto arregle todo esto te llamaré. Dame unos días. Te llamaré”. Y sin querer volverme a mirar a la cara abrió con mucha velocidad el portal y le vi subir a gran velocidad las escaleras como si le persiguiese un animal salvaje. Yo me sentía descolocada y desbocada, pero sumamente feliz. ¿De cuántos días estábamos hablando que tendría que esperar? ¿Estaba bien lo que le estábamos haciendo a Pilar? Era un mar de líos, agobios y mal rollo pero, a pesar de ello, me sentía más feliz que nunca.

Durante las siguientes 24 horas no tuve ninguna noticia de Iñigo. Para empezar no tenía ni idea de cuándo Pilar volvería de Barcelona y, por tanto, hablarían entre ellos. Y, en segundo lugar, no tenía la certeza de que Iñigo consiguiese ser lo suficientemente maduro para cortar con ella nada más verla, pues esta situación me recordaba muchísimo a lo ocurrido con Edu y Graciela el año anterior, y como Edu fue un niñato inmaduro que no supo cortar con ella. De todos modos me obligué a no pensar en ello y a seguir con mi vida diaria de forma normal. Ya tendría noticias suyas y no debía impacientarme. Al cabo de dos días sí que tuve noticias de Iñigo. Serían como las 10 de la noche y recibí un SMS suyo que decía: “Esta noche a las 11 hablaré con Pilar, pero antes tengo q verte por cam, conéctate al MSN”. Solo el pensar que en una hora iba a hablar con ella me puso tremendamente nerviosa y casi histérica. Hubiera preferido que no me hubiese dicho nada y que solo se pusiese en contacto conmigo cuando ya hubiesen cortado definitivamente. De todos modos nada más recibir ese SMS me conecté al MSN. En cuanto entré activó la webcam y nos vimos a través de los portátiles. Iñigo parecía asombrosamente tranquilo, relajado y calmado, como si no fuera consciente de la importancia de lo que iba a hablar con Pilar. Desde el primer momento estuvo alegre, distendido, simpático y sin perder la sonrisa en todo momento. Pero yo no estaba en el MSN para hablar de cosas triviales por lo que directamente le pregunté: “¿Estás nervioso con hablar con Pilar y cortar con ella?”. Él ni inmutó, simplemente dijo: “No. Lo tengo todo muy pensado. Todo será rápido. No te preocupes”.

Iñigo siempre conseguía tranquilizarme con sus palabras y sabía transmitir mucha calma y naturalidad a todos los hechos y acontecimientos, aunque dichos acontecimientos fuesen de tanta importancia. No entendía como podía reflejar tantísima serenidad. Se notaba que era un tío maduro y serio (tenía ya 20 años). Por lo que deposité toda mi confianza en él y no quise pensar más en ello. Es más, cuando llegó las 11 me puse una película en el ordenador para así distraer mi mente e intentar olvidarme que justo en esos momentos él estaba hablando con Pilar para cortar definitivamente. La película terminó y seguía sin tener noticias de él. Eso me agobió más de lo que pensaba. Empecé a pasear de un lado a otro de mi habitación con cierto nerviosismo. Por fin las noticias llegaron. Yo esperaba un SMS pero fue una llamada suya. Contesté como con miedo al móvil y sus palabras fueron realmente tranquilizadoras. Me contó de forma relajada, madura y calmada que entre ambos habían acordado que debían tomarse un descanso en su relación y que deberían salir con otras personas. Ambos quedaron (de forma sorprendentemente muy madura) como amigos y que ya eran oficialmente solteros para salir con quien quisieran. Por lo que su pregunta no se hizo esperar: “¿te apetece quedar mañana para tomar algo a eso de las 8,30?”. Yo respondí sí sin pensar. Realmente tenía muchas ganas de quedar y al colgarle el móvil estaba muy contenta e ilusionada, pero ya esa misma noche tarde mucho en dormirme porque empecé a darle vueltas a muchas cosas.

Entre las muchas cuestiones que me plantee destacaba que si al día siguiente de cortar con Pilar empezamos a salir juntos significaría que yo era la causa de que Iñigo hubiese cortado con ella. Y esto era una responsabilidad que no quería soportar. Me carcomía el alma que Pilar supiese que yo era el motivo de la ruptura. Eso me agobiaba cantidad. Me plantee decirle que debíamos aplazar lo nuestro varias semanas o incluso meses, para así alojar cualquier posible sospecha de que Iñigo había cortado con ella por mi culpa. Finalmente me dormiría a las tantas y no dejé de tener pesadillas, y al levantarme estaba aún más confundida de lo que me acosté. La ansiedad se apoderó todo el día de mí. Sabía que no estaba preparada y que necesitaba más tiempo para pensar. Por lo que llamé a Iñigo para decirle que no podía quedar esa noche y que lo posponiamos para el día siguiente a la misma hora. Así, con 24 horas más para reflexionar y calmarme conseguiría aclarar mis ideas y afrontar la mejor manera de llevar nuestra relación. De poco sirvió, pues nuevamente esa noche tardé en dormirme y volví a tener pesadillas por la ansiedad que me producía esta situación. Finalmente, de repente, pude ver claro cuál era la única solución factible a todo esto: que mantuviesemos en secreto Iñigo y yo nuestra relación y que no se enterase nadie de ello. Al fin y al cabo aportar un poco de secretismo y privacidad a lo nuestro le aportaría mucho morbo al asunto y sería lo mejor para todos, pues por una parte no haríamos daño a Pilar y por otra parte Iñigo y yo estaríamos juntos. La cuestión era ¿aceptaría Iñigo mantener una relación secreta y a escondidas conmigo o se ofendería con solo proponérselo?

Al día siguiente habíamos quedado a las 8. Debo reconocer que yo estaba risueña, alegre, emocionada y quizás hasta un poco enamorada, pues Iñigo había despertado en mí sentimientos que nadie antes había conseguido (ni tan siquiera mi obsesión por Edu a lo largo de los años). Aunque también estaba temerosa de que se ofendiera y cabreara por querer llevar esto a escondidas y en secreto (al fin y al cabo él tenía ya 20 años y era mucho más maduro que yo). Traté de no pensar en ello y me centré en solo ponerme guapa para nuestra primera cita oficial. Por lo que me pusé un jersey de cuello alto negro, con unos vaqueros azules y unas botas altas marrones. Me miré mucho al espejo antes de salir de casa. Mirarme en el espejó me relajó y calmó. Habíamos quedado en un café cerca de su casa, por lo que a las 7,30 me puse el abrigo y me dirigí hacía allí con ilusión y expectante a ver cómo reaccionaba ante mi propuesta. Y ciertamente sí que debí estar despistada aquella tarde porque no me fijé en que el clima estaba pidiendo lluvia a gritos. Y es que a los 5 minutos de salir de casa empezó a diluviar como nunca lo había hecho. Venga a llover a rabiar con furia y fuerza. Tuve que correr para meterme bajo unos portales porque pocas veces he visto llover con tanta intensidad. Diluviando con vehemencia. Poco a poco, mientras me refugiaba en los portales, intenté acceder hacía donde habíamos quedado. Pero fue inutil porque la lluvia fue más violenta que nunca. ¿Sería esto una señal de que no debía empezar ninguna relación con Iñigo?

Al final acabé llamándole al móvil para decirle que me era imposible llegar allí. Él me tranquilizó y me dijo que no me preocupara, que él pasaba a recogerme con el coche. Fue una decisión acertada, porque yo estaba chorreando agua por todas partes, y menos mal que por lo menos llevaba unas botas altas, pero eso no evitó que estuviese empapada. Al cabo de 5 minutos Iñigo pasó a recogerme en su coche. Me senté en el asiento del copiloto tratando de manchar lo menos posible, aunque era imposible porque estaba empapada y ya me tranquilicé estando calentita dentro del coche. Durante el trayecto ambos nos reímos muchos sobre el diluvio que estaba cayendo, aunque a mí se me congeló la risa al ver como metía el coche dentro de su cochera. Le pregunté: “pero, ¿no ibamos a tomar un café para charlar?”. A lo que me respondió sonriendo: “En un día como hoy, ¿estás loca?”. Salimos del coche y siguió hablando: “tranquila, mis padres no están en casa”. No es que eso me tranquilizara mucho, pues no eran sus padres los que me preocupaban, sino el estar a solas con él y sobre todo encontrar la manera de decirle lo de llevar en secreto nuestra relación.

Llegamos a su casa. Yo estaba totalmente calada y chorreando. Nos quitamos los abrigos y los colgamos en el perchero. Yo estaba dispuesta a decirle enseguida lo de llevar nuestra realión de forma discreta y secreta para así no hacer daño a nadie, pero no me dio tiempo a decir nada pues enseguida me cogió de la mano y me llevó hasta el sofá. No sabía qué quería. Me tenía desconcertada. Con mucho tacto y educación me dijo: “por favor, sientate, que estarás mucho mejor sin las botas”. Yo me senté y él empezó a sacar lentamente de cada bota cada una de las perneras del vaquero. Las sacó con mimo, como disfrutando, sacando el vaquero totalmente por fuera de las botas (eran unas botas altas). Con igual mimo y tacto me sacó sacó cada una de las botas, quedándome solo con las medias. Yo me quedé cortada como una niña pequeña. Incluso un poco asustada temiendo que quisiera seguir quitándome más ropa. Pero no fue así, pues solo se limitó a decir: “Tranquila, veras como enseguida con la calefacción entras en calor y te acabas secando del todo. Eso sí, te voy a traer una toalla para el pelo”. Lo cierto es que debía tener una pinta horrible después de haberme calado tanto bajo la lluvía. Al momento me trajo una toalla y me pude secar el pelo. Iñigo era muy paternalista, y hacía todo con mucho mimo, cuidado, tacto y encanto. Estaba claro que quería contentarme y lo estaba consiguiendo. Era perfecto en todo.

De todos modos, una vez que tuve seco el pelo, no quise demorar más el tema principal y se lo solté todo de golpe acerca de llevar con muchísima discrepción y secretismo nuestra posible relación para así no hacer daño a Pilar. Él lo entendió a la primera y me comentó que pensaba lo mismo y que hasta se había planteado que estuviésemos sin vernos varias semanas, pero que era mucho mejor plan el vernos a escondidas porque tenía muchas ganas de estar conmigo. Por lo que fue todo un alivio aclarar todo esto de una vez. Además yo ya era toda una experta en eso de llevar una relación confidencial y secreta por todo lo que había pasado con Rafa en años anteriores. Desde ese momento que lo aclaramos ya nos relajamos un montón y empezamos a hablar de mogollón de cosas entre nosotros, principalmente de moda y desfiles, claro, y de las posibilidades de que me siguieran llamando para muchas más cosas y hacerme más sesiones de fotos como módelo. Iñigo estaba muy metido de lleno en este mundillo, a pesar de tener solo 20 años, y me podía ayudar mucho en ello. Aun así, también hablamos de otros muchos temas más triviales que nos hizo pasar una tarde muy distendida, divertida y entretenida. Además, me demostró que tenía mucho más sentido del humor del que yo creía con algunas ocurriencias que me hicieron reír mucho. Finalmente se hacía tarde y me tenía que ir ya para casa, pero Iñigo insistió (aprovechando que estaba solo en casa) en que cenase con él esa noche. Yo no quería. No sé porque pero no quería. Pero insistió tanto que acabé llamando a mi madre para decirla que iba a cenar en casa de una amiga.

La cena no es que fuese muy elaborada, pues solo se limitó a meter en el horno un par de pizzas. Eso sí, para beber abrió una botella de vino que al parecer era buenísimo (por aquel entonces yo era muy niña y no tenía ni idea de vinos, bueno, en realidad sigo sin tener ni idea hoy en día) . La cena fue una continua sucesión de risas, ocurrencias y conversación muy amena. Conectabamos muy bien. Por supuesto que el vino (sobre todo en mi caso que no estoy acostumbrada a beberlo) te relaja y desinhibe mucho, pero aún así fue todo perfecto. Un sueño hecho realidad. Incluso, aunque no había velitas ni música de fondo ni esas cosas, se podía respirar en el ambiente un tono romántico y sentimental. A mí me encantó. Y me lo pasé de maravilla. Tanto que al final acabé llamando al móvil a mi madre para decirla que esa noche me quedaba a dormir en casa de una amiga. En parte era cierto, solo que en vez de una amiga era un amigo. Pero es que la ocasión lo merecía, pues al fin y al cabo era mi primera cita oficial con Iñigo y, aunque en ningún momento me había pedido salir oficialmente, ya era un hecho evidente de que eramos novios. Aunque lo mejor de la noche estaba por llegar. De hecho, aún hoy en día me ruborizo al recordarlo y cómo se nos desató la lengua con temas que jamás me hubiera imaginado ser capaz de hablar con un chico. Supongo que el vino fue lo que nos desató la lengua y el estar tan desinhibidos, cómodos y agusto hizo que hablásemos sin censura. Pero no quiero adelantar acontecimientos, e intentaré contarlo todo paso a paso tal y como ocurrió.

No sé cómo ni porqué nuestra conversación derivando hacía temas más candentes y sensuales. Supongo que el embriagador efecto del vino nos desinhibió mucho y tras llevar muchísimo tiempo hablando de otras cosas acabamos hablando de temas más atrevidos. Lo cierto es que el que más hablo fue él, empezó a contar las típicas fantasías que ponían a los chicos: que la chica se vista de colegiala o enfermera, el hacer un trío, el montáselo en un sitio público como un lavabo, el hacerlo con lencería picante, un poco de rollo de dominación amo-sumisa, ver en plan voyerista cómo se lo montan otra pareja, el sexo oral, etcétera. Vamos, las típicas fantasías de todos las chicos. ¡Ay, son todos iguales y que poco originales son!. Lo cierto es que me gustó y divirtió escucharle pero sobre todo empecé a mostrar verdadero interés cuando me empezó a contar algo que le había pasado estando en un campamento en Inglaterra cuando tenía 14 ó 15 años. Esa historia despertó mi morbo y activó mi curiosidad. Más que nada por ser el propio Iñigo el que estaba abriendo su corazón y desvelando cosas que, estoy segura, jamás hubiese desvelado de no llevar encima media botella de vino. ¿por qué me interesó y excitó tanto intelectualmente esta historia? Pues es difícil de explicar, pero era porque, a diferencia de las típicas y aburridas fantasías masculinas de siempre, esta sí que tenía el morbo del deseo no complacido y la frustración sexual acumulada. Y eso siempre ha sido, antes y ahora, lo que más me ha excitado sexualmente de cualquier historia.

Trataré de contarlo más o menos como me lo contó él, pero seguro que se me olvidarán muchos detalles importantes pero en esencia relataré más o menos lo que me dijo. Iñigo me contó que en ese campamento de Inglaterra había una chica de su misma edad (15 años) que le gustaba mucho, solo que era extremadamente recatada, mogigata e introvertida. Según él era preciosa pero siempre iba vestida de forma elegante pero muy recatada. Siempre con un jersey encima de la camisa. Siempre. Iñigo me contó que nunca consiguió verla solo en camisa, que solo podía ver de la camisa lo poco que sobresalía del cuello del jersey. Él sospechaba que él le gustaba a ella, solo que como era así de retraída nunca lo manifestaría. Por eso en una noche en el salón de madrugada que estuvieron todos jugando a la botella giratoria se le ocurrió una idea. Y es que el que perdiese empezaría con besos, pero luego tendría que quitarse una prenda. Tenía unas ganas locas de verla quitarse el jersey y se quedara solo en camisa. El problema es que eran muchísimos los que jugaron, por lo menos 15, y claro, había poquísimos probabilidades de que le  tocase varias veces seguidas a ella (y encima había más chicos que chicas, unos 8 chicas y unas 6 chicas). Lo único que consiguió Andrea, que así es como se llamaba, es dar un simple beso en los labios, y encima le tocó con otro chico.  Por lo que el dichoso juego de la botella solo sirvió para aumentar la ansiedad y el deseo sexual de Iñigo hacía ella.

Según Iñigo me iba contando esta historia más morbo me estaba dando, pues contenía todos los factores que me encantan, es decir, el deseo sexual reprimido y no resuelto, el rollo fetichista de querer subirle el jersey aunque fuese un poco solo para verla en camisa, la ansiedad de la impotencia de no poder acceder a ella y, sobre todo, el morbo añadido de anhelarla tanto y no conseguir nada. Esa historia tenía todos los ingredientes que me encantaban. Por lo que seguí escuchándole con mucha atención porque me estaba excitando intelectualmente muchísimo, y eso es lo que más me encanta. Por lo que le pedí que prosiguiera con el relato. Me siguió contando que estaba tan excitado y embobado por esta chica que esa misma noche se tuvo que ir al cuarto de baño a masturbarse por ella porque le tenía fascinado. Lo interesante vino al día siguiente. Todos dormían en habitaciones de dos y en cada habitación había un cesto grande para echar la ropa sucia para luego llevarla a la lavandería del campamento. Estaba Iñigo charlando con la compañera de cuarto de Andrea cuando se percató que justo en el cesto estaban echados a lavar tanto el jersey como la camisa que Andrea había llevado el día anterior. Eso despertó el morbo y la líbido de Iñigo hasta el extremo de obnubirla por completo su sentido común.

Por lo que en un momento que la compañera de cuarto salió porque la estaban llamando para algo cogió la camisa de Andrea del cesto y la guardó en la bolsa que llevaba consigo. Cuando vino la compañera estuvo poco rato más hablando con ella y enseguida se fue. Entro en su propia habitación. Se metió en el servicio y sacó la camisa de la bolsa. Por fin podía contemplar esa camisa blanca que tanto morbo le daba pues solo conseguía ver el cuello por encima del cuello del jersey. Por fin la tenía para él. Y la consecuencia fue evidente. Sin poder evitarlo se acabo colocando esa camisa sobre el pene y masturbándose con ella. Según me contó fue una de las masturbaciones más placenteras que jamás se ha hecho en su vida y que le produció un placer indescriptible por el morbo de pajearse con la camisa que era el objeto de su fantasía reprimida. Me contó que se quedó tan baldado y destrozado físicamente tras hacerlo que tuvo que esperar más de 10 minutos a que se calmase la taquicardia que le había producido. Acto seguido volvió a meter la camisa en la bolsa y volvió a la habitación de Andrea. Para más inri no estaba solo la compañera de cuarto allí sino también la mismísima Andrea. De todos modos no tuvo complicación en volver a colocar la camisa en el cesto en un momento que ambas se distrajeron.

Toda esta historia que me contó Iñigo, muy lejos de escandalizarme, me produjo un gran morbo. Cierto que en muchos aspectos era algo denigrante, humillante y asqueroso para la pobre chica (aunque ella nunca se enteró de ello, pues la camisa se la devolverían perfectamente lavaba de la lavandería) pero sí que tenía ese toque fetichista morboso y sensual motivado por la contención sexual que tanto me gusta. Cierto que el vino que habíamos tomado durante la noche agudizó que ambos nos estuviésemos liberando y desinhibiendo tanto esa noche y que fuese la causa de que acto seguido yo me atreviese a contar a Iñigo lo que nunca antes había contado a nadie (y lo que nunca más volvería a contar a nadie). Porque contagiada por ese espíritu de realizar y desvelar confesiones muy inconfesables empecé a contar a Iñigo lo que nunca me hubiese imaginado. Pero estaba claro que si existía una persona con la que conectaba totalmente, incluso en mis obsesiones fantasiosas fetichistas, esa era Iñigo y por tanto la única persona a la que podría desvelar y exteriorizar lo que durante tantos años me guardé. Sus ojos y su mirada me lo estaban pidiendo a gritos. Dado que él había abierto, con total honestidad y sinceridad, sus secretos más íntimos era obvio que me pedía lo mismo a mí. Por lo que, sin darme cuenta, le empecé a contar todo lo que me ocurrió a los 14 y 15 años con Edu. Por supuesto en ningún momento le dije de que chico se trataba, solo le dije que era un chico que me gustaba mucho a esa edad.

Poco a poco se lo fui contando todo, lo de hacerme la dormida la primera vez en aquella fiesta en mi casa a los 14 años, lo de volverme a hacer la dormida al año siguiente y cómo jugo entonces con mi ropa que potenció el fetichismo morboso que arrastraría desde entonces en todas mis relaciones y en general todo lo que me había pasado por mi vida desde entonces (Dani, Rafa, etcétera). No escatimé en detalles, lo relaté todo detalladamente y poco a poco, lentamente, como saboreando cada momento. Era la primera vez en mi vida que hablaba y exorcizaba todos estos recuerdos que había acumulado a lo largo de los últimos 4 años y jamás me sentí mejor que aquella noche etílica revelando por fin, con todo lujo descriptivo, cómo había sido mi vida sentimental/sexual desde los 14 años y cómo influyó mis encuentros con Edu en todo lo que me ocurriría después. Iñigo en ningún momento me interrumpió. Solo me sonreía y escuchaba atentamente. No le sorprendió nada de lo que le dije. Nada. Ni se escandalizó ni se mosqueó por nombrar a otros chicos ni le pareció nada extraño toda esa obsesión por el morbo y el fetichismo que arrastré durante mi adolescencia. Es más, mostró un gran interés y manifestó en todo momento solo con su cara estar disfrutando de que compartiese algo tan íntimo, personal y privado con él. Aun hoy en día me sorprendo al recordarlo cómo pude contarlo todo y lo bien que me vino abrir por fin esas obsesiones de mi ser para liberarlas del todo.

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