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El que la sigue, la consigue
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Tiempo de lectura: 37 minutos

Cuando mi suegra me tendió la toalla través de las cortinas inicié una conversación lo más natural que pude sobre la necesidad que teníamos todos los hombres de obtener un continuo alivio sexual, que ella me gustaba y que deseaba hacerle el amor. "Estás loco!" me contestó.

La historia que empiezo ahora a escribir se remonta a bastantes años atrás, cuando una noche de amor con Cristina, mi esposa, me atreví a decirle que me encantaría hacerle el amor a Elvira, su propia madre, viuda desde hacía ya muchos años. Se quedó estupefacta. Jamás hubiera esperado de mí tal confesión. Me contestó algo así como:

—Estás loco!… Es una broma, ¿no? Pero, bueno, tú verás: decide por ti mismo…

Fue un bombazo. Auténtico: tanto para ella como para mí. No volvimos a hablar de ello hasta pasado mucho, mucho tiempo. Y en unas circunstancias en extremo duras, muy difíciles que ya os contaré.

He de decir, para encuadrar las siguientes vivencias, que mi mujer no era demasiado ardiente en materia sexual. Todo lo contrario a mí que soy un hombre muy dado a toda clase de juegos en ese aspecto de la vida humana. Pero… -siempre hay un pero- esa afición lúdica mía era por aquel entonces simple amalgama de meras fantasías y vagos deseos sin desahogo en la realidad. Envueltos en la bruma de la nada. Y es que yo carecía de experiencia más allá del sota, caballo y rey de algunos casquetes sabatinos o las pajas de las jornadas laborales.

Pero, en fin, creo que, si deseamos a cualquier mujer merece la pena intentarlo. No importa su condición, si acaso que nunca tenga menos de dieciséis o dieciocho años. Personalmente lo he hecho luego con unas cuantas solteras, casadas o separadas, viudas; jóvenes y maduras; con y sin hijos; simples conocidas o amigas íntimas de toda la vida a las que tenía y sigo teniendo cariño (a ellas y a sus maridos): tardaremos más o menos tiempo pero las probabilidades que tenemos de conseguirlas son muy altas si nos ponemos a ello sin desánimo. Las mujeres nos desean tanto como nosotros a ellas pero han sido educadas en el recato y la pasividad. Empecemos por las más cercanas: compañeras de trabajo, vecinas, conocidas; y las mujeres de nuestras propias familias: primas, tías, hermanas, suegras. La convivencia familiar, a mi entender, incluye a veces el sexo y no sólo entre los dos miembros de una pareja casada.

Pienso, si no estoy confundido, que existe la única limitación de no hacer daño moral o violentar a nadie de forma extrema; todo es válido para disfrutar lúdicamente de nuestros cuerpos sin admitir otra cortapisa que la que acabo de citar. Existe un tipo de violación "menor", por decirlo de alguna forma, en que la otra persona siempre queda libre para aceptar o rechazar el juego, porque eso es precisamente lo que se realiza -un juego-cuando se "fuerza" una situación, cuando alguien se insinúa, seduce, intenta conquistar, provoca, tienta, se exhibe o hace comentarios eróticos para invitar a otra persona a participar en algún juego sexual. Porque las cosas no caen gratis del cielo, hay que buscarlas.

El primer paso lo di en una ocasión en que estábamos Elvira y yo solos en mi casa. Me fui a duchar. Lo hice con la puerta del baño abierta y la llamé para que, por favor, me acercara una toalla pues no había ninguna en el cuarto de baño (claro que no: las había retirado yo mismo previamente). Cuando mi suegra me tendió la toalla través de las cortinas inicié una conversación lo más natural que pude sobre la necesidad que teníamos todos los hombres de obtener un continuo alivio sexual, que ella me gustaba y que deseaba hacerle el amor. "Estás loco!" me contestó. Yo le dije que quizá tuviera razón pero en mi fuero interno decidí seguir con mi plan de caza. Cuando salí me pidió que le sirviera un coñac: ella, ¡que casi no probaba el alcohol! El impacto de la frase "me gustaría hacerte el amor" debió de ser tan brutal que no se le ocurrió nada mejor que beberse una copazo para poder soportarlo!

Así que continué mi plan como un juego, sin saber hasta dónde llegaría, dejándome ver por ella, por Elvira, la madre de mi mujer, en ropa interior. Desde el principio noté cómo se alteraba cuando, aprovechando que Cristina, mi mujer, estaba al otro extremo de la casa o mejor ausente, yo irrumpía de pronto donde ella estaba, llevando encima tan solo un slip mínimo, de tela muy delgada, casi transparente. Antes yo me había mirado bien en un espejo de cuerpo entero para diseñar el efecto que quería producirle y lo que ella iba a ver, quisiera o no; corrigiendo el slip de posición, dejando ver bastante vello púbico por arriba o dejando excesivamente holgado el slip por abajo para que ella pudiera verme bien la pelambrera por los costados de mi prenda íntima. Cada ocasión escogida hacía que pareciera bastante espontánea y natural: lo "normal" era no ir vestido así -mejor dicho, desvestido así- pero tampoco era como para llevarse las manos a la cabeza y montar un escándalo. Ni mucho menos. Se le mudaba el rostro, se congestionaba, se ponía encendida, colorada como una amapola y hacía como que miraba a otro lado. Y si yo notaba su turbación, ella, mujer y por tanto mucho más intuitiva que los varones, tenía que saber que su yerno había comenzado un juego cuyas siguientes partidas eran una incógnita total: ¿qué pretendía su querido yerno?

Desde luego que ella no era tan débil como para no poder detener a tiempo ese juego si estaba realmente convencida de que no quería que continuara o pasara a mayores. Por tanto, si no decía o hacía nada para impedirlo era porque aquello le resultaba agradable, tanto como para permitir que ocurrieran ante ella o a su lado hechos que vulneraban sus convicciones más profundas. Desde las primeras veces que me exhibí, mi suegra podía haber hablado discretamente conmigo. O con su hija explicándole cómo andaba a veces por la casa y que no veía con buenos ojos mi conducta, pidiéndole que me hiciera la observación de que me abstuviera de andar así por respeto hacia ella. Pero no lo hizo! No, no lo hizo; o, al menos, a mí nunca me llegó comentario alguno de mi esposa.

Por entonces yo no me atrevía más que a eso y apenas tenía ideadas las siguientes acciones. Todo eso me excitaba mucho: decidir el momento, elegir un slip (los tenía de dos clases: color beige muy transparentes que humedecía un poco antes de colocármelos para que transparentaran aún más mi muy negro y superabundante bosque, y otros de color blanco, realmente pequeñísimos). Colocármelo muy ajustadito, espiar que mi mujer no se enterara y ponerme delante de mi suegra con cualquier pretexto banal pero con la intención de exhibir mi cuerpo casi desnudo ante ella. Por supuesto que cuando me acercaba me había sobado bien la verga previamente para presentársela descaradamente voluminosa, ostentando mi paquete a través de la fina tela de mi prenda más íntima. En ocasiones, estando cerca de ella me metía la mano, como distraídamente, con espontaneidad, por dentro del slip y me la tocaba o me la cambiaba de posición –de izquierda a derecha, o viceversa -de forma ostentosa, exhibicionista, mientras le comentaba cualquier cosa sin importancia. Si era invierno, me abría la abertura anterior del pantalón del pijama para que se me viera bien la mata de pelo negro o dejaba mis huevos fuera del pantalón, colgando distraídamente.

Por entonces me había comprado un par de calzones abiertos por delante y con botón en medio para cerrar la abertura. En verano dormía solamente con esa prenda. Yo siempre me levantaba media hora antes que mi mujer y nada más hacerlo hacía una visita –ya rutinaria—a la cocina, donde encontraba a Elvira de forma infalible. Cuando me dirigía hacia allí me desabrochaba el botón del calzoncillo y me separaba bien los lados de la tela para mostrar obscenamente la abundante pelambrera púbica de mi intimidad. Había que ver la cara que ponía, cómo le cambiaba el rostro y se alteraba cada vez que esto ocurría…!!! Pero yo no me cortaba y aguantaba mi propio pudor y mi vergüenza: nadie nace sabiendo, nadie nace atreviéndose. Saludos y banalidades de rigor y al poco cada uno a lo suyo, que aquí no ha pasado nada.

Al poco se me ocurrió descoser los botones de ambos calzones para evitar la tentación de abrochármelos y comprometerme más a mí mismo si cabe a continuar con mis exhibiciones. Todos somos mirones y exhibicionistas, unos más otros menos. Yo no entiendo a los exhibicionistas callejeros pero sí a los caseros, jejeje… Pues bien, a los pocos días me encuentro con que mi suegra -que era quien lavaba nuestra ropa, la planchaba, guardaba, etc.- ha cosido los botones de nuevo. Bien, me dije, si quieres guerra la vas a tener. Cogí unas tijeras y volví a descoserlos para enviarle un mensaje sin palabras pero muy definido: quiero las aberturas de esos calzoncillos sin botones para poderte enseñar más cómodamente todo lo que el día que yo juzgue conveniente va a ser tuyo, muchacha!!! Nunca más volvió a coser esos botones. No sé si empezaba a aceptar pero estoy seguro de que empezaba a comprender que mis insinuaciones, descaros sexuales y provocaciones eróticas no iban a cesar ni un ápice.

Un día me senté a desayunar en pijama a la misma mesa en que ella estaba sentada cosiendo no sé qué prenda, metí la mano por debajo y me saqué la polla para hacer como que me daba la masturbación muy despacito: ella no podía vérmela lógicamente pero sí los movimientos lentos, definidísimos y muy ostentosos de mi brazo por el lateral de la mesa pues estaba sentada a menos de un metro de mí. Enseguida se percató -hasta un ciego lo hubiera percibido ¿cómo no?- y se fue para la cocina. Luego fui yo hasta allí y le pregunté por qué se había marchado tan de repente. Me contestó que había ido a buscar una receta de cocina. Pero ella y yo sabíamos que lo había hecho a causa de mi provocación tan descarada.

Recuerdo también que ella un día estaba midiendo sobre el suelo de una habitación ciertas telas para unas cortinas y me pidió que le ayudara. Ella, que llevaba unas faldas muy holgadas, estaba de pie pero se agachaba continuamente para colocar, hacer dobleces y mediciones. Fui a buscar un pequeño espejo de mano y, procurando que no se apercibiera, se lo iba poniendo por detrás y por debajo para verle bien los muslos y las bragas. Nunca he sabido si ella se percató de tal maniobra que a mí me estuvo ofreciendo unas preciosas vistas de las interioridades de sus muslos, el divino paquetito que insinuaba los labios abultados de su coño y las curvas de sus bragas blancas ajustadas.

Cómo gozaba con el azoramiento de prepararlo todo, elegir el momento y el lugar de modo que a ella no le quedara otro remedio que ser totalmente consciente de mis exhibiciones lascivas, aunque intentara a toda costa que yo no me diera cuenta de que cómo miraba mis zonas erógenas. Me cuidaba además de cubrir con mi presencia la puerta de la habitación, con lo que no le quedaba más remedio que aguantar la conversación que me inventaba y durante el tiempo que me apeteciera porque si intentaba escapar de allí tendría que rozar su cuerpo con el mío, lo que sería para ella aún más embarazoso. Qué situación: ella arreglando nerviosa las cosas por la habitación mientras hablaba con su yerno prácticamente desnudo! Os podéis imaginar lo tenso de la escasa charla y lo que nos costaba a ambos llegar a articular cualquier frase. Se mascaba la excitación y el nerviosismo mutuo. Y, desde luego, cuando yo decidía poner fin a cada una de mis apariciones siempre salía corriendo a darme una masturbación para aliviar mi excitación y quedarme vacío. A veces pienso que era tanto o más gustoso imaginar y preparar la acción que el placer desbordante y brutal que inundaba toda mi carne al correrme luego. Desde luego eran satisfacciones fantásticas ambas, pero casi imposibles de comparar.

Mis provocaciones eran deliberadamente imprevisibles para mi suegra con el fin de que siempre mantuviera la inquietud de no saber en qué momento iban a ocurrir. Por aquella época íbamos con frecuencia los tres a una casa de campo de su propiedad en un pueblo de Asturias. Cuántas veces allí, al levantarme inmediatamente después que ella, me habré acercado donde estaba con la bragueta del pijama bien abierta para que viera mi abundante masa de vello púbico: no podía dejar de verlo aunque tratara de disimular lo más posible porque yo lo hacía como por descuido pero de forma brutalmente patente! Había practicado además en la puerta del baño un pequeño agujero por el que miraba a Elvira ducharse (y también a otras amigas que venían a pasar unos días con nosotros) siempre que podía y me apetecía: ella tenía todavía un cuerpo atractivo aunque no era ya una mujer joven.

Conservaba buena parte del encanto de su juventud en que fue una chica preciosa. Un cuerpo de auténtica hembra. Tetas de tamaño medio, suficientemente firmes para su edad. El vello que cubría el triángulo de su chumino estaba muy poco poblado: había perdido parte de la pelambrera con los años y algunos de sus rizos griseaban. Por ello mostraba muy desnudo el canal de su tajo. Exhibía una amplia abertura en medio de los labios de su chocho. Labios carnosos, abultados y muy entreabiertos como un par de gajos de naranja separados. Habían abandonado ya hace tiempo esa firmeza y cerrazón de las adolescentes, que aún los tienen tan firmemente pegados y apretados el uno contra el otro que su raja parece trazada por el leve corte de un bisturí. En fin, la visión de su entrepierna me ponía a mil…! pero me decía a mí mismo que aún no había llegado el momento.

Cierto día, como quien no quiere la cosa, le comenté que masturbarse era muy sano, que ayudaba para la circulación de la sangre según había leído en una revista médica. Que yo mismo me daba una masturbación cada día nada más levantarme -aprovechando que amanecía empalmado y duro como una piedra- para sacarme la espesa y abundantísima lefa que producen diariamente mis testículos, para quedarme bien relajado y tranquilo por el resto del día.

-Es la mejor forma -le conté- de bajarme la erección porque me levanto casi todos los días con este cañón apuntando al cielo. Está tan dura, tengo tan llenos de crema caliente los testículos, que necesito agarrármela y darle unos poquitos manotazos para que se me abra enseguida y me vacíe. Para no salpicarlo todo llevo conmigo un kleenex y cuando noto que me van a llegar los espasmos, me rodeo el capullo del cipote con el papel para que disparar todo el engrudo de la lefa en él. Tú misma debieras darte una o dos masturbaciones diarias a la pepita de tu chumino como hago yo con mi verga… (tuve buen cuidado de elegir palabras muy obscenas siguiendo mi plan de perversión progresiva).

Al oír todo eso ni sé cómo no se cayó de culo, pero aguantó el tipo como pudo e hizo como que no lo había escuchado… Así, más o menos, sin prisas pero sin pausas, siguieron las cosas durante uno o dos años. Por otra parte nuestro trato era tan cordial y agradable como siempre. Un trato exquisito. Solo que yo sabía que ella sabía, y ella sabía que yo sabía…! Los dos sabíamos… Era una complicidad mutua sin mediar apenas palabra.

Fue entonces cuando mi esposa cayó gravemente enferma. Al tercer año de su enfermedad y conociendo que su final estaba anunciado me volqué en ella, pero eso no impedía que yo siguiera teniendo necesidades sexuales. Elvira se vino a vivir con nosotros para poder atender mejor a su hija gravemente enferma.

En un momento dado, Cristina me sorprendió diciéndome: "puesto que a mí el sexo ya no me atrae nada, he pensado que la mujer que está más cerca de ti es mi madre. En una ocasión me comentaste que te gustaría hacerlo con ella. Bien, pues ha llegado el momento de que empieces a desahogarte con ella. No es justo que porque a mí no me apetezca, tú te quedes sin poder satisfacerte con una mujer. He pensado también en Cachuli pero con ella sería complicado quedar. Sin embargo, a mi madre la tienes a mano y no se opondrá porque también ella lo necesita. Quizá no tanto como tú, pero también lo desea. De eso estoy segura". No supe qué responderle. Creo que dije algo así como que se lo agradecía muchísimo y que, en fin, no sé lo que haría. Esa conversación fue el empujón final y a los pocos días me decidí a dar los últimos y definitivos pasos, pero sin precipitar las cosas porque a mí ese "juego del gato y el ratón" me encantaba y enardecía al máximo.

Lo siguiente que se me ocurrió resultó muy excitante. El baño de nuestra casa de Madrid tiene un gran tragaluz o ventana abatible en lo alto de la pared que se mantiene siempre medio abierta y da a la terraza de la cocina, de tal forma que permite que entre la luz y que, lógicamente, los sonidos de ambas estancias se intercambien si no se encuentra cerrada. Decidí, pues, aprovechar esas circunstancias. Los fines de semana siguientes, cuando me levantaba por la mañana, lo primero que hacía era entrar al cuarto de baño desde donde no podía ver a mi suegra pero sí escuchar cómo trasteaba en la cocina adyacente preparando la comida de ese día. Entonces, me quitaba el slip para quedarme completamente desnudo y, justo al lado del vantanal, empezaba a cascarme una larga y sobre todo escandalosa paja. Porque al hacer el imprescindible y habitual sube y baja con la piel de mi polla en la mano, me daba a la vez un fuerte golpe con el antebrazo sobre mi vientre para producir un sospechoso ruido: plaf! plaf! plaf! Muy despacio al principio pero con fuerza para que mi suegra pudiera escucharlo. Imprimiendo progresivamente a tan lujurioso ritmo una cadencia tal que pudiera ser interpretada de forma inequívoca al otro lado del ventanal como una nueva obscenidad osada del querido yerno.

Las veces que lo hice, noté cómo enseguida los ruidos de la actividad desarrollada por mi suegra en la cocina se iban disipando hasta desaparecer por completo. Ese silencio me resultaba muy revelador y a la vez permitía que los golpes del brazo sobre mi tripa sonaran realmente estruendosos. Entonces aumentaba el ritmo y la fuerza con que pegaba en el estómago con mi brazo. Sonaba a golpe de carne contra carne. El ruido era escandaloso y no cabía otra explicación plausible para explicar su origen que la de un tío masturbando su polla para deslefársela: …. Plaff!!! plaff!!! plaff!!! Y ya finalmente, cuando me venía el gustazo y empezaba a tirar lefazos, jadeaba bien fuerte para que ella lo oyera: aaaahhh!!!… aaaahhh!…

Al instante escuchaba invariablemente cómo poco a poco se reanudaba el trasiego de platos, sartenes, etc. Eso demostraba que mi suegra había interrumpido su trasiego durante mi actuación. Había parado para escuchar! Y quizá… solo quizá, para realizar… "algo más íntimo"… Muy bien, mi plan estaba funcionando tal como lo estaba planeando. Yo me corría sobre la parte delantera y externa de mi slip, dejándolo chorreando pues mi lefa es muy abundante. Me lo ponía de inmediato y sin perder ni un segundo dejando al descubierto mi vello púbico por encima, salía corriendo hacia la cocina para darle los buenos días. Mi rostro aún no había recuperado ni de lejos la mínima normalidad, ni mi ritmo respiratorio estaba aún acompasado después de haber jadeado de placer: una indecencia, vamos. Quería que ella me notara muy alterado, que percibiera de forma obscena todo el rescoldo físico de mi agitación orgásmica, que viera mi prenda íntima empapada y transparentando la pelambrear que apenas alcanzaba a cubrir. Observar su propia agitación, su nerviosismo, su mal disimulada sensación de normalidad: como si no hubiera pasado nada! Eso sí que era muy sensual. Ella hacía esfuerzos para mirar a cualquier sitio… menos al sitio que estaba loca por mirar. Su azoramiento me excitaba. Saber que ella sabía. Vaya si sabía. Saber que los dos sabíamos pero que íbamos a comportarnos como si no supiéramos. Jajaja…

—Hola…

—Hola.

—Buenos días, ¿qué tal…?

—¿Qué haces?…

—Ya ves, preparando…

—¿Qué habrá hoy de comida?

—Pues… hoy, puding de pescado…

—Ah, ya… ya veo… qué rico!… Bueno, voy a ver si me ducho, ¿está encendido el calentador?

—Sí, sí, claro…

Con frecuencia viajábamos a una casa que mi suegra tenía en cierta aldea asturiana. Uno de esos viajes lo aproveché para hacer un nuevo y ya casi definitivo avance.

Un día por la mañana me armé de valor y me levanté el primero de los tres. Cuando oí ruido en el dormitorio de mi suegra supe que ya empezaba a levantarse. Fui al salón, me quité rápidamente el pijama quedándome desnudo por completo, de costado, y con mi verga dura como un poste me arrimé a una esquina de la mesa, formé una "O" con los dedos anular e índice de mi mano derecha y pasando por ella el tronco de mi cipote empecé a bambolear mi cuerpo en un movimiento de vaivén como si me estuviera follando y culeando un chocho.

Se me saltaba el corazón cuando Elvira salió en bata de su dormitorio como todas las mañanas y se encontró de cara con el espectáculo gratuito que había montado para ella. Yo miraba por el rabillo del ojo, pero no hacia ella directamente, para controlar su reacción. Anduvo unos pasos, noté cómo se detuvo indecisa unos instantes al verme así, sin saber qué hacer, dio media vuelta y regresó a su habitación donde estuvo un buen rato hasta que se atrevió a salir de nuevo. Para entonces yo había regresado a mi cama junto a mi mujer. Como yo miraba en otra dirección mientras culeaba con mi miembro entre los dedos de mi mano, no cruzamos nuestras miradas, pero ella se había comido la visión de su yerno culeando completamente desnudo dándose su masturbación… y ella lo había presenciado a un metro y medio escaso!!!

Al regresar a nuestro domicilio habitual en la capital me decidí a dar el asalto final sobre aquel cuerpo que tanto venía deseando y preparando. Una mañana temprano cuando percibí que ya estaba levantada y en la cocina con sus preparativos me levanté de la cama, fui donde ella estaba y sin decirle ni siquiera "buenos días" me acerqué muy despacio, metí mi mano con decisión por debajo de su falda. Tocándole la cara interna de sus muslos llegué hasta alcanzar sus bragas. Por fin sentía el calor de su carne en las yemas de mis dedos! Introduje la mano a través de la abertura de su muslo derecho y empecé a acariciar directamente los rizos de su mata de pelo y enseguida la raja de su chumino.

—Ay, chico, por Dios, déjame… Que Cristina se va a enterar…! (En ese mismo instante tomé nota de que el principal problema para ella -seguramente el único- era que no se enterara su hija).

—No te preocupes. Está dormida. Tú y yo necesitamos mucho esto, le contesté.

—No, no. Suéltame. Házselo a Cachuli (una de las más íntimas amigas de mi familia y casada con mi mejor amigo). A ella le gustará y seguro que se deja hacer de todo.

—Sí, ya sé que le gustaría. Y mucho. No tardaré en follármela a ella también (como así fue realmente más adelante) pero ahora no la tengo aquí a mano y tú sí estás. Además también lo necesitas y sé que te encanta.

—No, no, yo no quiero esto. De ninguna manera, déjame!

Con la boca decía "no, no quiero esto", pero para entonces yo me había sacado ya la verga tiesa y los huevos por fuera del pijama y le había hecho agarrármelos a Elvira con su mano. Decía una cosa pero hacía otra, porque parecía que le hubieran pegado la mano con cola y no la apartaba del poste de mi verga por nada, a la vez que protestaba contra mi acción y se negaba pudorosamente a continuar. Yo sabía de su lucha interna: por un lado deseaba sexo a rabiar. En concreto me deseaba a mí. Por otra parte, yo era el marido de su hija… con el que ella fantaseaba sin atreverse a confesárselo a sí misma.

Ahí quedó la cosa y dejé pasar unos días. Nuestra relación era como si no hubiera pasado nada pero había pasado casi todo. Yo empecé a repetir lo de levantarme pronto los fines de semana, ir directamente a la cocina al encuentro de mi suegra, desnudarme a su lado en silencio y colocarme detrás de ella. Ella seguía trasteando como si no estuviera ocurriendo nada pero sintiendo la dureza de mi miembro apoyado contra sus nalgas, golpeándolas con fuerza mientras la mantenía bien sujeta por las caderas.

Qué divino juego! Un hombre maduro, desnudo, pegado como una lapa a la espalda de una mujer más mayor, vestida del todo y que hace como que no se entera del asalto sexual que está padeciendo. Cualquiera que lo viera… ¿Qué pensaría? ¿Qué diría si además supiera que eran yerno y suegra? ¿No le resultaría excitante si además tuviera conocimiento de que una hija de esa señora y esposa del asaltante, se hallaba a solo unos pasos descansando en el lecho matrimonial?

—Deja de cocinar: tienes que atenderme a mí en esto de aquí… abajo, le decía.

—Ay, no, chico, por Dios…!

—Venga, quieta. No te pongas nerviosa. Tranquila, ya verás qué bien te lo voy a hacer: te va a gustar mucho que te toque. Voy a deslefármela…

—No, no. Suéltame!

—Súbete la falda!

—¿Qué me vas a hacer…?

—Nada que no te guste: venga, súbetela bien arriba.

Por fin, después de un titubeo, se sube la falda mostrándome sus apetecibles muslos y sus dos rotundas nalgas cubiertas por unas bragas blancas. Había conseguido, por fin, una meta anhelada: su cooperación. Tímida aún pero real y desde luego en los antípodas de un rechazo radical. Quedaba pues, patente una vez más, que la mayor parte de las veces el deseo sexual se impone sobre cualquier otra consideración familiar, moral o psicológica. Tantos años de preparación empezaban a dar sus frutos.

—Ahora, bájate las bragas…

—… Pero…

—Vamos, bájatelas! Se llevó las manos a las caderas y lentamente empezó a deslizar su prenda más íntima a lo largo de sus muslazos hasta la altura de sus rodillas.

—Así me gusta. ¿Ves qué fácil? Ahora te voy a poner la polla pegadita a la raja de tu culazo para que la sientas. Yo sé que la estás deseando. Que estás loca por mi cipote, ¿a que sí…?

—Contesta! Te estoy hablando!

—No sé… esto no está bien.

—Pero ¿te gusta?

—Sí, claro, gustarme… ¿cómo no me va a gustar? Mucho…!

—¿La estás sintiendo bien?

—Sí, sí… está bien… ooohhh!…

—Te voy a separar más las nalgas para pegarte la verga bien dentro… Así… así… ¿ves, qué rico?

—Ufff!…

—Goza sin miedo. Disfruta, que yo sé que lo has deseado mucho ¿a que sí? Llevas años y años sin catarlo…

—… no sé… sí…

—Tía buenaaa, estás cojonuda!… toma!, toma polla…! decía yo mientras empezaba a culearla. Y le tocaba las tetas y pegaba mi miembro contra su culo manteniéndola bien agarrada por la cintura con mis brazos. Toma! … toma!… toma!… Sácame toda la lefa!… Ya… yaaa… ahhh!… me vieneee!!!… aaaahhhh! Qué buenooo, qué rico! Qué gustazooo! Qué vacío me sientooo!… Uuuuufff! Qué bieeen! Es divinooo…! ¿Ves como no era para tanto…?… Anda… ya puedes subirte las bragas: déjate la lefa ahí, donde te la he echado para que te notes mojadita un buen rato… Ah… ya verás cómo hoy la comida te sale más rica, ja, ja, ja! Y no olvides que habrá muchas más de estas sesiones de ahora en adelante. A los dos nos gusta y lo necesitamos muchísimo!

Poco a poco, en las veces siguientes, le fui enseñando a ponerse detrás de mí después de desnudarme completamente. Yo separaba mucho las piernas y le decía que me agarrara los cojones desde atrás por debajo de mi culo. Ella lo hacía entre ciertas protestas de inocencia pero se veía que le encantaba. Finalmente le metía la mano izquierda por detrás de mí y por delante de ella, entre las bragas, y le acariciaba la pepita de su coño, que por cierto, la tenía muy, muy abultada y gruesa. Le desbordaba por fuera de los labios del chocho cuando se excitaba. Como todas las mujeres maduras. Y mientras tanto yo me masturbaba la polla con la derecha. Ella esperaba muy dócilmente a que me viniera y vertiera mis lefazos para desahogar tanta excitación.

Otras veces llegaba y me quitaba el slip o el pijama muy despacio, como si fuera una ceremonia o un rito pero con absoluta decisión, los colocaba sin prisa alguna y apoyaba el culo contra una mesa, me abría bien de piernas y luego le decía "ven, ponte aquí delante de mí". Ella dejaba todo y se ponía frente a mi cuerpo desnudo. "Ya sabes lo que necesito hacer: voy a vaciarme", a continuación me descapullaba el cipote echando lo más atrás que podía la piel de mi nabo y le agarraba su mano para metérmela bien dentro por debajo de los cojones hasta que me llegaba con sus dedos al agujero del culo.

—Quiero que mantengas ahí la mano hasta que yo te diga y que sientas en ella todos los golpes de mis cojones mientras me pajeo la verga; acaríciamelos y no apartes la mirada de mi polla ni un instante; cuando veas que ya me corro, entonces tienes que mirarme a los ojos, entendido?

—Bueno, pero acaba pronto.

Por supuesto que ella no se atrevía a decirme que no porque yo le causaba mucho respeto y porque, en el fondo, ¿a quién le amarga un dulce servido en bandeja? Toda aquella estrategia le ponía muy cachonda aunque lo disimulaba por temor, y luego se hacía muchos "dedos" sobre el botón de su clítoris reviviéndolo en su intimidad como me confirmó más adelante. Podéis imaginaros lo excitados que estábamos los dos durante el rato en que yo me hacía el sube y baja de la polla mientras ella me sostenía las pelotas acariciándome con suavidad el ano con la yema de su índice. Cuando yo alcanzaba el clímax la miraba con ojos inyectados de lascivia y lujuria, mientras ella disfrutaba con una sonrisita, viendo, escuchando y sintiendo el aliento de mis jadeos a un palmo de su cara, recibiendo todos los espasmos de ese placer divino, insoportable de mi cuerpo que se agitaba sin control, convulsionado con mi corrida. Cuando ya me había desahogado y serenado siempre le preguntaba si ella deseaba que yo le diera el gusto pero se negaba muy dignamente mientras se limpiaba los chorros de semen que habían salido disparados del ojal de mi verga sobre el brazo o el vestido.

Estas y parecidas situaciones se repitieron unas veinte o treinta veces.

Después del doloroso fallecimiento de mi esposa pasaron un par de meses hasta que volví a la carga esta vez de modo definitivo.

Una tarde, al levantarme de una siesta, me aparecí desnudo del todo en el salón donde ella estaba y le dije sin más preámbulo: "Elvira, voy a follarte ya". Me acerqué a ella, empecé a quitarle la ropa y comprendí que iba a ser definitivamente mía cuando no opuso la más mínima resistencia. La senté en el sofá y le separé las piernas lo más posible. Al fin pude mirarla a mis anchas, largo y tendido, recostada ahí con los atributos de su feminidad mostrados en su plenitud y observados por mis ojos con descaro. "Levántate, quiero mirarte a placer", le dije. Ella obedecía dócilmente con una cierta sonrisa, no sé si de éxtasis o de timidez. Le cogí las manos y se las puse en la nuca echándole los codos bien atrás para que sus pechos quedaran bien expuestos. "Separa las piernas lo más que puedas", añadí. Mientras la mantenía largo rato en esa postura me agaché también y, arrodillado o sentado en el suelo, le estuve inspeccionando detenidamente el ojal de su culo abriendo bien sus nalgas por detrás, luego le hice poner un pie en una silla para que se abriera bien ante mis ojos y comencé a ordenar su escasa pelambrera y a manosear la raja de su coño mientras hacía comentarios obscenos de lo que iba viendo y tocando. La senté otra vez en el sofá y me dirigí al vídeo para poner una película porno sentándome a su lado. A las primeras escenas tomé su cabeza y le obligué a mamármela: lo hacía con verdadero frenesí!

—¿Te gusta cómo usan a esas hermosas putas de la película?

—Sí… sí… mucho.

—¿Verdad que están cojonudas?

—Sí, están riquísimas. Ya lo creo.

—¿Con cuál de ellas te gustaría hacértelo?

—Ay, hombre, qué cosas dices!

—Sé sincera y déjate de hipocresías, anda.

—No sé, bueno, pues con esa rubita.

—¿Te gustaría tocarla y que te mamara la raja, eh?

—Sí, sí…

—Así me gusta, que seas una guarra. Anda, Elvira, saca más fuera el culo para ofrecerme mejor tu chocho, que te lo voy a masturbar.

Seguí haciendo comentarios acerca de la longitud de aquellos nabos que se ensartaban en los orificios de aquellas espléndidas y sumisas hembras: "mira cómo la tiene ése, está para comérsela… ya me gustaría a mí también que me agarrara un tío así y que hiciera conmigo lo que le apeteciera… Y mamársela bien para tragarme toda su lefa blanca y espesa…".

Nos gustaba especialmente mirar cómo ellos se sacaban la verga de los chochos en el momento de correrse y se vaciaban en las bocas y rostros de las chicas, haciendo comentarios totalmente lujuriosos. Ella obedecía en todo. Era, por fin, mía. Y yo me volvía loco mirando cómo crecía su excitación mientras yo le acariciaba su clítoris inflamado arriba y abajo por medio de su mata de pelo; la masajeaba observando su rostro, hasta que le hacía estallar, jadear de placer incontenible… le faltaba la respiración y no sabía dónde mirar mientras sus pulmones buscaban aire ansiosamente para poder soportar las oleadas del gusto que se adueñaba de cada célula de su cuerpo que se agitaba golpeando y apretándose contra el mío a cada espasmo. No era de las que gritan cuando jadean, no, pertenecía al género de las se ahogan y todo aire que aspiran es poco para ir atravesando el dulcísimo trago del placer que les devora las entrañas.

Me gustaba mucho -y me sigue gustando- escribir relatos eróticos. Muchos son autobiográficos, otros inventados. Siempre que acababa alguno se lo daba a Elvira para que me lo leyera ella y, a la vez que se enteraba de lo que había escrito, me excitaba oír de su boca todas aquellas procacidades e intimidades sexuales que yo narraba. Por supuesto que ella se excitaba muchísimo y cuando acababa la lectura procedíamos a desfogar nuestra excitación y quedarnos satisfechos. Le encantaba leer esos relatos aunque a veces se escandalizara con sus contenidos tan obscenos y procaces.

Algunas veces le anunciaba de un día para otro nuestra actividad sexual: "Mañana por la tarde quiero que estés preparada porque voy a usarte". Se lo decía así para provocar en ella la expectación durante 24 horas de que iba a tener sexo, y también para inculcarle que era yo quien mandaba en esa relación que tanto había trabajado. Al día siguiente por la tarde me acercaba a ella y le decía "Venga, prepárate que voy a empezar…". Entonces ella se reía, hacía como desobedecía pero iba de inmediato dócilmente al baño a lavarse bien sus rajas y por fin a su habitación a ponerse un vestido de falda holgada, braguitas negras diminutas que yo le había dicho que se comprara a juego con un sujetador. Regresaba ya preparada, ofreciéndose a mí como cualquier prostituta. Toda mujer, cualquier chica, lleva una fantástica puta dentro: sólo hay que dominarlas para ir sacándosela fuera. Yo la tomaba por los brazos y la colocaba contra una mesa que pegaba a una pared, mientras le explicaba lo que iba a hacerle:

—Así me gusta, que hayas aprendido a ofrecerte.

—Sí, sí, úsame como a una puta, decía ya ella completamente salida.

—Ahora apoya el culo contra el borde de la mesa para que no puedas recular mientras te sobo. Y el resto de explicaciones se lo daba a cierta distancia porque yo me sentaba en el sofá a unos tres metros de ella.

—Vas a aprender a ofrecer bien tu carne: mejor que una puta profesional. Separa mucho las piernas y flexiónalas un poco para abrir más hueco en tu entrepierna. Así, muy bien. Pon las manos a la espalda para que tus tetas queden más erguidas, los codos hacia atrás y mientras te hurgo en la raja del chocho no puedes agarrarte a mí, permanece así incluso cuando te corras de gusto, ¿me oyes?

Era genial y excitante observar cómo esa mujer a la que durante años había ido preparando estaba delante de mí, sumisa y ansiosa de que le diera placer, de la que la tomara a mi gusto e hiciera con ella lo que me viniera en gana. Yo la miraba unos minutos mientras me fumaba un cigarrillo, así, de pie, vestida, con las piernas abiertas, un poco en cuclillas y las brazos hacia atrás ofreciéndose entera y esperando cualquier cosa que yo quisiera hacer con su cuerpo. Después de un buen rato de gozar esa presencia sumisa me acercaba y sin el menor preámbulo ni miramiento alguno me ponía a su lado, metía una mano por debajo de la falda y de la braga y empezaba a sobarle el chocho, el culo y las tetas con el mayor descaro de que era capaz, poniéndola de guarra y de puta para arriba. Obedeciendo mis estrictas órdenes ella no movía un ápice su postura: sólo los meneos que yo imprimía a su cuerpo con los bruscos hurgamientos de mi mano, principalmente en su chumino. Yo disfrutaba sobándola bien todo el triángulo de su ya poco poblada pelambrera, su húmeda raja, hasta que ya me dedicaba a frotar la inmensa pepita de su clítoris con movimientos de arriba abajo o en círculo, observando cómo se iba excitando cada vez más hasta que no pudiendo aguantar más se corría explotando de placer; pero ni aun entonces variaba su postura: gozaba del orgasmo jadeando como una loca sin alterar lo más mínimo la posición de su cuerpo. Una vez que la había hecho gozar así, la mantenía aún unos minutos más en esa postura, expectante hasta que yo mismo me volvía a acercar para desnudarla ya, usarla a mi antojo cebándome de lujuria y corrernos ambos más veces y más libremente.

Normalmente a mí me gustaba y me gusta prolongar durante horas y horas las sesiones de sexo. Siempre me invento infinidad de cosas para ello. Y una de las más sabrosas es hablar con lo otra persona para que te revele sus fantasías, sus deseos más ocultos, sus experiencias sexuales o su iniciación al mundo del sexo. Es un arte bonito ir pervirtiendo a la otra parte para que use las palabras más procaces y desvergonzadas que todos tenemos buen cuidado de evitar en las conversaciones ordinarias pero que conocemos de sobra y pronunciamos en nuestro interior cuando estamos excitados.

—Cuéntame cómo te usaba tu marido.

—Ay, pues no sé. Lo normal… no?

—Supongo que además de joderte a veces te pedía que lo masturbaras, ¿verdad?

—Sí, claro.

—¿Cómo lo hacías? Pues me llevaba al salón cuando no estaban los niños en casa, se sentaba desnudo en una butaca con las piernas abiertas y yo tenía que cogérsela con una mano y se la movía arriba y abajo hasta que él ya no podía más y le salía toda la leche a borbotones. Por cierto, una pregunta: ¿para qué os corráis hay que haceros siempre mucho sube y baja con la mano?

—Depende. Si ya estamos muy excitados con fantasías, imágenes o frotamientos previos, a veces basta con dos o tres golpes para sacarnos el engrudo. Si no, se requieren veinte, treinta; incluso cien o doscientos meneos arriba abajo. En eso estamos igual que vosotras: en ocasiones os dais dos tres friegas a vuestra pepita y os venís si ya estáis muy calientes; si no, pues hay que daros dedo o mano un buen rato. Depende del grado de excitación pero, en general, sí necesitamos movimientos, bien sea con la mano, o dentro de un chocho, de la boca o del culo. Al movimiento que hace uno mismo dentro de alguno de esos agujeros se le llama "culear". O genéricamente, joder, follar, etc. Pero "culear" a una chica se entiende que es mover el culo dentro… fuera… dentro… de alguno de sus agujeros para que nuestra polla se estimule bien en su interior, nos excitemos y se nos produzca la paja, la masturbación. Y como para todo hay una forma de hacer bien las cosas, o sea un estilo más práctico, mejor que mover el cuerpo sin ton ni son o dar golpes de cadera, es culear. Consiste en dejar muy quieto el cuerpo y mover sólo el culo para incrustar y sacar, volver a incrustar, volver a sacar, etc. Así es como entra y sale más la polla y se frota mejor contra las paredes del agujero elegido. Se puede efectuar a distintas velocidades según cada circunstancia. Eso es "culear": hay quienes lo saben hacer bien y quienes, bueno, digamos que se apañan. No todo el mundo culea bien. En las películas porno, si te fijas, apreciarás bien las diferencias. Algunos tíos son geniales de lo bien que se culean a las putas. Bueno, también las tías podéis culear. Por ejemplo, si os colocamos de pie, con un dedo o con la mano en vuestro coño y os decimos que os mováis para para pajearos vosotras mismas. O si nos montáis encima cuando nos tumbamos de espalda, podéis empotraros la polla y culearnos para darse mutuo placer… ¿Ves?

—Oye, y tú, ¿tienes fantasías sexuales?

—No muchas, la verdad. La más habitual es que estoy paseando sola por el Parque del Oeste y se me va acercando un hombre. Yo trato de alejarme por distintos paseos pero él siempre me sigue. A veces se me cruza por otro paseo y noto que está tocándose ahí abajo de forma descarada para que yo lo vea… Eso me excita mucho. Me da miedo porque es atardecido y no veo a casi nadie. Por fin se me acerca por detrás y empieza a decirme obscenidades: "que si eres una puta, que si te deseo, que si tienes el chocho lleno de pelos y bien húmedo, que a ti ya te ha follado más de uno, so guarra!, que mira que te gusta hacerte pajas cuando no te ve nadie, ¿a que sí? zorra!". Eso me pone a cien. Se me acerca y ya oigo su respiración. Me toma del brazo y me ordena: "quieta aquí ya, joder. Bésame, puta!". Yo al principio y por miedo le doy un beso en la mejilla pero enseguida él me lleva tras unos arbustos y me abre la boca con su lengua, morreándome a sus anchas. Me resisto pero empieza a gustarme. Me mete una mano por debajo de la falda. Le digo "no, no, por favor…", pero él me obliga, me pone de rodillas, se la saca y me dice que se la chupe. Lo hago con miedo, con desgana. "¡Así no! ¡¡Con más ganas, zorra!!", me chilla y tengo que poner una pasión que empiezo a hacer mía poco a poco. Cuando ya se calienta… acaba violándome. A veces me pega alguna bofetada. Luego me pone a cuatro patas, me quita las bragas bruscamente, me sube la falda a la cintura y separando bien mis piernas se coloca por detrás de mí, arrodillado, y me la clava toda entera sin ningún respeto. Se agarra fuerte a mis caderas y me culea para masturbarse la verga dentro de mi coño hasta que siento dentro los chorros de su leche ardiendo. Luego, cuando se ha satisfecho, me la saca y me obliga a chupársela otra vez hasta que se la dejo bien limpia.

—Y ¿te masturbas con esas fantasías?

—Sí, claro: lo hago para eso precisamente, para excitarme y mojarme más porque mientras pienso en esas violaciones me estoy acariciando el clítoris en la cama o a veces en un sofá.

—¿Cuántas veces crees que te habrás hecho la paja en tu vida?

—Ni idea. Nunca me he parado a pensarlo. Quizá cientos, miles, no sé.

—Y ¿te has masturbado pensando en mí?

—Por supuesto que sí, muchas… muchísimas veces!

—…imaginando que yo…

—Claro, claro, que me hacías de todo…

—Eres una puta, una zorra! ¿Lo sabías? (cuando empecé a llamarle "puta" se extrañó y protestaba para que no la llamara así pero se fue acostumbrando pronto y no solo admitía que yo me dirigiera a ella así siempre que estábamos follando sino que acabó encantándole que yo le dijera "puta, ponte así", "puta, mañana voy a usarte …", etc.)

—Pues sí, reconozco que me siento como una puta pero no más que cualquier mujer. Todas sin excepción somos unas putas y estamos loquitas porque nos jodáis vivas. La que diga lo contrario, miente.

—Si es que lo malo de las putas es que la mayoría son pobres y lo hacen para tener ingresos. Eso y la explotación que sufren muchas veces. O para el vicio de la droga en que se meten. Pero hay otras putas, minoría bien es cierto, que de alguna forma lo eligen ellas.

—¿Tú crees?

—Sí, pero ya digo que pocas. En eso somos una sociedad hipócrita. Pagamos a gusto a quienes nos divierten o a quienes nos hacen cuidados estéticos, etc., pero aún no vemos con naturalidad el hecho de pagar a quienes nos dan placer sexual.

—Desde luego que no.

—Ya. Pero yo pregunto: un soltero o soltera, al que quizá no le resulta fácil, por timidez o por lo que sea, conseguir una chica o un hombre con quien satisfacerse, ¿qué hace?… ¿aguantarse?… y, ¿las viudas como tú… o los viudos? O incluso los casados que tiene que pasar fuera temporadas trabajando, marinos por ejemplo.

—Sí, claro, llevas razón.

—Ten en cuenta además que muchas mujeres sin ser oficialmente putas, de hecho se prostituyen. Muchas universitarias se sacan así dinero para matrículas, libros, ropa, caprichos. Mujeres a las que no les llega el dinero a final de mes; a algunas incluso se lo sugieren sus maridos, que les proporcionan los contactos entre los propios compañeros de trabajo. Mujeres de pescadores que están fuera de casa varios meses seguidos consiguen así satisfacerse y ayudarse económicamente. Alumnas que se entregan a su profesor a cambio de un aprobado. Empleadas o secretarias que aceptan entregarse a clientes de la empresa o a sus propios jefes para medrar. Chicas del servicio doméstico que no rechazan el uso de su cuerpo por parte de sus empleadores domésticos. Un sinfín de situaciones. Yo no lo veo mal. No me parece que por ello pierda ninguna su propia dignidad, ni su honradez o decoro, ni son inmorales. Son personas realistas simplemente y están abiertas a disfrutar de la vida sin prejuicios.

—La verdad es que yo tampoco lo veo mal.

—Pues eso… Fíjate, sólo en Madrid he leído que existen más de 10.000 putas "oficiales", y 500.000 en toda España. O sea, el 3 % de las mujeres que están en edad de poder ejercer de putas. Y según una encuesta sociológica sobre Hábitos y Costumbres, calculan que unas ciento ochenta mil madrileñas intercambian con cierta frecuencia favores sexuales por beneficios materiales. La diferencia es que éstas no tienen dedicación exclusiva como las putas de profesión. Pero, fíjate, en esta ciudad, una de cada diez mujeres!: si se lo propones en el momento adecuado, a cambio de lo que necesita, se deja desnudar y se te abre de piernas. Y son nuestras vecinas, nuestras compañeras de trabajo, la chica de al lado en el autobús…

—Y tú, dime, ¿has estado alguna vez con putas?

—Sí. Cuatro o cinco veces. Cuando ya no podía más.

—Tengo mucha curiosidad. ¿Cómo lo hacías?

—Bueno, yo no iba por la calle buscando… Leía las ofertas en un periódico y llamaba a la que me parecía.

—Y ¿qué ocurría luego?

—A la hora o así de la llamada de teléfono se presenta en casa.

—¿Aquí?!!!

—Claro ¿dónde va a ser? Entra, te da un par de besitos y te pide hacer una llamada a su central para decir que ha llegado y que todo es correcto. A continuación te pide el importe de su servicio, en metálico o con tarjeta, como quieras. Luego ya nos sentamos, le ofreces alguna bebida y, como tampoco se dispone más que de una hora de tiempo normalmente, yo lo que hacía era colocarla aquí en medio del salón de pie. Empiezo a mirarla con descaro a su alrededor y a decirle lo cojonuda que está, le levanto las faldas o le digo que se siente con las piernas separadas para asomarme a verle su tanga. Luego le meto las manos por dentro del sujetador para acariciarle las tetas o por dentro del tanga para sentirle el chocho, el culo. La coloco de pie aquí en medio, como me apetece, para sobarle a conciencia sus intimidades. Es curioso, pero esa forma de relación con otro cuerpo humano es bien distinta de la que suele darse en una pareja, donde las cosas son menos descarnadas, como mucho más inhibidas. Y a veces más rutinarias, no sé, te sientes menos libre aunque entiendo que no debería ser así. Pero es así.

—Y ¿luego…?

—Yo solía decirles bastantes obscenidades y besarlas con lengua por dentro de la boca. Y cuando estaba ya bien caliente, pues nada, la colocas en la posición que más te apetezca en ese momento, te desnudas, la desnudas, te pones el condón y le metes la verga de un empujón. Quizá algo que tú no sabes es que las putas no suelen quitarse los zapatos: ellas siempre se los dejan puestos, no sé porqué. Es ya una tradición, un distintivo, y se las folla con los zapatos puestos. Antes llevaban también una cadenita en el tobillo para mostrar discretamente su condición y facilitar que las solicitaran sin tener que hacer poses obscenas. Por eso yo no permito que te quites los zapatos, lo habrás notado. Ni a ti, ni a Pilar, ni a Cachuli, ni a ninguna que no sea mi pareja le permito que se quite los zapatos: quiero que os sintáis putas. Me gusta mucho el juego de trataros como a putas. Pero yo he sido siempre muy educado y cariñoso con ellas, sin olvidar que son profesionales que se han colocado desnudas y abiertas de piernas frente a ti para que las jodas, para darte ese servicio precisamente. Así que las he usado sin rodeos ni miramientos y ellas han salido siempre encantadas del trato recibido. A alguna le pregunté qué tal éramos los clientes a los que atendía. Y me contestó que, en general, muy educados y muy agradables, que ese era su trabajo y estaba contenta con él.

—¿Sí…?

—Es más, me decía que a ellas les gustaba entregarse desnudas a sus clientes. Que les gustaba ganarse su sueldo. Ja, ja, ja… Que era su profesión y que se ponían delante de los hombres para que nos satisficiéramos con su cuerpo. Que les hiciéramos lo que quisiéramos –tratándolas bien, claro—pero que no nos quedáramos con ganas por no habernos atrevido a hacerles lo que fuera. Una vez vi en una película a un militar inglés, de la época clásica, que entra en la mansión de un patriota enemigo, coge a la casta esposa de éste, le retuerce el brazo por la espalda y colocándola contra una mesa le obliga a apoyarse sobre ella y levantarse las faldas. A las putas no se les habla, se las folla!, exclama. Y diciéndole eso, se la clava y la viola para degradarla. Ya ves. Aunque aquella mujer de la película no fuera puta, llevaba razón: por eso yo apenas hablaba con las putas que me tiré, las follaba!

—Pero, según tú, entonces ser puta no es degradante…

—No. Para nada. ¿Por qué va a serlo? Cada cual nos ganamos la vida con nuestras propias habilidades, siempre damos algo a cambio: una prestación, un servicio, ¿no? Pues hay hombres y mujeres que prestan ese servicio con su cuerpo y su capacidad para dar placer con él a otras personas. Ésa es su moneda de cambio. ¿Dónde está escrito que es más digno, más limpio hacer una aportación intelectual a un proyecto, por ejemplo, que satisfacer las necesidades sexuales de otros con la belleza y seducción del propio cuerpo? Sí que hay prejuicios sociales estúpidos, hipócritas, vale; pero no razones lógicas ni éticas. Me parece a mí.

—Y ellas… ¿gozarán? ¿Tú crees?

—La mayor parte de las veces, imagino que no. Alguna, mientras la estás culeando, se excita y se ayuda con masturbación. Ahora he leído que se está poniendo de moda lo que llaman un "polvo en seco"…

—¿Sí?… Y eso… ¿cómo es?…

—Consiste en clavaros la verga sin daros tiempo a que os excitéis y os mojéis. Se suele hacer con prostitutas. El usuario la descubre de cintura para abajo nada más empezar con ella, la recuesta o la tumba y, sin perder ni un instante, la penetra cuando aún no le ha dado tiempo a la chica a segregar ni una sola gota de flujo. Su vagina ofrece mucha más resistencia al ingreso del pene invasor. Así su propietario disfruta más la clavada y el posterior culeo. Cuando disponéis de tiempo previo, con caricias, etc., se os "encharca" la raja y la polla nota mucho menos el túnel del chocho. La chica se duele más con este sistema pero ¿qué le va a hacer?, está allí para dar gusto, no para gozarse ella.

—Y eso ¿lo utilizan también las parejas?

—Pues la verdad es que no lo sé. Es un método bastante agresivo, así que imagino que se usa con putas preferentemente, que les es más difícil negarse.

—No, te lo digo porque a mí me resulta familiar la cosa…

—¿A ti…?!

—Sí, a mí…

—No te entiendo. ¿Cómo eran tus relaciones sexuales con mi suegro?

—Pues no sé, normales ¿qué quieres que te cuente?

—Quiero que me cuentes cómo te lo hacía, cuándo, dónde, cuántas veces… todo eso. Tengo mucha curiosidad!

—Ja, ja, ja… nunca lo he comentado con nadie: me da mucha vergüenza!

—Pues esta es la ocasión. ¿No te resulta excitante comentarlo? Conmigo puedes tener confianza. Además, después de lo que estamos haciendo no creo que hablarlo te cueste más que dejarte usar desnuda por mí. A mi antojo. ¿No crees?

—Sí, es verdad. Hablar no va a ser peor que hacer.

—Pues venga, quiero que me lo cuentes todo con pelos y señales. Además quiero que uses esas palabras que… tú ya me entiendes: que no te andes por las ramas y utilices las palabras más obscenas que conozcas.

—Uf! Peor aún. No sé si me atreveré. Bueno, era un poco especial. Supongo…

—¿Especial?

—Sí. Me habló antes de casarnos.

—Hasta ahí no hay mucho de especial.

—Él me dijo que quería una puta en casa.

—Muy sincero! Creo que eso es lo que queremos todos!

—Y que antes de casarnos me lo pensara bien porque no admitiría la menor negativa nunca.

—Perdona, una pregunta ¿te había follado ya algún hombre?

—No, no. Qué va.

—O sea que te arreglabas haciéndote las masturbaciones normales ¿no?

—Claro, claro. Lo normal, me daba muchas porque me encantaba…

—Bien, sigue.

—Me explicó que eso de hacer el amor en la cama en plan enamorados de película no le satisfacía. De vez en cuando también lo hacíamos, no creas. Toda la vida. Pero él deseaba tenerme siempre a mano y lista para cuando le entraran ganas. Me dijo que no querría andar tanteando, a ver si esta noche sí, ésta no sé qué… bueno, ya sabes, eso que pasa en los matrimonios.

—Vaya si lo sé. Lo sabemos todos. Qué astuto el tío! Bien, y, entonces?

—Bueno pues que se acercaba de pronto, me agarraba del brazo o del hombro y me decía "quítate las bragas". O me metía las manos por debajo de la falda y me las bajaba él mismo sin previo aviso.

—Pero ¿cuándo? ¿Dónde?

—Ah, en cualquier sitio de la casa, y a cualquier hora, no vayas a creer. Claro que se aseguraba antes de que no estuvieran las criadas ni lo niños.

—Así que si estabais solos los dos, tú ya te mosqueabas.

—Bueno, no siempre pero muchas veces sí.

—Y luego ¿qué más te hacía? Sigue, sigue que esto me está poniendo de un caliente!

—Generalmente me llevaba al salón o a la cocina. Depende. Me colocaba él en la posición que le apetecía y yo me tenía que levantar las faldas.

—Y ¿en qué…?

—Casi siempre era en el salón, de espaldas a él, de pie, bien agachada con los brazos apoyados en un sofá y las piernas muy separadas para facilitarle… Si era en la cocina, pues entonces me colocaba de frente con el trasero recostado contra una mesa para hacérmelo de pie; a veces me tumbaba sobre mi espalda al borde de esa mesa.

—Y tenías que sacar bien el culo para…

—Claro, claro. Él me había enseñado cómo le gustaba y yo me ponía así sin decir palabra. Era como tú, que decía así y sin rechistar.

—O sea, muy posesivo y agresivo ¿no?

—Sí, sí, sí, pero es que a mí me encanta así. De veras. A mí me gusta que el hombre me domine y me mande. De siempre, pero es que con él además me acostumbré a eso. Las mujeres tenemos menos imaginación que vosotros y somos más retraídas, más tímidas. La peor parte la lleváis vosotros porque se os tiene que poner dura, tenéis que ensartarnos y luego culear para haceros la paja dentro de nosotras. Mucho más trabajo que el nuestro, que lo único que tenemos que hacer es abrirnos de piernas. Con eso hemos cumplido. Como para encima andar una mujer con remilgos de igualdades y bobadas…

—Me gusta que lo veas así: yo estoy plenamente de acuerdo.

—Además a vosotros os urge más: cuando estáis salidos os joderíais a una vaca!

—Hombre, precisamente a una vaca… no! Pero también nos gusta que seáis activas y…

—Vale. Si lo queréis pues nos lo decís y os hacemos las cositas que nos encarguéis, pero…

—sí, si llevas razón: yo prefiero a las tías que se someten a mis caprichos.

—Si es que es mucho más cómodo para nosotras y para vosotros. Todos contentos ¿no? A las mujeres nos gusta que nos digáis cosas bonitas y cosas guarrísimas, que nos metáis mano, nos sobéis hasta hartaros, que nos coloquéis como queráis para daros los gustazos, que nos espiéis mientras nos desnudamos, que nos jodáis vivas y que nos hagáis la masturbación. Todo, pero todo, eh? Y la que no lo reconozca miente, porque por dentro somos todas unas putas aunque por fuera nos hagamos las finas y las educaditas. Si fuéramos a ver lo que pensamos y deseamos… yo creo que os caías de culo…

—Bueno, sígueme contando que está muy interesante. Porque supongo que hay más.

—No, si ya hay poco más.

—¿Cómo le gustaba ensartarte?

—Ay, pues a lo bestia: se ponía detrás de mí y zás!, de un solo golpe hasta dentro. No creas que andaba con preparaciones, tanteaba con la punta de la polla el agujero y una vez enfilado, de un solo empujón porque decía que prefería que estuviera "seca" para hacer más fuerza y que no le resbalara al entrar. Le gustaba vencer esa resistencia. No quería encontrarse el chocho encharcado y por eso no me daba tiempo a lubricar, a humedecerme.

—Y te gustaba…

—Me volvía loca sentirme medio atacada. Mis fantasías tratan casi siempre de que soy violada. Y luego me bombeaba, me culeaba agarrándome por la cintura hasta que se venía y se vaciaba dentro de mí. Yo creo que antes de conocerme a mí, él se había acostado con profesionales. Juergas con los primos, los amigos, ya sabes. Bueno, no es que lo crea: estoy segura de ello! Entonces el sexo matrimonial se le hacía insípido. Además a mí siempre me ha atraído mucho sentirme dominada. No digo que no sea muy bonito acariciarse y besarse antes de hacer el amor, pero por variar… Además si él me lo pedía no se lo iba a negar.

—Te gusta que te ordenen ¿eh? Ser una sumisa… una esclava…

—Sí, me gusta que el hombre lleve la voz cantante. Me da mucho placer y mucho morbo que me obliguen…

—Vaya… vaya…! Por eso tu principal fantasía es que te violen ¿no? Dicen que todas las mujeres tienen fantasías en que son violadas. No sé si será cierto.

—Yo creo que sí. Yo soy romántica en el amor pero en cuanto al sexo, prefiero ser sumisa y obedecer. Me resulta muy excitante!

—Pero, y tú, ¿tú no contabas o qué?

—A veces sí, pero después de él. Y si no, pues ya me daba yo masturbación si me había quedado caliente.

—Por eso decías que te resultaba familiar lo del "polvo en seco" ¿no?

—Claro. Él no me daba tiempo a mojarme…

—¿Y duele más?

—Ya lo creo…! Además te sientes muy utilizada para el placer de otro.

—Eso ¿te gustaba?

—Pues sí, mucho. Me tenía mandado que cuando yo le viera así, tenía que dejar a la velocidad del rayo lo que estuviera haciendo y desnudarme. Aprendí a hacerlo en tres segundos. Me quitaba todo menos los zapatos. Como tú decías antes lo de los zapatos puestos de las putas, ahora entiendo porqué el no me permitía quitármelos casi nunca: quería tirarse a su mujer como a una puta! Aunque a veces, después de correrse, me hacía la paja a mí.

—Vaya, qué detalle! Por lo que cuentas, hablabais poco.

—Nada. Cuando me lo hacía, sólo las órdenes que me daba. Ponte así, o haz esto, o lo otro…

—Y eso… te gustaba… quiero decir, que no te sentías…

—No, no. No sólo no me molestaba sino que parecía natural: para eso me tenía a mí, para darse gusto. Y a mí me encantaba que se lo diera conmigo.

—Qué bien. Me encanta. A mí me gusta que la mujer durante el sexo sea sumisa y no rechace nada. Lo que pasa es que… bueno, y ahora más con eso de la igualdad de sexos, pues las mujeres estáis cogiendo el rábano por las hojas: que si esto sí, que si aquello no, que tú qué te has creído, que así no me gusta, que si yo prefiero… Una lata. Con lo bonito que es sentirse dominado por otra persona. Yo entiendo y admito que si alguien no quiere sexo, diga no, no me apetece. Vale. Es su opción. No le atrae, o tiene miedo, o no se atreve. Vale. Lo que sea, se acabó. De acuerdo. Pero si dice sí, es sí. Con todas sus consecuencias. Y no puede negarle nada al otro. Nada. Creo que debe dejarle usar de cualquier iniciativa y satisfacerle cualquier deseo. Aun a costa de un dolor siempre que sea llevadero y soportable. Por ejemplo: dejarse encular, ser dado por el culo; o dejarse azotar, dar fustazos: pues claro que duelen, joder, pero si se dan con moderación, en cualquier sitio, pues hay que dejarse. El sadismo y el masoquismo son fuentes de placer. Lo mismo que el exhibicionismo, el voyerismo, etc. Yo creo que en esto, como en casi todo en la vida, hay que manejar la sensatez y el equilibrio. Y tener un verdadero cariño siempre hacia la otra persona. Un respeto aun dentro del juego. Por eso yo nunca he forzado a nadie pero prefiero, con mucho, que se fíen de mí, que no me rechacen nada de lo que deseo, que no es malo. Para nada. A lo mejor no es habitual. Vale. Pero yo no quiero que mi pareja pase un mal rato, quiero que se excite, que pruebe cosas con valentía porque ahí muchas veces hay un placer por descubrir, una novedad. Joder, es que la rutina es tan coñazo!… Además hay mucha gente con menos imaginación que un mosquito y con más miedo que vergüenza ante cualquier cosita nueva… Rechazo todo ataque profundo a la libertad. Tomar lo ajeno por la fuerza, robarle su tiempo, su dignidad, sus posesiones… tomar la carne de alguien para usarla como placer de la propia… por ejemplo, las violaciones cuando son claras, definidas, brutales; cuando no hay vuelta de hoja: mire usted, lo mire por donde lo mire, eso es violación. Pues no, ni hablar. Es un crimen. O el abuso sexual con niñas o adolescentes. No están preparados, no entienden nada, es un trauma, es un crimen! y punto. Aparte de que luego ¿a ver cómo se recuperan, cómo se "curan" de esa agresión? Qué horror…! Los ataques a la libertad me parecen condenables y dignos de cárcel, así sin más: que aparten al agresor de la sociedad por el tiempo que se juzgue.

—Oye, y ¿a qué edad crees tú que es mejor perder la virginidad…?

—Hombre, quizá la mejor… pues no sé… entre los 16 y los 18. Me parece. Pero depende de cada chica, de su madurez, de su precocidad, de su impaciencia por catar la verga… Yo creo que en la mayoría de los casos a las chicas las desvirgan hoy en día sus propios compañeros de clase, de acampada… pero como ellos están igual de nerviosos, pues se dejan desvirgar regular o mal. Muchas veces en los servicios de las discotecas, de pie… con un medio pedo o un pedo entero… si no es colocados además con pastillas… Pero, bueno, en general todo se supera… Sí, creo que ninguna deberíais llegar a cumplir los 19 sin que alguno os hubiera inaugurado el coño. Y en teoría, mejor que os abriera algún adulto, que siempre tendrá más experiencia: algún primo, vecino, cuñado, algún amigo del hermano mayor… O… el propio hermano mayor! o el tío carnal!, ¿por qué no…? Qué coño! Ningún problema… Pero, bueno, en fin, por lo demás… pues bueno, qué bien… ¿no?… Qué bonito ser libre y jugar con nuestros cuerpos ¿verdad?… Por ejemplo… tú… ¿eh, zorrona…? Que bien que te gusta todo lo que te hago… ¿a que sí…? A lo mejor, hasta podía haberme lanzado antes a…

—Sí, sí, ya sabes que me gusta. Lo reconozco. Y no, no creas, tampoco antes. Ha estado muy bien todo el jueguecito anterior. Es que me ponías… cómo me ponías…! Por cierto, una pregunta…

—Dime…

—Tú no has sido muy practicante, muy creyente, vamos. Pero ahora llevas una temporada que… bueno, no sé, has cambiado…

—Ya. Y te preguntas que cómo hablo así, ¿no? ¿Que cómo es compatible con…?

—Sí, sí, eso…

—Esto sería para hablar largo y tendido. Ya hablaremos más despacio. Pero, bueno, te diré que, a raíz de la muerte de Cristina he pensado mucho como sabes. Creo que Dios nos hizo así, con capacidad para sufrir y para gozar, y que prefiere el gozo al sufrimiento: a veces éste es inevitable aunque tenemos que luchar contra él para suprimirlo. ¿Podía haber hecho otro mundo distinto, sin dolor? No sé, seguro que sí, pero lo que sé es que estamos en éste, que es el que hay. Y nos ha dado un cuerpo para que lo desarrollemos, para que lo vivamos y lo disfrutemos. La iglesia católica, el cristianismo -al que he vuelto de otra forma- fue perdiendo ciertos nortes desde hace siglos. Dramáticamente. A mi entender, su razón de ser es la de dar testimonio de amor y de justicia. En especial con los más débiles, con los más pobres. Con la propia vida si es preciso. Y eso no tiene nada que ver con la moral y menos con la sexualidad.

—Entonces… Todo lo que nos contaban…

—Patrañas! Rollos macabeos de eclesiásticos incultos. No tiene nada que ver con…

—Pues, anda que…

—Ya, ya. Pero perfectamente compatible con disfrutar del sexo. Y, de momento, vamos a dejarlo. Volvamos a lo nuestro ahora… ¿quieres?… Venga, vale. Por cierto, tú decías que… te pajeabas, ¿cuándo empezaste a llevarte la mano sobre tu raja para darte gustos…?

—Pues de niña, desde que tengo recuerdos. No sé. Una vez, algo más mayor ya, con el movimiento del tranvía me excité y me corrí allí mismo.

—Verías muchas veces desnuda a tu hermana ¿no?

—Muchas.

—¿Nunca te atrajo?

—La verdad es que no.

—¿Te gusta cómo te uso yo sexualmente?

—Sí, mucho. Mucho! Me vuelves loca. Anda, úsame, bésame! Y hazme lo que te venga en gana para darte gusto, que así me lo das a mí también.

Y ella abría su boca de par en par para que yo le metiera la lengua y me la comiera entera. Y su coño. Y sus tetas y el agujero de su culo. Y toda ella hasta que volvía a explotar de gusto. Un día le pregunté a mi suegra:

—¿Hace años que tú, Elvira, me deseas a mí, verdad?

—Pues… sí, claro…! La verdad es que sí!

—Y tú ¿sabías que yo iba a por ti cuando me aparecía en slip o en pijama delante de ti dejándome ver los pelos de mi vello púbico o mis cojones?

—Cómo no iba a darme cuenta: de todo! ¿Cómo no iba a saber que me tenías ganas? No soy tonta. Notaba perfectamente todo lo que hacías. Todo! Anda que cuando te pusiste a hacerte la paja en medio del salón…!!!

—Y luego tú te dabas masturbación a tu chocho recordándolo, ¿no?

—Por supuesto! Cada vez que te mostrabas así… sin ropa. O cuando te lo hacías ahí detrás en el baño… para que te oyera. Y en aquella ocasión, cuando volví a mi cuarto asustada por haberte visto en el salón, desnudo y cascándote la paja en la verga, me tumbé en la cama muy abierta de piernas, me subí el camisón y me puse a darme masturbaciones: varias veces. Como una loca. Desde que me dijiste que te gustaría hacerme el amor… al salir de la ducha, ¿te acuerdas? Y la primera vez que te vi en slip me gustaste con locura y empecé a desearte mucho. Esperaba ansiosamente volver a verte provocándome así, medio desnudo o sobándote: si algún día en que yo observaba que tenías oportunidad y no lo hacías, me sentía muy frustrada y temía que dejaras de mostrarte así, de provocarme, pero yo tenía que hacerme la ignorante y la estrecha porque nos han educado en que eso es malo; mirarte sin que te dieras cuenta de que yo te miraba ahí abajo y de que a mí me chiflaba. Lo que nunca llegué a pensar es que acabarías atreviéndote a joderme tan sabroso.

—¿Qué hacías mientras escuchabas los ruidos de mis pajas desde el baño?

—Bueno, lo dejaba todo porque me excitaba mucho. Me colocaba al lado de la ventana, me apoyaba en la lavadora y me subía la falda. Mientras escuchaba los golpes de tu mano sobre tu vientre al pajearte yo me metía la mano por dentro de las bragas y me tocaba…

—Y… ¿te acababas?…

—Sí, sí, claro. Cuando sentía que tú ya te estabas yendo y escuchaba cómo empezabas a quejarte fuerte, también yo me terminaba lo mío…

—Cómo me alegro de que te gozaras: de haberlo sabido hubiera salido corriendo hacia la cocina para follarte allí mismo, pero como no lo sabía pues tenía que ir más despacio. A ver, Elvira, me voy a rasurar toda esta molesta pelambrera de la polla y de los cojones, ven y no pierdas detalle, le dije.

Yo siempre he alternado temporadas afeitado con otras en que me dejaba crecer el pelo natural de toda esa zona; porque pronto caí en la cuenta de que casi la mitad de mis 16 centímetros de polla tiesa permanecía oculta por un muy tupido y larguísimo vello y las formas redondeadas de mis huevos casi ni se adivinaban. Ahora dedico cinco minutos de mi ducha matinal a afeitarme totalmente por delante, por debajo y por detrás. Tanto el hacerlo como acariciarme esa zona perfectamente rasurada a lo largo del día me produce un efecto muy erótico y me gusta empezar cada día dedicando ese rato a las zonas más erógenas de mi cuerpo.

El caso es que fui al baño y volví con todo lo necesario. La puse bien cerca de mí para que contemplara cómo iba cortándome primero con unas tijeras la larga y espesa mata de pelo que recubría mis genitales y luego le mandé que ella misma fuera sujetando cada zona a medida que iba lentamente afeitándomelo desde algo más arriba del ombligo hasta bien empezada la espalda por detrás, como un niño impúber pero completamente limpio (y me ha gustado tanto ir afeitado que ya no soporto desde entonces tener mi sexo en medio de tan espesa pelambre), tan limpio como mi cara y ya sólo puedo usar tangas pequeños que me sujeten el paquete por delante y una cintita muy ceñida a la raja de mi culo: de hilo dental. Cuando te acostumbras ya no puedes prescindir de ellos y cualquier otra prenda te parece una manta. Resulta muy erotizante sentir esa presión y ese toque del hilo elástico en el ojal del ano, y con los cojones muy ceñidos y levantados.

—Ve a la cama, puta! —le dije cuando hube acabado de afeitarme— y espérame allí boca arriba, con las piernas bien abiertas y separándote los labios del chumino con las manos. Ah, y no olvides ponerte una almohada debajo del culo para que te quede el chocho bien alto y ofrecido. Ella obedecía ya sin rechistar todas mis órdenes. Después de lavarme y secarme bien, con calma para hacerle esperar y que fuera tomando conciencia de que estaba a mi disposición, me dirigí a donde ella me esperaba tal y como yo le había mandado y la monté sin miramientos. Ábrete bien esa raja de puta que tienes, que te voy a clavar la polla en ella, golfa!

—Sí, sí, húndela en mi coño… La penetré de un solo empujón y comencé el vaivén, dentro y fuera, dentro y fuera, para masturbarme la verga con el interior de su chocho mientras ella me acariciaba la espalda y el culo.

—Así es como hay que follarse a las furcias como tú, guarra…! A las putas no se les habla, se las folla! ¿Recuerdas…?

Y la culeaba hasta encharcarle el coño con mis chorros de lefa espesa, ardiente, dándome con ello ese placer indescriptible que tú tan bien conoces porque lo experimentas a menudo ¿verdad?…

De ésta o parecidas formas fui utilizando a mi suegra Elvira para mi placer durante cinco o seis años hasta que por circunstancias de la vida ella ha se ha ido a vivir a una ciudad muy distante.

Creo que, si deseamos a cualquier mujer, merece la pena intentarlo. No importa su condición: ¿no crees?

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