Nuevos relatos publicados: 11

CRISTINA: Los juegos prohibidos, parte uno: Miss_Jana

  • 27
  • 16.987
  • 10,00 (2 Val.)
  • 0

La calma de la habitación fue rota por una súbita y distorsionada voz.

“...pliéndose hoy un año desde la desaparición de Sandra Pérez en Barcelona, su familia y amigos han anunciado una nueva manifestación exigiendo reanudar la investigación, que en su momento no arrojó ninguna pista sobre el paradero...”

Cristina se revolvió sobre la cama y apagó de un golpe el despertador. Aún adormilada, miró hacia el techo de su habitación, haciendo esfuerzos por despertar. Era verano, y no debería tener motivos para madrugar. Pero Cristina tenía planes que sólo podían comenzar cuando sus padres fueran a trabajar.

Esperó un rato sin incorporarse. Escuchó cómo su madre cogía las llaves del piso antes de salir del mismo, cerrando la puerta con un característico portazo. Cristina se estiró una vez más y se levantó. Mientras desayunaba rápidamente, recorrió la casa asegurándose de que no había nadie. Entonces empezó a prepararse para el trabajo.

Tomó una larga ducha fría, combatiendo el calor que llegaba a hacer en Barcelona en pleno Agosto. Cubierta solo por una toalla sobre su cuerpo desnudo se miró en el espejo, preparando su juego de maquillaje.

Cristina era una chica de veintiun años, estudiante de psicología. Tenía el pelo marrón y muy rizado, que caía con volumen haciendo rulos sobre sus hombros. Su piel poco morena y bastante reacia a tostarse bajo el sol, a pesar de los esfuerzos de su dueña. Las pecas que cubrieron su rostro en la adolescencia se habían retirado casi completamente, dejando una bonita sombra sonrojada sobre sus pómulos, que eran coronados por unos hermosísimos ojos verdes.

Tenía el suficiente peso como para realzar sus femeninas curvas -a diferencia de las anoréxicas mujeres que marcaban la moda-: Una cadera cuyo bamboleo, en otras épocas, habría provocado guerras, y unos pechos pequeños y perfectos.

Se aplicó un maquillaje muy sencillo, que cubrió la sombra de las pecas uniformemente. Se delineó las sombras de los ojos, y se pintó los labios de rojo sangre.

Después fue a su habitación y rebuscó en una cajonera. El falso fondo de un cajón fue retirado y de él sacó una bolsa de tela. En ella guardaba algunas de sus posesiones favoritas, las cuales le habían ayudado a ganarse unos buenos euros los últimos meses. Y es que, a fin de cuentas, ¿para qué iba a contar a sus padres de qué trabajaba?

El objeto más grande era un corsé de cuero rojo, que aunque había comprado al azar, le calzaba como un guante. Ajustado con correas, tenía varios aros de metal a lo largo del cuerpo. El objetivo de estos era simple: servir de soporte para el segundo objeto que guardaba la bolsa: unas argollas ajustables de cuero negro.

El último objeto que guardaba dejaba poco lugar a la imaginación: era un simple vibrador de color blanco, no muy grande, pero increíblemente placentero. O eso pensaba Cristina. En su base había una protuberancia en forma de delfín, destinada a estimular el clítoris. La punta del aparato se doblaba hacia arriba, buscando provocar el máximo placer posible, incluso si quedaba desatendido.

Se preparó para el vídeo que iba a hacer. Se ciñó el corsé, estilizando su figura y realzando sus turgentes pechos. Se puso un tanga rojo, y sobre el conjunto, se calzó una minifalda negra y una camisa de hombre blanca. Finalmente cubrió su rostro con una máscara de cuero y tela negra -restos de un disfraz de catwoman.

Cristina, a principios de año, había descubierto una web llamada Amateur Shows. En ella, hombres, mujeres y parejas no profesionales ofrecían shows eróticos o pornográficos a cambio de “monedas de oro”: una medida de cambio que cualquiera podía comprar con dinero real y ofrecer a los mejores canales de la web. Los artistas recibían una remuneración económica según las monedas que consiguieran.

Visitó la web durante bastante tiempo, y se dio cuenta que algunos de los “artistas” debían estar ganando mucho dinero con los espectáculos. Así que un día, Cristina decidió probar con un simple strip-tease, asegurándose de que no se le viera el rostro, bajo el nick Jana.

Y la cosa resultó: su canal quedó en buena posición pese a ser novata en el tema. Pasó mucho rato hablando con su público luego, escuchando sus halagos y sugerencias, e ignorando a multitud de “trolls” e insultos. Hasta que alguien le hizo una pregunta:

The_Mr_Alstier: Jana, ¿qué es lo que te gusta de verdad?¿Qué te excita?

Jana: La dominación y el bondage.

The_Mr_Alstier: ¿Eres dominante?

Jana: No. Me encanta ser dominada, que me aten... que me castiguen.

The_Mr_Alstier: Eso sería toda una novedad en esta web...

Troll_mom87: Yo pagaría lo que fuera por tenerte a mis pies, perra.

Cristina había visto que ofrecer espectáculos eróticos era lo más excitante que había hecho. Además se le ocurrió que podía aprovechar para satisfacer muchas de sus fantasías. Esa misma noche, Cristina adoptó el pseudónimo bajo el que actuaría: Miss_Jana.

 

Hacía espectáculos siempre que estaba sola en casa. Con ellos había conseguido varios cientos de euros. Pero más que el dinero era el morbo de saber que cientos de personas la observaban mientras daba rienda suelta a su lujuria.

Ahora Cristina estaba preparando el que sería su mejor espectáculo. En poco más de diez días sus padres irían de viaje. La joven estaría sola durante una semana entera. Su plan era ofrecerse como esclava virtual a los mejores postores cada día de esa semana. E iba a anunciarlo con varios videos que colgaría cada día hasta que se fueran sus padres.

Durante varias horas se grabó de todas las formas posibles, para editarlo todo en un único video de poco más de dos minutos. Al principio las imágenes eran sugerentes, pero no mostraba nada. Había una pequeña escena en que se quitaba la camisa de forma sensual, quedando con el corsé y la falda. Después se quitaba ésta contoneando las caderas al ritmo de una lenta música R&B.

Al final del vídeo todo recato quedaba en el olvido: se grabó masturbándose con el consolador. Se desabrochaba la parte superior del corsé, enseñando los pechos, y se esposó con las argollas a la silla, creando la ilusión de estar indefensa. En el último medio minuto del vídeo, Cristina salía esposada a la silla, con el consolador introducido y sujeto por el tanga, mientras gemía de placer -algo que no necesitaba fingir-.

Sobre todo el vídeo grabó una linea de voz en la que explicaba su gran show:

Me encanta que me dominen. Me encanta que me castiguen. Y a ti, ¿te gustaría dominarme? En diez días tendrás la oportunidad. Del quince al veintiuno de Agosto seré toda vuestra, queridos. Cada día abriré una puja de monedas de oro.. El ganador de la puja será mi amo y obedeceré todas sus órdenes a través de la cam.

El primer día seré vuestra durante media hora. Pero cada día que pase seré una buena zorra durante 15 minutos más. El día 20 seré vuestra durante dos horas, y el día 21, para finalizar, durante tres horas enteras.

Estos días sólo me correré delante de la cámara, y sólo si mi amo así lo desea. Pues una sumisa no debe disfrutar sin permiso, ¿verdad?

¿Quieres hacerme disfrutar?¿Quieres hacerme sufrir? Ahora podrás ordenarme hacer lo que quieras

Muy pronto, Miss_Jana será toda vuestra.

En su página personal, Cristina explicaba sus condiciones con más detalle: No se acostaría con nadie -en la cam sólo estaría ella- y tampoco se quitaría la máscara ni daría ningún dato personal suyo. También explicaba que si alguien se excedía con una orden ella se negaría a cumplirla -hay mucho sádico y niñato suelto por Internet.

También tenía una lista con las cosas que tenía para jugar: Un consolador, cuatro argollas de cuero con cadenas, pinzas de plástico y de metal, y una fusta de montar a caballo.

El vídeo se expandió como la pólvora en la comunidad de Amateur Shows. En menos de diez minutos, el perfil de Miss_Jana recibió decenas de mensajes ofreciéndole dinero si les hacía un espectáculo privado.

Cristina sonrió excitada. Iba a ser increíble.

15 de Agosto

Cristina se sentó frente a su ordenador con la webcam preparada, vestida como Miss_Jana. Su canal en Amateur Shows estaba siendo visitado por 50 usuarios. No estaba mal. Entró en éste y tras un poco de cháchara decidió empezar el show.

—Muy bien, amores —dijo Cristina a través de la cam—, es hora de empezar la puja. Abrimos por... 200 monedas.

La puja tardó casi diez minutos en completarse -dos usuarios competían ferozmente por dominar a Miss Jana. Al final, el ganador desembolsó 6000 monedas de oro -equivalente a unos 30 euros-.

—¿Qué ordena, amo?

“Desnúdate” ordenó el usuario a través del chat.

Cristina -o mejor dicho, Miss Jana- se tomó cinco minutos en hacerlo, bailando sensualmente para su amo. Después se acercó al monitor y miró la nueva orden.

“Mastúrbate y no pares. Tienes prohibido correrte. Si lo haces te ordenaré ponerte una pinza en coño.”

La sumisa asintió a la cámara. Durante los 25 minutos restantes estuvo masturbándose, su amo no ordenó nada más. Le costó, pero logró hacerlo sin llegar al orgasmo, de forma que no fue castigada. En cuanto terminó el tiempo, Miss Jana se dirigió a su púñblico.

—El show termina hoy, mis amores. Pero, a partir de mañana, la puja se hará justo después de que termine el servicio con mi amo. Hasta mañana a la misma hora.

Cristima desconectó la cam y salió del canal. Estando concentrada en cumplir la orden como había estado no había puesto atención en las monedas que le enviaba la gente durante el espectáculo. Esa noche, además de los 30 euros de la puja, había conseguido sesenta euros extra.

16 de Agosto

Cristina gimió, pero no de placer. El amo de aquel día le había ordenado ponerse pinzas en los pezones y después colgar de ellas algo pesado. Lo único que tenía Cris a mano eran dos botellas pequeñas de agua. Al atarlas con un hilo a las pinzas, quedaron sobre su vientre, tirando dolorosamente de las pinzas.

“Échate adelante, quiero verlas colgar”

La sumisa lo hizo, mordiéndose un labio para aguantar el dolor. Podía cortar todo aquello en cualquier momento, pero no lo hacía. Eran tanto el morbo de saberse dominada por un desconocido y observada por, esa noche, casi cien personas, que tenía que seguir adelante.

“Ponte otra pinza en el vientre”

Cristina abrió mucho los ojos y miró implorante a la cámara.

—Amo, no por favor, las pinzas ya me duelen demasiado, no me haga ponerme más.

Pasaron unos interminables segundos para la sumisa.

“Hazlo.”

Cristina asintió. Tratando de controlarse, cogió un pequeño pliegue de piel de su vientre y colocó la pinza. Era muy doloroso, sí, pero menos que las pinzas de los pezones. Volvió a echarse hacia adelante, conteniendo un gemido cuando las botellas de agua colgaron bajo sus senos.

“Otra más”

La chica, dolorida, miró el reloj. Sólo habían pasado cinco minutos de los 45 que tenía que servir a ese sádico amo. Le iba a tocar sufrir aquella noche. Miró al contador del canal y vio que las monedas no paraban de caer.

Cogió otra pinza y la colocó cerca de la que ya tenía en el vientre. “Otra más” repitió el amo, una y otra vez.

Cuando terminó su tiempo, Cristina tenía más de dos docenas de pinzas sobre su vientre y sus senos. Se las quitó rápidamente, y masajeó las enrojecidas marcas para calmar el dolor. Algo que encantó a su público.

Al final, Miss Jana miró a la cámara y habló a sus seguidores. En ese momento tenía más de cien.

—Amo, espero haya disfrutado usted con mi sufrimiento. Queridos, es hora de abrir la puja para mañana a la misma hora. Así, si queréis ordenarme preparar algo para el show, tendré tiempo a hacerlo.

La puja se alargó por casi 20 minutos. El ganador -que pagó el equivalente a 50 euros- le envió un mensaje privado. que decía:

“Mañana me ofrecerás tu culo, puta. Prepara un consolador anal, lubricante y las argollas, pues te usaré a mi antojo.”

“Sí, amo”. Respondió Miss Jana.

17 de Agosto

Cristina -caracterizada cono Miss Jana- lubricaba, frente a la cámara, el consolador anal que se había comprado aquella mañana. Con lo que estaba ganando esa semana, pensó que sería una muy buena inversión. Era grande, más de lo que había pensado.

“Date la vuelta y métetelo por detrás.”

—Amo, no estoy dilatada, podría hacerme daño...

“Tienes dos minutos para hacerlo. Cada minuto de retraso te añadirá un castigo.”

La sumisa asintió. Se lubricó ella misma con los dedos, dejando que la cámara lo viese todo. Se estimuló tan rápido como pudo, dilatándose para aceptar su nuevo juguete en su interior. Pero en dos minutos iba a costarle conseguirlo. Puso el consolador en el suelo y se sentó en cuclillas sobre él, introduciéndoselo poco a poco. Lo intentó durante bastante tiempo hasta que escuchó el sonido del chat de su amo.

“Levántate sin sacártelo y enséñanos cómo lo has hecho”.

Cristina lo hizo, con el aparato sobresaliendo de su interior de forma obscena. Había logrado introducir poco más de la mitad. Nuevo mensaje.

“Han pasado cinco minutos y no lo has logrado. Coge las pinzas con las botellas y póntelas en los pezones como hiciste ayer. Después quiero que, sentada, te ates los tobillos a las patas traseras de la silla.”

Miss Jana hizo como le habían ordenado. Sujetando las botellas con las manos para que no colgaran de sus pezones de nuevo, colocó la silla frente a la cámara y se sentó en ella, echándose hacia adelante para que el consolador no se clavara más en ella. Tuvo que soltar las botellas, que le hicieron soltar un gemido de dolor cuando se agachó a atarse el pie a la pata de la silla usando la cadena de la argolla. Después hizo lo propio con el otro pie.

“Ahora átate las manos al respaldo de la silla, a tu espalda.”

La sumisa hizo lo propio, pero para lograrlo tuvo que levantarse sobre los pies. Pasó la cadena entre los barrotes y jugó un poco hasta sentir el “click” de la cadena asegurada. Se dio cuenta de lo que pretendía su amo al leer su siguiente mensaje.

“Disfruten amigos.”

Cristina ahora estaba apoyada en sus pies, pero no podía ponerse completamente en pie por estar atada a la silla. El dolor recorría sus muslos por la posición, pero no podía sentarse sin meterse el consolador más adentro. El más mínimo movimiento hacía ondular las botellas que agua que le provocaban dolorosos tirones en las tetas.

Quedaban 40 minutos. Al minuto 30, no pudo seguir soportando su peso en esa posición tan incómoda. Cogió aire y se apoyó poco a poco en la silla, dejando que el objeto invasor entrara más en ella. Con un gran gemido se dejó caer los pocos centímetros que faltaban. Se quedó así, respirando rápidamente por el esfuerzo.

En cuanto se cumplió el tiempo, Cristina se desató, deseó que su amo hubiera disfrutado del espectáculo, y abrió la puja para el día siguiente. El ganador no le pidió nada especial.

18 de Agosto

Esta vez, le tocaba ser esclava de un desconocido durante 75 minutos. Tal como había prometido, no se había masturbado fuera de la cámara, ni se había corrido ni una sola vez.

Cristina esperaba que alguno de sus amos le permitiera correrse, o que la hiciera masturbarse sin parar un momento. Estaba cachondísima de tanto resistir la tentación de tocarse durante sus solitarias noches tras el show. Por eso, cuando su nuevo amo le ordenó que se masturbara, sonrió. Sin dudarlo se sentó sobre la silla, apoyando los pies en el asiento, abrió las piernas y comenzó a masturbarse frenéticamente. Se sentía llegar muy rápido, hasta que su amo escribió:

“Para.”

Cristina dejó de darse placer, atenta a las órdenes de su amo.

“Coge la fusta y golpéate una vez en la nalga.”

La sumisa obedeció sin rechistar. De pié, ligeramente agachada, dejó´que la cámara captara todo su culo cuando lo golpeó suavemente con la fusta. En seguida escuchó el sonido del chat de su amo.

“¿Qué estás haciendo? He dicho que te fustigues, no que te acaricies con la fusta.”

Cristina pidió perdón y repitió la operación, golpeando algo más fuerte. De nuevo el chat.

“He acariciado a mi perra más fuerte. Quiero oír el golpe a través del micrófono. Y no pienses en acercarlo más a tu culo, golpéate más fuerte.”

—Sí amo, como usted ordene. - respondió Cristina

Se mordió el labio y alzó la fusta antes de descargarla sobre su propio culo. El impacto sonó por la habitación, dejando una incómoda picazón en la nalga de la sumisa Cristina.

“Bien hecho puta. Vuelve a masturbarte y cuando estés a punto de correrte paras y lo dices. No se te ocurra correrte sin mi permiso.”

—Sí amo -dijo Cristina a la cámara.

La joven volvió a sentarse en la silla a masturbarse. Ahora que sabía en qué consistía el depravado juego de su amo, lo hizo más despacio. Pero en seguida su amo le ordenó que se masturbara como antes. La sumisa trató de retrasar el orgasmo cuanto pudo. Sus jadeos fueron acompañados por el sonido de las monedas que más de doscientas personas estaban donando en su canal.

—Me... estoy a punto amo... -gimió Cristina dejando de tocarse.

“Coge la fusta y golpéate dos veces. Hazlo bien o lo repetirás más veces.”

Poco después, dos golpes de fusta resonaban en la habitación. La sumisa, siguiendo las órdenes de su amo, volvió a masturbarse frente a la cámara. Cada vez que paraba porque iba a tener un orgasmo, las órdenes de su amo se volvían más perversas.

“Fustígate tres veces y luego ponte una pinza en el pezón.”

“Cuatro veces ahora.”

“Usa tu consolador, el pequeño.”

“Fustígate cinco veces.”

Cristina no podía más: sentía que al mínimo roce iba a correrse, le ardía la entrepierna, y empezaban a dolerle las nalgas.

—Amo por favor, no puedo más...

“Una esclava no protesta. Ponte la pinza en el otro pezón y vuelve a masturbarte.”

Mientras lo hacía, Cristina observó cómo el chat de su canal de Amateur Show explotaba en comentarios. Los depravados tras el ordenador se estaban volviendo locos ante su espectáculo en directo. Decían que nunca se había visto algo así en internet. Poco tardó la joven esclava en rozar el clímax.

—Amo, por favor, déjeme correrme. -suplicó Cristina, luchando por no desobedecer.

Hubo unos segundos de silencio antes de que el amo respondiera.

“Una esclava obedece sin súplicas. Diez fustazos.”

Por primera vez, Miss Jana ahogó un hipido de pura frustración. Volvió a girarse, tomó la fusta, y se golpeó en las nalgas, contando cada golpe: uno, dos, tres.... Cuando terminó, Cristina no creía que pudiera sentarse en unas horas.

“Ahora que ya sabes, vuelve a masturbarte.”

—Amo, se lo suplico, si me toco tardaré segundos en correrme. Por favor, pídame lo que sea, pero deje de torturarme así.

“Te concederé un descanso, esclava. Te doy un minuto para que vayas a pegarte una ducha bien fría. Si tardas más, sabrás lo que es una tortura de verdad. No te quites las pinzas.”

La sumisa dio las gracias a su amo y corrió a la ducha sujetando las botellas contra su vientre. El agua fría pareció calmar un poco las zonas más doloridas y su excitación. Se permitió aguardar unos segundos bajo el agua antes de salir. No se molestó en coger una toalla para secarse, no tenía tiempo. Empapada como estaba volvió a su cuarto, se ajustó la máscara y se mostró ante la cámara. Su amo no tardó en responder.

“Coge el lubricante y el consolador anal de ayer. Ya sabes qué hacer.”

Cris suspiró, aunque no esperaba menos de este amo en concreto. Asegurándose de que todo quedara registrado en la cámara. Tardó unos cuantos minutos, pero pudo introducir bien todo el juguete en su interior..Las monedas llovían en su canal de Amateur Shows.

“Bien esclava, te he concedido el descanso que ansiabas. ¿Estás contenta?”

—Sí amo, gracias amo. -respondió ella sujetando las botellas que colgaban de sus pechos.

“Bien. Ahora vuelve a la silla y mastúrbate como antes.. Cuando vayas a correrte paras. Seguiremos en diez azotes.”

Cristina tuvo ganas de gritar de frustración, pero se quedó en un simple “no” susurrado. La gente en el chat estalló entre risas y escritos de emoción ante la reacción de la esclava.

“Vuelve a la silla”

La sumisa lo hizo, pero se sentó poco a poco, evitando mover el aparato instalado en su recto.. Una vez más se masturbó frente a la cámara. Miró el reloj. Aún faltaban 20 minutos. Quizá al final de todo esto le permitirían correrse, aunque fuera una vez.

19 de Agosto

Se equivocó. El amo que la había comprado el día anterior tampoco la dejó correrse. Le habían tocado una panda de sádicos seguidos que disfrutaban únicamente haciendo sufrir a Cristina -o Miss Jana, como la conocían en la red.

Había dormido de lado. Las nalgas aún le dolían un poco por la azotaina que ella misma se había propinado. ¿Cuántos azotes fueron? Había perdido la cuenta. Pero se dio cuenta que había empezado a excitarse ante la idea de ser azotada. La idea de mantenerla cachondísima, alternándolo con azotes, había sido muy buena... aunque horriblemente frustrante para Cristina. Había tenido varios sueños calientes, y se despertó varias veces en la noche tocándose mientras dormía.

No quería romper las condiciones que había impuesto. Había decidido entregarse a personas desconocidas a través de la red, e iba a seguir con ello hasta el final. Sólo le quedaban cuatro sesiones más. Acabó tomando la radical decisión de esposarse ella misma al cabezal de la cama para evitar tocarse en sueños. Al despertar por la mañana y verse inmovilizada no pudo evitar fantasear con la idea de que alguien entrara a violarla.

Por Dios, que me dejen correrme esta noche, por favor.

Por la noche se preparó como siempre, y una vez tuvo el antifaz puesto se conectó a la web. El día anterior había ganado la puja un usuario que sólo escribió: “¡Tomaaaaa mis colegas van a flipar!”. Tampoco le dio ninguna instrucción particular por mensaje privado, así que cristina no sabía qué esperar.

El show comenzó cuando el amo de ese día se conectó. Cristina saludó:

—Buenas noches amo, esta noche soy toda suya durante una hora y media. ¿Qué órdenes tiene para mí?

“¡Guah, qué fuerte!¡Una puta que hará lo que yo diga y lo verán cientos de personas!¿Y harás todo lo que yo diga?”

—Siempre y cuando no me pida hacerme demasiado daño y cumpla las condiciones que establecí, sí, amo, seré su zorra esta noche.

Hubo unos segundos sin respuesta. Cristina se imaginó a una panda de niñatos babeando tras la pantalla, decidiendo qué hacer con su adquisición.

“Vale puta, haznos un striptease. Pero que se nos ponga tiesa, ¿eh?”

Cristina respondió “Sí, amo”, puso música, y comenzó a bailar sensualmente. Movía sus caderas al ritmo de la música, dejando que la falda cayera poco a poco. Después desabrochó su corsé, cuerda a cuerda, agachándose para que la cámara recogiera el momento exacto en que dejaba libres sus pechos. Cuando se giró para mostrar su trasero varios usuarios comentaron que aún tenía las nalgas rojas de la sesión anterior.

Tras el striptease, el amo le ordenó que se masturbara con el consolador más grande que tuviera. Cris cogió el consolador anal para tal fin. Estuvo un buen rato usándolo, mientras sus suspiros llenaban la habitación.

—Amo, ¿me permite correrme?

“Claro que sí, zorra, quiero verte gemir como una cerda!”

En el chat hubo varios comentarios desaprobando la orden. Cristina no le dio tiempo al amo a reconsiderarla: usando el aparato se masturbó rápidamente, alcanzando el orgasmo que le había sido negado durante días. Sintió que perdía la respiración, y un gemido largo y potente escapó de su garganta. La chica se arqueó hacia atrás, penetrándose con todas sus fuerzas, mientras los espasmos se sucedían uno tras otro.

Jadeante, la chica se sacó el aparato y miró al ordenador esperando más órdenes.

“Vuelve a hacerlo”.

El resto de la sesión no fue interesante: el amo de ese día no era muy imaginativo. Le hizo masturbarse una y otra vez con ambos consoladores, luego usar el pequeño encendido mientras hacía una felación al plug anal. En un momento le hizo ponerse pinzas -¡sorpresa!- en los pezones.

Pero para Cristina fue un gran descanso, ya que pudo tener varios orgasmos y no tuvo que castigarse ninguna vez.

Al acabar el show, abrió de nuevo la subasta para ser sometida al día siguiente. El ganador le envió en seguida un mensaje privado con un pdf adjunto. El mensaje decía:

“Llevo preparando esto días. Tienes todo lo que necesitas, sólo te harán falta unas velas finas. Cómpralas mañana.”

Como siempre, Cristina respondió “Sí, amo”.

20 de Agosto

Cristina repasó el sistema una vez más. Era como una máquina loca destinada al sadomaso. En el centro de la habitación había colocado una barra de hacer dominadas que había tomado prestada a su padre. En cada extremo de ésta colgaba una cadena, preparada para atarse las muñecas con las argollas de cuerda. Del techo colgaban cuatro botellas pequeñas de agua -como las que había usado las otras veces para torturarse-, suspendidas con hilos de nylon.

Pero éstos hilos pasaban a través de una alcayata que, a modo de polea, los redirigía a una mesita tras la barra -que estaría a la espalda de la sumisa-. Sujetas a alturas diferentes, los hilos quedaban tensos junto a unas finas velas.

El aparato era sencillo y cruel: La sumisa encendería las velas, se ataría las botellas con unos hilos que pasarían por la alcayata a los pezones -sin pinzas, directamente un nudo sobre el pezón erecto-. Cuando la llama alcanzase los hilos, los cortaría uno a uno. La botella caería casi un metro y quedaría suspendida de nuevo atada a uno de los pezones de la esclava.

El secreto estaba en que la esclava nunca sabría cuándo iba a caer una botella.

Cuando se conectó y su amo dio la orden, la esclava explicó en qué consistía el invento. La gente aplaudió la crueldad y perversión de su amo. Delante de la cámara, la sumisa estimuló sus pezones y los ató hábilmente con dos pequeños lazos hechos con hilo resistente.

“Colócate el vibrador pequeño encendido a velocidad mínima. Después procede.”

Cristina hizo como le ordenaron. Ese vibrador, puesto al mínimo, no era normalmente suficiente para provocar un orgasmo, pero sí como para mantenerla caliente a más no poder. Encendió las velas de la mesa, y bajo la barra ató los hilos que iban a las botellas a los que le colgaban de los pezones. Ya estaba todo preparado.

“Átate.”

La esclava subió las manos y enganchó a ambas muñequeras a las cadenas que colgaban de la barra. Los minutos pasaban muy lentamente, ¿Cuánto tardaría en caer la primera botella? La joven se estremeció. Esta vez no era una botella por pecho, ¡eran dos!. Además, al no usar pinzas, no tenía la posibilidad de que un hilo se soltara por el tirón. Tendría que aguantar durante una hora y tres cuartos esa tortura.

La chica gimió ante la continua vibración sobre su vulva y sobre el clítoris. Miró la pantalla del ordenador frente a ella. Su amo no decía nada. El público estaba montando una porra sobre el minuto en que caería cada botella.

Casi pasaron quince minutos sin que ocurriera nada. Cristina temblaba ligeramente, la excitación ante lo inminente. El vibrador no ayudaba tampoco, haciendo que ella casi deseara que la trampa funcionara para sentir algo más intenso que el pequeño aparato.

Entonces sintió un movimiento, y como si el mundo se hubiese ralentizado, vio caer la primera botella. No le dio tiempo a prepararse ante el súbito ataque cuando sintió un gran tirón en su pecho derecho. Cristina gritó por el dolor y se arqueó hacia atrás, buscando instintivamente alzarse para evitar el castigo. El dolor duró mucho tiempo, era más intenso que las pinzas. Ahora su pecho derecho se alzaba más que el izquierdo, izado por el casi invisible hilo.

Cuando Cris logró calmarse y controlar el dolor, la segunda botella cayó, quedando colgada también del pezón derecho de la chica. Se mordió un labio, ahogando el grito cuanto pudo. Pero, entre el sufrimiento, empezó excitarse. La vibración del aparato, unida al morbo de ser observada, la hizo gemir, pero no por el dolor.

Pasó así mucho tiempo. Deseaba poder librarse de sus ataduras para poder cortar el hilo atado a sus pechos. Pero más, que eso, quería poder aumentar la velocidad del aparato. 10 minutos, nada ocurría. 15, 20... el tiempo pasaba lentamente, y ninguna botella caía. De pronto notó el súbito movimiento en el juego de hilos. Cristina cerró los ojos con fuerza preparándose para el doloroso tirón... y éste no llegó.

La botella había caído unos centímetros, pero había quedado colgando de otro hilo. Probablemente se habían liado. Cristina sintió su corazón desbocarse. Eso significaba que, en algún momento, caerían las dos botellas que quedaban a la vez.

5, 10 minutos pasaron... y las dos botellas cayeron de golpe. Cristina sintió cómo el nudo de su pezón se cerraba con fuerza ante el tirón. Gritó y sin poder evitarlo, se libró de las ataduras de sus manos y cogió los hilos para aliviar la presión.

“No te los quites.”

—Amo, duele mucho.

“Y también estás cachonda, ¿verdad esclava?”

Cristina asintió a la cámara.

“Lo has hecho bien. Aumenta la velocidad del consolador al máximo y vuelve a atarte las muñecas. Te quedan 20 minutos para disfrutar.”

La esclava hizo lo ordenado. Soltó poco a poco los hilos y las botellas quedaron colgando de sus pechos. Después aumentó la velocidad al máximo y volvió a atarse.

En menos de dos minutos tuvo su primer orgasmo.

21 de Agosto

Cristina se preparó para el último día del show. El ganador de la puja para ser su amo durante tres horas había desbancado a todos los rivales ofreciendo una gran cantidad de dinero. Al ser declarado ganador de la puja, envió un mensaje a Miss Jana:

“Mañana te haré una oferta y te pondré una prueba, Jana. Lo que hagas después es decisión tuya.”

La joven no sabía qué esperar. ¿Una oferta?¿De qué podía tratarse? Se conectó y esperó a su amo. Los visitantes del canal estaban impacientes. En general las pruebas y torturas a Miss Jana habían ido en aumento día tras día. ¿Qué prepararía su amo para esta última sesión? La imaginación volaba entre los presentes.

El amo se conectó. Usaba como nick Master_JoMa.

—Saludos amo, hoy soy su esclava durante tres horas. ¿Qué desea hacer?

Master Joma no se demoró en responder.

“Te voy a hacer una oferta, Jana. Hasta ahora has satisfecho tus fantasías en esta web. Pero ésto no es suficiente para ti, ¿verdad? Deseas más.

Te ofrezco ser tu amo, te ofrezco hacer realidad todas tus fantasías, y tener sensaciones que ni siquiera habías imaginado. Si la aceptas, contactaré contigo y podrás conocerme en persona. Si aceptas, deberás cumplir esta orden:”

La gente en el canal alucinó con la oferta. Cristina se sintió muy atraída por la idea, pero, ¿qué orden iba a darle?

“Quédate frente a la cámara sentada y no hagas nada.”

Cristina se quedó alucinada ante la orden.

—¿No desea usted que haga algo, amo?

“No. Es una prueba de obediencia. Si la pasas, me pondré en contacto contigo para pasar a la siguiente fase.”

Los visitantes del canal empezaron a protestar. Querían ver espectáculo. Cristina se debatió entre qué debía hacer. Pero a fin de cuentas, su amo había pagado bastante para disfrutar de ella. Y si su orden era no hacer nada, ¿por qué no iba a cumplirla?

La esclava se acomodó en la silla y se quedó quieta. Le esperaban tres horas de hacer... nada.

Además, si no probaba suerte a ver si Master_JoMa hablaba en serio o no, iba a arrepentirse el resto de su vida.

El tiempo pasó muy lentamente. Los visitantes abandonaron su canal, excepto su amo y unos pocos más. A las tres horas exactas, Cristina recibió un mensaje:

“¿Eres de Barcelona, verdad? Lo comentaste hace tiempo. Nos encontraremos en el bar 'Teide' en las Ramblas. Seré el único hombre con traje y corbata del sitio y estaré leyendo una novela. Mañana a las tres de la tarde. ¿Entendido?”

Cristina no dudó en su respuesta.

“Sí, amo.”

La joven cerró el ordenador y fue a darse una ducha. Estaba expectante ante la cita a ciegas mañana. Tomaría un par de precauciones -como decirle a una amiga parte de la verdad de la cita-, pero acudiría. Tenía que ver al tal Master JoMa y ver que no era todo una broma.

Al día siguiente, Cristina llegó al bar en cuestión. Llevaba el pelo recogido en una coleta para asegurarse de que no la reconocía, y vestía un sencillo vestido de verano, de color verde claro. Llegó pronto, así que se sentó en la barra a beber algo. Observó a todos los presentes, pero no había nadie que vistiera traje y corbata.

Al cabo de un rato entró un hombre. Era alto y de espalda ancha, debía rondar casi treinta años. Tenía el pelo marrón oscuro, peinado hacia atrás y recogido en una coleta. Vestía camisa blanca y llevaba corbata, aunque se había quitado la cazadora americana y la llevaba en el brazo. Era evidente que era un hombre que frecuentaba el gimnasio, aunque no era especialmente musculoso. Fue a la barra, cerca de Cristina, casi sin mirarla.

—Una caña y un pincho de tortilla, por favor.

Después se sentó en una mesa y sacó una novela de Stephen King. Cristina lo miró un rato. Tenía que ser él, casi seguro. Y si lo era, desde luego no parecía un bromista. La chica se levantó y se acercó a él.

—Perdona -dijo Cristina, él levantó la vista- ¿tú eres Joma?

El hombre la miró y sonrió.

—Sí. Entonces tú eres Jana. Siéntate por favor.

Cristina se sentó. El hombre la invitó a una cerveza.

—No creí que vinieras, Jana.

—Ni yo creí que fuera en serio. Por cierto, me llamo Cristina.

—Encantado Cristina, me llamo Jose Manuel. Josema va bien.

—Jose Manuel... Master Joma, ya lo entiendo.

El camarero les trajo las bebidas. Cristina abordó el asunto.

—Entonces, ¿qué tienes que proponerme?

—Creo que ya te lo imaginas. Te has entregado tú sola a unas cuantas personas desconocidas a través de Internet. Y a castigos duros, debo decir. -Dijo Josema

—Sí.

—Yo tengo mucha experiencia como amo, desde que era más joven que tú. Quiero que seas mi esclava, Cristina.

Cristina bebió un largo trago de cerveza para pensar qué responder. Desde luego no es común que alguien te ofrezca -o te pida- algo así sin conocerte.

—¿No se supone que estas cosas empiezan con una relación de confianza y tal?

—Hombre, sí -rió Josema- pero a ti te van las experiencias fuertes. ¿No es cierto?

—Pero no voy a dejar que un completo desconocido me ate y abuse de mí. No estoy loca.

—Pequeña, una relación amo-esclava va mucho más allá del bondage y el sadomasoquismo.

Josema se calló para comer algo de las tapas. Cristina lo miró esperando que acabara su explicación.

—La obediencia, Cristina. Esa es la mayor virtud de una buena esclava. Y tú has demostrado tenerla y disfrutarla. Por eso te contacté.

—Pero volvemos al mismo problema -replicó Cristina- no voy a entregarme a un completo desconocido.

—Y yo no voy a obligarte a hacer nada que no quieras, Cristina. No al principio, pero poco a poco iremos superando tus límites. Disfrutarás de cosas que ni siquiera has imaginado todavía. Los chavales que pagaron para dominarte son solo unos sadistas que disfrutaban haciéndote sufrir. Yo te haré disfrutar de cada segundo que seas mi sumisa. Y te recompensaré cada vez que lo hagas bien.

Cristina se removió en la silla, sintiendo la excitación crecer en ella. Lo que Josema le estaba proponiendo era algo con lo que ella siempre había fantaseado: un amo de verdad, alguien que la hiciera experimentar cosas que ella misma no se atrevía a probar. Josema notó su inquietud.

—Cristina, ¿qué dices?

La chica no respondió.

—Hagamos una cosa. Voy a ir a pagar. Mientras lo hago podrás decidirte. Si no quieres hacerlo, vete. No volverás a verme. Si quieres aceptar ser mi esclava, ve al baño, quítate las bragas y, cuando vuelvas, mételas en mi bolsillo.

—¿Qué? -preguntó Cristina, un tanto sobresaltada.

Josema no respondió. Se levantó y fue a la barra a pagar. Cristina se quedó inmóvil unos segundos, pensando bien lo que iba a hacer. Sacó su móvil y envió un mensaje a su amiga diciéndole “Todo va bien”. Después fue a los servicios.

Cuando salió Josema estaba guardando su cartera. En un rápido movimiento metió lo que su amo le había pedido en su bolsillo. Josema la miró y sonrió.

—Sígueme.

El amo salió del bar, seguido por su nueva esclava, que se estremecía al sentirse expuesta bajo su escueto vestido. 

(10,00)