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Como una madre con su hijo
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Verán, mi nombre es Azucena, y soy cinco años mayor que mi hermano Roberto.

Ahora he cumplido los treinta y seis y él los treinta y uno.

Por esa diferencia de edad, él ha sido desde muy pequeño, al estar nuestra difunta madre siempre enferma, una especie de hijito para mí.

Yo lo lavaba, bañaba cuando era un niño y cuidaba siempre de él, riñéndole por sus travesuras y tomándole las lecciones.

Un mal día me case con Ambrosio, mi difunto marido, que era mucho mayor que yo, el cual me dio muy mala vida y no me proporciono al ser homosexual, según me entere muchos años después, ni los hijos que deseaba, ni tan siquiera la relación marital a las que aspiraba cuando me llevo al altar siendo virgen.

Mi hermano siempre me ha visto como una "tía buena" o una "mujer cañón".

Yo soy muy crítica conmigo misma y aparte de monilla, quiero facilitaros mis medidas que son: 100 de busto, 65 de cintura y 98 de caderas, para que saquéis vuestras conclusiones y juzguéis si soy un monumento de mujer o una más, corriente y del montón.

Un poco tetuda sí que me veía, pero aunque siempre quise reducirme el volumen de mis mamas, al ver que a Roberto le gustan las tetas cuanto más grandes mejor, no quiero ya ni hablar de entrar al quirófano y me veo más sexy que nunca.

Ya veis también que por tener 1,79 centímetros de estatura, soy una mujer alta y por cierto, me siendo muy orgullosa, cuando oigo de labios de algunas personas, que desconocen nuestro parentesco, que Roberto y yo formamos una buena pareja.

El caso es que quede viuda y por la terrible y larga enfermedad de mi marido, las deudas nos asfixiaron y me quede sola y sin recursos económicos.

No tenía para subsistir más que una modesta pensión de viudedad; que me dejo mi difunto al ser autónomo y tener la mínima cotización, durante su vida laboral.

Yo no trabajaba, pues siempre fui por deseo de mi difunto, ama de casa.

Por esa razón le comente a Roberto un día mi difícil solución y él me pidió que me fuera a vivir a su piso, pues era soltero, aunque un ligón, y necesitaba sentar cabeza teniendo a una mujer como yo a su lado.

Cuando fui a su hogar Roberto me instalo en el dormitorio contiguo al suyo.

Yo me convertí en la ama de casa, que mi hermano siempre quiso tener a su lado, cuando se casara, echo que se prorrogaba indefinidamente sin que encontrar a su "media naranja".

Cuando yo tome posesión de mi rol de dueña y señora mi hermano despidió a Fátima, su criada a la que de vez en cuando echaba un "polvete", pero que dejando aparte el que follase bien, al parecer era muy vaga y ladrona, pues le sisaba en las compras, amparándose en que era de alguna manera su amante doméstica, cuando no podía traerse alguna amiguita para que compartiera su cama y satisficiera sus necesidades sexuales.

Mi hermano me confeso una noche en que los dos estábamos muy abrazados y excitados, dándonos besitos en los labios y caricias más que prohibidas para dos hermanos normales, que se sienten muy feliz tras nuestro reencuentro, que se produjo varios años después de que yo me fuera a vivir con mi marido a Madrid, mientras que Roberto no se movió de Zaragoza.

Debo aclarar que me halago que Roberto al verme y después de darme una afectiva bienvenida a su casa, me dijera que me veía más madura como mujer, aunque reconocía que mi cuerpo tenía unas curvas más apetitosas que las que poseía siendo una adolescente.

Yo coqueta y provocativa, consciente de que lo excitaba, caminaba con autoridad por su casa, con un maravilloso porte de señora y luciendo mis bonitas piernas, que le excitaban, y que a veces cruzaba descuidadamente mostrándole la braguita, que a duras penas tapaba él triangulo de mi feminidad, poniéndosela muy tiesa, aunque el pobrecillo se empeñara en disimular sus erecciones.

Yo también me enamore como una tonta de Roberto, e imagine que follábamos juntos y más de alguna braga moje pensando en él, y alguna que otra vez metí mis dedos en la conchita vaginal para consolarme de las calenturas, que el bueno de mi hermano me producía.

Una noche decidí jugarme el todo por él todo y le serví en la cena copiosa un buen vino, en el que eche unos polvos de cantárida, que excitaban al hombre o a la mujer que los tomase, hasta extremos insospechados.

Sin pensármelo dos veces yo también me serví otro vaso con esos polvos.

-Oye Roberto ¿podrías ayudarme después de cenar a afeitarme mi chochin? Él se quedó estupefacto.

Me miro a los ojos con deseo, pues el afrodisíaco hacia su efecto y note mi clítoris erguido, saliéndose de su capucha por la excitación y me encontré con la vulva chorreante de caldos.

– Bueno, ¿No puedo cortarte? – Si no te importa usaremos tus viejas cuchillas de afeitar, cariño.

Terminamos de comernos el postre y sin quitar ni la mesa, él me siguió como un corderillo.

Fuimos al cuarto de baño, y me lave el chumino para que estuviera bien limpio, pues no quería que por un mal olor pudiera perder mi hermano Roberto, ese deseo que se veía con solo mirarle la bragueta del pijama, con su verga grandísima a punto de salir al exterior, cosa que me hubiera encantado.

Me recree tocándome el chichi y después sin secármelo me senté en una banqueta, desnuda de cintura para abajo, sin falda, ni braga.

Ahí delante de él abrí los muslos, para exhibir ante mi hermano mi sexo, rojo como si estuviera irritado.

Roberto me dio jabón que extendió luego con sus dedos torpes y rozo como sin querer, o tal vez a idea mis labios mayores.

Con nerviosismos mi hermano metió su cabeza entre mis muslos y con cuidado para no cortarme, me fue afeitando el vello que crecía en torno a mi raja.

Sudaba copiosamente y su aliento me daba en la vulva ofrecida, hambrienta.

– ¿No eres mayor Azucena, para afeitarme el chorrete, como si fueras una niña impúber? – Lo hago por higiene.

Si, Roberto, sigue así, porque te vas a convertir desde hoy en mi peluquero vaginal preferido; ya que hasta ahora yo me hacía mucho daño al quitarme los pelos y algún cortecillo que otro siempre me hacía en el chocho, y tú no sabes lo doloroso que es eso, querido hermanito.

Cuando note que mi concha estaba limpia, me quito mi hermano los restos del jabón y me lavo la chirla con agua.

Como observe que estaba tan excitado le pedí, casi le rogué con vocecita de niña cursi, que me chupara mi conejito, porque la saliva cauterizaba.

Él no se hizo rogar, saco la lengua y pego su rostro a mi entrepierna, poniendo su boca en mi vulva viscosa.

Succiono mis labios mayores y me lamió hasta el ano.

Al verlo tan empalmado, yo le toque el miembro con delicadeza.

Roberto saboreaba mi higo, disfrutando del jugo espeso y licoroso, que destilaba.

Sigue succionando y yo no podía resistir el deseo de ser follada por Roberto.

La cantárida nos desinhibió totalmente a ambos, pero especialmente a mí, que me porte obscenamente cuando su lengua iba y venía como un pincel, por mis labios mayores; Mientras que yo me acariciaba los pechos y tiraba sin saber qué hacía, presa de la lujuria más frenética de mis pezones.

Cuando se inclinó sobre mí y me magreo los senos, besándome al mismo tiempo en la boca, no pude resistirlo más y deje que me penetrara con su verga tiesa.

Mi pussy estaba repleto de su picha, llegándome hasta el fondo.

Él me dijo que mi vagina era la ideal para joder y que mis paredes interiores se separaban lo suficiente, a su juicio de hombre follador, para dejarle sitio a su cipote.

Sacudí mi culo por culpa de los espasmos, que los orgasmos que tuve me causaron, cuando él al fin eyaculó dentro de mí.

Goce lo máximo que recordaba en mi vida y agotadísima por nuestras copulas salvajes, me abrace al y le di un montón de besos y las gracias por hacerme sentir tanto gusto.

Nos fuimos a la ducha y nos dejamos rociar por la lluvia pulverizada que nos quitó el fuego exterior que hacia arder a nuestros cuerpos.

Le masajeé el glande y los testículos a Roberto, sin olvidarme de sobar su bajo vientre y esas nalgas prietas que me volvían loca, apretarlas.

Ya no disimulamos y somos pareja.

Nos amamos a todas las horas, siempre que estamos juntos y Roberto, mi hermano, me ha prometido que jamás se casara, porque yo soy su mujer y sabe por experiencia, después de joder a muchas hembras, que yo soy la única que puede darle el goce que durante tantos años estuvo buscando en cientos de coños y que yo le ofrecí generoso, sin salir de su propia casa.

Por esta felicidad que siento al ser su amada, me he animado a relatar mi experiencia incestuosa.

Para nada estoy arrepentida.

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