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Vas a ser mi putita

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Laura estiró los brazos hasta que sintió crujir la columna; estaba totalmente entumecida tras pasarse todo el día inclinada sobre la mesa, dibujando. Por suerte le quedaba poco para acabar con sus encargos y disfrutar del fin de semana.

-"Además el sábado es un día especial."  - pensó, con una sonrisa pícara.

Llevaba tiempo flirteando con Héctor a través de una red social y en sus últimos mensajes había quedado bastante claro que ninguno de los dos tenía suficiente con un simple flirteo. Tras una serie de conversaciones a cual más encendida ese fin de semana habían prometido saciar el hambre mutua que se tenían. Él le había hecho otra promesa, que antes de que ese día llegase le iba a a dar una sorpresa, pero se negaba a revelar ningún detalle.

Intrigada decidió conectarse antes de irse a dormir con el fin de sonsacarle algo pero no parecía estar online; el único rastro suyo que encontró fue un enlace que le había pasado a una página sobre leyendas urbanas. En el artículo hablaban de un íncubo que se colaba por las noches en los dormitorios y abusaba de las mujeres incautas. Para invocarlo solo había que dejar una vela encendida frente a una ventana entreabierta en una noche de luna llena.

Laura desconectó el ordenador, se asomó a la ventana y un relámpago recortó su silueta. Solía dormir solo en braguitas pero últimamente hacía tanto frío que apenas salía del pijama. A pesar de ello se podía percibir a través de él sus voluptuosas curvas por las que más de un hombre habría matado. Al otro lado del cristal, como venía siendo habitual, era una noche oscura, gélida y lluviosa, pero tras las tenebrosas nubes se podía vislumbrar que la luna estaba llena. No pudo evitar acordarse de la historia y una cálida sensación invadió su cuerpo. No le hacía mucha gracia abrir la ventana con este tiempo pero se sentía juguetona y deseosa de fantasear, así que siguió el ritual antes de irse a la cama.

-"Quien sabe, quizás el fantasma inspire así algún que otro sueño" -pensó sonriente mientras se metía entre las sabanas

Un ruido la despertó a media noche.

Reparó primero en que estaba bocabajo y desnuda de cintura para abajo. Al intentar taparse se dio cuenta de que sus manos estaban sujetas con algo duro y frío, aparentemente una cadena. Cuando intentó gritar se percató de que estaba amordazada. Un par de manos separaron firmemente sus piernas. Y entonces lo sintió. Caliente. Duro. Mas de lo que podía imaginar. Un candente ariete estaba situado contra su coñito. Y con un fuerte empujón se coló en su interior.

El grito de Laura se ahogó en la mordaza. Tardó unos segundos en dejar de sollozar y recuperar la respiración. Fue entonces, en cuanto dejó de dolerle, cuando apreció que estaba llena como nunca antes había estado. La gruesa barra de carne separaba cruelmente las paredes de su coño, haciéndola sentirse como si estuviese borracha. Apenas podía respirar de la impresión que le provocaba. Y entonces empezó a moverse.

Con un rápido tirón hacia atrás la invisible verga salió casi por completo, dejando en ella durante un segundo una sensación de vacío, de pérdida, pero antes de que pudiese procesarlo se volvió a hundir profunda y rápidamente dentro suyo. Notaba como sus labios vaginales habían sido contraídos hacia dentro en un vano intento de amortiguar el ataque invasor, como su coñito aún intentaba adaptarse a semejante tamaño. Para su sorpresa su clítoris se hallaba duro como uno piedra y sus pezones se habían alzado tanto que podrían haber atravesado la cama. A su pesar se humedeció por completo. Cuando el dueño del miembro asaltante percibió la chorreante reacción que había provocado empezó a bombear.

Al principio lo hacía despacio, asegurándose de que pudiese sentir todos y cada uno de los centímetros de su verga, pero poco a poco fue incrementando su velocidad de forma despiadada. En apenas un par de minutos estaba penetrándola furiosamente y la habitación se vio inundada de sonidos: el chapoteo de aquella polla en su encharcado coño, su acelerada y dificultosa respiración, el golpeteo de una pelvis contra su redondo culo y el crujir del somier. Su invisible amante la follaba con tanta rabia que después de cada embestida rebotaba en el colchón y su pelvis se elevaba… sólo para ser atrapada en el aire por otra potente acometida que la estrellaba de nuevo contra la cama.

En cualquier otra circunstancia habría temido que el somier se rompiera pero ahora mismo en su cabeza solo cabía el cúmulo de sensaciones a las que estaba sometida. Notó como se acercaba al clímax y su coñito empezó a estrecharse en una serie de espasmos a los que su asaltante respondió azotando sus nalgas con cada acometida. La sensación de sumisión total hizo que todo su cuerpo se estremeciese y que se corriese de tal manera que quedó desfallecida, pero eso no pareció bastar a su violador quien seguía bombeándola sin descanso, sin dejar de azotarla.

Empapada en sudor su tortura siguió durante interminables minutos, y la mezcla de dolor y placer la estaba empujando de nuevo al límite. Fue entonces cuando el invisible miembro empezó a follarla mas fuerte hasta que finalmente estalló en su interior, en un orgasmo mutuo. Durante unos segundos pudo recuperar el aliento mientras notaba el jadeante peso  de un hombre sobre su espalda. Pero el descanso duró poco.

El desconocido salió de su interior, dejándola como si le faltase algo, y se levantó de la cama. Cuando vio que estaba soltando sus cadenas se planteó un intento de fuga, pero estaba demasiado cansada y, aunque le costaba reconocerlo, había sido uno de los mejores polvos de su vida. Ajeno a su lucha interna, la figura invisible volvió a subirse a la cama, le dio la vuelta, agarró sus piernas por los tobillos, las abrió y las levantó hasta que sus rodillas chocaron con sus enormes tetas. Notó entonces como el ariete de carne, increíblemente aún duro, volvía a colarse en su coñito y empezaba a follarla. Una mano empezó a pellizcarle fuertemente un pezón, haciéndola gemir, y una lengua se coló en su boca.

Después de varios minutos en esa posición se sentía como una masa de carne con un agujero, como si su existencia se limitase a la de un chochito, siempre dispuesto a ser follado. Dejó de perder la cuenta de los orgasmos que se sucedieron ante el inagotable bombeo de su fantasma violador. Pasada una eternidad de placer la misteriosa polla empezó a ensancharse en su interior, a volverse mas dura y mas caliente, signo inequívoco de que se iba a correr. Su chochito estaba hinchado, chorreante y expectante, así que cuando finalmente la inundó con su semen se corrió en un orgasmo tan fuerte como si la hubiese impactado una descarga eléctrica.

El espectro permaneció dentro suyo durante unos segundos, asegurándose de que su corrida se le quedase bien adentro, hasta que finalmente descorchó su enorme polla de su ya dolorido coñito. Pero nuevamente parecía seguir insatisfecho y movió su casi inerte cuerpo al borde de la cama, le quitó la mordaza y presionó el turgente miembro contra sus mórbidos labios hasta que consiguió que abriese la boca. Laura trató de hacerle una mamada pero estaba demasiado agotada para que quedase en poco más que una torpe tentativa. Sin embargo a él no pareció importarle ya que cogió su cabeza con ambas manos y empezó a moverla fuertemente mientras embestía hasta su garganta. Estaba literalmente follándose su boca.

Por algún motivo el que la tratase así la excitaba por completo y cuando el desconocido empezó a pellizcarle los pezones no pudo evitar correrse una última vez. El follador sin nombre incrementó entonces la fuerza de sus embestidas hasta que se corrió en su garganta y la dejó allí, bien metida en su boca, hasta que se vio obligada a tragarse como pudo toda su corrida.

Laura estaba al borde del más gozoso desmayo cuando la gruesa polla salió de su boca. Justo antes de que cayera en brazos de Morfeo una conocida voz susurró en su oído.

-“Vas a ser mi putita”

Era sábado cuando picaron a la puerta de Héctor. Cuando abrió la puerta se encontró con Laura, vestida con una gabardina y una mirada de lujuria desinhibida. Laura abrió la gabardina, mostró su cuerpo desnudo y susurró con voz ronca de deseo

-“Voy a ser tu putita”

Héctor la dejó pasar con una sonrisa obscena y cerró la puerta detrás suyo. Iba a ser una tarde divertida.

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