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02- Gordos De Cabotaje (1)

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CAPÍTULO I: NUEVAS EXPERIENCIAS

Cronológicamente, este relato sucedió dos años después de mi historia con el profesor de inglés.

El año anterior había cursado quinto grado de la secundaria y las únicas materias que había aprobado en los exámenes de diciembre eran las matemáticas y en forma paradójica, el inglés. Absolutamente todas las demás me las había llevado para febrero: literatura, historia, italiano, etc.

Obviamente, todo se debía a que tenía algunos problemas en casa.

Mi padre había emigrado a la Argentina en busca de nuevas fuentes de trabajo, y yo estaba en la encrucijada entre seguir estudiando o irme a ayudarlo en su búsqueda.

Mi madre aún estaba aquí, y vivíamos junto a mi hermano menor.

Pasé todo el verano estudiando para los exámenes y de pronto cayó el ultimátum.

O apruebas todos los exámenes o te vienes para acá. Ya conseguí trabajo y estamos necesitando gente de confianza —me dijo mi padre en una de las charlas telefónicas que mantuvimos en los últimos días de enero.

Unos amigos suyos le habían recomendado a alguien conocido que vivía en la vecina orilla; él tomó la determinación de viajar a Buenos Aires, conocerlo y finalmente decidió a asociarse con él, y juntos habían puesto una empresa de distribución de prendas de vestir casual, jeans, camisas, camperas, etc. Ahora, la idea era abrir un comercio de venta al público con los mismos artículos, y era allí donde se necesitaba de mis servicios.

Después de casi un año de no verlo, ese lunes vendría a visitarnos junto a su socio, y coincidía en que ese mismo día tenía el examen de historia que me iba a tener ocupado toda la mañana.

Una vez finalizada mi prueba, no me pareció que hubiera tenido un mal desempeño en el escrito, y me quedé bastante satisfecho con el oral. Pero nunca supe si había aprobado ese examen.

De camino a mi casa en el autobús, llevaba la excitación propia de un hijo en reencontrarse con su padre después de mucho tiempo sin verse. Eran las 2.30 pm, y ya debería haber llegado en el vuelo de mediodía.

Una vez que entré a casa, escuché movimientos en el comedor; noté que ya habían comenzado a almorzar, y vi a mi padre que se levantaba de la mesa y venía a mi encuentro para fundimos en un abrazo.

Fue en ese preciso instante que vi a su socio que se levantaba de la mesa para acercarse a saludarme. Se me abrieron los ojos de par en par.

Si tuviera que compararlo hoy con alguien conocido, debo hacer referencia a la imagen de John Goodman tal como aparece en la película "Aracnofobia", exactamente igual, hasta con los anteojos muy parecidos, pero bastante más peludo. Gordo, rechoncho, pero no obeso; de unos 135 a 140 kilos y 180 cms de altura. Tendría aproximadamente entre 35 y 38 años. Cachetes grandes, al igual que el resto. Los anteojos le daban un toque distinto, sensual, ocultando a medias esos ojos que se empequeñecían por las abultadas mejillas, y por su sonrisa espontánea. Pechos gigantes ocultos por su camisa de manga corta que permitían ver abundante vello por doquier. Brazos fuertes e igualmente peludos, y manos y dedos generosos. El punto más alto era su enorme trasero, al igual que sus muslos y piernas, que podía intuir gracias a que vestía un par de pantalones que le quedaban bastante ajustados desde el abdomen hasta los tobillos.

Hijo! Te presento a Arturo, mi socio —dijo mi padre—. Él me ayudó desde el primer día en que pisé la Buenos Aires y le voy a estar eternamente agradecido por todo lo que hizo y está haciendo por nosotros.

Fue en ese momento en el que nos estrechamos la mano, que sentí otra vez ese calor intenso con el contacto que me era conocido. Para ser realmente sincero, nunca me habían atraído los osos, a no ser que superaran con creces esos 140 kilos; pero era extraño, porque de repente sentí por él esa misma atracción que siempre sentía por los obesos.

Cruzamos las miradas por unos instantes.

Mucho gusto... —dijo finalmente—... espero que ya hayas decidido ir a ayudarnos, porque tu padre me había hablado muy bien de ti; ya tenía un muy buen concepto tuyo, pero ahora que te conozco en persona, me caes aún mejor.

Me sorprendió sobremanera su facilidad para ir al grano en forma tan directa.

Mi madre me sirvió el almuerzo, y mientras ellos terminaban su comida, Arturo no dejaba de preguntarme cosas.

—De qué materia era el examen que has dado hoy?

Cómo te ha ido con él?

Cuándo tienes el siguiente?

Cómo vas con las matemáticas? Porque puede que necesitemos ayuda con los números en el nueva empresa.

Contesté todas esa preguntas sin inconvenientes, hasta que hizo la siguiente.

Tienes novia? —preguntó como al pasar.

Cómo? —dije sin ocultar mi sorpresa.

Casi me atraganto. Y aunque su pregunta me descolocó, le contesté en forma negativa.

Vas de putas? —repreguntó y me dejó boquiabierta.

Ir de putas significa levantar prostitutas en la calle, o bien usar los servicios de aquellas en los prostíbulos.

Mi madre se quedó petrificada, y miró espantada a mi padre, que le hacía gestos con la mano como restando importancia al hecho. De todas formas notaba una sonrisa nerviosa en mi progenitor.

Pasado el asombro, le contesté que no y comencé a hacerle preguntas yo, para averiguar más de él.

Quería lo más posible de él: si vivía sólo, si era casado, si tenía novia...

Me contestó bastante entusiasmado: que vivía con sus padres; que se había casado una vez, pero que no había dado resultado.

Todas las mujeres son... —comentó y se interrumpió de repente, finalizando con un...— ...iguales.

Luego de intercambiar miradas con mi madre, yo estaba cien por ciento seguro que "iguales" no era la palabra original destinada a finalizar ese comentario.

Mi madre de todos modos se levantó de la mesa, con cara de pocos amigos.

Voy a buscar el postre —informó antes de encaminarse rumbo la cocina.

Apenas ella desapareció del comedor, mi padre le siguió como para intentar darle alguna explicación.

Quedamos a solas; y mientras estaba finalizando mi almuerzo, Arturo se echó un pedo sonoro.

Bueno, alegría! —exclamó, y en lugar de sentir asco, me volvió la sensación de morbosidad que recordaba de mi experiencia anterior, y le sonreí mientras no quitaba mi vista de su humanidad.

Me devolvió la sonrisa, y me guiñó un ojo. Eso me encantaba, porque significaba que estaba creando algún grado de complicidad con él, y siempre que lograba eso con cualquier gordo, era como estar en las nubes.

Apareció mi madre trayendo una bandeja con porciones de helado.

Después de finalizar los postres, Arturo pidió echarse a dormir una siesta como era su costumbre, por un par de horas antes de salir con mi papá, ya que habían planeado ir a conocer la ciudad, porque era la primera vez que venía por Montevideo.

Los únicos dormitorios en mi casa eran los de mis padres y el que yo compartía con mi hermano, quien siempre estaba de fiesta cada vez que venía alguien de visita a quedarse a dormir en casa, porque a él le tocaba pasar la noche en el sofá cama de la sala de estar, y no tenía ningún tipo de restricciones para hablar por teléfono todo el tiempo que él quería. Los rezongos venían luego con la cuenta telefónica, pero eso ya era otra historia.

Mi madre le enseñó al gordo el resto de la casa; y al llegar al dormitorio, le explicó que la cama de la derecha era mía, y que él podía usar la contigua que era la de mi hermano.

Yo estaba más excitado que perro con dos colas, porque quería ver a Arturo sin camisa aunque fuera por unos segundos. La sola posibilidad de poder verle esos gigantescos pechos peludos me ponían muy mojado. Fui al baño un par de minutos, y cuando volví al dormitorio, él ya estaba metido en su cama de espaldas a la mía en posición fetal. Mierda, me había perdido de ver su strip tease.

Una sábana cubría su inmensidad. Lo miré y me imaginé metido allí dentro acompañándolo, pegaditos, haciendo alguna chanchada y eso logró excitarme muchísimo. Él se puso boca arriba de repente y preguntó:

Tú no duermes siesta? No quieres acompañarme?

No, tengo que estudiar para el examen de mañana — contesté, dudando si la invitación había sido para acompañarlo en el cuarto en mi propia cama, o compartir la que él estaba ocupando, como yo comenzaba a fantasear.

Tomé un libro que estaba sobre mi mesa de luz, y me retiré cerrando la puerta despacito tras de mí, sin dejar de mirar la cama ocupada por el gordo que volvía a cambiar de posición y ponerse de costado; cuando apenas dos segundos antes de que terminara finalmente de cerrarla, escuché un pedo.

Estuve a punto de volver a abrir la puerta y entrar nuevamente al cuarto; pero me contuve y no lo hice.

Dos horas y media después, mi padre y su socio salieron a hacer un recorrido por la ciudad, e informaron que irían a visitar a sus amigos en común.

Al mismo tiempo, mi madre salió al supermercado, así que por dos horas por lo menos no iba a volver a casa. Mi hermano estaba jugando al fútbol con los amigos desde temprano, y no volvería hasta la noche como lo hacía habitualmente.

Cuando quedé sólo en casa, me ganó la morbosidad, fui corriendo a mi dormitorio y una vez dentro, cerré la puerta con llave. La fantasía que tenía me hizo excitarme en un forma indescriptible. Me quité toda la ropa; abrí la cama donde había estado el cuerpo de Arturo y acaricié allí con un par de dedos, primero; y con toda la palma, después. El solo contacto con esas sábanas que lo habían acariciado a él hacía tan sólo unos pocos minutos, me hizo tener una fuerte erección. Me metí literalmente dentro, aspiré fuerte, y me llamó poderosamente la atención, porque no sentí absolutamente nada. En realidad era muy extraño, porque me acababa de percatar de que tampoco había rastros de transpiración en las sábanas, y ni siquiera estaba tibia, cuando debería. La almohada apenas tenía un par de pelos de él. Pero nada más que eso hubiera hecho sospechar a nadie, que el gordote hubiera dormido por dos horas en esa cama.

Muy a mi pesar, se me bajó la erección.

Desilusionado, y realmente resignado, fui desnudo como estaba, a la sala donde había estado estudiando, tomé el libro y decidí continuar con la tarea acostado en mi cama.

Abrí las sábanas y me senté en el borde del colchón. Noté que estaba húmedo.

Sorprendido, toqué mi almohada y noté que también estaba húmeda y tibia.

Qué carajo...?

Abrí las sábanas, y palpé todo el interior de mi cama. Todo húmedo e igualmente tibio. Indudablemente Arturo había dormido allí, en mi cama!!! Qué hijo de una gran puta!!! Qué tipo perverso! Habrá captado que me atraía? Estaríamos en la misma sintonía?

El pene me comenzó a crecer de una forma vertiginosa. Decidí meterme completamente dentro de las sábanas; y apenas lo hice, sentí algo mojado y pegajoso en el lugar donde había apoyado mis nalgas. Sobresaltado, volví a destaparme, salté de la cama y fui sigilosamente acercándome a donde estaba lo que me había perturbado.

Lo que vi me dejó completamente perplejo y excitado en partes iguales.

El hijo de puta se había masturbado dentro de mi cama, y había vaciado allí todo su esperma. Esto no se hace sin querer. Lo hizo adrede y lo dejó allí para que yo lo viera en algún momento.

Acerqué mi cara al charco de semen. Lo toqué con el dedo y me lo llevé a la boca, y le pasé la lengua muy despacio, hasta estar completamente seguro de que el hacerlo no me iba a causar náuseas. No fue así, por lo que me chupé el dedo hasta dejarlo completamente seco, y fui por más. Agregué más dedos al trabajo. Me los metí en la boca todos juntos, sin dejar de saborearlos. Y después fui directamente a lamer la sábana mojada, hasta que no quedó casi rastros de la chanchada que Arturo había hecho allí.

No pude resistir, y me masturbé.

Mi padre y su socio volvieron a la noche, a tiempo para la cena; pero ya ya había comido algo más temprano y me fui a dormir antes de que ellos llegaran, porque en realidad me tenía que despertar temprano por los exámenes.

Fue inútil conciliar el sueño, por lo que luego de la cena llegó Arturo al dormitorio y encendió la luz.

Era evidente que yo me tenía que haber enterado de lo que había sucedido esa tarde en mi cama, pero ninguno de los dos habló del tema jamás. Yo estaba acostado dando la espalda a la cama vecina donde él estaba en ese momento.

De qué materia es el examen que tienes mañana? —preguntó.

Literatura —contesté, sabiendo con certeza que la pregunta era un mero pretexto para saber si yo aún estaba despierto o ya me habría entregado a los brazos de morfeo.

Pudiste estudiar esta tarde? —quiso averiguar, pero yo estaba muy seguro que él pretendía entablar una conversación muy diferente a la que aparentaba en primera instancia.

Me gustaba su perversidad. Más que eso, en realidad, me excitaba que fuera así de perverso.

Sí —decidí contestar simplemente.

Espero realmente que te vaya bien mañana" —dijo, apagó la luz y crujió la cama contigua, haciéndome adivinar que finalmente se había metido dentro de ella.

Un pedo se oyó en el silencio, pero no me cayó de sorpresa porque ya me estaba acostumbrando a sus irreverencias.

Pasaban los minutos y estaba seguro de que no iba a poder dormir. Disimuladamente giraba la cabeza para ver a Arturo, quien dormía de costado, siempre de espaldas a mi y roncaba como un oso. En una oportunidad, prendí la luz y vi que él estaba totalmente tapado con la sábana excepto su pierna izquierda, que se podía apreciar desde encima de su rodilla hasta el pie.

Me acerqué a ver más de cerca. Una pierna inmensa, extremadamente gruesa, tremendamente gorda y muy peluda. Creí que iba a caer en la tentación de tocar, pero me volví a resistir. No sabía cómo podría reaccionar si de pronto se despertara y me pillara con una mano sobre su pierna.

Miré a Arturo que seguía emitiendo esos ronquidos maravillosos. Adivinaba esos grandes pechos por debajo de la sábana. Ese culo inmenso, redondeado y sus gruesos brazos se delineaban por dentro de la tela humedecida por su transpiración. Otra vez, afloró la excitación.

Apagué la luz, fui al baño y me masturbé.

Cuando volví a mi cuarto a oscuras, no escuché los ronquidos de Arturo.

Fui hasta mi cama y me metí dentro; me sobresalté porque sentí que estaba caliente y de pronto un par de brazos gigantes me atraparon y me arrastraron hasta apretarme contra un cuerpo muy peludo.

Arturo estaba allí y apenas cabíamos ambos en esa cama de una sola plaza .

Una mezcla de placer, excitación y terror me embargó en dosis iguales. Sería redundante explicar las razones del placer y la excitación. El terror radicaba en que esto estaba sucediendo en mi propia casa, a unos pocos pasos de la habitación donde estaban mis padres.

Arturo pareció adivinar mi preocupación, me pidió que le pasara llave a la puerta y que me quitara el slip antes de volver a entrar a la cama.

Obedecí sin poner nada de resistencia. Cuando volví a meterme dentro, volvió a atraparme entre sus fuertes brazos y nuevamente me atrajo hasta tenerme pegado a su pecho desnudo.

No tengas miedo —me susurró al oído—. Sé que te gusta, pero no vamos a hacer nada hoy aquí. Sólo vamos a dormir así abrazaditos, y si quieres franeleamos un poquito. Me gustaría hacer algo más contigo, pero no aquí ni ahora. Debes decidir si te vienes con nosotros a Buenos Aires o te quedas. Me encantaría que tu opción sea la primera. Si decides ir a trabajar con nosotros, tengo muchas cosas que te puedo enseñar. No te confundas, no soy marica, ni me gustan. Soy muy machito. Sólo que me gusta hacer esto muy de vez en cuando, y únicamente con algún amigo discreto. Si tú quieres, podemos ser muy buenos amigos.

Me hizo sentir sus piernas y el resto de su cuerpo junto al mío, y mi piel notó que tampoco llevaba su ropa interior. Sentí como se rozaban nuestros penes erectos, nuestros testículos hirviendo, y yo pensé: "No vamos a hacer nada más que esto??? Qué desperdicio!!!"

Hay algunas reglas que tenemos que cumplir los dos. Reglas que te las iré diciendo de a poco. La primera y la más importante, es que bajo ningún motivo, nadie se tiene que enterar de esto. Si tu padre se entera, creo que me mata. Algún problema, con la primera regla? —continuó, siempre en voz muy baja, como para preservar la intimidad.


—No, en lo absoluto —contesté ahora intrigado y ansioso por conocer cuáles serían las demás reglas.


—Muy bien. Otra regla es que hasta que tú no viajes, no haremos más que esto. Por lo tanto, el abrazo mutuo, las manos en la espalda del otro, para evitar algo más explícito, por llamarlo de algún modo. Sin embargo, podemos explorarnos con muslos y piernas. Estás de acuerdo con la segunda regla?


—Creo que sí. Aunque no estoy seguro de poder cumplirla —dije sin la menor idea de bromear.

Jajajajaja, no te preocupes, que yo te la voy a hacer cumplir, porque no te pienso soltar —dijo, y le creí porque me estaba apretando muy firmemente contra él, lo que me quitaba movilidad y libertad.

Sus muslos me estaban acariciando los genitales en ese momento. Y yo aproveché para hacerle lo mismo a él.

Ambos suspiramos sin poder evitarlo.

La tercera regla y la más importante es que todo lo que hagamos, debe ser simplemente sin sentimientos. No quiero ningún compromiso contigo y no quiero que tú lo tengas conmigo tampoco. Eso quiere decir que no va haber amor entre nosotros, pase lo que pase. Sólo jugueteo, con posibilidad de sexo más adelante. Pero eso es un requisito indispensable, porque no puedo ni quiero que nadie sospeche de esto. Si estás de acuerdo, seguimos, sino, me vuelvo para mi cama. Qué dices?

Estaba todo muy claro. Él no estaba dispuesto a entablar una relación de pareja, y yo la verdad que no la quería con alguien muy conocido de mi padre. Por lo que acepté sin inconvenientes.

Quería simplemente jugar... bueno, juguemos entonces.

No iba a perderme la oportunidad de disfrutar con ese cuerpo inmenso, húmedo, peludo. Si de diversión se trababa, bienvenido. Yo estaba escaso de experiencias y ávido de sexo. Luego de mi debut con el profesor de inglés no había tenido absolutamente ninguna otra relación sexual con nadie. Sólo innumerables pajas me satisfacían el apetito y estaba todo bien, pero siempre aspiraba a más.

Uno de los hobbies que había encontrado, era el de ir a las librerías, hojear revistas de deportes y buscar todo material concerniente a la lucha de sumo, el deporte de obesos semidesnudos. Cuando finalmente encontraba algo de ese material, compraba la revista y me mataba en el baño de mi casa.

En algún momento en la cama con Arturo, me hubiera gustado romper con sus reglas, pero no me dejó y todo transcurrió exactamente como él había dicho. Permanecimos abrazados, refregándonos los genitales, hasta que nos quedamos dormidos.

Ya es la hora! gritó mi padre mientras golpeaba la puerta de mi cuartoVas a llegar tarde para tu examen.

La mierda! dije, despertándome de un sobresalto.

Me vi superado por una oleada de calor, víctima del susto.

Seguíamos abrazados con el gordo dentro de mi cama, y por suerte mi padre ni siquiera había intentado abrir la puerta. Nunca lo había hecho antes, en realidad, pero sólo lo peligroso de la situación fue lo que me atemorizó.

Arturo seguía roncando ajeno a todo.

Le tuve que despertar para que me liberara, porque parecía como si me tuviera apresado bien fuerte con sus enormes brazos.

Buen día! Has dormido bien? preguntó con una sonrisa maliciosa.

—contesté.

Noté que ambos todavía estábamos con algún grado de erección.

Apresúrate, vas a llegar tarde para tu examen me aconsejó— y no quisiera ser el culpable de eso...

No voy a ir a dar mi examen —informé.

Noté un gesto de sorpresa en él mientras bajaba de mi cama e iba a meterse en la que debía haber ocupado toda la noche.

Tras ponerme únicamente los pantalones, salí del dormitorio rumbo a la cocina. Mi padre me estaba preparando el desayuno mientras sorbía una taza de café.

Papi... —le dije—... finalmente no voy a ir a dar ese examen. Estuve pensándolo muy bien durante toda la noche, y tomé la decisión de irme a trabajar con ustedes cuanto antes.

Muy bien, hijo! Decidas lo que decidas siempre va a estar bien para mi.

Estás seguro, papá? pregunté con una sonrisa maliciosa.

Me miró por un instante y soltamos una carcajada cada uno a dúo.

Sin temor a equivocarme, creo que ambos estábamos pensando en cosas diferentes en ese preciso momento.



 

CONTINUARÁ.

(9,60)