Nuevos relatos publicados: 9

Historia en capítulos 19 Pinceladas plásticas

  • 35
  • 10.915
  • 9,80 (20 Val.)
  • 0

Prejuzgo erróneamente a mis amigos, pienso que no se dan cuenta de las cosas pero estoy equivocado, igual que ellos me preocupan a mí, yo les preocupo a ellos. Le cuento a Raúl lo del beso y el muro que Gonzalo levanta después, no le relato lo del accidente de Gonzalo, es propio de su vida íntima y si lo desea ya lo contará él algún día, también lo que pienso de lo que está pasando ahora, que ha vuelto a levantar el muro y que, aparte de aquella pequeña conversación en la clínica no había vuelto a haber ningún tipo de relación.

-¿Y qué pasa con Gonzalo?, ¿le quieres, te has enamorado de él?

-No lo sé Raúl, no lo sé, me atrae, es un chico misterioso y guapo. No tengo las ideas muy claras la verdad, luego hay tanta distancia, está viviendo ahora aquí y parece que está más lejos que antes, siento como si hubiera habido un inicio de fuego que ahora se convierte en humo.

-Pues si lo que buscas es un chico misterioso y guapo, yo puedo reunir las dos virtudes, se ponerme un antifaz.

-Tómalo en serio, tú has empezado a preguntar. –quiere que la conversación tome un aire ligero y distraerme.

-¿Pues sabes lo que te digo?, que mejor, así te quedas para mí solo, ¿o no estás contento conmigo? Ya soy más guapo, si quieres puedo ser misterioso y el más ligón, voy por delante de Amadeo en el ranking.

-¡Ayyyy!…, Raúl habla en serio.

-Si estoy hablando en serio.       –me vio cara de enfado.    -Qué no tonto, que no.

-Es que no entiendo que pueda haber alguien que no te quiera, igual un día le rompo la otra pierna.

-No seas bruto, que culpa tendrá él.

-Alguna tendrá, por mi no estás así, de alguien será la culpa. Ahora en serio Al, tu siempre nos aconsejas que tenemos que ser valientes, que nos tenemos los unos a los otros para ayudarnos. Decídete, habla con él.

-Reconozco que es más difícil hacer las cosas que dar consejos, tengo que pensar aunque no es lo mío, ahora vamos a dormir.

-Estás temblando Al.   –es cierto, malos pensamientos que, como una nube de langostas, ensombrecen el cielo.

-Abrázame Raúl, abrázame fuerte por favor.

Abrazado, con la cabeza en su pecho escucho los acompasados latidos de su corazón, es como una música rítmica que me calma y me absorbe el pensamiento.

Cuando despierto tengo el mar enfrente que me envuelve, el azul claro de sus ojos y, no sé cómo ha podido soportarlo toda la noche, sigue abrazando mi cuerpo.

-Bienvenido al nuevo día, dormilón.

-¿Llevas mucho tiempo despierto, tienes que tener el brazo dormido?

-Las preguntas se hacen una a una, Llevo un siglo vigilando tu sueño, y sí, mi brazo está dormido pero tengo otra cosa muy despierta.  –acerca su pelvis a mi cuerpo y, ¡jolín!, lo tiene como una barra de hierro candente.

-Ahora te toca a ti Al, quiero que me sometas y hagas conmigo lo que quieras, aquí me tienes todo entero para ti. –me suelta y se coloca de espaldas en la cama mirando al techo, se nota el bulto de su verga, tendida sobre su vientre y latiendo de ansiedad.

-Vale pero rápido, enseguida veremos a Águeda por aquí.

Está esperando con una pícara sonrisa, sus ojos me invitan cambiando la mirando de su polla a mí, borro su sonrisa con mi boca abrazado a su cabeza y enredando mis dedos en su cabello, su aliento huele un poco más fuerte que a la noche y sirve para que me impregne más de él. Un largo beso y mi mano resbala al encuentro de lo que él quiere y es mi deseo. Se separa de mi boca para morder mi barbilla.

-Mámala Al. –ordena, un pelín autoritario, no me ofendo, lo dice en ese tono que sabe que me calienta.

Su pantalón corto, como el mío, tiene goma elástica en la cintura muy flexible, tiro de él y lo llevo a media pierna, luego él se arregla con los pies para sacarlo y abrirse a tope, ni Tutankamon llegó a erigir un obelisco igual en el antiguo Egipto. Aunque ahora reposa en las colinas de los últimos abdominales, su belleza deslumbraba. Mi vista jugaba con él al juego del ratón y el gato, lo miraba muy fijo, muy cerca, percibiendo el olor que embriaga, daba un saltito y otro, y otro hasta que, aburrido del juego, el gato fiero se lo zampa. Consigo meterlo hasta el fondo, más, todo, es verdad que aguanto poco porque me ahoga, me asfixia, pero si lo suficiente para que aprecie el calor y suavidad de mi garganta y allí le dejo que él juegue, mete y saca, mete y saca.

Abandono el juego, no voy a poder hablar con la garganta dolorida. Sus pelotas colgando esperan ser atendidas para jugar con mi lengua, tragarlas y volverlas a expulsar. En un intento torpe de intentar emular su hazaña, pretendo comer las dos, no me caben en la boca y creo que le hago daño por su pequeño quejido. Él tiene la culpa por intentar enseñarme cosas raras, pienso yo.

-Ponte como me gusta Raúl, voy a jugar un poco con el culito del remero mayor. –mientras se pone como yo quiero me quito mi pantalón que vuela por los aires y me coloco a su alcance, él ya sabe para qué.

Tiene el culo cerradísimo, parece increíble que ahí haya podido estar mi polla y la de Carlos, mejor, no me importa trabajar, mayor será el premio. Prendo mi boca en su centro y el cariño me lleva a besarlo, a posar mis labios y sentir en ellos como el diafragma se mueve, tiembla y tirita, le hago notar el templado de mi aliento, no lo calmo, se tirita a veces por exceso de calor. Podía haber estado allí, jugando con mi lengua un mundo, un universo de tiempo. Mi saliva cubre el hoyo y se lo vuelvo a comer, fuerzo con mi lengua y entra, sale, entra, sale, en un combate feroz para que pida clemencia.

-Al…, Al…, ya puedes meterla ya, métela ya.

-Pídemelo por favor, dictador autoritario, pídemelo por favor o te dejo así.

-Vale…, vale…, Al…, por favor, por favor, por favor, ¿quieres que me corra antes de que la metas?, por favor Al.

-Bueno, está bien, ¿quieres crema? –Le estoy exasperando a propósito-.

-Quiero tu verga joder, métela ya…, por favor.

-¿Quieres que te la meta así, en esta posición? –en su locura ni lo ha pensado, ahora sí, se deja caer de espaldas y recoge sus piernas muy abiertas sujetando sus tobillos con las manos, me mira expectante, pidiendo con la mirada lo que no pide con la boca.

Con la punta de la verga juego en su entrada, meto la puntita y la saco, la vuelvo a meter y paro.

-Brruuurrrrrrr, esto es un suplicio, por favor, por favor.

He decidido suspender el castigo y poco a poco, sin parar, se la meto hasta los huevos, hasta que no puedo más y mis testículos me impiden avanzar. Me agacho para quedar a un centímetro de su boca.

-¿Querías verga, verdad? Pues antes… -y sin más tapo su boca con la mía y meto mi lengua con furia, lo más profundo que llego hasta que se ahoga y empuja mi pecho para separarme.

-¿Qué creías?, yo también se jugar.

-Ah…, ah…, ah…, vale…, vale, empieza ya…, por favor, dame verga.

Me empiezo a mover muy suave porque le quiero matar, está que trina el potrillo, está salido de si, mueve sus caderas acercándose hacia mí, buscando un mayor contacto, le doy estocadas largas, lentas pero fuertes al final, sigo rompiéndole el culo.

-¡Ah!… ¡Ah!… ¡Ah! … Me corro, me corro Al.

No le toco, no le agarro, él se muerde una muñeca porque no quiere gritar y con los ojos cerrados respira fuerte, sonoro, su verga parece una fuente, eleva fuerte la pelvis y mete mi polla más, la suya la empina brava queriendo entrar…, no sé dónde.

Me deslumbra la belleza, los regueros brillan sobre su piel como nácar. Jolín que corrida, creo que le he sacado todos sus jugos. Cae muerto, rendido, vencido y las suaves dunas que se le marcan apenas en su vientre, no le dejan de temblar.

-Joder…, joder…, jooder…, me has llevado a la locura, joder…, ha sido bestial.

La muestra allí la tiene, la abundancia regalada, regueros nacarinos esparcidos, desde su pecho hasta la base de la polla, son los restos de la batalla ganada, tierra quemada ya. Recojo lo que puedo con mi mano y lo pruebo, yo siempre lo encuentro dulce, luego un puñadito que llevo hasta su boca, come con voracidad hasta no dejar ni resto y, otro puñado…, lo demás, lo extiendo por el trozo de mi verga que ha expulsado sin querer de su culo. Servirá de lubricante porque, mi turno ha llegado ya.

Despacio, suave, poco a poco meto y saco con la mayor suavidad, el lubricante natural hace efecto, Raúl danza sus caderas, no como la danza del vientre pero me hace suspirar. La leche, es la leche, tengo que aumentar el ritmo por el grado de excitación que me llega. Mi cuerpo en tensión tiembla para al final, clavarme profundo, fuerte y en cuatro o cinco golpes de muerte le preño derramándome convulso. Pobre de mí, estoy igual que él ahora, sin resuello. Tenemos que descansar.

-Raúl…, mejor que anoche, te lo he hecho de la leche, no me digas que no.

-Buufff…, jolín…, no me había corrido así en la vida, que vicioso eres, ¿con quién has aprendido eso?

-Contigo, es la primera vez y ha resultado, ahora dame un beso de premio.  –no me importa apoyar mi pecho sobre el suyo, con restos de su corrida para alcanzar su boca.      

-Dame otro…., dame otro…      -aahhh, no me canso de sus besos.    

-Venga a la ducha y a desayunar. Verás cómo te sabe ahora el desayudo de Águeda, zumo de naranja frío, tostada con mantequilla y mermelada de naranja amarga y Cola Cao. Vamos a desayunar como nunca, igual hasta como dos tostadas.

Acabamos de llegar, huele la cocina de ensueño, tengo hasta hambre. Águeda se afana en su trabajo y ni nos mira.

-En mi tierra se dice buenos días caballeros, ha llegado una carta para ti, la he dejado en la mesa del hall, luego la recoges.

-Perdona, Águeda, buenos días, pero la culpa la tienes tú, nos atontas con estos olores.

Faltan dos días para que finalice el año, parece ser, según rumores que corren en los mentideros de las cocinas, que los abuelos de Gonzalo quieren que vayamos a cenar, no me gusta nada, nada. En mi casa luego vendrían Pablo, Amadeo, o igual vendrían hasta a cenar. En casa de los abuelos de Gonzalo, seis personas mayores y Gonzalo, mi hermana y yo,  jo…, no lo quiero ni pensar.

Estamos desayunando y viene Luci a la cocina de Águeda, otra vez a vueltas con tanta cocina.

-Ya habéis bajado, oye Al, Gonzalo lleva un rato buscándote, quiere hablar contigo. –miro interrogante a Raúl y se encoge de hombros, bueno ahora a desayunar, después iré a hablar con Gonzalo. Hubiera salido de estampida si hubiera estado solo pero con Raúl allí no me pareció prudente ni elegante, que a mis papas les gusta mucho eso.

Después de desayunar, al pasar por el hall recojo la carta, es de Alonso, la dejo depositada en la mesita del televisor para leerla después, ahora urge saber que quiere Gonzalo. Nos lavamos la boca y al bajar, Raúl dice que va a la otra planta para ver si ha llegado algún otro chaval, María seguro que si está.

Estoy un poco emocionado por saber lo que quiere, atravieso el hall y abro la puerta de acceso a la casa de los tíos y voy a la cocina donde está Luci. Trabaja preparando un ramo de rosas blancas, llenando un florero de agua y colocándolas allí, la conocida tarjeta blanca, ribeteada de filigrana dorada cuelga de una de ellas, se dé quien y para quien son, sin leer.

-Hola Luci, ya estoy aquí ¿dónde está Gonzalo?

-Mira lo que acaba de llegar, todos los días igual, no sé dónde voy a poner tanta rosa, no tengo floreros suficientes en la casa.

-En su habitación, ah y me ha vuelto a preguntar por ti, ya le he dicho que estabas desayunando con Raúl y que vendrías después de terminar.

No la dejo acabar y ya voy camino de su habitación, como hay que guardar las formas, toco en la puerta con los nudillos y me llega la voz de Gonzalo.

-Siiii.

Gonzalo está sentado en una butaquita del tresillo con las muletas apoyadas en la butaca de al lado.

-Buenos días Gonzalo, tú me querías hablar, ¿qué deseas?

-Ahh, buenos días Álvaro, te quería pedir un favor.

-¿A mí?    -me deja atónito, iba a pedirme un favor a mí, bueno atónito y enfebrecido, enseguida empecé a hacerme ilusiones de que la frialdad desaparecía.

-Verás-…, es si quieres.

-Ya sabes que puedes pedirme lo que quieras Gonzalo, no creo que te haya mostrado lo contrario.

-Mis abuelos quieren que vaya a su casa a la tarde, y es la primera vez que voy a estar solo con ellos en su casa, si no te importa acompañarme...

-Bien, vale, te acompañaré.   –jolín, como para no acompañarle y estar con él.

-A la tarde, después de comer, vendrán a recogerme.    –y se queda callado.

-Vale..., oye Gonzalo ahora voy donde están los chicos, ¿vienes?

-Ve tú delante, tengo que hacer unas cosas y bajo.

Me encamino a la puerta, estoy encantado de que me lo haya pedido, igual podemos hablar, de lo que sea, pero hablar,

Están todos en la sala de la mesa grande, todos menos Sergio, juegan a las cartas. Parece que Carlos tiene otra cara, se le ve contento al lado de Amadeo, la única que está desparejada es María que lee un cuento al lado de Raúl y de vez en cuando habla con él sobre las cartas que tiene en sus manos y le han tocado en suerte, María procura esta siempre al lado de Raúl, creo que…, bueno, no creo nada.

No los quiero interrumpir y tomo asiento al lado de María, o sea, el más alejado de la zona de juego. María se abraza a mí y la cuchicheo al oído.

-Tengo una carta de Alonso, me la ha entregado Águeda en el desayuno.

- ¿Y qué dice, escribe también Susana?

-No he podido abrirla aún, voy a esperar a que acabe la partida y subiré a leerla.    –ya está inquieta, levantando su cabeza para urgirme, quiere saber de aquellos chicos, como yo, pero voy a esperar, tengo que decirles que a la tarde acompañaré a Gonzalo y si alguno se quiere quedar a comer que se lo diga a Águeda.

Cuando acaban la partida, discutiendo al contar los tantos, les interrumpo un momento.

-Esta tarde tengo que acompañar a Gonzalo, si alguno se quiere quedar a comer se lo decís a Águeda, ahora vuelvo.    –me levanto y María también, quiere acompañarme, la sujeto por el hombro devolviéndola al asiento.

-No, María, déjame leerla y luego la lees tú, por favor.

Subo las escaleras y me siento para leer. El sobre es apaisado y lo huelo, esperando encontrar algo de Alonso antes de abrirla. Impaciente, por no ir a buscar un abrecartas rasgo el sobre, un pliego doblado en tres partes y la letra, pequeña e inclinada hacia atrás de él.

Quiero y no quiero empezar, después de la impaciencia inicial, que me ha llevado a romper el sobre, tengo miedo de leer como antes lo tuve de escribir. Deseaba haberle escrito, aunque fuera una postal pero pensé que igual abriría heridas. Me decido y mi vista cae en busca de las letras, las palabras, los párrafos, el sentir de Alonso encerrado en el papel.

------------------

24/12/ 2012 Nochebuena

Tarde Al, lo sé, pero me decido a escribirte, Con la disculpa de las fechas, ya sabes, te puedes permitir alguna licencia.

No lo iba a hacer, no quería distraerte y mira, al final, aquí me tienes.

La culpa es de mi abuelo, ahora de vacaciones me aburría un poco y subí al desván con él, quería poner un cierto orden en los recuerdos que allí tiene, jirones de su vida, ésta es una casa vieja y almacena muchas nostalgias.

Entre los muchos cachivaches que allí tiene, hay viejos discos de vinilo, recuerdo haberlos visto de pequeño por casa y mientras trabajaba, quitando polvo, colocó uno en su reproductor, una estrofa me prendó y me hizo cambiar de parecer. Sí, decidí que te iba a poner unas líneas, el trocito que me gustó es:

Para que no me olvides,  

ni siquiera un momento,

para que no me olvides.

Gracias a los recuerdos.

Fíjate qué tontería, pero con la música y con la voz del cantante me pareció una bella poesía.

Ten en cuenta que son cosas de mi abuelo, de su vida que fue, no mías.

Amadeo ya te habrá contado, ya ves, si antes éramos amigos, ahora resultamos grandes amigos.

He seguido tus consejos, estoy en el equipo de natación y hago bastante deporte y ejercicio, me estoy empezando a poner guapo.

Nunca voy a ser un tirillas de delgado como tú, pero voy a hacer lo que pueda para sorprenderte.

Estas actividades favorecen que me encuentre con gente. Muchachos y muchachas que antes no me hablaban ahora lo hacen, vale, que lo paso bien y salgo a divertirme algún rato y al cine.

Cuando se han enterado de que te escribía, Susana que es una cotilla, os envían recuerdos y abrazos, Susana me insiste en que se lo digas a María.

No tengo tiempo para escribirte más, tengo una cantidad de actividades que es la leche.

A Amadeo, un fuerte abrazo y un beso de mi parte, que te cuide y cuídale.

Tu amigo.

Alonso

------------------

Quedé en suspenso antes de volverla a leer y más tarde releer. Que no quiere distraerme…, jo, Alonso.

Cuando bajo le digo a María que puede subir a leerla, más que nada por lo que a ella compete, y cuando baja después, saltando contenta de que su amiga la tiene en su recuerdo, miro a Amadeo.

-Ha llegado una carta de Alonso, hay algo para ti, está en mi habitación, en la mesa de la televisión, después de leerla la dejas allí.

Se le ha alegrado la cara y sale aprisa para pasar sus ojos por ella, y conocer de su amigo que es mío también, y si estuviera aquí, de todos.

Se ha organizado otra partida, el puesto de Amadeo lo toma Gonzalo y así hasta la hora de comer, no puede quedarse nadie, Carlos ha dudado pero cuando escucha a Raúl, decide ir a su casa también.

-Yo voy a comer a casa, anoche falté y si quiero faltar también esta noche…, mi madre tiene que ver que estoy bien.

Marchan ya, tienen que coger el autobús y Carlos va en busca de Amadeo para despedirse.

-Voy a casa en un momento, para pedir permiso, así no se queda sola María cuando os vayáis. –Pablo es así de cariñoso, si a veces es un sol.

Bajan Carlos y Amadeo, éste se acerca a mí y me abraza para decirme al oído.

-El abrazo esta dado, el beso queda pendiente.

Comemos en el comedor de Águeda, también están los tíos aunque luego marcharán, y a las tres y media, con el tiempo justo para lavarnos la boca, peinarnos y ponernos un poco de colonia, por aquello de quedar bien, tenemos al coche que le viene a recoger.

Desde la ventana de la sala de juegos los ojos de María y Pablo nos ven, ha llegado un coche negro, no el kilométrico que usan sus abuelos, más pequeño, el chofer es un señor de mediana estatura, muy amable que abre la puerta y ayuda a Gonzalo a entrar.

Coge la ruta que va a la parte alta y una vez alcanzada toma la autovía que sigue la costa, no está muy lejos, le calculo entre veinte y treinta minutos antes de llegar a unas enormes puertas de barrotes de hierro que se abren solas, una vez traspasadas, a la derecha y a unos treinta metros, se ve la casita pequeña del portero y luego el automóvil se desliza por una pista asfaltada,  en los bordes de la pista, dos filas de enormes robles plantados al tresbolillo, proyectan la sombra alargada del sol invernal.

Miro a Gonzalo, no ha abierto la boca en todo el trayecto, su mano izquierda está apoyada en el cuero del asiento y adelanto mi derecha para posarla en la suya, la mueve para ponerla con la palma vuelta y me sujeta con fuera, yo diría que convulso. Unos cinco o diez minutos más tarde nos encontramos delante de la casa, salimos del vehículo, Gonzalo es ayudado por el chófer hasta que le entrega las muletas, hay que subir cinco escalones para llegar a la plataforma de acceso donde sus abuelos, con un señor de traje gris, nos esperan.

Estoy de espectador involuntario, ante un encuentro de alguien que debe enfrentar el pasado que no tuvo, Resultan eternos los segundos que pasan hasta que se rompe el silencio. La abuela de Gonzalo que abraza su pecho, que cruza y estira el jersey abierto que lleva, en un intento que no se interpretar, para preservarse del frío o para que el corazón no le vuele. Se adelanta.

-Bienvenidos chicos. –se acerca a Gonzalo en un intento fallido de abrazar, las muletas impiden el acercamiento que pretende, a mi sí, me abraza y aplasta mi mullido anorak.

-Venga pasad, nos vamos a helar aquí parados. –nos precede en el camino al entrar, el señor del traje gris sostiene la puerta y una vez en el refugio de gran salón su abuelo nos saluda, estrecha la mano de los dos, algo le impide hablar. El señor de gris sujeta mi anorak por detrás y me lo intenta retirar, me he dado cuenta de lo que pretende y me lo quito yo mismo, a Gonzalo le tiene que ayudar.

Estamos en un salón inmenso y nos dirigen hacia la derecha que hay una puerta altísima, bueno la de la izquierda es igual, luego por un largo pasillo con varias puertas y al fin, el señor de gris abre una de ellas y su abuela nos invita a pasar, es una sala de estar con una gran chimenea encendía, tenues lenguas de fuego lamen los leños de encina y delante del hogar un cristal protege de las chispas del fuego.

No puedo retener todo lo que veo y, me siento incapaz de describir un museo que está lleno a rebosar. Desde que hemos entrado da un poco de pavor el no saber que mirar, Llama mi atención un enorme cuadro que centra la chimenea y a cada costado del mismo, uno más pequeño que muestran rosas blancas que semejan estar vivas y salir al encuentro de la vista. En el cuadro un bellísimo muchacho, de edad para mi indefinida, podría tener veinte o veinticinco años pero, era ver a Gonzalo con ligeras diferencias.

Estaba de pie, con su brazo izquierdo colgando a lo largo del cuerpo, su mano derecha parecía suspendida en el aire sin llegar a apoyar sus dedos en el respaldo de un asiento. La pintura no miraba al creador, miraba algo o a alguien a quien brindaba una ligera sonrisa. El fondo oscuro del lienzo, alumbrado tenuemente por detrás de su cabeza y la zona, muy difusa, del respaldo del asiento, lograba transmitir el efecto de que la imagen salía del cuadro al encuentro del espectador.

También ha llamado la atención de Gonzalo que lo mira sin pestañear, su abuela parece verse obligada a dar una explicación.

-Es…, es tu papá, era muy joven aún, pero sentaros. –Gonzalo se arregla muy bien con las muletas y sin su anorak se mueve más libre.

Delante de la chimenea hay una gran mesa baja y en sus laterales dos largos sofás. Su abuelo toma asiento en uno de ellos, en el extremo más cercano al fuego y Gonzalo enfrente suyo, yo en el mismo al otro extremo.

-Deseáis tomar algo, algún refresco u os apetece comer algo. -movido por la inercia y la costumbre pido un vaso de agua, el resto no desea nada. Vaya, voy a ser el único caprichoso y mientras nos observamos unos a otros, no exentos de curiosidad, pienso que no debía haber pedido el agua. Si me entran ganas de orinar, ¿dónde habrá un baño en este museo casa?, y el del traje gris llega portándolo en su mano.

Bebo un sorbo y lo mantengo en la mano, le mesa me cae lejos y no me parece correcto levantarme para depositarlo en ella. Se produce un molesto silencio que al fin es roto por su abuelo.

-Esta es la sala que más gustaba a tu padre, siempre se reunía aquí con sus amigos. –el silencio vuelve a imperar, los recuerdos agridulces lo entristecen todo.

En algún momento tengo la impresión de que yo sobro allí, de que sus abuelos hubieran preferido, en esta ocasión al menos, un encuentro más íntimo.

Esta percepción me pone un poco nervioso y me socorre su abuela.

-¿Te gustaría dar un paseo conmigo y dejamos a Gonzalo que hable con su abuelo?

No desaprovecho el salvavidas y me pongo en píe al instante, Gonzalo me mira como si lo hubiera abandonado en el naufragio.

-Sí, si señora, sí.

-Voy a coger algo de abrigo y ahora vuelvo.

Cuando su abuela se marcha me retiro unos pasos, he visto antes una mesa con muchos portarretratos, situada delante de unas grandes puertas-ventanales que conducen, no sé dónde. La curiosidad tira de mi como un imán para acercarme a la mesa, las fotos contenidas son todas de gente joven, en una está el papá de Gonzalo con una chica de pelo castaño claro, podría ser hasta rubio, abrazada por detrás, otra me muestran rostros ya conocidos, tres parejas brindando con unas copas de champán, son los tíos, mis papas y la pareja de la foto anterior, hay otras con diferentes escenas y momentos, con gente que no conozco y una que tengo que cogerla en la mano para analizar lo que me asombra, como fondo se ven los Campos de Marte y la torre Eiffel, en primer plano la figura de dos jóvenes, cogidos por la cintura, sonrientes y haciendo bromas a la cámara y, si hiciera un ligerísimo ejercicio de imaginación y salvando el tiempo y la distancia diría, que los dos chicos de la foto somos Gonzalo y yo.

La entrada de su abuela me coge sorprendido y estoy a punto de dejar caer el marco, lo coloco torpemente en su lugar y voy hacía ella que me espera en la puerta, se ha colocado un abrigo de paño color vino de grandísimas solapas y un pañuelo malva en la garganta, me mira divertida, decimos adiós a Gonzalo y su abuelo y saliendo al pasillo.

-No te sorprendas son mi hijo y tu tío, eran grandes amigos.  –si grandes amigos pero…, ¿así?, así yo solo voy con mis amigos muy, muy amigos, pienso yo.

En el vestíbulo de entrada nos espera el de gris que me alarga el anorak azul de Gonzalo.

-No, el mío es el otro, el rojo por favor. -la tía los ha comprado iguales, y se diferencian en el color.

Cuando salimos hace una ligera y fría brisa, las sombras son alargadas y el sol no consigue calentar el aire, la señora se ha subido las grandes solapas del abrigo, me sujeta del brazo y me dejo guiar.

Después de bajar los escalones tomamos un caminito de piedrita blanca y suelta que protesta a veces al ser pisada, circunvalamos la casa hasta llegar a su parte posterior, bueno posterior, no lo sabría decir a mi me parece igual y emprendemos la bajada de una ligera ladera, un poco más lejos veo una pista de tenis y otra con las canastas de baloncesto, en esta juegan dos niños de unos ocho o diez años, nos acercamos a un pabellón muy bajo, el coche que nos ha traído se encuentra allí estacionado, el chofer se afana en pasar una bayeta por su carrocería, más adelante hay una casita pequeña, parecida a la que hay en el portón de la finca.

Cuando nos acercamos, el caminito pasa cerca de ella, un angelito precioso, con ojos como soles levanta su manita tras los cristales, la abuela de Gonzalo le devuelve el saludo. En ningún momento suelta mi brazo, no es que se apoye en mí, es para transmitir, ¿calor, amistad, cariño? Y de repente, el milagro, al dejar a nuestra izquierda un parterre amarillo y verde…, el mar, mi mar de la ventana que he perdido y que me paro a contemplar.

Llegamos ya casi al borde, una protección de madera impide que puedas caer al acantilado y si te asomas, tomando como apoyo la valla de madera, como si fuera el alfeizar de una gigantesca ventana, a unos diez metros de altura, una pequeña playa de arena en exceso dorada y a la que se accede por una empinada escalera que baja en zig zag.

La señora me lleva a un asiento de piedra cercano y me hace sentar allí, a su lado.

-¿Te gusta Álvaro?

-Si señora yo antes, siempre, veía el mar.

-Álvaro, tu eres muy amigo de Gonzalo. –no sé que responder pero con mi cabeza digo que sí.

-Y, ¿cómo crees que está?

-Está…, está bien, sale a veces de paseo y se lleva muy bien con mis amigos, también son amigos suyos.

-¿Es feliz, tú le ves feliz?     –tengo que pensar la respuesta, y sinceramente la diría que no, no como yo lo entiendo, pero respondo en su lugar.

-No lo sé señora, no puedo responder porque lo desconozco.  –podría decirle que quizá esté preguntando a la persona equivocada, que yo soy con el que menos comunicación tiene, pero sería alarmarla.

La conversación decae, pasa un brazo por mis hombros y me atrae hacia ella permaneciendo un momento en silencio.

-Hace frío vamos a seguir paseando, ¿te parece bien? –se levanta y dando mi silencio por asentimiento vuelve a cogerme del brazo.

Llegamos hasta la valla que protege del acantilado y seguimos el camino hasta las escaleras que bajan a la pequeña cala, la sigo en su derrotar, en silencio, ahora coge un caminito de vuelta que sube por el otro lado de la casita y pasa junto a las pistas de deporte y el edificio de almacén, los niños han rehuido el frío y estarán al calor de su casa.

Cuando accedemos de nuevo a la sala, donde dejamos a Gonzalo con su abuelo, están de pié, mirando por el gran ventanal hacía el jardín, su abuelo pasa su brazo por los hombros de su nieto. Antes al pasar por el pasillo me he dado cuenta de que alguna de las puertas están abiertas, como si alguien hubiera estado en las habitaciones y luego olvidado cerrarlas.

Nos estamos despidiendo, su abuela le ayuda a ponerse el anorak antes de que aparezca el señor de gris que trae el mío en sus manos. Su abuela se acerca para abrazarle, Gonzalo me entrega una de las muletas y la abraza y la besa, también a su abuelo, a mi me estrecha la mano, su abuela ya me ha llevado abrazado todo el paseo.

Cuando llegamos la música se oye desde el hall, alguien ha montando una fiesta, bajamos en el ascensor, más cómodo para Gonzalo, la música es chillona y con el volumen muy alto, están en la sala de la mesa grande, todos en un banco mirando a María y Raúl que bailan al compás de la música que maneja Pablo.

María se mueve muy bien y su cuerpo siente lo que oye y lleva bien el ritmo, Raúl intenta imitarla riendo cuando hace algo mal, sentados en la mesa Carlos mira serio a los bailarines y Amadeo baila sentado moviendo su cabeza y sus hombros, creo que está rabioso por salir a bailar, Gonzalo y yo nos sentamos a mirar y sin darme siquiera cuenta estoy moviendo mi cuerpo y bailando con los pies.

María se acerca moviendo el cuerpo y agarra la mano de Amadeo para sacarle a bailar, le brillan los ojos, le gusta, baila tan bien como María, hacen una pareja perfecta, para adelante para atrás, levantando los brazos, girar, me animo y salgo yo también a la improvisada pista, jolín es bonito, es genial, cerrar los ojos y soñar, dejar que tu cuerpo baile al ritmo de la música, dejarte llevar, el discjockey abandona el reproductor para integrarse en la fiesta y exagerar los movimientos e inventando otros que no van con la música que suena.

Cuando Águeda baja para preguntarnos qué queremos, si merendar o cenar, queda con la boca abierta mirando a sus alborotadores niños bailar y espera a que la música termine para hablar, mueve graciosa su cuerpo con una sonrisa suspendida en sus labios. Gonzalo nos mira también divertido de los gestos, a veces extravagantes o exagerados, que hacemos. Carlos es el único que nos mira serlo. Cuando la música termina la decisión mayoritaria es merendar, ¿y luego?, ver una peli apunta Pablo, después que cada uno haga lo que deba.

Mis papás y los tíos han ido a una cena empresarial de fin de año, mientras ayudamos a Águeda y Luci a poner la mesa allí mismo, Pablo sigue poniendo música para María y Amadeo, son geniales, bailan igual, parecen haber sincronizado sus movimientos para hacerlo todo perfecto, se sonríen mutuamente felices de bailar y a veces cierran los ojos para dejarse llevar. ¿Dónde habrá aprendido María a bailar así?

La merienda es magnífica, en el sentido de que todos están contentos, me siento al lado de Carlos.

-Si llego a saber que no ibas a bailar, te hubiera puesto a instalar unas aplicaciones que necesito en el ordenador.

-¿Ha, si, ya te quieres burlar?

-No, es en serlo, necesito una agenda o dietario, no me acuerdo de fechas que necesito recordar. –le brillan los ojos de expectación, santo remedio, ya está contento.

-Luego te la instalo después de merendar, subo un rato y te la instalo, ¿María y Gonzalo quieren también?

-Pregúntales a ellos y como igual se te hace tarde te puedes quedar a dormir.

-No puedo, mañana tenemos visita familiar con unos tíos que van a marchar, o sea que igual tampoco puedo venir.

Merendamos, Carlos subió para instalar la agenda y al poco tiempo también desapareció Amadeo, para ayudarle. María quería seguir bailando pero como no encuentra a su pareja natural que, ha resultado ser su alma gemela en el baile, se conforma con elegir junto a Pablo la peli que veríamos.

Estamos todos pachorros sentados viendo la peli, con sitio suficiente ya que faltan tres del grupo, y al final de la misma se presentan Carlos y Amadeo, en un principio me pareció curioso observar que la cara de Carlos había cambiado y ahora estaba relajada.

Los chicos empezaron a desfilar cada uno hacía su casa. Raúl ya tenía su bolsa de fiesta en mi habitación y cuando Gonzalo se levantó le ayudé llevándole las muletas.

-Gracias Álvaro por tu compañía de esta tarde. –me guiñó un ojo.

-Te debo una, bueno otra más.

Habíamos comido lo suficiente y ninguno atendió los ruegos de Águeda salvo María que aceptó un vaso de leche.

-Jolín Al, que frío hace, ¿cómo dejas la ventana abierta?, te recuerdo que estamos en invierno. –Raúl va a cerrar la ventana, me doy cuenta de que alguien ha estado en mi cama, recuerdo la relajada cara de Carlos cuando bajó de instalar la agenda en los ordenadores ayudado por Amadeo.

-Raúl, a la derecha, en el primer armario del vestidor hay sábanas, trae un par de ellas por favor.

Quito la ropa de cama para luego retirar las sábanas y Raúl continúa mirándome sin ir a por lo que le he pedido.

-¿Por qué quieres cambiar las sábanas?

-Porque estas son las que tú manchaste ayer y que Águeda no ha podido cambiar, o sea que trae lo que te he pedido y no hagas más preguntas.

Ahora sí, va y vuelve con unas sábanas limpias.

-Y ahora ayúdame a colocarlas, venga, sujeta de ahí.

Ya tenemos preparada la cama y vamos al baño, a realizar los deberes, estoy orinando y veo a Raúl haciéndose muecas raras ante el espejo.

-¿Qué haces, qué te sucede?     –me mira a través de la imagen del espejo.

-Acabo de hacer un descubrimiento Al.     –le miro sin hablarle, espero que continúe.

-Me estoy haciendo hombre, si ya está claro, voy a ser un hombre en breve.    –vuelvo a mirar la imagen que el espejo me devuelve.

-¿Qué tontería es esa?, desde que naces estas haciéndote hombre.

-Sí, pero mira, mira ya lo que tengo.    –apunta cómicamente con su dedo a un punto de su mentón, por más que miro no veo nada excepto su mentón de albaricoque.

-Un pelo Al, me ha salido un pelo, ya tengo barba.    –la tontería que dice y su gesticulación consigue que suelte la carcajada.

-Venga vamos a lavarnos la boca.

-Pero te ha hecho gracia, dime que te ha hecho gracia.   –me abraza por detrás haciéndome cosquillas en el bajo vientre y espurreo la espuma de mi boca, no me suelta y no me puedo defender con el cepillo en una mano y el tubo de dentífrico en la otra, sigue con sus cosquillas y consigo balbucir.

-Si…, si…, me ha hecho gracia pero, por favor, para las cosquillas.

-Las paro si me das premio.    –sigue con las cosquillas y agarrándome ahora el rabo.

-Merezco un premio por hacerte reír.

-Vale…, vale…, lo que quieras, lo que quieras, pero déjame ya, mira como estoy poniendo el baño de pasta de dientes.

Para automáticamente y retira el tubo de dentífrico de mi mano,  y sin más, comienza a lavar sus dientes.

-¿Y qué es lo que quieres de premio?, a ver, ¿qué es lo que quieres?

-Que esta noche, cuando te folle, me dejes decirte obscenidades.

-Ya sabes que no me gusta que me digas esas cosas y acabas de decir que me vas a follar, no me gustan.

-Es que ya estamos en periodo de premio y esa es la primera, verdad   –zorrita-   mía, ésta es la segunda y van a ser finas no te preocupes, no voy a escandalizar tus castos oídos, o eso creo.     –esto último lo dice haciendo una mueca.

Nos metemos entre las sábanas, menos mal que ha subido un poco la temperatura.

-Bueno, ¿me vas a contar algo sobre tu excursión, o empiezo a decirte marranadas?

-¿Qué quieres que te cuente? No sabría por dónde empezar.

-Pues muy fácil, en esta tierra, todas las cosas se empiezan por el principio, ¿lo sabías?

Se lo tengo que narrar, poco a poco de mi boca sale el detalle de las horas que pasamos en la casa de los abuelos de Gonzalo, mis impresiones, se está convirtiendo en mi confesor personal.

-¿Y es tan grande aquello como cuentan, tan despampanante?

-Si…, si…, es verdad, menos mal que Gonzalo vive aquí porque allí, jolín, no sé cómo se puede vivir en una casa así.

-Otra cosa, ¿qué tejemanejes os traíais esta mañana, con María, Amadeo etc., etc.,?

-Hemos recibido una carta de Alonso. –me mira fijo, no sabe de quién le hablo.

-Un amigo del pueblo, de la cuadrilla de Amadeo y mía y hermano de una amiga de María, ¿satisfecha tu curiosidad?

-Bien…, bien, no te enfades, y… ¿puedo leer esa carta?     –le señalo con un dedo donde se encuentra y se levanta a buscarla, cuando vuelve se quita el pantalón del pijama, lo miro como si estuviera loco-.

-Para estar preparado, tu vete quitándotelo también, yo leeré esta carta en un pispás y no me podrás detener.

Comienza a leer la carta y va poniendo cara de rareza, con gestos exagerados según va avanzando, cuando acaba la dobla y la deposita en la mesita de noche, me mira con cara triste.

-¿Qué pasa, no te ha gustado la carta, por qué estás así?

-Joder Al, otro competidor y además bueno el jodido, no sé que voy a tener que hacer para ganar, se está convirtiendo esto en el reino de Ítaca y tú en la bella Penélope, pero bueno, Ulises tiene un buen arco para dispararte certera la flecha del amor. –jolín, otra vez me hace reír, es tremendo.

-Te lo tomas todo a cachondeo, no te preocupas nada de mis cosas. –sujeta mi mano con la suya y la mete debajo de las sábanas hasta dejármela encima de su verga.

-¿Tú crees que no me preocupo de lo tuyo?    –tiene ya la polla dura y tiesa, húmeda del precum que le sale.

Como ve que me molesto, pasa su brazo por mi cuello para acercarme a él.

-No te enfades tontito, pero sí, ese chico te quiere, está enamorado de ti Al.

-Ya le advertí y le pedí que no lo hiciera.

-Eso no se puede prohibir, ¿no te enamoraste tú de Gonzalo, a pesar de tener un tipo a tu lado tan bueno como yo?

-Yo no estoy enamorado de Gonzalo.     –ya no hay contestación, ha cerrado mi boca con sus labios.

-Quiero hacerte el amor putita mía, y que te olvides de cualquiera que no sea yo, ¿me entiendes?, yo soy tu macho y tu eres mi esclava.

Su dura verga golpea en mi pierna mientras ansioso succiona mis labios, los lame una y otra vez.

-Te tengo que comer la boca, estos morros de negro me vuelven loco maricón.     -Dios que fuerte me ha parecido esto último pero me excita sobremanera, además no le importa el género, ahora soy puta y después puto, a su elección.

Quiero besarle y no me deja, recorre con sus labios toda mi cara dejándola húmeda, mete su mano para coger mi polla y se encuentra el pantalón que no me he quitado.

-¿No te dije que te quitarás el pantalón?, ¿quién coño es aquí el amo?    -arranca con violencia mi pantalón, que para que no lo rompa,  engancho y empujo con mi pie para que salga, me está encendiendo cada vez mas.

No espero su orden para ofrecerle mi trasero, me hinco de rodillas y con la cabeza en la sabana, muevo lascivo mi culo para llamar su atención, me propina pequeñas cachetadas a la vez que, con su lengua, recorre el perineo desde los huevos hasta el ojete que se abre y cierra ansioso.

-Tienes el ano caliente, -putito-, quieres polla ¿ehh?   –mete su lengua profundo una y otra vez.

Me agarra de la polla que la tengo a reventar y la pajea un momento, sujeta la bolsa testicular y tira fuerte de ella, parece que me va a arrancar los huevos.

-¡Ayyyy!, duele, Raúl duele.

-Pues ahora te va a gustar.    –los suelta de golpe, el alivio es tremendo y me hace expulsar cantidad de precum.

Se coloca detrás de mí y de un golpe suave pero continuó me mete todo su falo.

-¡Ayyy!…, así no Raúl, así no.

-A callar –puta- de mierda, el que manda aquí soy yo y se hace como yo diga.

Me la mete con fuerza rebotando sus huevos contra los míos y, me gusta, me gusta cómo me está dando, sentir su vello contra mi culo, sus besos en mi cintura, la fuerza de sus manos en mis caderas arrastrándome hacía atrás y, sin darme cuenta, me hace ronronear.

-Si…, si…, que bien lo haces Raúl, dale, dale, dame más.   –de repente me saca la polla dejando huérfano el culo, jolín, me quedo con la boca abierta, igual que el culo, será…

-Aquí se hace lo que yo mando.   –me da una palmada en la nalga, joder, que me duele.

-Date la vuelta que me he cansado.

De espaldas en la cama me abre con fuerza las piernas y me la vuelve a meter, me sujeta por los tobillos y su verga ha entrado sola sin que nadie la dirija, conoce ya el camino como la oveja el redil. Suelta mis piernas, que yo recojo, y se agacha hasta quedar a diez centímetros de mi cara.

-Y ahora me vas a decir, ¿quién te folla mejor que yo?, dilo.

-Na…nadie me folla igual que tú.

-¿Quién es tu macho?, ¿quién te la mete más hondo?, ¿quién?, ¿quién?, ¿quién te da mejor placer?, dilo.

-Tú…., tú…, tú…,

-Tú, ¿quién?

-Raúl…, tú, tu, Raúl tú eres quien me da mayor placer.

Estoy a punto de correrme y me tiritan las tripas, abro los ojos y le miro, está mirándome en éxtasis, no sé lo que ve en mí, suda como si estuviera en una sauna y sonríe con la boca muy abierta, se le mueven las aletas de la nariz.

Su pene me llega hasta no sé dónde y acelera la venida, esa verga prodigiosa con su curva me empitona, tengo que mover como un loco la cabeza de un lado al otro para liberar la explosión.

 Mis piernas se rigidizan y hago que una parte de su verga se salga, el macho empuja fuerte, tomando su posesión para descargar en lo profundo de mi su semen.

-Ay…, ayy…, ayy… Raúl, no puedo ni respirar.

Posa su pecho sobre el mío y se embadurna todo con mi leche, me mira sonriente, manda a sus labios en busca de los míos, y los encuentra, y los chupa, y los besa, y mis mejillas de nuevo, y mis ojos.

-Perdona todo lo que te he dicho.

Ahora soy yo el que lo abrazo muy fuerte el que le devuelve sus anteriores caricias multiplicadas por mil.

-Te quiero Al, te quiero, te quiero, te quiero.

Como me gusta que me diga eso, no me cansaría nunca de oírselo decir, a todas las horas del día, con esa voz tan suave y a la vez apasionada, y que luego me coma con los ojos, con la boca.

-Raúl…, Raúl…, Raúl.

Nos abrazamos mirándonos de costado, queriéndonos con la vista, paso mi mano por su cara apartando su pelo y peinándole hacía atrás, le beso y seguiría así todo el tiempo del mundo. Nos estamos quedando fríos.

-Vamos a la ducha Raúl.

-No te muevas Al, vamos a dormir así.

-No seas vago. –salto de la cama arrastrándolo tras de mí.

(9,80)