Nuevos relatos publicados: 13

Farewell

  • 39
  • 9.473
  • 9,38 (13 Val.)
  • 1

"intentar olvidar a alguien es querer recordarlo para siempre"

-La Bruyère (creo).

 

Creo que debería comenzar diciendo que el último escrito "sorpresas" correspondía a mi segundo año de bachillerato en el mes de diciembre. Lo que les contaré ahora es el fin de curso de mi último año en el instituto, es decir un año después de mi ultimo relato, ah y claro, un trocito extra que realmente no obligo a leer y que corresponde a tiempos actuales. Recomiendo que primero lean los relatos anteriores y también tomen en cuenta que este es un relato algo largo.

Empezaré con uno de los recuerdos que mas me gustan de esta etapa (los últimos días de bachillerato). Aun lo tengo muy claro en la mente, habíamos salido a caminar por la escuela, casi no había tareas ni nada así que teníamos bastante tiempo libre, pese a que eran los meses cálidos, el clima estaba templado y muy fresco; la brisa olía a bosques y el cielo estaba medio nublado, había bastantes flores y las ardillas y los pájaros abundaban también. Decidimos sentarnos a la sombra de un enorme roble, casi no nos habíamos cruzado palabra alguna en todo el camino, nos hallábamos un poco lejos de todo y me parecía ya haber estado en ese exacto lugar varias veces antes. Con la espalda apoyada en el árbol y las piernas extendidas me dediqué a observar el entorno, a sentir los aromas y captar los sonidos. Mario puso su meñique sobre el mío, debíamos ser discretos y el acto en sí tenía su belleza.

Como ha pasado el tiempo –dijo finalmente Mario. –ya se acerca el día final.

Si, regresaré a casa y ya no volveré a esta escuela –le dije. –pero sé que volveré a ti.

Nico, te das cuenta de que no será tan fácil –me dijo. –estarás a cientos de kilómetros de aquí, ambos estaremos en nuestras universidades con filas de tarea sobre nuestros escritorios. Sé que ahí habrá chicas y chicos…

Mario, no debemos volvernos dependientes –le dije. –el amor se arruina cuando se vuelve necesidad. Es decir… no quiero que cuando me vaya tú evites tener otras relaciones. Regresaré, lo prometo, pero no por ello debes esperarme con un cinturón de castidad.

Suena algo lógico –me dijo. – ¿pero si volverás?

Claro, Mario, me sorprende la pregunta –le dije riéndome un poco. –no solo por todo lo que hacemos y no deberíamos hacer sino también por que somos muy buenos amigos, ¿no? eso no cambiará nunca, y espero que lo otro tampoco.

Pasé mi brazo sobre sus hombros y con la otra mano busqué sin mayor problema sus cosquillas, era demasiado fácil, digo, la práctica lo hace fácil. Mario empezó a reír y me dio un suave empujón. Yo también reía.

No, lo otro tampoco cambiará –me dijo. –es que no termina de gustarme la idea de tenerte lejos. Es lo que me ha tenido así estos días.

Y así era, aunque no lo había comentado, Mario estaba de un humor muy peculiar, bueno, en realidad estábamos. Nos movíamos entre la tristeza, el mal humor, la somnolencia y la indiferencia, todo eso era entre nosotros (que era lo que mas dolía) y para con todos, esto que digo llevaba ocurriendo desde hacía unas semanas cuando nos dimos cuenta del tiempo.

Si lo he notado –le dije. –pero ya estos días que nos quedan, divirtámonos.

Creo que ni terminaba de decir esto cuando sentí que Mario me halaba y me sujetaba con fuerza presionando sus labios contra los míos, no fue un beso largo, pero me encantó, era la primera vez que nos besábamos así sin mas en una parte abierta de la escuela y sin precaución alguna.

Creo que aun podemos alcanzar a los amigos –dijo Mario. –van a celebrar todo el fin de semana.

Mario se levantó y me tendió su mano. Caminamos hasta el edificio donde nuestro grupito discutía sobre a que centros nocturnos iríamos, intervine con mi habitual sarcasmo diciendo que deberíamos ir a misa primero, todos estaban medio melancólicos por esto del fin de curso tanto así que uno dijo: "sonará raro pero extrañaré eso" refiriéndose a mi comentario, yo me sentí halagado y me dispuse junto con Mario a sugerir ciertos lugares, ya teníamos dieciocho años y no había puerta que debiese cerrarse a nosotros. Partimos un par de horas después y nos instalamos en un hotel cercano a la famosa zona rosa de la enorme ciudad capital. Compartí cuarto con Mario y pues como siempre, antes de cualquier larga noche de fiesta, nos duchamos y nos medio arreglamos rápidamente (o creían que pasábamos dos horas frente a un tocador), preservativos en una bolsa y dinero en la otra, nos veíamos bien, bastante juveniles aunque al menos en nuestro caso, el rol de chicos fiesteros no nos salía tan natural. Pero bueno… la noche comenzó en un lugar bastante calmado donde uno podía tomar un par de tragos y platicar, ahí se nos sumaron una chicas, luego pasamos a unos de esos lugares con música estridente y supuestamente bailable, ahora cada quien tenía una chica (nuestro grupito es de unas 6 personas contándonos) y nos las turnábamos también, una de ella, creo que se llamaba Susana o algo así, se me pegó demasiado, era linda y lo mejor, era alocada y fácil, los bailes en ese tipo de lugares consistían (como aun ahora lo hacen) en untarse los cuerpos simulando una relación, bueno pues tras hacerle unas señas a Mario, me aparté del grupo y me fui con esta chica a una región un poco apartada, ahí di rienda suelta a mis impulsos y con mis diestras manos y besos le arranqué incontables gemidos, fue ella la que me invitó a un privado y sin mediar mas palabras se aferró a mi enhiesto miembro, dándome una mamada bastante violenta pero sin duda alguna deliciosa, luego y antes de venirme, ella se levantó y busco un condón en su bolsa, no eran de los muy buenos, así que mejor le di uno mío y me lo puso delicadamente (me encanta que me lo pongan) y yo le di lo mejor de mí, en cuanto terminamos salimos y bailamos con los demás, no aguanté mucho y la volví a invitar al privado donde me la tiré una vez mas, como siempre generando fortísimos gemidos. Cuando salí, todo despeinado y con las ropas mal puestas mis amigos y las otras chicas ya esperaban en la puerta. Lo primero que vi fue la sonrisa pícara de Mario y que ladeaba su cabeza en una supuesta señal de desaprobación. Tenía a Susana tomada por la cintura y sus amigas no tardaron en reprocharle lo fácil que era (ella), lo que casi me volvió a poner a mil fue que Susana contestó "y no me arrepiento de nada", la besé en la mejilla y me despedí de ella sin darle mayor cosa que una servilleta con mi correo anotado, no estaba entre mis planes contactar de nuevo con ella. Las niñas tenían que irse a sus casas. Nosotros seguiríamos.

No logro entender como un "mosca muerta" (así se le dice a los que parecemos inocentes y niños buenos) puede terminar en un privado con una vieja y yo no –decía Roger, uno de nuestros compañeros. –siempre haces eso.

Mario reía, tenía su brazo sobre mis hombros (como los amigos suelen hacer) él, al igual que los demás, no habían conseguido mas que un faje, claro, Mario había estado mas interesado en verme actuar con aquella chica, le encantaba verme con mujeres. Lástima que no pudo acompañarme al privado. Bueno, el caso es que debido a que yo había sido el único en divertirse en serio, tuvimos que entrar a un cabaret. Por mi no había problema, aunque en realidad, nadie tenía problemas con ello. Mario estaba feliz al igual que todos. Las tipas bailaban y se acercaban a nosotros, les metíamos billetes en sus ajustadas prendas y tocábamos cuanto podíamos, en la oscuridad mis amigos se apretaban el bulto, yo encubierto por la mesita, jugaba descaradamente con las bolas de Mario, quien no disimulaba para nada la situación, seguí buen rato mas hasta que sentí un liquido espeso y caliente sobre mi mano y sobre la tela del pantalón, discretamente fingí un bostezo y al cubrir mi boca con mi mano, lamí un poco de aquel delicioso liquido, Mario me dio un codazo, estaba muriéndose de la risa y bastante sonrojado. Al rato nos separamos de nuestros amigos y nos fuimos, caminamos por las calles vacías de la capital, eran más de las tres de la madrugada y nos dirigíamos al hotel, Mario tenía su camisa abierta hasta la mitad del pecho y yo seguía con las ropas mal acomodadas, me besó varias veces e incluso llegó a cargarme, estábamos algo pasados de copas y todo era risas, brincábamos, corríamos, jugueteábamos. Llegamos al hotel y subimos hasta el quinto piso donde se encontraba nuestra habitación. La cerramos con llave y pusimos el simpático letrerito de no molestar.

Entré al baño y miré con atención al espejo. Vi que mi cuello y mejillas estaban llenas de pintura de labios, mis cabellos no tenían orden alguno y había un sinfín de manchas en mi camisa y en mi pantalón. Mario se asomó también, con una sonrisota de oreja a oreja, se agarró la entrepierna, en su pantalón se dibujaba una enorme mancha. La vi y reí un poco, él lo notó.

Hiciste que tu semental se corriera antes de tiempo –me dijo en tono entre de broma y serio –pero eso no te salvará

Aquí vamos –pensé. Y mi presentimiento no falló, los dedos largos y blancos de Mario no tardaron recorrer mi pecho y bajar aún más, también sentí como se pegaba a mi espalda, su durísimo miembro, que era retenido por su pantalón se apoyaba en mi parte trasera, tentando a mis nalgas, a entregarse de una maldita vez.

Vamos –me dijo. –no es justo que tú hayas cogido esta noche y yo no.

Por que estabas entretenido en verme hacerlo –le dije. –crees que no lo noté.

Mario empezaba a mover su miembro sobre mis nalgas.

Está bien –le dije. –pero vamos a la cama.

Mario me llevó hasta ahí y me tiro sobre la que supuestamente era su cama. Estaba mas que a mil, se puso sobre mi y empezó a desabrochar violentamente los botones de mi camisa, metiendo sus manos en ella y mordiendo mis tetillas, yo le desabrochaba el pantalón y se lo bajé hasta sus rodillas, hice lo mismo con su ropa interior hasta que su pene quedó liberado, tieso y babeante parecía no poder esperar más, su dueño lo miró orgulloso (siempre hace eso) y se dispuso a quitarme a toda prisa el resto de ropa que me quedaba, luego se lanzó sobre mi apoyando sus manos sobre mis hombros, para poder restregar así la babeante cabeza de su miembro en mi ano, era una manera de lubricar un poco, luego, sin mas aviso, puso mis tobillos en sus hombros (yo estaba boca arriba) y empezó a introducírmela, me miraba con una sonrisa descaradamente lujuriosa, el ritmo empezaba a darse, yo me retorcía y apretaba las nalgas, no podía con las cosquillas. A Mario le encantaba verme así, por lo cual aceleraba un poco sus movimientos, haciéndolos mas profundos también, me encantaba sentir sus vellitos en mis nalgas y también me gustaba sentir las gotitas de sudor que caían del pecho y la frente de Mario, gemíamos. Llegó el momento en el que cerrábamos los ojos y nos preparábamos para el final, ya no podía evitarse, el ritmo era bastante acelerado y las respiraciones muy agitadas, Mario solo un fuerte rugido (o aullido, pero no gemido), la dejó bien adentro y se dejo caer apoyando sus manos en la cama bajo mis brazos, el sudor de su frente se escurría hasta caer por su nariz, me miraba satisfecho, con mis manos sujeté sus brazos, fuertes y pálidos, luego sequé su frente y también fui moviendo mis manos hacia su espalda, la cual aumentaba y disminuía su tamaño según su respiración, también se encontraba húmeda y caliente, bajé mis manos a sus nalgas, estaban bastante calientes también, ya que después de todo, ahí se encuentran los músculos que hacen posible ese mágico vaivén, se sentían firmes y tersas, me encantaban, la momento de acariciarlas sentí como la verga de Mario recuperaba tamaño en mi interior, finalmente acaricié sus muslos apreciando sus vellos y la firmeza que el fútbol les daba.

Mario sacó su polla de mi interior y se tumbó a un lado de la cama, me levanté y le mordí suavemente el cuello, lo besé fuerte pero brevemente. Me recosté en su pecho y acaricié su estomago, dormiríamos ahora. Pasó su brazo alrededor de mi y me besó la frente. Al ratito, escuchamos que nuestros amigos llegaban al hotel, oímos risas femeninas también, no solo nosotros pasaríamos una buena velada.

Ya habían pasado unos quince minutos, Mario parecía dormir, pero yo no podía conciliar el sueño, pensaba en todo lo que había hecho en estos años y también en todo lo que pasaría en los días siguientes, era inevitable. Me levanté a lavarme la cara y cuando regresé, Mario se había despertado (cosa rara con su sueño pesado).

¿Que pasa? –preguntó. – ¿te lastimé o algo así?

No, lo hiciste bien –le dije. –solo no tengo sueño.

Me senté en la cama, creo que él intuyó lo que pasaba, se puso a mi lado y me abrazó, me apretó con fuerza y me llenó de mimos. Me dijo que no me preocupará de nada y que tratara de dormir. El amanecer se aproximaba.

Ya hasta el sol va a salir –me dijo.

Veámoslo –le dije. –en todo este tiempo nunca hemos visto al sol salir.

Si, es irónico, en nuestro atardecer, veremos por vez primera un amanecer –dijo Mario.

Ese comentario me perturbó un poco, pero igual y le tomé la mano y lo conduje a la ventana. El cielo empezaba a tornarse púrpura, él me abrazó con fuerza y yo igual, fueron pasando el violeta y el naranja, la ciudad comenzó a hacer sus ruidos habituales, las luces se apagaron y el sol comenzó a salir en un cielo amarillento, se elevaba de entre los rascacielos y las colinas, cuando el cielo se tornó azul, el sueño se volvió fuerte y le dije a Mario que ya podíamos descansar.

Adoro haber podido contemplar esto contigo –le dije. –pero debemos dormir un poco.

Mario asintió y nos acurrucamos en la cama.

Gracias al despertador fue que pudimos entregar el cuarto a tiempo, al igual que nuestros amigos, apenas y pudimos llegar a la estación de camiones, parecíamos muertos vivientes o algo así. Dormimos esperando en la estación y cuando subimos al camión también dormimos, de hecho solo recuerdo que cuando llegamos estaba apoyado sobre el hombro de Mario y con una de mis manos sobre su entrepierna, al despertar el río y dijo "hasta dormido andas caliente, ponte bien o nos podrían ver". Llegamos al cuarto y únicamente alcanzamos a darnos una ducha rápida y sin más nos dormimos hasta el día siguiente.

De nuevo, un maldito despertador, nos sacaba del hermoso estado en el que estábamos. No teníamos ropa alguna y nos manteníamos abrazados de una extraña manera. Solamente le di un beso y empecé a vestirme, ya era tarde y debíamos hacer un último ensayo antes de preparar el papeleo correspondiente al final de nuestro bachillerato. Todo esto terminó aproximadamente a las cinco de la tarde por lo cual aún pudimos conversar con los amigos un buen rato, todos estábamos algo ansiosos, al día siguiente sería la ceremonia y la entrega final de cuartos. Todos platicábamos de lo que haríamos en el verano o bien, de lo que haríamos en la universidad. De nuestro grupito solo Roger y yo regresaríamos a nuestras ciudades natales a estudiar, uno mas iría al extranjero y Mario y el resto se quedarían en la universidad del instituto. De nuevo vi una muequilla de tristeza en el rostro de Mario. Busqué cambiar el tema en un tonto intento protector por lo cual terminamos recordando la noche del sábado, me preguntaron por el numero de la chica con la que estuve pero en realidad no tenía su numero ni nada. Apenas y recuerdo su nombre, les dije. Ellos me recriminaron mi falta de interés pero sabían perfectamente que así era Nicolás. Divagamos un poco hasta que Mario se levantó y me dijo: "vamos, necesitamos empacar". Me levanté, los demás hicieron sus habituales comentarios no muy lejanos a la verdad y nos fuimos… caminamos por los pasillos que como ya he dicho estaban llenos de pinturas antiguas, emblemas, blasones, espadas y mapas; era un lugar bastante agradable después de todo. Subimos las escaleras al primer piso, luego al segundo, caminamos pasando por siete puertas hasta llegar a la que tenía inscrito 28A, entramos y achocamos todo en las camas para empacar mas fácilmente, separando únicamente los uniformes de gala que usaríamos al día siguiente y algunas ropillas para dormir, el resto lo fuimos empacando en sendas maletas, nos dábamos las espaldas, de vez en cuando yo me apoyaba en su espalda y en otras era él quien lo hacía. Nos estirábamos, le buscaba las cosquillas y el hacía lo mismo también nos pellizcábamos las tetillas y en fin un montón de estupideces, pero claro estábamos jugando. Finalmente Mario se volteó apoyando su pecho sobre mi espalda y pasando sus brazos por mi pecho, creí que era otra de sus incitaciones pero no fue así, me di cuenta de que me estaba poniendo algo al cuello y así era.

Quiero que conserves esto –me dijo mientras pasaba un collarcito de hilo grueso por mi cabeza. –ahora es tuyo Nico.

Finalmente pude sentir el colgante en la piel desnuda de mi pecho, era un crucecita, no, no era solo eso, era el crucifijo que Mario siempre traía al cuello.

Muchas gracias –le dije, la verdad no tenía palabras para ello. –prometo cuidarla mucho y siempre tenerla cerca de mí, gracias.

Le di un beso en la mejilla y palpé el singular amuleto apreciando sus formas, sentí la cruz y el retorcido y delgado cuerpo de cristo. Lejos de importarme el significado religioso, únicamente atendí al significado que Mario le había dado, era su amuleto de la suerte, cosa irónica ya que en realidad se lo había regalado a su primera novia quien se lo devolvió de un manera grosera una vez que terminaron, no diré mas detalles, pero el crucifijo había significado mucho para Mario desde entonces, la primera vez que vi a mi niño de ojos grises, lo traía puesto y la vez que me "descubrió" también, de hecho siempre lo tenía puesto.

Mario me tuvo abrazado un buen rato, respiraba lentamente y tenía su cabeza apoyada en mi hombro izquierdo, se le notaba triste, pero no por ello el abrazo dejaba de tener su calor, nuestros torsos desnudos chocando, las respiraciones sincronizadas, creo que hasta teníamos las mismas ideas en la cabeza: disfrutare el momento que no queda nada más.

Yo no tengo nada que darte. –le dije. –no suelo darle gran significado a las cosa, bueno, no hasta ahora.

No te apures –me dijo. –me has dado muchísimas cosas en estos años.

No, espera… creo tener algo –le dije, mientras buscaba entre mi maleta. –te va a quedar un poco apretada, pero pues vi que siempre te gustó.

Mario tomó con cuidado la prenda color azul calro, era una sudadera algo ceñida que formaba parte de un juego de pijama.

Oh, es tu traje de Teddy –dijo Mario. –me encanta, muchísimas gracias.

Tomo la prenda y la acercó a su nariz, sintió su suavidad y me propinó un muy fuerte abrazo, de esos que le sacan a uno el aire.

Todavía huele a ti. –me dijo. –te prometo que la guardaré.

No es nada muy especial, pero quiero que la tengas –le dije.

Si es especial para mí. –dijo. –me encantaba vértela puesta y como dormías a cada rato…

Si, fue como mi segunda piel –le dije. –es como si fuera una serpiente…

Y empiezas de nuevo con tus bizarras ideas –dijo mario y después hizo una pausa. –pero como voy a extrañar esas extrañas ideas.

Me volvió a abrazar.

Vamos a despedirnos en la cama –le dije. –ya que mañana vamos a estar muy ocupados.

Vale –dijo Mario, mientras sonreía. –El que termine primero manda.

Intenté ir rápido pero el muy tramposo ya había terminado. Despejamos los colchones, yo me empezaba desvestir cuando Mario me lanzó sus calzoncillos, ya estaba desnudo y con su habitual sonrisota, me alegraba que estuviera de buen humor y en aquella actitud juguetona, tal vez esta sería la última vez que lo haríamos en mucho tiempo. Estando desnudo me detuve a observar, en los colchones realmente se encontraba un gran ejemplar de la perfección, bueno, de lo que yo considero como perfección, era un muchacho de dieciocho años, con un cuerpo firme, atlético aunque sin caer en el barroquismo de los físicoculturistas, bellitos rubios en las piernas y coronando un miembro de buen tamaño, también había unos en su pecho, pero en realidad eran pocos, sonrisa lasciva y una mirada juguetona que hacía imposible resistirse, a todo esto se le sumaba una melenita dorada pero oscura, que lamentablemente se encontraba cortita por la situación en la que estábamos, pero eso no hacía mas que resaltar aquel rostro casi infantil. Sin darme cuenta mi miembro ya se encontraba listo para lo que fuera, Mario sonreía y me indicaba que me acercara. Lentamente me acomodé junto a él, percibí su calor y sin demorarse mucho mi amigo comenzó a toquetear mi verga, la jalaba, sus enormes manos la sujetaban con deseo y a la vez con una delicadeza tremenda. Poco a poco Mario se fue inclinando hasta que sus labios hicieron contacto con la cabeza de mi miembro, sujetándola y humedeciéndola. Me deje caer en la cama y cerré los ojos, las succiones se hacían cada vez mas fuertes, cuando cesaban era por que comenzarían en mi vientre o en mis testículos, sabía que me encanta sentir su lengua en mis ingles y lo hacía a cada rato para retrasar mi venida, con su mano libre me acariciaba las piernas fue tras mas de quince minutos que le tomé la cabeza impidiéndole retirarse ya de mi mástil, por lo cual comenzó a succionar con mas fuerza aun, muchísima fuerza, parecía que quería arrancármela de una mordida, yo me retorcía y gemía… tenía los ojos bien abiertos y lo que veía no se lo hubiera creído nadie del colegio. Mario esmerándose al máximo en succionar una verga, subiendo y bajando, dejándomela llena de baba, apretándome los testículos con su mano, para que finalmente y tras mucho placer salieran de ellos una ingente cantidad de liquido blanquecino, ese día debí haber roto un record, por que Mario se atragantó y la esperma escurría de la comisura de sus labios.

Te la has ganado campeoncito –le dije riéndome. –pero acábatela toda.

Mario se sonrojó pero me dejó limpiecito, realmente se lo comió todo.

Ya te hacía falta –le dije. – ¿no es así?

Cuando sea tu turno, verás –me dijo. –de hecho puedes empezar ya.

Realmente tenía ganas de hacerlo y eso que en realidad no me gusta mucho hacer oral, me le tiré, lo derribé, ambos reíamos, comencé a jalársela un poquito pero ya estaba lista, la cabeza estaba hinchada al máximo y muy babosa.

Vamos perra, empieza –me decía Mario, aunque claro, lo hacía jugando y con su sonrisa propia de un sátiro.

Con la primera lamida llegó el primer suspiro, sentí aquel delicioso sabor acre de los jugos preseminales, le apreté los huevos que se sentían duros como piedras, los lamí también, metiéndomelos a la boca y hundiendo mi nariz en ellos. Ante los reclamos de Mario, me dediqué mas a su miembro el cual aguantó estoicamente mamada tras mamada, fricciones labiales y lengüetazos, de vez en cuando lo mordía suavemente mientras que mi mano libre la ocupaba en apretar las fuertes piernas de Mario, quien después de buen rato terminó entregándome una cantidad no despreciable de leche, con su sabor dulzoncito y esa sensación calida que deja en claro que está recién hecha. Quería seguir, pero Mario me indicó que aun faltaba mucho por hacer.

Tal como en los primeros días, ahora, dos años y medio después, Mario y yo jugábamos de nuevo (y como siempre), fue él quien me tiró y comenzó a hacerme cosquillas, era algo inocente pese a estar desnudos, sentía como el aire se me iba de entre tantas risas, como pude me libré y ataqué su punto débil, casi literalmente su talón de Aquiles puesto a que el lugar que mas le hacía reír eran las plantas de los pies y así seguimos por bastante tiempo, nos revolcábamos jugando, nos mordíamos y nos susurrábamos cosas tontas y cosas sucias de vez en cuando nos dábamos nalgadas o jalábamos nuestras pollas o nuestros huevos, arrancándonos uno que otro suspiro de dolorcito travieso, en una de esas tomé a Mario por los hombros y lo estrellé suavemente contra una pared, mordí su clavícula (no sé por que, pero me excita sobremanera esa parte) y luego subí a por su cuello hasta su quijada. Mordí su barbilla.

Vaya Nico, tienes fuerza –dijo Mario quien trataba de librarse.

¿Como diantre crees que paso los exámenes? –le respondí. Su verga comenzaba a levantarse pero aun estaba flácida.

¿Sexo oral al maestro? –dijo Mario de manera sarcástica.

Que asco –le dije. –solo le hago favores al capitán del primer equipo de Fútbol, un pobre diablo, ¿lo conoces? (me refería él)

Mario soltó una risa, obviamente no había hecho el comentario en tono hiriente, estaba riéndose y había alzado un poco la cabeza dejando su cuello a mi total disposición, él solo acariciaba mis nalgas. Cuando vi lo que pretendía opuse resistencia, y aunque si logré algo, termine dejándome, con lo cual terminé en la otra pared con el brazo derecho firmemente sujetado contra mi espalda a manera de llave, Mario aprovechaba la situación para pasarme por entre las nalgas su pedazo caliente y rígido de carne. Mi pecho estaba contra la pared.

Pues ese pobre diablo sigue siendo más fuerte que tú. –me dijo riéndose y sin dejar de frotármela.

Maldito –le dije. –sabes que dormir no saca músculos.

¿Te das por vencido? –me preguntó – ¿o será necesario que te lo haga de esta vergonzosa forma?

Quise resistirme pero la carne es débil y esa sensación de un cuerpo húmedo separando tus nalgas y moviéndose de arriba abajo quería simplemente hacerse más fuerte, pasar a más. No hice ningún comentario no estaba molesto ni nada, siempre jugábamos así, de hecho estábamos riéndonos y abrazados nos fuimos a los colchones. Me senté esperando a que Mario buscara la posición que quisiera, finalmente se puso sobre mí, quedando pecho a pecho conmigo, fue guiando con su mano hasta que la cabeza de su miembro quedó en posición perfecta, luego comenzó a arrimarse, penetrándome lentamente, pasó su brazo por debajo de mis axilas como abrazándome y dejó su peso totalmente apoyado en mi. Inclinó su cabeza sobre uno de mis hombros pegando sus labios sobre estos. Empezó el vaivén, lo estaba haciendo despacito, casi no movía su torso, de hecho lo único que parecía estar moviendo (además de sus labios) eran sus caderas, rara vez lo hacía así, pero me encantaba, yo me perdía entre el ritmo de su respiración, las presiones de su miembro y su precioso olor, también me encantaba pasar mis manos por su húmeda espalada y más que nada, dejarlas sobre sus nalgas para sentir como estas se movían mientras me penetraba.

Así lentamente, seguimos por varios minutos, bastantes, según recuerdo. Mario supo mantener el exquisito ritmo y yo también fui apretando las nalgas cada vez más fuerte hasta que un exhausto Mario se dejo caer inmóvil sobre mi, esperando a que su miembro saliera por cuenta propia.

Yo no me sentía cansado y la cara de Mario me decía que él tampoco, por lo cual aún podría dejarle por última vez mi regalo en su interior.

Házmelo –me dijo. –quiero que me lo hagas como se lo hiciste a Susana o como se lo harías a cualquier tipa, vamos, que probablemente no lo hagamos en mucho tiempo.

¿Seguro? –le dije. –suelo ser muy cuidadoso contigo y eso podría…

¿Lastimarme? –me preguntó. –que mas da, caminaré raro mañana ¿y que? Quiero irme con esa sensación.

Les juro que me brillaron los ojos, Mario pedía que se lo hiciera de una manera tan… ah… simplemente pedía que dejara a lo mas salvaje de mi en libertad. Traté de advertirle, pero fue inútil, en cuestión de minutos tenía la mirada perdida en el techo y a Mario sujeto de las caderas mientras metía y sacaba sin cuidado alguno y únicamente procurando mí placer. Claro, a él le gustaba y lo mejor, no ocultaba nada, apretaba descaradamente las nalgas y soltaba muy fuertes gemidos, le daba nalgadas lo cual no hacía más que alentarlo a apretar más y a gemir más. Yo estaba encantado, en ocasiones se la sacaba completita y con la misma se la volvía a meter hasta que mis huevos quedaban aplastados contra sus nalgas. Pronto (buen en realidad fue después de un buen rato) la sensación eléctrica previa al orgasmo llegó y aceleré los movimientos al punto de que quizá hubiera parecido un poseso o algo así. Finalmente lo sentí. Bajando como un impulso de energía por mi columna, desde mis brazos, llegando también de mis piernas, reteniendo mi respiración y causando un nudo en mí estomago para finalmente liberarse a manera de esperma y en grandes chorros en el interior de Mario.

No caí exhausto, solo me tumbé en la espalda de Mario que seguía en cuatro, mis movimientos pélvicos seguían, solo que más lentos y con mi verga languideciendo lenta pero constantemente. Finalmente se la saqué y contemple con un poco de miedo como salía un hilillo de sangre y semen del palpitante y hermoso ano de Mario.

Lo siento –le dije mientras me dirigía al baño.

Fue de lo mejor que hemos hecho –me dijo. –creo que hasta vi estrellitas.

Me reí por lo último, regresé del baño con bastante papel y limpié cuidadosamente el trasero de Mario, a él le encantaba ser atendido y siempre había agradecido que yo me preocupara por él, sobre todo por que realmente no me preocupo mucho por nadie más.

Eres fantástico –me dijo. –no hagamos más, durmamos ya.

Me abrazó e intentamos dormir.

Si estaba cansado, pero no podía dormir, me atormentaba saber que mañana ya sería el fin, que la próxima vez que durmiera, ya no estaría cobijado por los brazos de Mario, que ya no sentiría su olor ni su calor… me hacía al dormido, en realidad quería disfrutarlo concientemente, quería pasarme el resto de la noche mecido por su suave respiración. De pronto, lo escuche, era algo demasiado sutil, Mario no estaba dormido, podía sentir con toda claridad como pasaba su nariz por mi cabello y como aspiraba, me acariciaba también y lo que mas me perturbó es que él estaba sollozando, al principio no se notaba, pero conforme pasaron los minutos, el llanto se fue notando, Mario estaba triste y con lo que sentía por él, eso me destrozaba. No, no es el dolor físico, ni lo que uno siente cuando ve una telenovela barata o una escena cursi en un cine, es esa sensación en la que una parte de ti muere y no puedes evitarlo. No hay lágrimas ni respiración entrecortada, solo esa sensación fría lacerando tu alma, reduciéndola a nada. El tiempo desapareció así que no puedo asegurar cuanto rato pasamos así, solo sé que en cuanto sentí a Mario dormido, me levanté. Él no lo notó, me fui a la ventana del cuarto, era una noche de verano en una región montañosa, no había tanto calor como en el trópico o en el desierto y un agradable aroma rondaba por el aire. Me sumergí en un profundo sopor, únicamente contemplando mi alrededor, las luces del pequeño pueblito producían un reflejo amarillento pero tenue, del otro lado, en los colchones, Mario dormía, no se notaba en paz, parecía buscar algo en la cama, quizá me buscaba, pateé una almohada la cual quedo cerca de sus brazos y enseguida fue tomada por estos, ahora estaba mas tranquilo, podía seguir pensando, pero en realidad, yo no estaba pensando en nada, solo apoyé mi brazo en la ventana y contemple mi aliento empañar el cristal, lloré, lo hice en silencio, aunque podría haber gritado sin despertar a Mario. No podía dejar de hacerlo, las lágrimas escurrían por mis mejillas y caían. Mi mente se nublaba y me venían a la mente un sin fin de canciones, muchas de ellas las había cantado con mi primo, otras con los amigos de mi ciudad o con los del instituto, unas eran de mi infancia y otras, las había cantado con el muchacho que dormía en los colchones. Deseé que lloviera, pero no llovió. Empecé a tararear una cancioncita en francés que Mario me había enseñado, mi voz estaba entrecortada y a mi parecer no era audible a más de treinta centímetros de mí, recuerdo que en un principio odiaba ese idioma en que uno tenía que sacar tanto la lengua, pero conforme el tiempo fue pasando, aprendí a quererlo y a pronunciarlo, claro tenía un muy buen maestro. Seguía llorando y cantando, recordando como Mario movía los dedos sobre lo que fuera mientras cantaba esta canción, decía que no podía sentirla sin el piano.

Justo cuando terminé sentí el abrazo cálido y firme de Mario. Había despertado, quizá fue la canción quizá otra cosa.

La cantas bien, aunque deberías cantarla siempre alegre –me dijo. –pero fue la almohada, crees que una bolsa llena de plumas puede sustituirte.

Leíste mis pensamientos –le dije realmente asombrado.

No, pensaste en voz alta –me dijo apretándome un poco mas. –a veces lo haces, de hecho me encanta que lo hagas.

Discúlpame por despertarte –le dije. –es que no es fácil…

Lo sé –me dijo. –prepararse pare el fin. No pensemos en ello.

Como si eso pudiera cambiar las cosas –le dije. –el tiempo no está en nuestras manos, no podemos quedarnos en este momento, ni regresar al pasado.

Es como pedirle a las astillas que se vuelvan a convertir en un jarrón –me dijo. –pero con tiempo y paciencia un artesanos puedo volver a unirlas.

¿Esperaremos a un artesano? –le pregunté. – ¿Qué es lo que harás?

Recordar –me dijo. –eso es lo que haré.

¿No buscarás a nadie? –le pregunté.

Tal vez, la carne es débil, tú lo has dicho. –me dijo. –pero… ¿crees que encontraré lo que quiero?… digo… ¿Tendrá alguien esa mirada profunda y tranquilizadora? ¿Acaso reirá como un niño? ¿Un rizo castaño y brillante le caerá en la frente? ¿Será la mezcla perfecta entre sarcasmo y dulzura? ¿Olerá como tú? ¿Besará como tú? ¡No! ¡Claro que no lo hará ni lo será ni lo tendrá!

En ese momento sentí como desaparecía todo rastro de razón o voluntad en mí, me sentí perdido, desarmado, nunca nadie había podido lograr eso, era como si… ah… no hay palabras para ello.

¿Tú que harás? –me dijo, sacándome del trance en el que me encontraba. –sé que no tardarás en encontrar a alguien.

Habrá chicas, de hecho ya sé que me esperan, pero no creo volver a sentir lo que por ti siento –le dije. –solo buscaré saciar a la carne, pero nada más… en un principio así fue.

Te das cuenta de que así comenzó todo –me dijo, pero claramente ya era otro tema. –en aquella noche de diciembre… tú veías por la ventana, lucías preocupado y yo te abracé y comenzamos a hablar.

Si, así era –le dije. –y confío en que en el futuro volveremos a estar así.

Gracias –me dijo. –yo igual doy mi palabra.

Me besó y nos fuimos moviendo hacía la cama. Ambos teníamos sueño y nos dormimos. Esta vez nadie fingía.

Al día siguiente, nos despertamos con un mejor humor, nos bañamos juntos encargándonos cada quien de la limpieza del otro, claro Mario consiguió una última entrega láctea y nos fuimos con los amigos a la ceremonia, la cual describiría, pero aun tengo otras cosas que decir, mas importantes creo, así que pues solo imagínense una típica ceremonia de fin de curso, solo que con trajecitos militares, un protocolo mas estricto, el resto viene a ser lo mismo: discursos, padres orgullosos, comida, entrega de reconocimientos y medallas…

Así pues, cuando la ceremonia hubo terminado, Mario y yo nos dirigimos a nuestra habitación, un prefecto llegó al poco rato a inspeccionar, era la entrega final de cuarto y todo estuvo en orden, sacamos nuestras cosas y con severa tristeza vimos cerrarse por última vez la puerta del dormitorio 28A.

Nos fuimos juntos al aeropuerto, en el camión de la escuela, llorando con los compañeros y riéndonos también. En el aeropuerto siempre congestionado mis padres optaron por que yo los viera en el avión y los de Mario buscaban desesperadamente un boleto, ya que su vuelo había sido cancelado. Estábamos con los amigos, la gente nos veía raro por el uniforme, todos estaban melancólicos. Para mi desgracia, o tal vez para bien, mi vuelo fue el primero en anunciarse, me levante, tomé mi equipaje de mano y me despedí de todos, abrazos fuertes y sinceros que aun llevo conmigo. Mario me apretó con más fuerza que los demás. Caminé unos tres metros y volteé a verlos por última vez. Mario tenía los ojos nublados y enrojecidos, jamás me habían parecido más grises, más tristes; sus piernas estaban extendidas y su puño se apretaba con fuerza, eso me aturdió ya que solo solía hacerlo cuando estaba muy molesto. Desvió su mirada y siguió con su plática, tal vez lo hacía para no llorar. Apenas giré en un pasillo, me metí al primer baño que vi, lavé mi rostro y golpeé estúpidamente la pared lastimando mis nudillos, lo único que quería hacer en ese momento era volver a donde Mario. Pero supe que ya no podía.

Esa noche, ya en otra ciudad que tampoco era la mía, recibí un mensaje que decía simplemente "te extrañaré" era de Mario y en cuanto lo leí me eché a llorar. Por suerte mis padres no estaban cerca. Le respondí y empecé a ver como era la vida estando lejos de él. Nada agradable en ese momento, todo había perdido su magia y su brillo.

 

Septiembre de dos mil siete.

Un año y dos meses después de lo antes relatado.

Las cosas habían cambiado un poco, en un principio Mario y yo nos habíamos mantenido muy comunicados, claro, conforme la universidad nos fue consumiendo, fuimos también dejando de comunicarnos, Mario salía con un muchacho un grado mayor que nosotros pero con el cual nos llevamos bastante bien (la verdad ya sospechábamos de su orientación) llamado José. Yo, llevaba ya varios meses con una chica morenita y simpática llamada Andrea, era simplemente buena en la cama y con gustos bastante refinados y compatibles con los míos. Mi prima claudia y mi primo Roberto me habían ayudado bastante con lo de Mario, siempre han sido un gran apoyo. Esta parte en realidad comienza gracias a mi hermanito quien ya iniciaba su bachillerato, naturalmente sería en el mismo lugar en él que yo lo había estudiado, los novicios siempre entran a clases una semana después que el resto del instituto, por lo cual, una vez que hube dejado a mi hermanito en la escuela, me dirigí a una ciudad cercana, donde sabía que Mario se encontraba ya. Para esos momentos teníamos diecinueve años, razón por la cual ya nos dejaban ver todas nuestras cosas y en mi caso también solían dejarme las de mi hermanito. Tomé un camión y me preparé para ver a Mario de nuevo, estaba bastante emocionado.

Sin mayor problema me ubiqué en la ya antes conocida ciudad y tras treinta minutos de búsqueda ya me encontraba en la entrada del edificio de departamentos donde José tenía el suyo. Subí al tercer piso y toqué la puerta, José la abrió y sorprendido me abrazó y llenó de besos. Me alegraba mucho verlo de nuevo, pasé a la salita, donde Mario estaba leyendo una revista. Me sonrió y también me abrazó aunque en realidad lo hizo sin muchos ánimos.

Hasta que te animas a darte una vuelta por aquí –me dijo Mario en un tono un poco hiriente. –ya ni te conectas.

Sabes que la universidad me está volviendo loco –le dije. –y apenas vamos a empezar el segundo año.

Si, ya imagino lo complicado que ha de ser todo en las provincias –dijo Mario.

Es exactamente lo mismo solo que sin tanto crimen –le dije. – ¿estás de mal humor?

No, tu ausencia de más de un año no me tiene para nada molesto –dijo en un tono sarcástico que yo jamás había usado contra él.

Podría haber tardado mas –le dije. –Mario, es hasta ahora que he tenido la oportunidad.

Como sea –me dijo. – ¿Qué has hecho en todo este tiempo? ¿No has embarazado a nadie?

No –le dije. –siempre he sabido hacer las cosas bien. Y tú, ¿has embarazado a alguien?

No, los hombres no se embarazan –me dijo. –aunque veas a José gordo, eso no tiene nada que ver conmigo.

Cállate Mario –dijo José. –bueno, les dejo un rato a solas, voy a bañarme…

Y si será un buen rato, por que la diva tarda horas en el baño. –dijo Mario.

Jódete –contesto José bastante molesto.

Realmente creo que hasta José sintió el ambiente algo tenso. Mario y yo nos sentamos en la salita, separados por una mesita desordenada y en casi completa oscuridad. Él tenía una mueca de fastidio, yo, trataba de no mostrar el dolor que eso me hacía sentir.

¿Que pasa? –le pregunté. –este no es el Mario que conocí.

Oh si, lo soy. –me dijo. – ¿no lo ves acaso?

No –le dije. –solo veo a un sujeto cínico y amargado.

Mira quien lo dice –dijo Mario levantándose y acercándose a mí. –tú te fuiste y a los cinco minutos ya tenías a esa perra llamada Andrea…

Mide tus palabras Mario –le dije empezando a mostrar mi enojo.

No tengo por que medir nada –me dijo. –en todas las fotos que he visto tuyas, sale esa niña y tú sales ahí feliz, o abrazado con tus amigotes en la playa… ¿no que no tenías tiempo?

¿Es eso, Mario? –le dije. Poniéndome de pie como desafiándolo. – ¿no habíamos hablado ya de esto? Tu igual tienes amigos y también estas saliendo con alguien, de hecho estás en su departamento ahora. Y no quieras comparar un viaje de veinticinco minutos al puerto con la hora y media de avión o las veinte horas de camión, eso sin contemplar los costos. No te hagas a la victima.

Mis amigos son los mismos que solíamos tener –me dijo. –y por favor, ¿te has detenido a observar a José? Es un payaso el pobre tipo.

Me sorprende cuan idiota puedes ser –le dije. –deberías apreciar mas lo que tienes, ese niño es buena persona y si así estás todos lo días, creo que hace una labor titánica para soportarte.

O sea que tú ya no me soportarías –me dijo.

Nunca he tolerado a quienes se comportan como cretinos –le dije. –no termino de entender que es lo que te ha pasado.

Tal vez el que cambió fuiste tú –me dijo.

Sabes –le dije. –vine con la mera intención de pasar un buen rato con alguien a quien quiero…

O sea, viniste por sexo –me dijo. –creo que no tengo ganas.

No vine por eso –le dije realmente enfurecido. –vine por que quería volverte a ver, por que te extrañaba… vine por que te quiero mas de lo que he querido a alguien y ahora me doy cuenta de que te has convertido en un bendito trozo de mierda.

mmm… entonces José es una mosca –me dijo. –de hecho tu también lo eres.

En cuanto Mario terminó de decir esto, me empujó con fuerza, caí en el sillón moviendo este un par de centímetros. Quería llorar, pero me contuve.

Debo irme ya –dije. –creo que no volveré pronto.

Haces bien –me dijo. –solo no azotes ninguna puerta al salir o la otra mosca podría molestarse.

Me levanté furioso, no podía creer nada de lo que estaba pasando, me avente contra Mario, abrazándolo con fuerza, creo que hasta le saqué el aire, me apartó con los brazos e hizo una mueca algo difícil de explicar, entre dolor e histeria quizá. Mis ojos lagrimaban y él extendió su mano apoyándola sobre mi pecho, palpando una pieza sólida y pequeña que se encontraba bajo mi camiseta.

Aún la tienes –me dijo. Mientras sacaba de mi ropa un crucifijo de plata. –aun la tienes…

Si –le dije. –por que nunca antes había deseado dejar de quererte… pero claro, aun ahora sigo siendo el estúpido que nunca dejará de hacerlo.

Lo aparté con fuerza y me dirigí a la puerta del baño, Mario se había tumbado en un sofá.

Ya tengo que irme –le dije a José. –me alegra haber vuelto a verte.

¿Tan pronto te vas? –me dijo. –pensé que a lo mejor podríamos ir a algún lado a cenar.

Disculpa la descortesía, pero debo irme –le dije. –se paciente con él por favor.

Recogí mi abrigo que se encontraba en una silla del comedor. Y salí tan rápido como pude, Mario intentó detenerme pero fue inútil, le lancé un puñetazo al pecho para que se apartara y me fui.

Tomé el ascensor y una vez que tuve esa privacidad, me eché a llorar como un niño pequeño, apenas disimulando un poco, salí del edificio. Cursé al otro lado de la calle y caminé sin rumbo, no sé por que pero volteé a ver al edificio. No debí hacerlo. En una ventana del tercer piso, había un muchacho de piel clara, con una mueca de tristeza, lloraba pero aún así me sostenía la mirada con sus preciosos ojos grises. No expresé nada, volteé a otro lado y seguí caminando hasta que llegué a un parque, ahí, en una banca solitaria y perdida, fue que me desmoroné totalmente. Cubrí mi rostro con mis manos y di rienda suelta a todo el dolor que sentía. Algo en mi se rompió para siempre esa noche.

Solo hubo algo que me hubiera gustado decirle a Mario antes de irme, quería decirle que aun pasaba, cada vez que el sol agonizaba en el horizonte, que las sombras se alargaban hasta desaparecer, que los cielos cambiaban de colores… siempre que el atardecer se filtraba en mis ojos… de algún lugar de mi mente llegaba esa trágica sonata que él había tocado para mí en la intimidad de mi sala tres años atrás. Aun ahora debo de huir de los atardeceres, no es que los odie, de hecho los amo, pero son tantos los recuerdos que me llegan en esos momentos que me es imposible conservar la calma.

(9,38)