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Mezcla de sensaciones: sexo y morbo

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Muchos afirman que las jovencitas son todo pasión pues son un tanto inocentes y algunas, por no decir casi todas, un poco guarras. Otros afirman que éstas carecen de experiencia y hay que buscar algo más, por lo que declinan de gente de su edad e incluso maduras en busca de jóvenes a los que cabalgar hasta vaciarlos. Hay quien prefiere góticas (sexo duro y bondage), otros las rellenitas (carne y más carne para disfrutar)… y así una extensa lista nada despreciable.

Mi inclinación la tengo clara: caiga quien caiga mientras tenga dos agujeros. La edad perfecta no existe, que tenga experiencia otorga conocimiento y placer al que la recibe y el que no la tenga tiene su morbo. Obedecer o ser obedecido depende del estado de ánimo, pero siempre obtendremos lo que buscamos: sexo y morbo. El sexo duro gusta a todo el mundo, pero el suave y cariñoso no se queda atrás. Fuerte, lento, rápido, caliente, intenso, repetido,… todo vale con tal de disfrutar (en mi caso exceptuando ciertos actos grotescos).

Una vez tuve la ocasión de conocer a una persona que albergaba todo esto, es decir tenía mucha experiencia en ciertos aspectos sexuales, en otros esperaba descubrirlos en mayor o menor grado. Gustaba de disfrutar del sexo de forma delicada y salvaje, combinando ambas facetas a la perfección. Además poseía un cuerpo exquisito, y algunos le habrían encontrado algunas imperfecciones aunque estas, en el conjunto total de su físico, formaban un todo excepcionalmente bello que podría atraer hipnóticamente hasta al más exigente de los hombres. Y no era únicamente su cuerpo, era su modo de utilizarlo, de contonearse, de procurarse placer para sí misma y para el espectador. Su cabello, aunque solía llevarlo recogido, era una melena castaña que le daba cierto aspecto de fiera. Su rostro, de mejillas ligeramente redondeadas no ofrecían ningún detalle distintivo que la hiciera más o menos bella, pero sus gestos, sus miradas, sus sonrisas y su forma de mover los labios harían caer en la locura a miles de hombres.

Fui una de sus víctimas. Víctima de sus voluptuosos pechos siempre libres bajo la ropa. Víctima de su cintura, la cual denotaba su edad. Víctima de sus piernas, que parecía un cerrojo de placer, las puertas hacia la lujuria sin control. Su sexo, cubierto con una fina capa de vello oscuro, era capaz de ofrecer un nivel de temperatura inesperada, amén de tener una jugosidad digna del más fino paladar. Su trasero resistía a caer del todo ante los años, manteniéndose firme y sabroso. Pero también fui víctima de su forma de ser, de su capacidad de diálogo, de su sensatez, de su cultura y de su forma de ver las cosas. Muchos afirmarían que sería la mujer perfecta, aunque yo la dejaré en Noa, ni más ni menos.

Esa era Noa, la que quería que fuera mi Noa. Pero existía un inconveniente, Noa era casada y vivía lejos.

Comienza la relación

No hizo falta que cruzásemos demasiadas palabras para conocernos. Rápidamente advertimos qué buscábamos el uno del otro. Era la época de la novedad y ambos queríamos "aprovechar" las nuevas tecnologías.

Por lo que me contó, su matrimonio andaba últimamente descaminado, muy descaminado. Por ello intuí que la falta de sexo con su marido le había llevado a los brazos de la autosatisfacción y, en un nivel distinto, al cibersexo.

La primera sesión, los dos con webcams (aunque ella sin mostrar su rostro), fue memorable. Me indicaba cada movimiento, casi cada gesto, me sugería posiciones de lo más llamativas y morbosas. Escribía frases que se grababan como fuego en mi mente, a la vez que se masturbaba, galopando sobre su silla mientras se introducía un consolador. Deseaba ver cómo su rostro se desencajaba de placer, cómo sus gemidos escapaban de entre sus fauces. No recuerdo cuánto tiempo duró, pero recuerdo que eyaculé una gran cantidad de semen que despegó desde mi capullo hasta una distancia considerable. Ella chorreaba, y me mostraba cómo un líquido viscoso y caliente se desprendía del interior de su coño.

A veces gustaba de masturbarse sobre las bragas, unas bragas rosadas o blancas que quedaban manchadas al final, y que me hubiera gustado lamer o hacer que ella lamiese. Seguía sin ver su cara, pero eso ya no importaba, disfrutábamos del cibersexo y después de una conversación bastante amena.

Recuerdo que le gustaban mis poses, parcialmente echado sobre el sofá y masturbándome. Unas veces prefería que mis propias manos me acariciasen, pellizcando mis pezones, metiéndome los dedos en la boca… En otras prefería ver cómo me masturbaba con ambas, abarcando toda mi verga; e incluso gustaba de ver cómo apretaba mis testículos. Todo ello lo acompañaba con un rostro sumido en el placer, me resistía a cerrar los ojos puesto que deseaba verla por webcam, pero era casi inevitable no caer ante el morbo de saber que me contemplaba, disfrutando de ver cuán habilidad había adquirido gracias a sus directrices.

Respecto a su webcam, por ella podía ver su cuerpo desnudo, introduciéndose el consolador entre los pechos, simulando ser mi polla. A veces se abría totalmente de piernas y se auto taladraba mientras se estremecía de lujuria, viéndome o leyendo mis ardientes palabras. Pero lo mejor era verla saltar sobre el afortunado artilugio y masajeando sus enormes pechos.

Al final echaba el cigarrito, saciada y a gusto.

Un acontecimiento esperado

Tras un año de magnífica relación cibernética, Noa se divorció, buscó piso y vivió sola. Ello implicaba más trabajo, más responsabilidades, pero también más soledad, por lo que pronto retomamos nuestra "relación" de un modo más libre.

Por fin pude admirar su rostro y quedarme maravillado con sus gestos. También conocí su voz y ella la mía, con lo que descubrí que mis gemidos de placer le provocaban el mayor de los morbos. Mis jadear era lo que más le atraía, verme desnudo y disponible para ella, a su merced, joven y pasional, ardiendo bajo las llamas que ella misma provocaba. Todo ese maremágnum de sensaciones estaba coronado por los gemidos que profería, haciendo que ella me acompañara con los suyos, excitándome aún más si cabe a mí también.

Su disponibilidad de tiempo y su nueva soltería nos dio más tiempo para conocernos. Dialogábamos de numerosos temas, descubriendo así que podíamos hablar de casi todo. Me tenía preso, obligado, de alguna forma, a verla, a pesar de la distancia. Así que me propuse un periodo de tiempo, una fecha límite para, antes de la cual, tendría que verla.

Eso no quitó que nuestras sesiones continuasen, e incluso subiesen de temperatura, lo cual ya parecía imposible. Juntos imaginamos innumerables situaciones, buscando la forma de dar mayor morbo a cada sesión. Algunas veces nos quedábamos en una, y después hablábamos largo y tendido sobre cualquier tema. Otras veces repetíamos, no hacía falta decir nada.

Pero había un paso que dar: vernos. Quería sentir su cuerpo desnudo sobre el mío, ambos sudando y sin dejar de follar. Dos cuerpos unidos por la lujuria durante largas horas, incluso días. Todo lo que habíamos experimentado tras la pantalla debía quedar plasmado sobre la piel, saborearnos y devorarnos una y otra vez, hasta quedar saciados, aunque ambos éramos conscientes de que este último punto jamás se daría… siempre queremos más.

El ansiado encuentro

Con cuánta impaciencia esperé aquel día, sería difícil describir el cúmulo de emociones y pensamientos que sentí. Recuerdo ir en el tren (durante 16 horas), sentado y con una idea: verla. Mi mente calenturienta me jugaba malas pasadas, claro que llevaba una semana sin eyacular (me reservaba para ella). La imaginé aproximándose por atrás, pasando por el pasillo hasta mi fila y, sin mediar palabra alguna, sentándose sobre mí, frente a frente, mientras se introducía mi duro falo, y comenzaba a cabalgarme ante la atónita mirada del resto de pasajeros.

Fue una agradable imagen que se repitió una y otra vez. Pero pronto llegaría, tenía que aguardar, procurar descansar, olvidar mis nervios y relajarme. Era imposible, para una cabezada que eché soñé con ella, rechazándome, dejándome plantado en aquella ciudad desconocida para mí. Fue un sueño muy vívido, y muy corto puesto que al despertar me di cuenta de que tan sólo habían pasado 38 minutos. Era el viaje más largo de toda mi vida.

Al llegar a la estación cogí mis cosas tan rápido como pude, salté al andén y busqué la puerta en la que acordamos vernos. Aquello estaba repleto de gente, de toda condición y raza, además había muchas puertas y no daba con la adecuada. Al fin la encontré, pero no estaba allí. Invadido por el pesimismo temí que mi sueño fuera a hacerse realidad (creo que la impaciencia me hacía ser algo trágico). Mi móvil sonó, era ella para decirme que estaba en otra puerta, pero que venía enseguida adonde yo me encontraba.

Segundos después volvió a sonar el móvil, pero quien quiera que fuese colgó. Intuí el objeto de aquel toque y enseguida me di la vuelta y allí estaba: pantalones vaqueros, una camisa blanca (sin sujetador y con los pezones marcándose lentamente) y una chaqueta vaquera, con su pelo recogido con una gomilla que pronto mandaría a paseo. No hubo palabras, nos abrazamos y nos besamos cuales viciosos, como dos débiles e insignificantes humanos que han esperado una eternidad para degustar el manjar de los dioses, la ambrosía.

Al despegarnos sonreímos, me fijé en que sus pezones estaban duros, así como ella se fijó en mi erección. Por fin Noa, por fin ella, el colofón de mi experiencia, de mis relaciones, de mis noches de sexo, de todo cuanto me cabía esperar en ese y otros aspectos.

Tomamos un taxi hasta su apartamento. Dejé mis cosas y la besé más que caminé. Me sugirió tomar una ducha (16 horas sentado son muchas horas), lo cual me sonó a propuesta indecente. Pasé al interior del cuarto de baño y comencé a desnudarme, lentamente. Me introduje en el plato de ducha y comencé a mojarme. Esperaba que ella entrase para unirse a mí, pero pronto adiviné: quería jugar, hacerme esperar un poco más, volverme loco y, después, destrozarme.

Allí, bajo las cálidas perlas de agua vi cómo mi erección no disminuía, mi verga intuía que iba a suceder de un momento a otro. Quise tocarme y acabar con mi espera, desahogarme, pero hubiera sido un desperdicio imperdonable. Me serené, me duché y me dispuse a seguirle el juego.

Unos instantes después estábamos en la calle, vestidos impecablemente, de camino a algún restaurante elegante. Bajo la mesa me abría de piernas, esperando su picaresco pie, sabía que ella disfrutaría ver cómo contenía el placer ante un lugar público. No obstante nunca se dio tal circunstancia, seguía el juego y ya habría tiempo para más… y más.

Unas copas de vino tinto fueron suficientes para entonarnos. La comida se hizo pesada, el estómago era un órgano inservible en ese momento. Al abandonar el lugar tomamos un taxi, cuyo asiento trasero fue mudo testigo de nuestra pasión. Nos besamos aplastando los labios unos contra otros, manchándome con su pintalabios, casi nos desnudamos ante la atrevida mirada del conductor.

No había tiempo para más, cada uno estaba en su lugar. El edificio no contaba con ascensor, sencillamente era demasiado pequeño, o de lo contrario quizás nos hubiésemos quedado en él. Pero no que decir tiene que en cada salón parábamos, me empujaba contra la pared, mordía mi labio inferior y frotaba mi verga con su mano, me costaba mucho evitar correrme, desperdiciando así tanto tiempo de espera.

Al fin llegamos a aquel apartamento, cuyos detalles pasé por alto en todo momento (ella era mi obsesión). Allí no hubo tiempo para más. Nos arrancamos prácticamente la ropa, dejándolas desparramadas por el suelo. Caímos juntos sobre la cama, cuerpo contra cuerpo, ella encima y yo debajo. Había dejado mi cuerpo entre sus piernas, clavando sus rodillas en la cama para no permitirme escapar. Pensé que me daría un recital de sexo oral, pero Noa había jugado demasiado, simplemente había esperado aquel momento demasiado tiempo, y saltó sobre mí engullendo cuan larga era mi verga de una atacada. La inyección fue tal que soltó un fuerte grito de placer que se entremezcló con el crujir de la cama.

Saltaba poseída por la sed de sexo, de buen sexo. Aplastaba mis huevos con cada bote, esparciendo sus líquidos por toda mi verga, lo tenía ardiendo, no hacían falta preliminares, lo quería ya… y así explotamos… me corrí como nunca antes en toda mi vida, expulsando un gran torrente de semen que se mezcló con sus fluidos, explotando conjuntamente, gritando como dementes y bañados en sudor. Disminuyó sus movimientos, pero no paró, esparciendo los fluidos por todo mi miembro, los cuales caían hasta las sábanas, manchándolo todo. Al fin se detuvo, se echó a un lado, tumbándose junto a mí. Mi polla salió de aquel caliente orificio con suma facilidad, estaba totalmente impregnado de ambos y su lubricación era extrema.

Se encendió un cigarro, dio una bocanada y me miró. Nos volvimos a besar, como dándonos las gracias, como si hubiésemos cumplido un sueño, una emoción inigualable, algo tan especial que sólo poetas tocados por una mano divina podrían describir con palabras. Echó un vistazo a todo mi cuerpo:

—Pues sí que estás bueno —dijo sin más.

Yo la miré sin decir nada, jadeaba como un perro encelado. Ella volvió a mirar hacia mi entrepierna, maravillándose al ver que mi polla seguía erguida, roja y, ahora, brillante por el baño de jugos. Siguió fumando mientras su otra mano tomaba mi verga, comenzó a pajearla ante mi atónita mirada. Su mano se movía casi mecánicamente, se podría hasta decir que de forma instintiva.; no necesitaba fijar su mirada en ella, le bastaba el tacto. Me masturbaba mientras me observaba cómo mis labios no podían contener los gemidos en mi interior, y poco a poco iban despegándose el uno del otro, estirando finos hilos de saliva hasta romperse estos, permitiendo así que un leve quejido fuese llenando la habitación. Su mirada era un tanto siniestra, denotaba su experiencia y su afán por "llevar el timón". Continuaba fumando y contemplándome detenidamente mientras mis ojos se cerraban presas del placer. Era todo un contraste puesto que mientras que yo me sumía en el más profundo placer ella permanecía impávida, muy probablemente disfrutando por dentro.

Así continuó, intentando extraer más semen de donde quedaba más bien poco. Cuando mi verga parecía estar a punto de estallar, detuvo su movimiento. Mi polla tembló, se irguió un milímetro más en busca de la mano que la había desamparado, en busca de un culmen. Ciego por la locura y la necesidad de terminar, cometí el grave error de llevar mi mano derecha hasta mi polla, con el propósito de dar fin a todo aquello. Sin soltar el cigarro ni modificar su expresión, Noa tomó mi mano y la llevó a su lugar anterior.

—Quieto, ni se te ocurra tocarte, o tendré que ser más dura contigo.

—Ya —dije desconociendo lo que se le pasaba por la cabeza— Pero necesito terminar, estoy ardiendo.

—¡He dicho que quieto! —Subió un tanto el tono de voz, amenazadoramente— Me gusta mucha pajear a los jóvenes como tú, y ver cómo van cayendo en mi red. Pero lo malo es que, cuando os corréis, ya no se os levanta, y por eso quiero que esto dure, repetirlo, así que te tienes que aguantar las ganas.

—Pero yo puedo correrme luego otra vez —Intenté hacerle cambiar de opinión— ¿No ves que llevo mucho tiempo "acumulando"?

—Mejor, así puedo hacerlo cuantas veces quiera. No me obligues a tomar medidas.

Pronto me di cuenta de que la cosa tenía su morbo, aunque me resultaba muy difícil contenerme y no eyacular. Terminó su cigarro y besó mi cuello, paseando libremente la lengua y mordiendo aquí y allá a su antojo. Reanudó la masturbación, lo cual me provocaba el mismo grado de goce que cuando estaba cerca de eyacular, supuse que cuantas más veces me masturbase antes llegaría a tal grado de excitación. Con un rostro lujurioso y picaresco volvió a detenerse, tramando el siguiente movimiento.

Deseaba eyacular, tenía la polla ardiendo, roja y a punto de eructar. Casi instintivamente, otra vez, llevé mi mano a aquel deslumbrante falo y pretendí masturbarlo. Noa sabía que tal cosa ocurriría así que no había llegado hasta mi verga cuando me detuvo:

—Te vas a estar quieto. No quiero tener que tomar "medidas" —Dijo en un tono más maquiavélico si cabe.

—¡Buf!, no me había dado cuenta. Pero necesito correrme ya, estoy que no puedo, deja que me corra —Le rogué.

—De eso nada, aquí se hace lo que yo diga, para algo estás en mi casa.

—Venga, luego me corro de nuevo, todas las veces que quieras.

—Que no te muevas —Me echó el humo de la última bocanada del cigarro a la cara, lo espachurró contra un cenicero cercano y tomo un par de medias negras— Esto servirá para que no hagas nada que pueda estropearlo —Decía mientras ataba una de mis manos a la cabecera de la cama.

—¿Qué haces? —Como si no lo supiera.

No dijo nada más. Terminó de atarme y, acto seguido, volvió a hundir su malévola mirada sobre mi rostro, más concretamente sobre mis labios, y continuó aquella masturbación que no parecía tener fin.

Así se sucedieron los momentos justos antes de la eyaculación. Llegado a dicho punto se detenía; unas veces acercaba sus labios con un gesto claro de ir a mamar para que terminase dentro de su boca, en otros acercaba sus voluminosos pechos, otras veces pasaba muy superficialmente sus uñas rozando el capullo, e incluso hacía el amago de sentarse sobre ella.

Estaba loco, completamente falto de cordura. Necesitaba correrme fuera como fuera. Tiraba de mis ligaduras pero estaban perfectamente dispuestas para evitar que escapase.

—Anda, córrete para mí —Dijo en un claro gesto de empatía.

—¡Por fin! —Grité esperanzadoramente— ¡Dale duro para que te lo eche en la cara!

Y eso hizo, pero como no hay dos sin tres (y ella ya llevaba como doce), me la machacó con fuerza para hacerme explotar, acercando su sádica faz a la punta. Justo cuando el gran chorro de líquido caliente y blanco iba a salir disparado de mi polla bañándole la cara, se detuvo, arqueé mi cuerpo sobre la cama, con un fuerte placer a punto de llegar al punto álgido, con una eyaculación tan morbosa como gozosa, rozó una vez más con sus uñas, arruinando mi orgasmo, y el semen salió tímidamente por la punta, a intervalos irregulares.

—Huy qué rico —Decía mientras expandía el retardado líquido sobre la punta con la yema del dedo índice— Así mi vida así, mmmm, cómo me pone.

No podía entenderlo, pero tenía su lógica. Me había hecho gozar hasta la extenuación psíquica, para después estropearlo todo haciéndome creer que iba a dejarme eyacular cuanto líquido había acumulado. Eso la excitaba y era la hora de la venganza.

No podía ser de otra forma. Me sentía sin ganas de seguir pero debía devolverle con la misma moneda. No podía quedarme de brazos cruzados esperando a reponer fuerzas y recuperar las ganas mientras ella continuaba excitada, en exceso además. Cual cocodrilo sumergido bajo las cenagosas aguas de un pantano, me quedé inmóvil como una roca observando mi presa: su coño. Se trataba de una raja muy castigada en los momentos de soledad, con un escaso vello negro que se extendía por los laterales hacia el exterior de la zona de la entrepierna. Lo recordaba emitiendo leves chorros de un fluido blanco y viscoso, como pequeñas gotas aperladas que se deslizaban por el tobogán de carne hasta ir a estrellarse contra las sábanas. A veces el negro vello evitaba el descenso, pringándolo todo.

Esos fueron mis pensamientos, los cuales duraron el tiempo suficiente como para coger aliento y que Noa se impacientaba. Esperaba tumbada en la cama, abierta de piernas y arqueadas, a modo de trampa mortal, un dedo parcialmente metido en la boca, y esgrimiendo una sonrisilla de lo más significante. Pues en mi plan de cocodrilo me abalancé sin previo aviso sobre mi presa, uniendo mi boca a su coño, acaparando toda aquella zona con mi bocaza. Acto seguido salió disparada mi lengua, firme y húmeda, como un arpón que se hunde bajo las olas persiguiendo a su víctima.

Con mi lengua clavada, mi boca aferrada, mis manos apartando sus piernas para que estas no se cerrasen y mi dentadura ejerciendo presión, provoqué en Noa un disfrute asombroso. Se contorsionaba de placer sobre la cama, intentando, vanamente, agarrarse a las sábanas. Poco a poco fui sintiendo su humedad, cómo mi lengua era capaz de moverse con mayor facilidad una vez comenzaba a chorrear tan preciados líquidos. En ocasiones cambiaba de "ataque", penetrándola con mis largos y filamentosos dedos, capaces de adoptar inexplicables posiciones que dolerían a cualquiera. Los hacía girar en su interior, los erguía y le hacía engullirlos hasta un límite que cada vez era mayor.

Esto le provocó un orgasmo enorme, el cual manifestó con estremecedores alaridos de lujuria. Pero la cosa no podía quedar ahí; poniéndome a su altura la besé en sus temblorosos labios, luego deslicé mis besos en dirección al cuello, y posteriormente a los pechos. Pero mi mano no dejaba de jugar: la masturbaba con la yema de los dedos, frotándolas todas juntas contra el exterior de su insaciable coño, hasta volver así al punto anterior.

A pesar de tener el coño seco, continué con mi viciosa labor, para lo cual me ayudé de aceites corporales que, además de humedecer la zona, le daba cierto olor un tanto agradable. Fue el tiempo el que hubo de decir basta, puesto que ni ella ni yo deseábamos que aquella primera escena jamás acabase. Al final nos vestimos para salir, pero ambos sabíamos que habría más… mucho más.

Ama-Sumiso

Sobradamente conocía la faceta de dominante de Noa. Como mi objetivo era que ella disfrutase de todo aquello que no solía permitirse, decidí ponerme bajo sus órdenes y hacerle de siervo.

Como ya antes me había contado una de sus fantasías conmigo era tener mi boca a disposición de su jugoso coño en cualquier momento. Ello implicaba estar pendiente de sus ardientes necesidades. Como no disponíamos de un collar con su respectiva correa, lo que hizo fue atar alrededor de mi cuello un trapo de vestir. Así, como un perrito, me paseaba desnudo por la casa. Se sentó a echar un vistazo a internet, y me metió bajo el escritorio donde se encontraba el ordenador. Como habíamos acordado previamente, cada vez que tirase del trapo quería decir que debía hundir mi cabeza en su deseable entrepierna. Así que, allí debajo, tiro de mi cuello y sumergí mi cara en el edén.

Y yo obedecía, como el siervo sumiso que me tocaba ser. Mientras lamía escuchaba sus gemidos, leves pero lo suficientemente morbosos como para que continuase con mis lametones. La cosa fue a más, con sus tacones pisaba mi verga, aplastándola contra el suelo. Con esto mi polla crecía dura y fuerte, provocando que mi ama ejerciera una mayor presión si quería que yo lo notase.

No hay ni que decir que la excitación era máxima. Tampoco hace falta decir que aquel "juego" nos resultaba… en fin, no hay palabras.

—Así mi perro así, cómeselo como le gusta a tu ama —Decía entre finos.

—Si ama, mmmm, sí —Difícilmente podía hablar con un coño en la boca.

—Me gusta pisotearte la polla. Quiero que sientas dolor y placer, las dos cosas. Aaaaaah. Sigue cabrón sigue. Quiero aaaah, no, te ordeno que te bebas todo. ¡AAAAAAH!.

Y eso hice cuando un torrente de su traslúcido flujo inundó mi boca. Lo bebí como si el más divino de los líquidos fuese. Entró caliente por mi boca y después la limpié con dulces lamidas. No hizo falta que mi ama me lo ordenase.

—Aaaah perro, así me gusta, que seas obediente y que sepas adelantarte a mis designios. Ahora vamos a hacer algo más.

Casi a rastras me llevó hasta la cama de su habitación y allí me ordenó que me tumbase sobre la cama. Me pidió que me pajease, mientras que ella me miraba con lujuriosos ojos, malévolos y perversos. Cuanto más me calentaba más me preguntaba por qué no me ayudaba. Hasta llegué a pensar que aquello era como nuestras sesiones de cibersexo con webcam.

Por fin se aproximó, puso su sexo encima, pero sin llegar a tocarme lo más mínimo. De espaldas, hizo como que me cabalgaba, pero insisto que todo era una pantomima: yo era el que se masturbaba y no comprendía lo que hacía

Más enseguida fui entendiendo. Me di cuenta de que aquello me encantaba. Se burlaba de mi erección y de mi excitación. Después se volvía y me miraba, riendo, incitándome más a la autosatisfacción.

—Mmmmm, así perrito, así. ¿Quieres correrte en mi boca? —Decía mientras ponía su boca a la altura de mi capullo.

—Sí, sí, sí, sí. Por Dios quiero bañarte toda.

—Pero mejor no, sería demasiado fácil —Y apartaba su boca de mi polla, evitando así que me corriese.

—¡No!, quería echártelo todo en la cara.

—Tú harás lo que yo diga perrito —Y acariciaba mi cabeza.

Así continué. Tuve que lamer su ropa interior y masturbarme con ella. Cuando estaba a punto de correrme ella me ordenaba detenerme. Al final, cosa de media hora más tarde, el más mínimo roce en mi nabo provocaría la eyaculación. Así que me ordenó detenerme. ¡No me corrí después de todo aquello! Tenía que vengarme de aquello.

La venganza

La calentura había pasado ligeramente y me mente se despejaba por momentos. Lo cual no quería decir ni por asomo que estaba dispuesto a olvidar lo acontecido hace unos instantes es la casa, así que iba tramando mi suculenta venganza basándome en la ley del Talión: "ojo por ojo…".

Así que nos vestimos. Yo con el típico pantalón vaquero y un jersey de estos que tienen una cremallera lateral. Ella algo parecido: pantalón vaquero y un jersey rojo de cuello vuelto. No era una época de frío excesivo aunque sí había que ir abrigado a ciertas horas.

La cena transcurrió sin incidentes; quizá en su mente calenturienta supuso que intentaría hacer algo morboso y provocador, pero me abstuve para que se enfriase y llegase a pensar que no tramaba nada. Gran error porque de haber sido así porque terminaría atacando cuando menos perspectivas de ser atacada tendría.

Luego llegó el momento de las copas, es decir sentarse en un pub irlandés adornado con las típicas tonterías británicas y una tenue luz color verde generando "ambiente". No fueron más de dos copas por cabeza aunque conversamos mucho acerca de nuestras vidas, el trabajo, etc. Procuré hacerlo lo más aburrido posible para que se adormilase levemente.

Finalmente fuimos a una discoteca. No bailar precisamente aunque terminaríamos saltando a la pista. Al principio dicha discoteca no estaba tan cargada de gente como cabía esperar, aunque cuando me quise dar cuenta se encontraba rebosando gente y dificultando el paso de un lado a otro, llenando de humo toda la sala y haciendo todavía más difícil la comunicación.

Tras los "picos" de rigor (sabor güisqui), nos dejamos "caer" por la pista y bailamos medio pegados, medio separados. El roce era sensual y rigurosamente atrayente pero no me dejé llevar tanto como ella hubiese querido. Fue entonces, cuando Noa creía que esa noche no iba a ocurrir nada excepcional, cuando me abalancé. Bailaba de espaldas y yo estaba totalmente erecto (otra vez) viendo cómo se contorsionaba su ebrio cuerpo cual serpiente hipnotizante. Me acerqué por detrás pegando mi caliente verga a su trasero y atrapándola entre mis largos brazos. Inmediatamente se dio cuenta y no pareció disgustarle lo más mínimo. Acto seguido subí ambas manos hasta sus pechos, los cuales apreté hasta hacerle emitir un leve gemido que terminó siendo ensordecido por la alta música. E inmediatamente después hice descender mi mano derecha hasta su entrepierna para saborear el calor de su sexo, el cual empezaría a manar delicados fluidos rápidamente.

Algunos se quedaron patidifusos y consternados ante espectáculo tal. Otros muchos ni siquiera llegaron a darse cuenta. Ella se volvió y me dijo: "Mira que eres malo, muy malo", y me besó mientras apretaba fuertemente su cuerpo contra el mío, aplastando sus voluptuosos pechos y dejándose sentir mi polla pegada a su ombligo.

Intentó excitarme frotando su cuerpo, cosa que me hubiera encantado pero eso no hubiera dado lugar a venganza alguna. Así que la aparté levemente (no podía hacer otra cosa dada la inmensa multitud) y volví a hundir mi mano en su entrepierna, puse mi cabeza sobre su hombre e hice como el que bailaba un lento muy pegadito. Pronto noté cómo su sinuoso cuerpo de estremecía, perdiendo el equilibrio y casi desplomándose al suelo, agarrándose a mí como buenamente podía y mordiendo mi oreja derecha mientras notaba su humedad en mis dedos.

Cuando llegó a cierto punto álgido, no pudo evitar coger mi rostro con ambas manos, mirarme con pasión y volver a estampar sus licorosos labios en los míos. Fue entonces cuando me propuso volver a casa, que no aguantaba más.

—Vámonos a casa —decía— quiero follarte hasta dejarte ciego.

—No —dije tranquilamente al mismo tiempo que meneaba la cabeza— de aquí no nos movemos.

Dicho esto su mirada cambió a un tono más preocupado, pero enseguida sonrió y entendió la maniobra, es una mujer extremadamente inteligente y no hace falta mostrarle demasiadas pruebas para llegar a una determinada conclusión con la mayor exactitud posible.

Así fue cómo cumplí mi venganza y cómo Noa disfrutó ante la vista de algunos espabilados. Ardía en deseos de volver al piso así que no quise prologar demasiado la cosa, como es obvio.

Una follada excepcional

Fue una noche larga, muy larga. Follamos como posesos durante el resto de la noche. Y caímos rendidos en la cama como dos gladiadores sobre la arena del circo. Mis sueños giraban entorno a aquel día, en ellos seguíamos disfrutando de un sexo sin límites, extendiendo nuestros gemidos hacia el infinito.

En uno de mis sueños me vi tumbado desnudo sobre una pradera verde, extendiéndose hasta donde alcanzaba la vista, sólo limitada por un cielo azul y despejado. Me preguntaba si yo era Adán y estaba reviviendo mi vida, como si el mundo hubiese vuelto a empezar y recordaba vagamente lo sucedido durante toda mi larga existencia.

Cerraba los ojos bajo la agradable sombra de un manzano, de manzanas gordas y rojas. La tentación. Mas era tal mi falta de fuerzas y la placidez de aquel lugar que no quise saber nada más. Estaba en el paraíso.

Al poco de cerrar mis ojos noté algo que se acercaba sinuosamente, se encaramaba a mi pie y desde allí subía por mi cuerpo dejando un surco legamoso. Aquello me provocaba un leve cosquilleo, y creía que si abría los ojos era para salir de aquel maravilloso y esplendoroso lugar. Aquella cosa se ¿enroscó? en torno a mi verga y parecía apretarla. Al principio sentí una profunda sensación asqueante pero enseguida el placer que me proporcionaba provocó en mí la sensación de ser tragado por la tierra, cayendo en… ¿la cama?

Efectivamente, allí me encontraba, bajo una fina sábana blanca y alguien más que se afanaba con mi cuerpo. Era Noa. Había tenido la dulce idea de despertarme de ese modo: succionando mi polla. Sus labios se habían apretado de tal manera a la misma, que me sentía atrapado por unas suaves tenazas.

Era tal aquella sensación que pronto los primeros gemidos comenzaron a salir por mi boca, mientras mis manos buscaban algo adonde agarrase. Tiré de la sábana y allí la vi, con su culo en pompa y postrada hacia mi verga. Sus pelos caían sobre su rostro y me era imposible ver los detalles, aunque podía imaginarlos.

Ella se dio cuenta de mi despertar, de mi glorioso despertar, y sin mediar palabras ubicó su coño en mi boca, contoneándose sobre mi cara e impidiéndome hasta respirar. Pero como buen macho, respondí saboreando aquel delicioso manjar, engullendo los calientes líquidos que desprendía sin desperdiciar ni la más mínima gota.

Nunca antes me había sentido tan a gusto comiéndome un coño. Allí lo tenía, un coño adulto con unos cuantos pelitos negros a los lados y por encima y emanando un icor transparente y pegajoso. Comí, comí y comí con los ojos cerrados para sentir su sabor y no quería parar. Mi lengua se movía mecánicamente a la vez que mis labios fregaban el exterior. Fue tal mi concentración que no notaba su mamada en mi verga.

De pronto, Noa se detuvo, apretando fuertemente con su mano derecha mi dura verga, convulsionándose nerviosamente entre entrecortados alaridos apagados por la falta de aire. "¡Aaaah… aaaah… aaaaah!”. Se estremeció como una cría y se desparramó a mi lado, no sin antes dejar caer en el interior de mis fauces esas gotas aperladas y calientes que tanto cuestan obtener y que tanto placer provocan.

Su orgasmo la dejó totalmente agotada, respirando con dificultad y sin poder expresar palabra alguna. Por suerte teníamos tiempo para que se recuperara de aquello y poder seguir disfrutando de nuestro festín sexual.

Hasta la última gota

Resulta sorprendente que dos personas lleguen a tener una atracción tal la una hacia la otra. Es difícil concebir ese tipo de situación, es como cuando te has hinchado de comer y, de repente, te ves en la necesidad de comer más. Pues este era el caso, con ella no me sentía fatigado, estaba siempre dispuesto a salir, reír, charlar y a cualquier cosa. El sexo era igual, pasados unos minutos podía repetir, pero si pasaban algunas horas sentía la imperiosa necesidad de destrozarla (o de ser destrozado).

Claro que influenciaban dos claros factores: uno, que el tiempo del que disponíamos era limitado (un fin de semana más o menos); y dos, su provocación era irresistible, y decirle "no" a una mujer como aquella era un pecado a tener en cuenta por el Altísimo.

Por eso, el almuerzo del domingo, en casita y con los pijamas, que estaba teniendo lugar unas tres horas después del último polvo, sólo podía desembocar en más de lo mismo (eso de lo que nadie se cansa de repetir). Los estómagos parecían ser conscientes de la situación y se satisfacían rápido para pasar a cosas igualmente necesarias. Los comentarios cesaron, las últimas risas se escabulleron fuera del comedor y un par de ojos se posaron sobre el otro par.

Noa se llevaba a la boca el último bocado mientras apartaba el tenedor de subo rozando levemente las puntas del mismo sobre su labio inferior. Casi al unísono nos pusimos en pie, cuales guerreros en pos de la terrible batalla que se presenta inexorable. Nos abalanzamos el uno sobre el otro y, gracias a mi mayor corpulencia y fuerza, logré empujarla a la vez que la levantaba del suelo hasta chocar contra los muebles. El golpe que propinó la parte trasera de su cabeza contra el mueble no apreció afectarle en lo más mínimo.

Allí, sentada junto al grifo, logró hundir habilidosamente su mano entre nuestros apretujados sexos mientras nos besábamos bocas, cuellos, orejas, pelo, pecho y todo lo acaparable de cintura para arriba. Su mano conseguía extraer a mi duro nado de debajo del pantaloncillo del pijama. Una vez libre éste, alzó sus brazos para que le quitase mi propio jersey (un préstamo cargado de erotismo) para que sus voluptuosos pechos, tras un pronunciado bote al caer, se me ofrecieron duros a mis ojos, boca y manos.

Sin más demora nos la ingeniamos como pudimos para apartar la ropa de abajo y enchufar en endurecida polla (ya llevaba rato durísima) en su siempre húmedo coño. Sus brazos me abrazaban, sus gemidos descontrolados llenaban mis oídos y sus uñas arañaban mi espalda desprendiendo pequeños trozos de piel y dejando débiles trazos rojizos sobre la misma.

Mis acometidas tenían como consecuencia desequilibrios que terminarían por llevarnos al suelo. Y aunque intenté llevarla en brazos contra la mesa del comedor, caímos lateralmente contra el suelo; eso sí, sin dejar de follar. El golpe no nos detuvo, gritábamos desesperados por corrernos y así lo hicimos. Terminados con un prolongado "¡Aaaaaaah!".

Nunca antes había sudado tanto en tan poco tiempo. Así que mi cuerpo reclamaba ingentes cantidades de agua. Mas no pude sacar mi ahora flácida verga de su coño cuando, agarrándolo literalmente, dijo: "¿Adónde vas? No la saques y sigue". A lo que yo contesté con una malévola mueca: "Te vas a enterar".

¡Increíble pero cierto! Mi nabo volvió a endurecerse rápidamente en cuanto lo hundía cual espada en aquel manantial del placer, la lujuria y la eternidad. Sus piernas se abrieron como las de una gimnasta y aquella postura me hizo asemejarme metafóricamente al taladro de la obra. Y, cual "peli" porno, la penetré una vez tras otra durante incontables minutos y alaridos hasta que explotó de nuevo.

"¡Sácala, corre!", dijo Noa con premura al ver que mis alaridos anunciaban mi corrida.

"¡Sí, aaah!", expresé como pude y sin dudar, no conocía sus intenciones pero sabía que acabarían en algo tremendo.

Hizo que le plantase, allí aún en el suelo, mi polla delante su cara, la agarró con fuerza con su mano derecha y la masturbó con tal rapidez y contundencia que emití todo un torrente de blanca leche sobre su rostro y su relamedora boca. Entonces sí, sí que me dejé caer reventado sobre ella, sudando como cerdos.

Antes de partir

Por la tarde noche salía mi tren, y dentro debía ir yo con un amplio y generoso recuerdo de mi viaje a Barcelona. Llegaría a Málaga de madrugada y, muy probablemente, con una sonrisa en los labios de oreja a oreja.

Nos movíamos de una lado para otro de la casa haciendo maletas y, cada vez que nos cruzábamos, "piquito" de rigor. Así transcurrió la mayor parte del tiempo y, una vez hechas las maletas, fue llegando la hora del fatídico e irremediable adiós.

Pero siempre está la última carta, o la última partida por jugar. Así que le sugería algo: ducharnos. Sus ojos se encendieron cuales brillantes diamantes a la luz de miles de fotones y, sin ni la más leve afirmación, tomó mi brazo y me condujo hasta el cuarto de baño.

Nunca antes me había desnudado tan rápido. Mi verga volvía a erguirse casi incomprensiblemente y la necesidad de follar resurgía en mí cual ave Fénix. Me metí en la ducha y, a pesar del reducido espacio que ofrecen los platos de ducha, logramos pasar un momento tan lleno de amor como de vicio.

Nuestras manos se deslizaron ágiles cuales serpientes reptando sobre la piel del otro extendiendo el suave líquido del aceite corporal, embadurnándonos de ese mejunje extraordinario que tanto empleo en mis masturbaciones y que tanta excitación me provoca. Recuerdo su mano pajeándome y pringando por completo mi falo a la vez que éste se volvía más y más duro, incrementando el grosor de sus venas y llevando una mayor cantidad de sangre a un miembro nunca muerto durante aquel par de días mal contados.

Nos abrazábamos como si de la última vez se tratase, uniendo nuestros cuerpos pintados de un líquido transparente, chorreando, a punto de formar una única carne, colapsados en el éxtasis que representa el sentir a otra persona en todo su ser y sumergirte en ella, formar parte de ella. Me es imposible especificar qué parte besé, cual acaricié y adónde fueron a parar mis extremidades. Mis ojos se cerraron y me sentía en una gran orgía donde cada centímetro de mi piel era correspondido con el grácil roce de otra piel.

Cuando nos quisimos dar cuenta ambos habíamos dejado escapar flujos de cada uno de nuestros sexos. Observando sus nalgas con mis ojos al fin abiertos, había llegado de utilizar un agujero hasta ahora poco aprovechado.

Apoyándose sobre el lavabo y dándome la espalda, me ofreció aquel fruto divino, formado durante años y ahora resumante de esplendor. El tubo de luz del cuarto de baño se reflejaba sobre él, todo pringado de aceite corporal. A continuación hundí mi grueso capullo, al cual le costó entrar al principio y a pesar del lubricador. Pero, poco a poco, mi gran anaconda logró introducirse en su ano cual flecha de punta plateada en el pecho del cervatillo.

Su gemido no pudo ser más ensordecedor. Tenía la sensación de que si me movía lo más mínimo terminaría por correrme, y siendo ella inconsciente de esta mi sensación inició un movimiento horizontal que provocó el estiramiento de todos mis músculos y tendones (como cuando uno sueña que cae) y mi rostro se retorció hasta tal punto que la apertura de mi boca emitió todo un torrente de caliente saliva.

Claro que, si quería disfrutarlo, debía ser fuerte y aguantar como nunca antes. Por ello me agarré fuertemente a su cadera, como el esclavo de una galera que prefiere destrozar sus manos con el remo a su espalda con el látigo, e hice chocar mis endurecidos cojones una y otra vez contra aquellas nalgas.

"¡Me corro, me corooo!", dije entre alaridos ante la incapacidad de aguantar.

"¡No, no, nooo!", contestó ella rápidamente a la vez que se la sacaba.

"¡Ah, ah!, sí, acabaremos juntos.

Con un esfuerzo sobre humano y dominándola bajo mi yugo me abalancé sobre Noa insertando casi mecánicamente de nuevo mi pene en su sexo. La clavada fue tal que sentí su dolor, traducido en un prolongado gemido.

-"¡Sí, sí, síííí! ¡Haz que me corra, lo deseo, hazme tuya! ¡Quiero corrermeeee!

Y no hubo respuesta por mi parte, al menos vocalmente. Todo lo que le di fue una última acometida que tuvo como consecuencia la corrida de ambos, con una potencia tal que hizo retroceder mi polla del interior de su coño unos cuantos milímetros. Sin dejar de apretarme de ella nuestros fluidos se escapaban por los resquicios de la cárnica unión, descendiendo por las piernas y mezclándose con el agua y el aceite corporal contenido en el plato de ducha.

Muchos "Te quiero", abrazos y sonrisas. Fue algo excepcional. La despedida fue relajada; ¿habría una próxima vez?, ¿estábamos tan satisfechos que no hacía falta un nuevo encuentro?, ¿quedaban más experiencias por compartir? Ahí quedó la cosa, por ahora.

Dedicado a Noa, aquella que ha hecho posible este relato.

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