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02-Gordos De Cabotaje (2)

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CAPÍTULO II: PRE ESTRENO EXCLUSIVO

BUENOS AIRES.

12 de ABRIL.

13.00 hs.

Mi primer visita a la capital argentina fue por mar con mucha expectativa y excitación.
Cuando arribé al puerto, divisé a mi padre y a Arturo que me estaban saludando.

Ellos habían vuelto los primeros días de febrero, y yo tuve que esperar para terminar de hacer todos los trámites que ya había comenzado el año anterior, por si se daba la oportunidad de viajar, hecho que finalmente nos ocupa.

Un abrazo y un beso fue el saludo con mi padre, y un fuerte apretón de manos cargado con muchísima energía, el de Arturo.

Íbamos en la cabina de una pick up en dirección al departamento donde estaba viviendo mi padre; estaba sentado entre Arturo y mi padre, quien era el que conducía, con las piernas apretadas por el poco espacio y Arturo tenía las suyas muy abiertas, permitiendo a su muslo izquierdo chocar en forma muy peligrosa contra mi rodilla derecha.

Cada tanto sentía unos movimientos imperceptibles de sube y baja sobre mi pierna; pero yo debía disimular, por tener a mi padre pegado a mí del otro lado.

Llegamos a destino y Arturo se despidió alegando cuestiones de trabajo.

Mi padre me puso al tanto de los temas laborales, y salimos a almorzar.

Durante los siguientes días, nos cruzamos con Arturo en varias oportunidades, y no parecía que algo fuera de lo común estuviera a punto de suceder. A pesar de que su sola presencia me ponía medio loquito, parecía que todo iba a funcionar únicamente en los carriles de lo laboral. Habría sido todo un excusa con el único fin de convencerme para realizar ese viaje?

Nada más lejos de la realidad.

Cierto día, luego de un tiempo de estar aprendiendo todo lo referente al nuevo trabajo, llegamos al departamento luego de la larga jornada laboral, y Arturo se despidió como siempre porque debía hacer unas diligen, pero nos informó que había conseguido tres entradas de cine gratis para el pre estreno esa noche de una película argentina a las 22:00 horas. En realidad yo estaba cansado, pero acepté ir de todos modos.

A las 8 de la noche pasó a buscarnos, con suficiente tiempo como para cenar antes de la función.

Estaba bastante fresco, teniendo en cuenta el clima agradable que había hecho durante todo el día, por lo que la sugerencia de Arturo de llevar una campera de abrigo, fue muy acertada.

Luego de la cena, tuvimos que hacer una cola de media hora para ingresar a la sala. En la misma, sentí al gordo muy peligrosamente cerca de mí y por detrás, como si estuviera encima mío todo el tiempo. Incluso, llegué a sentir en forma imperceptible su mano sobre mis nalgas en más de una oportunidad.

Finalmente entramos.

Buscamos tres buenos lugares y los encontramos en medio de la sala.

Mi padre pasó primero por la fila de las butacas y yo me disponía a seguirlo pero Arturo me tomó del brazo y me lo impidió. Él mismo fue quien siguió a mi padre, y yo tuve que pasar en tercer lugar.

Nos quitamos los abrigos y me senté encima del mío. Arturo se quitó su campera, se sentó con las piernas abiertas, incrustándose literalmente en su butaca, dejándome atrapado en la mía impidiendo que pudiera hacer demasiados movimientos; y puso su propio abrigo en partes iguales la mitad sobre mis piernas y la otra sobre las suyas.

Charló con mi padre de cuestiones de trabajo, hasta que las luces se apagaron.

Juro por Dios que lo vivido por dos horas en esa sala de cine, nunca hubiera siquiera imaginado ni soñado que podría sucederme alguna vez. Luego, con el tiempo me enteré que estas cosas suelen suceder en las salas de cine porno, pero nunca en el cine Grand Rex de la ciudad de Buenos Aires y en la noche del pre estreno de EL PIBE CABEZAS de Leopoldo Torre Nilsson con Alfredo Alcón.

Apenas la sala quedó a oscuras, sentí que algo se movía sobre mi rodilla derecha. Supe en seguida que era la mano de Arturo, que muy suavemente la deslizó en forma lenta hacia mi muslo y se detuvo. Yo estaba muy excitado, pero a su vez tenía terror. La sala estaba repleta, y mi padre estaba a dos asientos de mi, al otro lado del gordo.

Respondí abriendo mis piernas lo más que el poco espacio me lo pudo permitir, y abrí el camino para que su mano siguiera sin obstáculos su trayecto hacia mi entrepierna.

Me palpó, y acarició con esos dedos gordos. Comenzó a hacer masajes, y yo aún atontado, miraba para todos lados por temor a que alguien pudiera darse cuenta de lo que estaba ocurriendo debajo de ese abrigo.

Llegó a tomarme los testículos y los apretó firmemente. Me hizo saltar en la butaca y aflojó la presión; subió su mano hasta encontrarse con mi miembro que ya estaba considerablemente erecto, culpa de la excitación, el temor y la incertidumbre de no saber qué era lo que iba a acontecer a continuación.

Con su dedo índice y el pulgar comenzó a luchar con el cierre de mi bragueta. Por Dios, sólo pensé que iría a juguetear por encima de mi pantalones, pero estaba dispuesto a hacer algo más: ahora lo quería abrir continuando el trayecto hacia el interior.

Sin estar demasiado convencido, hice yo mismo el trabajo: bajé cierre de mi bragueta.

Introdujo la mano.

Además de duro, mi verga ya estaba emitiendo unos líquidos de excitación desde hacía un buen rato. Apenas Arturo me tocó el miembro húmedo fue hacia la punta y apretó la piel de la cabeza hacia delante con el índice y el pulgar, como para quitarle todo el líquido.

Acto seguido, sacó la mano de allí y se la acercó a la boca sin dejar de mirar hacia la pantalla. Sacó la lengua, y pude ver cómo saboreaba muy despacio mi excitación. Lo que me puso muy nervioso fue que el líquido, como era un poco espeso, le colgaba entre su mano y su lengua.

Lo que me asustaba y me excitaba al mismo tiempo en toda mi experiencia con Arturo, era que la mayoría de las veces los juegos se volvían un tanto peligrosos. Perversos, sí, pero extremadamente peligrosos. Era como que al gordo le gustaba jugar al límite. Como que había algo mucho más excitante en el hecho de estar casi al borde de ser descubiertos. Recordaba lo sucedido en mi casa cuando lo conocí, estando juntos en mi propia cama, a dos pasos del dormitorio de mis progenitores. Luego en la camioneta, con mi padre sentado a mi lado, cuando me rozaba con los muslos. Y ahora en el cine con toda la multitud allí dentro, y con el agregado de estar mi papá también presente a su derecha. Fue muy hábil el sentarse él mismo en el medio, porque me dejaba oculto de su visión por su panza. No hubiéramos podido hacerlo si yo estuviera sentado en el medio.

De todos modos miraba a mi padre temiendo que se percatara de algo; pero él estaba completamente ajeno, mirando la película.

Después que hubo secado toda su mano con lamidas que solo yo parecía detectar, sentí cómo Arturo abría un poco más, y en forma grosera, su pierna izquierda.

Como suelo aprender muy rápido, entendí la invitación.

Realicé el mismo trayecto que él había hecho un instante antes. Apoyé mi mano en su muslo. Eso sólo bastó para sentir correr más líquido preseminal de mi miembro. Deslicé mi mano derecha por sobre su grueso muslo hacia su entrepierna.

La excitación que sentía era indescriptible. Palpé, y sentí como con su mano izquierda guió la mía ayudándome a encontrar lo que buscaba. Estaba bastante más debajo de donde yo hurgaba, y algo más profundo.

Sentí tocar los testículos bien firmes y blandos a la vez. Estuve allí un rato largo, explorándolos por sobre el pantalón. Él me dejó hacer a mis anchas. Nunca me apuró, ni me dijo qué hacer. Y yo sólo respondía a mis instintos y a lo que acababa de aprender. Todo esto era novedad para mi.

Sentí que su pantalón ya estaba muy húmedo. Lo acaricié, y él se echó un poco más hacia arriba, como cuando uno estando sentado, quiere levantar más aún los genitales. Busqué su bragueta, y le hice el mismo gesto que él me había hecho antes, para que se la baje. Pero él movió la cabeza de derecha a izquierda varias veces, como diciéndome que no. Yo entendí que no me lo iba a permitir, pero él me tomó la mano, y la llevó hasta el cierre de su propia bragueta. Ahora entendía, él quería que fuera yo mismo quien se la bajara.

Me gustaba su perversidad, por lo que no dudé y así lo hice.

Me interné con la mano dentro de su húmeda entrepierna, y empecé a bajar ahora que conocía el recorrido exacto para llegar a lo que buscaba. Creí que no iba a poder llegar nunca, porque era bastante más debajo de su bragueta y debía hacer un esfuerzo inusual como un contorsionista para poder meter la mano dentro con las limitaciones de espacio y movimiento que ciertamente tenía.

Cuando finalmente llegué a su parte más velluda, noté que estaba muy mojado, y pegajoso. Pasé de sus pendejos directamente a sus testículos. No toqué su pene, no lo encontré. Sorpresa. Entonces me di cuenta. Toda su entrepierna estaba terriblemente mojada. Ya había eyaculado, y su miembro estaba descansando.

Giré la cabeza para verle el rostro que simplemente sonreía.

Qué hijo de puta!

Junté todo el líquido que pude con mi mano, y lo quité de allí dentro.

Me lo llevé a la boca. Siempre con la punta de la lengua, primero; y como estaba todo bien, lo comencé a lamer. El aroma era algo fuerte, y otra vez temí que alguien se pudiera percatar de ello.

Escuché unos tiros, y la persona que tenía a mi izquierda se sobresaltó por lo que sucedía en la pantalla: la miré de reojo, y estaba con los ojos bien abiertos concentrado y disfrutando de la película.
Me tranquilicé.

Sequé mi mano con la lengua, y fui por más.

Repetí la operación por lo menos por otras cinco veces.

Cuando hube terminado, Arturo quiso tomar su turno.

Introdujo su mano nuevamente entre mis piernas. Volvió a limpiar y a lamer, y cuando me dejó seco, forzó a mi verga a salir al exterior, y comenzó directamente a masturbarme.

Estaba loco! Eso si que no!

Le tomé la mano, como para que no impedírselo y que no siguiera; pero me la sacudió, haciendo caso omiso a mis pedidos. Volví a intentar un par de veces más para que claudicara de sus intentos, pero no hubo caso.

Como último recurso, me acerqué a su oído y le supliqué:" No, por favor! No hagas esto!"

Y él se acercó al mío. No escuché nada por lo que moví mi oreja más hacia él: y en lugar de decir palabra alguna, me la besó.

Lo miré aterrado mientras él sonreía y seguía masturbándome.

Giré la cabeza para ver si la gente que estaba sentada detrás de mí podía alcanzar a ver algo de lo que estuviera ocurriendo en nuestros asientos, pero nadie se daba cuenta de nada.

Me hubiera muerto de vergüenza si alguno sospechara tan siquiera lo que estábamos haciendo en ese momento. Volví a mirar a mi padre, pero éste ya se había dormido. Jajajajajaja. Sí, estaba durmiendo.

Dentro de mi nerviosismo incontrolable, me resigné y le dejé hacer lo suyo.

La sacudida que realizaba su gorda mano era acompasada y muy suave por más que su puño cerrado me apretaba el miembro muy fuerte; y sólo muy de vez en cuando, el movimiento se iba más hacia abajo de lo normal, como para tomar más pene escondido dentro de mi cuerpo. Esto hacía que la erección se intensificara aún más.

Estaba al borde de escupir mi esperma en cualquier momento. Él, cuando se percataba de ello, detenía sus movimientos. Me acariciaba los testículos, revisaba mi glande, lo secaba con los dedos, se lo chupaba y volvía a empezar. Así varias veces, hasta que sacó algo con la mano derecha de su bolsillo y me lo entregó. Era su pañuelo.

Ahora que tenía algo para no hacer un lío tremendo allí, estaba bastante más tranquilo.

Aceleró el ritmo de la masturbación, y yo ya estaba con su pañuelo por debajo de su abrigo esperando el momento anhelado por ambos.

Finalmente ocurrió. Tuve que contenerme para no emitir ningún sonido ni gemidos. Pero no pude disimular los espasmos y temblores que me provocó esta eyaculación en particular. Él me sostenía la piel de la cabeza apretada, para evitar el derrame de mi esperma. Cuando estuvo seguro que yo estaba pronto para limpiarlo lo dejó libre, y ni una gota se derramó. Todo fue a parar a su pañuelo, tras lo cual intenté guardármelo en el bolsillo para devolvérselo limpio otro día, pero se me acercó al oído y con una sonrisa me ordenó: "Es mío, dámelo!."

Simplemente obedecí.

Apenas lo tomó, se lo llevó a la boca y le pasó la lengua. Noté como recogió gran parte de mi semen con ella y casi se le quedó colgando de los labios. Con su dedo y la lengua, lo metió todo dentro de su boca.

Otra vez abrió las piernas, y sentí nuevamente la invitación.

Quería conocer su miembro por fin.

Fui por él.

Igual que lo vivido anteriormente, hurgué en su entrepierna introduciéndome por dentro de su bragueta aún abierta. Bajé explorando todo lo que tocaba en mi recorrido. Ombligo, vientre, abdomen, pendejos, pene y testículos. Me detuve en su miembro ahora erecto en forma poderosa. Muy gordo y peludo como el resto de su cuerpo, con una punta muy cabezona que se iba ensanchando a medida que llegaba hacia la base, como si fuera una pirámide. Mis dedos no alcanzaban tocar sus propias yemas con mi mano alrededor de esa verga descomunalmente gruesa.

Sentí que el gordo me miró, como diciéndome: "Y ahora que quieres hacer?"

Pues no tuve mejor idea que devolverle la gentileza: lo saqué al aire libre y empecé a masturbar.

Sonrió, y se puso nuevamente en la pose de dejar aún más expuestos sus genitales echando su culo hacia arriba.

Nunca mejor oportuna la palabra obeso para definir el pene que sacudí con mucha dificultad por debajo del abrigo que ocultaba toda la acción. Aceleré el ritmo, hasta que sentí cómo mi mano empezó a mojarse. Arturo emitió unos gemidos que intentaba disimular, pero no pudo contener un par de espasmos lo que logró que mi padre se despertara.

Se me cortó la respiración y mi corazón se detuvo por unos segundos.

Falta mucho para finalizar la película? —preguntó luego de unos segundos que le tomó darse cuenta del lugar en donde estaba.

No! —le contestó Arturo sin tener realmente ni la más mínima idea de la respuesta.

Voy al baño y ya vuelvo —dijo mi padre, se levantó del asiento y salió por el otro lado.

Respiré hondo... ambos hubiéramos estado en verdadero aprieto si se hubiera decidido a salir por el lado en que estábamos sentados nosotros. Yo todavía le sostenía los genitales a Arturo con la mano bañada en su esperma.

Dame tu pañuelo —me pidió al oído.

Así lo hice.

Quité mi mano de debajo del abrigo y la sequé con mis labios.

Él llevó mi pañuelo a su entrepierna y estuvo un rato largo allí dentro haciendo movimientos; y los pocos minutos, me lo devolvió todo mojado, como era de esperar.

Lo acerqué a mi boca y lo lamí en el preciso instante en que volvía mi padre del baño.

Arturo, me convidó con un caramelo de menta, y el tomó otro.

Tómalo, es para quitar el feo olor que queda —me informó al oído.

Nuevamente obedecí.

De pronto apareció la palabra "FIN" en la pantalla, la gente se puso a aplaudir, y se encendieron las luces de la sala.

Arturo se puso a aplaudir también y a gritar: "Muy bueno, realmente estuvo muy bueno, no es verdad?" preguntó dirigiéndose a mí.


Asentí no pudiendo aguantar la carcajada y decidí sumarme al festejo general y aplaudir también.

Y yo que me dormí a los diez minutos de comenzada la película —exclamó mi padre lamentándose por haberse perdido la película del año.

No sé, tal vez lo fuera, pero para mí, a pesar de que no tengo la más puta idea de qué trataba la película, fue la función de cine del siglo.

 

CONTINUARÁ.

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