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LARA Y MARIO

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A los cuatro años Lara conoció a Mario. Fue cuando papá y mamá le trajeron de la clínica donde mamá le alumbrara dos o tres días antes y Lara se quedó extasiada ante aquel muñequito de carne y hueso, más pequeño aún que alguno de sus muñecos. Su carita redonda, sonrosada, aquella mata de pelo negrísimo y los ojitos que ora parecían medio abiertos, ora medio cerrados… Titubeante acercó su mano derecha a aquellas manitas minúsculas y sintió un escalofrío cuando esas mini-manitas le asieron un dedo y se lo llevó a la boca, la forma en que los bebés exploran su entorno, pues reconocen las formas de los objetos a su alcance metiéndoselos en la boca.

Desde entonces Lara se pegó a su madre como si fuera su sombra pues la encantaba ver a su hermanito, estar junto al nene y su madre cuando ésta le daba el pecho o le cambiaba los pañales. Por cierto, que Mario se aferraba a los senos de su madre como si en ello le fuera la vida, y nunca mejor dicha tal cosa. En una ocasión, cuando el bebé tragaba a todo tragar la leche que su madre le ofrecía, la niña dijo a su mamá

―¡Cómo se agarra Mario, mamá!

―Ya lo creo hija. Nos ha salido un auténtico tragón

Aunque su verdadera gran pasión era estar junto a su madre cuando ésta cambiaba los pañales al hermanito. Como cuando le viera por vez primera, la niña se extasiaba ante el cuerpecito desnudo de su hermanito y le decía y hacía carantoñas cuando, como casi siempre, el crío se ponía a berrear cuando mamá le lavaba, secaba y espolvoreaba con talco el culete.

El tiempo fue pasando y Mario alcanzó sus tres añitos haciéndoselo todo encima, por lo que mamá, hasta la coronilla ya de lavar sabanitas día sí, día también, se plantó en plan más bien borde decidiendo que ya estaba bien de incómodas “mojaduras”, por lo que cuando el pequeño se hacía pipí o popó encima, o ambas cosas a la vez que era lo más normal, mamá le dejaba a culito “pajarero” tras limpiar y secar dicha parte trasera, y así le arreaba unos azotes que para el crío se quedaban. En fin, que la secuencia “Mojadura=Culito Dolorido” se le quedó tan grabada que tan pronto el chiquillo se daba cuenta de que la había hecho salía escopeteado y lloroso en busca de su hermana, seguro refugio ante la disciplina materna pues a la hermanita le faltaba tiempo para cambiar al llorón y lavar las prendas sucias a escondidas de mamá, para que esta no se enterara de la “hazaña” de su retoño. Así pronto Lara se convirtió en refugio y paño de lágrimas para cuantas cuitas afectaban a su hermano de su alma, que por ende adoraba a la hermana mayor, andando siempre detrás de ella para que jugara con él, cosa que Lara hacía gustosa pues al final prácticamente Mario era el único amigo y compañero de juegos que ella tenía.

Esta íntima relación fraternal entre ambos hermanos se fue manteniendo a través del tiempo hasta que Lara entró en sus quince y sus dieciséis años en que aquello se empezó a resquebrajar, pues la edad imponía sus leyes y Lara, desde un par de años atrás, desde sus trece más o menos, empezó a caer en la cuenta de por qué en el mundo habían niños y niñas, hombres y mujeres. Es decir, que por entonces, doce-trece años y de forma pues más bien tardíamente, Lara se empezó a enterar de los misterios de la vida. De momento eso prácticamente no influyó en su amistad con Mario. Aunque para entonces ella también tenía amigas con las que jugaba, eso no interfería su relación con Mario, más que como hermanos como íntimos amigos, iguales entre sí, pues su hermano era también el muñeco de esas amigas con lo que lo normal era que Mario jugara con su hermana y las amigas de Lara.

Lo malo fue cuando Mario entró en sus trece años y Lara en sus diez y siete, pues entonces en el horizonte del chico apareció un ser funesto, ominoso, de nombre Claudio y que fue el primer noviete de Lara, con lo que la muchacha empezó a hacer a su hermano el mismo caso que yo a lo que esta mañana me encontré, que, por cierto no me encontré nada, ni siquiera la factura nuestra de cada día, Dios sea loado por tamaña excepción. Vamos, que aparecer Claudio y Lara dedicarle toda su atención, pero toda, toda, fue todo uno, con el primer cabreo de Mario hacia su hermana, a la que calificaba de subnormal por preferir irse con el nefando Claudio a seguir jugando con él y sus amigas que, por cierto, hacía ya dos años que solían pasar de él más que Mahoma del tocino, con lo que el pobre Mario no tuvo más remedio que llorar sus cuitas en el pecho de unos cuantos amigos que últimamente se echara en el colegio. En fin, que en una cosa sí que estuvieron todos ellos de acuerdo: Que las chicas, por “buenorras” que estuvieran, eran todas unas “gilíes” de tente y no te menees. Pero lo del Claudio a Lara no le duró demasiado, pues el “amigo” no era más que un “guaperas” de instituto más vago que la chaqueta de un guarda que no daba “palo al agua” ni por equivocación, que cuatro meses más tarde, a lo sumo cinco, dio “puerta” a Lara pues la tenía más vista, y manoseada, que al TBO buscando cuerpecitos nuevos que “manosear”… Bueno, “manosear” y, a ser posible, algo más, que “No sólo de pan vive el Hombre”. Por cierto, que en la estampida del tal Claudio puede que influyera algo el hecho de que Lara se prestó pronto a la cosa del “manoseo” más o menos mutuo, pero que a lo de “Y algo más” se le cerró en redondo.

La cosa es que Lara por aquella ruptura se refugió en casa de forma que casi se diría que allí se enclaustró para el omnímodo placer de Mario, pues su hermana se volvió hacia él en busca de “amparo y consuelo, refugio y solaz” a sus cuitas de señorita compuesta y sin novio, es decir, que si antes ella era el “paño de lágrimas” de Mario ahora la cosa dio un giro de 180º al convertirse el muchacho en el “paño de lágrimas” de su hermana. Pero lo malo era que las cuitas de su hermana no es que no le interesaran, es que le aburrían. Pero como no hay mal que por bien no venga, al menos el ennegrecido horizonte de Mario se limpió de los nubarrones asociados al nefasto Claudio, pues en bastante medida se restableció la cordial relación fraterna desde siempre mantenida con su hermana mayor, que tanto se resintiera cuando en la vida de Lara apareció el ominoso engendro de Claudio, que el diablo confundiera. Lógico, a esas alturas, trece años cumplidos en Mario, lo que al muchacho interesaba no era jugar a indios y vaqueros, ni siquiera a piratas, sino la mucho más tranquila PSP y los escenarios de masacres a granel, por lo que a Lara le resultaba más fácil compartir juegos y ocio con Mario, pues lo de los vaqueros y los indios con los diez y siete años de Lara, algo más que pelín pasados, pues ya me diréis…

Pero claro, sucede una cosa que hasta en las mejores familias ocurre, y es que “La alegría dura poco en casa del pobre”. Así sucedió que cuando su hermana iba a estrenar sus diez y ocho comenzó primero de Farmacia en la Complutense. Con ella comenzaron la carrera otras dos buenas amigas de la infancia, Sandra, su íntima amiga de toda la vida, que más bien digamos que lo era más que las gallinas pues se había pasado “por la piedra” a la gran mayoría de la población masculina del instituto en estado de merecer; y Cristina, que, reconozcámoslo, en cuestiones de “putiferio” no le iba muy a la zaga a la buena de Sandra. Así que, aunque Lara tal vez hubiera resultado digamos que un tanto bastante “calentorra”, a esos niveles de “libertinaje” todavía no había llegado, pues aún conservaba el “precinto de fábrica” en su “tesorito” o “prenda dorada”.

Pero pasó que al acceder a la “Uni” se encontró con un ambiente general la mar de relajado y unas/unos compañeras/compañeros la mar de simpaticotes y marchosos, bastante más dados a la juerga y el “botellón” que a hincar codos y dejarse las pestañas sobre los libros. También habíalos de esta última etnia de la  fauna universitaria, tal vez por aquello de que de todo tiene que haber en el mundo, como en botica, pero francamente, este tipo de fauna más bien que aburrían cantidubi tanto a Lara como a sus dos lanzadas amigas, por lo que las tres se alistaron a una peña de esos especímenes humanos que, hay que reconocerlo, suelen ser bastante más divertidos que los “empollones”. Esto significó que los horizontes de Lara se ampliaron con toda aquella “troupe” en tanto el de Mario se ensombreció de nuevo al cortarse, una vez más, la fraterna relación con su hermana, lo cual le impelió a refugiarse otra vez en el seno de su grupo de amigos y compañeros escolares que le acogieron con esa pronunciada solidaridad masculina, esa lealtad hacia el amigo del alma, más bien impropia en la colectividad femenina, con lo que Lara volvió a resultar ser la mayor arpía del mundo mundial. En fin, que lo de “Pasa de ella, macho. Ya se sabe, las mujeres sólo sirven para una cosa, y a ti tu hermana ni para eso te sirve por razones obvias.

La absoluta ruptura que llega al enfrentamiento personal, al “Eres un subnormal, niñato de mierda” correspondido por “Aquí no hay más subnormal que tú, señoritinga sabihonda, pedazo de ramera, que sólo sabes revolcarte con el primer tío que se te cruza” todavía no había llegado, pero la verdad es que los negros nubarrones que por lontananza se aproximaban no predecían otra cosa en no muy largo plazo. Así que la tormenta no tardó en descargar con furia arrasadora. Fue pocos meses más tarde, cuando Lara empezó a salir con una especie de “gallito” del selecto grupo de gente “divina”, marchosa, chistosa, divertida y “guapa” en su versión masculina, claro, que atendía al nombre de Álvaro, Alvarito para los/las “colegas”. A la nena no se le ocurrió nada mejor que pasárselo repetidas veces al pobre Mario por las “narpias”, es decir, las narices, lo que provocó el odio eterno de Mario hacia la golfa de su hermana, pero bastante más hacia el “maromo” que por entonces disfrutaba de los favores de Lara. Un odio mortal, infernal, homérico; sólo digno del que Aníbal profesaba a Roma. La verdad es que tal odio, no sólo hacia el Alvarito, sino hacia su propia hermana, no parecía lógico. Cierto que los adolescentes cuando se empiezan a dar cuenta de que ellos son diferentes a sus hermanas, pues ellos son “machitos” o machos jóvenes, como en lenguaje etológico suele decirse, en tanto que ellas sólo son hembras. Es decir, organismos biológicos de inferior categoría, por lo que el desprecio y aversión natos hacia la hermana es lo común en este tipo de niñatos, empleando así el más idóneo epíteto para su tremenda estulticia. Pero la fijación, el tremendo odio de Mario hacia ambos, no parecía razonable, pues hasta semejaba a los celos; sí, los celos propios de un macho disputándose con otro la posesión de una hembra.

Aquí parece indicado decir que fue el nuevo ente nefasto en el horizonte de Mario, Alvarito, quien por finales logró “desprecintar” el “tesorito” o “prenda dorada” de Lara. La cosa empezó con la vara que las nuevas amigas de la “Uni” y, cómo no, las más que antiguas Sandra y Cristina daban a Lara como aquel que dice cada día, con aquello de que la “estrechez” femenina era cosa de la época de las cavernas que ya ni las nenas “fachas” lo llevaban. Y claro, Lara no podía ser más papista que el Papa y que no se podía ser una “troglodita” y, como además, el bellezón del Alvarito la ponía a mil tan sólo con arrimársele un tantico así, qué queréis que hiciera sino ser moderna, progresista y abrirse de piernas si no a las primeras de cambio, sí que a las segundas; como mucho a las terceras. Y allí se acabó el idilio Lara-Alvarito, pues la verdad es que la experiencia más decepcionante no le pudo resultar a Lara. El “desprecintado”, en el coche del mancebo y tras una tarde-noche loca de monumental “botellón” amenizado con algún “canuto” que otro, la verdad es que lo que principalmente sintió fue dolor y acabar con el “tesorito” o “prenda dorada” más rojo que el trasero de una mona, pero cuando fue refiriendo a las amigas su tremenda frustración ellas la previnieron de que eso solía pasar a veces la primera vez, en el “desprecintado” vamos, pero que luego, en las sucesivas veces, vendría el solaz y la dicha. Y así lo creyó Lara a pies juntillas, por lo que, tras concederse un descanso para que se le mejorara el escozor en esa parte más importante del organismo femenino para el placer sexual propio y extraño, propició una segunda vez con el efebo de Alvarito, meta y razón de todas sus apetencias sexuales. Además, cuidando al máximo la soñada ocasión, el escenario de la apetecida ocasión sería su propio dormitorio, su propia cama, aprovechando un sábado que sus padres pasarían fuera de casa para asistir a un evento familiar en la tierra de sus ancestrales orígenes, una ciudad ni pequeña ni grande de la cercana provincia de Segovia. Claro que quedaba Mario, pero eso ya estaba también solucionado pues por sus padres sabía que iría de acampada con sus amigos desde el sábado hasta el domingo por la noche.

Así que llegó al fin el día soñado y la pareja, Lara y Alvarito llegaron al domicilio familiar de ella pasada la una de la madrugada del domingo, tras una cena la mar de romántica en la que Alvarito se portó como un sol, desviviéndose por atenderla y porque se encontrara bien y a gusto, yéndose los dos a todo meter a la habitación de la muchacha, quitándose incluso la ropa por el camino, de la puerta de la calle hasta la nombrada habitación. Pero sucedió que el desvivirse por ella de Alvarito se trocó en desvivirse por él mismo, pues del tirón se fue a meter en “Honduras”, a favor de eso de que no había que “pagar aduana”, olvidándose un tanto de que el sexo es cosa de dos, por lo que cuando el muelle le saltó a Alvarito, Lara empezaba a enterarse de lo que era el sexo pero en eso se quedó, en empezar a enterarse, pues no hubo luego manera de que “lo” de Alvarito volviera a entrar en situación, por más empeño que la muchacha puso en la “resurrección del muerto”, tanto manual como oralmente. En fin, que al final, Lara quedó “compuesta y sin orgasmo” amén de encontrarse con el “maromo” roncando a su lado, desnuditos ambos encima de la cama que, para más inri, ni las sábanas les cubrían pues andaban desperdigadas por el suelo cuando en la puerta apareció Mario, horrorizado ante lo que veía. La cuestión era que el muchacho se había empezado a encontrarse bastante mal poco después de comer y el mal estado se había ido agravando a lo largo de la tarde hasta el punto de que los amigos le llevaron al centro de urgencias de Miraflores el Real, en cuyos aledaños acamparan, donde le diagnosticaron una leve infección intestinal que aconsejaba cancelara la acampada, por lo que Mario regresó a Madrid en autoestop con una familia que, dirigiéndose a Madrid, de madrugada repostó en la gasolinera donde Mario se apostara a la espera de una oportunidad como la que aquella familia le brindó. Llegó a casa en taxi y, al entrar se empezó a alterar a la vista de la ropa masculina y femenina desperdigada por el piso hasta la habitación de su hermana. Aquella fue la primera vez que Mario soltó a Lara, como cañonazos, las cuatro letras del más ominoso insulto que a una mujer pueda dirigirse, una tras otra, repitiendo el insulto hasta la saciedad. Alvarito salió de la casa como un cobarde, cual liebre acosada, y sin importarle lo más mínimo lo que a su “novia” pudiera pasarle. Por su parte Lara se echó a llorar con el mayor desconsuelo, suplicando a su hermano que no dijera nada a sus padres. Mario la miraba en silencio después de la sarta de improperio que en un principio le dedicara y siguió en silencio cuando por fin, tras lanzarle un escupitajo que no llegó a alcanzarla, salió de la habitación… Y de la casa.

Llegó el domingo y Lara estaba que la camisa no le llegaba al cuerpo esperando el regreso de sus padres al atardecer, tal vez algo más tarde. Mario pasó por fin la noche fuera y al pasar el medio día regresó a casa. Ni la miró y ella tampoco le dijo nada cuando le vio pasar en silencio, por su lado, rumbo a su habitación donde se encerró y no salió hasta que los padres llegaron con las primeras sombras de la noche. Entonces salió a recibirles, besarles y preguntarles por el viaje y la familia que fueran a ver. Estuvo bastante rato con los padres, ayudándoles a meter en casa el equipaje que llevaran con ellos, besándoles, en especial a su madre, pero sin mirar a su hermana ni un momento. Ella también había salido a recibir a los padres, también los había besado y hecho mil preguntas sobre su viaje, la familia y demás, pero tremendamente nerviosa, temiendo que de un momento a otro su hermano sacara a relucir la “tostada”, pues cenaron todos juntos lo que entre Lara y su madre prepararan y Mario se despidió de todos para irse a dormir, pretextando estar cansado y tener que madrugar, luego se marchó a su habitación sin decir nada de lo de la noche anterior, con lo que Lara respiró tranquila. Casi al momento los padres también se fueron a dormir, algo cansados tras el viaje y Lara se quedó aún unos minutos en el salón haciendo que hacía algo, para por finales dirigirse a la habitación de Mario. Este no se había acostado, como dijera, sino que estaba de pie, eso sí, en pijama y trasteando en el ordenador.

―Gracias Mario por no chivarte a los papás

―No soy un chivato Lara; pero te agradecería que te largaras. No quiero verte, no quiero verte nunca más, pero tenemos que vivir los dos aquí, con papá y mamá, luego te rogaría que en el futuro ni me hables, como si no existiera. Te diré que lo cierto es que para mí ya no existes, luego para ti yo tampoco debo existir.

―¡Niñato de mierda! ¿Qué te has creído? ¡Soy tu hermana mayor, no lo olvides!

―¿Tú mayor?... ¡No me hagas reír, Lara! Ser mayor es ser responsable, no andar revolcándote con el primero que te diga “Bonitos tienes los ojos”. La niñata más bien creo que eres tú. La verdad es que creo que en eso de ser como se debe de ser soy más adulto que tú. Y más que cualquier chiquilicuatre con los que sales…y haces algo más que salir. Hasta creo que, a mis catorce años, soy más hombre que todos ellos.

Lara se enfureció al oírle y le abofeteó. Incluso hizo intención de repetir el guantazo pero Mario se lo impidió, pues se había levantado y estaba frente a ella, por lo que la detuvo el brazo aferrándolo por la muñeca

―¡Basta Lara! Sé un poco más consciente y no me obligues a llegar a pegarte, por favor, pues yo no pego a mujeres. Te lo dije, soy un hombre a pesar de mis catorce años y los hombres no pegan a las mujeres. No me obligues a que lo olvide.

Lara aflojó la tensión de su brazo, aceptando su derrota ante Mario y éste a su vez soltó su muñeca. Y, retirándose de ella, dijo

―Así está mejor. Anda Lara, tengamos la fiesta en paz. Vete a tu habitación

Mario en ningún momento había perdido la calma ni alzado la voz, no como ella que le había gritado casi histérica. Dominaba la situación, la dominaba a ella, sin el menor alarde, con tranquila seguridad y la había desarmado. Entonces miró a Mario como si fuera la primera vez que lo veía tras mucho tiempo. Realmente era así, pues en su mente y hasta aquella noche, la imagen de su hermano había quedado detenida años atrás, cuando sólo era un niño, un preadolescente de once-doce años en todo caso. Y lo que veía entonces la sorprendió: Desde luego Mario era fuerte, se le había impuesto netamente con la fuerza de su brazo, de su mano, pero además le vio desarrollado, más de lo que para su edad era de esperar, por lo que le vio como un chico aventajado a sus años pues fue consciente de que aparentaba al menos un par de años más si no eran casi tres; y bien formado, de tipo atlético y sin que en él hubiera nada artificial, nada que el gimnasio prestara sino donado graciosamente por la Naturaleza, todo ello debido a la genética paterna, pues Mario padre, a sus cuarenta y tantos “tacos”, seguía siendo un tipazo de hombre. Le pareció además un chico atractivo, hasta podría decirse que guapo.

Pero lo que más la admiró fue su mirada, sus ojos. En ellos vio, ante todo, firmeza y determinación, seguridad. No era la mirada de un adolescente de catorce años, sino la mirada de una persona bastante más adulta. Recordó lo que dijera, “Soy más hombre que todos ellos”, refiriéndose a sus amigos y estuvo por entero conforme con esa afirmación, pues Mario era serio y formal, trabajador y estudioso, pero también le sabía tierno y cariñoso, amable y gentil; ellos en cambio vacíos, superficiales y frívolos, sin otro norte en su vida que gozar y disfrutar; supo entonces que ellos nunca amarían a nadie, a ninguna mujer pues para de verdad amar hay que ser consecuente consigo mismo, desear, ante todo, hacer feliz al ser amado, y ellos lo único que en una mujer buscaban era satisfacerse a sí mismos sin realmente importarles la mujer con la que comparten los momentos de sexo, que no de amor, y la prueba la tuvo en Álvaro la noche precedente, que se olvidó de ella y sólo se preocupó de sí mismo, de disfrutar él sin importarle si ella también disfrutaba o no…

Entonces sucedió algo verdaderamente extraño, pues sintió una rara mezcla de orgullo y admiración hacia Mario, su hermano, confundidos con una rabia sorda que le subía hasta el pecho encendiéndola en furia: Orgullo y admiración porque Mario era su hermano, de su sangre, y rabia por saber que tenía razón en cuanto le dijera. Y estalló

―¡Niñato de mierda! Que sólo eres eso, un niñato engreído y gilipoyas.

Se dio la vuelta y se dirigió a la puerta, orgullosa, erguida, con la cabeza muy alta y pisando fuerte, pero sin apresurar el paso, más bien con deliberada lentitud al tiempo que se contoneaba resaltando así su salvaje belleza, su porte de mujer de bandera, haciendo destacar la esplendidez de su trasero y la perfección de sus piernas de ensueño, del justo torneado para hacerlas divinas, sublimes; en suma, evidenciando un conjunto de cuerpo de esos que hacen volver la mirada a todo varón que se cruzara en su camino, habilidad en la que Lara era maestra consumada. Quiso que Mario la viera y apreciara como lo que también era, no sólo su hermana, sino también una mujer de bandera. Quiso provocarle, lograr que la deseara como mujer, que ansiara poseerla como un macho salvaje ansía tomar, poseer, a una hembra de su especie en celo. Irracional el deseo pero jamás en su vida Lara deseó nada con la obsesión que para ella era que su hermano la llegara a desear, a quererla poseer, a trancas y barrancas incluso.

A partir de esa noche se mantuvo un “estatu quo” entre ellos dos que apenas duró ocho o diez días, lo justo para convencerse de que Mario no se había chivado a los papis, como así fue, pues en todos esos días, sus padres la trataron con toda normalidad y naturalidad, evidencia fiel de que Mario no se había ido de la lengua. Y a esa lealtad de Mario respecto a lo que viera y supiera, ella respondió declarándole una guerra sin cuartel en forma de insultos, desprecios y comentarios hirientes, a los que Mario respondió con la callada por respuesta, manteniendo una hierática flema que sacaba de quicio a Lara, enfureciéndola hasta casi el paroxismo, pues cuanto más la aguantaba Mario, tanto más se llevaban los demonios a su hermana.

Respecto a Alvarito sólo resta decir que Lara le mandó más lejos que las estrellas con aquello de “Mucha mecha “pa” tan poca dinamita”, pero no creáis que por eso Lara cejó en conocer a fondo los misterios insondables del sexo, que no del amor, pues aquí de sentimientos nadie había hablado, aunque ya se sabe que en el cénit de la batalla sexual se suelen decir cantidad de tonterías, lo mismo ellas que ellos. En fin, que al final Lara, a efectos de pantalones bien llevados y mejor armados, en masculino, claro, su corazón parecía una casa de huéspedes, pues a la cosa del “putiferio” despertó más bien tarde, pero puso un entusiasmo en el ejercicio recién adoptado que para qué las prisas.

La guerra sorda que mantenía con su hermano no decreció en ningún momento, sino que por parte de ella arreció que parecía ya “Guerra Total” con canti dubi “bombardeos masivos” del territorio enemigo. Diabólicamente se pensó que, si tan mal le había sentado sorprenderla con Alvarito, simplemente desnudos, aunque evidenciando lo que había sucedido, si la veía en “plena faena” a lo mejor hasta le daba un ataque cardíaco, luego decidió golpear donde, sin duda, más daño haría al odiado enemigo. Así que trasladó el “picadero”, o sea, el auto del galán, a las mismísimas narices de Mario, sólo que en el territorio neutral de la calle. En fin, que cada sábado y a las horas en que sabía que su hermano regresaba a casa, ella, el “maromo” de turno y el coche del tío estaban esperando la llegada de Mario en casi la misma puerta de la casa y, casualmente, bajo las mismísimas ventanas del sufrido Mario. Por cierto, que hasta que Lara no avistaba a su hermano en lontananza, no permitía al “maromo” otra cosa que algún que otro “sobeteo” de circunstancias, por sobre la ropa más que nada, y con la frontera de entrar en “Honduras” defendida firmemente. Pero era divisar a lo lejos a Mario y entrarle un “furor puterino” de órdago a la grande, quedándose en “bolas” en menos que se santigua un cura loco, que de hacer caso al refranero castellano debe ser visto y no visto, aunque vaya usted a saber. En fin, lo cierto es que se despojaba de toda la ropa en segundos y se lanzaba como loba en corral de ovejas sobre el tío, comiéndoselo crudo. Y de ver cómo aullaba, demostrando lo bien que le iba en la cosa de los misterios de la vida. Pero para desdicha de Lara, su hermano pasaba de tales exhibiciones sexológicas como de zamparse una buena ración de excrementos humanos, por lo que cada día la muchacha iba más furiosa e iracunda.

Así, el tiempo fue pasando manteniéndose este mismo panorama que tenía a Lara permanente presa de un estrés que la estaba convirtiendo en una neurótica, a tal punto que más de una vez y más de dos hasta sus mejores amigas, Sandra y Cristina, preferían apartarse de ella pues a ver quién era capaz de aguantarla. Y es que Lara todavía no se había enterado que sus accesos de “furor puterino” no eran a su propio beneficio, menos al del, antes que compañero o partenaire sexual, no era sino un comparsa en el espectáculo que cada día montaba para su hermano, para que él la viera, pues él, Mario, era el verdadero y único beneficiario de tales espectáculos. ¿Con qué objeto? Ella, Lara, era la que menos que nadie podría explicárselo, por claro como el agua que al espectador menos espabilado pudiera resultar.

Con el paso del tiempo llegaron los veintidós años de Lara, una Lara ya poco menos que neurasténica, y los dieciocho de Mario, un Mario cada vez más y mejor desarrollado, ya que a lo que la genética le regalara sumó la forma que desde los dieciséis estaba cogiendo cursando Educación Física en la Escuela Nacional de Deportes; pero sobre todo, muy equilibrado, tan serio, formal y trabajador como siempre, pero también alegre, lo que hacía de él un chaval que llamaba la atención en el mejor de los sentidos

Y con esa edad de ambos hermanos llegó una noche que marcaría un antes y un después en sus vidas. Fue la de un sábado veraniego en ese Madrid de fieros calores. Lara estaba, como cuantos sábados-noche precedieran a ese desde hacía cuatro años, desde que iniciara la Universidad a los 18 años, en la “Disco” de cabecera, “Al Rashid”, inmersa en ese universo de alcohol, alguna “raya” que otra, algún “canuto” que otro y magreos o manoseos a granel, dándose además el pico con su novio “último modelo” un tal Enrique que a la postre no era más que un “macarrilla” de esos de sempiterna navaja en el bolsillo de regulares dimensiones e ínfulas de “divo” del Rock, por lo que vestía uniforme de luto riguroso con “chupa” de cuero, negra naturalmente, cremalleras a tutiplén y símbolo de la mítica Harley-Davidson a la espalda, “cabra” a la puerta incluida, completando el conjunto unas descomunales patillas de “boca de hacha”.

Pues bien, transcurría la noche en la más normal y aburrida cotidianeidad cuando alguien, que no algo, vino a animar el cotarro: El mismísimo Mario que más sólo que la una osó traspasar las puertas de la “Al Rashid”. Ignorado de momento, él, en la primera ojeada al local, localizó a la “troupe” en su rincón habitual, ocupando, a salvo de cualquier claridad, un sinfín de butacones y “cheslong” alrededor de una enorme mesa de centro sembrada de vasos a medio consumir. Sin dedicar ni una mirada más a la “reunión de divinos”, pero seguro de que allí estaba su hermana Lara, se atrincheró en la barra.

No pasaron ni cinco minutos hasta que dos reales hembras, veinteañeras y de faldas ceñidísimas, amén de escasísimas, que dejaban al universal disfrute visual más de la mitad de su soberano muslamen, se situaron a su vera, una a la derecha la otra a su izquierda. Mario las recibió con su natural amabilidad, aunque sin excederse en atenciones pasadas de tono, cosa que a ellas no pareció importarles demasiado ya que confiaban plenamente en su buen hacer de mujeres seductoras a las que no había nacido hombre que se les resistiera y, desde luego, ese gran ejemplar masculino no iba a ser la excepción de la regla, por lo que ya se veían las dos desnudas en una cama y en medio de un monumental trío, que era lo que más les gustaba: Disfrutar del tío, pero también de ellas mismas, mutuamente, que lo cortés no quita lo valiente.

En esas andaba la cosa cuando la más que lanzada amiga Sandra divisó “algo” que le pareció, más menos, un dios griego hecho carne humana. Y lo que más la intrigó es que esa figura de bellezón masculino se le hizo un tanto conocida, a lo que no daba crédito, pues un tipazo de tío así ni por casualidad se le habría despintado de serle conocido de antes, pues menuda era ella en cuestión de pantalones con relleno de macho ibérico armado de un buen “clavo de retranca”. De modo que se levantó al momento, como movida por resorte, dejó con dos palmos de narices al “pavo divino” que ya estaba más cerca de “beneficiársela” a la salud de ambos que de otra cosa y, metiéndose el tetamen donde debe estar salvo en caso de verdadera urgencia, amén de arreglarse la vestimenta, dentro de lo que cabe, claro, enfiló la barra decidida a resolver el misterio de la identidad de aquel tipo de hombre que no se podía pasar por alto y mucho menos olvidarle. Como es de imaginar, Sandra reconoció a Mario un poco antes de llegar a su lado y se quedó con la boca abierta al reconocerle, mientras se decía

―¿Y cómo no me había enterado yo antes de esto?

Desde entonces apretó el paso hasta ponerse a la espalda del muchacho. Tiró de una manga del polo que Mario vestía haciendo que se volviera hacia ella y, sin más, a traición como quien dice, le arreó un morreo de los de tornillo que al mozo lo dejó tiritando. Luego, con la vista puesta en las dos “pájaras” que tenían al muchacho emparedado dijo con la mayor de las caras duras

―Gracias por esperarme cariño. ¿Me permitís? Es mi novio, guapas…

Esto último se lo dijo dirigiéndose directamente a las dos beldades que flanqueaban a Mario, con lo que no tuvieron más remedio que hacer mutis por el foro con un “Perdona chica”.

De inmediato Mario se le encaró

―¿Qué tomas Sandra?

―Lo que tú estés tomando cariño.

Mario se echó a reír a carcajadas ante lo de “Cariño” y preguntó

―Por cierto Sandra, ¿desde cuándo eres mi novia?

―Desde esta noche cariño. Ya verás, no te arrepentirás de ser mi novio, porque yo trato muy requetebién a mis novios, ya lo verás. ¿Te parece que lo veamos esta misma noche?

Nuevas carcajadas de Mario para seguidamente decir

―Sin problema chica. Tampoco tú te vas a arrepentir de ser mi novia.

―¿Tienes poderes ocultos acaso?

―Tal vez, nena, tal vez…

―¿Nena? ¡Que te llevo cuatro años nene!

―Una chiquilla Sandra, una chiquilla…

De esta manera iba pasando el rato para los dos, Sandra y Mario, cuando de pronto, en su mayor sorpresa, apareció junto a ellos una Lara que echaba lumbre por los ojos

―¿Qué haces aquí desgraciado?

―Pues ya ves Lara, tomando una copa con tu amiga. Que me está resultando bastante más simpática que tú

―Ya, ya sé lo simpática que esta golfa puede llegar a ser. Una cosa putita… ¡Lárgate de aquí con viento fresco!

Sandra se puso a reír, pero burlándose de su amiga. En fin, cosas de amigas, claro, sin importancia. Disfrutan “metiéndoselas dobladas” unas a otras, otras a unas, y ya Sandra vislumbraba que lo peor para Lara sería que otra chica se hiciera con los favores de Mario. Misterios de la naturaleza familiar. Así que, sin dejar de mirar burlonamente a Lara se dirigió a Mario

―Cariño, ¿quieres tú que me marche y te deje con ella, solitos los dos?

―No Sandra; prefiero seguir contigo. Lara se repite demasiado últimamente y más bien resulta aburrida.

―Lo siento chica, pero él me prefiere a mí. Cosas de la vida querida… Nada personal…

Si hubieran abofeteado a Lara no se hubiera puesto tan roja, tan sofocada. Se quedó mirando a la pareja que a su vez la miraban burlones. Sí, burlones los dos, tanto Sandra como Mario, su hermano. Sintió ganas de gritarles “Marranos, sucios, desgraciados…”, de abofetearles, de matarles incluso… Pero no lo hizo. Sabía que estaba haciendo el ridículo y no quería que se rieran más de ella aquella pareja de impresentables. Bastante lo habían hecho ya. Se dio la vuelta dándoles la espalda y entonces sí, cuando ninguno de los dos veían su cara, de sus ojos empezaron a brotar las lágrimas. Lágrimas más de dolor intenso que de rabia, aunque también algo de ello había. Regresó junto a sus “amigos” y tomó un vaso de la mesa de cuyo dueño ni idea tenía; sólo sabía que necesitaba beber, y no precisamente coca-cola, así que tomó ese vaso que, desde luego, contenía algo más fuerte, bastante más fuerte. Se le acercó Enrique, su novio, con redobladas intenciones de magrearla pero ella le paró en seco con un “Vete a clavársela a tu pastelera madre si se deja, que yo no me dejo; ni hoy ni nunca más. Que te den tío”. Se armó algo de revuelo entre la concurrencia y Enrique no le dio un guantazo porque Cristina se puso en medio de ellos y lo mandó a hacer gárgaras con lo de “¡Machista!”. Luego le preguntó.

―¿Qué te pasa Lara? Estás descompuesta… ¿Qué te ha pasado? Te has peleado con Sandra, ¿verdad?... ¿Quién es ese tío que está con ella? Por cierto chica, que está como un queso…

―¡Idiota! Es Mario, mi hermano.

―Jobar chica, y cómo ha crecido el nene. Y cómo está el nene. ¡Para comérselo, palabra!... Aunque me parece que sé quién se lo va a comer, por lo menos esta noche.

―¡Quieres callarte idiota!

―Vale, vale tía, ya me callo… Pero creo que tampoco es para ponerte así… Aunque sea tu hermano… Que también él tiene derecho a darle una alegría al cuerpo… Vamos, digo yo. Y si es con una amiga de confianza, pues mejor que con cualquier lagarta que a saber lo que lleve dentro, que irse con cualquiera es hoy muy peligroso…

―¿Te callarás alguna vez? Además, ¡Déjame en paz! Estoy harta de tanta charla insulsa

―Vale, vale tía, ya me voy. Pero ¿sabes rica? Cada día eres más inaguantable…

Cristina se marchó y Lara tomó otro vaso de la mesa y se lo bebió casi que de un trago. Miró insistente hacia donde Mario y Sandra estaban y los vio reírse con ganas. Los estrangularía con sus propias manos. Nada podría satisfacerla más en ese momento. Apuró lo que quedaba en el vaso y volvió a mirar a los que estaban en la barra. Sandra se propasaba cantedubi con Mario de manera que si no le había sacado ya el “pajarito” seguro que le faltaba poco a la muy zorra, la muy golfa… Y no pudo aguantar más allí, viendo cómo la puta de Sandra se iba a “beneficiar” a su hermano. Pues que tal cosa iba a suceder esa misma noche estaba más claro que el agua. Por un momento se preguntó

―Y a ti qué te importa Lara. Es tu hermano y tiene derecho a liarse con quién quiera. Cristina tenía razón y lo sabes: Mejor que se líe con una tía como la golfa de Sandra que, a pesar de su innata golfería, sabemos que está limpia, que nada venéreo le va a transmitir… O eso, por lo menos, creo… A ver Lara, ¿por qué te pones así, por qué tanto cabreo, tanta obsesión con él?...

Lara no pudo responderse, no quiso responderse, pues la solución del acertijo la verdad es que le daba espanto. Simplemente se levantó y, diciendo que estaba cansada, se marchó a casa. Sí, a casa, a llorar a gusto su congoja.

Desde aquella noche las salidas de Mario con Sandra se convirtieron en casi diarias y sabía lo que en cada salida pasaba: Que se revolcarían los dos como cochinos en la cochiquera. Y Lara quería morir y hasta creía que acabaría muriendo de dolor. Porque aquello, casi ver a Mario y Sandra en plena “faena” la estaba matando de angustia. Y no es que casi lo viera, es que lo veía; los veía a los dos en su mente, desnudos ambos, amándose ambos… O tal vez no se amaran, sino que simplemente se darían placer mutuo, pero no amor. Y eso… ¿Qué importaba? ¿Qué importaba que no hubiera amor entre ellos, qué importaba que sólo hubiera sexo, sexo y más sexo? Lo irrefutable era que ella, la golfa de Sandra, su amiga de toda la vida para más inri, en esos momentos poseía a su hermano, a Mario, a su Mario…

Lo malo para Lara es que llegó un día en el que prácticamente los vio. O, mejor dicho, les oyó perfectamente. Escuchó cómo bufaban, cómo se enardecían, cómo Sandra lanzaba alaridos de placer. Fue una tarde, un sábado exactamente que sus padres no estarían en casa pues últimamente solían salir casi todos los fines de semana de fiesta con otros amigos y, por la razón que fuere, después de cenar y bailar, preferían quedarse a dormir en un hotelito muy tranquilo que habían encontrado. Bueno, la verdad es que la razón estaba clara: Tener una noche romántica los dos solos, sin hijos, para poderse dedicar a ellos sólo, su padre a su madre en cuerpo y alma y su madre a su padre en alma y cuerpo. Y eso a Lara le parecía bonito, que sus padres se amaran de aquella forma tras un montón de años de matrimonio le parecía por entro bello y hermoso. Se decía que eso era una suerte que muy pocos matrimonios nunca conocerían y ella daría algo grande porque su futuro fuera así, junto a un hombre que la amara y al que amara por tiempo indefinido, por toda la vida a ser posible.

Pero volvamos a aquél sábado. Mario había salido a comer con Sandra y Lara prefirió quedarse en casa. La verdad es que desde la noche que Mario apareció en “Al Rashid” ella apenas si salía y la discoteca que antes era casi el centro de su vida se convirtió en dominio satánico para ella, por lo que ni por equivocación aparecía por allí, pues sabía que allí estarían su hermano y Sandra haciéndose arrumacos y eso sí que no, que ante sus narices la amiga golfa e infiel se “calzara” a Mario, no, no y no. Pues bien, iría mediada la tarde, las seis y pico al menos, cuando ve aparecer por casa a la pareja, a Mario y Sandra. La saludaron un segundo al pasar por su lado en el salón donde veía una película por la tele de esas anodinas y más bien aburridas, la típica esposa engañada por el marido que, además, conjurado con la amante, planea matarla; en fin, algo de lo más manido y cuyas versiones se cuentan casi que por toneladas.

Pues bien, la pareja llegó, la saludó porque a ver si no qué iban a hacer al encontrarla en el salón, y sin detenerse pasaron a la habitación del hermano, para minutos después empezar el concierto de jadeos primero, bufidos después y acabar con todo tipo de alaridos. Así estuvieron los dos hasta lo menos las nueve y media, tal vez las diez de la noche, cuando Sandra apareció por el salón, arreglándose un tanto el pelo. Se dirigió directa a la puerta diciendo al pasar

―Perdona que no me detenga Lara, pero es que se hace tarde y llevo mucha prisa. Chao querida.

La muy golfa, según Lara, llegó a lanzarle un besito con la mano… ¡Será arpía la golfa esta!, se dijo Lara, pero la guinda aún no había llegado. Llegó cuando, con el pomo de la puerta en la mano, se volvió hacia ella diciendo

―Ah, y si te hemos excitado demasiado con nuestros ruidos, pues ya sabes chica, todavía te queda el remedio del dedito…

Y se marchó la muy cerda. Lara quedó sin sangre en el cuerpo. Estaba destrozada, herida, anonadada… No sabría decir si estaba rabiosa, derrotada o qué narices estaría. Se dijo que aquello no lo podía aguantar más, que lo de esa tarde había sido demasiado… Pero, pero… ¿Cómo Mario había podido hacerle eso, pasársela de aquella manera tan sucia por la cara? No tenía corazón ese hombre, no, no lo tenía. O, ¿acaso no sabía cómo la sacaba de quicio cada vez que los veía juntos? Y atreverse a montárselo con ella en sus narices, bajo su mismo techo. Desde luego Mario se había convertido en un auténtico canalla al portarse así con ella, con ella que siempre le había querido tanto, que fue su defensora, su paño de lágrimas y hasta su compañera de juegos cuando era pequeño.

Lara se levantó para ir a su cuarto. Había tomado una decisión; una decisión dolorosa desde luego, pero no veía otra salida a su desgraciada vida: Acabar con ella, cercenarla, suicidarse en definitiva. Y para eso iba a su habitación; allí guardaba un par de cajas de pastillas para dormir, pues últimamente las necesitaba para poder cerrar los ojos y siempre solía conservar una caja en reserva por si, inopinadamente, se le agotaba la que tuviera en curso. Se tomaría las dos cajas, se tendería en la cama y esperaría la muerte tranquilamente.

Ni siquiera pensaba escribir nota o carta alguna para despedirse de sus padres, de su hermano, y explicar los motivos. ¿Cómo decir a sus padres que se suicidaba porque ya no aguantaba más seguir viendo cómo su hermano se liaba con la golfa de su amiga de toda la vida? Mejor así, ocultarles los motivos. La llorarían, claro está que la llorarían, pero el tiempo cerraría esas heridas y volverían a vivir. O, por lo menos, lo intentarían.

Caminaba por el pasillo derecha a su dormitorio cuando pasó ante el de Mario y no pudo evitar mirar hacia allí. Para su sorpresa la puerta estaba abierta de par en par, con la tenue luz de la mesita de noche iluminando ligeramente la estancia. Miró a la cama y le vio; vio a Mario, dormido y desnudo sobre la cama, sin nada que le cubriera. Como cuatro años atrás la viera él a ella, desnuda en la cama y las sábanas desparramadas por el suelo, vio entonces Lara a su hermano, desnudo en la cama y con las sábanas por el suelo. Se mordió el labio inferior imaginándose la escena, las sábanas cayendo por el suelo en mor al “cuerpo a cuerpo” durante la batalla sexual. Sintió de nuevo rabia al pensarlo, al imaginarlo, pero también sintió que la habitación la atraía como un imán al hierro y penetró en el dormitorio de Mario.

Contempló su cuerpo desnudo fijamente, embelesada más bien, y la mirada se deslizó lentamente, de la cabeza a los pies. Era hermoso; el cuerpo de su hermano era hermoso, bello, perfecto. Y Mario era guapo, muy, muy guapo. Tremendamente guapo. Se acercó más a la cama recreando la vista en cuanto veía. Y lo entendió entonces todo. O, mejor dicho, su mente desistió de querer seguir ocultando la realidad, el porqué de su actitud. El cerebro le impuso responderse a sí misma las preguntas que antes se hiciera y no quiso responder: Que amaba a su hermano, a Mario; que estaba perdidamente enamorada de él.

Por eso no podía sufrir verle con ninguna otra mujer, ser poseído por ninguna otra mujer porque ella lo quería para sí, en exclusiva, como su marido, su hombre de por vida. Por eso instalaba el “picadero” al pie de su ventana, para que la viera, para que oyera cómo otro hombre la poseía, para que la oyera a ella aullar de placer al tener el orgasmo, que no los orgasmos.

Todo ello para encelarle, para hacerle morir de celos y conseguir que, al final, él la deseara a ella tanto como ella a él. A él le había dedicado todo el sexo que había mantenido bajo su ventana y él era quien, realmente, le había provocado los orgasmos disfrutados en esos momentos de sexo. Mario y no los tíos que en verdad la taladraban,  porque esos tíos no eran sino comparsas en una mala función de teatro erótico. Era Mario, al que ella veía mirarla con ojos candentes de pasión, de sexual deseo. Con los ojos de la mente, le veía  desearla, querer poseerla, y eso la llenaba de placer, de dicha infinita que provocaba esos orgasmos que la hacían aullar de gusto, de placer. A veces hasta le veía, le sentía a él, a Mario, sobre ella  siendo él quien la penetraba, quien la llevaba al paraíso del bien sexual más excelso.

Lara había llegado hasta el borde de la cama. Entonces, con parsimonia, lentamente, fue desabotonándose la blusa hasta sacársela, dejándola caer al suelo por su propio peso; luego, tras bajar su cremallera, fue la falda la que siguió el triste destino de la blusa… Seguidamente, fue  el sujetador el despreciado hasta el duro suelo y tras él, le tocó el turno de quedar olvidada a su destino a la ínfima, por diminuta, braguita-tanga de seguir los pasos de  a la braguita-tanga. Se sentó a los pies de la cama y procedió a quitarse las medias, lo único que quedaba ya cubriendo parte de su anatomía, y, ya integralmente desnuda, se subió a la cama, buscando acomodo junto al ser que para ella era ya todo su universo dispuesta a conseguir el todo por el todo. Entonces, cuando tumbada en la cama, acostada junto a su ser más querido, más amado, más adorado podría decirse, vuelto el cuerpo hacia el hombre que parecía dormido trataba de incorporarse para mejor acceder ese cuerpo amado y deseado hasta poco menos que la locura, se llevó la sorpresa de encontrarse los ojos amados abiertos y fijos en ella, brillantes como ascuas al rojo.

Cuando Lara se tumbó junto a su hermano, lo hizo boca arriba, con la mirada fija en el techo y su cuerpo y mente inmersos en una barahúnda de sensaciones, de pensamientos encontrados. Sensaciones gratas, deliciosas, entreveradas de miedos, aturdimiento, inseguridad… Gratas y deliciosas porque sabía que sus ansias, sus más profundas aspiraciones iban a hacerse, al fin, radiante y deliciosa realidad. Porque sabía que desde entonces su vida, sus vidas, la de Mario y la de ella misma, darían un giro de inmensos grados que les llevaría a ambos a un mundo en el que sólo reinaría el amor y la dicha entre ambos y para ambos, para su hermano y para ella. Pero también en ese estado de suprema enervación había miedo, hasta tal vez horror; también aturdimiento e inseguridad ante un futuro que podía esconder miedos, horrores incluso y, desde luego, inseguridad.

Por todo ello, también estaba aturdida, muy aturdida. Pues ese camino que les llevaría a Mario y a ella al onírico universo de la “ETERNA FELICIDAD”, partiría de un hecho que, todavía entonces, su cerebro le decía que era un acto monstruoso, antinatural, sólo propio de seres degenerados, de monstruos humanos. Que desde que se consumaran sus deseos más anhelados se constituirían en seres auto segregados, motu proprio separados de la sociedad que les rodeaba y la que pasaría a considerarles seres apestados, leprosos morales portadores de virus infecciosos nocivos a la propia estructura de la sociedad.

Este proceso mental que puede parecer extendido en el tiempo ocupando minutos y minutos, realmente transcurrió en unos cuantos segundos, visto y no visto podríamos decir; todo eso concluyó al desaparecer los aspectos negativos del proceso cuando Lara se dijo “¡Que salga el sol por Antequera!” y se incorporó para emprender la seducción de Mario, llevárselo al huerto, vamos, de una vez y por todas. Pero los pocos o muchos segundos que Lara transcurrió absorta en ese proceso que la embargaba en dicha y miedo, placer y dolor a un tiempo, no pudo darse cuenta de lo que Mario, su hermano hacía.

No pudo ser consciente de que él en ningún momento había dormido y menos aún de que tan pronto ella se recostó en la cama, acostada boca arriba junto a su hermano, él se había vuelto hacia ella poniéndose también boca arriba en tanto la contemplaba embelesado, admirando su divina desnudez, nunca hasta entonces apreciada con el embeleso y devoción de entonces. Tampoco fue consciente de que los ojos de su hermano no podían dejar de estar fijos en ella, en todo su ser empezando por el rostro adorado que tan grabado dentro de sí llevaba desde que, cuatro años atrás, la descubriera desnuda en su cuarto con el nefasto Claudio.

Por eso se sorprendió cuando, al enderezarse sobre sí misma, sus ojos, por vez primera esa tarde y directamente, se posaron en el rostro de su hermano, en los ojos de su hermano encontrándolos abiertos y fijos en ella en vez de cerrados por el sueño como ella esperaba. Cuando Lara vio fijos en ella los ojos de su hermano la zozobra volvió a asaltarla ante el temor de su reacción. Pensó que tal vez hubiera ido demasiado lejos, demasiado aprisa, y temió la inmediata reacción de su hermano. Temió que la rechazara, que la volviera a insultar, volviera a tildarla de prostituta, de ramera.

Pero Mario no hizo nada de eso, sino que su mano derecha se alzó hasta alcanzar su cabeza, sus cabellos, que comenzó a acariciar suavemente, con mucha dulzura, con mucho cariño. Luego sus manos, sus dedos se posaron en los ojos de Lara que los cerró al tiempo que la mano y dedos fraternos los acariciaban para después, medianamente erguido sobre sí mismo y en cierto modo casi sentado sobre la cama, con su rostro casi al nivel del rostro de Lara, los labios masculinos también se posaron sobre los ojos cerrados de su hermana para, con el mismo cariño, la misma dulzura, ternura más bien con que sus dedos acariciaran esos ojos, los labios también los besaron.

Lara estaba que en sí no cabía de gozo y felicidad: ¡Su hermano no la rechazaba! ¡Su hermano la estaba acariciando como nunca antes fuera acariciada por nadie! Bueno, sí, su padre, su madre, el mismo Mario antes la habían acariciado casi como entonces su hermano lo hacía; en estas caricias había reminiscencias de otros tiempos, reminiscencias placenteras, felices… Pero ahora intuía, sentía, que estas otras caricias de Mario, por semejantes a aquellas que pudieran tal vez parecer, eran distintas, muy distintas, muy diferentes. En estas había matices que nunca antes aparecieran ni sintiera. Siempre hubo cariño en las caricias de su hermano, por eso las encontraba parecidas, pero el cariño que ahora le estaba demostrando era diferente, más íntimo, más… No sabía cómo decirlo, expresarlo, pero ella sentía cosas distintas a las antes sentidas y, estaba segura de ello, también Mario sentía cosas muy diferentes a las de antaño.

Porque sentía, sabía, que esas caricias no eran las de un hermano sino las de un hombre… A ver qué mujer no distingue esa sutil diferencia. Pero hasta en eso era todo distinto, diferente; mejor, mucho mejor de lo hasta entonces conocido y experimentado. Ella, desde luego, no era novicia en lides con hombres, antes bien demasiados habían pasado por ella antes que Mario, pero ninguno de los anteriores la había hecho ni un ápice de dichosa de lo que ahora la hacía su hermano; a ninguno de los anteriores había querido, había amado ni tampoco ellos la habían amado a ella, pero a Mario le amaba; le quería, y mucho, en sus dos vertientes: Hermano y hombre. Y Mario también la amaba a ella y también en sus dos vertientes de hermana y mujer.

Lo sabía por la misma razón que sabía que la estaba acariciando y queriendo como hombre, pues tampoco a ninguna mujer se le despinta cuándo un hombre está enamorado de ella, cuándo un hombre la quiere como eso, como hombre; cuándo no simplemente la desea, que eso también lo perciben las mujeres a las primeras de cambio.

De nuevo disquisiciones y pensamientos que parecen ocupar mucho tiempo pero en verdad suceden en minutos y no demasiados: El tiempo justo para que los besos en los ojos se desplazaran a los labios de Lara, que los recibió arrobada en amor a su hermano. Como antes, besos llenos de ternura, de suavidad y dulzura, plenos de amor y cariño, pero exentos de erotismo pues, de momento al menos, el erotismo, la sexualidad sobraba a favor del amor más intenso que entre un hombre y una mujer pueda existir. El cariño, el amor libre de egoísmo, de “toma y daca” pues sólo impera el “Por ti y sólo por ti” en olvido del “ego”, del “Yo”, del “Por mí y sólo por mí”.

Incluso del “Nosotros”, el “Tú y Yo”, pues estaban en esa fase del cariño mutuo en que se impone dedicarse al otro sin esperar nada a cambio porque uno mismo entonces no importa, casi no existe, pues el único interés se centra en el otro, en la otra. Luego a ese beso de Mario, puro y limpio, Lara respondió besando con el mismo rendido amor y cariño con que era besada.

Pero como todo llega en esta vida, también en esos momentos de amor y cariño auténtico, llegó la hora en que el “Tú” absoluto es suplido por el “Nosotros” el “Tú y yo juntos”, con lo que se abría también el momento en que la sexualidad se impone plenamente obligando a los dos seres que se aman a compartirla, pues en el amor el sexo está implícito como un complemento imprescindible para que el amor entre un hombre y una mujer permanezca y no se extinga.

Igual que para una planta el agua es imprescindible para mantenerse bella y llena de vida, el amor se mantiene y arraiga mediante el sexo y lo mismo que una planta falta de agua se seca y fenece también el amor se agosta y muere si le faltan los aportes energéticos del sexo. Luego amor y sexo forman un binomio inseparable en la vida. Y el sexo entró en la relación de los dos hermanos cuando la lengua de Mario presionó sobre los entreabiertos dientes de Lara que tan pronto notó esa presión los abrió de par en par dando paso franco a esa lengua a cuyo encuentro salió la femenina lengua fundiéndose ambas en una misma caricia.

Mario fue abriendo su boca al máximo para que su lengua se hundiera lo más profundamente posible en la de Lara, que respondió en igual forma, cada vez más enervada, más ardiente, más deseosa de su hombre. Mario mordió ligeramente el labio inferior de ella, lo que provocó ligeras cosquillas en el labio femenino y miríadas de mariposas volando en su bajo vientre, en su regazo. Entonces Lara respondió al mordisquito de su hermano mordiendo el labio masculino no con la delicadeza que él lo hiciera en el de la mujer, sino con vigor, casi con furia de modo que rasgó la piel del labio del hombre e incluso los dientes se hundieron ligeramente en la carne del masculino labio, haciendo brotar la sangre.

Pero aquello, antes que disuadir a Mario en su interés por la boca de Lara, lo que hizo fue enardecer ese deseo o interés, con lo que también él se lanzó a morder a Lara sin las contemplaciones antes mantenidas, de modo que los dos parecían fieras salvajes atacándose mutuamente, pero nada más lejos de la realidad, pues aquella ferocidad sólo era reflejo del agudo enervamiento, la tremenda pasión que a los dos dominaba que casi desbordaba los márgenes del raciocinio, pues era puro instinto, puras ansias de disfrutar de su unión.

Al tiempo que Mario y Lara se besaban de aquella forma las manos masculinas habían bajado hasta los senos femeninos y los acariciaban, los abarcaban estrujándolos, pero con enorme delicadeza, sin lastimarlos en absoluto, produciendo en Lara sólo dicha, felicidad, maravilloso placer que hacía que la mujer se derritiera entre las manos de su hermano. Hasta que Mario abandonó la boca de Lara para buscar esos senos que sus manos acariciaban, para a las caricias de sus manos unir las de sus labios y su lengua que lamía aquellos senos en círculos, mientras los dedos tiraban de los gloriosos pezones que remataban los esplendorosos senos, estirándolos, pellizcándolos…

La dicha de Lara era infinita hasta el punto de que sus manos bajaron hacia el bajo vientre, hacia su regazo donde sentía cómo arremetía lo que ella sabía muy bien qué era, empujando, buscando abrirse camino hacia donde también ella sabía. Y sus manos tomaron aquella cosa erecta, firme y dura, no demasiado grande, ni demasiado gruesa ni demasiado larga, sino del grosor y longitud adecuados para hacerla gemir de placer cuando la invadiera aunque sin alharacas de concurso de actores pornográficos, que tampoco son tan necesarios para que una mujer quede satisfecha con su hombre.

Así que rodeó aquella cosa con sus manos y la apretó, la aplastó también con la palma de su mano y notó cómo Mario empujaba con aquella cosa para que se aplastara aún más en la palma de la mano de Lara, Luego volvió a envolverla entre ambas manos y la empezó a mover de arriba abajo, lentamente, recreándose en lo que hacía y logrando que Mario bufara de puro placer.

Mario, mientras Lara le regalaba su entre “cosa” y “cosaza”, bajó labios y lengua a través del vientre y el pubis de la mujer, regándolo todo con su saliva, hasta encontrar el más genuino centro del placer femenino. Lara esperaba aquella visita a la parte más noble de su organismo, pues la adivinó tan pronto como la boca de Mario cesó en las atenciones a sus senos por lo que Mario se encontró con las piernas femeninas bien abiertas y el “tesorito” anhelante por recibir a su visitante, visitante que de inmediato pasó a cumplimentar adecuadamente a su huésped. Lara no estaba en este mundo, estaba en una especie de Walhalla femenino donde en lugar de goces masculinos ofrecidos por jóvenes y bellas valkirias que daban bebidas y algo más a bravos guerreros germanos caídos en combate sólo estaba ella misma arrullada por los divinos placeres que su amado hermano le ofrecía.

Mario estuvo agasajando a ese huésped cálido y acogedor hasta que Lara habló rompiendo el silencio que hasta entonces reinara en aquella habitación, pues desde que Lara entrara en ella ninguno de los dos había pronunciado ni una palabra, por lo que el silencio sólo había sido violado por los suspiros, los jadeos, los quejidos no producidos por dolor alguno, sino sólo por inmensos placeres o el ronroneo de gata satisfecha con que Lara acogió las primeras caricias que Mario le dedicara.

―Para, para amor mío. No puedo más, no aguanto más sin tenerte dentro de mí. Penétrame cielo mío, hazme tuya por favor. Te deseo, te deseo Mario, te deseo dentro de mí. Pero… Pero… No me folles cariño mío; no hagas eso. Ámame mi amor, hazme el amor… Así es como te quiero, amándome, queriéndome… Deseándome porque me quieres, me amas como yo a ti

―Hazlo tu Lara. Llévatela a donde deseas tenerla

―¿Quieres que yo misma dirija tu “cosita” divina a mi “cosita”?

―Sí mi amor. Nunca me lo han hecho y quiero que tú seas la primera en hacerlo

Lara suspiró de satisfacción e hizo lo que Mario le pedía. Tomó de nuevo aquella “cosa” entre sus manos, la dirigió a la entrada de su gruta de placer y Mario hizo el resto. De nuevo suspiró cuando se sintió invadida por la virilidad de su hermano, llevó sus brazos al cuello de él y le ciñó con el lazo de amor de esos brazos al tiempo que alzaba sus piernas hasta el principio de los muslos de su hermano, hasta esa línea que marca el inicio de las piernas y el fin de los glúteos donde se entrelazaron en prieto dogal alrededor de los muslos varoniles.

Sus caderas se movían adelante y atrás cadenciosas, buscando acoplarse a las suaves embestidas de su hermano cosa que enseguida consiguió con lo que los dos hermanos sincronizaron los movimientos de vaivén de sus correspondientes caderas. Lara poco a poco estrechaba más y más el abrazo que la mantenía unida a su hermano aunque ello no impedía que sus uñas se agarraran a la espalda de Mario llegando a arañarle de arriba abajo, dejando a su paso cinco surcos que se enrojecían al poco con los hilillos de sangre que brotaban de la piel desgarrada. Jadeaba, bramaba, y gemía en repetidos “Ay, Ay, Ay”.

Cuando por fin Mario invadió su intimidad más femenina Lara había ya ascendido dos veces a la cumbre sexual, primero cuando él succionaba sus pezones, después cuando su hermanito visitó su cuevita cumplimentándola con magistral arte, pero para ese momento otras dos erupciones más se habían unido a las primeras, cuando sus uñas rasgaron por vez primera la espalda de Mario cual cinco minúsculos arados que paralelamente surcaran esa espalda y luego, cuando el hombro masculino resultó señalado por los dos maxilares de Lara, el superior y el inferior.

Pero al cabo de ni se sabe el tiempo que Mario llevaba arremetiendo contra esa más femenina intimidad, Lara sintió que una nueva y a lo que le parecía más violenta erupción de su volcán sexual se le avecinaba. Al propio tiempo era consciente de que el volcán de su hermano también estaba a punto de estallar por lo que empezó a decirle

―Más mi amor, dame más, dame más fuerte, macho mío. Vamos valiente, ataca, ataca más que estoy a punto. Vente conmigo cielo mío, dame tu semilla. La quiero toda bien mío; toda, toda dentro de mí, inundándome, anegándome las entrañas. Vamos, vamos valiente, más fuerte cariño mío, amor mío, vida mía… ¡Ag, ag, ag!... Me matas Mario, me matas de gusto y yo me muero de puro placer… ¡Ay, ay, ay! Dios mío, qué grande eres mi cielo

―Lara es peligroso, es peligroso que me vierta dentro de ti. ¿Estás segura de lo que me pides?

―Sí Mario, sí. No me importa nada, sólo quiero sentir tu venida en mi interior, sentirme inundada por ti. ¡Qué importa lo que pase! Algún día tiene que ser, y si es hoy, mejor mi amor. Imagínate mi amor, tener un hijo contigo, acunar a otro Mario, pero este pequeñito…

Y Mario hizo lo que le pedía asistido por su hermana que había enclavijado los talones en los glúteos de Mario, empujándole hacia ella y apretado el dogal de sus piernas, de sus muslos, aplastando contra ella, contra su sexo el sexo de su hermano que penetró hasta el fondo de la vagina, hasta golpear fieramente en el cuello de la matriz. Este golpeteo suele ser doloroso, pero Lara no se entró del dolor que indudablemente debía asaltarla, exaltada como estaba por el más excelso de los placeres.

En el momento cumbre Mario, a mil y sintiendo que su volcán pedía a gritos la descomunal erupción liberadora de tanta energía concentrada y retenida, supo retener aún más esa detonación de lava arrolladora que pugnaba por liberarse, aunque sin por ello mermar la fiereza y entusiasmo de los ataques a la plaza invadida. A esos esfuerzos correspondía Lara con renovados y potentes ataques contra esa cosa invasora moviendo sus caderas en frenéticos vaivenes: Adelante atrás, adelante atrás, adelante atrás, incansable, denodada y llena de fiereza; y es que si Mario estaba dando una lección de valentía, coraje y denuedo en el “combate” cuerpo a cuerpo, Lara en absoluto desmerecía al ímpetu arrollador de su hermano.

Al fin el volcán femenino entró en arrasadora erupción que al final se convirtió no se sabe bien si en dos, tres o cuántas, pues ni ella podría determinarlo. Lo único que sí que sabía es que nunca, nunca hasta entonces la habían llevado a tan altas cimas de placer. Pero de nuevo Lara demostró ser una excelente combatiente en el cuerpo a cuerpo de la batalla amorosa pues su entusiasmo atacante no cesó casi que en absoluto con lo que el vaivén de sus caderas apenas si decreció tras el glorioso éxtasis de placer, si es que realmente no se recrudeció apenas se repuso unos segundos de la extenuación que siguió a su particular Nirvana, animando a Mario con frases como esta

―Vamos hermanito, tío valiente, torito mío, vamos mi vida vente ya, cielo mío. Acaba, acaba… Dámelo, dame tu semen, tu semilla de vida… Riega con ella mi tierra fértil, haz que fructifique vida mía… Ag…Ag… Ag… Ay, Ay mi vida… Sigue dándome, sigue, sigue… Ah, ah… Me vuelves loca Mario, me vuelves loca… ¡Me estás matando otra vez! ¡Otra vez me matas de gusto! Sigue cariño, no pares… Ag, ag… Vente, vente ya cielo que… Que… Que yo me vengo otra vez… ¡Vamos valiente! ¡Vente conmigo, no permitas que lo haga sola! ¡Riega mi huerto con tu semilla, por favor Mario, hazlo! ¡Haz que mi huerto dé los frutos que debe dar, que debe darnos a los dos!…

Por fin el volcán de Mario entró en erupción arrolladora, incontenible que llenó de lava seminal las entrañas de Lara hasta el último recoveco pero que, de todas formas, aún quedó magma suficiente para, conjuntamente con los abundantes fluidos vaginales generados por las glándulas de Lara desde hacía ya un buen rato, deslizarse al exterior derramándose por el canalillo que, desde la parte más baja de la vagina, une a ésta con el orificio trasero de la anatomía humana y de allí caía por su propio peso a la sábana sobre la que ambos hermanos-amantes estaban. A la venida de Mario Lara no fue ajena, pues también ella estalló en su ni se sabe ya qué orgasmo de aquella noche conjuntamente con la descarga de su hermano.

Mario se derrumbó exhausto sobre el cuerpo de Lara recibiéndole ella con todo amor, con todo cariño, entre sus brazos, entre sus senos, que Mario besó entonces por vaya usted a saber qué vez. Allí quedaron los dos, acostados e intercambiando caricias pero, sobre todo, confesándose el gran amor que les unía, el gran amor que Mario sentía por Lara y ella por su hermano.

Aquello duró un tiempo, no demasiado, porque al fin Mario se dejó caer en brazos de Morfeo de puro cansancio. Y no es porque Lara estuviera menos cansada que su hermano por lo que se mantuvo despierta un tiempo más, poco, pero algo más. Su vigilia se debió a lo gozosa que entonces estaba, pues se sentía la mujer más feliz de la Tierra. Seguía mirando al durmiente Mario sintiendo que se llenaba de amor, de ternura cuanto más le miraba, cuanto más le observaba… Que desde esa misma noche ella era la esposa y mujer de Mario y él, Mario, su esposo y marido y así sería mientras los dos vivieran, era algo de lo que a Lara no cabía duda alguna.

Eso era así, como un axioma, porque así lo decidieron antes los dos juntos: Desde esa noche ellos dos eran matrimonio, un matrimonio como cualquier otro, dijeran lo que dijeran las leyes, pues… ¿Quién le puede poner puertas al campo? Y tendrían hijos. Ella no se había planteado aún cuántos, ya se vería, pero que los tendrían era seguro. Y en no tardando, pues ella ardía en deseos de dar un hijo a su hermano-marido. Ojalá y ya lo llevara en sus entrañas. También en breve debían abandonar a sus padres, apartarse de ellos y buscarse su propia vida.

Trabajarían en lo que pudieran, lo que saliera… Mario empezaría a buscar trabajo el mismo lunes próximo, para adelantar lo que fuera posible Y estudiarían, terminarían sus estudios para aspirar a empleos decentes… Todo, todo se atendería; se lograría pues se trataba de ellos, de su futuro… Y el de sus hijos… Lo lograrían.

Lo de los padres en principio sería doloroso pues les dirían la verdad cuando se marcharan. Puede que no a la cara, aunque eso es lo que quería Mario, siempre tan mirado en hacer las cosas bien, pero en fin, fuera como fuese sus padres sabrían que sus hijos habían decidido ser marido y mujer a pesar de todos los pesares. Eso, bien lo sabían los dos, les iba a hacer mucho daño… Perder de un golpe a sus dos hijos, pues bien sabían también que ni papá ni mamá pasarían por las buenas por ello, que les maldecirían, les negarían incluso como hijos.

Pero, sobre todo ella, Lara, esperaba que el tiempo todo lo solucionara. Los hijos desde luego tiran mucho, pero los nietos no tiran mucho menos y con el tiempo seguramente sus padres quisieran disfrutar de sus nietos, los únicos que podrían tener, los hijos de sus propios hijos… En fin, esa era la esperanza que tenía ella, Lara

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