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GANÉ A MI MUJER EN UNA APUESTA. Capítulo 2º

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Desde el día siguiente a separarme de Claudia quise empezar una vida muy distinta a la que hasta entonces llevara, más bien golfa y despreocupada de todo cuanto no fuera pasarlo bien. Empecé por enfrascarme en el trabajo, sin encontrar nunca la hora de marcharme. Hacía más horas que un sereno, aunque, económicamente, poco juego daban, ya que me las hacía por mi cuenta, no por cuenta del hospital. Eso me ayudaba a tener la mente ocupada, con lo que los recuerdos de Claudia se difuminaban desapareciendo mientras estaba en La Paz. Lo malo era cuando salía, cuando me quedaba libre, encerrado en el piso vacío. ¡Qué largas se me hacían esas horas! Pero lo peor eran las noches, preso de insomnio. El recuerdo de Claudia no me dejaba vivir, me volvía loco. A veces pensaba que el remedio resultaba peor que la enfermedad, pues antes, al menos, la veía, estaba cerca de ella, y aunque también me hacía sufrir, al final, por lo menos durante algún tiempo disfrutaba del placer de verla y admirarla. Más de una vez estuve a punto de mandar toda esa terapia al traste y llamarla. Pero no lo hice, algo de cordura se me imponía al final: No, no debía llamarla. Y por los dos. Sin mi compañía, ella estaba libre para reiniciar la vida normal que llevara antes de conocernos a Marcos y a mí. Y podría encontrar ese hombre que de veras la quisiera y del que también ella se enamora, cerrando así todo este capítulo, en verdad aciago, de su vida. Para mí, a la larga, también sería lo mejor pues, si volvía a su lado y resultara que se enamorara de un hombre así, ¿qué sería de mí? Otro mazazo, como el que me llevé cuando ella y Marcos se hicieron novios… Otra vez a asistir a la felicidad de ambos ante mis ojos, y yo a pudrirme de rabia y celos.... No, mejor era esto, tratar de romper con ese pasado que fue, es, para mí un infierno. No cabe duda: Yo también debo cerrar las páginas de mi vida que Claudia llenara; todo eso debe pasar al recuero, un recuerdo lejano y hermoso, pues de haber conocido a Claudia no podía renegar. Aunque,... ¡Quién sabe!... ¿No podía suceder que un día conociera a otra "Claudia" que hasta me correspondiera?

Pero lo cierto, de momento, es que las pasaba bien "canutas". El insomnio me llevo a lanzarme a la calle y pasar media noche vagando por un Madrid casi desierto. (Sí, casi desierto. Por entonces, fines de los 60, aunque Madrid contara con algo más de tres millones de habitantes, la vida era más sencilla, por lo que el trasnochar era más bien raro) Por algún tiempo hasta empecé a hacerme adicto a las copas en "Chicote" y algún que otro bar de "niñas" por el estilo, o por las muy bohemias "Cuevas de Sésamo", casi únicos locales abiertos a altas horas de la madrugada. Pero aquello duró poco, pues me dije que era una sandez salir del infierno del juego para caer en el del alcohol, por lo que ese vagar nocturno acabó en paseos higiénicos por Madrid, hasta que el cansancio y el sueño me devolvían a casa.

En el aspecto profesional las cosas se me empezaron a poner bastante bien. Haría como tres semanas que vivía lejos de Claudia cuando un día, mientras la "eminencia” y yo nos lavábamos y desinfectábamos las manos, prestos para realizar una intervención a un paciente, el "viejo" me dijo

―Doctor Jimeno, veo con agrado que, en estas últimas semanas, se está centrando bastante más en el trabajo, en su profesión. Eso está bien, y me alegro mucho por usted. Francamente, llevaba muy mal camino, y era una pena, pues usted tiene madera de cirujano, de buen cirujano, y lo estaba echando todo a perder. Siga así, Jimeno, no se arrepentirá.

Yo simplemente le di las gracias, pero me causó honda impresión. Le tenía por una persona despótica e insensible, y mira, hasta parecía casi humano. Pero eso no acabó allí. Como un mes más tarde, me dijo un jueves cuando casi los dos acabábamos la jornada.

―Doctor Jimeno, hoy ha ejercido por última vez como ayudante. Desde el lunes empezará a ejercer como adjunto en mi equipo. Felicidades. Ah, puede tomarse mañana viernes libre. Por si necesita comprar algo... O desea celebrar su nueva situación…

Me quedé de una pieza. ¡Al fin sería cirujano de verdad! Y con unos ingresos nada despreciables. Aquella tarde fui a casa de mis padres a darles la noticia, que
les cayó sensacional. Allí pasé toda la tarde, charlando y celebrando el gran evento. Mi padre estaba que no cabía en sí de contento y, sobre todo, satisfecho de su hijo, y mi madre no digamos... Pero lo que más me importó fue ver tan orgulloso de su hijo a mi padre. Desde tiempo apenas si nos tratábamos, pues mis "calaveradas", esas a las que Marcos me arrastraba literalmente y que yo tan de buena gana secundaba, le amargaban la vida hasta el punto de que llegó a no hablarme y yo decidí salir de la casa paterna y vivir por mi cuenta. El ritmo de vida que por entonces llevaba, de borrachera casi todo el día y de "timba" noche sí, noche también, no podía ser aceptado por mis padres, con lo que las broncas eran casi diarias hasta que decidí eso, independizarme, vivir por mi cuenta. Pero desde que me sacudí a Marcos, hace ya casi dos meses, varié por entero, como ya he dicho. Y mi padre también empezó a cambiar de actitud conmigo. Pero hoy ha sido el "desiderátum". ¡Qué feliz y orgulloso estaba de ver a mi padre, tan contento conmigo, tan orgulloso de mí!

Fue un día estupendo, completo desde por la mañana, cuando la "eminencia" me ascendió a cirujano en ejercicio. Pero ahí no acabarían las venturas de ese día, no. Lo más importante vendría luego, cuando ya de noche llegué a mi casa desde la de mis padres.

Cuando entré en casa todavía sonaba el timbre del teléfono pero llegué tarde para descolgar: Había parado de sonar. Aunque de todas formas descolgué, ya nadie estaba en la línea. Me despreocupé y pasé al dormitorio a cambiarme. Aún no había cenado, pues no quise quedarme más en casa de mis padres, a pesar de lo que ellos, mi madre especialmente, insistieron en que cenara en su casa. De modo que pensaba ponerme algo más cómodo, en Madrid ya empezaba a hacer calor, y así bajar a tomar algo en el bar de allí cerca. Pero no me dio tiempo más que a desprenderme de la americana, ni siquiera la corbata pude acabar de quitarme, cuando el teléfono volvió a sonar. Con la corbata a medio soltar volví al salón y descolgué el teléfono

―¿Carlos?... Soy… soy yo... Claudia. ¿Cómo estás?

¡Claudia! ¡Claudia otra vez!... Por un momento me quedé sin poder articular palabra... ¡Otra vez ella! ¡Y qué dulce que sonaba su voz en mis oídos! Por un momento me pareció que el tiempo se detuvo entonces, cuando por última vez la vi, pues ante mí volvía a verla despidiéndose desde la ventanilla trasera del taxi en que desapareció de mi vista. Claudia insistió

―¿Carlos? ¿Estás ahí?

―Sí Claudia....aquí estoy... Me alegro de escucharte, ¿Cómo te va?

―Bien Carlos. Bien. ¿Dónde te metes? Con este son ya tres días tratando de hablar contigo. ¡Claro! De golfería otra vez, ¿no?

―Te equivocas Claudia. Eso se acabó para siempre. Ahora soy una persona muy formal. Lo que sucede es que no salgo del hospital hasta bastante tarde, a veces más de las ocho de la tarde. Y cuando estoy fuera....pues me quedo por las calles, plazas y parques madrileños a esperar que me venga el sueño... ¡Te metes en mi mente tan pronto salgo del hospital!... Y ni siquiera puedo dormir… Por eso me paso las horas muertas por ahí, vagando sin rumbo.

Yo callé y también Claudia calló un momento. Luego ella habló

―Carlos necesito hablar contigo, es importante; de verdad que es importante Carlos.

―Cuando quieras, mañana mismo si tanto te urge.

―No Carlos. Tiene que ser esta misma noche. Por favor, ven a casa, te espero. ¿Has cenado?

―No Claudia, aún no he cenado. Pero… ¿A qué tanta prisa? ¿De verdad no puedes esperar a mañana? Claudia, estoy agotado, con hambre, y mañana debo madrugar. Déjalo para mañana mujer. Seguro que lo que sea puede esperar. Anda Claudia, no me seas niña.

―No Carlos, no puedo esperar. Por favor, ven esta noche a casa. Tampoco yo he cenado todavía, podemos cenar juntos.... Y, si quieres...puedes pasar la noche en mi casa y mañana ir a La Paz directamente desde aquí. ¡Por favor, por favor!... Ven, ven rápido... ¡Si no vienes, voy yo a la tuya!.... ¡Y con la cena para los dos!

Colgó el teléfono sin darme tiempo a responder. ¡Otra vez Claudia, mi gloria y mi infierno, mi ventura y mi tormento, mi suplicio de Tántalo! Pero... ¿Qué podía hacer yo? ¡Lo de siempre, correr tras ella! No había pasado todavía media hora cuando allí estaba, llamando a su puerta tras despedir el taxi que me condujo a su casa. Salió a abrirme al instante y yo creí morir al verla: ¡Estaba maravillosa! Más bonita, más deseable que nunca. Y es que nunca la había visto así, con una camisola de andar por casa, veraniega y muy ligera, de corte camisero con botones hasta casi la cintura y llegándole sólo hasta no más de medio muslo. Y lo más sorprendente fue cuando me echó los brazos al cuello y me besó muy cerquita de la comisura de los labios, rozándolos prácticamente. Pero ahí no quedó la cosa, sino que tras aquel beso inolvidable se apretó más a mí, acariciándome dulcemente mejillas y pelo. Dios, ¡no llevaba nada debajo! Lo supe al sentir estrellarse contra mí sus senos con los "pitones", duros y enhiestos embistiendo mi pecho. Enseguida se separó de mí, pero creí ver en sus labios, en sus ojos, un gesto arto pícaro. Señor, qué se proponía ahora… ¿Matarme de la impresión? Cuando se separó de mí dijo

―Pasa al salón y ponte cómodo Carlos. Hace algo de calor, mejor será que te quites la chaqueta y la corbata, por mí no te preocupes que ya ves que voy muy cómoda, muy de andar por casa. Sírvete algo, lo que quieras... En el mueble-bar tienes Wiski, ginebra… No sé, creo que algo más... Ya sabes, bebo poco. Ah, y sobre la mesa un estupendo vino tinto Ribera del Duero. De lo que te sirvas ponme a mí también una copa. Enseguida estoy contigo, sólo los últimos toques a la cena.

Efectivamente, me libré de la americana y la corbata amén de remangarme la camisa. Opté por servir dos copas de vino, una para Claudia y otra para mí. A poco apareció Claudia con una bandeja repleta de platos pequeños con lo que preparara: Una cena a base de "tapas", empanadillas, croquetas, gambas con "gabardina" (rebozadas y pasadas por la sartén), calamares y claro, embutido: Jamón de Jabugo que resucitaba a un muerto más chorizo y lomo de Salamanca

La cena transcurrió sin nada en particular. Claudia se mostró locuaz y divertida. Me pareció feliz en aquellos momentos. Me estuvo embromando con aquello de que le seguía siendo fiel, pues seguía sin novia; también conque era su caballero "Sin Miedo y Sin Tacha", cual aquellos legendarios "Caballeros Andantes" de los Libros de Caballería del medievo, Sir Láncelot, Amadís de Gaula o Tirant lo Blanc (Tirante el Blanco. Libro de Caballería del valenciano Joanot Martorell, publicado en valenciano en 1490 y en castellano en 1511). Por mi parte, la puse al corriente de mi buena suerte en el hospital: Ya era cirujano con todos los derechos.

Acabó la cena y nos trasladamos al tresillo, tomando asiento los dos en el sofá con unos cafés y unas copas de brandy delante; yo tratando que no se notara el efecto que la camisola de Claudia me causaba: Al sentarse, se le había subido el borde inferior hasta casi las ingles. ¡Cómo me estaba poniendo la dichosa prenda! Esos maravillosos muslos lucidos casi en todo su esplendor y... ¡Saber que debajo no llevaba nada! Llegó un momento que me sentí francamente incómodo por el estado al que estaba llegando, sin saber ya ni qué hacer o cómo ponerme para que "eso" no fuera tan evidente. Menos mal que Claudia parecía no darse cuenta de nada pues...¡estaba tan tranquila!

Tras unas cuantas trivialidades más, y a cuenta de que yo le dijera que soltara ya eso tan importante que tenía que decirme que no podía esperar a mañana, empezó a decir

―Carlos, estoy enamorada.

Retiro lo del estado en que Claudia me tenía, pues la noticia me dejó frío como un témpano y "aquello" desapareció como por ensalmo. Terriblemente enfadado me levanté de un salto mientras más que decirle le gritaba.

―¡Y para decirme esto me haces venir a tu casa esta noche! Podías habértelo guardado, no decirme nada y casarte con el fulano si te daba la gana. Hubiera sido más misericordioso conmigo. ¿Te regodeas acaso en hacerme sufrir, tan mal te he tratado?..

Claudia seguía impasible, exhibiendo una tranquilidad que me exasperaba... ¡La hubiera abofeteado en ese momento!

―Carlos, eres mi mejor amigo y esto, el estar enamorada, me hace muy, pero que muy feliz. Tú mismo me dijiste que querías que fuera dichosa y que no te importaría que me enamorara de un hombre si éste de verdad me quería. Comprenderás que tenía que decírtelo…

Seguía allí, de pie y enfurecido, mirándola. No era posible lo que sus ojos me decían: En ellos bailaban destellos burlones y en sus labios también veía eso, una sonrisa burlona... ¡Se estaba riendo de mí, de mi tortura! ¡Me estaba torturando con pleno conocimiento, con toda intención! Entonces mi furia estalló. Una fiera salvaje que desconocía surgió de dentro de mí, y se abalanzó sobre Claudia. Le arranque casi todos los botones que cerraban la pechera de la camisola quedando al descubierto la espléndida belleza de sus senos, blancos como la leche y tersos cual cuero de tambor, luciendo las dos lindas aureolas, sonrosaditas, en cuyo centro imperaban los puntiagudos pezones que parecían decir: "Chúpame, lámeme, acaríciame". Al tiempo mi boca se atornilló a la suya....

Pero Claudia nunca dejará de sorprenderme y a partir de entonces ya sí que no entendía nada, pero me dejé llevar por la magia del momento. Porque Claudia, otra vez, no me rechazó sino que atrapó mi cuello entre sus brazos y ¡Dios cómo me abrazó, cómo me atrajo hacia ella! ¡Y cómo me besó! Porque no fui yo quien la besó a ella sino Claudia la que me besó a mí. ¡Y de qué manera! El "morreo" que me atizó fue de antología, cómo movía la lengua en mi boca, cómo acarició con ella mi propia lengua.... Yo estaba en la gloria y rendido a ella sin condiciones. Un momento tuve que apartar mi boca de la suya porque me faltaba el aire, pero eso sólo fue unos segundos, pues de inmediato volví a aquella copa de ambrosia y ella siguió con su incansable y maravilloso "morreo", hasta que no pude más. Me separé de ella y me derrumbé sobre el sofá, buscando una posición cómoda para descansar un poco y reponerme algo. Claudia, amorosa como nunca la viera, me ayudó a recostarme en el ángulo que el respaldo del sofá formaba con el brazo, haciendo que quedara prácticamente tendido, apoyado en el borde del sofá y los pies descansando en la mesita de centro. Cuando yo me acomodé de tal guisa ella se tendió a mi lado, acurrucándose en mi pecho y mi hombro. Me cogió una mano y la posó en sus pechos, al tiempo que decía con la voz más melosa que jamás escuchara.

―Acaríciame Carlos. Pues sí cariño, estoy enamorada, muy, muy enamorada, pero... ¡de ti tonto mío! Al fin me di cuenta de ello, de que tú eras el hombre de mi vida, mi hombre y que sin ti ya no puedo vivir. Sí Carlos, te lo juro, no es mentira, te quiero como tú deseabas y no de ahora, sino de bastante antes. Cuando aún estaba con Marcos ya te quería a ti, no a él. Sólo que no me daba cuenta... ¡Qué tonta fui!... Pero al fin lo descubrí... Y no podía aguantar más sin que lo supieras, sin que me hicieras lo que me estás haciendo. Porque soy tu novia Carlos, tu novia... Y tú mi novio, mi novio de verdad ¿Era o no era importante que vinieras esta noche a casa?

Entonces ya sí que estaba hecho un lío. ¿Estaría en el Paraíso y yo sin enterarme? O, ¿me había vuelto del todo "majareta" y sufría unas alucinaciones de toma pan y moja? Pues no, no debía ser porque, desde luego, estaba en casa de Claudia y.... ¡Con sus pechos en mis manos, acariciándolos! Y Claudia está aquí, a mi lado, con esa camisola que me vuelve loco. Hasta me hablaba... ¿Qué me decía?... ¡Dios, que me ama, que está enamorada de mí!... que… ¡QUE ES MI NOVIA!... Debo pellizcarme… Pues sí, estoy despierto, noto los pellizcos. ¡Dios mío, Dios mío, milagro, milagro!

―Claudia, por favor, dime que esto no es un sueño, dime que es verdad... ¡QUE ME AMAS, QUE QUIERES SER MI NOVIA!

―Claro que no sueñas amor mío, SOY TU NOVIA, vida mía. ¡Hay qué carita que me pones! ¡De verdadero "bobalicón embelesado". ¡Para comérmela!

Y casi se la come, pues... ¡Menudo mordisco en toda la mejilla! Acabamos riendo besándonos, acariciándonos....

―Por cierto cariño mío, que lo que me costó lograr que te "arrancaras". ¡Eres de un "paradito" mi "bobalicón embelesado" que ya, ya! Veía que ni con lo que me puse lo conseguía… Y qué risa que me daba ver cómo tratabas de esconder... "esto"

¡Señor! Había llevado su mano... ¡"Ahí", sí, justo…"ahí"! ¡Y "lo" estaba acariciando! Ella entonces murmuró a mi oído con la voz más tierna y, al tiempo, más insinuante que nunca antes escuchara

―¡Estás muy "burrito" mi amor! Me deseas mucho ¿verdad? Escucha cariño mío: Soy tuya, te pertenezco por entero y siempre seré tuya. Si lo deseas, si me quieres poseer, aquí me tienes. Llévame a la cama y hazme tuya, hazme mujer, tu mujer amor mío. Te lo repito, soy tuya, toda yo, todo mi ser es tuyo, y te hago ofrenda de mi doncellez, te la doy, te la regalo, en señal de amor eterno.

Sí, la poseí, la hice mujer, mi mujer y Claudia se me reveló como una mujer, una hembra, tremendamente apasionada. No resultó ser ardiente, no, era, es, tórrida, un volcán en erupción que arrasa todo, que me deja por entero exhausto. Con sensualidad y enorme picardía me decía: "Siempre te tendré ahíto de mí, así nunca querrás conocer a otra más que a mí". ¡Y cómo puedo desear a nadie más, teniéndola a ella, que no es una mujer, es LA MUJER, el arquetipo del individuo femenino humano!

Pero esto no tuvo lugar aquella noche, en su casa, sino casi un mes más tarde, la noche del día en que nos casamos. Porque Claudia tuvo la NOVHE DE BODAS que siempre quiso tener. Una noche que para los dos es inolvidable.

Aquella otra noche, cuando tan amorosamente se me ofreció en su casa, le dije

―Claudia, y...¿no preferirías que dejemos “eso” para nuestra Noche de Bodas?

Fingiendo enfado, repuso

―¡Tú, la cosa es rechazarme! Ja, Ja, Ja… (abrazándome) ¡Gracias cielo! Eso es lo que siempre soñé y deseé, poder lucir en mi boda un blanco vestido de novia... ¡BLANCO, MUY, MUY BLANCO!

Aquella primera noche juntos, nuestra Noche Nupcial, es inolvidable, pero no la única, pues desde entonces son pocas las noches en que no se repite. Y se mejora, pues claro, cada vez estamos más compenetrados. Compenetrados en todos los aspectos de nuestra vida, que la vivimos en íntima comunión el uno para el otro. Y claro, en este aspecto de la intimidad conyugal casi más que en ningún otro. Pues esa intimidad vivida en absoluta entrega del uno hacia el otro, buscando en la dicha del ser amado la propia colmada felicidad, es lo que hace imperecedero al amor, lo que hace que el amor reverdezca cada noche y se mantenga fresco, vivo hasta el fin de la vida.

Desde que nos casamos Claudia y yo han pasado treinta años y tres hijos, dos chicas y un chico. Yo ya dejé atrás, hace dos años, la raya de los sesenta y a Claudia sólo le falta uno para alcanzarla. Ya no estoy en La Paz como médico cirujano adjunto; no, ahora soy un cirujano traumatólogo con algo de renombre y dirijo ese departamento en otro hospital madrileño de reciente inauguración.

Son ahora casi las cinco de la madrugada de un sábado y aquí estoy, en el pequeño gabinete donde Claudia y yo compartimos las pocas horas que, habitualmente, puedo estar en casa junto a ella, acabando estas líneas que escribo como un monumento en homenaje a la más maravillosa de las mujeres. También hoy, como tantas otras noches, Claudia ha tirado de mí hacia el dormitorio con esa frase que me encanta "Bobalicón embelesado mío, ven con tu mujercita" y otra vez más, la enésima, me ha vuelto a regalar la dulzura espléndida de su cuerpo, haciendo bueno aquello de mantenerme ahíto de ella. Y, también como tantas otras noches, he entrado hace un momento en el dormitorio y me he quedado embelesado en la magnífica belleza de su cuerpo aún a sus casi sesenta años. Está dormida, desnuda sobre la cama, sin sábanas que la cubran pues todavía, aunque el verano se esté acabando, se nota algo de calor en Madrid. Y, como siempre, su cuerpo me deslumbra: Es lo más hermoso y sensual que nadie pueda imaginar. Y, es que es su cuerpo, el cuerpo de Claudia.

 

 

F I N

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