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Las mentes curiosas que fantaseaban entre las sábanas: (cap.1) Iniciando el juego

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CAPÍTULO 1: INICIANDO EL JUEGO

  

Elizabeth descansaba sobre la cama, solo llevaba un pequeño tanga ajustado como cubierta de todo su cuerpo, dado el calor que se había apoderado de la casa aquel día.

Aunque aún había mucha luz solar, la habitación se encontraba en una leve penumbra iluminada solo por los rayos de luz que lograban pasar entre las rendijas superiores de la persiana de una única gran ventana del cuarto. La luz, recorría sinuosamente las curvas del pequeño cuerpo de Elizabeth, subía por sus largas y preciosas piernas hasta enredarse en la redondez de sus glúteos, para terminar subiendo entre sus suaves pechos, de tamaño perfecto, e iluminar levemente su cara de ángel.

Sin duda era una imagen que, por necesidad, haría subir la excitación de su novio Jaime en cuanto la viera.

Nada más verla, Jaime se acercó lentamente, admirándola a cada paca paso, por su mente no dejaban de pasas tantos y tantos morbos y deseos que solo un cuerpo como el de Elizabeth podía provocar. Le costaba alargar la mano en dirección a su chica, sin que esta temblara, y es que, a veces, sentía que su monstruo interior quería desgarrarlo por dentro para apoderarse del cuerpo tan deseable que tenía ante sus ojos.

Jaime comenzó a acariciar las piernas de Elizabeth, esta se encogió delicadamente al sentir el tacto de sus manos, mientras, Jaime se acomodaba en la cama colocándose entre sus piernas. Era necesaria la lentitud precisa para no despertar a Elizabeth, pero esa misma lentitud provocaba un leve cosquilleo en el cuerpo dormido de esta, que impedía a su particular hombre del saco, moverse con soltura.

El juego se hacía frustrante a la vez que inElizabethnte para Jaime, la dificultad de acercarse a la miel entre las piernas, solo causaba mayor provocación en él.

El joven, paró un momento y recapacitó la situación. mientras pensaba, giró la cabeza hacia el armario de la habitación y de repente su mente sucia salió a la luz.

Con mucho sigilo recogió varias medias del interior de una bolsa, luego se dispuso a atarlas con cautela, a los tobillos y muñecas de Elizabeth, por último vendó sus ojos con la media más opaca que pudo encontrar.

Poniendo un poco de paciencia, logró unir las medias de muñecas y manos por debajo de la cama, con lo cual solo tenía que tirar de un cabo para que todas las extremidades se quedaran abiertas sin titubeos.

El juego había crecido sensiblemente. Jaime paseó su lengua por las piernas de Elizabeth, desde los pies a las rodillas, de estas a los muslos, y desde allí hasta el pequeño tanga que parecía humedecido por arte de magia.

Con una de las manos, Jaime mantenía tensas las medias, mientras que con la otra, separaba la cortinilla que lo separaba de su deseo, y así poder hundir su lengua en el elixir del sexo de su amada.

El placer de saborear el interior de Elizabeth no tenía precio, así que no pudo detener los lametazos, que cada vez eran más y más intensos.

Elizabeth comenzó a despertar.

Una húmeda sensación, se abría paso entre las piernas de Elizabeth, esto hizo que se retorciera con un leve placer nada más despertar. Pero aún, no había caído en la cuenta de lo que estaba pasando. Intentó abrir los ojos, pero todo estaba negro, y cuando hizo lo propio con manos y piernas, se dio cuenta de que estaba inmovilizada por completo.

Justo a la vez, se produjeron dos sentimientos de la misma intensidad, en el interior de su ser, un miedo atroz y un morbo completamente desconocido.

Elizabeth, aún algo adormecida, podía imaginar perfectamente a Jaime entre sus piernas, sabía como se movía esa lengua en sus labios inferiores, era inconfundible y le encantaba. Pero lo furtivo del acto, la forma en que se había visto obligada a dejarse hacer sin remedio, hacía que la lengua de Jaime aún le supiera mejor.

Era evidente que Elizabeth ya no dormía, su cuerpo se retorcía como la sombra de un gato proyectada por el fuego. Leves gemidos salían de su boca, pero ninguna palabra, solo placer. Las piernas le temblaban y luchaban contra sus correas sin remedio, lo cual provocaba una excitación mayor en Jaime, por sentir esos muslos en su cara. Sin previo aviso, Jaime se vio obligado a agarrar con fuerza el tanga y tirar de él, ya no podía aguantar más tener que usar una malo solo para sostenerlo, así que lo arrancó con un chasquido seco, que a Elizabeth le supo a gloria. Jaime enredo las medias de las ataduras a su pierna derecha, para mantenerlas tensas, y así dejar de paso las dos manos libres.

Las manos del joven comenzaron a recorrer el cuerpo de Elizabeth como si de serpientes furiosas se trataran. Querían tocar todo, querían acariciar cada rincón de su piel. La cabeza de Jaime no dejaba de pensar que le faltaban más brazos, más lenguas, más de todo para poder aprovechar semejante cuerpo. Por su parte, a Elizabeth le parecía que ya tuviera manos de más, aunque un par más no le hubieran molestado lo más mínimo.

El orgasmo estaba llamando a la entrepierna de Elizabeth, mientras que la de Jaime estaba dura como una roca, y goteando sobre la cama. Elizabeth quería esa cola dentro, pero sabía que estaba sometida y que debería esperar a si Jaime quería permitirle que la sintiera.

Los jugos de Elizabeth bajaban como cataratas por la garganta de su captor, este sabía que era el momento adecuado. Con un rápido y ágil movimiento, Jaime subió su cuerpo por el de su presa, lamiendo desde unos labios a los otros, para terminar hundiendo su miembro en los primeros.

Al sentir la polla palpitante dentro de ella, Elizabeth tuvo un pequeño orgasmo, que le abrió el apetito de uno mucho mayor. Su chico movía sus caderas rítmicamente y con firmeza, dando cada vez más energía al empuje, y más velocidad a la salida.

Ambos se besaban, mordían y deseaban como si llevaran siglos sin tocarse, y la intensidad subía y subía, dejando marcas de uñas y dientes en sus cuerpos.

Elizabeth estaba a punto de romper en orgasmo, pero aguantaba para sentir como la cola de su pareja explotaba en su interior. Jaime podía notarlo, y deseaba lo mismo. Soltó las ataduras de Elizabeth y la hizo girar, quedando esta boca abajo, sin quitarle la venda de los ojos, puso una de las medias al rededor de su cuello, y tiró hacia atrás como si de una correa de caballo se tratara.

Elizabeth se ahogaba en el placer, la falta de visión hacía que se centrara aún más en las sensaciones, en cada centímetro que la penetraba, y en cada torta que recibía en su precioso culo. Jaime la clavó con todas sus fuerzas una última vez antes de estallar, y Elizabeth sintió como la leche que tanto ansiaba la rellenaba por completo hasta rebosar.

Ambos se fundieron en un orgasmo para caer rendidos en la cama, abrazados, y exhaustos.

El sueño se apoderó de sus cuerpos, y durante un rato perdieron la consciencia.

Al despertar, ambos se miraron, sin saber muy bien si todo había sido real o un sueño, pero las marcas y las medias aún atadas al cuerpo de Elizabeth, delataban la verdad.

Elizabeth suspiró –No sé que me has hecho, pero quiero siempre así –. Jaime la miró y con una leve sonrisa de media boca, respondió –Es que hoy se me ha escapado el lado malo, no lo he podido evitar, a veces te deseo demasiado –.

Elizabeth también sonrió, pero con una sonrisa mucho más pícara, –Yo me dejo hacer lo que tú quieras... Si me haces cosas así, no me importa que te salga el lado malo.

Jaime miró al techo riendo, –No sabes lo que dices, mi lado malo es muy malo y perverso, soy demasiado pervertido bonita. Te asustarías de las cosas que llegaría a hacerte si me dejaras.

–Prueba, – interrumpió Elizabeth con ansia, –tú prueba, a lo mejor me gusta... –.

Jaime miró de nuevo a Elizabeth, –De verdad, no sabes de lo que hablas, tú no querrías eso... –.

Entonces, fue Elizabeth la que miró al techo, y respondió con tono morboso, –A lo mejor sí, si es contigo y tan bueno como hoy, me dejo hacer lo que quieras... –.

Los ojos de Jaime se clavaron en Elizabeth con una mirada de malicia, –Estás segura qué quieres eso, ¿Te atreves a dejarme hacer? –.

Elizabeth le miró fijamente a los ojos y contestó, – Sí –.

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