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Las mentes curiosas que fantaseaban entre las sábanas: (cap.3) Empezando a jugar en serio

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CAPÍTULO 3: EMPEZANDO A JUGAR EN SERIO

 

Elizabeth aún no sabía como había llegado a esa situación. Quizás se precipitó diciendo a Jaime que quería que dejara a su pervertido interior suelto, pero ahora era tarde. El sexo había sido más intenso; más juegos, más agresividad y pasión; no, no quería renunciar a eso, le estaba gustando cada día más, y cada vez tenía más ganas de llegar a casa para echar un buen polvo con su novio, ella también se estaba volviendo un poco adicta, así que bueno, no iba a echarse atrás en cuanto algo le asustara un poco.

Allí estaba ella, en mitad del parque con gente patinando al rededor, niños jugando, familias en bicicleta, y ella tan solo con un abrigo largo sobre su cuerpo desnudo; bueno, la desnudez tampoco era completa, Jaime le había hecho ponerse liguero, medias y botas de tacón de nuevo.

Las piernas de Elizabeth no dejaban de temblar por los nervios. Una extraña sensación entre vergüenza y morbo, recorría su estómago y subía y bajaba por el resto de su cuerpo. Todo el tiempo, pensaba que cada una de las personas que pasaban cerca de ella se daban cuenta de que iba desnuda, si alguien pasaba demasiado cerca el corazón se le ponía a mil por hora. Quizás se tranquilizaría al ver a su novio, y es que, ella había ido sola hasta allí, era el punto de encuentro al que la mandaba las instrucciones que había recibido en su móvil. Que haría al verlo... ¿Matarlo o seguirle el juego...?

Un grupo de chicos y chicas de veinti tantos, pasó muy cerca de ella, y más de uno y una la miró de arriba abajo con ojos de deseo. Ella no solía reparar en que nadie la mirara, pero ahora no dejaba de pensar en ello y estaba más atenta, así que pudo ver ese deseo en todos los ojos, con la creencia de que sabían lo que había bajo ese abrigo y deseaban verlo por completo. Su entrepierna comenzó a humedecerse notablemente.

Al fin, vibró el móvil que no dejaba de sostener en su mano.

–Te veo.– Era el único texto que aparecía en la pantalla. Rápidamente Elizabeth contestó en mensaje, –¿Dónde estás?–.

Un nuevo mensaje llegó a su móvil, –No seas impaciente, tú solo sigue las instrucciones.

Elizabeth estaba muy nerviosa, sentía demasiadas cosas a la vez y necesitaba algo de calma, –Dime dónde estas, que me da vergüenza.–, escribió mordiéndose el labio inferior. Jaime contestó rotundo, –Sigue el juego, no abandones ahora.–. Elizabeth quedó pensativa al leer esto cuando otro mensaje llegó, –Venga... si sabes que tienes mas morbo que vergüenza... juega!–. Al leer esto los nervios de Elizabeth crecieron, pero también su excitación, quería ver donde llevaba todo, –Ok.– contestó.

–Sigue andando y ve hasta las escaleras del parque, cuando llegues sube hasta arriba.– Rezaba el siguiente mensaje. Elizabeth obedeció, siguió andando hasta unas largas escalinatas, divididas en varios tramos y descansillos, que daban a una zona más elevada del parque. Una vez allí comenzó a subir. Con el movimiento ascendente, el abrigo se abría resbalando por las hermosas piernas de la chica, esta se agarró los bajos cerrándolos en cuanto se dio cuenta, y siguió subiendo aún más avergonzada.

Acababa de pasar el segundo descansillo, el cual era como un pequeño balcón, cuando llegó un nuevo mensaje. –Parate, da media vuelta y baja hasta el descansillo, asomate e intenta encontrarme desde allí.– Elizabeth hizo caso, se volteó y comenzó a bajar los escalones de más, con esto aún se le habría más el abrigo, le costaba taparse y más bajando con tacones, inevitablemente se llegaba a ver varias veces sus piernas hasta los muslos, donde terminaba la media y comenzaba el liguero. Bajó lo más a prisa que pudo para que nadie se diera cuenta, pero más de una mirada furtiva recorrió su anatomía, Elizabeth lo notó, pero curiosamente, esta vez había más morbo que vergüenza.

Al llegar al descansillo, Elizabeth se asomó desde la baranda, esta la tapaba un poco, con lo cual estaba menos cohibida.

–Abre un poco el abrigo y las piernas, que estas demasiado bonita para que te escondas.– decía el siguiente texto.

Elizabeth se sorprendió y en principio pensó en negarse, pero la baranda la tapaba, no había peligro, así que cumplió la petición.

Un nuevo mensaje llegó mientras buscaba a su novio a vista de pájaro, –Nadie que esté cerca de ti ahora nota que estas desnuda, pero se intuye en la lejanía, y cualquiera a la suficiente distancia estará extasiado mirándote.– Al lee esto, Elizabeth se puso muy colorada, y se tapo apresuradamente, su corazón volvió a acelerarse a mil pulsaciones por segundo.

Un nuevo mensaje llegó casi a la vez, –Tranquila, el sol empieza a bajar, y es hora de que tú subas hasta arriba. Muchos ojos te han mirado y deseado sin poder ponerte rostro, es hora de que los míos te gocen también.–. Elizabeth se relajó un poco y volvió a subir, estaba enfadada, tantas personas podían haberla visto, tantos ojos, ansiosos, desnudandola por completo, se sentía deseada, ella que siempre se negaba que la miraran, ahora se sentía el centro del mundo, empezaba a ver que toda persona a su al rededor querría mirarla sin el abrigo, tocarla, gozarla.

Al llegar arriba, Elizabeth había bajado los humos del enfado con una buena dosis de humedad en sus bajos. Miró al frente y allí estaba Jaime, sentado en un banco, él si estaba totalmente vestido, y también llevaba un abrigo negro largo. Justo antes de ir hacia él, este le hizo un gesto para que se detuviera. Un nuevo mensaje llegó. –Siéntate en el banco frente al mío.–. Elizabeth se sentó en el banco indicado, eran los únicos ocupantes de sus respectivos bancos.

Jaime miraba deseoso a Elizabeth mientras esta esperaba nuevas instrucciones. Estaban en una pequeña zona separada del parque en si mismo, y dada la hora que era no pasaba a penas nadie.

–Enseñame las piernas.– decía el primer mensaje, Elizabeth apartó un poco el abrigo y dejó ver sus piernas hasta el final de las medias. –Mmmm... Enseñame un poco más... Deja que vea todo.– al leer esto, Elizabeth miró a un lado y otro, asegurándose que en ese momento no había nadie ni iba a pasar, entonces abrió las piernas y dejo ver su sexo a Jaime, este, tocó su paquete y comenzó a acariciarlo por encima del pantalón. –Tócate.– Pidió en el siguiente mensaje, no pasaba nadie, así que Elizabeth hizo caso y, tras humedecer sus dedos con saliva, comenzó a acariciarse.

La atención de Elizabeth estaba dispersa, si bien era cierto que la situación le había llevado a un notable grado de excitación, también le había llevado a estar insegura y temerosa de ser descubierta, lo cual hacía que sintiera impotencia al no disfrutar de los movimientos de su mano plenamente, Jaime lo podía ver en su cara, así que tenía que hacer que se relajara.

–Toca también tus pechos, enseñámelos, y deja el móvil junto a tus piernas para que puedas leer sin dejar de tocarte.– En un principio Elizabeth pensó que con esto aún se sentiría más incomoda, pero mientras comenzaba a tocar sus pechos y clítoris de forma simultanea, miraba el móvil esperando más frases de su novio, sin darse cuenta por unos segundos de que estaba en mitad de la calle.

–Mirame.– Elizabeth miró a Jaime, este parecía tener la cola fuera del pantalón, aunque la poca que había luz no dejaba que viera completamente si era así o no. Se sintió un poco cortada al verlo, pero le excitaba que se tocara mirándola, aunque quizás a penas la viera, y eso hizo que se relajara, tal vez a penas la viera, así que nadie la vería con una simple mirada, estaban solos, no había peligro.

Ambos siguieron tocándose a si mismos, y mirándose el uno al otro, Elizabeth miraba el móvil aún, todavía la desinhibición no había llegado por completo.

–Coge los auriculares del móvil, espero que no los hayas olvidado...– Elizabeth los saco del bolsillo de su abrigo y se los puso, justo en ese momento sonó una llamada de Jaime, descolgó.

–Estás preciosa, me estas volviendo loco, me cuesta controlarme para no ir allí a follarte. Deja el móvil a tu lado y tócate para mí, quiero verte.– Elizabeth, sin decir nada, hizo lo que él le pedía, empezó a tocarse de nuevo pechos y chochito, mientras Jaime seguía hablándole. –Chupate los dedos, saborea tu chichi como me gustaría a mi hacerlo.– La chica se metió los dedos en la boca poniendo cara de guarra mientras miraba a su chico, luego la bajó de nuevo y siguió tocándose.

Jaime sonrió, –Ahora quiero que cierres los ojos, solo concentrate en ti, tranquila nadie te ve, está oscuro, déjate llevar.– Elizabeth hizo lo propio, respiraba profundamente mientras se acariciaba sin parar, empezaba a estar muy abstraída y disfrutaba más de sus dedos. –Sigue así, sigue tocándote, nadie te ve, pero daría igual porque estas preciosa, quien te viera solo podría desearte porque estoy aquí para protegerte. Imagina que todos esos ojos del parque te vieran así, seguro que lo desearían más que nada, estarían todos expectantes a tu alrededor, deseando tocarte pero sin poder acercarse porque yo estoy aquí, mientras tu sientes su deseo, sientes como todos te desean.–

Elizabeth se excitaba más y más oyendo la palabras de Jaime, y realmente estaba recordando todas esas miradas del parque, esos ojos traviesos que la miraban, que la habían hecho sentir más deseada que cualquier otra chica en ese lugar ese día o el que fuera. Jaime notaba como Elizabeth se iba a otro mundo, y quería que excitarla aún más, –¿Quién sabe? Quizás algunos de esos ojos te estén espiando ahora, escondidos, sin que lo sepas, alguno de esos chicos o chicas, que te han desnudado con la mente, quizás ahora te vean desnuda y solo puedan mirar en la distancia, tocándote, deseándote.– Elizabeth disfrutaba de cada palabra, aunque el pudor la empujaba a querer decir que se callara, que la desconcentraba, pero su lujuria podía más, y quería seguir oyendo los comentarios pervertidos de su pareja, ya que sentirse tan deseada la llevaba rumbo a un éxtasis que prometía un placer inigualable.

–Creo que los oigo, entre los arbustos, se tocan a si mismos observándote, ¿Los oyes? Es puro deseo lo que sientes, deseo hacia ti. Imagina como las manos salen de los arbustos que pasan a tan solo un centímetro de distancia de tu piel, no se atreven a tocarte porque las vigilo y temen ser cortadas, pero dibujan tu preciosa silueta en el aire sintiendo el calor que desprende tu cuerpo. Tranquila, ninguna te tocará por mucho que quiera hacerlo. Están preparadas para desaparecer si abres los ojos lo más mínimo, y no quieren irse, por eso parece que traman algo, algo para que no abras los ojos...–

De repente Elizabeth sintió algo tras de sí, una delicada tela bajó suavemente por su frente hasta colocarse ante sus ojos. Ella dio un pequeño respingo, pero la voz de Jaime por el auricular la tranquilizaba, –No te harán nada, solo te tapan los ojos, para no tener que huir, tranquila, no dejes de tocarte.–. Elizabeth siguió en su mundo a oscuras, sin llegar a pensar del todo si era o no Jaime quien le vendaba los ojos, ella sabía que con él cerca estaba segura, y confiaba plenamente en que la protegería y nunca le haría nada malo, así que siguió acariciándose mientras oía su voz, –Así me gusta preciosa, no pares de tocarte por nada del mundo.–

La venda de los ojos no solo servía para que no pudiera abrir estos, también pasaba sobre sus oídos impidiendo la llegada de sonido exterior y concentrando solo el de Jaime a través de los auriculares, realmente, no podía saber a que distancia estaba de ella en ningún momento.

–El miedo a ser descubiertas se ha disipado, ahora decenas de manos te rodean, se equilibran con tus movimientos manteniendo la distancia, la escasa distancia que las separa del morbo de tocar tu piel. No hagas movimientos bruscos o tendrán que huir, solo siente como te rodean, como te desean.– decía Jaime mientras Elizabeth comenzaba a no poder aguantar los gemidos en su boca.

Un pequeño movimiento imprevisto de Elizabeth y sintió el tacto de una mano en su muslo, la chica se asustó.

–Tranquila, no temas, no ha sido nada, la mano ha huido.– el corazón de Elizabeth se puso a mil por hora, sabía que debió ser Jaime, pero no podía pensar con claridad, estaba demasiado excitada. –Parece que la mano quiere volver a tocarte, le has dado a probar la fruta prohibida y ahora es imposible impedirle volver a comerla.– junto con estas palabras de Jaime, Elizabeth volvió a notar una mano en su pierna derecha, que recorría su muslo hacia el interior, la mano se situó sobre su sexo, haciendo que se apartara la de ella, y comenzó a acariciarlo. Elizabeth se dejó hacer, y llevo sus dos manos a sus pechos. Curiosamente ella siempre prefería tocarse a si misma, pero en esta ocasión, el movimiento de esos dedos le sabía a gloria. Pronto otra mano se posó en su muslo izquierdo de nuevo, y comenzó a acariciarla mientras que la otra seguí jugando en su entrepierna.

Elizabeth, embriagada de morbo y placer, se dejó caer en el respaldo del banco, y frotaba sus pechos mientras las manos hacían lo propio con su chochito y piernas. Con un movimiento rápido las dos manos se situaron una en cada muslo y los empujaron con fuerza, haciendo que las piernas le abrieran por completo. Un olor perturbado, húmedo y sabroso, llegó hasta la nariz de Elizabeth, procedente de su mismo coño, la boca se le hizo agua con ese aroma, por primera vez disfrutaba con el sentido del olfato de su propio olor, y le encantaba.

Sintió entonces una lengua ansiosa entrando en su interior, y una boca rabiosa besando los labios de su cuerpo, el placer dejó de tener nombre para pasar a ser un mundo de sensaciones y colores indescriptibles. La lengua se movía ágil y rápida, mientras las manos recorrían todo su cuerpo de mujer, desde los tobillos a los pechos, sin dejar un centímetro, para luego apretar su cuello conteniendo los gemidos que ahora desprendía su boca de forma incontrolada. El orgasmo llamaba a la puerta de su ser y no podía controlarlo ni un segundo más, rompió en un grito de placer ahogado por una mano que apretaba su garganta, que nacía en su clítoris y se hundía en el pecho que la otra mano magreaba con energía. La piel de Elizabeth se torno tan roja que casi brillaba en la oscuridad de la noche, y sus apagados gemidos tan fuertes y gozosos, que de ser escuchados provocarían orgasmos instantáneos es sus oyentes.

Elizabeth apartó de sí la boca que aún seguía bebiendo hasta la última gota de su interior, no podía aguantar esa placentera sensación durante más tiempo sin caer sin fuerzas al suelo, apartó también las manos, y comenzó a acariciarse ella misma con suavidad.

–No puedes recibir sin dar.– resonó la voz de Jaime en su cabeza, y acto seguido sintió una polla hinchada y ardiente en su boca. A pesar de estar satisfecha y saciada, tenía ganas de lamerla con pasión, y su falta de fuerzas no iba a impedírselo.

Elizabeth empezó a acariciar su coñito de nuevo, mientras con la otra mano masajeaba los huevos de la polla que había comenzado a chupar con incontrolables ganas, para luego sacarla de su boca y lamerla desde estos hasta el orificio de salida del líquidito con el que tanto le gustaba jugar con su lengua, y esta la hundió en dicho agujero moviéndola rápidamente y provocando espasmos en la cola, hasta que una mano apretó su cabeza e hizo que se la comiera por completo. La leche fluyó con fuerza dentro de su boca, y la polla salió regalandole otra descarga en la cara y una última que calló en el cuello y bajo entre sus pechos. Elizabeth tuvo que tragar parte, otra la expulsó y se unió a la de su cara para bajar juntas por el camino que había formado la del cuello y dar fuerza al conjunto para resbalar hasta su chichi, el cual Elizabeth seguía acariciando y ahora pringaba con el blanco semen. Un beso en la boca y silencio.

Varios segundos si ruido y sin sentirse nada más que a sí misma y la leche que la bañaba, y la voz de Jaime volvió a hablarle, –Quitate la venda.–. Elizabeth se quitó la venda con miedo de que podía encontrar tras ella, pero todo estaba en calma y oscuro, Jaime sentado en el banco frente al suyo, acariciando su cola mientras ella hacia lo propio con su chichi. –Es hora de irse preciosa.– añadió Jaime, este se levantó y fue hacia ella, le ayudó a incorporarse mientra a esta le fallaban las piernas, y le cerró el abrigo sin que tuviera oportunidad de limpiarse.

Comenzaron a caminar juntos, Jaime la rodeo con su brazo derecho y le dio un amoroso beso en la mejilla.

–¿Te ha gustado el juego?– preguntó él.

–Esto ya ha sido demasiado.– respondió ella.

–¿Es hora de parar entonces?

–¡Ni se te ocurra! Quiero más, pero vas a convertirme en una guarrilla y luego querré siempre así, que me das ideas y morbos.– replicó Elizabeth.

–Bueno, es lo que querías ¿no? Habías empezado a creer que no era tan guarro como imaginabas, pero lo soy más. Así que si te da miedo dilo y paro, pero si te da ideas dilas también, porque puede que las cumplas.– El ritmo cardíaco de Elizabeth volvió a aumentar, y su sonrisa de pícara regresó una vez más a su cara, –Sí que eres guarro, pero tampoco es para tanto, me esperaba más aún.– dijo con tono desafiante.

Jaime la miró y le devolvió la sonrisa de forma más perversa que pícara, –Acabamos de empezar, aún queda mucho más, si tú quieres claro.–

–Hazme lo que quieras, que si sigues así me vas a enamorar más. Soy todo tuya para lo que desees, y si al final me vuelves más cerda pues me tendrás que follar más todos lo días, y hacerme cosas de estas.–

Jaime la abrazó, –Genial, es justo lo que quiero.–

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