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Donde hubo fuego...Capitulo 6

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Capítulo 6 “¿y si fuera ella?”

 

“Cada vez que estoy contigo, yo descubro el infinito. Tiembla el suelo, la noche se ilumina y el silencio se vuelve melodía” Enrique Iglesias.

 

CAPÍTULO DESDE LA PERSPECTIVA DE JOEL.

 

Sentí una punzada en las sienes que hizo que la nube de pasión y deseo que me envolvía se esfumara por completo.

-¿Cómo dices?- le pregunté a esa hermosa mujer que se encontraba recostada sobre mi sofá.

Ella se incorporó y como si apenas se diera cuenta de que tenía los pechos al descubierto se cubrió de la forma más inocente y pudorosa que jamás había visto en mi vida.

-Soy virgen –dijo mientras se le quebraba la voz con la mirada clavada en el suelo.

Sentí una especie de mareo, pero pude recomponerme para finalmente sentarme junto a ella en el sofá, pero manteniendo una distancia considerable. ¿Qué había sido todo eso? ¿Había traspasado los límites? Le había faltado al respeto y me sentía una basura.

-¿Por qué no me dijiste? –le dije finalmente, mi voz temblaba.

-No creí que llegaríamos hasta aquí –no la miré directamente pero supe por su tono que lloraría de un momento a otro.

-Debiste decirme, soy un imbécil, te he faltado al respeto.

Me volví hacia ella, mirándola fijamente pero sin atreverme a tocarla. La luz de los faroles de la calle se filtraba por la ventana y nos pegaba directamente, ahí estaba mi niña, parecía una delicada muñeca de porcelana. Se veía temerosa pero sin duda, más hermosa que nunca. Su piel clara contrastaba con su oscuro cabello, y sus grandes ojos estaban a medio cerrar, producto de la vergüenza a la que la había orillado.

No me atrevía a tocarla, se había convertido en algo sagrado. ¿Cómo pasó todo esto? Simplemente perdí el control de mis emociones y sin pensar con claridad le había arrancado la ropa para poder sentirla. ¿Qué clase de animal salvaje era? Peor aún ¿Por qué ella no me había detenido? Me sentía muy avergonzado, no sabía que hacer a continuación.

Ella permaneció en silencio mientras cubría su cuerpo, no me miraba, no me hablaba, comenzó a abotonarse la blusa para después ponerse de pie y ponerse de nuevo el pantalón, se alejó de mí y se situó frente a la ventana, mirando hacia el río de chocolate y fue ahí cuando la oí sollozar.

-Amor, debiste decirme algo…- ella sacaba la  dulzura que había en mí, me acerqué y me coloqué a su lado, aun no me atrevía a tocarla.

-Me dio mucha pena, no sabía que hacer ¿Ahora qué vas a pensar de mí? –respondió volviéndose hacia mí, pero sin mirarme a la cara.

-¿Qué que voy a pensar? Qué eres la persona más bella que he conocido y que me siento como un completo estúpido por haberte faltado al respeto –rompí el hielo y tomé su carita redonda entre mis manos.

-No me faltaste al respeto, yo…yo debí decírtelo pero no sabía cómo hacerlo –su vista estaba en otro punto y sus bellos ojos negros se llenaron de agua.

-Oh no…mi cielo no llores, tu no hiciste nada malo –le dije casi llorando también.

Su llanto fue inevitable y sus lágrimas rodaron por sus mejillas, sentí que el corazón se me hacía añicos y no pude hacer más que abrazarla. Ella también se abrazó a mí, como si quisiera que la salvara de algo, y yo en ese momento, sin saberlo, quería que ella me salvara de mí mismo.

¿Cómo describir a Génesis? Han pasado tantos años y su recuerdo sigue vivo en mi memoria. Si tuviera que describirla en una frase, esa sería “Mi primer y último amor”, llegó a mi vida cuando menos lo esperaba pero cuando más lo necesitaba. La amé desde el primer momento en que la vi, pero en ese instante no pude darme cuenta.

La vida nos llevó por caminos diferentes y hoy estoy aquí, pensando en ella, recordándola, como cada día de mi vida, no ha pasado ni un solo instante en que haya dejado de amarla, esto que siento por ella ha sobrevivido al tiempo, a la distancia y a las millones de cosas que nos separan.

Aún recuerdo esa noche, ella entre mis brazos, me hizo sentir infinitamente querido, comprendido, protegido ¿Quién era esa niña? Sin darme cuenta me estaba absorbiendo el corazón y los sentidos, en muy poco tiempo había llegado a lo más profundo de mí ser, pero había una barrera que le impedía llegar hasta mi corazón. Se estaba volviendo mi debilidad y yo no quería que eso sucediera.

-Perdóname por favor, de haber sabido jamás habría traspasado el límite –le dije aferrándola hacia mí, como si mi vida dependiera de ello.

-No tengo nada que perdonarte, perdóname tu a mí, debí sincerarme contigo –mi princesa seguía abrazándome, llena de ternura.

-No digas eso preciosa, pero de ahora en adelante nos contaremos todo ¿sí? –Tomé su rostro entre mis manos- Génesis, mírame a los ojos.

Ella me miró y sus ojos estaban cuajados en lágrimas, sus largas pestañas despuntaban pequeñas perlas de llanto. Fuera de lo dramático de la situación, era una escena hermosa, la inocencia en su expresión más pura, esa era mi chica y yo no pude adivinar que estaba loca por mí.

-Quiero que siempre confíes en mí, en esta y muchas cosas más ¿Es una promesa? –le pregunté mirándola a los ojos.

-Te lo prometo –me respondió con un hilo de voz, dejando escapar un suspiro.

En ese momento llevé mis labios a los suyos, ella dio un pequeño respingo, pero sucumbió a la oleada de sentimientos que yo intentaba transmitirle. Era algo realmente maravilloso tocar sus labios con los míos, tanta ternura, ella me llevaba a otro tiempo y otro lugar. El mundo dejaba de existir, solamente éramos nosotros dos, yo todo de ella y ella toda mía.

-Junto a mí no tienes que temerle a nada –le dije estrechándola entre mis brazos.

-Dejé de tener miedo cuando te conocí –me dijo abrazándome tiernamente.

Después de estar así por varios minutos, regresamos al sofá. A pesar de que el mal momento había pasado aún había tensión en el aire. Yo la abracé y ella se dejó querer; permanecimos así un buen rato, yo pensaba y pensaba en alguna manera de lograr tranquilizarla, no quería que ella creyera que quería aprovecharme de su ingenuidad.

-Creo que estamos yendo muy rápido –solté de repente.

Ella se separó de mí y lanzándome una mirada de confusión me respondió:

-¿A que te refieres?

-A esto, llevamos poco tiempo y yo rebasé el límite, te prometo que no volverá a pasar. –sostuve su mano un instante y después deposité un tierno beso en ella.

La tranquilidad regresó a los ojos mí de bello ángel, y una leve pero bella sonrisa se dibujó en sus hermosos labios, me abrazó nuevamente, esta vez la sentí tranquila así que no duré en corresponder a su abrazo.

Era tan hermosa, era imposible no sentir amor, ternura, pasión por aquella hermosa criatura que buscaba refugio en mí, pero a pesar de lo bien que ella me hacía sentir, el miedo se apoderaba de mí, no quería volver a sufrir una decepción, no en ese momento en que mi vida era un torbellino de eventos desafortunados, pero al mismo tiempo no quería arrastrarla al sin fin de cosas malas que me ocurrían.

La noche siguió su curso, ella no quería ir a la cama quizá por el nerviosismo que le había causado el estar en aquella situación tan embarazosa, así que no la forcé y nos quedamos dormidos en el sofá. Yo me despertaba entre ratos y la veía dormir plácidamente entre mis brazos, escuchaba su respiración pausada y profunda, fue uno de los momentos que vivirán por siempre en mi mente.

Los potentes rayos del sol nos alcanzaron a las primeras horas de la mañana, Génesis abrió los ojos con dificultad, yo no había dormido casi nada pensando en lo que había sucedido. Un tierno beso suyo me sacó de mi letargo.

-Buenos días señor sol- me dijo mirándome con esos ojitos saltones que pronto se convertirían en la razón de mi existir.

-Buenos días princesa –le dije sonriendo, ella sacaba lo mejor de mí.

-¿Dormiste bien?

-Demasiado bien –mentí.

-Que bueno porque yo dormí estupendamente –se liberó de mis brazos para estirar su cuerpo.

-Sí, pude notarlo jaja –yo no dejaba de admirarla, era tan auténtica, tan transparente.

Ella me miró como reclamándome por mofarme de su manera de dormir, pero sus ojos reían, estaba radiante, como nunca. Su cabellera estaba alborotada, esos rizos implacables y despedían un aroma realmente delicioso, acerqué mi mano para acariciar sus mechones ondulados, eran tan suaves, ella bajaba la vista y cerraba los ojos como dejándose llevar.

Me era inevitable estar cerca de ella y no tocarla, llevaba mucho sin tener nada con nadie, había aprendido a vivir con eso, a amar mi soledad, pero ella me recordaba lo feliz que era amar y ser correspondido. Lentamente se fue acercando a mí, mirándome, sintiéndome, haciéndome sentir las más grandes sensaciones que jamás había experimentado.

No pude controlarme, la tomé del cuello suavemente y la atraje hacia a mí, mis labios recorrieron tiernamente su rostro, impregnándome de su aroma, de su esencia, pude sentir el calor en sus mejillas, y mi boca encontró la suya para darle paso a la gran magia que se hacía presente cada vez que nos uníamos.

Sus manos alcanzaron mi rostro, tomándolo delicadamente y las mías descendieron hasta llegar a su cintura, era imposible estar a distancia, ambos queríamos sentirnos, entregarnos todo lo que teníamos sin reservas. Después de ese instante no puedo comprender lo que sucedió, ambos perdimos el control, pues la pasión y el deseo no dieron tregua.

Ella se colocó sobre mí y comenzó a besarme de una manera muy diferente a la de las otras veces, esta vez más decidida, más entregada. ¿Qué había pasado con esa niña tímida? Ahora estaba deseosa de entregarme todo lo que tenía y yo estaba dispuesto a recibirlo y corresponderle a como ella merecía.

Mis manos recorrieron su espalda, mientras nuestros labios se comunicaban en su propio lenguaje, conversamos de muchas cosas, muchos sentimientos, ideas, emociones, pero yo deseaba más ¡Cómo la deseaba! Y ella hacía lo propio, colocando sus manos en mí cuello por dentro de la camisa, eso me disparó a niveles insospechados y no pude disimular mi sentir.

Comencé a acariciar su espalda por debajo de su blusa, su piel era tan suave, tan tersa, era una chica voluminosa pero ¡Era tan bella! Yo admiraba todo lo que conocía, para mí el cuerpo femenino era una creación divina, perfecta, y siendo de ella, era más que hermoso. Su cuerpo se tensaba al contacto de mis manos, e inconscientemente comenzó a hacer un vaivén con sus caderas, lo que provocó que me pusiera duro en cuestión de segundos.

Mis labios bajaron por su cuello, besando, lamiendo, succionando pero con cuidado de no dejarle marcas, su piel era un paraíso en el que podría perderme sin ningún reparo. Ella comenzó a desabotonar mi camisa casi automáticamente, yo no estaba consciente de lo que sucedía, solo seguía su ritmo, y lentamente fui desabotonando la suya.

Mi ángel regresó a mis labios, no podíamos dejar de besarnos, era una manera de comunicarnos, yo no quería despegarme de ella ni un solo instante. Le quité la blusa casi sin darme cuenta, y después procedí a desabrochar su sostén; ella me miró ruborizada, pero con una sonrisa que me robaba el aliento.

-¿Puedo? –le pregunté inocentemente.

-Puedes –dijo al mismo tiempo que llevaba mis manos a sus pechos.

Esta acción de sorprendió bastante, pero no podía darme el lujo de perder el tiempo y comencé a acariciar sus senos, como quien acaricia una delicada pieza de porcelana. Su piel era de terciopelo, tan suave, tan pura, era realmente una belleza cien por ciento natural, sus pechos estaban ligeramente caídos pero se debía a que eran muy grandes, pero no por eso dejaban de ser hermosos.

Comencé a besarla al mismo tiempo que mis manos cambiaban de sitio ahora a su espalda, libre de cualquier barrera, ahora podía recorrerla a mi antojo, era igual de suave, con los pequeños rollitos de piel que se formaban en su ella, para mí era una escultura, era tan sagrada, tan pura que solo merecía ser amada y admirada sin parar.

Mis labios recorrieron su cuello, sus hombros, su pecho, hasta llegar a sus senos, ese par de maravillas que nuevamente tenía ante mí, así que comencé a besarlos uno por uno, ella echó para atrás su cabeza, disfrutando del contacto de mis labios en sus senos.

No podía contenerme, e introduje uno de sus pezones a mi boca, eran algo grandes y con una tonalidad café que contrastaban con su piel morena clara, eran hermosos, los más bellos que había visto en mi vida. Los acaricié suavemente con mis labios y después con mi lengua, ella gemía débilmente, y yo deseaba decirle que no se reprimiera, sus sonidos eran música para mis oídos.

Seguí pegado a cada uno de sus senos y mis manos bajaron hasta sus glúteos, ella reaccionó con un movimiento de sobresalto pero se rindió ante las caricias que le proporcionaba. Acaricié su trasero suavemente, apretando un poco, sintiéndolo por encima de la ropa, era tan excitante, tenerla ahí, sobre mí, disfrutando uno a uno todos sus encantos.

-No me siento preparada para hacerlo aún –me dijo cortándome de tajo la inspiración.

-No haremos nada que tú no quieras, mi cielo –le dije mientras colocaba mis manos en su cintura, visiblemente contrariado.

-Estoy un poco confundida, me gusta lo que hacemos, pero tengo miedo, aun no quiero avanzar. –su carita reflejaba tristeza y confusión.

Yo solo quería complacerla así que acaricié su cabello mientras le decía:

-No tenemos por qué avanzar si tú no lo deseas, yo estoy a gusto contigo de la manera en que tú quieras estar conmigo.

-Me das tanta confianza…-me dijo mirándome a los ojos, su mirada tan cargada de ternura.

-Sólo quiero darte lo mejor que tengo, y sin que te sientas presionada a nada.

Me abrazó al instante y acomodó su cabeza en mi hombro, no era el momento indicado pero podía sentir sus enormes senos contra mi pecho, la abracé y besé su hombro, mi dureza no desaparecía y me estaba empezando a incomodar, no quería que ella lo notara pero sabía que era inútil.

El celular sonó y nos sacó de nuestro ensueño. Ella se bajó de mí para buscar su móvil dentro de su bolso, llevaba las tetas al aire, se veía tan hermosa, su desnudez era tan natural, me causaba maravilla y no tanto morbo.

Era su madre, así que ella contestó casi tartamudeando, estaba muy nerviosa pero al parecer la señora no sospechó nada, solo le comunicó que el viaje se había prolongado y que llegaría al día siguiente y no esa tarde como habían contemplado. Mientras ella hablaba yo me levanté del sillón y me coloqué nuevamente la camisa, tenía que deshacerme de la terrible erección que tenía así que me metí al baño.

Cuando estuve a solas no pude más y comencé a tocarme, como lo hacía siempre, ya que tenía muchísimo tiempo sin estar con una mujer. En mi mente estaba mi Génesis, con su piel de porcelana, sus curvas, sus ojos, sus labios…era mi musa, la deseaba tanto que me tomó escasos minutos acabar. Fue una explosión de deseo, que me habría encantado compartir con ella.

Salí del baño intentando disimular que todo estaba bien y la encontré limpiando la mesa que estaba hasta el tope de las cosas que habíamos consumido la noche anterior. No dejaba de contemplarla, bañada por los rayos solares, su feminidad me parecía irresistible, sus ademanes eran delicados, como si sus movimientos formaran parte de una melodía dulce, suave y constante, ella era un poema…así sin más.

-¿Qué haces preciosa? ¡Deja eso! Eres mi invitada, como vas a estar trajinando –le dije alejándola de su labor.

-¿Cómo crees que voy a dejar esto así? Mejor ayúdame a limpiar –su vocecita necia me enternecía tanto…

-Es domingo, y está prohibido trabajar –le dije para después besarla, abrazándola suavemente.

Se me resistió objetando que era necesario limpiar, no quise presionarla así que obedecí a sus peticiones, limpiamos la mesa, lavamos los vasos y platitos, barrimos y trapeamos, aromatizando la estancia.

-Te hacen falta unas cortinas –me dijo mientras miraba el ventanal.

-¿Tú crees? –le dije interesándome en su sugerencia.

-Claro, le darían un poco más de vida a este lugar, las conseguiré.

-No tienes que hacerlo –le dije acariciando su cabello.

Ella me miró con dulzura, realmente era bella.

-No, pero quiero hacerlo. Cuando tengas tiempo iremos a comprar unas lindas cortinas ¿Te parece? –y me abrazó por la cintura y puso su cabecita en mi hombro.

-Lo que tú digas mi cielo –la abracé y besé su cabeza.

Después de limpiar la estancia, me preguntó si podía usar mi baño para tomar una ducha, le dije que desde luego, ella no tenía por qué pedirme permiso para nada, mi casa era la suya y yo estaba encantado de tenerla como invitada. Se metió a la ducha y yo me dispuse a cambiar las sábanas de la cama, a ventilar la habitación, barrer y trapear, no sabía si se quedaría un día más pero quería que se sintiera cómoda estando en mi hogar.

Cuando finalmente salió del baño yo me encontraba distraído mirando por la ventana, vi su silueta pasar al lado de mí y sentarse en la cama, cuando la miré la encontré sentadita revolviendo su bolso, sintió mi mirada y clavó sus ojos en mí. Era la primera vez que la veía sin maquillaje, tenía ojeras por las trasnochadas pero las mejillas sonrosadas, su rostro tenía color, irradiaba un aroma simplemente delicioso.

Era ella, su belleza al natural, era una chica que no necesitaba los kilos de maquillaje para verse hermosa, su actitud frente a la vida y su positivismo era lo que la engalanaba y sus ojos transmitían mucha paz y serenidad, todo su ser irradiaba luz y amor ¿Qué me pasaba con ella? Me estaba enamorando sin darme cuenta.

-¿Joel? –me dijo sacándome de mi embelesamiento

-Ah...si si ¿sí? –reaccioné de inmediato, pero la verdad es que me había quedado mirándola por un buen rato sin decir nada, mientras ella intentaba hacerme regresar al mundo real.

-¿Qué pasa? Te fuiste…-sus ojos me miraban confundidos.

-Pues…si, me perdí en ti.

Ella bajo la mirada al suelo sonriendo, era tan bella cuando sonreía, me contagiaba su buen humor, me hacía sentir la necesidad de ser mejor para ella, para mí, por lo que estábamos empezando a sentir, pero como antes mencioné en ese momento no carburaba lo que sucedía.

-Tus cumplidos me halagan demasiado –su voz sonaba tan dulce.

-No son cumplidos nena, es la verdad, es lo que siento.

Ella me sonreía y me sentí tentado a besarla, pero recordé que ella ya estaba limpia, fresca y yo todo lo contrario. Me disculpé con ella no sin antes besar su mano y me dirigí al cuarto de baño.

Era una mañana calurosa, y preparé la ducha mientras me disponía a afeitarme pero recordé que mi ángel me había dicho que le gustaba verme con barba, sonreí para mis adentros, ella se fijaba hasta en el más mínimo detalle y me hacía sentir muy especial.

Entré en la ducha y conseguí relajarme bastante, pero por alguna razón no podía quitarme su imagen de la mente. Ciertamente, había estado con varias chicas, había experimentado el sexo, el deseo, podría decir que había “hecho el amor” pero con Génesis era diferente, no era sólo el deseo…ella me entendía, ella me quería, se entregaba como ninguna otra mujer lo había hecho.

Estaba tan confundido, temeroso, no quería herirla y tampoco quería que ella lo hiciera, nunca he había tenido suerte en nada, siempre que entregaba el corazón me lo despedazaban, era un cuento de nunca acabar. Y en ese instante no es que no confiara en ella, pero mi vida era muy complicada como para complicar la suya.

Comencé a asearme como siempre lo hacía, pero seguía pensando en ella, ¿Qué haré? ¿Hacia dónde va esto? Ella no es el tipo de chica con la que tendría algo casual, un amor de habitación no era la opción, ella era bendita para mí, se había convertido en algo sagrado, intocable…y debía tratarla como tal.

Necesitaba una señal, algo, que me indicara el camino que debía seguir. Lo que fuera, pero yo sabría qué decisión tomar, no quería arruinar lo que tenía con ella, pero tampoco quería apostar todo por el todo y perder como siempre me ocurría. Concluí en que iba a dejar que todo fluyera, pero iba a respetarla, me era difícil estar si tocarla, pero no lo haría de esa manera, ella era algo inmaculado que merecía todo mi respeto y mi adoración.

Salí de la ducha un poco más relajado y me dispuse hacerla feliz, como ella lo había hecho conmigo los días anteriores. ¿Qué podríamos hacer en domingo? Y recordé una de las cosas que más amaba de ella: su capacidad de asombro. El cómo se maravillaba con todo aquello que le rodeaba, desde las flores, hasta los edificios de esta ciudad, su ciudad, la ciudad que tanto amaba.

Cuando regresé a la habitación ella estaba hablando por teléfono, al principio me alarmé pensando que su madre le había hablado diciendo que si regresaban ese día pero después me di cuenta de que hablaba con Marina y después de prometerle contarle los “pormenores” se despidió y terminó la llamada.

-¿Estas lista? –le dije al mismo tiempo que me secaba el cabello.

-¿Lista para qué?- me respondió de inmediato

-Para caminar conmigo –le dije sonriendo.

-¿A dónde vamos? –preguntó devolviéndome la sonrisa.

-Ya verás…

-Mmm muy bien- su sonrisa me llenaba el alma- deja me maquillo súper rápido y nos vamos.

-¿Bromeas? No, nada de eso, así te ves divina.

-¡Cómo crees! –me dijo haciendo un gesto de desaprobación.

Me senté junto a ella y levanté su barbilla para conseguir que me mirara.

-Tú no necesitas ponerte nada, eres hermosa, me encantas. Tu belleza natural es infinita –le besé las mejillas, besé su boquita, sus párpados –Concédeme el honor de ver tu belleza al natural ¿Podrías?

-Está bien –me respondió visiblemente ruborizada- si me lo pides así no puedo negarme.

La atraje hacía mis brazos, deseaba sentirla, quererla, no podía estar ni un minuto separado de ella, se estaba volviendo indispensable en mi vida. No quería dejarla ir, pero me daba miedo que si se quedaba las cosas no salieran a como yo las había idealizado.

-Entonces ¿Estás lista? –le pregunté dándole un besito en la frente.

-¡Lista!

Acto seguido tomé su mano, y salimos de la habitación. Bajamos las escaleras y salimos a la calle. Ya en el portón de mi casa la vi ante mí, cubierta por los rayos del intenso sol de Tabasco, era como una ensoñación, su cabellera negra ondeaba ligeramente, ella me miraba y sonreía, apartando el cabello de su cara.

De pronto el viento comenzó a soplar e hizo que su largo cabello ondulado bailara a su compás, ella inútilmente intentaba controlarlo y reía de nervios, de felicidad quizá. La escena era bellísima, su risa, su cabello negro volando al viento, sus ojos, ¿era esa la señal que había pedido? No lo era pero…era un buen comienzo.

Y así, mientras mi ángel luchaba contra el viento travieso que hacía ondear su cabello yo luchaba contra mis propios sentimientos. Si no tenía cuidado me perdería, pero si era tonto dejaría pasar la mejor oportunidad de mi vida. Génesis se rindió ante la voluntad del viento y dejó que jugara con su cabellera mientras ella echaba su cabeza hacia atrás, abriendo sus brazos contemplando el cielo, recibiendo esas caricias de la naturaleza.

Yo, que la observaba desde el portón le dije en voz alta:

-¡Ángel!

Ella me miró extrañada…y a continuación le dije:

-TE QUIERO PARA SIEMPRE.

(9,69)