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UNA HISTORIA DE ODIO… UNA HISTORIA DE AMOR (1)

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CAPÍTULO 1º

Ágata, por su mala cabeza de adolescente, por querer jugar a lo que  no debía, resultó ser madre a la corta edad de antes quince que dieciséis años, y eso le quebró la vida. Para empezar, el embarazo se lo pasó encerrada en casa, pues resultó que el “autor del crimen”, un mozalbete más menos de su edad, amparado por sus padres, se llamó a andana de la paternidad de lo que Ágata llevaba en su vientre, jurando y perjurando, ante quién tenía que jurar y perjurar, que él, a tales intimidades, con la chiquilla no había llegado ni por el forro, y válgame la expresión, tal vez no muy oportuna por el significado, o sentido, que puede caberle a la expresioncita. En fin, que aunque los padres de la muchacha batallaron lo suyo por lograr que el “Landrú” respondiera de sus responsabilidades para con el incipiente rorro/rorra, por finales se quedaron con “tres palmos de narices” y la pobre casi niña aún, embarazada y sin padre para su hijo/hija y pagando su falta de previsión con el encierro a que papá la recluyó como castigo al “embolao” en que la nena metía a sus progenitores

Pero es que, si el periodo de embarazo fue lastimoso,  el “terror y crujir de dientes” vino nada más dar a luz a su vástago, pues niño fue el resultado del “crimen”, Eusebio, como su abuelo materno, por más señas. Y digo lo del “terror y crujir de dientes”, porque desde el mismísimo momento en que le pusieron al fruto de su mala cabeza en sus brazos, éste se convirtió en algo así como esa bola que en las historietas aparece encadenada al tobillo de todo preso que se precie y tenga conciencia de clase, pues desde tal instante se acabaron las esperanzas puestas en una vida alegre y confiada desde que pusiera en el mundo el “paquete” que sus entrañas portaban, pues se encontró con que “de eso nada, monada”, que tu nene es tuyo y no de mamá, que bastante tuvo con criarte cuando de ello no tuvo otro remedio; así que cada día, cuando del “cole” volvía a casa, en vez de poderse ir con sus amigas, que era lo que le apetecía, tenía que ocuparse del niño, porque, apenas entraba por la puerta, mamá se lo ponía en los brazos y hasta mañana que te vayas de nuevo al colegio, ”mamurri” pasa de su nietecito como de atracarse a excrementos y otras lindezas por el estilo

Y si, de lunes a jueves, la cosa era de “agárrate a la brocha que me llevo la escalera”, desde el viernes a la noche y hasta el domingo casi lo mismo de oscuro, la cosa era ya de “Santo Oficio”, hoguera incluida y todo, pues eso de casi ver cómo sus amiguitas se largaban de “órgia y desénfreno” con tíos guaperas la ponía a los pies de los caballos… Se desesperaba, ella allí, encerrada entre cuatro paredes cual monja de clausura, que tenía bemoles, pues en ella, más bien que, lo vocacional, era de monja de dos…o tres, a ser posible, en celda, y sus amigas disfrutando de lo lindo de viernes a domingo, de bailoteo en la “disco” y “botellón” donde Dios quiera y se organice, que el sitio era lo de menos… Y sin, a todo esto, hablar de ligues, menos aún de sexo, que, desde sus trece, catorce añitos, cundo empezó a “coscarse” de que, si los niños “lo” tenían muy distinto de “lo” de las niñas, era por algo, le iba más que a un tonto un lapicero… Y la cosa, cuando pasó a la Universidad para hacer Medicina, no fue mejor, sino casi, casi, que peor… Aunque, también hay que reconocerlo, por entonces es cuando le entró algo de filosofía en la cabeza, comenzando a resignarse ante su triste sino de ser joven y sin “podello” ganar… Pero es que, de resultas de tales sofocos, también ocurrió que al pequeño Eusebito, Eusebín, o como narices sea el diminutivo de Eusebio, que dichoso nombrecito fueron a ponerle al infante, le empezó a tomar una ojeriza que para ella se quedaba, pues le culpaba de cuantos males, tragedias y otros hechos horripilantes, le advenían (¡”hotia” Pedrín!, y qué palabreja acabo de marcarme: “Advenían”, de “advenir”, llegar, suceder, pasar); una ojeriza que acabó por ser odio mortal hacia su propio hijo, que qué culpa tendría el cada día menos criatura de chaval

Ágata acabó sus estudios universitarios, licenciándose en Medicina General, y hasta sacó oposiciones a la Seguridad Social como médico titular de Atención Primaria, en un Ambulatorio del Cinturón de Madrid, es decir, las macro-poblaciones que rodean la capital de España, antiguos núcleos agrarios, pueblos pequeños, como Móstoles, Torrejón o Leganés, trocadas en “ciudad-dormitorio” de centenares de miles de personas, más que la mayoría de las capitales de provincia.

Pero Ágata era una mujer agria, amargada, intratable, siempre a “cara de perro” para con todo bicho viviente que tuviera la desgracia de cruzársela en su camino… Y si con la gente en general era como era, con Eusebio era ya ensañamiento: Prepotente, autoritaria, sin ápice de cariño, sin un sólo gesto maternal hacia él, sino, al revés, motejándole de todo lo malo que en este mundo se puede ser. De tal guisa, pero empeorando, casi que de día en día, los años fueron pasando, hasta llegar ella a sus treinta y siete, treinta y ocho años, Eusebio a sus veintidós, veintitrés, como un muchacho introvertido, poco comunicativo, por no decir nada;  y ella, pasando de insufrible a por entero inaguantable, lo que se traducía en que no había nadie, pero nadie, que le dirigiera la palabra ni para decirle “Buenos Días”; lo justo y necesario para el normal ejercicio de la profesión en el consultorio, que fuera, ni eso.

Pero también sucedía que, por aquellos entonces, se sentía peor que mal con su personal situación. Ese estar permanentemente amargada la estaba matando; quería salir de eso, ser feliz, como cualquier otra persona… Pero no podía; no sabía por qué, pero era incapaz de hacer nada por remediarlo; aunque sí que lo sabía… Sabía que no sabía qué hacer; qué camino tomar para variar el rumbo de su vida. Una cosa también tenía más que clara: Que estaba hasta el moño, de su ya más que prolongada castidad, pues, realmente, ahí estaba la “madre del cordero”, la causa última y principal de su estado de continuado enervamiento que la estaba volviendo loca: Sencillamente, que necesitaba un buen “revolcón” más que un cocido. Había pensado “echarse” un novio que, de vez en cuando, le “alegrara la entrepierna”, pero ¿quién?... ¿A quién conocía ella que pudiera valerle en tal aspecto? Desde luego que conocía hombres que, con más gusto que un perro se lanza a un picatoste, se abalanzarían sobre ella a nada que les hiciera la más nimia miradita tierna, pero cualquiera se fiaba de ellos, colección de “salidos” entre treintañeros y cincuentones, en su práctica totalidad compañeros suyos, del ambulatorio, desde médicos hasta simples enfermeros y demás personal subalterno, casados los más, noviando los otros, en esa forma de la convivencia en pareja.

No; ni hablar de la “peluca”, que ella se conocía bien el “paño” y todos,  pero todos, eran unos bocazas a los que les faltaría tiempo para pregonar, a los cuatro vientos, que se habían “tirado” a la “ogro” del ambulatorio, con lo que, en automático, se lanzarían todos a por ella, como lobos sobre corderita desamparada, para ser los siguientes en “degustarla”…y dejarla luego, tirada, pero sin comillas, como trapo sucio que se echa a la basura; usarla, es lo que de ella querían, si  lo sabría la hija de su madre, aunque sólo fuera por despecho ante lo borde que, en general, era con todo el mundo… Si conocían su flaqueza, su falta de “macho” asociada a su ansia por uno…uno cualquiera, que en la cama, y en pelotas, al final, todos iguales… Claro, que siempre hubo clases, y por finales, todos no son lo mismo de válidos “per al negoci”, como “diuen les catalans”,  que la capacidad de dar de un chaval veinteañero, nada tiene que ver con la de un cuarentón o cincuentón…

Fue un día que, al entrar por la mañana, tempranito, que se fijó en la  doctora Rivas que pasó delante de ella. Ésta era mayor que ella, cuarenta y seis, cuarenta y siete años, si es que no eran cuarenta y ocho; de cuerpo bastante aprovechable aún, facciones no desagradables, aunque tampoco para lanzar cohetes en albricias. Vamos, una mujer “aseadita” y basta, aunque, eso sí, más de un hijo de Adán, y más de dos, no tendrían inconveniente en hacerle un “favor”…y hasta dos, y hasta tres… También era persona afable, de agradable trato para con todo el aunque sin conceder familiaridades a nadie; era eso, accesible, amable, pero manteniendo las distancias con todo bicho viviente mundo, Era fama de ser soltera de toda la vida, sin conocérsele relación alguna que, ni de lejos, pudiera asociarse al concepto novio/”novia”; vamos, conocido de todo el ambulatorio que vivía sola, sin siquiera “perrito que la ladre”

Y entonces, viéndola alejarse rumbo a su sala de consulta, que Ágata se dijo que tal fémina, seguro, debía sufrir casi los mismos “males de entrepierna” que ella misma, pues aun admitiendo que, más que a la “carne” le diera al “pescado”, de algún modo tendría que aliviar el “picor” de sus más nobles partes, pues lo que en la cabeza no le cabía era que, semejante hembra fuera inmune al mal de entrepierna… En fin, que al  punto, tomó la decisión, por lo que cinco minutos antes de la hora en que acababa su jornada laboral, estaba cerrando con llave la puerta de su sala de consulta y, a escape, bajaba a Recepción a entregar la llave en el mostrador. Ya allí, se fijó en el casillero donde el recepcionista colocaba las llaves de las consultas, y respiró más tranquila cuando comprobó que el de la doctora Rivas estaba vacío, con lo que ella aún no había bajado. Perdió allí el tiempo, con una cháchara más que insustancial con el del mostrador, hasta que vio a su colega encaminarse a donde ella misma estaba;  aguardó todavía unos instante, lo justo para que la Rivas devolviera su llave, se despidiera del muchacho del mostrador e hiciera intención de marcharse, y se apresuró a tomarle la delantera a su colega, llegándose a la puerta de salida justo cuando la Rivas llegaba, sólo que ganándole por la mano; educada, le abrió la puerta, dejando que la cuarentona saliera antes que ella, aprovechando el momento para decirle    

·       Consuelo; que me decía si te apetecería tomar un café… O una cerveza, conmigo

La Consuelo la miró extrañada, para enseguida responder

·       Desde luego que sí; ¿vamos?

Y, juntas, se dirigieron a una especie de híbrido entre tasca y cervecería; allí, Ágata aventuró de sentarse a una mesa que, casualmente, quedaba un tanto retirada, alejada, de oídos indiscretos; la Consuelo tampoco tuvo inconveniente en hacer lo que su compañera le sugería, aunque su curiosidad crecía enteros y más enteros ante el comportamiento de ésta, que encontraba casi, casi, que infantil. Se llegaron allá, se sentaron, les sirvieron lo pedido, dos cañas de cerveza, y Ágata empezó a dar vueltas al asunto, yéndose por las ramas, hablando de nimiedades, cosas baladíes, que a nada venían a cuento, hasta que Consuelo la detuvo

·       Bueno, bueno, Ágata… Que para soltarme esta sarta de tonterías,, ni me habrás traído hasta aquí; luego, déjate de historias y al grano con lo que de verdad quieres decirme

Casi balbuciendo, Ágata dijo

·       Es que… Es que… ¡Me da mucha vergüenza!...

·       Pues para superar la vergüenza, lo mejor es no andarse con rodeos; ir, directo, al meollo del asunto

·       Verás… Es que… Bueno, que me preguntaba… Como vives sola… Que…que cómo…cómo… Bueno, que como solucionas… Que cómo solucionas…

·       ¿El qué?... Que cómo soluciono… ¿El qué?... Ja, ja, ja… Mi querida colega… Me creo que es cosa de lo que tienes entre las piernas lo que te trae como te trae… ¡Qué!... Que se te incendia el coñito y no encuentras “bombero” que te achique las llamas… Ja, ja, ja… ¡Pero no te pongas roja, chica; que eso pasa hasta en las mejores familias

Ágata agachó la cabeza, avergonzada, con las mejillas ardiendo, afirmando con la cabeza… ¡Dichosa compañera!... Ella, había ido de “lista”, y resultaba que la muy puñetera le daba sopas con honda, llevándola por donde le daba la real gana y quería. Consuelo Rivas siguió riendo con ganas, pero sin asomo alguno de burla, de mofa, ante la corrida, avergonzada,  colega… Por fin, dejó de reír, mirando conmiserativa a Ágata

·       Hala, venga; no te preocupes, que no pasa nada… No me reía de ti, que conste, pero es que estabas muy cómica, con ese querer preguntarme que como me las apañaba para calmar mis “males de entrepierna”, y sin atreverte a hablar claro… Te veía llegar a distancia, desde que empezaste a dar tantas vueltas, tanto bla, bla, bla, para no decirme nada… Ja, ja, ja… ¡Que la “ogro” del ambulatorio, también tiene su alma en su almario!... Perdona; no quise ofenderte ni, mucho menos, reírme de ti… Pero es que… ¡Estás tan cómica!

Consuelo había tomado las manos de Ágata entre las suyas, dándole calor; calor humano… Comprensión

·       Mira Ágata; el viernes te vienes conmigo; te pones bien guapa; bien maquillada, labios perfilados y muy, muy perfumada. Ya verás; entre el viernes y el sábado, te vas a tirar, por lo menos, un par de guayabos de dieciocho-veinte…veintinada de añitos…

·       Pero… ¿Tú te “tiras” a esa clase de tíos?… Jovenzuelos, pichoncitos, que casi ni han salido del cascarón…

·       Ja, ja, ja… ¡Y tú!... Tú te vas a tirar a los pichoncitos, como tú dices, que te dé la real gana… ¡Te lo digo yo…que sé mucho de esas cosas!... Ja, ja, ja

Ágata estaba que la oía y no sabía si creerla o no… Ahí es nada… ¡Guayabos, como Consuelo decía, de dieciocho,  veinte años!… Con las hormonas bien revolucionadas… ¡Tíos que no se cansan, que siempre están dispuestos!… Que siempre “la” tienen dura y dispuesta a “dar guerra”… Se relamía de sólo pensarlo… Y la “cosa” se le hacía Pepsi Cola a marchas forzadas… “No; si ya verás… Ágata, lo mismo tienes que salir “escopeteá” al baño p’aliviarte”, se decía… Y la Consuelo, con más y más máximas de obligado cumplimiento

·       Pero una cosa nena; ellos, no nos van a elegir; seremos nosotras las que les elijamos a ellos… Iremos de “cacería”… Primero de ojeo, seleccionamos la presa, y acoso y derribo hasta llevárnoslos a la cama…    

Llegó el viernes y, a eso de las siete de la tarde ambas mujeres salieron para Madrid, en “cacería de machos”; el “territorio”, la zona Argüelles-Moncloa, de ambiente universitario y juvenil en general, de esa juventud entre los 17/18 y los veintipoquísimos, años… Triunfaron en toda la línea, tanto la una como la otra; se ligaron dos pipiolillos de 18-19 años, que a Ágata la hicieron “venirse” ni se sabe las veces… En su vida había disfrutado tanto como esa noche disfrutó… Incluso acabó por pedir que no le “dieran” más porque ya no podía, no podía aguantar un solo momento más, de tanto “darle a la vara”, en un casi permanente “dale que dale, y dale y dale, y dale otra vez”… Habían hecho “cama redonda” las dos parejas, de manera que, cuando por fin los cuatro alcanzaban el éxtasis, la cima del placer de Venus, tras dar un breve descanso a los jóvenes cuerpos masculinos, que apenas si habían necesitado de tal respiro para estar listos para el próximo “cuerpo a cuerpo”, las hembras decían aquello tan bonito de que “en la variedad está el gusto”,  luego “¡Cambio de pareja!” con lo que las dos degustaron, una y otra y otra vez, de los dos masculinos y más que jóvenes “bodies”. Acabó agotada, hecha cisco, pero feliz, dichosa, como, hasta entonces, nunca, nunca lo fuera…

Eran ya las siete, ocho, de la mañana, cuando, por fin, los dos “sementales” se marcharon, despidiéndose de ellas dos con un beso y diciéndoles que eran unas tías increíbles, por insaciables; que jamás conocieron tías así, lo que no era de extrañar, dada su, todavía, corta edad, pues tampoco serían tantas las tías que habían “conocido”. Les dejaron sus teléfonos, ofreciéndose a ambas “para lo que fuera menester”, pero advirtiéndoles que, si les necesitaban, les llamaran antes, para, debidamente, proveerse de “pastillitas milagrosas”, léase Viagra o similar, a fin de “cumplir” debidamente con tan excelsas hembras; ellos y ellas se echaron a reír. Ellos, por fin, se marcharon, y ellas se quedaron en la cama, desnudas, descuajeringadas, pero riéndose a carcajadas…  

·       No han estado mal los nenes, ¿verdad Ágata?

·       En absoluto, Consuelo… Ja, ja, ja… ¡Han estado muy bien!... ¡Pero que muy bien!... Ja, ja, ja…

Se quedaron calladas, pero Ágata pensaba, y pensaba… Pensaba en lo que esa noche acababa de pasar… Cómo aquellos chicos, en sólo esa noche, le habían dado más dicha, más felicidad que en toda su vida disfrutara… Y siguió pensando… Si ahora, hace nada, había sido así, ¿cómo sería con alguna que otra “pastillita milagrosa” en sus cuerpecitos serranos?... Y a eso, le daba vueltas, y vueltas y más vueltas. Consuelo la miró, y al momento sonrió; sí, sonrió con esa sonrisa suya, entre burlona y lasciva, que otras veces, aquella misma noche, hacía nada, sonrió           

·       Un euro por tus pensamientos

·       ¿Qué…qué dices?

·       Que un euro por tus pensamientos… Aunque creo que no necesito pagarte nada por ellos, pues lo adivino “dabuti” (muy bien)… En ellos, ¿verdad?

·       ¿En quién?

·       No te hagas la tonta, que te conozco ya como si “t’hubiera parío”… Pues en quién va a ser… En ellos, los chaveas… Y lo que dijeron de las Viagras… ¡En lo mismo que yo estoy pensando, no te jode!...

Ágata no respondió; con palabras, pues con la cabeza sí que lo hizo, sacudiéndola de arriba abajo… Y Chelo, Consuelo, volvió a ser la más resoluta de las dos al tomar el  móvil, buscar  el papelito que ellos les dejaran con sus teléfonos y marcar el de uno  de esos. Quedaron para la siguiente tarde, a las cinco, y en el mismo pub donde el viernes se conocieran…los “cazaran”, aunque, finalmente, fueran las “cazadoras” cazadas… Anduvieron con aquellos dos chavales un buen puñado de días, ocho o diez semanas… Claro está, que, por mediación de ellos, conocieron a nuevos chicos, compañeros de Universidad de los chaveas, pipiolillos de su misma edad, más o menos, que más de una tarde-noche, y más de dos, incluso, colaboraron en los femeninos  goces… Pero bien se dice que lo poco gusta, pero lo mucho cansa, de forma que su instinto de “cazadoras” las hizo querer conocer otros “cazaderos”, lo que las llevó a discotecas como “Kapital”, en la calle Atocha o “Gabana”, en Velázquez, famosas por su más juvenil clientela… Pero tampoco esto quiere decir que renunciaran, por completo, a “cazar” por Arguelles-Moncloa, pues, no hay que negarlo, la zona, de mucho universitario, tiene un encanto muy especial para cuarentonas, o casi, bien puestas, como ellas dos,  por descontado, buscando carnales “ligues” con “boys” casi “babys”

El tiempo fue pasando y ellas dos, con sus planes “venatorios” (cazadores), “viento en popa a toda vela”, que “no surca el mar, sino vuela, un velero bergantín”, según escribiera D. José de Espronceda. Aquello, también tuvo consecuencias reconfortantes casi “Urbi et Orbe” pues Ágata, más tranquila, más feliz, comenzó a dejar de estar peleada con todo el mundo mundial “y parte del extranjero” lo que redundó en que  el “Ogro del Ambulatorio” comenzara a dejar de serlo, pues cuando se dirigía a compañeros, pacientes y otras yerbas, ya no parecía perro rabioso ladrando, dispuesto a liarse a mordiscos hasta con el lucero del alba que se le arrimara, sino persona normal y corriente. Incluso, sucedió que también su “ninio”, el Eusebio, comenzó a beneficiarse de tales albricias, pues “mamurri”, poco a poco, fue, al menos, no cebándose tanto en él; vamos, que hasta empezó a parecer que le apreciaba algo… Pero sin pasarse, que conste… Al menos, de momento…

Así, en tan idílico panorama, el tiempo transcurría más plácido que acerbo (malo, cruel) en casi paz y armonía con todo el entorno… Y con el correr de ese tiempo dulce, sensible, fue arraigando, más y más, lo mismo en Ágata que en su ya amiga del alma, Consuelo o Chelo, una costumbre la mar de morbosa: Fotografiarse y hasta filmarse en video, recíprocamente, Chelo a Ágata, Ágata a Chelo, en plena retozante refocilamiento con el pibe de turno, de la interesada, y con su propio móvil, no el de la “fotógrafa”, para, después, en esas sus soledades, a las que van, de las  que vuelven(“A mis soledades voy, de mis soledades vengo/que para andar conmigo mismo, me bastan mis pensamientos”.- Félix Lope de Vega y Carpio) solazarse, y de lo lindo, más reviviendo que rememorando, los memorables hechos retratados y filmados…

El tiempo siguió pasando, y con el tiempo se multiplicaron los fogosos, infinitamente tórridos, “findes” exprimiendo como a limones, conjuntamente, a los incansables “pibes”, tiernas y preferidas “presas” de tan eximias “cazadoras” de machos humanos…  Pero es que el paso de semanas y meses…un “puñao” de tente y no te menees, vamos, también trajo otra cosa: Que sin saber cómo ni cómo no, el móvil de Ágata desapareció sin dejar rastro; le buscó afanosa, por el piso que compartía con su hijo, por su sala de consulta, en el ambulatorio, en la casa de Consuelo… Pero nada de nada… Sin rastro de él, como antes se dice… Se preocupó lo suyo, por las imágenes que tenía, tremendamente comprometedoras… ¡Sólo faltaba que hubiera caído en malas manos…de alguien conocido!... Sería terrible… Terrible… ¡Dónde iría a parar su buen nombre!... Se planteó preguntar a su hijo, por si lo había visto él… Pero no se atrevió… Sin saber bien por qué, le repelía, aunque mejor correspondería decir que le daba miedo…temía preguntarle a Eusebio… No sabía por qué, pero eso es lo que sucedía… Miedo… Y es que, sólo asociar a su hijo con el móvil, le ponía los pelos de punta

Por finales, el dichoso móvil no apareció por parte alguna, y Ágata pasó unos cuantos días más que volada, preocupada por qué habría podido pasar con él… Porque también cabía otra posibilidad en su desaparición: Que hubiera sido sustraído a propósito, bien para chantajearla con las fotos y videos, bien para “colgar” ese material, más pornográfico que otra cosa, en Internet… Y, ¡a ver, quién podía verlo! Estas elucubraciones provocaron la ruptura con su pareja de “presas” más preciada, lo primeros chavales que, al alimón ella y Chelo, capturaran aquél primer viernes de   “cacería”, los estudiantes de 18-19 años, con los que habían llegado a tener una cierta familiaridad… Ya se sabe; no es lo mismo “hacerlo” con alguien conocido, que con un completo desconocido. Los días siguieron transcurriendo desde lo del móvil, lo menos doce o quince, sin novedad… Nadie parecía haberse “coscado” de esa especie de doble vida que llevaba; es más, su amiga le decía, cada vez más segura, que era muy difícil que el móvil hubiera ido aparar a manos indeseables; que, lo más seguro, lo habría extraviado, Dios sabría dónde, o que se lo robaran; claro que alguien se habría puesto “morao” viendo esos videos, esas fotos, de pornografía casera, pero que la hubieran reconocido, la verdad, era más que difícil…

En fin que entre unas cosas y otras, Ágata se fue tranquilizando, convenciéndose más y más de que nada extraño pasaría con el dichoso móvil; que, como le decía Consuelo, sabría Dios quién se lo encontró…o se lo “birló” (robó), pero que, fuera quién fuese, qué importancia podía tener; lo que parecía seguro, y seguro sería, es que nada tendría que temer de ello… Y si unos cuantos tíos se pegaban solitarios “homenajes” a su salud, que les aprovechara… Lo que tantas veces también se dice: “Lo que se han de comer los gusanos, que lo disfruten los humanos”… El “finde” siguiente a la desaparición del móvil, ninguna de las dos fue de “cacería”, pues ella no se encontraba de humor, pero al otro sí que volvieron a ser las expertas “cazadoras” de siempre, acabando por ser uno de los más “movidos”…

Sobre el miércoles de la siguiente semana, más  de dos semanas después de desaparecer el móvil, su hijo se acercó a ella, como siempre, más que tímido casi humilde… Sí; Eusebio era casi servil con ella Y eso, verle así, siempre temeroso, pero, también, siempre servicial, casi humillándose ante ella, la ponía de los nervios… Se sentía mal; se culpaba de esa actitud de Eusebio… La verdad es que, desde que su vida cambiara, gracias a Consuelo, también había variado mucho la forma de ver a su hijo; por primera vez desde que naciera le empezó a ver como lo que era, su hijo; carne de su carne…sangre de su sangre… Y se arrepintió de haberle tratado como le trató; se culpaba y arrepentía, y muy mucho,  lo que hasta entonces hiciera… Hubiera dado lo que fuera porque el tiempo volviera al ayer… Por poder empezar con él la relación que siempre debió ser: Verdaderos madre e hijo…hijo y madre… Pero eso no era posible… El tiempo pasa para nunca más regresar, y eso, esa sensación de culpa que ahora experimentaba, la hacía sentirse mal; incómoda, insegura ante él… Había llegado a quererle de verdad, como verdadera madre a lo largo de aquellos meses, casi doce ya, desde que su vida se tornara en casi color de rosa, pero no podía remediarlo, superarlo; sentirse a disgusto, insegura, ante él, por lo que no le gustaba tenerle al lado, ante ella; y sin embargo, podría decirse que era lo que más quería, más anhelaba, estar con él… Acariciarle,  decirle “Hijito querido…Cariño mío… Vida…vidita mía…vidita de mamá”… Todo, todo, lo que hasta entonces no había hecho… Era una especie de dicotomía, un querer y no querer, un blanco y un negro, el Bien y el Mal, combinados en una inseparable unidad… En fin, que Eusebio se llegó hasta su madre, para decir                                         

·       Mamá… ¿Piensas…piensas salir este viernes?

Ágata se quedó más cortada que si acabara de engullirse un “bocata” de cuchillas de afeitar; cualquier pregunta se esperaba de Eusebio menos esa

·       Pues…pues sí… Ya sabes… Suelo…suelo salir con Chelo… (Y, sin saber por qué, mintió cual bellaca) Nada de particular, ¿he?... Sólo…solo… Pues no sé… Unas copas, unas cervezas en un pub… Escuchar un poco de música… Esas cosas… Pero las dos solas, ¿he?... Sin chicos….sin hombres

·       Claro…claro, mamá… Ya…ya lo sé… Sé lo que hacéis Consuelo y tú cuando salís… (Ágata, al oír eso, se sintió mal, con una sensación de inquietud aparejada a una angustia horrenda… Por un momento, pensó que él lo sabía todo) Es que, ¿sabes?... Te quiero dar una sorpresa… Por el Día de la Madre… Fue  el domingo pasado… Y como no estuviste aquí…

Y la mala sensación que la abrumara segundos antes despareció, sustituida al instante por otra de inmenso gozo… ¡Su hijo, su niño, se había acordado del Día de la Madre!... ¡Se había acordado de ella en tal día y  ella, sin darse siquiera cuenta de lo significativo del día!. Le abrazó, le besó alborozada

·       ¡Ay mi niño, mi hijito!... Que se ha acordado de mamá en el Día d la Madre, y mamá sin enterarse siquiera… ¿Qué sorpresa es esa?... ¿Una fiesta; quieres dar una fiesta a mamá?

Eusebio, se sonrió un tanto enigmáticamente, y repuso

·       Sí mamá; algo así… Una fiesta… Una fiesta privada…

·       ¿Para los dos solos?

·       Sí; para los dos solamente

·       ¿Qué planeas?... Si quieres, podemos salir a comer… Y luego, al cine…

·       No; no es eso… Una fiesta aquí en casa; a la noche…

·       Perfecto… ¿Quieres que mamá se ponga guapa?

·       Mamá… Tú estás guapa hasta recién levantada… Con los rulos y todo… Pero sí; ponte muy guapa… Pero que muy guapa, mamá… Muy, muy guapa…

·       ¡Ay Dios; si hasta me está saliendo mi nene un caballero la mar de galante con su mamá!… Sí, cariño…Mi amor… Me pondré muy, muy guapa… Para mi galante caballero… Para que esté orgulloso de su mamita

Ágata volvió a abrazar, a besar, llena de cariño, de ilusión, a su “niño”. El jueves dijo a su amiga que con ella, al menos el viernes, no contara; que celebraría con su hijo el Día de la Madre… Que como “todos los santos tienen octava”, el viernes sería la del Día de la Madre, al no haberlo celebrado el anterior domingo, día oficial de la festividad, y Consuelo le deseó que se lo pasara bien… Hasta se puso un tanto melancólica por no haber sido madre, para  poderlo celebrar, también ella, con su hijo, a lo que Ágata, riéndose, le respondió que lo “celebrara”, de todas formas, con sus “nenes” dieciocho añeros, recibiendo de la amiga un zapatillazo

·        ¡Si serás cabrona!…

A carcajada limpia, acabó la “pendencia” entre ambas amigas. Llegó el jueves y  Ágata, toda nerviosa, se puso a elegir la ropa que al siguiente día, el viernes de la fiesta, luciría. Estaba nerviosa cual flan; como si fuera, casi casi, su primera cita. Finalmente, se decidió por un vestido muy normalito: Desmangado, que para eso corría un mes de Mayo más cálido que menos, ceñido bastante más que holgado, hasta la cintura, escote en “V”, ni exagerada ni falta de su “sex appeal” y falda que, sin ser muy suelta, tampoco tenía nada de ceñidas estridencias, larga hasta uno, dos, dedos por encima de las rodillas. Vamos, algo que ocultaba lo necesario mostrando lo conveniente; un conjunto discreto y a la vez sexi. El tono del vestido, azul pastel y el complemento acorde, zapatos de medio tacón en beige muy clarito, sin medias. Lo metió todo en una bolsa, para con todo ello salir para el consultorio la mañana siguiente. Eusebio le había dicho que, por favor, no llegara a casa antes de las nueve y media de la noche, para que le diera tiempo a preparar bien la sorpresa…La fiesta; ella intentó, tesonera, sonsacarle en qué consistía la sorpresa, pero él se mostró inconmovible, sin soltar un ápice de prenda

La verdad es que Ágata paso mala mañana; tremendamente nerviosa, terriblemente enervada, no veía la hora de acabar su jornada laboral; una jornada más laboral que nunca, pues estaba como obrero en viernes, sin importarle un comino lo que hacía…lo que los pacientes le decían, pendiente sólo de que las manillas del reloj avanzaran. Por fin llegó la tarde… Y fue peor. Ardía sobre ascuas, mirando a cada minuto el reloj, que parecía estar parado; estaba en casa de su amiga, y a cada momento le comentaba                                                            

·       ¡El puto reloj debe de habérseme parado!... ¡No anda!... ¿Qué hora tienes?

·       ¡Si dejaras de mirarlo a cada segundo, verías que sí que anda!... ¡Dos minutos más que hace dos minutos, la última vez que me preguntaste los mismo!... Tranquilízate, chica; que más parece que vas a una cita con el gran semental de todos los tiempos que a verte con tu hijo…

·       ¡Pero qué burra que serás, Chelo!...

·       Por cierto, nena; que tu hijo está de un bueno subido… ¿Cómo la tiene?… ¿Grande y gorda, o de “andar por casa”?

·       No; si cuando digo que eres una burra… ¡Y una guarra!… ¿Cómo me preguntas eso?... ¡Que es mi hijo, tía!... ¡Cómo lo voy a saber!...

·       Pues por eso; porque es tu hijo… Y porque está como un tren… ¡Joder; y con qué gusto que me lo “tiraba”!

·       ¡Y, en tal caso, con qué gusto que te rebanaría el pescuezo!... ¿Querrás callarte de una puta vez?

Y Consuelo, se echó a reír con verdaderas ganas… Le hacía gracia, mucha gracia, ver  su amiga así… Le encantaba ponerla así, furiosa y desconcertada… A ella le parecía que su amiga de su alma era un tanto ingenua en el fondo… La conocía bien, y sabía que bajo ese barniz de mujer dura, de loba despiadada, había una chica tierna, sensible… También muy, pero que muy caliente, tórrida más bien, que necesitaba, y daba, mucha, pero que mucha “marcha”… También sabía que Ágata había tenido muy, pero que muy mala suerte en la vida; porque, esa que era la suya, de Consuelo, errática, de hombre en hombre, de jovenzuelo en jovenzuelo, no era la de su amiga; que ella, como de verdad hubiera sido feliz, habría sido junto a un hombre, uno solo, que, de verdad la hubiera querido, y al que ella, también de verdad, quisiera…

Por fin llegó la hora, y Ágata estuvo a la puerta del portal de su casa; allí estaba Eusebio, su hijo, esperándola; besitos en las mejillas, y subieron juntos al piso en el ascensor; entraron a su vivienda y, en el recibidor, ante la puerta del salón, él le hizo a su madre una petición, cuando menos, insólita

·       Mamá; ¿me dejarías que te vende los ojos?

Ágata se echó a reír nerviosamente; la verdad, estaba muy, muy alterada…

·       Ja, ja, ja… ¡Pero qué diablillo que eres, cariño; mi amor!… Y, ¿para qué quieres vendarme los ojos?... ¡Diablillo, más que diablillo!... ¿Qué es lo que tienes preparado para “nosotros”?

Ni se dio cuenta; le salió del alma, ese “Para nosotros”, sin percatarse del sentido que tal expresión puede encerrar…significar entre un hombre y una mujer… Un “Nosotros”, que implica intimidad entre ambos… Algo que puede excluir a toda persona ajena a ellos dos mismos… A otros hijos de la mujer…a su propio marido, incluso, de existir… Además, y  por otra parte, ella se sentía tremendamente rara… Exultante… Enervada… Hasta excitada… Muy, muy excitada… ¿En qué sentido, lo de excitada?... Ni lo sabía, ni lo quería saber… Sólo sabía eso, que estaba rara, enervada, excitada, anhelante incluso… Y era muy, muy, agradable lo que sentía…lo que esas cosas tan raras le producían

·       Es…es… Parte de la sorpresa… No sería completa, si no es así… Pero, bueno; si no quieres…

Y a Ágata le pareció compungido, un tanto frustrado, su “nene”… Le abrazó, le besó la mejilla y aceptó. Riéndose de nuevo… Cada vez más y más enervada, excitada, intrigada también… No sabía, ni era consciente de lo que todo aquello podía significar…podía conllevar… Sólo sabía que lo deseaba…que ansiaba conocer, disfrutar, de la “sorpresa” que su Eusebio había ideado para ella… Para los dos… Algo, desconocido, sí, pero que, segura estaba, les atañía a los dos por igual… A ella y a él… Y a nadie más

·       Anda tonto… Alegra esa cara, hombre… ¡Cómo voy a negarte nada, cariño mío; mi amor!... Y, menos hoy, que tan gentil estás siendo conmigo… Anda; ponme la dichosa venda… Y entremos al salón… ¿Es ahí donde está la sorpresa?...

·       Sí mamá; ahí mismo… Y gracias… Muchas gracias, mamita querida, por ser tan buena conmigo

Entraron al salón y Ágata supo que estaba en total oscuridad, pues mientras estuvieron en el recibidor, ya con los ojos vendados, de todas formas fue consciente de lo iluminado que estaba, pues aunque la venda la privara de la vista, quedaba una cierta abertura por ambos lados de la nariz, que le permitían apreciar, simplemente, la claridad ambiental, y allí no había claridad alguna que valiera. Eusebio la guiaba, tomándola de un brazo; la dejó donde estaba, más menos, imaginaba, que junto a la mesita de centro

·       Un momento, mamita; enseguida estoy otra vez contigo

Eusebio la dejó allí, y ella esperó; le oyó revolver algo por acá y allá y en nada lo sintió de nuevo a su lado, poniéndole algo en la mano; lo reconoció al instante, era uno de esos mando a distancia, como el de la “tele”; su hijo le puso el dedo índice sobre un botón del mando

·       Es un mando universal mamá, al que he conectado un montón de aparatos electrónicos; con ese botón, pulsándolo, todos se pondrán automáticamente en marcha… Es la sorpresa que te tengo preparada… Ya verás… Es increíble…

·       Cariño; ¿pero tú sabes de eso?

·       Pues claro, mamá… ¡Que soy técnico en electrónica e informática!

·       Hay; es verdad… ¡Qué tonta soy, cariñito mío…cariño de mamá!… Así que, pulso aquí, y todo se pone en marcha, ¿no?

·       Eso es, mamá… Hala; arréale ya… Te vas a quedar con la boca abierta…

E, ilusionada, Ágata pulsó el botón; al punto, una especie de barahúnda se desató en la habitación. Allí, de momento, no había quién entendiera nada; un fondo de ruidos que, al pronto, no descifró y la impresión de que la sala se iluminaba, pero de manera muy rara; en destellos cambiantes de color  e intensidad…  Algo, en parte, sofisticadamente mareante… El ruido de fondo se empezó a hacer audible, definido y, al punto, según descifraba esos ruidos, la sangre se le fue helando en las venas, pues esos ruidos, gemidos, jadeos, hasta aullidos, los conocía, más que bien… Lentamente, como un autómata, se quietó la venda de los ojos.

 

FIN DEL CAPÍTULO

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