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El cabo Fritz Lange

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Hacia el 30 de Septiembre de 1943 losGrupos de Ejércitos Centro de von Kluge y Sur de Manstein, logran estabilizar la línea de frente sobre el río Dnieper y su afluente el Sozh, deteniendo por algunas semanas las arrolladoras ofensivas soviéticas subsiguientes a la última alemana en el Frente Ruso, la “Operación Ciudadela” o Batalla de Kursk, en Julio de ese año 43, disfrutándo así las exhaustas fuerzas alemanas de un tiempo decasi idílico descanso.

En el sector sobre el río Sozh, al norte de la ciudad bielorrusa de Gomel, se estacionaba la compañía del cabo Fritz Lange. Este elemento era un mocetón montañés de veinte y no pocos  años, nacido y criado en una aldea de montaña en la falda del Grober Feldberg, la mayor altura de la cordillera del Taunus, en Hesse, al oeste de Alemania. Alto y macizo, de algo más de metro ochenta y unos noventa kilos, era más bien corto de ideas; o, mejor, y como a veces se dice en España, “más bruto que un arao” (arado). Aunque básicamente buena persona y hasta bondadoso, según se mire, era emérito partidario de atender, ante todo, sus más elementales necesidades, a saber, comer hasta hartarse y, una vez recreado el estómago, aquello que los literatos del Siglo de Oro español solían definir como “holgar con hembra placentera”

Una vida integralmente vivida en plena montaña, trotando por empinadas trochas, escalando alturas más que menos elevadas, corriendo tras osos y caprinos montaraces, fusil al hombro para abatirlos, amén de andar derribando árboles a golpe de hacha desde sus trece-catorce años, habían hecho de él un hombre duro, resistente al cansancio y los avatares climáticos, fuerte como un toro y ágil cual gamo, más, en añadidura, una rapidez y facilidad envidiable en el uso y manejo de un fusil, aunado a una puntería más que notable, le hacían un combatiente peligroso y muy, muy correoso, aunque su carácter se llevara más que mal con la violencia

Por aquellos días de primeros de Octubre de 1943 nuestro buen cabo andaba algo más que soliviantado. Y es quehay cosas que un cabo alemán no puede ver impertérrito, y una de ellas es que una cerdita sonrosada, pizpireta, como de 160 kg… Vamos, una cerda maravillosa, de campeonato… Una cerda que, si hubiera concursos de belleza cerduna, los ganaría todos con más que holgura. Pues bien, como decíamos, un cabo alemán que se precie y tenga conciencia de clase, no puede ver cómo tal “bellezón” porcino ande suelto, triscando a sus anchas y sin amo a la vista...

Y tal cosa es lo que le pasaba al cabo Fritz Lange desde hacía ya dos días y algunas horas, las que durante ese día llevaba oteando el otro lado del Sozk, atento a una cerdita que respondía a todas esas premisas y andaba hozando impunemente por entre las casuchas y huertos de una ínfima aldea arrasada al paso de la guerra. Lo malo es que esa otra orilla del afluente del Dniéper estaba ocupada por los “ruskis”, lo que invitaba a pensárselo un poco antes de aventurarse a cruzar el río.

Pero la idea estaba ya echada y todo listo para cruzar hasta allá, con la lancha neumática de los zapadores dispuesta junto al agua y lista para pasarle a la orilla “roja” (1). Un paquete de cigarrillos “Papirosa” le costó la balsa, que no era “moco de pavo”, pero la cerdita, su gastronómico amor del momento, la verdad es que lo merecía. Y así, cuando las primeras sombras de la noche sustituían al atardecer, el tal cabo se metía en la balsa poniéndose a remar rumbo a la orilla soviética, sin más compañía que cuatro granadas de mano y su mosquetón Máuser.

Llegó a la orilla “mala”, en una zona un tanto más frondosa que los alrededores, tapizados de hierbas altas que le permitió esconder el bote entre el follaje que, indolente, caía sobre el agua. Quedó quieto allí, dentro del bote aún, y en absoluto silencio, atisbando entre la naciente oscuridad y el oído bien abierto a los más mínimos ruidos, pero ni vio ni escuchó nada, a no ser el croar de las ranas y el chapoteo del agua que, mansamente, discurría río abajo

Satisfecho, saltó a tierra y, agachándose, empezó a correr en dirección a la zona de la arrasada semi aldea donde divisara, no tantos minutos antes, a la cerdita de sus sueños. Habría avanzado unos cien metros, o poco más, cuando del suelo surgieron cuatro figuras, dos delante y otras dos detrás, mientras en el aire restallaba aquella fórmula que erizaba el cabello tan pronto se escuchaba, pues era preludio de muerte inmediata

·      ¡¡¡STOY NEMETSKY!!! (Quieto Alemán)

Pero Fritz Lange ni se estuvo quieto ni, mucho menos, se le erizó el pelo, sino que, en automático, se lanzó al suelo, de costado, aprestando el “Máuser” que disparó antes de llegar a tierra y, tan pronto su cuerpo tomó contacto con el suelo, rodó sobre sí mismo mientras con una  mano empuñaba una granada; le quitó el seguro y siguió rodando por entre la alta hierba, la granada en una mano y el fusil en la otra, contando los segundos uno a uno, impertérrito,increíblemente sereno: Veintidós, veintitrés… Mientras tres impactos de fusil le buscaban, sañudos, a su alrededor, pero él, tranquilo, como si los disparos no fueran con él, seguía contando; veinticuatro, veinticinco… ¡Fuera!...

Fritz Lange apretó el rostro contra el suelo mientras una expulsión breve, seca, seguida por una pequeña nube negruzca, aunada a una algarabía de gritos de desesperado dolor, rompía el silencio de la noche. El cabo alemán alzó con sumo cuidado la cara y ante sus ojos aparecieron tres cuerpos tendidos en el suelo, uno absolutamente quieto, en una postura que hacía su figura más ridícula que otra cosa, el blanco abatido por el disparo del “Máuser”; los otros dos eran las dos figuras que surgieran a su espalda, abatidos por la explosión de la granada, y ante él, la cuarta figura en pie, quieta, como petrificada… Pero el petrificado entonces fue él, pues en esa cuarta figura, desprovista ahora del gorro cuartelero, quién sabe por qué, reconoció a una mujer.

Mas la confusión duró apenas un instante, pues el ruido del cerrojo del fusil de la mujer al accionarse hacia atrás, expulsando la vaina gastada, y hacia adelante, llevando un nuevo cartucho a la recámara, le sacó al momento de su abstracción; el restallar del disparo sonó al unísono que el cabo volvía a girar sobre la hierba, con lo que ese otro proyectil acabó como los anteriores, hundido en el suelo, casi rozando al alemán.

Entonces quien se lanzó en plancha al suelo fue la mujer, logrando que ahora fuera el proyectil del cabo alemán el que surcara el aire por encima de ella. La mujer y el hombre estaban ahora en el suelo, muy cerca una de otro, a escasos cuatro o cinco metros. No había tiempo de volver a llevar otro cartucho a la recámara, por lo que la mujer, rauda, casi pensando al tiempo que actuaba, se irguió y, como una leona, se lanzó contra el hombre, culata de su Mosin Nagant por delante; el alemán instintivamente alzó su mosquetón, culata por delante también, parando el golpe de la mujer en un tremendo encontronazo que hizo que a la rusa se le escapara el fusil de las manos.

La mujer no tuvo opción de reaccionar, medio aturdida por el dolor de la muñeca al torsionarse casi salvajemente por efecto del choque de ambas culatas, pues al instante la del Máuser alemán se estrelló contra su hombro izquierdo, con lo que la mujer lanzó un alarido de dolor y cayó al suelo cuan larga era. Fritz Lange remató entonces la faena descargando dos taconazos, que remacharon la efectividad del culatazo, hasta reducir a la rusa al limbo de los inocentes.

Entonces, el cabo alemán se derrumbó junto a ella, sentándose. Estaba destrozado, tanto por el esfuerzo realizado como por la tensión nerviosa desatada por el combate que acababa de mantener. Quedó con la cabeza gacha y una tremenda sensación de cansancio…

Al fin, alzó la vista, paseándola por el entorno; por los tres cuerpos que a su alrededor yacían inertes. Se levantó y avanzó hacia el más cercano, el que abatiera con el Máuser. También era mujer y, desde luego, muerta, con el pecho atravesado casi por su centro, los ojos muy abiertos, fijos, inmóviles, vidriosos… Casi seguro que el disparo debió acertarle de lleno el corazón.

Avanzó luego hacia los otros dos cuerpos, los segados por la granada. También eran mujeres, pero las dos aún alentaban…para su desgracia… La una, estaba reventada por dentro a causa de la onda expansiva de la granada, arrojando sangre por boca, nariz y oídos, asfixiándose en su propia sangre que, indudable, saturaba sus pulmones, impidiéndole también articular sonido alguno, si no fuera por los gorgoritos que el propio líquido vital hacía al deslizarse por su garganta

La otra tenía el vientre abierto, cual cerdo en canal, con los intestinos desparramados entre su propio cuerpo y la hierba del suelo. Era la que antes se quejara, ahogados ahora los quejidos por la absoluta extinción de la suficientes energía vital para hacerlo. Una tremenda agonía lenta y cruel es lo que a ambas mujeres aquejaba; incluso el cabo Lange juraría que en los anhelantes ojos que las dos mujeres le dirigían había una doliente súplica para que el odiado enemigo acabara con el bárbaro sufrimiento que padecían… Y eso es lo que el cabo Fritz Lange hizo de inmediato de sendos y certeros disparos que volaron las tapas craneales de ambas chicas

El alemán regreso después junto a la única que todavía se mantenía vivita y coleando, aunque de momento dormida en el limbo, casi arrastrando los pies; hasta tambaleando y dando algún que otro traspiés. Llegó hasta la chica y se dejó caer al suelo más anonadado que otra cosa. En verdad odiaba lo que acababa de hacer, segar la vida de dos mujeres, pues entonces, cuando disparó sobre ellas, ya no eran enemigos, ni de él ni de su patria, sino dos seres humanos doloridos, destrozados…

Empezó por odiarse a sí mismo por lo hecho, pero después odió aún más a aquellas cuatro diabólicas hembras que le obligaron a matarlas, pues si él estaba allí, si las había matado, era por ellas, por atraerle hasta allá con el señuelo de la cerda. Porque desde que fuera atacado por aquellas cuatro hijas de Satanás no le cupo duda de que le estaban esperando, de que había sido atraído allí por ellas mismas, tirando del cordel de la sonrosada cerdita, puesta ante sus ojos por las cuatro diabólicas mujeres como cebo

Lamentó entonces haberles cercenado el sufrimiento que padecían. Miró a la mujer exánime junto a él y el reconcentrado odio que hacia las cuatro sintiera lo aunó en ella. Se levantó de un salto y, cargándosela a cuestas cual fardo de patatas, se puso en marcha hacia el bote

·      ¿Conque querías tumbarme, he preciosa? ¡Pues soy yo quien te va a tumbar a ti, pero no como tú querías hacerlo conmigo!... ¡Ya verás lo bien que lo pasaremos jugando al “caballito”… “¡Arre, arre, caballito bonito!... Y yo “cabalgando” encima de ti… Ya verás cómo te va a gustar… Ya verás… ¡Seguro que no podrás aguantarte la ganas de que vuelva contigo para “cabalgarte”!...

Minutos más tarde Fritz Lange estaba con su “presa” en la otra orilla y en una edificación cercana al agua, seguro, un antiguo establo, no muy grande, a juzgar por las boñigas de vaca que “adornaban” el suelo, cubierto de paja en buena parte del mismo. Desde luego que la guerra también  pasó por allí, a juzgar por los trozos de techumbre y de paredes desplomados por aquí y por allá, pero al final no estaba tan mal, pues buena parte de paredes y techo se mantenían en pie, ofreciendo cierto refugio ante el frío y la lluvia

Dejó a la chica en el suelo, sobre un montón de paja adosada a una de las paredes y al punto salió fuera, para cerciorarse de que nadie les había visto llegar…Que nadie andurreaba por aquellos contornos, no fuera que al final se presentaran por allí los de la SD(2) para llevarse a la muchacha, con lo que aparte de “chafarle” el “fiestón” significaría la muerte de la chica, cuando no su tortura antes de matarla aquellos energúmenos. Que una cosa era matar a esas mujeres en combate y otra muy distinta masacrarlas a sangre fría.

Regresó por fin al establo y procedió, primero, a maniatar a su prisionera, asegurando la cuerda que ataba las manos, mediante un cabo largo, a una argolla fija a la pared, detrás de donde depositara a la mujer. Luego, desabrochó la chaqueta y camisa del uniforme militar, para después despojarla de pantalones y bragas, arrancando éstas a tirones, con lo que quedaron desgarradas e inútiles. Luego, le ató también los pies, procediendo luego a despertarla mediante golpecitos en la cara.

La mujer fue despertando de su letargo, totalmente confusa en un principio, sin recordar nada de lo anteriormente sucedido, hasta que vio al odiado “invasor fascista”, como usualmente denominaban a los alemanes los efectivos del Ejército Rojo y buena parte de los civiles rusos. Entonces, cuando divisó el aborrecido uniforme gris de campo alemán, los femeninos ojos se inyectaron del rojo del odio más feroz e intentó levantarse y lanzarse contra el enemigo a la vista, pero entonces se percató de que estaba atada de pies y manos, así como de su evidente desnudez, comprendiendo al instante lo que el maldito fascista quería de ella.

Paradójicamente, entonces pareció quedarse tranquila, como resignada a su suerte, aunque los ojos centellearan como nunca de odio supremo. Pero Fritz Lange en esto no reparó, sino solo en la aparente docilidad de la chica

·      De modo que por fin entras en razones, ¿verdad preciosa?... No, si ya me parecía a mí que, por finales, nos llevaríamos bien.

Así que, confiado, se bajó los pantalones, aprestando su personal “bayoneta” para el “combate cuerpo a cuerpo” y se arrodilló sobre las dos piernas atadas de la muchacha, inclinándose sobre ella, buscando saborear entre sus labios los más que apetecibles senos femeninos. Pero entonces la chica, rauda cual ataque de víbora, le arreó un soberbio cabezazo en su “cocota” al tiempo que con las dos rodillas le propinaba un tremendo rodillazo en sus desnudas partes pudendas que para él se quedó.

Aullando de dolor, el cabo retrocedió de un salto, mientras también bramaba

·      ¡Conque te gusta el “juego duro”, eh maldita! ¡Pues te vas a enterar, pedazo de ramera bolchevique!

Y como una fiera se lanzó sobre la muchacha. Ésta intentó defenderse  lanzando un tremendo patadón con ambas piernas atadas, pero el alemán paró el golpe con otra patada no menos contundente a la de ella, conectando con las femeninas piernas al modo que un futbolista detiene un balón disparado hacia él, con lo que quien salió malparada fue ella, pues se encontró inopinadamente con el patadón del cabo alemán, con lo que ahora fue ella la que gritó de dolor.

Seguidamente, Fritz Lange, la emprendió a patadas con la muchacha pateándole muslos, región lumbar y costado izquierdo. Luego se lanzó sobre ella, pero no sobre sus piernas, sino de muslos y pubis, sentándose encima de ellos, dominándola con su peso. A continuación le largó tres tremendos guantazos en pleno rostro, el primero, a mano abierta y llena seguido de un revés que le partió el labio y finalmente un segundo bofetón que restallóen al establo como un escopetazo, si es que no como cañonazo.

La mujer se puso a llorar amargamente pero en silencio, rota ya por entero su resistencia, abatida y vencida por la cruel paliza recibida, rindiéndose sin condiciones a su inevitable destino. El alemán se apercibió al momento del cese de toda resistencia y, triunfante, dijo

·      Vaya palomita, con que al fin te das cuenta de lo que te conviene. Haces bien… ¿Ves lo que has logrado con tu tontería?... Unas patadas y guantazos inútiles… Ahora están las cosas mejor… Nada hay mejor que una buena “amistad” íntima entre un hombre como yo y una mujer tan deliciosa como tú…

El cabo Lange, tranquilamente ya, libró de sus ligaduras los pies de la chica, le apartó las piernas y, acomodándose entre ellas, consumó la violación hasta el final; hasta vaciarse por entero dentro de la mujer, mientras berreaba como un búfalo y la pobre muchacha lloraba a lágrima viva.

Se deslizó por fin de encima de ella venciéndose hacia un lado para quedar tumbado sobre la paja junto a la llorosa mujer. Requirió del bolsillo de la guerrera el paquete de “Papirosa”, extrajo un cigarrillo, lo encendió y se lo ofreció a la chica, que lo rechazó volviendo la cara. Cachazudamente dio una chupada al pitillo diciendo

·      Vale nena; comprendo que estés dolida conmigo, pues esto tal vez haya sido algo fuerte para ti… Pero ya verás cómo acabas pasándotelo bien con tu “novio” alemán… Puede que no te hayas dado mucha cuenta en esta primera vez, dadas las circunstancias, pero de verdad que no lo “hago” mal… ¡Que te lo digan las mozas de mi aldea, que están locas por “jugar” conmigo al “caballito”…

Lange dio otra chupada al “Papirosa”, pero en su corta mente surgió la idea de que fumar encima de la paja tal vez no fuera tan buena idea, por lo que de un salto se salió afuera apagando el cigarro en el suelo, asegurándose de que no quedaba brasa alguna que pudiera causar un serio disgusto. Luego dio otro vistazo a la muchacha que, desnuda y sollozando, estaba ante él, tendida en el heno, y concluyó en que la nena estaba la mar de buena, además de ser bella de verdad. Y se entristeció algo ante la idea que germinó entonces en su cabeza, expresada en voz alta, hablando a la joven rusa

·      ¡Bah!... ¡No te preocupes mujer!... Esto tampoco durará tanto… Unos pocos días, si es que no son horas… Porque el “ruski”… Bueno, los tuyos, en nada empezarán a tronar de nuevo y ¡hala!, nosotros a a correr como gamos ante ellos… De verdad que no te preocupes; entonces te dejaré aquí, pero libre, desatada, para que te puedas unir a ellos tranquilamente… ¡Quien sabe!... A lo mejor eres tú quién acaba mandándome al “otro barrio”…

Por fin Fritz Lange se puso el pantalón, ajustándose camisa y guerrera para quedar lo más presentable posible. Se volvió hacia la chica y le hizo señas, indicándole que le iba a poner también a ella sus pantalones; la rusa le entendió y sumisa afirmó con la cabeza. Lange se arrodilló ante ella y fue subiéndole los pantalones hasta la cintura, obviando las bragas por inservibles. Le abrochó camisa y guerrera para luego abrocharle bien el pantalón abarcando la camisa pero quedando por encima la guerrera. Luego se irguió y emprendió el camino hacia la puerta del lugar, diciendo

·      Enseguida estoy aquí con algo para que cenes… También te traeré algo para el dolor de cabeza… Y, si puedo, para que duermas algo más tranquila…

Lógico, la mujer no entendió ni “jota” de lo que su captor le dijera; simplemente, se sintió más tranquila, mejor, cuando se vio sola en aquél sitio odioso… Siguió llorando un buen rato al tiempo que se acurrucaba sobre sí misma, como encogiéndose en una postura más que fetal… Poco a poco, las lágrimas se fueron secando en sus ojos y hasta empezó a caer en una agradable semi somnolencia que, casi, casi, acaba en profundo sueño de no haber regresado el cabo alemán poco más de una hora después.

Lo hizo con una bolsa de lona al hombro, un lío de mantas en una mano y un cajón de madera en la otra. Dejó las mantas a un lado y acercó el cajón a la joven, aunque sin arrimárselo; luego, se acercó a la mujer y la libró de las ligaduras en manos y pies, aunque haciendo un dogal a su cuello con el cabo de cuerda que la aseguraba a la argolla de la pared. Seguidamente retrocedió hacia el cajón, sin dejar de dar la cara a la hembra en ningún momento, y se lo arrimó a su lado; finalmente, sacó de la bolsa una marmita de aluminio, la reglamentaria del equipo del soldado alemán, llena de sopa de col, y una cuchara que puso sobre el cajón, invitando a su “presa” a que cenara.

La muchacha se tomó la sopa, que, por cierto, todavía estaba casi caliente, con más rapidez que lentitud; entonces el cabo Lange extrajo de la bolsa un buen trozo de embutido alemán, de salchicha exactamente, en la práctica el único embutido alemán, y un trozo algo menor de queso, este ya elaborado en el terruño ruso, junto a una barra de pan, una de esas que la Intendencia militar elabora. La muchacha casi que ni probó el embutido, pero acabó con más de la mitad del queso así como con casi todo el pan, dando a entender después a su captor que ya había comido bastante,

El alemán entonces recogió lo que sobre el cajón había, devolviéndolo a la bolsa, para después volver a acercarse a la chica. Le soltó la cuerda de la argolla y la ayudó a andar hasta la parte posterior del establo, indicándole entonces que atendiera sus necesidades fisiológicas; ella se acuclilló, violenta ante la presencia del hombre que, sorprendentemente caballeroso en aquella tesitura, se volvió de lado, de forma que la podía ver por el rabillo del ojo pero sin mirarla descaradamente. Por finales, Fritz volvió a acomodarla sobre el montón de paja y de nuevo la ató de pies y manos, asegurando otra vez la cuerda a la argolla.

 

 

Desde el siguiente día el cabo alemán estableció una especie de rutina, apareciendo por el establo a primera hora de la mañana con el desayuno, hacia el mediodía un tente en pie ligero y a última hora de la tarde la cena. Tras cada comida, la consabida agresión sexual… Y la visita a la parte de atrás del establo cada noche, al final, tras la “fiesta”, que a veces volvía a repetirse antes de la “toilette” de urgencia, como también a veces se repetía hacia media tarde

Pero sucedió que tal rutina a los tres o cuatro días sufrió una variante, pues el alemán apareció equipado con una mandolina, de manera que las comidas y “sobremesas” las “animó” el agresor sexual con recitales del músico instrumento acompañando canciones de su tierra Turingia, de sus montañas y valles, con el añadido de que ni el instrumento sonaba mal ni la voz del energúmeno aquel resultaba desagradable, sino más bien entonada y hasta suave, casi acariciadora

A todo esto la mujer iba, bien que mal, adaptándose, pues al desespero de los dos o tres primeros días se impuso el sentido práctico de la vida. Los momentos en que sufría las agresiones sexuales eran de verdadero tormento, pero aprendió a soportarlos estoicamente, sin quejarse, sin siquiera llorar… Era algo así como aceptar que tengamos que tomar algo que aborrecemos pero que no hay manera de evitarlo, confiando, simplemente, en que “eso” acabe cuanto antes…

Mas una tarde cuando ya el día iba más que de “capa caída” pasó algo para ella incomprensible. Fritz, como tan a menudo sucedía, había estado tocando su mandolina y cantando a la muchacha desde que, tras la comida del medio día se desfogara con ella, tal y como a diario venía sucediendo, pero en ese momento ya más crepuscular que otra cosa, paró de tocar y cantar para, sencillamente, quedarse, absorto, mirándola, aunque más correcto sería decir “admirándola”. La muchacha se apercibió del súbito interés que en aquél más que odiado invasor se despertara, y casi se puso a temblar esperándose una de aquellas salvajes agresiones sexuales extra con que tan a menudo últimamente venía “obsequiándola”

Pero no pasó tal; simplemente siguió mirándola atentamente, para en un momento, señalándose a sí mismo, decir

·      Ya (yo, en ruso) Frriitz… Frriitz… Frriitz…

Y repitió el “Frriitz” varias veces más. Luego cayó, mirlándola casi anhelante; la fémina enseguida entendió que su captor quería que ella repitiera tal nombre… Y lo hizo… Ni se sabe cuántas veces antes de dar un “Fritz” hasta punto más o menos aceptable. Entonces Fritz Lange palmeó las manos y gritó de alegría como chiquillo con zapatos nuevos, lo que no pudo por menos que hacer sonreír a la “prisionera”, pues su captor le pareció eso exactamente, un niño… Grande, desde luego, pero niño a fin de cuentas. Al fin, Fritz lange dejó de gritar para decir

·      ¿Ti? (¿Tú?, en ruso)

La mujer entendió al vuelo que él quería saber su nombre, y mansa como una corderita, se lo dijo

·      Schanna… Schanna Ivanovna Babaiev…

Fritz Lange repitió el nombre escuchado casi con religiosa veneración

·      Schanna… Ivanovna… Babaiev… ¡Suena muy bien!... Schanna Ivanovna Babaiev… ¡Es un nombre precioso!... ¡Precioso!... ¡Casi tan bonito como tú!

Y Fritz Lange volvió a quedarse absorto mirando a la muchacha, para al momento añadir

·      Eres muy, muy bonita Schanna… Tu rostro, tus ojos, tu pelo, tus labios…

Fritz entonces llevó una mano al rostro de la joven y acarició sus mejillas, bueno, su mejilla, con ternura manifiesta. Ella, Schanna, supo que la acababan de decir cositas tiernas, que acababan de alabar su ser de mujer… Que el odiado alemán fascista acababa de acariciarla con una ternura, un cariño, como nunca antes la acariciaran… Schanna había tenido algún novio, algún chico, con quien hubo sus más y sus menos, pero acariciada así nunca hasta entonces lo había sido…

Miró a aquél hombre con curiosidad… ¡Qué cambio, Dios!, se habría dicho si creyera en Dios, pero como no creía en Él puede que se encomendara a los “padrecitos” Lenin y Stalin… Estaba fascinada por aquél ser tan incomprensible para ella… Pero lo cierto es que sentía una más que grata sensación al sentirse admirada en la forma que veía … No, admirada no; venerada cuadraría mejor con lo que en esos momentos veía en los ojos de aquél increíble hombre… Hasta aquella mañana afrentándola salvajemente y ahora…

El cabo, de improviso, se levantó casi que de un salto y a Schanna se le erizó el pelo al presentir lo peor, el fin de aquél momento mágico, casi místico, pero se tranquilizó cuando él se empezó a dirigir hacia la puerta, mientras decía aquello que siempre oía cuando su captor se disponía a salir por la comida o la cena pero que ella ni idea de lo que decía

·      Enseguida vuelvo Schanna

Schanna Ivanovna quedó sola en el establo cuando el cabo alemán salió por la puerta. Para entonces, estaba ligeramente erguida sobre el montón de paja y se tendió por entero, boca arriba. Su mente divagó por unos minutos. Se sentía algo mejor que antes, pues la tensión de los días anteriores prácticamente se había esfumado ante el cambio casi radical de su captor hacia ella

Se sentía más segura, esperanzada en que las agresiones sexuales a que hasta entonces él la sometiera podían haberse terminado y, quién sabe si aquél hombre, por finales, no consentiría en liberarla y dejarla regresar con los suyos. Pero al propio tiempo se decía que, realmente, no había base alguna para abrigar tales esperanzas; que, lo más seguro, aquella misma noche se reiniciarse su tortura sexual.

Un rato después, algo menos de una hora, Fritz Lange estaba de vuelta con la cena y Schanna despertó del ligero sueño en que cayera al poco de encontrarse de nuevo sola. El alemán, como solía hacer desde el primer día, le arrimó el cajón, puso sobre él las viandas y le desató las manos para que pudiera comer tranquilamente. Y, también como acostumbraba, amenizó la cena con el rasgar de la mandolina y su voz, cantando al amor del instrumento.

Ella acabó la cena y él entonces sacó de la bolsa donde siempre llevaba lo que le podía percanzar, un trozo de pastel que parecía decir “Comedme”, poniéndolo sobre el cajón y cortándolo en dos mitades

·      Me lo acaban de mandar de casa; lo ha hecho mi madre y está riquísimo, ya lo verás

La mujer tomó su trozo de pastel y, a ligeros mordisquitos, lo fue comiendo, en tanto el captor-anfitrión lo deglutía en menos que se tarda en decirlo

·      A que está bueno… Es que mi madre tiene unas manos… Seguro que os llevaríais la mar de bien si la conocieras…

Al poco, Schanna acabó su trozo de pastel y Fritz recogió cuanto había sobre el cajón, la mermita donde le trajera un poco de guisado de patatas y carne y lo que no había comido, metiéndolo en la bolsa. Luego se llegó hasta su lado, sentándose junto a la chica, y reinició su “concierto de mandolina y voz”. Pasó el tiempo, algo más de una hora, y por fin el cabo Lange se levantó. Colgó el músico instrumento del clavo donde solía dejarlo y, volviéndose hacia Schanna le hizo señas, señalando hacia el exterior, en clara invitación a que ella saliera a aliviar sus fisiológicas necesidades. Ella aceptó y juntos salieron a la parte posterior donde ella se alivió.

Regresaron al interior y, como cada noche, él procedió a atarla de nuevo, solo que esta vez las manos, amén de dejárselas por delante y no a la espalda, lo hizo de forma que cincuenta-sesenta centímetrosde cuerda mediara entre ambas muñecas, lo que mejoró bastante su libertad de movimiento, manteniendo totalmente libres las femeninas piernas.

Desde aquella tarde se hizo normal que el cabo Fritz Lange extremara con su prisionera las atenciones hacia ella, a lo que se sumó el respeto a su persona, pues el cabo alemán cercenó por completo sus “obsequios” sexuales. A menudo aparecía por el establo con un ramillete de flores silvestres, pequeñitas, del tipo de las margaritas, amapolas etc., recogidas por él mismo a través del campo circundante.

Hasta encontró un modo, ingenioso, para establecer comunicación directa entre él y su cautiva: Un diccionario Alemán-Ruso/Ruso-Alemán más un lápiz y una libreta: Él buscaba en el Alemán-Ruso lo que quería decirle a ella, lo escribía y pasaba a la chica lo escrito; luego ella, mediante el mismo sistema, pero Ruso-Alemán, expresaba al alemán su respuesta o lo que quisiera decirle o preguntarle. Usando los verbos en infinitivo, claro, pues entrar en tiempos verbales sería demasiado.

El sistema era más bien tosco y un tanto ingenuo, pero permitió que Fritz Lange se explayara a modo describiendo a su familia y su tierra, su añorada falda del Grober Feldberg con sus valles, sus bosques… Y la vida diaria en aquella más aldea que pueblo donde él naciera casi treinta años atrás. Parecerá exageración o cuento chino, pero lo cierto es que Schanna Ivanovna entendió prácticamente todo cuanto él le contaba; hasta llegó un momento que le agradaba escucharle en su lengua alemana, pues las añoranzas de su familia, del terruño, en voz alta se entremezclaban con la escritura en la libreta de lo encontrado en el diccionario

En un principio Schanna se limitaba a escuchar, leer lo que él le pasaba y, casi lo máximo, responder con lacónicos monosílabos; lo más de lo más eran más que cortas frases como esbozos de respuesta a algo más complicado de lo normal, pero sucedió que poco a poco también ella fue respondiendo más cumplidamente a las cuestiones que él le iba planteando. Incluso, también ella, por su cuenta, y animada por la añoranza de la tierra que las palabras del hombre le transmitían empezó a hablar de todo aquello que en su vida la guerra trastocara: Su familia, su casa, su propio terruño

Así, Fritz Lange supo que ella era de Kazajstán, región deKaragandá. Sus padres, campesinos, tenían una pequeña granja al suroeste de la capital del Oblast(3). Para entonces su familia se reducía a su madre, un hermano mayor y ella misma, pues el padre había muerto cuando la hambruna de 1932-33(4).

Los días siguieron transcurriendo en tales condiciones hasta que, a los más o menos veinte desde que Fritz Lange la capturara y unos diez o doce a partir de aquél nuevo trato que él la dispensara, una noche, al filo de la madrugada, el alemán se levantó de la paja donde había estado recostado en la pared, junto a la muchacha y soltó la cuerda que la mantenía sujeta a la argolla de la pared, indicándola que se dirigiera a la puerta de salida.

Tremendamente extrañada hizo Schanna Ivanovna lo que él la indicaba y, ya fuera del establo, Fritz la continuó dirigiendo hacia la ribera del río. Llegados allí, él apartó un montón de ramas y hojarasca que caía sobre el agua y apareció en la despejada superficie un bote neumático con dos remos. El cabo alemán hizo que la joven entrara en la embarcación, embarcando a continuación también él.

Empezó a remar en silencio hacia la otra orilla atracando el bote cuando hasta allá llegaron atándolo a unas ramas bajas de la orilla soviética. Luego, inopinadamente, lanzó a Schanna al agua, haciendo que se remojara bien remojada, del pelo a los pies, hasta que, chorreando agua a más y mejor, la izó, pero para pasarla al instante del bote a tierra enjuta, sobre la orilla “roja” del río.

Le cortó las ligaduras de las muñecas con el machete que al momento puso en la vaina de la muchacha, pendiente del cinturón del uniforme que aún se mantenía en su sitio; le puso en la mano un papel hecho dobleces que, indudablemente, contenía algo metálico, y volviendo al bote Fritz Lange empezó a remar rumbo a su propia orilla “azul”, alejándose de la desconcertada Schanna Ivanovna Babaiev.

El papel envolvía una chapa metálica, la de identificación del cabo del “Heres”  (Ejército) alemán Fritz Lange y una misiva en la que le decía que no sabía cómo ni de qué modo, pero que día a día había ido enamorándose de ella perdidamente; que abominaba de todo el mal, el daño, que le había hecho y le pedía perdón por ello. Que tampoco sabía bien por qué la retuvo hasta ahora; puede que por mantenerla a su lado, junto a él para poder seguirla viendo o tal vez en un imposible sueño más que deseo de que ella, algún día, correspondiera su cariño, pero que el buen sentido se impuso en él, haciéndole ver que lo mejor era eso, devolverla sana y salva al lugar donde la tomara tan torpemente

Le daba el cuchillo, el machete alemán reglamentario, y su chapa de identificación para que dijera que, en un descuido de él, le había arrebatado el arma y acuchillado hasta matarle; y el “remojón”, para decir que había atravesado el río a nado. Por finales, le pedía que, al menos, no le odiara

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La guerra por fin acabó y Schanna Ivanovna Babaiev fue desmovilizada por lo que volvió a su granja y terruño de Kazajstán. Su hermano mayor había caído a mediados de Marzo de 1945 en Pomerania, ya en suelo alemán, por lo que cuando regresó a la granja sólo estaban allí su madre y ella. Luego, durante el invierno 1948/49 a su madre se la llevó un triste catarro que acabó en pulmonía, con lo que ya quedó ella sola como único habitante de la granja.

Pasó 1949, 1950 y 1951 para dar paso a un día de finales de la primaverade 1952. Ese día, como solía hacer desde que volviera del Ejército, tan pronto desayunó Schanna fue directa al establo, a atender a sus animales; con una horca de madera en la mano se llegó hasta el fondo del establo, donde se hacinaba paja y heno a discreción, dispuesta a llevar lo necesario hasta los pesebres de los animales. Entonces fue cuando lo vio, allí, medio enterrado entre el heno, oculto el rostro, vuelto hacia la pared. Lo que casi primero llamó su atención fue el abrigo, tremendamente raído, pero aún más mugriento que ralo; en su hechura el inconfundible color gris, al instante reconoció la uniformidad de la Werhmacht, de los odiosos soldados alemanes que invadieran la URSS…

Miró pensativa la horca que su mano sostenía, como si calibrara las posibilidades de someter con ella al intruso, y su cálculo debió ser negativo pues al fin se dirigió, en el mayor sigilo, a la puerta del establo, echando a correr hacia la casa tan pronto se vio fuera del edificio. Una vez allí requirió su viejo compañero a lo largo de los cuatro largos años de guerra, su fusil Mosin Nagant; metió en su cargador cinco cartuchos, lo máximo que podía almacenar y en un vuelo regresó al establo. Una vez allí se encaró, resuelta, con el alemán durmiente. Le apuntó con el arma, tranquila, segura, le arreó un verdadero patadón al tiempo que gritaba aquella vieja expresión intimidatoria

·      ¡¡¡Quieto alemán!!!

El “nemetsky” fugado al momento se despertó, sobresaltado, y volvió el rostro hacia donde partía la voz que le despertó y, al instante, a Schanna se le puso el corazón en la garganta, helándosele la sangre en las venas. Las dos expresiones sonaron casi al unísono

·      ¡¡¡Dios mío, Schanna, no es posible!!!... ¿De verdad eres tú?...

·      ¡¡¡Fritz!!!... ¡¡¡Fritz Lange!!!

Sí, el “nemetsky” era el cabo alemán que la capturara allá, junto al Sozh… Fritz Lange se había semi incorporado hasta ponerse más o menos de rodillas ante Schanna Ivanovna.

·      ¡¡Te lo suplico Schanna!!... ¡¡Por Dios te lo ruego, no me entregues; no m entregues vivo!!... ¿Sabes? ¡Estoy harto!... ¡Harto de huir, harto de esconderme, harto de estar constantemente alerta, asustado!... ¡Harto de vivir, Schanna!... ¡No puedo más; no aguanto más!... ¡Lárgame un disparo!... ¡Vuélame la cabeza, la tapa de los sesos de un disparo!... ¡Pero no me entregues vivo, Schanna; por favor, no lo hagas; no me devuelvas a “allá”!...

Schanna había bajado el arma y avanzó hacia él, despacio, insegura, casi tambaleándose. Llegó junto a Fritz y apoyó el fusil en la pared de madera del establo; luego se dejó caer al suelo, como si se derrumbara, hasta quedar sentada al lado del hombre, con la espalda apoyada en la pared, los brazos caídos y las piernas extendidas hacia adelante. Había entendido perfectamente cuanto el cabo alemán le dijera, de la primera a la última palabra, pero era ahora cuando entendía que el alemán le estaba hablando en un ruso más que comprensible, casi decente. Suspiró largamente

·      ¡Vaya, aprendiste a hablar ruso!... Con que te capturaron por fin… Y te has fugado…

Fritz Lange no le respondió y el silencio reinó en el establo durante minutos que se hacían eternos; ella, con la mirada perdida al frente, y él mirándola anhelante. Por fin Schanna, con gesto cansado, apoyándose en el fusil, se fue poniendo en pie e hizo intención de salir del cobertizo. Entonces Fritz se acabó de incorporar, poniéndose casi en pie para suplicar más que decir

·      ¡Por favor Schanna, no lo hagas!... ¡No me entregues vivo!... ¡Mátame antes, vuélame la cabeza, por favor, por favor!... ¡Sé que me lo merezco, que te hice mucho, mucho daño, pero ten compasión de mí como yo la tuve de tus dos camaradas, allá, a la orilla del Sozh; les acorté su sufrimiento rematándolas cuando ya no tenían remedio… Acorté su agonía de un disparo… ¡Haz tú lo mismo conmigo, Schanna!… 

Schanna se detuvo un momento y, volviéndose hacia él, dijo con una medio sonrisa en el rostro

·      Lo pensaré, Fritz; lo pensaré… Ahora vuelvo. De momento, vuelve a tumbarte… Descansa…

Schanna salió del lugar y Fritz se dejó caer en la paja de nuevo… Pero estaba más aterrado que otra cosa, pensando que los de la NKVD no tardarían en llegar para devolverle al campo de prisioneros de Siberia Occidental, del que lograra fugarse poco más de dos meses antes. Sí, los rusos le habían capturado dos-tres semanas después de que él liberara a la fusilera Schanna del Ejército Rojo, en la retirada alemana que siguió a que los rusos  reemprendieran su ofensiva a los dos días de que él dejara a Schanna en la orilla soviética del Sozh

Pensaba que más valía acabar, de una vez por todas, con la pesadilla que venía soportando desde hacía ya demasiado tiempo… ¿Cuántos años?... Cerca de diez… Sí, pensaba que lo mejor sería buscar algo con que dar fin al aquelarre en que su vida se había convertido, una cuerda por ejemplo con que ahorcarse, pero estaba demasiado cansado hasta para eso, levantarse, buscar y, finalmente, proceder al suicidio… No, mejor dejarlo para luego… Para más tarde… Para cuando pudiera, por fin, levantarse… De modo que siguió allí, sobre la paja y el heno, dejándose hundir en una especie de sopor, algo así como un híbrido entre el sueño, el sopor de la fiebre alta y el delirio febril…

Despertó ya de noche, con el cerebro todavía oscurecido por la neblina de la semi inconsciencia, por lo que aún tardó algunos minutos en ser enteramente consciente de cuánto le rodeaba; entonces se quedó enteramente sorprendido de estar acostado en una cama y sobre un colchón de verdad, hasta de lana y mullido. Pero todavía más sorprendido quedó cuando se percató de que a su lado, cubierta por una piel de oso y una manta por encima, pero fuera de la cama, dormía Schanna Ivanovna

No se lo podía creer… ¿Cuánto tiempo pues llevaba durmiendo?... Porque, evidente, que él, por su pie, allí no había llegado… Así que, tampoco le había entregado a la NKVD como estaba convencido que haría. Fijó sus ojos en el rostro de la mejer que, plácida, dormía a su lado y lo encontró más bello que nunca. Llevó su mano derecha a esa faz y la acarició con suma dulzura y delicadeza, algo que parecía impropio de un ser como él, abundante en casi todo excepto en sensibilidad, pero ante aquél ser que, la verdad, adoraba con todas las veras de su alma, Fritz Lange era tierno y sensible hasta la saciedad.

A la caricia la mujer se revolvió un tanto, reaccionando en forma de acercarse más a él, hasta casi pegar su cuerpo al de Fritz Lange, que sintió en su cara el cálido aliento de la femenina respiración; la calidez, incluso, que su cuerpo de mujer desprendía. Él se quedó quieto, casi petrificado, ante el riesgo de despertarla, al tiempo que una muy particular dicha le embargaba todo el cuerpo por mor de la cercanía del amado cuerpo femenino.

Tardó en poderse volver a dormir, por una parte por el nervioso cosquilleo que la situación creada le producía, en una mezcla de intenso placer y, al propio tiempo, de tremendo y casi inexplicable miedo que aquello también le inducía; y sin tampoco olvidar, al efecto, el más dolor que otra cosa que ese estar absolutamente quieto para no molestar ni despertar a esa más que querida mujer, indudablemente, así mismo le generaba

Al fin lo consiguió o, por más fielmente expresarlo, fue el cansancio lo que acabó por imponerse, sumiéndole en un sueño profundo, enteramente placentero. Despertó cuando el sol entraba a raudales por una ventana abierta a la estepa cazaja o cazaca, (Kazajstán, o Kazajistán, como también se dice, significa, literalmente, país o tierra de los cazajos o cazacos, etnia autóctona y ancestral del territorio) y paseó la vista por el entorno que le rodeaba.

La cama, el armario que campeaba a la izquierda de la cama, adosado a la pared frontera a la ventana y en la que se abría la puerta de acceso, y el arcón posado a los piés del tálamo, que realmente no lo era, pues no se había dado intimidad alguna entre el alemán y la rusa. Todo ello de roble macizo, cuyos árboles, lo más seguro, algún que otro siglo haría desde que se talaran. Su factura era tosca, de eminente vocación utilitaria mucho antes que estética, pero esa misma tosquedad daba encanto al conjunto mobiliario, pues hablaba de hogar, de familia, de amor del hombre que lo construyera hacia los suyos, su mujer, sus hijos…

Tampoco faltaba en esa habitación el toque femenino, seguro que de la mano de Schanna Ivanovna, en las cortinillas que velaban la espléndida luminosidad que se adentraba por la ventana, primorosamente cosidas, en sutil tela asemejada a la seda, la gasa, y estampada en alegres motivos de ramaje, flores y pájaros multicolores, destacando el verde de las ramas y tallos de las flores, el rojo, rosa, blanco y amarillo en que aparecían coloreadas las flores, y los tonos, por un lado, oscuros, del negro intenso al gris oscurecido, y por otro claros y alegres del azul claro, el verde intenso y el amarillo chillón de las aves.

Pero lo que más llamó su atención, por incongruente en el hogar de una mujer supuestamente atea, dada su aparente firme fe comunista,  acendrado culto a los “padrecitos” Lenin y Stalin fue el icono religioso de una Virgen, una imagen de la Madre de Jesús, el mortal hijo de Dios, el que fuera Dios verdadero pero también Hombre verdadero, en la esquina, a la derecha de la cama, formada por la unión de la pared a la que se adosaba la propia cama y aquella otra donde la ventana se abría.

Por fin, intentó levantarse, ponerse en pie, incorporándose en la cama hasta sentarse, sacando las piernas hacia fuera de la cama, hasta apoyar los pies en el suelo. Se irguió cuan largo era, poniéndose totalmente en pie, pero al punto tuvo que agarrarse al cabecero de la cama para no caer redondo al suelo, pues de inmediato se sintió por entero mareado, dándole vueltas la habitación a todo su alrededor. Se volvió a sentar por fin en la cama, incapaz de tenerse en pie. Entonces, por la puerta, apareció Schanna, que al momento se precipitó hacia él

·      ¡Pero te has vuelto loco, Fritz!... ¡Vuelve a la cama, cabeza de chorlito!

·      ¡Dios, y qué mareo que me entró tan pronto me puse en pie!... ¡Si no me agarro a la cama me caigo!

Schanna había llegado junto al quebrantado Fritz Lange, ayudándole a volver a entrar en la cama.

·      Venía a ver cómo estabas; si por fin habías despertado… No me extraña que no te tengas aún en pie… ¡Menudo susto que me diste, cuando te vi allí, tirado en el establo!... No había manera de que despertaras… Tenías mucha, mucha fiebre… Delirabas… Estuviste ardiendo, febril, y delirando cinco días; luego, antes de ayer, te empezó a bajar la fiebre y fuiste dejando de delirar… Ayer la fiebre te bajó todavía más y empezaste a dormir sin convulsiones… Con casi total tranquilidad… Hasta diría que profundamente…

·      ¡Con que llevo durmiendo una semana!... ¡Dios!... ¡Ni percatarme de ello!...

Schanna rió alegre.

·      ¡Sí Fritz, una semana!... ¡Y lo asustada que estaba!... No sabía qué hacer; acudir al médico, amén de problemático, pues hasta Karagandá no hay ninguno, era peligroso… Para ti y para mí… Bueno, más para ti, pues yo, con entregarte a la NKVD, todo resuelto… Pero no quería, no quiero, hacerlo… La guerra, por suerte, ya acabó; si te hubiera encontrado en nuestra ofensiva, sin dudarlo un segundo, te habría matado…pero con la guerra acabada… Además… Bueno; dejémoslo todo para luego… Cuando estés ya del  todo repuesto...

Cuando Fritz estaba ya en cama, de nuevo bien acomodado, Schanna marchó de la habitación para enseguida regresar con una bandeja de madera, con patas, que colocó ante Fritz, sobre sus piernas, estando él erguido, sentado sobre la cama. En la bandeja un buen tazón, de esos de loza basta, cuarteada por los años y descascarillada acá y allá, repleto de leche caliente; además un enorme plato con dos huevos fritos y tres o cuatro lonjas de tocino, pasadas por la sartén, más pan; un pan…un pan blanquísimo, blando, exquisito.

A Fritz, nada ver aquello, la boca se le hizo agua, amén de darse cuenta de que tenía un hambre feroz…un hambre de lobo hambriento… Y claro está, aquello duró en tazón y plato lo que un pastel a la puerta de un colegio… Schanna le preguntó si quería más, si tenía más hambre, pero Fritz le respondió que no; que estaba más ahíto que otra cosa…

Siguió durmiendo casi todo el día, sin que Schanna le despertara al medio día, cuando ella se tomó un tente en pie de leche con sopas de pan, para volverse a despertar cuando la tarde iba ya algo más que avanzada después de las cinco, P.M., según los usos americanos. Se levantó y se sintió más seguro que cuando lo hiciera por la mañana, ya que no se mareaba ni la habitación le daba vueltas… Milagros de la cumplida alimentación… Echó a andar y, aunque entonces sí se sintió algo mareado, algo inseguro, fue capaz de llegarse hasta la cocina sin novedad digna de mencionarse. De nuevo Schanna se llevó las manos a la cabeza tan pronto le vio aparecer por allí, pero él la tranquilizó diciéndole que según andaba se encontraba mejor, menos mareado y más seguro.

Se sentó a la mesa mientras ella trajinaba por aquí y por allá, estableciendo una conversación de lo más baladí. Schanna puso al fuego del hogar un gran balde de cinc lleno de agua que al cabo de alguna hora empezó a bullir hirviendo; así lo dejó otro rato más, quince o veinte minutos, mientras ella salía hacia el cobertizo de los aperos, de donde trajo una gran tina de madera, en la que vertió el agua hirviente, para seguidamente vaciar en la tina otros dos baldes de agua recién traída del pozo, más helada que fría por tanto

Fritz, que había estado observando, intrigado, los tejemanejes de Schanna con el agua, quedó casi horrorizado cuando la muchacha le pidió que se desvistiera por entero y se metiera en la tina para más que lavarle, refregarle, dado el “aroma” que expedía su cuerpecito serrano… El muchacho aducía que cómo se iba a quedar en “porreta picada” ante tamaña damisela, mas la damisela opuso que esa “porreta picada” no solo ya la había visto antes, sino que la cosa fue a bastante más…aunque sin su consentimiento, por lo que el bueno de Fritz no tuvo más remedio que entregarse en manos de aquella más bien deslenguada damisela, rindiéndosele sin condiciones, como el Reich de Los Mil Años se rindiera a la URSS y demás potencias aliadas en Mayo de 1945.

Y de ver resultaron los refregones que la animosa Schanna le arreó al pobrete del Fritz Lange, que así le dejó la pelleja, más colorada que cierta parte de la anatomía de las monas. Pero la verdad es que si se descuida el mocetón, hasta pierde peso, de la mugre que Schanna arrancó, nunca mejor dicho, de su serrano cuerpecito, que salió de la tina la mar de limpito y, si apuramos, hasta bien oliente por el jabón, y eso que éste era de pura sosa mezclada con todo tipo de grasas salidas de la sartén de Schanna.

·      Te quedará bien la ropa de mi hermano… Eres muy parecido a él… Hasta en tu carácter… Bueno, algo más bruto que él era… Pero no tanto, la verdad

Ya “acicalado” Fritz, Schanna se afanó en llevar a la mesa cuanto había preparado para la cena, sentándose los dos a la mesa, uno frente al otro

·      Verás Fritz, yo quería decirte algo… Necesito un hombre en casa… ¡Oye “salido”, no me entiendas mal, que no es en la cama! (y es que a Fritz Lange se le habían iluminado los ojillos a eso de “Necesito un Hombre”, que ya, ya…Y claro, al oír lo de “nones” al “respective”, se dijo algo así como “Qué poco dura la alegría en casa del pobre) Lo que quiero decir es que necesito lo brazos de un hombre para que me ayuden a sacar la granja adelante… Merece la pena Fritz, merece la pena… Yo me mato trabajando para sacar bastante menos de lo que se podría sacar si unos brazos fuertes trabajaran la tierra, los animales… Conmigo también, claro… Vivirías bien aquí… Libre, sin problemas… Podrías hasta ser feliz viviendo aquí, en Kazajstán…

Pero sucedía que a Fritz Lange el plan de Schanna Ivanovna no le parecía tan bien… Y no tanto por él como por ella misma

·      Schanna, me parece muy peligroso lo que dices… Lo que me propones… Y más para ti que para mí… ¿Qué pasaría si la NKVD acaba por descubrirme?... A mí, la verdad, que poco… Lo máximo que me mataran tan pronto me capturaran… Pero… ¿Y a ti? ¡Irías derecha a un campo de concentración!... Además, yo no hablo el ruso del todo mal, pero mi acento…

·      No pasaría nada Fritz… Vivir aquí es casi como hacerlo en el centro de la nada… Esta granja es una excepción a lo normal en esta región, mayormente hasta yerma… Está muy escasamente habitada, a no ser la capital, Karagandá, que es un importante centro minero-siderúrgico… Por aquí apenas si tengo vecinos, otro par de granjas a no menos de quince, casi veinte verstas (Una versta, unos 1070m)… Y por lo de tu forma de hablar el ruso, no te apures; no son pocos los ciudadanos de por aquí que hablan prácticamente como tú; son los alemanes de la región del Volga, deportados a Kazajstán en 1941, tan pronto como nos atacasteis(5)

En fin, que Fritz Lange acabó aceptando de plano la propuesta de la mujer, por lo que desde el mismísimo día siguiente se puso manos a la obra, trabajando en la granja codo con codo con la muchacha. Él se ocupaba en las faenas más duras, trabajar la tierra particularmente, empujando el arado del que tiraba un poderoso caballo, en tanto ella se ocupaba principalmente de los animales, amén de las labores de casa, aseándola a diario, cocinando para los dos, lavando, tendiendo y planchando la ropa. En fin, una labor no menor que a la que Fritz se dedicaba.

Tuvieron visitas, no muchas, pues como Schanna le dijera, no proliferaban los vecinos, pero alguna sí que tuvieron, amén de los viajes a la aldea cercana, para vender parte de lo que la granja producía y/o comprar lo que necesitaran y la granja no produjera, herramientas y aperos principalmente, pero también telas, pieles, incluso algún “delicatesen” culinario para celebrar domingos y tal, que no sólo de pan vive el hombre… Y cómo no, algo de vodka, que a Fritz bien que le gustaba beberlo de vez en cuando y, a qué no decirlo, también a la esforzada Schanna le gustaba tomarlo en alguna que otra celebración medianamente importante. A tales visitas y conocimientos aldeanos Schanna le presentaba como su “compañero”, cosa que a nadie extrañaba, con lo que Fritz Lange, Yuri Vasilievich en tales ocasiones, lo único que recibía eran parabienes y muestras de amistad, que en verdad lo eran. Lo que nunca hicieron fue que Fritz fuera a Karagandá, la capital del Óblast, por si las moscas, pues por allí sí que abundaban los agentes, milicianos mejor dicho, de la NKVD.

Así iba pasando el tiempo, los meses, semanas y días y Fritz Lange hasta se sentía feliz y contento en aquella granja y con aquella vida. Llegó el invierno 1953-54 y con él una noche de fines de Enero de 1954, realmente algo más que gélida. Los dos, Fritz y Schanna, se habían ido a dormir como de costumbre, a eso de las nueve-diez de la noche, ella al famoso dormitorio de cama doble donde acostara a Fritz Lange cuando su estado febril, y él en la cocina, la única otra pieza de la casa, donde antes durmieran Schanna y su hermano en sendos jergones de paja, uno de los cuales era el que acogía ahora al alemán.

Pero hete aquí que ya de madrugada, sobre la una, aparece por la cocina Schanna Ivanovna en camisón de dormir y se acerca al camastro donde Fritz plácidamente dormía al amor del fuego de la chimenea que constituía el hogar donde ella cocinaba. Apartó las mantas y se metió dentro de la improvisada cama, arrimándose más que de veras a Fritz Lange, que entonces se despertó, más que nada porque la mujer le arrimó unos pies casi tan gélidos como el exterior, cubierto enteramente de hielo más que nieve

·         En mi cama tengo mucho frío Fritz. ¿Me dejas que duerma contigo?

Fritz se quedó sin habla, sin saber muy bien si estaba en el Cielo o en el Infierno, porque la pretensión de la mujer se las traía… Su sueño desde que de ella se enamorara, allá junto al ríoSozh, pero que también podía ser su Infierno recordando lo que ella le dijera: “No me entiendas mal, que no es en la cama”…  

·      Schanna, es peligroso lo que dices… Sería mejor que tú te quedaras aquí, al calor de  la chimenea y yo me vaya a la habitación

·      ¿Y por qué va a ser peligroso?

·      ¡¡¡Schanna, por Dios!!!... ¡¡¡Que no soy de piedra!!!... ¡No me quedaré quieto, Schanna, contigo a mi lado… Tan cerca… Sintiéndote a ti… Tu calor… Tu aroma, el de tu cuerpo… Ese cuerpo que me enloquece con sólo verlo…

Schanna se rió con ganas; luego se arrimó todavía más al hombre, acariciando su rostro con toda ternura, con todo cariño, para seguidamente buscar sus labios, besándolos largamente, con muchísimo cariño, pero también con infinita pasión

·      ¿Acaso crees que no lo sé? ¿Acaso crees que no sé, que no sabía cuando vine aquí, a tu cama, que no te quedarías quieto conmigo al lado?

Tras decir esto, Schanna se sacó por la cabeza el camisón que llevaba y lo lanzó a un lado. Luego volvió a arrimarse a él, abriendo sus piernas para pasar una por encima de Fritz, buscando el contacto más íntimo entre ellos. Aquello solo fue el primer acto de la noche más gloriosa que jamás pasara Fritz Lange en su vida, en brazos de aquella mujer que, en verdad, le volvía loco con nada más verla… Pero también la primera más maravillosa de la vida de Schanna, feliz entre los brazos de ese hombre, que una vez fue lo más odiado para ella, que luego el odio fue amainando hasta casi verle como amigo pero que últimamente, sin saber cómo ni por qué, se había ido metiendo en su ser, en su alma, poco a poco, sin siquiera darse cuenta hasta que ya fue demasiado tarde para prevenirse, porque un día supo que le amaba; que se moría por él, por tenerle entre sus brazos, por estar ella entre los brazos de él…

Quiso ahogar ese sentimiento, por impropio… Porque, en un principio, le dio mucho, pero que mucho miedo, mas fue imposible someter sus femeninas ansias de amor, de entrega al hombre amado, a la cordura de su cerebro… Y es que el cariño mujer-hombre/hombre-mujer, mal se aviene con la cordura, con el sentido común. Se ama porque sí, porque una/uno se enamora y eso es irrefrenable, está más allá de la mente, de la voluntad de esa una, de ese uno…

Fue, como ya digo, el primer acto de una noche de amor interminable, porque cuando los dos descansaban recuperándose de aquél primer “combate cuerpo a cuerpo”, ella propuso al que, sin duda alguna, desde aquella noche era su hombre, su marido realmente aunque ningún “papel” lo certificara por el momento y en mor a razones obvias, él no podía presentar documentación alguna ante las autoridades “ad hoc”, competentes al respecto, vamos, que se trasladaran a su habitación, a su cama de matrimonio que desde ya sería la conyugal de ambos, como antes lo fuera de sus padres y antes de los padres de su padre, sus abuelos paternos… Y antes aún, de sus bisabuelos y tatarabuelos paternos y así hasta ni se sabe qué generación… La cama donde nacieran sus antepasados masculinos, ella misma y su hermano…

Fritz, con mucha chanza le inquirió si no tenía frío en esa habitación y cama, a lo que ella, riendo y dándole un tenue azotito en la cara, repuso

·      ¡Pero qué tonto eres Fritz!... ¡Tenía frío, sí; mucho, mucho frío!… Pero porque me faltabas tú a mi lado... Me faltaba el calor de tu cariño… De tu amor… Ya no tengo ni tendré nunca frío porque te tengo a ti… Porque siempre ya te tendré conmigo, en nuestra cama… Ni tampoco tú volverás a tenerlo porque siempre ya me tendrás a mí contigo, a tu lado… Por siempre ya, cariño mío, tendrás mi amor…

Y en aquél dormitorio, en aquella cama, que desde ese momento serían el dormitorio y cama conyugal de la pareja, la noche de amor prosiguió mientras los cuerpos aguantaron, que no fue poco

A partir de tal noche el tiempo siguió transcurriendo para los dos, Fritz Lange y Schanna Ivanovna, en parte como antes, trabajando ambos con denuedo, hasta casi agotarse, pero las noches cambiaron radicalmente, pues cuando los dos se reunían en la cama, el cansancio, el agotamiento, desaparecía de sus cuerpos para ser rebosados por el amor y la pasión inherente a él, reproduciéndose muchas, muchas noches, casi todas, y ello por no decir todas, aquella primera noche en que ambos se amaran hasta el delirio

Y con el transcurrir del tiempo sucedió que Schanna Ivanovna fue alumbrando hasta cinco criaturas, cinco hijos, tres chicos y dos chicas, que la mujer ofreció a su marido como fruto de su inmenso amor. Cinco hijos que nunca supieron que por sus venas corría sangre alemana, convencidos de que sus genes eran, por igual, cazajos y rusos; rusos y cazajos. Porque desde que Schanna quedara embarazada del primer hijo de la pareja, Fritz Lange quiso dejar de ser, oficial y particularmente, el cabo alemán de tal nombre, para convertirse, a todos los efectos, en el “mujik” ruso Yuri Vasilievich, y por más señas, Kamenev por apellido familiar, por lo que Schanna Ivanovna Babaiev también dejó de llamarse así para ser Schanna Ivanovna Kameneva. Y claro, sus hijos fueron Yurievich Kamenev

Fritz Lange, devenido en Yuri Vasilievich Kamenev nunca volvió a Alemania; nunca volvió a saber nada ni de sus padres ni de sus hermanos… De nada que con su ya casi olvidada personalidad alemana tuviera que ver, convertido en cuerpo y alma en campesino soviético. Juntos fueron envejeciendo Fritz/Yuri y Schanna a lo largo de muchos, muchos años compartidos, trabajando y amándose cada día con más y más intensidad.

Curiosamente, nunca tuvo Fritz Lange/Yuri Vasilievich Kamenev el más leve sobresalto. El entorno de la granja fue poblándose, con lo que los vecinos un tanto cercanos proliferaron en nuevas granjas, pero sobre todo Koljós  y Sovjós(6), lo que hizo que las relaciones con los vecinos se hicieran cada vez más fluidas, más frecuentes,  hasta el punto de tener incluso amigos un tanto íntimos; para todos él era el campesino ruso Yuri Vasilievich Kamenev, marido de la campesina Schanna Ivanovna Kameneva, y así fue conocido para siempre jamás, sin nunca precisar presentar documentación alguna, pues… ¿Acaso no era sobradamente conocido de todos?...

 

FIN DEL RELATO

 

NOTAS AL TEXTO

1.     Esta expresión “Rojo/Roja”, en este caso no tiene significado político; es, simplemente, la forma que, en argot militar se designa, genéricamente, al enemigo. En los mapas de Estado Mayor que detallan los movimientos de las unidades sobre el terreno, el bando propio es el “Azul”, en tanto que el que hace de “enemigo” es el bando “Rojo”, y con estos colores aparecen las “banderitas” o fichas que en los mapas representan las unidades sobre el terreno

2.     La S.D era un cuerpo policial dependiente de las SS, encargado de hacerse cargo de los prisioneros de guerra soviéticos. Según una orden emanada directamente del Cuartel General del Fürer Adolf Hitler, toda mujer capturada con armas en la mano, incluso miembros del Ejército Rojo, debía ser ejecutada en el acto; esta orden, en general, la Werhmacht no la obedeció, pero las unidades SD la cumplieron a raja tabla con las prisioneras a ellos entregadas, no siendo raro que antes de ahorcarlas las torturaran e incluso las violaran. También eran los encargados, en general, de acabar con los partisanos, que ahorcaban tan pronto los capturaban, asesinando incluso a los niños que capturaban en los campamentos de partisanos, pues eran familias enteras las que formaban parte de las partidas partisanas, incluyendo ancianos, mujeres y niños.

3.     Oblast es una forma territorial administrativa propia de la extinta URSS y mantenida en las actuales repúblicas ex soviéticas, excepto las bálticas, y en Bulgaria. Su entidad es equivalente a la de la provincia en la ordenación territorial europea y americana

4.     La hambrina de ese invierno fue horrenda, con millones de muertos por inanición. Pero lo curioso es que las zonas más afectadas fueron las grandes productoras de cereal, los “graneros de Europa”, Ucrania, el Cáucaso Norte y Kazajstán. La única fuente de divisas de la URSS era la exportación de cereal, y Stalin necesitaba muchas divisas para costear su programa de industrializar la URSS en su vertiente pesada, vital para la fabricación de tractores, pero también para la industria bélica. Las cosechas de 1932 habían sido catastróficas, lo que hacía peligrar las exportaciones de cereal y por lo tanto la entrada de divisas. ¿Solución? Apropiarse de todo el cereal que esas grandes zonas productoras habían generado, arrebatándoselas a los campesinos en su totalidad, con lo que les condenaba a morir de hambre ese invierno 1932-33. Pero esto tomó visos de genocidio en el caso de Ucrania. La cosa aquí tuvo indudable tinte de masacre étnica; ya en 1930-31 el gobierno de Stalin empezó a tomar medidas contra un creciente nacionalismo de esta República Socialista Soviética, encabezado en gran medida por el Partido Comunista Ucraniano, medidas que culminan hacia la primavera de 1932 con la detención y asesinato de toda la cúpula del Partido, reemplazada por comunistas ucranianos más “obedientes” al Kremlin. Luego, para el Otoño, cuando la gente de la NKVD no se contenta con expoliar todo el cereal que encontraba en pueblos y aldeas de la República, sino que arramblan con cuanto pueda servir de comida, incluso todo el ganado que encontraban. Luego, se procedió a cercar con alambradas y torres de vigilancia todas las áreas campesinas, convirtiendo toda Ucrania en un inmenso Campo de Concentración, del que sólo se salvaron las ciudades de importancia, pues ya para entonces comenzaban a ser grandes centros industriales, con lo que la población la formaban más masas obreras que campesinas. Así, que estos “Campos de Prisioneros” quedaron aislados de todo el resto de la URSS, pues no se permitía ni salir ni tampoco entrar a nada ni nadie en ellos, a fin de que no se les pudiera suministrar alimento alguno. Las víctimas de este genocidio se estiman entre los seis y los siete millones de personas, sólo en Ucrania. Para el Norte del Cáucaso se estima en alrededor del millón de personas; para Kazajstán no hay referencias mínimamente seguras, pero se considera que si las víctimas no alcanzaron el millón, faltaría poco. En total se estima que aquél invierno perecería de hambre, mínimo, entre los seis y los siete millones de personas. La Segunda Guerra Mundial, a lo largo de los cuatro años que duró, costó a la URSS unos 25 millones de muertos, entre militares y civiles; esto significa que las medidas de Stalin en aquél invierno 1932-33, supuso un 25%  de lo que la Guerra Mundial causó, pero sólo a lo largo de cinco o seis meses máximos. Actualmente, el gobierno ucraniano pide alas Naciones Unidas que se reconozca como genocidio lo que Stalin hizo con este país… El gobierno ruso se opone… Por cierto, la historiografía soviética, que reconoce la hambruna de 1923, de esta otra de 1932-33 no dice ni palabra, por lo que ha estado ignorada por el mundo hasta que a fines de los ochenta Mijaíl Gorbachov, el de la Perestroika, lo reconoció públicamente…

5.     En la URSS vive aún una población de origen alemán, descendientes de los que Catalina la Grande atrajo hasta su país. En 1941 toda esta población fue desterrada a Kazajstán y otras regiones, mayormente de Siberia, siendo casi todas estas personas internadas en  campos de concentración, donde muchísimos murieron. Les liberó Nikita Kruschov, pero sin poder regresar a sus lugares de origen.

6.     Hacia 1928-29, Stalin forzó la colectivización de la Agricultura, decidida desde los primeros momentos de la Revolución Bolchevique pero todavía no llevada, en su totalidad, a efecto, imponiendo la concentración de la tierra en Koljós y Sovjós. El Koljós era preferido por el campesino, pues le daba más libertad al funcionar a modo de cooperativa. La tierra era propiedad del Estado, que la cedía al Koljós, gratuitamente, en usufructo, facilitando, también gratuitamente, los medios necesarios para trabajarlo, desde  semillas hasta tractores y maquinaria agrícola. Cada “koljosiano” adulto, tenía derecho a poseer en propiedad una parcela de, máximo, 0,4ha. El Koljós entregaba al Estado una parte de lo que producía, quedándose el resto que se repartía entre los koljosianos en base a las horas trabajadas. La contrapartida era que el estado decidía lo que se sembraba y los animales que se criaban, por lo que no dejaba de ser una “economía dirigida”; en cambio, en las parcelas sobre las que el estado reconocía la propiedad individual del “koljosiano”, éste podía elegir lo que sembraba y los animales que criaba. Los Sovjós, en cambio, eran propiedad del Estado y los “covjosianos” asalariados, de manera que vivían del sueldo que el Estado, unilateralmente, les señalaba, proporcional a las horas trabajadas, sin poder quedarse con nada de lo producido en el “sovjós” 

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