Nuevos relatos publicados: 7

Si Fueras Mía 2

  • 11
  • 18.668
  • 9,61 (18 Val.)
  • 0

Cuando llegué a mi casa pasaban de la 6, entré sin hacer ruido consiente de que moriría pronto. Pero logré llegar con vida hasta mi recamara lo cual me hizo sospechar que mis padres seguían en el trabajo.

Respiré hondo antes de salir a revisar la casa.

Después de todo la suerte estaba de mi lado ese día. Había dormido en la escuela por horas sin tener un reporte, había estado en los brazos de mi profesora de literatura y luego ella me había invitado a comer.

Quitando la parte del desmayo y el terrible malestar mi día había sido perfecto. La profesora Navarro resulto ser una mujer inteligente, ingeniosa, elegante y evidentemente hermosa. No había dejado de hablar durante todo el almuerzo,  había leído un montón de libros, y yo no podía hacer nada más que contemplarla con fascinación. No supe en que momento desapareció la jaqueca. Ella tenía un poder especial para atrapar toda mi atención y mantenerme embobada, aun cuando ya no estaba frente a mí. Hacía apenas unos minutos que había salido de su auto y ya quería volver al colegio para verla.

Suspiré.

Tenía mucho que pensar pero realmente me sentía muy feliz como para ponerme a analizar las cosas y arruinar el momento así que era mejor concentrarme en mi tarea. Regresé a mi recamara dispuesta a expresar en cinco cuartillas mi opinión acerca del papel relevante de la literatura en el desarrollo de la humanidad.

Pasaban de las tres cuando puse el punto final, a pesar de todo lo que había dormido me tiré sobre la cama muerta de cansancio y al instante entre en un profundo sueño. Cuando sonó el despertador y abrí los ojos me encontré con las sabanas hechas un nudo, los cojines habían ido a para al piso y Europa caminaba sospechosamente sobre mi escritorio. Al notar que yo había despertado corrió fuera de mi habitación dejando huellas pequeñas huellas color azul.

Me levanté de un salto. Mis ojos fueron hasta las latas de pintura que tenía en una esquina donde desde hacía varios días estaba intentando capturar la granja de mis abuelos sobre un lienzo, luego vi las huellas azules que había dejado Europa, y luego finalmente las hojas sobre mi escritorio.

— ¡Maldito Gato! —Solté furioso.

Mi tarea se encontraba espantosamente decorada con las patas de mi mascota.

La profesora Navarro había sido muy atenta conmigo, y me había cuidado e invitado a comer y luego llevado a mi casa, pero seguía siendo mi profesora y cuando viera lo que Europa había hecho yo estaría en problemas con ella, y justo eso era lo que menos quería.

Me bañe lo más rápido que fue posible. Hice de mi largo cabello castaño una trenza para no perder el tiempo pasando el peine una y otra vez, y ni siquiera me moleste en maquillarme para cubrir mis pecas y mis terribles ojeras (ya se ocuparía Vero de mí más tarde.) Ni mucho menos tenía tiempo de desayunar, necesitaba llegar al colegio y pasar toda la tarea a limpio.

Me paré de puntillas en la esquina para mirar si no venía el autobús.

Era media hora de viaje, tiempo suficiente para trascribir la tarea y entregarle un trabajo impecable a la profesora Navarro.

“La profesora Navarro” dijo una vocecita en mi cabeza al mismo tiempo que un Ford fiesta blanco aparecía en la esquina.

 Baje la vista con el pulso acelerado y problemas de respiración.

— ¿Un aventón?

Fingí sorpresa.

—Profesora, buenos días.

—Buenos días, Ana —dijo mi nombre despacio como acariciándolo con sus labios rojos— anda sube al auto, me gusta llegar temprano.

Le obedecí.

— ¿Vive cerca de aquí? —pregunté cuando ella arranco el auto.

Dudó unos segundos.

—Me queda de paso —eso no respondía a mi pregunta.

No le insistí porque estaba más interesada en otra cosa. Su trabajo. No podía sacar las hojas y ponerme a hacer la tarea frente a la profesora. Puedo decir que teníamos una buena relación pero por la forma en la que había hablado ayer dejó muy en claro que no era del tipo de maestra que mezclaba el colegio con la amistad. Y eso me dejaba con tres opciones.

1)      Pasaba todo a limpio justo en sus ojos.

2)      Le entregaba la desastrosa tarea y le explicaba mi descuido.

3)      No le presentaba ningún trabajo.

El final de los tres caminos era un regaño y claro, retroceder el tramo que habíamos recorrido desde ayer por la tarde.

Y yo no quería eso, no quería que se enojara conmigo, ni mucho menos que se alejara temiendo que nuestra amistad me ocasionara problemas en su materia.

— ¿Tengo algo en la cara?

Bajé la vista avergonzada. Me había quedado mirándola como una idiota.

—Perdón yo… estaba pensando.

Me miró de reojo.

—Me da la impresión de que quieres decirme algo.

—No —contesto al momento— en realidad sí, pero…hum, creo que mejor no.

—Ok, ya no entendí —susurró y se detuvo en un semáforo, entonces aprovecho para mirarme fijamente— ¿Qué ocurre Ana?

—Es sobre su trabajo —murmuré dudosa.

Y ocurrió lo que tanto temía, su mirada se endureció.

—Lo quiero sobre mi escritorio a las 8 de la mañana sin excusas —puso su mirada en el camino a pesar de que aún no era momento de avanzar.

—Hice el trabajo pero… bueno, lo terminé en la madrugada y me quedé dormida… lo dejé en el escritorio a salvo pero Europa entró a mi habitación… nunca lo hace porque me odia, pero ahora sí lo hizo y se manchó las patas de pintura y arruino el trabajo… a propósito.

—No entendí nada —confesó poniendo el auto en marcha— para empezar ¿Quién es Europa?

—Mi gato.

—Qué alivio que no fue tu perro —dijo con sarcasmo como quien lleva años escuchando excusas estúpidas de estudiantes irresponsables.

—Digo la verdad —me defiendo sintiendo una punzada de enojo.

—Claro —susurra cortante.

Abro la mochila y busco entre mis cosas la carpeta con sus hojas.

—Sé que es un asco —admito mostrándole— pero la pasaré a limpio y a las 8 le entregaré un trabajo impecable.

Ella no dijo nada, estaba siendo injusta.

Bien.

Saqué mi libreta y empecé a copiar todo.

Cuando aparcó el auto frente al estacionamiento ya iba por la mitad. Guarde todo y salí del auto.

—Gracias profesora —murmuré y me alejé lo más rápido que pude.

En el enorme edifico unos cuantos alumnos recorrían los pasillos bostezando mientras arrastraban las mochilas totalmente desanimados. Y eso que apenas era el segundo día de clases.

Me senté en las escaleras para poder seguir copiando la tarea.

—Eres un desastre —murmuró Vero al llegar, cinco minutos más tarde.

La ignoré mientras deslizaba el lápiz lo más rápido posible sobre las hojas. Ella se sentó a observarme, me dolía la mano pero no dejé de escribir hasta que puse el punto final.

—Y aún faltan tres minutos —me celebró mi amiga.

—Vamos al salón.

—Hay que ir al baño antes.

—No otra vez —me quejé— la profesora ya llegó, debe estar en el salón.

—Necesitas maquillaje, solo serán dos minutos, anda.

La seguí desanimada.

— ¿Me dirás a donde te metiste ayer o lo averiguo yo? —preguntó mientras me delineaba los ojos.

 —Sólo salí a tomar aire, detrás del árbol, puse un poco de música y me quedé dormida.

Ella se rio.

—Bien en ese caso yo averiguo la verdad.

—Esa es la verdad —me defiendo.

—Claro que no.

Terminó de ponerme brillo labial y salimos casi volando al salón.

Todos ocupaban sus lugares y la profesora se encontraba recargada a su escritorio mirando nuestros asientos vacíos. Se veía tan irresistible.

— ¿Podemos pasar? —preguntó Vero detrás de mí.

—Adelante —murmuró con voz ronca.

Durante la mitad de la clase revisó los trabajos. La mayoría los regresaba no sin antes hacer comentarios ácidos sobre los errores de redacción en ellos. Sólo admitió dos trabajos y ambos se llevaron la calificación mínima, uno era el de un muchacho de rasgos asiáticos (no pude recordar su nombre) y el otro era el mío.

Nadie estaba muy contento. Pero ella hizo lo que mejor le salía en el mundo, ignorar la indignación de sus alumnos.

Finalmente el timbre que marcó el final de la clase se escuchó dejando a la profesora a mitad de una frase. Todos se levantaron y guardaron sus cosas antes de que ella lo ordenara.

—Señorita Orozco tengo que hablar con usted.

Vero me miró preocupada y al final fue la última en salir del salón. La conocía perfectamente como para saber que no le hacía gracia dejarme sola con la maestra.

Me sentí pequeña en mi asiento y aún más cuando sus ojos me acorralaron.

—Esta mañana ni siquiera tuve la amabilidad de preguntarte si habías vuelto a sentirte mal —dijo con suavidad.

—Estoy bien —susurré extrañada.

—Tu trabajo fue muy bueno.

—Gracias.

—Ana, perdón si me moleste contigo esta mañana. No me gusta la gente irresponsable ni quiero que pienses que vas a hacer lo que quieres en mi clase sólo porque ayer pasamos la tarde juntas.

 Me levante y puse la mochila en mis hombros. Esas palabras eran justo lo que yo esperaba pero de todas formas me lastimaron.

—Fue un  descuido terrible lo de mi gato, pero finalmente logré terminar el trabajo a tiempo y bueno yo me tengo que ir a clases…

Me tomó del brazo para impedir que me fuera.

—Espera un momento.

— ¿Qué ocurre profesora? —mi voz sonó cortante.

—No quiero que te molestes conmigo porque te llamo la atención. Lo hago porque me importas, como todos mis estudiantes. A pesar de que ahora mismo estén planeando como hacer que me echen.

—No la van a echar. Hemos tenido maestros peores, es cuestión de costumbre.

— ¿Peores?

—No quise decir eso —murmuré olvidando que estaba molesta y dolida—perdón.

—Me molesta que haya profesores peores que yo, en ese aspecto siempre me gusta ganar —dijo sonriendo.

—Pues en lo que a mí respecta usted lleva la delantera —me atreví a decirle.

Ella arqueó las cejas.

— ¿Quieres saber que opino de ti?

Mi corazón se aceleró, de nuevo la tenía cerca.

—No estoy muy segura.

—Aun así te lo diré, yo creo que eres la mejor de mis alumnas.

Sonreí incrédula.

—Va a cambiar rápido de idea, en cuanto me conozca.

—Leí lo que escribiste. Tú estilo al redactar, las palabras que empleas, el tamaño y la forma de tu letra, la tinta de tu lapicero… todos esos elementos ya me mostraron quién eres.

— ¿Y quién soy?

—Si almuerzas conmigo esta tarde te lo digo.

No estaba segura de haber escuchado bien.

— ¿Almorzar?

—Bueno si tienes otros planes…

—No, para nada. Me encantaría —hice lo posible porque mis palabras no delataran  mi emoción.

—Bien — susurró — una cosa más — se acercó y de nuevo pude aspirar el suave aroma de su fragancia —si te vuelves a desmayar que sea cerca de mí.

— ¿Qué?

Pero ella no añadió nada más y me llevó fuera del salón, cerrando la puerta en mis narices.

— ¿Qué? — pregunté de nuevo.

— ¿Con quién hablas? —Vero apareció a mi lado y se quedó mirando la puerta cerrada.

—Con la puerta —digo sarcástica y me alejó.

Mi amiga se la pasa interrogándome y yo me la paso ignorándola por el resto de la mañana. Al salir de la última clase 10 minutos antes de lo esperado conseguí quitármela de encima dirigiéndome a la biblioteca. Ella siempre dijo ser alérgica a ese lugar y yo también, pero la profesora Navarro me llevaba mucha ventaja respecto a los libros que había leído y por otro lado ese parecía ser su tema favorito, así que tenía que ponerme al corriente.

La biblioteca era enorme, y repleta de libros, pero después de recorrer los primeros estantes llegué a la conclusión de que encontrar algo interesante iba a ser realmente complicado. Mi proceso de selección consistía en sacar un libro al azar, pasar las hojas rápido pero al ver el tamaño de letra y la carencia de ilustraciones lo volvía a dejar en su sitio. Hasta que una página vieja salió volando de uno de ellos. Corrí a recuperarla pero llegue al mismo tiempo que alguien más.

— ¿A sí que Bécquer? —murmuró cuando nos pusimos de pie.

— ¿Qué?

—Bécquer — repitió y puso la hoja en mis manos.

La miré.

Era la Rima X y justo debajo el nombre del autor “Gustavo Adolfo Bécquer”

—Estoy buscando un libro.

Doble la hoja para guardarla entre las páginas.

—Ese poema me gusta mucho —susurró encogiéndose de hombros.

Desdoble la hoja y me recargue sobre el estante.

—“Los invisibles átomos del aire, en derredor palpitan y se inflaman…”

Leí despacio y ella se acercó más a mí para escuchar mejor. Inhale su exquisito aroma antes de continuar.

—“El cielo se deshace en rayos de oro,  la tierra se estremece alborozada”

Tragué saliva despacio, era consciente de su mirada atenta y de sus labios ligeramente entreabiertos.

—“Oigo flotando en olas de armonías, rumor de besos y batir de alas; mis párpados se cierran... ¿Qué sucede?”

—Es el amor que pasa.

Mi profesora susurró el final del poema tan cerca de mi oído que sentí el roce de sus labios.

Ninguna se movió, nuestros rostros estaban tan cerca que nos repartíamos el poco oxigeno que se colaba por el escaso espacio. Sentí una suave mano acariciar mi mejilla, alcé el rostro despacio para encontrarme con sus ojos…

(9,61)