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Un pervertido con poderes (2: Pepito grillo)

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Había salido eufórico del hospital, pero no sé por qué de repente la mala conciencia me cayó encima como una pesada losa. En el camino a casa apenas abrí la boca, sumido en mis pensamientos en el asiento trasero mientras mi mujer que conducía y su hermana en el asiento del copiloto charlaban, no tengo ni idea sobre qué, y eso que alguna vez me preguntaron preocupadas por mi silencio. Yo les dije que estaba bien, sólo un poco aturdido y me dejaron seguir en mi mundo. El recuerdo de lo que había pasado hace unos minutos en la habitación de ese hospital me parecía irreal a la luz del día, llegué a tener la idea de que hubiera imaginado todo, pero me bastó una comprobación simple (intentar decirle telepáticamente a Clara que se rascara la cabeza, cosa que hizo en el acto) para ver que no era así.

Sólo salí del mutismo cuando llegamos a la casa de mi cuñada y ésta nos dijo: "bueno, hasta esta tarde". La despedí cortésmente y pregunté mentalmente para que mi mujer me aclarara que esa tarde merendaríamos con la familia, que todos tenían ganas de verme tras el susto. La verdad, no me hizo mucha ilusión, tenía ganas de pasar tiempo solo, pensar en lo que podía ser mi vida a partir de ese momento, plantearme cosas que podría hacer con mi poder y sobre todo notaba que el sentido de la ética me quería importunar y no dejarme disfrutar alegremente como la noche anterior y esa misma mañana. Como Pepito Grillo con Pinocho, o, usando otra imagen de los dibujos animados, como ese angelito que aparece en un hombro intentando vencer al diablo que está en el otro. Notaba presión y mareo, sentía como si mi cabeza girara a muchas revoluciones por minuto, y fue la tónica del resto del día hasta que los invitados llegaron.

La velada fue muy agradable, tuve algunas miradas inevitables como siempre hacia mis cuñadas, pero antes de que se fueran mi madre y mis suegros sólo utilicé mis poderes para cortar de raíz algunas de las discusiones con las que solían estropear este tipo de reuniones. No quise con mi don acelerar el momento en que eso pasara, pero cuando los niños de mi hermano dieron muestras de cansancio le dije mentalmente a su abuela que se los llevara a su casa y los acostara como hacía muchas veces cuando los padres salían de fiesta y de paso convencí a los padres de Clara, Sandra y Miguel de que ya era tarde para ellos.

Éramos ocho ahora: cuatro parejas divididas a ambos lados de la gran mesa del salón. Yo tenía a mi izquierda a Clara, mi mujer, a mi derecha a su hermana Sandra y a continuación a su novio Arturo. Enfrente tenía a Miguel con su novia, Arantxa, y a Pedro, mi hermano, y su mujer, Laura. Anuncié a todos que a partir de ese momento íbamos a hablar de cosas muy fuertes, pero no quería que nadie se levantara de la silla, ni se alterara ni alzara la voz. Quería que de forma tranquila y civilizada hablaran con franqueza para ver si me ayudaban con mis tribulaciones. Todos asintieron, estaban bajo mi poder.

Les conté abiertamente lo que ocurrió desde que me desperté el día anterior en el hospital. Mi mujer en varias ocasiones, con mucha educación, me llamó cerdo, también me insultó mi cuñada Sandra pero sobre todo su novio por lo que le hice. En general todos hicieron comentarios, evidentemente la historia les resultó de todo menos anodina. Les pregunté su opinión sobre la duda que me corroía: ¿hice daño a esas mujeres de alguna forma?

-Pues claro, las violaste, cerdo –dijo mi mujer- y entre ellas a mi hermana, aunque no te la follaras abusaste de ella, y también de mí obligándome a besarla.

-No sé, ¿de verdad las violé? En realidad no las forcé físicamente y no conservan recuerdos, no tiene por qué haberles quedado ninguna secuela.

-Ahí tienes razón –intervino mi hermano-

-Pero y qué, es amoral, lo que has hecho es de ser un cerdo (mi mujer ya me estaba cansando, podría buscar otros adjetivos en lugar de machacarme con lo mismo una y otra vez)

-Yo lo que sé es que si no estuviera ahora mismo bajo esa hipnosis que ejerces te habría partido ya la boca- dijo el novio de Sandra, la hermana de mi mujer.

-Entiendo que con la confusión que tuviste al darte cuenta de tu poder pudieras llegar a abusar de él en algún momento, todos somos humanos y tenemos deseos ocultos -intervino Arantxa- pero es que desde el minuto uno te comportaste como un auténtico degenerado, no te imaginaba así.

-A mí me ha excitado mucho lo que has contado, me encantaría que usaras mi cuerpo y si fuera al revés yo lo haría contigo también- esa era Laura, que estaba echando por tierra mis esfuerzos por mantener la cabeza fría.

-Tú es que eres una guarra, eso ya lo sospechaba yo- le dijo Clara con un tono que no se correspondía con el mensaje.

-Si luego nadie recuerda nada y no las tortura ni les deja ninguna marca... qué queréis que os diga, yo haría lo mismo, es muy difícil sobreponerse y no utilizar algo así para realizar las fantasías prohibidas que todos tenemos.

Éste último era el hermano de mi mujer, y a él también le cayó inmediatamente el sambenito de cerdo. Tenía trajes de gorrino para todos los que no pensaran como ella.

Le pregunté directamente a Sandra cómo se había sentido al saber que había jugado con su cuerpo esa misma mañana en el hospital.

-Humillada, sinceramente. Por una parte reconozco sentirme adulada por saber que me deseas tanto, pero si pudiera dar marcha atrás al tiempo preferiría que no hubiera pasado, me has utilizado... y ya veo que no quieres dejar de hacerlo.

Llevaba desde esa mañana intentando poner en orden mis pensamientos, hacerme un juicio ético antes de decidir en qué situaciones usar el poder, pero escuchar hablar del tema a mi cuñada, sentada a mi lado y ordenarle mentalmente que se fuera desabrochando los botones de la camisa fue todo uno. Supe que en mis hombros el diablillo Juan estaba haciendo una llave de lucha al pobre Juan el angelillo.

-Por favor, cuñado, no me hagas esto (decía mientras se desabrochaba el tercer botón y dejaba expuesto un canalillo que atraía toda mi atención), te acabo de decir que aunque me halaga saber que te excito no me gusta saber que has abusado de mí en el hospital y me haces desnudarme delante de ti, de mis hermanos, de Pedro...

Mi hermano, siete años mayor que yo, es decir, con 42, y al que miré al decir mi cuñada su nombre, vi que no apartaba la vista de Sandra y sus tetas, más aún cuando acabó con el último botón, abrió la camisa y la arrojó hacia atrás por encima de la cabeza. Está claro que a ambos nos gustan las tetas grandes, tanto Laura, su mujer, como la mía están bien armadas, pero lo de Sandra ya es artillería pesada.

-Lo siento, cuñada, no puedo evitarlo (empecé a decirle mientras le acariciaba suavemente los pechos) tenía demasiadas ganas y me temo que con lo de esta mañana en el hospital no me basta, de todas formas, si te molesta que miren Pedro o tu hermano te informo que mañana ninguno de vosotros recordaréis nada de esto.

Metí la mano en cada una de las copas del sujetador y saqué fuera el contenido, me recreaba cogiendo cada una de sus magníficas tetas con la mano abierta y cerrándola luego lo más que podía, apretándolas, evaluando su dureza. Le pregunté a mi hermano si le gustaba lo que veía: "me encanta", me respondió; y a ti, Miguel, ¿qué te parecen las domingas de tu hermanita? ¿O ya las habías visto?

-A mí también me encantan, pero sí, las he visto alguna vez, cuando vivíamos en casa de los viejos gracias a un agujero en la cocina desde el que se podía ver la ducha.

De pronto un sudor helado me recorrió la espalda... ¡yo hice ese taladro! Siempre he sido un mirón y he hecho muchos agujeros disimulados (o al menos eso creía) para disfrutar de vistas prohibidas, y un verano cuando llevaba poco tiempo con Clara de relación y ésta se quedó sola en casa, aproveché una tarde que ella trabajaba para sisarle las llaves, ir a casa de sus padres y tras un pormenorizado estudio, hacer ese estratégico taladro que en ambas paredes me pareció que pasaba totalmente inadvertido.

-¿Cuándo lo descubriste?- le pregunté-

Él me miró y sonrió: "así que fuiste tú, ¿eh? Llegué a pensarlo alguna vez pero decidí no hacer preguntas y disfrutarlo sin más... pero no lo encontré yo, fue un amigo que desde niño venía muchas veces conmigo a casa y es un voyeur de la hostia".

-Vaya, un competidor, así que tu amigo también tiene bien vistos estos melones, ¿eh?- dije sin parar de sobarlos y mirando burlonamente a su novio, visiblemente cabreado.

-No, qué va, las veces que vino a mirar nunca coincidió con una ducha de Sandra, que solía hacerlo muy temprano, pero a la que sí que vio varias veces fue a Clara, que además siempre me decía que le ponía más.

Como un jarro de agua fría me cayó esa noticia, y además seguía mirando a Arturo y noté en su expresión un cambio hacia una mueca burlesca seguramente motivada por la cara de tonto que se me debió dibujar. Me giré y mirando muy enojado a Miguel le pregunté si además de su amigo, él o alguien más había usado mi agujero para espiar en la ducha a mi mujer.

-Yo claro que la miré muchas veces, es mi hermana pero es una mujer y está tremenda, qué te voy a contar a ti. (Notaba la ira inundando mi ser a raudales, si en lugar de este poder me hubiera tocado el de Bruce Banner, ya me habría convertido en Hulk). Pero no he invitado a nadie más a mirar. Y ahora por favor te pido que no tomes represalias, al fin y al cabo me parece muy cínico por tu parte que te enfades tanto por saber que se volvió en tu contra el hecho de que fabricaras un mirador en la ducha de nuestra casa.

-Sois los dos igual de cerdos, ¡qué asco me dais!- dijo mi mujer.

Sé que Miguel tenía razón, pero me daba igual, estaba muy enfadado, siempre he sido muy celoso y me costaba mucho digerir aquello. Ya no les oía, aunque gracias a mis órdenes no elevaban la voz y no se interrumpían unos a otros, no paraban de hablar y exploté:

-¡Silencio! ¡A partir de ahora todos callados! Arantxa, levanta los brazos, ahora, Miguel, quítale la camiseta... muy bien, ahora desabróchale el sujetador y sácaselo... buenas tetas, cuñada, levántate. Desabróchate los botones del pantalón y tú quítaselo... perfecto, ahora fuera las bragas... así me gusta, ven aquí, a mi lado... siéntate encima de Clara.

Por mi estado de furia no me había recreado tanto como otras veces, hice que todo fuera mucho más rápido de lo que acostumbro. Un par de minutos antes la novia del hermano de mi mujer estaba enfrente de mí vestida. Ahora la tenía desnuda a mi lado. Al menos conseguí pensar en otra cosa, que el anuncio de Miguel me había conmocionado. Ella era la única en la estancia a la que nunca había visto desnuda, apenas llevaría un año con mi cuñado y nos habíamos visto poco, él siempre ha sido poco amigo de ir a las reuniones familiares, es el más joven de los tres hermanos y su novia debía tener como él, unos 25 años. La quería a mi lado y a mi derecha ya estaba Sandra a la que había dejado por el momento abandonada y semidesnuda. No sabría explicar muy bien por qué preferí que se sentara sobre mi mujer y no en su lugar, supongo que porque me parecía una situación humillante para Clara y eso me excitaba más todavía, que de por sí ya me estimulaba tenerla junto a mi desnuda.

Laura era la más bajita y delgada de la reunión, pero aun así también tenía buena delantera, está claro que a todos los hombres de la familia, incluida la política, nos gusta la pechuga. Pero más que su cuerpo que es espléndido llama la atención su cara, parece una muñeca, es una morena de pelo largo con rasgos finos y tiene unos labios carnosos que desde que la conocí fantaseaba con que rodearan mi sexo.

Le ordené a mi mujer que me desabrochara el pantalón y me sacara y sostuviera la polla, cosa que hizo torpemente ya que le dificultaba el proceso soportar encima el cuerpo de la novia de su hermano, y a continuación que le guiara la cabeza para hacerme una mamada.

Siendo mi mujer no me extrañó que lo hiciera de una forma tan brusca, poniendo su mano en la nuca de Arantxa y bajándosela sin contemplaciones, ésta hizo un sonido de sorpresa pero antes de llegar a mi miembro abrió la boca y se la metió enterita. Yo también solté un gemido involuntario con esa sensación, luego Clara puso su otra mano en la barbilla de mi cuñada y como si jugara con una muñeca fue subiendo y bajando su cabeza rítmicamente, con lo que mi verga entraba y salía en su deseada boquita.

Pepito Grillo ya se había marchado hace rato, enfadado supongo por cómo terminé ignorándole completamente; estaba abandonado al placer. Al fin volví a atender a la pobre Sandra, le dije que se pusiera de pie y que terminara de desnudarse, mientras chupaba sus magníficas tetas con una sorprendente gula si tenemos en cuenta que acababa de merendar.

Una delicia, pero no terminé de saciarme con sus pechos, así que le dije que se tumbara en la mesa justo delante de mí y se abriera de piernas. Con algo de dificultad me eché para adelante, puse mi nariz en sus pelitos y mi lengua empezó a acariciar sus labios mayores suavemente. Su cuerpo se estremecía y tenía dificultades para acomodar la pierna derecha. Su pie descansaba sobre la espalda de Arantxa pero el movimiento al que su hermana le sometía hacía que tuviera que corregir la posición constantemente.

Me costaba concentrarme en lo que yo comía mientras me comían a mí, así que le dije a Arantxa que dejara de chupármela y se tumbara en la mesa junto a nuestra cuñada. La masturbé mientras seguía lamiendo el sexo de Sandra y luego me cambié a probar la almejita de la novia de Miguel y cuando conseguí que estuviera igual de mojada me levanté y rodeando la mesa fui a por Laura, dejando a Clara el cometido de mantener la excitación de su hermana y su cuñada a base de caricias y lametones para que estuvieran bien lubricadas en el momento en que decidiera follármelas.

Le dije a la mujer de mi hermano que se levantara e inmediatamente le enganché con ambas manos el culo y le di un buen beso de tornillo. Si Arantxa, la novia de Miguel, era de las tres el último fruto prohibido en llegar y la más joven, Laura se encontraba en el otro lado, 38 años y deseada desde hace unos 15, cuando Pedro la presentó en familia pocos meses antes de la boda por penalti, yo aún no había conocido a Clara, pero como ya comenté, es evidente que los dos hermanitos tenemos los mismos gustos.

Una, mi mujer, es morena y lleva el pelo corto, la de mi hermano es rubia y lo tiene largo, por lo demás físicamente son parecidas, bastante altas y ni gordas ni muy delgadas, lo que yo catalogo como "jamonas". Son muy diferentes en forma de ser y de vestir. Laura suele llevar para mi alegría escotes y faldas cortas, y es muy sobona, siempre se acerca mucho al que habla y le toca constantemente, una costumbre que a mi mujer no le gusta, como casi nada de ella.

Pero ahora Clara estaba, como todos, obedeciendo mis órdenes sin posibilidad de negarse, y si no tuviera la cabeza hundida entre los muslos de su hermana hubiera podido ver que no impedir cómo levantaba el breve vestido y agarraba el culo de Laura. Luego se lo subí mientras iba rodeando y acariciando su cintura primero, sus tetas después, y definitivamente lo hacía salir por su cabeza y brazos. Como ya había intuido en alguna mirada anterior, no llevaba sujetador, un minúsculo tanguita azul era todo lo textil que adornaba tanta deseada carne. A estas alturas ya no extrañará a nadie saber que a ella también la espié alguna vez en el pasado, pero por muy excitante que sea, no es lo mismo mirar escondido un cuerpo que creía que nunca llegaría a probar que contemplarlo sabiendo que puedo hacer con él lo que se me antoje.

Y lo que se me antojó fue tumbarla en la mesa y lamerla entera, entreteniéndome con verdadero ansia en sus tetas y también en su entrepierna, a la que liberé del tanguita que, como el resto de ropa interior de mis cuñadas guardé después como recuerdo. Ahora estaban las tres desnudas sobre esa mesa. Mi hermano estaba junto a mí, impávido, mientras chupaba y toqueteaba a su mujer. Dos sillas más a su derecha estaba Miguel. Enfrente de mí estaba sentado Arturo y ya después mi mujer que ahora masturbaba hábilmente a la novia de éste mientras lamía el coño de Arantxa.

La orgía era como un sueño hecho realidad para mí, a pesar de lo cual no pude evitar sentir cierto malestar cada vez que sin darme cuenta miraba a mi hermano mientras dejaba un rastro de mis babas en el cuerpo de su mujer. Decidí entretenerle: al fin y al cabo, la familia es lo primero. Además di descanso a Clara. Las dos mujeres a las que hábilmente había mantenido bien mojaditas se pusieron a cuatro patas con el culo en pompa y haciendo que se apartara Miguel, al que no quería ni ver, dije a mi hermano Pedro que se desnudara y se pusiera frente a las dos, que empezaron a lamerle y chuparle con ganas la polla y los testículos. No sé si a él le gustaban Sandra y Arantxa, pero seguro que lo que le hacían le animaría un poco.

Yo tenía ganas de follar ya, los preliminares habían sido fantásticos, pero mi pequeño gran amigo quería intervenir, así que le dije a Laura que se pusiera junto a la hermana de mi mujer en idéntica postura. Me acerqué por detrás a contemplar esos tres culos que se me ofrecían juntitos. La cara de Pedro mientras las dos lobas le devoraban era divertida. A mi lado, aún sentado, estaba Arturo. Sentí también lástima por él y le hice ponerse al lado de mi hermano para que se la chupara la mujer de éste.

Miré la composición resultante y me encantó, se me ocurrió que estaban para pintar o hacer una foto... ¡claro! ¿En qué estaría pensando? No tenía intención de invitar a la orgía ni a mi mujer ni a su hermanito al que reconozco que con altas dosis de cinismo por mi parte había cogido mucha manía, así que les dije que usaran mis cámaras de fotos y de video para inmortalizar desde todos los ángulos tan maravillosa escena.

Me desnudé, me puse un preservativo y me subí a la mesa, agarré a Laura de la cintura y tras algunos segundos de titubeo se la metí hasta el fondo. Su gemido lo ahogó en parte el miembro de Arturo. Estuve follándomela como a una perrita unas cuantas embestidas, luego repetí la operación con Sandra y a continuación con Arantxa. Aguanté como un campeón unas cuantas rondas, al estar la hermana de mi mujer en el centro era su coño el más visitado por mi verga. Sin embargo fue en Laura en quien finalicé. Mi hermano un ratito antes ya había descargado su leche que se repartieron fraternalmente Sandra y Arantxa. Arturo aguantó un rato más, era una máquina el tío, aún seguía Laura chupándosela como una desesperada cuando sonó el teléfono.

Era mi buen amigo Hugo.

-¿Qué tal, tío? Vaya susto nos diste, estuve en el hospital el otro día y no te despertabas, nos decían que estabas bien pero la verdad, acojonaba bastante, macho.

-Gracias, tron. Perdona que no te haya llamado luego. La verdad, todo ha ido muy rápido desde que desperté.

-Nada, hombre, no te preocupes. Te llamaba porque he hablado con éstos y pensábamos que podíamos juntarnos la panda, como en los viejos tiempos, dejamos a las familias y nos tomamos unas birras y tal...

-Es buena idea lo de que dejéis a los niños con los abuelos, pero traeros a las mujeres, hombre, que también tengo ganas de verlas...

 

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