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Tan joven y puta de su propio padre

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Edith llegó a casa como de costumbre: poco antes de ponerse el sol y cansada. Eryk la esperaba, impaciente, siempre que salía pronto de trabajar y pasaba largas horas en la ventana, mirando a ambos lados de la calle hasta que perdía la paciencia y trataba de relajarse viendo la televisión.

―¡Esto no puede seguir así, niña! ―dijo él, muy enojado y tratando de no perder el control―. Estas no son horas de llegar todos los días, aunque tengas 20 años. Sí, no me pongas la excusa de siempre; soy consciente de que la universidad está muy lejos y que el viaje en metro es largo y agotador. Esto no justifica las cuatro horas que pasan desde que terminan las clases hasta que regresas.

―Ya, pero es que…

―¡No hay peros que valgan! ―Eryk volvió a gritar antes de que ella tratase de conmoverle con una nueva excusa, seguramente tan ridícula como las que acostumbraba a sacarse de la chistera―. No digas nada y ponte con la cena, que no he comido nada desde medio día.

Ella no dijo nada, acatando la orden de aquel energúmeno, y se fue a la cocina sin tiempo que perder.

En los últimos meses, la relación entre ambos no atravesaba por un buen momento. Eryk trabajaba doce horas diarias en una empresa de recogida de basuras, encaramado en la parte trasera del camión y tragando mierda durante las interminables jornadas laborales. A menudo, se planteaba si merecía la pena tanto sacrificio para que ella pudiese estudiar y ser alguien en la vida. Sobre todo, teniendo en cuenta que el dinero apenas llegaba para los estudios y el alquiler del mugriento apartamento donde vivían. Para él no era fácil asimilarlo porque un día fue alguien importante, con altos ingresos y mujeres dispuestas a colmarle de placeres por un precio razonable ya que, físicamente, no era nada agraciado.

Edith, aparentemente una buena chica, distaba mucho de ser lo que trataba de aparentar. En su mente se imaginaba como una doncella salida de un cuento de caballeros valerosos dispuestos a batirse por ella. Nada más lejos de la realidad. No solo no iba a clases en la universidad, sino que pasaba el día de coche en coche, de parque en parque, de cliente en cliente por unos cuantos billetes. Entre la competencia era conocida como ‘la Rusa’, sobrenombre que le pusieron por su afición a maquillarse más de la cuenta, teñirse el cabello de rubio platino y ponerse lentillas, según el día, de color azul o verde. Lo único que se le escapaba de las manos era disimular su metro y medio de estatura; por muchos zapatos con plataformas increíbles y tacones de vértigo que se pusiera no dejaba de parecer una croqueta. No fueron pocas las riñas con Eryk por este motivo. Él nunca se cansaba de decirle a ella que no era ningún pecado tener la piel tostada, el cabello oscuro y los ojos negros. Y siempre se lo argumentaba añadiendo que en México era algo totalmente natural y que no tenía motivos para avergonzarse. Pero Edith sí se avergonzaba. Por muy mexicana que fuera, su sueño era parecerse a las hermosas chicas de piel blanca y cabellos de oro que veía en las páginas de internet, sobre todo de los países del este y norte de Europa.

Un día que Eryk regresaba tarde del trabajo, se encontró con un buen amigo que le esperaba en la puerta de su casa.

―¿Qué haces aquí a estas horas? ―preguntó Eryk a su amigo―.

―Tengo que decirte algo y no sé cómo hacerlo para evitar que cometas una locura ―le respondió este.

Eryk cambió de color tan rápido como lo hacen los camaleones.

―No me asustes, amigo, y di lo que tengas que decir, sin pelos en la lengua.

―¡Está bien! ―El amigo tomó aire y se encomendó al cielo―. He sabido por medio de un buen amigo que Edith, tu hija, hace meses que no pisa la universidad y se pasa el día ejerciendo otra actividad que no tiene nada que ver con estudiar.

―¡No digas tonterías! ―protestó Eryk con cara de pocos amigos―. Ella me muestra periódicamente las calificaciones y siempre son muy buenas. Pero…, supongamos que me miente y tú dices la verdad. ¿A qué otra actividad te refieres?

El amigo hizo una serie de gestos obscenos en un intento desesperado por evitar las palabras.

―¿Y? No tengo ni idea de lo que tratas de decirme. ―La cara de Eryk mostraba una total confusión―. No entiendo a los monos del zoo y menos a ti, que tienes cierto parecido con ellos haciendo esos gestos.

―Como se nota que no vas hace mucho tiempo con una de esas chicas fáciles que te lo dan todo por unos billetes ―dijo el amigo al tiempo que daba un paso atrás para situarse fuera del alcance de los poderosos puños de Eryk.

―No me gusta lo que insinúas. Es mejor que lo dejemos aquí, si no quieres que terminemos mal ―dijo Eryk con cierta templanza.

―¡No problem, amigo! ―respondió el otro―. Mi deber como amigo era decírtelo y lo he hecho. De ti depende lo que pienses o hagas con la información que te he dado. Nos vemos… ―añadió y se fue calle abajo.

Eryk corrió hasta alcanzarle, le retuvo con cierta violencia y de nuevo comenzaron a hablar de forma airada. Con el paso de los minutos, el tono fue bajando y continuaron la conversación en una cantina cercana, donde bebieron sin control hasta que terminaron follando con dos putas feas y viejas en un portal de mala muerte.

Al día siguiente, apenas despuntó el día, Eryk salió de casa como de costumbre, para ir a trabajar. Al doblar la esquina, sacó su celular del bolsillo y llamó a su empresa. Dijo que ese día no iría a trabajar alegando que se encontraba enfermo. Luego, durante un par de horas, esperó hasta que Edith salió de casa y la siguió a la estación del metro, manteniendo una distancia de seguridad para no ser visto por ella.

La siguió a todas partes durante tres horas, sin perder detalle de lo que ella hacía. Primero, Edith se encontró con unas chicas muy guapas, bien vestidas y con pinta de pertenecer a familias pudientes. Luego, fueron a una cafetería y de tiendas. Finalmente, se despidieron y Edith tomó de nuevo el metro, seguida de cerca por Erik. Varias estaciones después, se apearon y la siguió hasta una plaza muy concurrida. Allí se reunió con otras chicas muy distintas a las anteriores.

―¡Son putas! ―exclamó Eryk entre dientes, horrorizado―. Tengo que poner freno antes de que ocurra lo que me temo.

Comenzó a caminar con paso ligero hacía el lugar donde ella se encontraba y, cuando apenas había recorrido unos cuantos pasos, un coche se detuvo junto a las putas y Edith subió en él. Fue visto y no visto. Eryk, sin poder hacer nada, maldijo todo lo que su mente fue capaz de inspirarle en aquel amargo momento. No pensaba con claridad e imaginaba escenas que le atormentaban. Resuelto, quiso averiguar hablando con las putas y se acercó a ellas, con calma, tratando de contenerse y planeando la estrategia a seguir para no levantar sospechas.

La cosa no empezó bien porque, al preguntar por ella, las fulanas quedaron alucinadas; ninguna conocía a la tal “Edith”. Fue más explicito y preguntó por la chica que acababa de irse en el coche. “Malú”, así le dijeron que se llamaba. Entonces ya no le costó sacarles toda la información que buscaba, muy a su pesar y a cambio de una cantidad de dinero más que respetable. Como era de esperar, ellas se ofrecieron a proporciónale los servicios que supuestamente buscaba de la tal Malú, pero él las rechazó cortésmente y se excusó añadiendo que llegaba tarde al trabajo.

Eryk permaneció en aquel parque durante varias horas más, agazapado tras unos arbustos para no ser visto, esperando a que Edith regresase. Finalmente se marchó desolado porque no fue así.

El resto del día se le hizo interminable debido a que la llamó, insistentemente, sin obtener respuesta. No le quedó otra que esperar en la ventana, como de costumbre, hasta que la vio aparecer y su corazón comenzó a latir con violencia, cada vez más rápido, al tiempo que el sudor afloraba por los poros de su piel, bañándole la frente y empapando las palmas de las manos.

―Hola, Eryk ―saludó ella, sin mucho entusiasmo.

Durante muchas horas, Eryk había planeado lo que le diría y en ese momento no se veía capaz, se sentía el más cobarde de los hombres.

―Hola, niña. ¿Qué tal las clases? ―preguntó con aparente tranquilidad, pero la procesión iba por dentro.

―¿Cómo?... ¡Ah! ¡Bien, bien!... ¡Muy bien! ―respondió ella, titubeando―. Voy a cambiarme de ropa porque huelo como una cerda ―añadió.

―¡Como una zorra, querrás decir! ―remarcó él―. Pero, sí, ve a quitarte el disfraz de…

―¿De qué? Hoy te noto extraño, ofensivo, y no sé qué mosca te ha picado.

―¿Moscas a mí?... No, ninguna, pero imagino que a ti te pican muchos moscardones.

―¡Ya basta! ¿Ok? ―exclamó Edith, claramente alterada por las constantes indirectas―. ¿Qué es lo que tienes que recriminarme ahora?

Eryk estalló; no podía aguantar más.

―¡Qué vergüenza haberte visto convertida en Malú, toda una profesional chupando vergas y ofreciendo cualquiera de tus orificios a quien pueda pagarte una miseria!

Edith no supo qué decir y rompió a llorar como una niña pequeña, sin consuelo y produciendo un extraño sonido con la nariz al sorber los mocos.

―¿Cómo…, cómo lo has sabido? ―preguntó ella, visiblemente avergonzada―. ¿Nadie te ha dicho nunca que está muy feo meterse en la vida privada de los demás?

―¡Tú no tienes vida privada mientras vivas bajo mi techo! ―sentenció Eryk―. Yo me mato a trabajar, en un trabajo de mierda, para que vivas como una señorita y mira cómo me lo pagas. ¿Se puede saber qué tienes en esa cabecita que, por lo que parece, hay de todo menos sentido común? ¿Me puedes decir al menos por qué lo haces?

―¿Por qué? Eres tan estúpido que no te das cuenta de nada ―respondió Edith, con el rostro bañado en lágrimas―. Eres el hombre más extraño que he conocido nunca. Recuerdo que cuando era pequeña me tocabas de una forma…, digamos ‘especial’, y ahora, con 20 años y bien crecidita, ni siquiera me miras como a una mujer…

―¡Basta! No sigas, por favor. No digas cosas de las que puedas arre…

―¡NO! Ahora que estoy lanzada,  tengo que soltarlo o reviento. Ahora soy una mujer y solo quiero compartir mi cama contigo. Como no me atrevía a decirte nada por miedo a tu reacción, me dedico a buscar hombres maduros que me recuerden a ti y me den lo que tú no me das. Tarde o temprano tenías que saberlo y ya lo sabes. Ahora puedes hacer o decir lo que quieras; ya me da igual.

Eryk torció el gesto y las palabras no acudían a sus labios con la facilidad de costumbre; se sentía totalmente desarmado ante las que perforaban sus tímpanos. Se acercó a ella y la abrazó con ternura.

―No te preocupes, mi niña. ¡Todo está bien! ―dijo Eryk tratando de aportar consuelo a la desdichada―. Todo esto no es más que un mal entendido propio de la falta de comunicación. Te he visto crecer durante años y ahora, que eres toda una mujer, no te haces una idea de cuánto te deseo. Sí, mi amor, has oído bien, porque yo también soy débil… como tú. Todo esto podíamos haberlo evitado siendo sinceros el uno con el otro. Sí, porque ambos somos culpables y mi culpa es mayor… ¡Mucho mayor!

Edith se sintió muy aliviada tras escuchar aquellas tiernas palabras. Sus lágrimas cesaron y una extraña sonrisa se dibujó en su rostro.

―Gracias, papi. Muchas gracias por ser tan bueno ―dijo Edith al tiempo que acariciaba  las mejillas de Eryk. Luego se acercó a él y le dio un tierno y prolongado beso en los labios.

Aquel apasionado beso se convirtió en puro deseo como por arte de magia: los labios perdieron protagonismo y las lenguas, entrelazadas, lo tomaron; sus cuerpos se vieron invadidos por las manos ajenas, primero con caricias suaves y luego con auténticos manoseos. Pronto, la situación controlada del principio dio paso a una muy diferente, cargada de lujuria y desenfreno.

―Ven conmigo, nena, que te voy a dar todo lo que has añorado durante tanto tiempo ―dijo Eryk al tiempo que cogía en volandas a la aspirante a putilla y tomaba el camino de su dormitorio.

Apenas la depositó sobre la cama, le fue quitando la ropa hasta dejarla tal y como vino al mundo. Luego se quitó la suya y terminó abalanzándose sobre el cuerpo frágil y desnudo de la joven.

―Espera. Antes de nada, pon mi celular a grabar, que quiero inmortalizar este momento ―ordenó Edith.

A Eryk le pareció buena idea y obedeció. Luego volvió a colocarse sobre ella.

―A partir de ahora, tú serás mi puta y yo quien te dé todo el placer que ansias ―sentenció Eryk antes de acomodarse entre los muslos de Edith.

―¡Sí, papi, sí, hazme gozar como a una puta! ―suplicó ella en el momento de sentir como su coño se abría al recibir la verga de su amante.

Este no tardó en ajustar su cuerpo para propiciar unas penetraciones más certeras y eficaces. Supo que lo había logrado cuando ella entornó los ojos y comenzó a gemir desesperada. Eryk miraba el rostro vicioso de Edith y se veía reflejado en él como si de un espejo se tratase. No concebía que aquello estuviese sucediendo; no podía creer que por fin fuera suya y él de ella.

Pocos minutos después, llegó el orgasmo de Edith. Entonces, su rostro pareció desencajarse al tiempo que su cuerpo se retorcía como una lombriz y gritó de placer, le suplicó que no parase y lloró de dicha cuando el orgasmo cesó.

―¡Gracias, papi! No sabes cuánto lo necesitaba ―dijo ella totalmente feliz―. Ahora voy a darte algo que se me da más que bien. Túmbate boca arriba.

Eryk obedeció y ella se abalanzó sobre su verga, como una perra en celo. La tomó entre las manos y comenzó a deslizarlas por el miembro masculino. Luego inclinó su cuerpo y la tragó por completo, hasta la raíz. Sin lugar a dudas sabía lo que hacía y no tardó en demostrarlo. Como una auténtica profesional chupó, succionó y lamió aquel regalo caído del cielo.

Él, mientras tanto, se aferraba al cabello de la joven temiendo que su dicha terminase en cualquier momento; no estaba dispuesto a permitir ningún imprevisto.

La escena duró el tiempo suficiente para que él se viese a las puertas del orgasmo, pero no quería correrse aun, no antes de probar lo que más ansiaba.

―¡Basta! No sigas, mi amor ―dijo Eryk―. Antes quiero follarte desde atrás. No te haces una idea del morbo que me produce follarte de ese modo. Por favor, ponte a cuatro, que quiero mostrarte las estrellas.

―Sí, papi, como quieras ―dijo ella, complaciente y se situó como le había pedido.

Eryk se puso detrás de ella, le colocó la verga en el coño, se aferró con fuerza a sus caderas y se la metió de un solo empujón. Así no tardó en follarla con violencia hasta robarle un segundo orgasmo. Por un momento ella perdió la noción del tiempo y del espacio; estaba como ida y él quiso aprovechar la situación. Sacó la verga y la situó en el ano de Edith con intención de meterla hasta el fondo.

―¡NO, PAPITO, POR AHÍ NO! ―gritó Edith al percatarse de lo que iba a ocurrir.

―¿Cómo que no? ¿Me vas a negar a mí lo que le has dado a todo el mundo? ―preguntó Eryk, claramente contrariado.

―No, papi. Nunca me la han metido por ahí… ¡Te lo juro! ―suplicó ella.

―¿Cómo que no? ¿Ahora me vas a decir que nadie te ha dado por el culo? Después de tantas mentiras ya no te creo. Y, si dices la verdad, ya va siendo hora de abrirte el agujerito.

Eryk, totalmente transformado, no dijo más y tomó del pelo a la golfilla, con fuerza, al tiempo que dominaba su cuerpo con la otra mano y evitaba que ella se revelase. Así la fue enculando, poco a poco, hasta que su vientre topó con las nalgas de la joven. Los gritos de ella resonaron por todo el dormitorio y, posiblemente, por buena parte del vecindario.

―¡Eres un hijo de puta! ―musitó ella, angustiada y con los ojos encharcados―. Esto no te lo voy a perdonar nunca.

―No gastes fuerzas, nena. Eso lo decís todas, la primera vez, y luego termináis gozando más que nosotros  ―dijo él muy convencido―. Además, me has mentido, porque no veas lo bien que entra y sale mi polla. Seguro que te la han metido por ahí muchas veces.

Edith trataba por todos los medios de gritar, pero sus gritos se ahogaban inconscientemente con los gemidos que escapaban de su boca. Sin lugar a dudas, había mentido a Eryk por alguna razón que escapaba al entendimiento de este. Eso le animó a seguir con más empeño hasta que soltó tres abundantes chorros de semen en el recto. Con unas cuantas embestidas más, terminó de soltar la última gota y luego salió de ella, totalmente exhausto y bañado en sudor.

Finalmente, ambos terminaron tumbados sobre la cama, abrazados y en silencio, rememorando en sus mentes el primero de sus encuentros sexuales. Si digo el primero, es porque aquella noche fue muy larga y repitieron un par de veces más. No lo hicieron con la misma intensidad, pero el placer alcanzado bien podría asemejarse.

Y quiso la fortuna que aquel día fuera viernes, porque este hecho les permitió gozar durante todo el fin de semana y recuperar tanto tiempo perdido.

Todo había vuelto a la normalidad el lunes por la mañana y, mientras Eryk trabajaba, Edith se reunió de nuevo con las amigas que había visto días atrás: las chicas monas, bien vestidas y con pinta de niñas bien. Una gran sonrisa presidía su rostro en el momento que se acercó a ellas.

―¡Misión cumplida! ―dijo Edith nada más llegar―. Ya podéis ir soltando el dinero, porque he ganado la apuesta y puedo demostrarlo.

Las tres escucharon, sorprendidas, sus palabras porque, sin lugar a dudas, esperaban algo muy distinto.

―¿En serio que has follado con él? ―preguntó una de ellas, esbozando una siniestra sonrisa―. ¡Pruebas, quiero pruebas!

―Sí, querida ―respondió Edith―. Y no solo una vez, sino que hemos follado todo el fin de semana, de viernes a domingo. Me las ingenié para que llegara a sus oídos que trabajaba como puta, algo que me permitiría conmoverle y tenerle bajo control.

Edith sacó su celular y reprodujo el vídeo que había grabado. Las tres amigas no se lo podían creer y dos de ellas quedaron muy serias; la otra seguía sonriendo de un modo extraño.

―Pues vayan pagando sus deudas, señoritas ―dijo Edith, totalmente feliz ―, porque la ganadora quiere cobrar. Son 5.000 pesos por cabeza… ¡Gracias! ―remató con mofa.

Cuando las tres muchachas depositaron el dinero en las manos de Edith, la que había estado sonriendo todo el rato se lo entregó sin dejar de hacerlo.

―Y tú… ¿Por qué sonríes? ―le preguntó Edith―. Por lo que veo, te sobra el dinero y no te importa regalarlo.

―No, querida. Claro que me duele soltarlo así como así, pero no está mal perder 5.000 por un lado y ganar 30.000 por otro ―respondió la sonriente.

Edith cambió el gesto al escuchar aquella extraña fórmula matemática y quiso averiguar.

―No entiendo nada. ¿Qué quieres decir con eso?

―Bueno. Creo que ya no tiene sentido mantener el secreto ―le respondió su amiga―. Las tres hemos apostado contigo a que no eras capaz de follar con Eryk. En este sentido he perdido mi apuesta, 5.000 pesos. Pero yo aposté con estas dos perdedoras, 15.000 pesos por cabeza, a que follarías con tu padre y he ganado.

―¿Con mi padre? ―preguntó Edith, confundida―. Estás muy equivocada, porque Eryk no es mi padre, sino el hombre que se hizo cargo de mí cuando mis padres se separaron y desentendieron de mí. Sí, yo suelo decir que es mi padre kármico, mi maestro, etcétera, etcétera, pero eso es solo un juego entre él y yo.

―De eso nada, monada ―le dijo otra―. Sabemos de muy buena tinta que Eryk es tu verdadero padre. A mí me lo dijo el mío no hace demasiado tiempo. Él lo sabe porque, cuando trabajaba con Eryk, este se lo confesó durante una noche de mujeres y alcohol. Sí, querida, mi padre también ha sido siempre un mujeriego… ¡Qué se le va a hacer! Entonces, Eryk le dijo que había conocido a tu madre durante un tiempo en que tu supuesto padre estaba fuera de la ciudad por negocios. Tuvieron una aventura y tú fuiste el resultado. Esto dio pie a que tu madre y tu supuesto padre se separasen cuando él se enteró. No te cuento el resto porque parece un culebrón de los de antes. Si quieres saber todos los detalles, pregunta a Eryk y verás como no los escatima en cuanto intuya que lo sabes.

Edith no daba crédito a lo que escuchaba y, en un momento, todo su mundo se derrumbó, no atinaba a pensar con claridad y salió corriendo como alma que lleva el diablo.

Eryk le confirmó ese mismo día lo que sus mal llamadas ‘amigas’ le habían dicho. Aquello marcó  un punto de inflexión entre ambos que se prolongó durante varios meses. Pasado ese tiempo, volvieron a tratar el tema, con calma y sinceridad. Por entonces el incendio se había extinguido y los sentimientos reprimidos afloraron de nuevo. Ambos descubrieron que nada podía embarrar lo que les había unido durante muchos años y las nuevas emociones surgidas a raíz de su primer encuentro sexual.

A día de hoy, siguen juntos y felices, follando como conejos día tras día y disfrutando de un incesto poco convencional.

 

… FIN …

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