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La Ley del karma

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Era una tarde de principios de junio y los rayos del sol caían sobre los sufridos transeúntes como láminas verticales e incandescentes.Andrea había pasado la mañana con sus compañeras de la banda de skingirls local a la que pertenecía desde hacía tres años (entró en ella a los 14 años) y se podía afirmar que se había convertido en poco tiempo en la líder de la pandilla, quizás debido al exiguo número de miembros de esta o probablemente al carácter de la muchacha,una mezcla equilibrada de fanatismo, decisión y valentía.No obstante, solía discutir con sus compañeras sobre el funcionamiento de la banda, consideraba que se limitaban a actuar como la mayoría de grupos de skingirls a tareas vacuas y sin sentido, tales como editar pasquines o realizar pintadas y era partidaria de pasar a la acción directa y utilizar la violencia contra sus enemigos, como lo hacían los grupos de chicos, y así se lo hacía saber a sus colegas que no se atrevían a dar ese paso adelante.

Unas horas más tarde, Andrea caminaba sin rumbo fijo por los barrios de la periferia de la ciudad que apenas conocía. Mientas tanto, no podía dejar de pensar en su deseo más ferviente, participar en un acto violento que le cubriera de gloria ante sus amigas aunque tuviera que ocultarlo ante sus padres que se mostraban algo más que preocupados por la conducta y las compañías de su hija. Se sentía orgullosa de las mirada temerosas que atraía su indumentaria, con sus botas militares, unos ajustados pantalones de camuflaje, una chaqueta Harrington y una camiseta con una esvástica de proporciones enormes que cruzaba su pecho. Aunque no era habitual que las skingirls portaran armas de ningún tipo, últimamente Andrea se había aficionado a llevar encima un pequeño puñal de acero pulido con una hoja extralarga que solía esconder en el bolsillo trasero de su pantalón y la hacía sentir más segura y poderosa.

Lentamente Andrea fue dejando atrás los últimos bloques de edificios de las afueras de la ciudad; cruzó un pequeño puente y atravesó un campo de baloncesto y otro de fútbol en los que jugaban una multitud de niños tronantes. Se detuvo un instante y se secó el sudor de la frente con un pañuelo, el calor era ya asfixiante y notaba como el sudor empapaba todo su cuerpo. A continuación, saltó la valla que delimitaba el campo de fútbol y se internó en un gigantesco descampado que a esas horas parecía completamente desierto.

A Andrea siempre le habían gustado los descampados, se sentía extrañamente cómoda en esos curiosos espacios que pueblan nuestras ciudades y que invitan a la soledad y al peligro: los veía más bien como una prolongación de su natural tendencia al desafío. ¡Sí, el desafío la provocaba, la excitaba, constituía una referencia de primer orden en su existencia! ¿Pero qué desafío podía percibirse en aquel descampado? A simple vista parecía que ninguno, una superficie cubierta de hierbajos, piedras y basura sin reciclar si exceptuamos un par de máquinas viejas, un montón de sabanas usadas y los restos oxidados de una fuente pública que había dejado de funcionar hacía ya mucho tiempo.

De repente, Andrea divisó al fondo lo que se asemejaba a un par de gastados bidones de gasolina y apoyado sobre ellos lo que parecía una figura humana. Caminó a buen ritmo unos cincuenta metros, colocándose de espaldas a lo que parecía un hombre dormido descansando junto a los bidones, para ser más precisos un hombre de unos cuarenta años, mulato, de origen presumiblemente caribeño de pelo y bigote negro. La chica dio un respingo: era la oportunidad que había esperado durante tanto tiempo; era el tipo de hombre que la hacía despertarse por las noches con un temblor que precedía una profunda sensación de asco y repulsión, de encontrarse con alguien que consideraba inferior y extraño a ella, pero que al mismo tiempo provocaba en su interior escalofríos que Andrea no entendía por su proximidad a cierto extraño placer, extraño pero placer al fin y al cabo. En sus momentos de lucidez la skingirl reconocía para sus adentros que su aversión era del todo irracional; en otras palabras, se podía estar de acuerdo que no guardaba rencor al individuo en particular, al que no conocía ni sabía nada acerca de él, sino más bien se trataba de una cuestión de epidermis.

Durante un instante que pareció eterno Andrea miró fijamente al hombre y sus ojos, de un azul tan oscuro como su intolerancia, restallaron de un odio feroz. Cogió una piedra del suelo y la lanzó contra el pecho del hombre que se despertó sobresaltado.

-¿Qué pasa? ¿Quién es? – musitó desconcertado.

Al estar de espaldas, no vio quien le había lanzado la piedra y no pudo evitar que otra piedra, esta de mayor tamaño, le golpeara en el hombro causándole un dolor aún más fuerte i provocando que gritara. El hombre sintió miedo. Había oído que bandas de cabezas rapadas atacaban a inmigrantes indefensos, pero hasta ese momento no había conocido el pánico. Quizás había estado demasiado tiempo buscando trabajo, lo había conseguido a medias en un pueblo de la provincia pero la cruda realidad era que el paraíso europeo que le vaticinaban sus paisanos en Surinam se había convertido en un malvivir sin papelees trabajo o dinero. Y ahora le lanzaban piedras sin saber porqué, meditó perplejo.

Como surgido de la nada, apareció Andrea delante de él gritando con voz juvenil:

-¡ Sucio mulato¡ ¡Vete a tu país, cabrón¡

El hombre asustado solo pudo divisar una imagen borrosa antes de retorcerse de dolor ante la brutal patada que le propinó la adolescente. Andrea sonreía satisfecha ante los gemidos de dolor del hombre, transportada por el subidón de adrenalina que recorría su organismo. El hombre levantó la cabeza y pudo averiguar que era una chica su agresor, al vislumbrar el valle de su entrepierna y unos bultitos puntiagudos que sobresalían a través de su camiseta. No le podía pasar por la cabeza la idea de que una chica albergase una actitud tan violenta, en su país las chicas de esa edad se dedican a tener hijos y a obedecer a sus maridos, no a hacer estupideces.

-¿Porqué no reaccionas, macaco de mierda? Solamente sirves para limpiarme las botas, esclavo de los cojones¡ - gritó con fuerza la muchacha, cada vez más envalentonada y roja de ira.

El hombre se levantó aprovechando que Andrea se había quedado parada mientras le insultaba. El racismo de esa chica le sorprendía por su virulencia, pero no le guardaba temor: él se sentía superior a ella en función de su sexo, él hacía sus necesidades de pie y no tenía agujereado el espacio entre sus piernas, él era un auténtico macho. Se dedicó a observarla durante un rato mientras ella proseguía con su catarata de insultos xenófobos y no pudo evitar posar su mirada en ese rostro triangular y atractivo, con una nariz diminuta poblada de pequeñas pecas, unos labios finos que dejaban entrever unos dientes infantiles y blanquísimos; se fijó también en ese pequeño cuerpo adolescente de piel blanca que se presumía firme y en sus antebrazos más musculados de lo normal.

De repente, notó que su sexo se desperezaba y se hinchaba, estaba hambriento de carne blanca y esa chica necesitaba una lección, tenía que aprender a respetar a las personas por igual, esa chica necesitaba un buen macho de piel oscura que le demostrase la no estaba dispuesta a rendirse: logró darse la vuelta y mordió la mano del antillano que respondió con un puñetazo en la boca del estómago de Andrea que cayó de bruces en el suelo.

-¡Aquí superioridad de la virilidad de los hombres mestizos, tenía que curarla de su enfermedad racista a golpes de pene…

El hombre se incorporó por completo con un bulto prominente en su bragueta pero su postura corporal había cambiado; ya no tenía miedo, estaba dispuesto a violar a Andrea sin importarle las consecuencias. Desgraciadamente para Andrea, esta no era consciente del cambio en la actitud del inmigrante y terminó su retahíla de insultos con un escupitajo en plena cara del hombre. Pero esta vez el hombre no se contuvo y la dio una bofetada fuerte en la mejilla, dejando la huella de su palma en la cara. Ahora la confusión se apoderaba de la adolescente que no había previsto la reacción violenta del macho. Sin dejarla tiempo a reaccionar, el caribeño la empujó y Andrea cayó al suelo. Andrea intentó incorporarse, alterada pero aún entera, cuando recibió el impacto de una patada en el vientre que le provocó un ligero gemido. El hombre la cogió por el cinturón del pantalón y la golpeó con la mano abierta entre la oreja izquierda y el ojo con todas sus fuerzas. La chica emitió un aullido de dolor y rodó por el suelo.

-¡Esta es carne de macho! ¡Carne igual que la tuya, mocosa de mierda!- exclamó triunfante mientras agarraba a Andrea por la cintura del pantalón y la arrastraba hasta detrás de los bidones.

Era evidente para Andrea que los roles se habían revertido y era ahora el inmigrante quien imponía su fuerza de macho en la disputa, pero de acuerdo con su carácter la skingirl mando yo, niñata!- rugió el mulato mientras se colocaba encima de ella y le sujetaba las manos.

Se había transformado en una bestia furiosa guiada por el deseo y la venganza. Sus labios chocaron contra los de la chica que contrajo su boca en una mueca de rabia y siguió cubriendo de besos la cara de la skingirl; saciaba su lujuria recorriendo la piel suave de su cuello, le mordía la nariz y lamía los lóbulos de sus orejas como un cachorro hambriento de teta.Andrea no pudo apartar la cara, el contacto del bigote del macho contra su piel la raspaba como si se tratase de una espátula.

-¡Suéltame, cerdo!- gritó con un hilo de desesperación en su voz.

Cada vez era más consciente que había perdido la pelea, que estaba a merced de un mulato prepotente y machista, que iba a ser deshonrada y contaminada por la simiente de un ser que ella consideraba inferior. En un último ataque de desesperación, logró liberar una mano y rasgar la camisa del hombre pero lo único que consiguió fue dejar a la vista un torso oscuro tan macizo que parecía estar hecho de bronce. Un instante más tarde el hombre ya había desabotonado la cremallera del pantalón de Andrea, bajándolo hasta las rodillas y arrancando sus bragas desgarrándolas mientras se las bajaba hasta los tobillos, dejando al desnudo un sexo femenino y adolescente cubierto apenas por un ralo vello castaño dividido por una fina línea vertical. El inmigrante se quitó el pantalón y los calzoncillos y se sacó la verga: era la primera vez que Andrea veía un miembro viril y no pudo reprimir su asco al contemplar ese trozo de carne negra y venosa, completamente erecta y de más de veinte centímetros de longitud. El hombre montó sobre ella e intentó acercar su polla a la vagina de la chica pero Andrea tenía tan cerradas las piernas que la polla del mestizo chocó contra las rodillas de la skingirl.

-¡Abre las piernas!- ordenó hiperexcitado el antillano, pero la chica cerró las piernas con todas sus fuerzas por el pánico a ser penetrada. Sin embargo, Andrea ya se sentía muy fatigada por los efectos de la interminable pelea y al inmigrante no le costó demasiado esfuerzo abrir sus piernas con sus manos, buscando a tientas la vulva de la chica con sus genitales. La skingirl cerró sus músculos vaginales como si la vida le fuera en ello al notar los empujones de la verga del mestizo contra su coño. La polla resbaló arriba y abajo sin conseguir su objetivo de entrar en el cuerpo de la chica, oscilando entre su ombligo y la parte interior de sus muslos hasta que elevando sus caderas embistió de un modo brutal contra la cerrada hendidura de la muchacha.

Poco después Andrea arqueó su cuerpo y lanzó un agudo gemido de dolor ahogado por la mano del macho en su boca, al notar como el glande del mestizo perforaba su himen y un bulto extraño y caliente invadía su coño. Un ardor insoportable se apoderó de su interior mientras el hombre seguía horadando sus entrañas entre gemidos de placer, con el único objetivo de descargar su esperma en la vagina de la chica. Entonces Andrea pudo alargar una mano temblorosa hasta el bolsillo del pantalón que reposaba sobre sus pantorrillas y a ciegas logró coger su puñal; lo agarró con firmeza en dirección al final del vientre del inmigrante, justo donde se hallaba el trozo de verga que permanecía fuera del coño de Andrea, hizo un movimiento rápido y decidido, y la hoja seccionó sin dificultad la carne oscura que empezó a manar sangre. El hombre dio un aterrador grito de dolor, como si se tratase de un animal herido de muerte y perdió el conocimiento rodando por el suelo mucho más allá de donde se encontraba Andrea.

La chica sentía su vagina aprisionada por el trozo de polla sin dueño que se alojaba en ella; la sangre del hombre había empapado sus muslos y no podía creer que hubiera castrado a ese macho estúpido . Se subió rápidamente los pantalones y metió en su bolsillo el puñal ensangrentado. Se levantó y caminó todo lo rápido que su estado físico le permitía en dirección al comienzo del descampado, dejando atrás ese mestizo desnudo y medio desangrado que le había arrancado su virginidad.

Una hora después se hallaba por fin en su casa, en la que por fortuna para ella no se encontraban sus padres. Le parecía increíble que hubiera podido llevar a cabo el trayecto a casa con éxito: lo había hecho a duras penas, con un intenso dolor en el bajo vientre que la había obligado a andar casi doblada por las calles de la ciudad; tampoco entendía como nadie se hubiera alarmado por las magulladuras de su cara o las manchas de sangre de sus pantalones. Se desnudó, y tras lavarse con agua caliente, introdujo sus dedos en su vagina y lentamente pudo extraer el trozo de carne rígido, sin sangre ya en su interior y totalmente amoratado que había pertenecido al inmigrante violador. Guardó el miembro viril a buen recaudo de las miradas indiscretas de sus padres, era el trofeo de su primera gran batalla contra las razas oscuras y se sentía orgullosa de ello: su des -floración la consideraba más bien una herida de guerra.

Dos días más tarde, apareció la noticia en la prensa de la muerte de un inmigrante de Surinam muerto y castrado en un descampado de las afueras. Fuentes policiales se decantaban por las hipótesis de un ajuste de cuentas, sugiriendo la posibilidad de una posible deuda del inmigrante con una banda mafiosa de inmigrantes ilegales. Andrea no comentó nada a sus amigas ni denunció la violación. Todo estuvo de acuerdo con la ley del karma: toda acción conlleva una consecuencia directamente proporcional a dicha acción.

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