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A César

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“La amistad es un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas”

-Aristóteles.

 

No recuerdo lo que ocurrió la noche anterior, realmente es irrelevante, sólo sé que Bianca y mi prima se fueron por su lado y yo me quedé viendo todo muy colorido y brillante, había tomado pastillas, creo que todos las tomamos, mi prima había vomitado y a lo mejor por eso se la llevó Bianca ¿Qué mierda nos metimos esa noche?

¿Nosotros somos de meternos cosas? No.

En fin, desperté. Estaba en casa de César, novio de mi prima y hermano del alma, sí, del alma; cuando desperté mi primera acción fue tratar de ubicar dónde estaba, observe los muebles y vi un escudito del Club América, de ahí supe que estaba en su casa y me sentí seguro. Pero había algo más, tenía su brazo encima... y me estaba abrazando porque sentía su cuerpo cerca de mi espalda, de hecho rozaba, pronto me percaté de su respiración tras mi oreja, estaba acompasada con la mía y sentí también el olor de su cuarto, ese olor a César.

Tal vez debí conflictuarme, pero no, recuerdo que nada más rodeé su antebrazo con el mío, era un poco velludo; tomé su mano, sus dedos eran ásperos por años de guitarra, estaba algo caliente ¿o yo siempre he sido frío? En fin, tomé su mano y no vayan a creerse que quería ser romántico, simplemente le mordí un dedo.

Vergas contigo –me dijo risueño mientras se libraba de mi boca y me palmeaba la cara en son de juego.

¿Lo hicimos anoche? –fue mi pregunta seca aunque no recriminatoria, más bien de broma.

No –risita nerviosa y tranquilizante. –te estabas muriendo de frío y no dejabas de temblar.

Eso justificaba el abrazo nocturno, aunque ahora ya no había razones; seguimos así, era extraño, supongo que los años de amistad, confianza y cariño hacían que estas cosas fueran nimiedades para nosotros.

¿Qué pasó con Bianca y Tefi? –dije preocupado de pronto por mi prima y mi novia.

Todos tuvimos un desastroso debut con las happy pills, pero creo que es de familia pues tu y Tefi quedaron muy mal, la deje en casa de Bianca y a ti te traje hasta aquí. –explicó.

Mi prima es la novia de César, se conocieron gracias a un plan medio macabro mío, aún ahora me lo agradecen. Ambos son un par de años mayores que yo.

Él y yo nos conocimos porque de pequeños fuimos disidentes de los scouts, recuerdo ese día en una reserva al sur de la ciudad, un tipo viejo nos hablaba sobre respeto, jerarquías y buenas maneras; mucha plática y yo quería ya meterme al monte, así que me separé del grupo con discreción y me fui a explorar por mi cuenta el casco de una hacienda, él me siguió pero me percaté de ello hasta que él empezó a prevenirme sobre los problemas que podría tener si seguía adelante, intentó convencerme… y ante el fracaso mejor me siguió; sí hubo problemas, pero el evento definitivo fue cuando esta situación se repitió en otro campamento. De ahí solíamos vernos de vez en cuando, ya que él pudo salir con su bici venía a mi casa a secarse con la consola, cuando yo ya pude salir en bici entonces íbamos más a su casa o simplemente a rondar hasta donde llegáramos, lugares que habrían causado un infarto en mi madre sin duda: Sitios de construcción, terrenos baldíos, lugares muy transitados, todos esos sitios a la mano de la vida suburbana, los únicos rastros eran rodillas peladas y una que otra herida por algún lado.

Crecimos juntos, nos complementamos en muchas cosas, yo era hijo único así que él era como mi hermano mayor, él aunque tenía un hermano, este vivía desde hacía años con su madre en Texas, también mi madre ayudó en algo pues casi podría decirse que lo adoptamos. Él se fue más hacia la música, yo me volví un lector prematuro; él prefirió el futbol, yo las artes marciales; él se fue a la ciencias exactas y yo a las ciencias políticas. Estoy seguro que si ahorita grito “blanco”, él me respondería simplemente “negro”.

Y ahora le veía, no, le sentía respirar, me hubiera quedado así todo el día pero mi vejiga me anunciaba un inminente desastre así que quité su brazo y me levante, tenía tanto sueño que en el baño de su cuarto casi me duermo y orino todo. Me vi en el espejo, sólo llevaba puesto una camiseta de ropa interior blanca delgada y unos bóxers cortos pegados, tenía rasguños en mi antebrazo y un moretón cerca del codo. Salí, me quedé mirándolo desde el marco de la puerta, no tenía camiseta y sus bóxers eran de cuadritos clásicos; estaba con los ojos cerrados y su cara se enterraba poco a poco en la cama, sus rizos negros revueltos contrastaban con su piel blanca y las ropas de cama verde claro.

Caminé hasta ahí sólo para sentarme en la cama y mostrarle mi antebrazo herido.

Ah sí, te me caíste de camino aquí –soltó con una sonrisa de satisfacción.

Igual reí. –Aún es muy temprano –le dije.

Luego, sin saber cómo o mejor dicho, sin saber por qué, me acosté de nuevo a su lado y volví a poner su brazo sobre mí,

Estás latiendo de prisa. –atiné a decir antes de caer dormido lenta y pacíficamente.

Mordió mi oreja, ese fue mi despertar, luego quitó su brazo y se levantó rápido de la cama, vio el reloj y se puso una camiseta y una bermuda.

Vamos a comer algo, son  las cuatro. –me dijo. –yo cocino.

Me va a quedar roja. –le respondí apretando mi oreja.

Ya lo está. –dijo riendo. –te veo abajo y… vístete que ya está por venir mi papá y podría traer a alguien, si no sabes que no importa.

Fue entonces cuando me percaté ¿Qué habría pensado su padre si nos encontraba así? no hacíamos nada malo, creo, pero igual y bueno, no le di más vueltas y busqué en sus cajones un short para ponerme, había uno del Real Madrid, buena elección cuando no te interesa demasiado el asunto.

Ese cuarto me era tan familiar como el mío, un desastre para empezar, su ropa tirada, sus libros por montoncitos dispersos, me entretenía y me sentía contento, sin duda podría ser mi hermano,  incluso teníamos un gusto de ropa similar, de hecho había una camisa mía ahí. No sé por qué pero una gran sonrisa se me dibujo al notar una foto en su pizarra de corcho que parecía sacada de serie policial por la cantidad de cosas que tenía clavadas. Éramos los dos de niños, en aquel día que llamamos “de la victoria doble” porque él había ganado una final y yo había subido de cinta, así con mi uniforme vi su partido y luego a comer pizzas en mi casa, un buen día; yo tenía la misma foto en un álbum. Creo que sentía el aire un poco pesado por mis ideas.

No te voy a llevar la comida en bandeja –gritó desde la cocina.

Eso fue como una salvación de mi mismo, pese a que me hizo consciente de que demoré demasiado tiempo observando y pensando… ¿en él?

Deberías –grité en respuesta mientras bajaba. –después de casi matarme con tu idea de las pastillitas esas.

Al llegar me miró con desaprobación pues habían sido idea mía realmente, creí que ahora estaría libre de ese aire pesado que sentí arriba, pero no mejoró mucho, bueno sí, dejé de pensar (cosa que sucede a menudo, no crean que era algo nuevo).

Que el chef se lució –le dije al ver burritas caseras y unas papas a la francesa de microondas esperando por mí en el plato.

Cállate y come, infeliz –me dijo.

Y devoré todo, durante la comida tuvimos una conversación muy al estilo nuestro, empezamos con lo que pasó la noche anterior, nos desviamos hacia política, deportes, música; su padre llegó, se incorporó a la plática y se fue, pasaría la noche con la mujer con quien sale. Habremos hablado así unas mil veces pero esta vez mi mente empezó a registrar detalles, sus ojos eran color miel, tenía pestañas largas y densas, en la barbilla tenía una cicatriz, recuerdo que fue un día en bici, se le formaban hoyuelos al reír y de pronto me di cuenta de que su voz me hacía sentir bien.

Su voz me hacía sentir bien.

Qué mierda hago viendo estas cosas –me dije. –no podía seguir frente a él.

Vamos al Xbox –le dije. –quiero dispararte un rato, antes de irme.

Avisa que te quedas –me dijo. –hace tiempo que no tenemos una masacre por aquí.

Me reí pero no contesté, simplemente subimos, me mostró una canción que había sacado y pusimos la consola, mi madre llamó al cel y ya fue inevitable quedarme. Traté de poner las cosas en claro en mi mente y seguir matando virtualmente. La tarde pasó, seguimos con lo nuestro, hicimos una pausa, hasta ahora íbamos casi empatados; juntamos los billetes y monedas que teníamos y pedimos una pizza.

En lo que llega voy a bañarme –me dijo. Se quitó la playera, se bajó la bermuda y entró al baño, de nuevo, una escena vista centenares de veces y sólo hasta ahora reparaba en los lunares de su espalda, en el vello en su pecho, en sus piernas fuertes, incluso debo confesar que no pude evitar revisar la prominencia insinuada en el frente de sus bóxers y tampoco las dos colinas que se movían con la caminata rumbo al baño, unos cuantos pasos pero bastaron. Todo fue un solo momento pero igual bastó y ahora no sabía qué hacer.

Sentí algo de culpa.

Me quedé tirado en la cama y aproveche para llamar a ver si las chicas habían sobrevivido, al parecer estaban haciendo algo parecido en casa de mi prima, sin duda el ocio vacacional es lo mejor. Me pregunté si acaso César podría estar pasando por algo parecido, no había señales, me convencí que no; y si las hubiera habido ¿qué habría pasado de todos modos?

Vas a bañarte –me preguntó al salir y ofreciéndome una toalla. Acepté, creo que el baño me vendría bien, ya estaba por irme al baño cuando él secándose, tiró la toalla sobre una silla y empezó a buscar un bóxer. Ahora podía ver la espalda con lunares convertirse al bajar en un par de nalgas, algo velludas como las piernas; sentí deseos de acercarme, creo incluso que sí me moví un poco. Él se volteó mientras acomodaba su bóxer y así vi su sexo, se veía pesado y grueso sobre sus testículos los cuales se veían igual pesados, se antojaban suaves.

Alcé la vista y me topé con sus ojos y una sonrisa, su cara estaba algo roja, ambos bajamos la mirada, tomé su toalla y entré al baño, creo que estaba igual de rojo.

Frente al espejo lo comprobé aunque en mí no era tan obvio puesto que soy algo moreno, también soy lampiño, intenté pensar que el todo lo anterior había sido mera observación comparando con mi propio físico, igual era un hombre, igual tengo un sexo grande, tengo mucho menos vello y lunares… todo normal supongo, salvo que soy más delgado y marcado, ya sabrán ustedes que cuerpo dejan ciertas artes marciales: ligero, delgado y fibroso, diferencia primordial frente a los futbolistas un tanto más pesados y llenos. Estaba nervioso y sólo me distrajo una serie de raspaduras y moretones en mi costado.

Agua fría en invierno: todos mis músculos se tensan y los nervios se me van. Salí rápido y me vestí en su cuarto, para alivio mío el ya estaba abajo viendo la tele.

César –dije con de nuevo en recriminación-broma –¿Por qué estoy tan madreado?

Bueno, te me caíste un par de veces –dijo. –en la escalera…

Cabrón –le dije con una risotada.

Yo igual estaba mal. –confesó haciendo un lado para mí en el sofá.

Me senté junto a él algo nervioso por su contacto y deseándolo al mismo tiempo, empezamos a platicar de nuevo, a veces su voz se entrecortaba y a veces yo me perdía un poco de la conversación. Yo fui a buscar la pizza cuando llegó y volvimos a comer como si el mundo estuviera por acabarse,  me sentí más calmado, creo que amo comer.

La plática igual se hizo fluida, teníamos algo de sueño ya pero dormir en estas circunstancias sería un error, estábamos por rebosar. No había encendidas muchas luces, eso ayudo a que me fuera sintiendo cómodo; lo veía sonreír de nuevo y me di cuenta de que era el mismo chico al que abrazaba en aquella fotografía, no había nada que temer, nada a que darle tantas estúpidas vueltas.

Jugamos un rato más, ya regresábamos a nuestras necedades, el estaba acostado en la cama y yo sentado en el piso con mi espalda apoyada en la cama, si veía que él iba ganando le tiraba alguna ropa sobre la cabeza y él hacía lo mismo, en una de esas se sentó en la cama y quedé entre sus piernas y como yo iba ganando fui aplastado por sus potentes muslos, pero como no podía quedarme así jalé algunos vellos para librarme un poco y luego tiré de sus piernas para dejarlo en el piso, intentó reducirme pero fue bastante inútil, pese a que sabía hacer mis llaves y conocía mis trucos. Empecé a sentir un calor interno un poco raro, sabía lo que eso significaba y antes de que la carpa estuviera levantada mejor me rendí y él no discutió. Decidimos pararle por hoy, ya queríamos dormir.

Yo me quedé en mis bóxers y con la camiseta, tal como empecé en esta historia, lo mismo con él. Se echó en la cama y se estiró un poco, yo sólo lo miraba.

Ven –dijo casi susurrando e indicándome un espacio junto a él, estaba acostado de lado de modo que se insinuaba la posición de la mañana. –así no tiemblas.

Creo que hubiera rechazado esto de cualquier hombre, es más, con él mismo nunca dormíamos tan juntos, pero hubo algo en mi interior que me impulsaba a aceptar, algo respaldado por esa sonrisa, por el recuerdo de esta mañana.

Sonreí, apagué la luz y para variar un poco me quité la camiseta en la oscuridad y me acosté a su lado, Enseguida fui rodeado por su brazo y sentí el cálido contacto de nuestra piel y la sensación de su tapetito del pecho en mi espalda. Se sintió todo tan culpablemente bien que mi inicial tensión muscular pasó en segundos a un relajamiento total.

Estás latiendo de prisa –me dijo, paradójicamente. –Bueno, más bien un poco fuerte.

Es mejor a temblar –contesté.

Intenté dormir pero no podía, me sentía muy bien, creo que por ello prefería disfrutar consciente el calor de su cuerpo o el ritmo de su respirar; él ya estaba como un tronco.

Vi las estrellitas fluorescentes del techo, habían estado ahí por años, ya eran menos, pero estaban ahí y me gustaba verlas de nuevo, es esa sensación de constancia que reconforta, supongo que por eso miramos siempre al cielo, aunque ahora yo veía un techo y uno de los elementos incuestionablemente más constantes en mi vida estaba a espaldas mías.

En un momento empecé a acariciar los vellitos de su antebrazo, era algo inconsciente y tras un rato me detuve y me dispuse a dormir; en ese instante sus dedos se movieron sobre mis mejillas, era una caricia y no supe qué hacer aunque mi mano tomo la suya, como si tuviera vida propia.

Espero que esta vez no muerdas mis dedos –dijo bajito.

No puedo dormir César –respondí.

¿No estás cómodo? –me pregunto. –si quieres puedo…

Creo que estoy demasiado cómodo –interrumpí.

Yo igual –me dijo, confirmando por vez primera que no era únicamente yo.

Entonces fue él quien me atrajo aún más hacia sí, yo no me resistí, sólo apreté un poco más su mano. Él la soltó después de un tiempo y me movió de modo tal que con una tomaba la mía y con otra mano empezaba a acariciar. Quise decir algo pero no pude, una silente aceptación, no hubiera podido ser mejor.

Sus dedos ásperos recorrieron mi pecho y se posaron en mi abdomen: acariciaron en todas las direcciones posibles mientras yo me contraía. Ahora empezaba a notar como sutilmente se apoyaba sobre mi espalda y dejaba una de sus piernas deslizarse entre las mías.

Moví mi mano libre hacia su pierna que flexionada se encontraba tras la mía, me gustaban sus vellos, sin por qué ni para qué, me gustaban. Besó mi cuello suavemente, fue más una caricia de sus labios pero bastó para erizar cada centímetro de mi piel y contraer al menos todos los músculos de mi espalda. Tenía la seguridad de que había notado todo y ahora sonreía, iba ganando confianza, ahora su mano se movía de mi abdomen hacia mi costado para caer sobre mis glúteos, primero fueron caricias tranquilas que me hacían entrecerrar los ojos, pero luego se volvieron apretones desesperados que hacían que en mi interior nuevas y difusas ansiedades despertaran… y despertaban con fuerzas.

Volvió a besar mi cuello, pero ahora con más fuerzas y decisión. Mis caricias en su pierna se habían detenido y ahora mis dedos estaban más bien aferrados a ellas. Entonces metió sus manos bajo mis bóxers y acarició mis nalgas de una manera cariñosa pero que dejaba sentir ese impulso que ambos teníamos.

Sacó su mano y se pegó fuertemente a mi espalda dejando su miembro apoyado sobre mis glúteos. Me puse nervioso al notar la erección, sabía que si habían líneas, ya hacia un tiempo que las habíamos cruzado, pero los nervios eran porque sabía que no quería detenerme ya.

Te gustaría probar –me dijo con una voz apenas audible y entrecortada.

¿Tú quieres probar? –respondí.

Sí –dijo. –pero sólo si estás seguro.

Sí tú lo estás –respondí. –yo no tendría problema… contigo.

Se hizo un silencio que no apartó nuestros cuerpos, no sabía que decir ahora, así que actué moviendo mis caderas de tal manera que frotaran su entrepierna. Él me mantuvo sujeto y empezó a empujar su sexo con el mismo ritmo.

Deje de pensar, estaba concentrado en sentir, sabía que estaba seguro así que sólo me dejé hipnotizar por ese ritmo, por esa presión en esas partes que jamás pensé fueran presionadas de esta forma.

Se detuvo y metió de nuevo sus manos bajó mi ropa interior, pensé y deseé otras caricias pero no fue así, deslizó mis bóxer por mis piernas; sabía lo que seguía y quizá en un intento de comprenderlo plenamente llevé mi mano a su entrepierna sujetando su miembro por sobre la tela, durísimo y grande, la punta estaba húmeda, sentía ahora algo de arrepentimiento, lo que se avecinaba no parecía sencillo. Lo solté para quitarme los bóxers que estaban ya en mis tobillos. Apenas lo hice, él tomo mi mano y la dirigió a su erección, ahora sin nada que me separara de ella, era carne caliente y dura, la recorrí, el glande babeaba y me dirigí a acariciar sus testículos, creo que me ponían más que el pene mismo, eran suaves, casi sedosos al tacto y grandes, estaban tibios y mis caricias arrancaron un pequeño gemido a César.

Sabía que aquello iba a entrar en mí. César iba a entrar en mí.

El acto ahora parecía sencillo, ensalivó sus dedos y los frotó en la línea entre mis nalgas una y otra vez para finalmente posicionar su pene en la entrada, aquí empezó el problema, ángulos equivocados, luego empujones algo dolorosos, hubo como cinco intentos que terminaron en quejidos y finalmente se levantó. Yo lo miré de reojo, su cuerpo desnudo ahora me producía una franca excitación, entró al baño y encendió la luz. Por mi mente pasó que la posición no era la más cómoda y me puse bocabajo usando una almohada para levantar un poco mi pelvis (sacada de video porno).

César salió del baño, yo miraba de reojo, su cara y un resoplido fueron la señal de que el cambio le había agradado. Me reí  nervioso al ver un frasco de crema humectante y al observar aquel miembro apuntando hacia mí.

César se puso detrás, traté de relajarme y de nuevo empezó el masaje de sus dedos, sentí al poco rato que uno entró y cuando el segundo pudo traspasar entonces sentí la cabeza de su miembro empujar. Cerré los ojos, él sujetaba con una mano mi cadera y con otra se apoyaba en la cama, poco a poco fue entrando, se sentía muy raro pero era un raro algo bien, era un cosquilleo intenso mezclado con una sensación de inmovilidad.

Sentí de pronto el cosquilleo de sus vellos púbicos en mis nalgas y se fue recostando sobre mi espalda. Me sentía lleno, lleno de César, estaba adentro.

Todo bien –preguntó a mi oído. –porque si quieres se puede dejar hasta…

Sigue –interrumpí de nuevo.

César sonrío y mordió mi cuello. –pues prepárate que voy a empezar.

Y así fue, empezó el vaivén, yo sólo emitía un ruido ronco entre gemido y quejido mientras sentía a César invadir y retirarse, sus dedos se clavaban en mi cintura y el sonido del choque entre cuerpos empezaba a acelerar su ritmo. ¡Era una sensación tan rara y adictiva!

No quería que parara, me encantaba escucharlo exclamar monosílabos y me encantaba sentirlo tan adentro, tan vibrante. Jamás me imaginé penetrado por otro hombre (o cualquier cosa) pero vaya  si se sentía bien. Y así los ritmos se fueron acelerando, era un trance.

Tenía mis puños apretando sus sábanas, sentía que si no lo hacía alguna embestida podría tirarme y todo aumentaba hasta que escuché que los ahora bramidos de César se convertían en una especie de grito callado y sostenido, La metió hasta el fondo y todo su cuerpo se contrajo.

Supe que se había corrido, que ahora tenía su semen dentro de mi, que excitante –pensé.

Él gemía y se desplomaba sobre mi espalda, el sentir su peso, su cuerpo caliente y su miembro palpitante hicieron que de inmediato regara su almohada con mi propia carga sin nunca tocarme realmente, creo que apreté en ese momento porque le arranque un gemido en el acto.

Se quedó un rato así, quieto y sobre mí, decía mi nombre en voz baja y mencionaba lo bien que había estado todo. La sacó ya que estaba un poco suave y se recostó en la cama.

Yo me levanté, tenía esa sensación nueva entre mis piernas, dejé la almohada manchada por ahí y regresé a la cama.

Estuvo genial –me dijo.

Asentí y agregué algo. –Estuviste genial.

Nos reímos y sin preguntarnos nada nos acostamos a dormir.

Pese a todo, sabía que dormía al lado del chico de aquella foto vieja, el de las caídas en la bici, el amigo de toda la vida, no sentía temor por culpas o por alguna resaca moral. Un brazo rodeándome sin duda completó esa bella sensación de seguridad.

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