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Historia en capítulos 26 Conociendo Londres

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Estamos preparando mi maleta para el viaje, mejor dicho metiendo lo último, cerrándola como quien dice. También finalizando una etapa para empezar otra.

María está más nerviosa que un flan, con sus diecinueve años es una princesa y guapa como una estrella, su novio, Raúl, que tampoco está mal, ya lo sabéis, la contempla desde una butaca donde está sentado, mirando divertido las evoluciones de la chica.

-El neceser Ál, trae el neceser del baño, y ahora tendré que volver a abrir la maleta, no ayudas en nada.

Voy a recoger lo que demanda, al pasar por el vestidor, allí arriba en el altillo, veo las históricas cintas VHS que gravamos sobre el asunto del entrenador del Club de Remo, igual ya se han borrado y no se ve nada, ha pasado tanto tiempo, y en todo caso, ya no hay de qué preocuparse, en casa no quedan reproductores de video, ahora hay otros tipos de soporte, estamos en 2011 y todo esto ha evolucionado un montón.

Raúl se queda en España, va a realizar un máster en Barcelona, puede verse con María, no están tan lejos y a mi hermanita se la ve satisfecha, llevan juntos casi tres años y dicen quererse cada día más, no hace falta que lo digan de palabra, se les nota y, tengo que reconocerlo, en casa todos ven esta relación con muy buenos ojos. Águeda y Luci que antes le querían ahora le adoran y se ha convertido en miembro de la familia más. De sus padres que os voy a decir, sabiendo la relación que mantenía conmigo, el hecho de que me haya cambiado a mí por mi hermana, los ha puesto contentos como unas Pascuas, ¡ah!, estas mentes arcaicas.

Ya está todo preparado, le dejamos a Raúl que arrastre la maleta, para eso está más cachas y María y yo bajamos la escalera, me despido de Águeda, de Luci, mi dulce tía y la bonita Ana que me trae loco, loquito.

Raúl y María me llevan al aeropuerto, a Carlos le lleva Amadeo y a Gonzalo su chofer, el de sus abuelos, él ahora tiene un ayudante que a la vez es el de su abuelo, un chaval de unos veinte…, pocos años, para que le ayude en sus cosas, papeles y no sé que más, lo he escuchado en los murmullos de cocina, la verdad, ¿en qué cosas tendrá que ayudarle?

-Cuida a mi hermana, que no tengo más que una.   –le digo en broma a Raúl.

Más abrazos y despedidas, y para más inri, han venido los abuelos de Gonzalo a despedirle y su ayudante, -para no sé qué-, están ya muy viejitos y cada día más chochos por su nieto, que no saben que regalarle para tenerle contento.

Cuando accedemos al avión prefiero quedar el último, Carlos y Gonzalo toman asiento juntos y yo en la fila posterior,

Me siento al lado de la ventanilla, al cabo de un momento, un señor de unos 45 años me pregunta si el asiento de al lado está ocupado, le contesto que no, y después de colocar su equipaje de mano, toma asiento a mi lado. Inicia una conversación sobre cosas intrascendentes que no me interesan en absoluto, procuro ser educado sonriéndole y se anima a seguir contando sus cosas, cierro los ojos y me sumerjo en la nada.

Aprisiono con fuerza los brazos del asiento cuando el aeroplano va tomando altura, desconozco el motivo pero he desarrollado una especie de fobia al momento de remonte de los aviones, sin saber la causa las manos me sudan del esfuerzo y mis nudillos se blanquean.

No puedo dejar de pensar en lo sucedido y sus consecuencias, los días posteriores al de la fiesta en casa de Gonzalo, la noticia se difundió como las ondas en un estanque al que han arrojado una piedra. No es que me preocupara en exceso pero no era agradable, todos los cercanos sabía de mis tendencias o las sospechaban, además mi círculo de intereses no era muy amplio, ya no había que ir a la facultad y no tenía  que encontrarme con los compañeros.

Me preocupaba el hecho en función de lo que pudiera preocuparle a Gonzalo, desde aquel día no ha vuelto a hablarme y su gesto se mantiene adusto. Dos días más tarde de la fiesta vino papá, ¿para despedirme?, creo más bien que fue el tío el causante. Ese día teníamos una comida los cinco hombres, El abuelo de Gonzalo, papá, el tío, Gonzalo y yo, se celebró en el Náutico. El motivo era planear lo que tenían que hacer los retoños (nosotros), cuando termináramos el máster. Entre los tres deciden sobre nuestras vidas, nuestra presencia se limita a dar fe de lo que se decida, que no fue nada. Como siempre todo queda en manos del tío y a la vuelta el habrá decidido los siguientes pasos a seguir en nuestras vidas. Varias veces tuvieron que sacarme de mis abstracciones, me interesaba más lo que pasaba en la playa que veía a través del ventanal, que lo que tuvieran que decir.

Gonzalo no me dirigió la palabra en ningún momento, y acostumbrados a obedecer, a seguir las indicaciones del tío, tampoco él tiene mucho que decir o aportar en la reunión.

Desde aquel aciago día mi cabeza no deja de pensar en el ofensivo insulto que profirió Gonzalo, sin discutir la bondad de su afirmación, creía que no debió haber proferido la ofensa. No debí utilizar un lugar que no era mi casa para cometer la felonía, si así puede llamarse, ni abusar de la confianza de su familia, estoy de acuerdo, he ahí mi culpa. Su reacción, la verdad, me sorprendió, no pensaba que a Gonzalo le interesara con quien me iba a la cama, por tanto su insulto era, o yo lo veía así, sumamente desmedido.

Como ya he apuntado Carlos va a estudiar en Cranfield de Septiembre a Septiembre, con otros compañeros de la Escuela de Ingenieros, está situada a una hora de Londres, teóricamente, y nosotros en Regent´s University London, El máster elegido por Gonzalo es el de Dirección Internacional de Empresas, a mi me hubiera gustado hacer uno de Recursos Humanos, al fin me decido por el mismo que Gonzalo. Mi elección ha sido egoísta y oportunista, espero que Gonzalo me ayude al estar haciendo lo mismo, en caso contrario estaré perdido.

Nuestra relación no parece muy apropiada para irle en este momento pidiendo ayuda. Buscaré el momento adecuado, ya se me ocurrirá, aunque tenga que ser yo el que le pida perdón por nuestro desventurado desencuentro.

Abro los ojos cuando anuncian que vamos a tomar tierra en Gatwick. El plan es que Carlos se quede con nosotros esa noche, al día siguiente lo acompañaremos a Cranfield y lo dejaremos allí instalado. Lo tiene bastante fácil, se alojará en  una de las residencias del campus, nosotros tenemos ya reservado un apartamento para los dos.

Mi vecino de asiento que, se calló cuando se dio cuenta de que no le prestaba atención, se hace el remolón para levantarse, tengo que pedirle permiso para que me deje salir al pasillo. Me parece que el buen cuarentón se ha aprovechado, tocando en una ligera caricia mi culo al liberarme el espacio. ¿Qué se le va a hacer?

Después de mis reflexiones sobre el comportamiento que debía adoptar con Gonzalo para conseguir un acercamiento, aunque fuera mínimo, decido que tengo que empezar a hablarle, vamos, tomar la iniciativa y atacar, para mi propio bien y provecho.

-¿Me bajas, por favor, mi bolsa de mano que no la alcanzo?

En un principio no atiende a mi requerimiento, o no me oye o cree que hablo al vecino, Carlos está aún en su asiento, y lógicamente, no me puedo estar dirigiendo a él. Tuve que tocar su hombro para que se dé cuenta de que estoy detrás de él en el pasillo.

-¿Es ésta la tuya?   -me está entregando la de Carlos.

-No…, no, esa es la de Carlos.    –por fin me entrega mi bolsa.

Como es normal en estos casos, tenemos que esperar para la recogida del equipaje, siempre pienso que llevo poco y luego pesa que me cuesta un mundo levantar la maleta, es de ruedas y se lleva bien. Gonzalo no me ayuda a bajarla de la cinta transportadora, esto me enrabieta, la maleta cae sobre mi pie y una rueda se me hinca causándome dolor y protesto por bajines. Si él hubiera sido yo, si que le habría ayudado, en realidad ayuda a Carlos que tampoco está muy allá que digamos de fuerzas me refiero. No todos estamos jugando al futbol y haciendo deporte un día sí y otro también.

Fuera de esa anécdota todo va bien, un taxi nos deja en la puerta del aparta hotel, Mayfair House, cerca de Buckingham Palace, por fuera me parece un lujo y por dentro se me confirma, no sé quien pagara esto pero nueve meses debe costar un ojo de la cara. Dos dormitorios con camas como las de la casa de Amadeo, cocina equipada -¿sabría cocinar Gonzalo?-, salón, dos baños, y luego nos enteramos, precio aparte, nos facilitarán el desayudo y…, lo que quieras, siempre pagando.

Carlos comparte cama conmigo esta noche, es cama king-size, te puedes perder en ella. Dejamos las cosas y salimos a la ciudad, tomamos algo de comer ligero y nos dedicamos a averiguar cómo funciona el metro, lo tenemos a cinco minutos, saber de dónde partía el autobús que nos llevará al día siguiente a Cranfield, esta a una hora y tampoco nos preocupaba mucho, se puede ir en taxi, y por último el camino para llegar a nuestra universidad.

Si te apetece puedes ir dando un paseo, unos tres kilómetros, La idea que yo tengo de Londres era de que aquí llueve mucho y habrá que usar el metro o el taxi, Solamente hemos estado aquí dos veces, hace varios años, cuando hicimos el curso de inglés en Bournemouth y fue de visita turística.

Paseamos por Regent's Park, donde se ubica la Uni y luego andando hasta el aparta hotel. Pasamos por Hyde Park, pegado a lo que será, durante nueve meses, nuestra casa. Dando vueltas se nos llega la hora de alimentar el cuerpo y decidimos probar el funcionamiento de comidas que atienden en el aparta hotel.

Durante estas horas, puede ser que Carlos haga de nexo de unión, Gonzalo comienza a hablarme, poco pero ya es algo, y la cena que nos suben de un servicio externo, la devoran en la sala viendo como se manejan los equipos que hay, TV, música, eso le sigue fascinando a Carlos.

Nos vamos a la cama un poco tarde, Carlos y yo hablamos y hablamos, las habitaciones están seguidas en el pasillo, Gonzalo nos llama al orden por que no le dejamos dormir, como lo dice en tono desabrido provoca nuestra hilaridad, procuramos no alborotar demasiado para no enfadarle.

A la mañana siguiente vamos a Cranfield, es una Universidad con sus servicios periféricos y nada más, residencias, casa de alquiler para profesores y alumnos, si lo desean, veinte casas de vecinos que prestan servicios a la Uni y un aeropuerto, pequeño. En la Segunda Guerra Mundial fue utilizado para entrenar pilotos de vuelos, embrión de lo que sería la Escuela de Vuelos y Universidad. A Gonzalo le interesa mucho lo de la Escuela de Vuelos sin decirme el motivo. Mi impresión es que todo aquello, era como una nada perdida en la campiña inglesa.

Pasamos el día con Carlos, ayudando a acomodarlo y gestionar todo lo relativo a papeleo, clases, edificio donde tendría sus clases, ver los distintos edificios, jardines. Hay varios aviones volando, imagino que impartiendo clases de vuelo que Gonzalo mira con curiosidad. Comemos en la cafetería, una comida…, bueno a mi no me importa. Su habitación no es como las nuestras, esto es una habitación de estudiante de verdad, no tenía nada. Cama, armario, mesa de estudio, muy grande, y un baño pequeño con su ducha. La cocina debe compartirla con los otros ocho compañeros de su planta. No estaba mal, espartana sí que era. Nos ofrece su habitación si es que alguna vez volvíamos.

Volveríamos a verle, a ese hombre, nuestro amigo, habría que sacarlo a la fuerza y airearle, sabemos que una vez que se volcara en sus estudios, va a olvidarse hasta de comer. Tenemos que volver a Londres y nos acompaña a la parada del autobús, hay un servicio cada dos horas, está cerca y resulta estar muy lejos. Una vez que cada uno comience con sus tareas el tiempo se hace corto y las distancias largas.

Allí, sentados uno al lado del otro, él ocupando el asiento de ventanilla y yo el de pasillo, entre arrancadas fallidas de mi garganta que se resiste a hablar, le pido que me perdone. Mi orgullo me impele a callar, y la razón a que ese es el mejor momento para hablar.

-Gonzalo…   -me atraganto.  -Verás, se que hice mal…   -gira su cabeza para mirarme de frente con un gesto que no puedo calificar.   -no debí hacer (aquello) en tu casa…, bueno no debí…, quiero pedirte disculpas, que me perdones, no volverá a pasar, te lo juro.

Es el tercer juramento que le hago en mi vida.

Aquella vez que le hice tanto daño: “No volveré a tocarte jamás”. Lo estoy cumpliendo con exquisito detalle, es cierto que habíamos tenido contacto físico, siempre porque él lo procuró. En estos años pasados, nunca, nunca, había tocado ni uno de sus cabellos y así debería seguir siendo.

Cuando en Canadá le prometí: “Quererlo a partir de aquel comento como a un hermano”. Esa promesa se cumple a medias. De cara al exterior así es, para lo que se supone la galería. Realmente en mi interior, para mi desgracia, sigo amándole. Con más o menos virulencia, a veces parece que se apaga, que todo está olvidado, pero siempre vuelve.

En estos momentos estoy pasando un tiempo relativamente bueno, desde que trasladó su vida a la residencia de sus abuelos, hace cinco años, mi corazón se ha ido serenando, nos vemos menos y ha sido más fácil el ir dejando de pensar en él.

Ahora volvemos a estar de nuevo juntos y tengo miedo, mucho miedo, casi pánico a que aquellas tormentas vuelvan a zarandearme, a hacer que pierda la razón. Confío en que hay un plazo fijo de finalización, un año y en eso baso mi confianza. Un año se pasa pronto, luego cada uno iríamos por su lado, alejarnos, procurar que la distancia y el tiempo lo cure todo.

Acabo de hacerle un tercer juramento que voy a procurar con todas mis fuerzas cumplir. Se lo difícil que va ser, él y yo sabemos que ese juramente lleva, aparte de su literalidad, un mensaje implícito. –Se acabaron los amores y las aventuras de ese tipo, al menos siempre que hubiera posibilidad de que él lo pudiera constatar-.

-También yo te falté al respeto, no debí insultarte y tampoco era un asunto de mi incumbencia, te debo una disculpa y me gustaría que me perdonaras.   –me alarga la mano que estrecho como amigo y nos sonreímos.

Por un lado se ha restaurado nuestra amistad y por otro me clava un puñal. “Tampoco era un asunto de su incumbencia”, había asegurado. Mejor así, pero me dolió. Ese es mi gran problema, vislumbro luces de colores donde solo hay negrura, vuelven a surgir las ilusiones que se las llevan vientos huracanados que destrozan todo a su paso.

Como hemos visto la habitación de Carlos, nos damos cuenta de que en las nuestras no hay una mesa de trabajo o algo que se le parezca. Hay sitio de sobra y encargamos que nos instalen una mesa de estudio en cada habitación. El aparta hotel está orientado al turismo por excelencia, no hay problema, en dos días tenemos nuestras flamante mesas escritorio con sus tres sillones.

Coincidimos en la misma clase, para mi resultará mejor, con estudiantes de todo el mundo, veinticuatro, y hay españoles también. Las clases en un principio van bien, luego vienen las lagunas, las dudas y hasta, a veces, la falta de comprensión por mi parte. No es lo mismo como estudiaba antes, con profesores que se devanaban los sesos para que yo entendiera y dedicados a mí y ahora tengo que resolver las cosas por mi cuenta.

Gonzalo, siempre que puede, a las tardes después de volver de clase, va a correr a Hyde Park que está pegando al aparta hotel, yo me quedo en mi habitación repasando, a veces volviéndome loco, luego vuelve, se ducha y se mete en su habitación, a estudiar hasta la hora en que tomamos algo para cenar, yo a veces ni ceno.

Me entra una frustración terrible al no poder entender conceptos o elaborar conclusiones razonables. El primer trimestre es de estudio individual, luego vendrán trabajos de grupo. Igual se da cuenta de lo que sucede antes, pero es al cabo de un mes cuando Gonzalo, después de su carrera por Hyde y ducharse, entra en mi habitación con un montón de apuntes y libros, los deja encima de mi mesa, se sienta a mi lado y comienzan sus clases particulares, a instruirme, a decirme lo que es importante y lo accesorio y…

No lloro delante de él aunque me entra una congoja de agradecimiento, por muy poco me echo a llorar como un tonto. Yo también tengo mi amor propio y no voy a decirle que soy imbécil, él se da cuenta por sí mismo. En casa eran otros los que se preocupaban de mí y él iba a lo suyo pero ahora, igual me ve solo, no lo sé. A partir de aquel día se vuelve una constante que después de su carrera y su ducha, se siente a mi lado y me vaya dirigiendo.

A veces me enternece, ver su empeño y también su desesperación, intentando que por activa o pasiva vaya asimilando conocimientos. Me arrepentía de haber cogido el mismo máster que él y no el de R.H que, estaba convencido que me hubiera ido mejor, sin tantos números. Se desespera mas no se enfada, no tiene una palabra desagradable. Pero, había un pero, aquella cercanía, su atención sobre mi consigue que mi amor ya no sea amor, se está convirtiendo en adoración.

Acababa el trimestre, y aún siendo de los peores del curso, me felicitan por el esfuerzo y obtengo mi aprobado.

Todo gracias a Gonzalo, ahora está contento, al ver que sus esfuerzos se ven recompensados por el resultado que obtengo y también dejo de llorar un poco. Sí, cuando no me ve, en la soledad de la ducha y en la cama lloro, de impotencia, de ver que a veces sus esfuerzos no enraízan en mí. Cuando nos dan las notas me abraza, creo que más contento que yo.

-¡Has aprobado Álvaro, has aprobado! -me abraza y da vueltas con mi cuerpo abrazado.

Está satisfecho, claro, nada comparado a su nueve y décimas, para mí es un milagro que le debo a él.

-Gracias a ti Gonzalo, gracias a ti, de lo contrario hubiera sido un desastre.

Me separa de él, me mira muy fijo.

-Tú que te has esforzado Álvaro, no vuelvas a poner en duda que tu puedes hacerlo.

Y me mira enfadado, y yo que no quiero problemas, le digo que si con la cabeza y con su brazo por encima de mis hombros me lleva a la cafetería para tomar algo.

En estos años que han pasado, se han producido cambios en nuestra fisonomía, en nuestros cuerpos. Gonzalo es más alto que yo, me ha ganado, seguramente debido al deporte que hace. Ahora es el vívido muchacho del cuadro, igual y diferente, es tan guapo como su padre y ligeramente distinto. No tiene su aire melancólico, ni sus maneras finas que se adivinan en el cuadro, es como más rudo y ya no lleva el pelo largo. No lo voy a detallar, el amor es mal consejero en estos casos, se ve lo que no hay y hasta se añade.

Por mi parte, lo de moreno y ojos verdes lo sigo siendo, estoy muy delgado, dicen que esquelético los que me quieren, como la tía, Águeda, Luci y María pero, no es para tanto. El parecido con papá y el tío se ha quedado en eso, no estoy cuadrado ni nada parecido, no estoy mal tampoco, como siempre sigo gustando, bien es verdad que ahora con Gonzalo al lado, no se me acerca mucha gente de las que van buscando algo que tener conmigo.

Volvemos a casa por cuatro días, aprovechando el fin de semana, nos reciben que ni os cuento. El chofer ha venido a recogerle, me llevan a casa, Gonzalo quiere ver a los tíos y sobre todo a su niña Ana que está preciosa, es inteligente y viva, y me callo, no voy a ser como los amos de perros, que según ellos, solo les falta hablar, salvando las diferencias entre los chuchos y Ana.

Nos hemos quedado solos, María quiere saberlo todo, dice que el próximo trimestre nos hará una visita con Raúl, éste no ha podido venir a su casa, tampoco Carlos ha querido abandonar Cranfield. Gonzalo y yo somos los más afortunados. La Navidad y Año Nuevo no podremos pasarlos aquí, nos conformamos, otros no pueden desplazarse en todo el curso.

También a la tarde veo a Pablo, viene corriendo a darme un abrazo, está para comerlo, hasta sin tomate, y se lo digo.

-Estás tan guapo que te daría un beso, si no fuera porque las chicas se iban a enfadar.

Se ríe, ya no es el mismo chaval travieso y quisquilloso pero sigue tan agudo como antes, ahora es más serio aunque sus azules ojos chispean pícaros, me devuelve su cariño abrazando con más fuerza, quedamos para comer uno de estos días, luego se apuntaría a la comida más de uno.

Pasa algo extraordinario, al día siguiente llega Gonzalo a pasar un día con nosotros pero me mira a mí, Dios mío, ¿qué estoy pensando?, ya empiezo otra vez con mis sueños que me llevan al desastre. Los aparto y los dejo a un lado, eso no puede ser, ha venido a ver a los tíos, a María y Ana, en definitiva a su casa que no ha dejado de serlo.

Salimos a dar un paseo por la alameda del Paseo de los Tilos y luego por el muelle, estamos en Diciembre y hace frío, María va con nosotros, tenemos que cerrarnos los abrigos, en el muelle sopla un viento que hiela la sangre. Cuando estamos llegando a la zona del centro comercial, al abrigo ya del viento y protegidos por los edificios, Gonzalo rodea con sus brazos la cinturas de María y la mía, vamos a sus costados, nos atrae hacía él para juntar los tres cuerpos y besa a María en su nariz y en la comisura de la boca, a mí no. También él los extraña y echa de menos a todos.

Tomamos algo en una cafetería, no en aquella tan ruidosa que ahora han transformado y charlamos, charlan, yo los miro. Gonzalo le cuenta mentiras y verdades, que el curso es muy difícil pero que nos hemos esforzado y vamos muy bien, yo digo que sí con la cabeza, como un bobo.

Comemos todos en casa con Pablo y luego la sala de reuniones, que ya está muy solitaria, cobra vida de nuevo para recoger nuestras risas, la charla intrascendente, la música y de nuevo las preguntas que se repiten de uno u otro en cantinela sabida, pero que a ellos suena a nueva.

Águeda y Luci nos preparan la merienda, que a la vez sirve de cena, para ellas también y cuando llegan los tíos se añaden a la alegría despreocupada, donde se respira un ambiente que desearía para siempre.

Gonzalo duerme en casa, arriba con nosotros, ahora tiene allí habitación con María y conmigo, y después de mucho insistir la niña, con Ana, hace tres meses que duerme allí con su prima, no quieren estar solas. ¿Qué va a hacer la tía, una contra dos? A la mañana siguiente se marcha después de desayunar, le veo desde la terraza, sale del garaje con un nuevo coche, sus abuelos le envician, me ve y me dice adiós con la mano. Miro la alameda, y desde la altura se ve mejor la desnudez de los tilos, ahora entre las ramas y casas veo milímetros de mar, en primavera no veré más que el verdor de los árboles.

A la tarde y de improviso se presenta Gonzalo, estoy en pijama leyendo y escuchando música, ha venido para que demos una vuelta, me está dejando anonadado. Me visto rápido, no se retrae y me sigue al vestidor mientras habla de sus abuelos, querían que nos quedáramos para Navidad, como siempre ha sido pero según el calendario de estudios no podremos.

Salimos a pasear por la parte comercial del pueblo, andando desde casa, vamos a un bar y encontramos conocidos para hablar. Gonzalo ahora bebe algo, alguna cerveza de vez en cuando, algo de vino en las comidas. Se pasa un pelín con la cerveza, no mucho, pero tiene que conducir y eso es muy peligroso, sobre todo por la multa y retirada de puntos, está entusiasmado hablando con todos los conocidos que encontramos y son muchos.

He decidido llevarle yo, volverme en su coche e ir a recogerlo a la tarde del día siguiente, asegura que lo de hoy le ha gustado mucho y que quiere repetirlo. Sus abuelos me reciben encantados y a él le riñe su abuela por he tenido que ir a llevarle y me pide que me quede a cenar con ellos, llamo a casa para advertirles de que voy a llegar un poco tarde.

El coche sigue al pie de la escalinata y le deseo buenas noches ates de montar en él.

-Mañana vengo a buscarte y te devuelvo tu coche, espero no hacerle una raya que es nuevito.

Pongo en marcha el motor y busco el botón para cerrar la ventanilla, no lo encuentro hasta que al fin, cuando está a punto de quedar el coche cerrado escucho su voz.

-Te lo regalo Álvaro, te lo regalo.   –me llegan sus últimas palabras que ni se oyen, amortiguadas por el cristal y el motor.

Le miro y le hago un gesto diciéndole que está loco, ¿para qué quiero yo otro coche?, tengo en el garaje de casa el mercedes de papá el alfa de mamá, ya viejos pero funcionan, los revisan de vez en cuando, otro que nos compraron para María y para mi, que utiliza María, y el del tío y la tía, cinco coches y puedo coger cualquiera de ellos si lo necesito.

Al día siguiente le voy a buscar para traerle a la ciudad, mejor, para devolverle el coche e ir a dar la vuelta que tanto le gusto ayer. En el camino, entre la casita de la portería y su casa, veo a uno de aquellos jóvenes que jugaban al baloncesto y que ahora ya es un hombre unos años mayor que nosotros, viene vestido con chándal y sudoroso, Borja es el hijo del portero y ahora el ayudante de su abuelo y suyo, me reconoce y me saluda amable. Espero a Gonzalo hablando con su abuela en la sala del retrato, ha venido de correr con Borja al que encontré antes y se está preparando.

Se interesa por como estamos, donde nos alojamos, si comemos bien, si los estudios van como esperábamos, todas esas cosas que preguntan las abuelas por muy encumbradas que estén. Tiene la chimenea encendida, igual que la otra vez que estuve aquí, el ambiente es agradable hablando con ella, además de abuela es una persona culta.

Por fin llega Gonzalo, recién duchado, vestido elegantemente, yo resulto un poco raro a su lado. Mi forma de vestir es bastante descuidada, sigo usando vaqueros, jerséis a veces viejos, tabardos, náuticos, todo ese tipo de ropa. Gonzalo utiliza pantalones de tela, camisas, chaquetas, abrigos. Una pareja que no casa muy bien, ¿en el vestir?..., y en otras cosas.

Su abuela nos pide que no volvamos muy tarde ya que al día siguiente volveremos a Londres. Nos despedimos de ella y nos vamos. Como al día siguiente Gonzalo no va a pasar por mi casa, vamos allí para que se despida y luego salimos por la zona donde se reúnen los jóvenes. Le pongo la condición de que tiene que beber dos cervezas como tope, no debe tomar más.

Tengo la impresión de que comienza a encontrarse bien conmigo, nos tratamos con normalidad como dos amigos. Estos días hay mucha gente en las cafeterías y bares a las que acuden los jóvenes, están todos de vacaciones de Navidad y los que dejamos en la facultad, ahora un año más adelantados, nos conocen. De los que acabaron los estudios con nosotros alguno está trabajando, no son buenos tiempos para encontrar un trabajo.

En la vuelta a Londres vamos contentos, nos han venido bien estos cuatro días con la familia. Es domingo 18 de Diciembre, a las dieciséis horas estamos en el aparta hotel, aunque ya hemos visto algo de la estupenda iluminación navideña Gonzalo quiere dar una vuelta para ver otras calles. Han instalado en Hyde Park una feria con atracciones, pista de hielo y una gran noria desde la que se ve toda la ciudad, Estamos al lado y nos entretenemos viendo el Winter Wonderland, subimos a la noria, y realmente es espectacular la vista que tenemos.

Nos retiramos temprano, mañana debemos ir a la facultad, aunque es la semana anterior a la Navidad, aquí no se paraliza nada, va a ser una semana de preparación de lo que va a ser el segundo trimestre. Esos días se forman los grupos de trabajo, el estudio será de prácticas sobre lo dado en el primer trimestre y debemos realizar un proyecto en grupo. Gonzalo maniobra para que esté en el suyo. Gracias Gonzalo, pienso para mí.

El trabajo no es tan exigente,  hay muchas reuniones, para elegir al responsable del grupo y las materias que vamos a llevar cada uno de nosotros, ya me estoy poniendo nervioso. Tenemos tiempo para disfrutar de Londres y realizar alguna compra. El día 24 sábado quedamos en un piso que tienen alquilado unos compañeros, dos de ellos españoles, para hacer nuestra especial cena de Navidad. No es como en casa pero nos sentimos unidos y lo pasamos bien, alguno bebe más de la cuenta y nos arreglamos de mala forma con colchones inflables en el suelo, -no sé de donde los han sacado-, para pasar allí el resto de la noche.

El domingo estaremos durmiendo casi todo el día, a la tarde salimos para tomar algo y como estamos cansados volvemos a nuestras habitaciones. Todo va muy bien, no he comentado con Gonzalo mi temor sobre el próximo trimestre, él lo debe haber adivinado y me explica que no hay problema, que eso está controlado, trabajaremos sobre las dos materias y cuando tenga que exponer mi trabajo él me ayudará.

La siguiente semana es más liviana de trabajo y el viernes nos lo dejan libre. Llamamos a Carlos, él no puede venir y nos pide que vayamos nosotros, podremos dormir en su habitación y pasaremos la noche de fin de año juntos, con él y sus compañeros. Hubiera sido más bonito que él hubiera venido a Londres, hay más cosas para ver y disfrutar.

No lo pasamos mal, organizan una variopinta cena en la cocina de su planta, vienen otros chicos de otras residencias, cada uno va al lugar que más amigos tiene y luego hay baile en un lugar habilitado al efecto, allí están profesores con sus esposas, estudiantes y el fin de año es todo un éxito. No creía que con tan poco se pudiera hacer tanto, lamentablemente nos encontramos con uno de los compañeros del colegio, y de Carlos en la Escuela de Ingenieros, que ha estado algunos años con nosotros en Canadá.

Estuvo con Gonzalo en el liceo francés desde niños y ha estado enamorado de él, nos rehúye y solamente puedo verle de lejos sin permitir acercarnos. Hemos vivido tantos momentos felices los tres y ahora todo se ha roto.

El domingo debemos volver, nos hemos perdido el desfile New Year,s Eve, pero no importa, aún queda para después, la semana siguiente para visitar algún mercado de Navidad, si no los han cerrado todos para entonces, tampoco es necesario, hemos estado en alguno estos días pasados.

El lunes día 2 comienza de nuevo el trabajo en la Uni, he conseguido pasar un trimestre sin provocar una mala reacción en Gonzalo, llevo muy mal la abstinencia y no deseo bajo ningún concepto que se produzca cualquier tipo de incidente que le aleje de mi. Soy como la miel para las abejas, como siempre me sucede, huyo de toda posible relación con hombre o mujeres y evito, por todos los medios, aceptar cualquier tipo de sugerentes indirectas.

Hay chicos y chicas guapos y que se sienten solos y necesitados como yo, y como no podía ser menos, intentan acercarse y conseguir algún tipo de relación. Siento miedo de que surjan problemas y también me siento muy a gusto con el nuevo comportamiento de Gonzalo y de cómo va nuestra relación. No hay nada, ya lo sé, pero yo quiero creer que si lo hay.

Tengo que recurrir a masturbarme, mi grado de deseo y excitación hace que me abandone al vicio y la concupiscencia. Sueño con él y se me producen unas terribles erecciones, a veces sin venir a cuento, que tengo que aliviar, sobre todo cuando el dolor en los huevos se me hace insoportable.

Las imágenes oníricas pueblan mis sueños y momentos de relax. La suya se hace recurrente, busco sustituirla por cualquiera de los amantes de los que he disfrutado y es imposible, se superponen como fotogramas de una película hasta que el fotograma dominante, es el que le representa a él y ocupa la pantalla de mi mente.

Busco en mis recuerdos los ojos de los chicos con los que mantenido relaciones,  el azul del mar, los verdes esmeraldas, la profundidad del negro, el amarillo ámbar, los azulados grises y solo consigo al final, empacharme en el dulce y dorado chocolate de su mirada. Cuando mi mano recorre el fuste de mi verga con los ojos cerrados, no es mi mano, es su boca la que sujeta y aprieta y acaricia. Esto no es sueño, es latente realidad, le ayudo con mis caderas, para llegarle a lo más profundo y sentirle su garganta acariciando mi polla.

No soy capaz de conseguir, en el momento cumbre del éxtasis, cuando casi perdido el sentido salen de mi verga largos chorros de semen, que yo imagino en su boca, deshacerme de su imagen que los recibe golosa. Luego, cuando despierto del éxtasis y abro los ojos, siento pena al ver que los hilos de mi semen se deshilachan y se van para perderse al final diluidos en el agua por el desagüe, a la nada. Mis labios suspiran su nombre, casi en silencio, en un sordo dolor llorando… Gonzalo.

Acabo entonces sintiéndome culpable, desde el mismo instante en que el placer se ha diluido, siento aversión de mi mismo, me odio por mi debilidad y…, vuelvo a caer, a caer a caer, siempre en lo mismo.

Londres está frenético, no solamente la ciudad, todo el Reino Unido. Este año se celebra aquí la XXX Olimpiada o Juegos Olímpicos de Londres 2012. Se han interesado los organizadores de captar gente que guste de participar en el evento, necesitan miles de voluntarios para las distintas actividades y servicios que se van a ofrecer al visitante. Se extreman las medidas de seguridad y vigilancia, reina la psicosis, como si hubiera un policía por cada ciudadano de Londres.

Una mañana de Febrero despierto  sudando a mares, cuando intento levantarme de la cama sufro un mareo que hace que vuelva a caer sin fuerzas en ella, mi visión está nublada, la habitación me da vueltas y me cuesta respirar. Gonzalo viene a buscarme, intrigado por mi tardanza en prepararme, otros días soy el primero y le tengo que esperar a él en la sala para bajar a desayunar.

Me encuentra temblando y con la mirada extraviada, se asusta y baja a recepción para solicitar la visita de un médico, cuando vuelve llama a la tía. En este caso, bendita la diferencia horaria, la tía está en el hospital, tranquiliza a Gonzalo y le pide que cuando llegue el médico le ponga en comunicación con ella.

Gonzalo me acompaña en la ambulancia que me lleva al hospital, el médico y la tía han determinado lo que se trata, un exantema súbito, aparece ya un sarpullido sobre el tronco  de mi cuerpo. No se trata de que haya peligro extremo, pero deben encontrar el motivo que lo ha causado para establecer el tratamiento. Una vez realizados los análisis el poder decidir el procedimiento a seguir es sencillo, al parecer es cuestión de horas o algún día el que remitan los síntomas.

Cuando la consciencia vuelve a mi veo a Gonzalo, ha estado a mi lado la mayor parte del tiempo, en mis delirios he sentido manos que acariciaban mi rostro y creído oír un llanto sofocado. Está sentado en una blanca silla de hospital al costado de la cama. Un goteador de suero cuelga en su gancho y se une con mi brazo por un tubo de plástico transparente, luego una aguja que no se ve entra en mi brazo. El goteo es muy lento y el fármaco viaja por el tubo hasta mi cuerpo.

Sostiene mi mano. Fijo mi mirada en él, está desmejorado y tiene los ojos rojos, acaricia mi mano suave, constante y me sonríe y vuelvo a dormirme. Cuando despierto de nuevo Gonzalo sigue allí, ahora cambiado de ropa y se le ve mejor, yo también estoy mejorando pero me pica el cuerpo terriblemente.

Retiran el goteo y giran mi cuerpo colocándome boca abajo, me retiran la ropa, un doctor dermatólogo y una enfermera hablan sobre lo que deben utilizar para reducir los picores y evitar que me arañe el cuerpo. Me aplican algo que me alivia y me descansa. Cada cierto tiempo vuelve la enfermera o cuando le digo a Gonzalo que no soporto los picores.

Estoy un poco avergonzado, desnudo y expuesto entero a su vista, mi cara se vuelve roja, cereza y hasta malva y se me va y vuelve el color. Tantas veces ha visto, el cómo y lo qué me aplican que, ahora, cuando le hablo de mis picores, él mismo me extiende el líquido con una gasa esterilizada, muy suave como si temiera romperme, por toda la espalda, el culo, los muslos, el pecho. Es discreto y no me mira en detalle para no avergonzarme más.

-Gracias Gonzalo, ahora estoy más aliviado.

-Cuando lo necesite me dices, pídemelo.

¿He tenido mucha fiebre?

-Mucha, mucha, a ratos has delirado.   –parece haber duda en su respuesta.

-No abre dicho cosas que no debiera haber mencionado.   –observo el rostro de Gonzalo que se ha cubierto de rubor.

-No…, no, no has dicho nada incorrecto.

-Que mal sabes mentir Gonzalo.   –su cara se pone más roja aún.

-Pero no ha sido importante, alguna tontería y a veces no te entendía.

-¿Cuantos días llevó aquí?

-Tres días, esta tarde te dan el alta, las atenciones las puedes tener en casa.

-¿O sea qué ya estoy bien?

-Bueno sí, te van a dar algo por si vuelve la fiebre y esta loción para los picores.

-Lo tienes todo controlado Gonzalo, ¿sabe algo la tía, se lo has contado?

-Ya sabe que estas bien, como tú dices todo está controlado por Gonzalo.   –suelta una alegre risa y yo sonrío su gracia.

-Tus clases Gonzalo, ¿qué has hecho estos días?

-Estar aquí a tu lado, no te preocupes que hay tiempo y a partir de mañana me pongo serio a trabajar.

Ha estado aquí, conmigo tres días cuidándome y, ¿cómo, dónde, habrá dormido?

-Gracias, Gonzalo, te debo una, bueno una muy gorda.

-Mejor que no me la tengas que devolver, yo no quiero estar así como tú, tienes toda la espalda y el culo rojos y con erupciones que se van pasando.

Le he pedido que vaya a comer algo mientras preparan el papeleo para dejarnos marchar, me ha traído alguna ropa, no hace falta que vaya en ambulancia y puedo ir en taxi. Cuando vuelve me ayuda a levantarme y a vestirme, lo hace con enorme cariño, desde el slip hasta los zapatos. Cuando llega la enfermera y el doctor con los papeles, pastillas, pomada y la loción, me encuentran ya preparado. Firmo los papeles que me tienden y marchamos.

Me va sosteniendo por la cintura, para que apoye mi peso en él hasta la parada de taxis. En el aparta hotel me dice que debo ir a la cama, me causa apuro pedírselo pero me apetece darme una ducha y que el agua se lleve el sudor de estos días. Me ayuda y se mete conmigo a la ducha y me seca con la toalla, con cuidado de no rasparme y me mete en la cama, como una madre a su hijo, con el mismo amor, me creo que estoy soñando.

¿Qué está sucediendo? Estoy desconcertado, ¿tanto me quiere?

Esa noche dormirá a mi lado y, en un par de ocasiones tengo que pedirle que me aplique la loción y luego la pomada.

El lunes ya estoy preparado para ir la Uni con él, Durante el fin de semana hemos salido a caminar, a comer fuera y también hemos  estudiado, ha estado en la facultad y ha traído trabajo para hacer.

Un sábado volvimos a Cranfield para pasarlo con Carlos, él sí que trabaja, me parece hasta raro que haya sacado tiempo para estar con nosotros, no se lo vamos a robar, después de comer con él y estar un rato volvemos.

Se van acercando las fechas en que debemos presentar el trabajo, estamos ensayando la presentación, el trabajo está prácticamente acabado, Gonzalo me reserva una presentación muy corta de mi materia. Los seis meses me está insistiendo en que debo conocer todo el proceso, el trabajo de los demás compañeros, el tercer trimestre se trata de realizar nuestro trabajo individual. Él está muy tranquilo y yo temblando de miedo, en este caso confío en que la nota será buena, es una nota de conjunto, no se valora el trabajo de cada uno, se puntúa el resultado final del proyecto.

La suerte está echada, temo que me traicionen mis nervios, cuando llega el momento de mi intervención no tengo ojos más que para Gonzalo, mirar sus labios como se mueven y casi leo en ellos lo que tengo que hablar y que decir leyendo como los sordos.

Nota: 8,5, estoy haciendo cálculos a una velocidad que ni me reconozco, mal tendría que ir el tercer trimestre para no sacar una nota media del curso de 6 ó 6 con algo. Estoy loco de alegría, como si hubiera terminado el curso y tuviera ya en la mano el ansiado 6 con algo, Tenemos una semana libre y hablamos sobre lo que podríamos hacer.

-¿Recuerdas el año que estuvimos en Bournemouth en la casa de la señora Gladys, aquella señora mayor que vivía con el alemán y siempre estaba borracho tumbado en el jardín?   -Gonzalo me mira risueño recordando.

-Claro que lo recuerdo, luego nos cambiaron a otra casa, la señora se llamaba Sweating y tenía aquellos dos perros guarros que dejaban el jardín hecho un asco. A ti te gustaban Gonzalo, los sacabas de paseo.

-Era para tomar una pinta de cerveza, en aquel pub de la entrada del parque, bueno también me gustaba llevarlos y aprovechar para correr con ellos.

-Además era viuda y ¿recuerdas la porra de bobby que tenía colgada en la cocina, dijo que era de su marido que había sido policía?, ¡oye! se enfadó aquella vez que la descolgué para ver cómo era.

-A veces me acuerdo de Raymond, aquel chico, técnico en informática, que vino de América. Trabajaba en las bases militares, en temas de control de vuelos y lo misterioso que era pero resultaba simpático, nos llevó dos veces con él de excursión. No hemos vuelto a saber de él

-Podíamos ir un par de días, recuerda que queríamos ver el Museo Naval de Portsmouth y al final no pudimos ir.

Gonzalo suspira, apoyados los codos en la mesa de estudio, recordando aquellos días.

-Lo pasamos bastante bien, me gustaría ir allí pero, mis abuelos quieren que vaya a verles, tendré que dejarlo para otra ocasión.

Continua con los codos apoyados soñando con aquel verano, cuando fuimos andando hasta Poole un par de sábados, y luego nos sentábamos al borde del bonito lago para ver a los chicos practicar winsurf, navegando tan suave sobre sus tablas, como si fueran andando sobre el agua o deslizándose en el tenue aire.

Está guapísimo, no hay lámparas encendidas y la luz que entra por el ventanal ilumina solamente la mitad de su rostro, lleva un jersey de cuello grande que sujeta con sus manos, arrastrándolo para dejar su cuello al descubierto.

Su mirada busca en el aire perdida en el vacío un no sé qué, y sonríe melancólico. Sus finos labios rosados se abren en una sonrisa preciosa. Me lo imagino en mis brazos, besando sus  párpados para premiar su mirada y luego bajar a sus labios y apretarlos con los míos, más gruesos y grandes, y envolverlos entre ellos y emborracharme en su aliento hasta marearme.

Joder, ¿en qué estoy pensando?, se me ha parado la verga, la tengo…, la tengo que no la aguanto, apretada en el slip, alocada me palpita y creo que lo estoy manchando todo y la culpa es de él. Como le deseo, es un afrodisiaco que despierta mi apetito sexual hasta el paroxismo, me exacerba sin medida. ¡Ay, Dios mío! ¿Qué me pasa?

-¡Álvaro, Álvaro! Despierta chico, estas en trance.

Se ha levantado, ha llegado hasta mí, me sacude por el hombro y yo ni me he enterado. Tapo mi erección con las manos y espero que se baje pronto.

-Les llamo y les digo que vamos a visitarles, ¿te parece bien Álvaro?

-Sí, sí, llámales.   –saca su móvil del bolsillo y llama, a sus abuelos a su casa. Hace años en nuestros primeros viajes a Canadá, no había estos teléfonos, o no estaban tan popularizados, íbamos sin ningún medio de comunicación y allí, adquiríamos tarjetas de crédito para utilizar en las cabinas públicas o llamábamos desde las residencias.

-Vamos Álvaro, vamos a dar una vuelta y tomar algo, luego preparamos la maleta cuando volvimos.

-¿No vas a correr hoy?   -estoy pasando el tiempo para que mi verga se ponga flácida.

-No, hoy lo dejo, venga vamos.   –me urge y como no me levanto, me sujeta por la mano y tira de mí. Menos mal que el bulto se ha menguado.

Llegamos a nuestro destino, el viaje ha resultado plácido y tranquilo, es 31 de Marzo y tenemos vacaciones hasta el 8 de Abril, el viernes también es fiesta en Londres. El Good Friday o Viernes Santo se celebra allí también.

-Mira Gonzalo, allí, ¿no es aquel Borja el ayudante de tu abuelo?    -mira, buscando entre el público que hay esperando a los viajeros.

-Es Borja.   –¿me mira con enfado?   –Además de ayudante de mi abuelo es un amigo.   –pues sí, parece que le ha molestado lo que he dicho.

-Perdona Gonzalo, yo no lo sabía y había oído algo, ni siquiera le conozco y le he visto dos o tres veces últimamente, pero por favor no te enfades, no he querido molestarte, además si a mí ni me importa.

-¡Ah!…, ahora ni te importa, pues es mi amigo además de empleado de mi abuelo.

Decido callarme, lo estoy estropeando todo, seis meses tirados por la borda por una observación mal hecha, cada vez que hablo lo empeoro, espero que se le vaya pasando.

Cuando llegamos a su lado se saludan estrechando con afecto sus manos y un abrazo, se ve en la sonrisa que intercambian el aprecio que se tienen.

Estrecho su mano, es un chico mayor que nosotros, dos o tres años, de pelo castaño, alto, elegantemente vestido y resulta un tipo interesante que por el trato que observo se lleva bien con Gonzalo. Parece que el chofer está enfermo, sin importancia alguna y él se ha ofrecido a su abuela para venir a buscarle.

Gonzalo ha ocupado el lugar del copiloto y yo paso al asiento trasero, hablan de sus temas que no me interesan. Al chico se le ve culto y preparado, tiene una voz agradable y sonora y habla mucho explicando cosas que Gonzalo conoce y refuta o asiente y a veces ríen de lo que le está contando.

Cuando llegamos a casa Borja desciende del coche para ayudarme a bajar la maleta, Gonzalo le dice que lo hará él y así es, la lleva como si no le pesara, es mi maleta pero no me permite llevarla.

-Borja, ven entra en la casa.   -le pide que nos siga, Borja entrega las llaves del coche a los de seguridad, por si lo tienen que mover si estorbara por cualquier motivo y nos sigue.

Se han dado cuenta de nuestra llegada un poco tarde, pero van saliendo al porche de la casa todos mis seres queridos. María está radiante y Raúl que posesivo no suelta su talle, está a rabiar de guapo y de feliz.

-Raúl…, esta vez te han dado vacaciones, golfo.   –le digo mientras nos abrazamos, sigue estando tan bueno o mejor que antes.

A Ana la cojo en vilo y doy vueltas con ella, tiene ocho o nueve años, va aún con el uniforme del Liceo. Ahora pienso en lo raro que es mi tío, todos sus hermanos y él fueron al Liceo Francés, a mi me envía a un colegio diferente, con María hace lo mismo, a Gonzalo que tuvo que empezar el mismo año que yo, le ingresó en el Liceo y ahora a Ana también. No es que me importe, es el por qué esa diferencia de criterio.

-Al, ¿cómo te fue en el hospital?   -Es la tía que me abraza y mira como si buscara alguna marca que pudiera haber dejado el sarpullido.

Estamos, entre besos y abrazos más de media hora. Antes de partir Gonzalo me habla, no tiene el gesto risueño de otras veces.

-A la tarde te paso a recoger.   –sonríe, parece que se le ha pasado algo el enfado y que sigue queriendo estar conmigo.

Luego Gonzalo y Borja se marchan, bajan las pocas escaleras que hay desde el porche hasta el asfalto, charlando amigablemente y les observo marchar. He podido observarle ligeramente abrumado por las emociones del reencuentro y las ganas de abrazar y sentir a los míos, creo sinceramente que es una buena persona, le he visto emocionarse con nuestras efusiones cariñosas, alguien que se emociona con el dolor o la alegría ajena es bueno, eso lo tengo claro.

Ha sido el motivo de un ligero encontronazo entre Gonzalo y yo o quizá el causante he sido yo, iba todo tan perfecto que no podía ser real.

Cuando Gonzalo llega a la tarde para recogerme como dijo que haría, os quedamos en la casa de la tía hablando y contándoles en detalle lo que quieren saber. Todo, lo quieren saber todo y con la historia de mi hospitalización se ríen pensando, imaginando los problemas que pudo tener Gonzalo.

María y Raúl vienen con nosotros, van delante a veces sujetándose por sus talles, otras sueltos, otras tomándose de las manos. Siento envidia, veo balancearse la mano de Gonzalo a mi costado, casi rozándome y se la hubiera sujetado y entrelazado sus dedos con los míos.

-Gonzalo, sobre lo de Borja, quiero que lo hablemos, te he pedido disculpas y no me has contestado.

-Déjalo, igual yo no te he entendido Álvaro, equivoque el sentido en que lo decías y ya está olvidado. Borja está trabajando para mi abuelo y a veces tiene que colaborar conmigo, nada más. Tengo amistad con él, como con su hermano y con los hijos de todos los empleados de mi abuelo. Cuando dejé la casa de tus tíos y marché allí, ya sabes cómo es aquello, me sentí solo y estaban ellos, jugaban en la cancha de tenis y pueden utilizarlo todo, tienen autorización de los abuelos, con alguien tenía que jugar y acabamos siendo amigos. Ya has visto que allí son todos como si fueran una familia.

Intenta explicarse y no es necesario, damos un paso en nuestro acercamiento y nos equivocamos de nuevo, parece que esto no va a tener fin.

-Lo entiendo Gonzalo, lo entiendo todo y no me molesta, quería decirte que no tiene además porque molestarme, lo que yo quiero es que no te enfades conmigo, que estos tres meses que nos quedan de estar juntos, estemos bien, sin enfadarnos.

-¿Tres meses, quién ha hablado de tres meses?   -me mira enfadado otra vez.

-Dime, venga, dime Álvaro, ¿quién ha dicho lo de los tres meses?

-No…, no nadie, el curso terminará en ese tiempo o algo más, solamente es eso.   –nos quedamos en silencio.

-Gonzalo, no puedo hablar nada, te molesta todo lo que digo.

-Es que no entiendo el por qué ahora tienes que decir que solo vamos a estar tres meses juntos.

-Bueno, vamos a dejarlo, mira Raúl y María van a entrar en aquella cafetería, vamos con ellos.

No le entiendo, se enfada por todo y no son más que tonterías, no me importa la amistad que pueda tener con Borja o con otros amigos suyos y, ¿sobre el tiempo de estar juntos?, pues es así, en Junio o Julio acabaremos y luego, espero, que cada uno vaya por su lado.

María y Raúl están sentados en una butaca amplia, hacen sitio a Gonzalo para que se siente entre ambos, hablan con él y María le hace tonterías que le agradan, acariciarle el pelo y la cara, y se distiende la atmósfera ominosa en la que nos hemos rodeado, piden cerveza para beber y agua para mí. María bebe cerveza, es la primera vez que la veo beber alcohol y no me gusta.

Después, en otro bar, Raúl y María encuentran unos conocidos y al rato estamos los dos solos, no me apetece estar entrando y saliendo de bares continuamente y nos despedimos de ellos. Paseamos diciendo tonterías o saludando a gente conocida. Cuando se va a despedir para marchar a su casa.

-Me gustaría ver a tu abuela, quiero decir a tus abuelos, podrías invitarme a comer mañana, si no tienes otros planes.   –le hablo esperando su reacción que me sorprende.

-Vente ahora conmigo y duerme allí.   –lo pienso y decido que lo mejor es que no, que iré al día siguiente a la mañana, me tengo miedo de lanzarme a su cuello y comérmelo a besos.

-Creo que es mejor que vaya mañana, si no te importa.   –noto cierta decepción.

-Vale, bien, voy a estar toda la mañana allí, cuando tú quieras ir pues vas y si lo deseas puedo venir a recogerte.

-No te preocupes Gonzalo, algún coche habrá libre, tranquilo ya iré yo.

-Oye Álvaro, todos estos líos que hemos tenido están olvidados, ¿de acuerdo?

-De acuerdo, ¿entras en casa para despedirte?

-No, me voy, tengo intención de pasar un día aquí, igual el jueves. Ahora me marcho.    –nos despedimos sin más incidencias.

Al día siguiente, sobre las once de la mañana, con el coche que fue de mamá voy al encuentro de la familia de Gonzalo. Me abren el portón de entrada y enfilo el largo camino hasta la casa, deben haber avisado de mi llegada, en el porche está su abuela a la que he cogido un real aprecio. La anciana me recibe con un cálido abrazo y dos besos, parece que Gonzalo está corriendo por el parque que rodea la casa y me dirige a uno de los salones de la planta baja.

Desconozco si habla mucho con su nieto porque a mí me inunda a preguntas. Han tocado en la puerta y al abrirse aparece Borja, viste diferente que ayer pero continua vistiendo muy elegantemente como tipo Gonzalo, sonríe a la dama.

-Gonzalo pregunta por Álvaro.   –me he levantado del sillón donde estaba sentado para estrechar la mano de Borja.

-¿Dónde está Gonzalo?    -Borja señala el móvil que porta en la mano y se acerca a una de las ventanas, corre la cortina y me señala con el dedo, efectivamente como a unos quinientos metros se encuentra Gonzalo con otra persona.

-Pregunta si puedes acercarte hasta allí, donde él se encuentra.   –su abuela se ha puesto en pie y mira sin ver lo que está en la lejanía.

-¿Si no le importa?   -la anciana me mira comprensiva y me indica que vaya.

Según me voy acercando compruebo que la persona que le acompaña la he visto en otras ocasiones. Ambos están haciendo flexiones y ayudándose el uno al otro en algunos ejercicios.

-Llegas tarde Álvaro, ya hemos acabado de correr, ven acércate, quiero presentarte a Telmo, hermano de Borja.

No hace falta que me indique que son hermanos ya que su parecido es asombroso, la diferencia está en que Telmo tiene algunos años menos que su hermano. Le saludo estrechando su sudada y húmeda mano que retira al instante. Se despiden y Telmo se encamina hacia su casa de la portería y Gonzalo y yo en camino contrario.

Estamos en la habitación de Gonzalo, curioseo mientras se ducha y prepara para salir a dar un paseo donde me muestra el entorno, parte de él ya conocido y me relata la vida en aquel recinto cerrado a los extraños, se le ve alegre, brillante después del ejercicio y la ducha que se ha dado.

En la comida participa también Borja, habla fluido y conoce de diferentes materias que lo hace un buen conversador, después de la comida, se retiran los tres, me dicen si quiero acompañarles, tienen que hablar de ciertos asuntos y prefiero quedarme con la anciana dama.

-¿Te apetece que demos un paseo?   -parece una copia de aquella vez que vine a esta casa para acompañar a Gonzalo.

Empieza la primavera y los jardines del parque están espléndidos, la dama se detiene de vez en cuando para mostrarme diferentes flores que acaricia en sus blancas y escuálidas manos, el prado salpicado de las blancas y amarillas chiribitas luce increíble, cuando llegamos al banco donde aquel día nos sentamos, antes del acantilado que baja a la dorada playa, me sujeta para tomar asiento.

Sigue emocionándome la contemplación del mar y lo miro extasiado, es el día primero de Abril, la mañana es magnífica y sopla una ligera brisa del mar que lleva cierta frescura.

-¿Puedo hacerte una pregunta?    –la anciana señora se gira para mirar mi rostro.

-Si señora, si puedo contestarla lo haré.  -la dama se queda pensativa un momento y me formula la pregunta que me deja perplejo.

-¿Cómo va la relación entre Gonzalo y tú?   -la sorpresa me ha dejado mudo, tartamudeo cuando consigo responder.

-No sé a qué se refiere, ¿qué me quiere preguntar exactamente?

-Álvaro, soy una anciana pero no una estúpida, entre Gonzalo y tú hay algún tipo de relación, a eso me refiero.

Continúo sorprendido, desconozco de donde puede haber sacado esa conclusión la anciana.

-Lo siento mucho, desconozco que Gonzalo tuviera cualquier tipo de relación conmigo, excepto la de la amistad que nos une, como usted bien sabe.    –la anciana desvía la mirada al azul del mar.

-Pero Gonzalo te quiere y tú también le quieres, eso lo puedo ver aunque sea una anciana ya torpe.

Me gustaría haber podido darle otra respuesta, decirle que sí, que éramos pareja, que nos amábamos, que… En su lugar tuve que decirle la verdad.

-Pues lo siento señora pero no hay nada. Entre nosotros no existe ninguna relación del tipo que usted sugiere o sospecha.

Si pensaba que la abuela de Gonzalo iba a respirar aliviada, fue todo lo contrario, quedó pensativa y daba la impresión de que tenía una gran preocupación.

La Semana Santa transcurrió sin más incidentes, pateamos nuestra, no del todo conocida ciudad, paseamos con María y Raúl y pasamos el tiempo disfrutando de nuestros amigos, los que aquí estaban, Pablo y Sergio, Amadeo esta en Méjico y Carlos en Cranfield.

De este viaje me quedó, meridianamente claro, que Gonzalo no deseaba que yo pensara, que había algo raro entre él y la gente que conocía. Una especie de aviso al navegante: “Toda las relaciones que yo mantengo son normales y no tengo nada que ocultar”, De momento desconozco el motivo del mensaje pero así lo interpreté.

 

El domingo día ocho llegábamos de vuelta a Londres para pasar nuestro tercer y último trimestre.

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