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Relato corto sobre la primera vez

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El chico (yo) amaneció aburrido. La familia se iría a una fiesta de mediodía y él se quedaría completamente solo. Ni el papá, ni la mamá ni mucho menos las hermanas (18 y 20 años imaginaban lo que hacía una vez que estaban fuera de allí. Con 16 dulces años, el chico (insisto, yo) esperó a que se marcharan. El departamento familiar, uno de los 16 que estaban semivacíos debido al Carnaval local, se quedaba casi en silencio. Solo el chico y su alma sabían que pasaba allí.

Todos se fueron, todavía él echó un vistazo para ver que se marchaban en el auto. Aún así espero 15 minutos aún y cuando la impaciencia le mataba.

Corrió al tocador de sus hermanas. Siempre se depilaba las piernas y realmente se le veían hermosas, más cuando se untaba crema de coco. Se ponía un short corto de su hermana la culona. Se ponía una camiseta con el logo de los Vaqueros de Dallas y unas ballerinas que había comprado a escondidas en una zapatería del centro. Un pequeño retoque con un labial, más una cinta que se colocaba en la frente. Allí estaba. Ninibe, el gay que se ocultaba en ropas de hombre y que quería conocer el mundo, aunque no saliera del edificio.

Su mayor gozo era salir por el pasillo y caminar con el corazón palpitando rápidamente con deseos de no ser visto pero a la vez de ser descubierto. ¡Quería gritar a los cuatro vientos que era gay y que se sentía atraído por los hombres! Pero, a la vez llegaban los temores de siempre. El ¿qué dirán? El temor de que su padre, un macho de primera le golpeara y reprochara que era gay. No, tendría que ocultarlo porque si no, ¿de qué iba a vivir?

El chico Azabache se quedó un rato en casa, con las piernas cruzadas de manera muy femenina. Buscaba contonearse como los maricas que pasaban frente a su casa, pero entendió que debía ser auténtico y dejar que las cosas llegaran solas.

Volvió a salir al pasillo tras haber escuchado que una puerta se cerraba. Era la vecina, doña Silvia que se iba al mercado y se tardaba horas. Salió nuevamente del departamento con la lleve en las manos y caminó con pasos femeninos pero muy discretos. En el camino tuvo una erección, la protuberancia se notaba en el pequeño short que le hacía lucir sus bellas piernas.

Sin embargo, regresó casi corriendo a casa. Quería ser visto y reconocido pero algo en su interior le detenía. Corrió al baño y frente al espejo se limpió los labios y se quitó las zapatillas de ballet. Fue y se recostó en la cama. Frustrado, con una sensación de impotencia que le podía mucho.

Un rato después alguién toco a la puerta. Descalzó fue a asomarse para ver quién era. Se fijó a través de la lente que estaba pegada a la puerta. Era Máximo, el conserje del edificio que siempre sonreía y de quien nadie se sabía que hacía en su casa. el chico Azabache le descubrió varias veces que llegaba una que otra puta a pasar un rato con él. Una vez vio a un travesti que se pintarrajeaba demasiado el rostro y que seguramente le hacía buenos trabajos orales al conserje.

El chico Azabache (sí, yo) decidió abrir la puerta. Máximo le dijo que iría a cambiar un cristal de la ventana del baño. Máximo era un sujeto de más de 40 años y que en ese momento estaba con el dulce chico gay de las piernas bellas. Era alto y con cabello cano, prematuro, era fuerte y el chico Azabache le había visto levantar a sus espaldas roperos para los inquilinos que llegaban al edificio.

Máximo entró a uno de los dos patios del departamento y la ventana daba hacia el cuarto del chico Azabache. El chico gay se acostó boca abajo en su cama a mirar una revista. Pero notó la mirada del conserje. El gay se había visto al espejo y le gustaba su culo. Redondido. Corría mucho y cuando se hacía pasar por hombre jugaba algún deporte. Este vez vio que el sujeto trataba de colocar el vidrio de la ventana y colocaba el pegamento a su lado. ¿Me puedes ayudar? le preguntó al jovencito.

El chico Azabache fue hasta donde estaba y se preguntó qué demonios haría allí si el sujeto parecía tener todo bajo control. Sin embargo, pese a sus 16 dulces años entendió el mensaje. Mira hacia su pantalón y vio un bulto allí. ¡Máximo estaba erecto y quería placer! Temblando, el gay de closet tenía la oportunidad de salir del mismo y gozar del mundo. Tocó y frotó el pene del conserje. Temblando y temblando. Colocó delicadamente un cartón en el piso del patio y se agachó. No era su primera mamada de pene, ya había mamado el pene de uno de sus mejores amigos que odiaba a los gays pero que le había pedido "una ayudadita", su amigo se hacía pajas a cada rato y estaba hasta amarillo, pero el chico Azabache gustoso le hizo el favorcito.

Esta vez, tras bajar el cierre del pantalón de Máximo se encontró con un pene erecto, rosadito, peludito de los huevos y que estaba allí, listo para ser aprovechado. Y lo aprovechó. Le mamó su pene conforme a su corta experiencia y el sujeto lanzó un pequeño ¡ahhhhh! de gusto cuando comenzó a calentarse tras sentir esos labios húmedos en su pija.

El chico Azabache (yo, maravillado) seguía lamiendo esa rica pija y fue sujetado delicadamente por su conserje quien lo llevó al cuarto. ¿Ya tuviste tu primera vez? le preguntó al chico. ¡No! Y entonces el hombre le pidió que se quitara su short y le miró. Con delicadeza el jovencito se había rasurado piernas, nalgas y alrededor del ano. Su piel se sentía delicada y su ano cerradito. El conserje le lamió el ano y le untó un poco de crema Hinds que encontró allí. Le metió delicadamente el pene erecto y en un instante le partió el culo al chico gay que llegaba a la vida verdadera. El tipo era un prodigio y realmente hizo gozar al chico. Es cierto, al principio le dolió pues sintió un garrote como de acero que le fue reventando el ano, pero el conserje lo sacó y se lo volvió a meter y le fue enseñando como gozar de esa estocada que le dio.

El chico Azabache (yo, con los ojos virados) recibió una descarga de semen en el culo y todavía alcanzó para que le mojara su suave espalda. Fue un dulce despertar al sexo y cómo lo disfrutó.

Hoy, a sus 24 años, el Chico Azabache se atrevió, por fin, a platicar sobre su primera experiencia: Todavía se depila las piernas y cada vez que prueba la verga de su pareja goza al máximo. Dulce sensación.

 

(9,07)