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Elevando el deseo: sexo en el ascensor

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Diego y yo nos conocimos en circunstancias extrañas, a la salida de un boliche y con unas copas de más encima su grupo de amigos y mi grupo de amigas nos encontramos por primera vez. Esa madrugada compartimos un viaje en automóvil juntos, viajé sentada en las piernas de él, las piernas de un total desconocido que me sostuvo con delicadeza durante 15 o 20 cuadras mientras recorríamos la ciudad. Me acuerdo de su perfume, teníamos los rostros bastante juntos, él usaba un piercing debajo del labio que me parecía muy sensual... de pronto me encontré viajando con mi imaginación y jugando con sus labios: cerré los ojos y me imaginé que recorría mi cuello despacio mientras la piel se me ponía de gallina. Cuando regresé a la realidad seguía sentada sobre él, excitadísima, con los pezones duros y bastante mojada. Habíamos parado en un almacén y algunos de los que viajaban en el auto estaban comprando algo para desayunar. Diego parecía tranquilo, uno de sus brazos me rodeaba de costado y el otro se apoyaba en mis piernas. Estaba de pollera y me preguntaba si acaso notaría mi estado, me puse nerviosa y traté de despejar los pensamientos: sin saberlo estaba ante una de las personas que más me excitó en mi vida (y ni siquiera me había tocado).

Por ese entonces tenía 19 años (hoy tengo 26). Era delgada, con buenas piernas y curvas bastante interesantes y nunca pensé que podía llegar a estar tan caliente con alguien. Esa era la palabra que en ese momento definía mi relación con Diego: calentura. Una necesidad insoportable de que me ponga contra la pared, levante mi pollera, haga a un lado mi tanguita y me penetre entera, sin aviso previo, sin preámbulo alguno...

Pasados siete años (y muchas idas y vueltas que algún día contaré) nos rencontramos "virtualmente". Yo casada y él a punto. Los dos mucho más directos y maduros y conscientes de que nuestras vidas son hermosas y funcionan perfecto decidimos comenzar a trabajar juntos: los dos sentíamos la misma pasión, la radio. Así que hablamos con una emisora local y comenzamos un programa a la noche.

El rencuentro fue mejor de lo que me imaginaba. Nos juntamos unas horas antes del primer programa en un café céntrico. Pedimos algo para merendar y nos reímos como viejos amigos que habían dejado de verse pero entre los que nada cambió. Luego fuimos al estudio y dejamos fluir nuestras emociones y palabras. La audiencia respondió y el programa fue un éxito. Cuando terminamos ordenamos todos y nos dirigimos al ascensor, estábamos satisfechos y felices del nuevo camino que comenzamos a recorrer.

Al subir al ascensor dispuestos a bajar los 18 pisos que nos separaban de la avenida principal de la ciudad me tomé un momento para mirarlo: estaba lindo como a los 19, pero más… hombre, más sensual y con esa media sonrisa que todavía me hacía temblar las rodillas. Se cerró la puerta. Estábamos solos, nos miramos con esa incomodidad con la que se sonríe a un extraño y en ese momento un golpe nos sacudió. El ascensor quedó trancado tras un estruendo y un movimiento fuerte. Tocamos el botón de emergencia insultando bastante pero parecía no funcionar. Inmediatamente agarré el celular, no tenía señal. Diego sí. Llamamos a su novia y ella habló con el portero. Los encargados de arreglar el ascensor no podían venir sino hasta dentro de tres horas… creí morir de pánico. Tres horas serían soportables. Avisamos a mi marido y nos sentamos en el piso del ascensor…

-No tengas miedo pero esto está todo arreglado. Quería pasar tiempo a solas con vos y no sabía cómo- le dije entre risas resignadas.

Él parecía contento de que me tome un momento tan desgraciado con humor. Aceró sus rodillas a las mías y me agarró la mano:

-Sos la mejor persona con la que podría haberme quedado encerrado en un ascensor. Acá tenemos otra anécdota rara para nuestro historial- me dijo, y sus ojos risueños eran iguales a los de aquella madrugada en el auto.

Quedamos en silencio. ¿Cuánto tiempo pasó? Miré el reloj, 15 minutos, pero parecía una eternidad. Empezaba a hacer calor así que nos sacamos los abrigos. Él aprovecho a elogiar el vestido que llevaba esa noche y yo me alegré internamente de mostrar tanta piel (aunque en otra oportunidad él ya la había visto toda, pero esa es otra historia). Pusimos los abrigos en el piso y nos tiramos boca arriba, como quien se tira a mirar las estrellas aunque un poco más incómodos.

-¿Te puedo hacer una pregunta? – me dijo, porque a él siempre le gustó preguntarme si me podía preguntar las cosas.

-Sí, claro- le dije, sabiendo que después de eso siempre venía algo fuerte.

-¿Sentiste lo mismo que yo cuando recién se cerró la puerta del ascensor, antes de que se rompiera?

Me quedé en silencio. ¡Claro que había sentido lo mismo! Me invadían las ganas de levantarme y montarme sobre él dándole un profundo y guiar sus manos por debajo de mi vestido.

-Puede ser, si, algo sentí- le dije algo pícara y quedé sonrojadísima.

Otra vez gobernaba el silencio. Pero adentro de mi cabeza no paraban las palabras, los gestos, los movimientos. En mi mente ya estábamos uno fundido en el otro. Miré la hora, todavía teníamos dos horas y cuarto por delante. Era ahora o nunca.

-Puedo hacer algo?- le dije- cerrá los ojos- y los cerró

Tomé impulso y me senté sobre él, con una pierna a cada lado. Él mantenía los ojos cerrados. Me incliné hacia su cuello y sentí ese mismo perfume acompañado de un intenso calor. El confiaba plenamente en mí, no preguntaba nada. Me sentí la diosa del sexo tántrico, sentía claramente su erección debajo del jean haciendo contacto directo con mi tanguita que ya estaba mojadísima, pero no nos movimos. Me incorporé otra vez y lo miré, realmente no sabía qué hacer con este hombre…nos habíamos deseado tanto tiempo, tantas veces. Me recosté en su pecho y al cambiar de posición mi clítoris quedó justo sobre su pene que luchaba dentro del pantalón. El corazón le latía fuerte.

-Quiero que me acaricies- le dije muy suavecito al oído erizando todos los casi invisibles vellitos del lóbulo y mordiéndolo despacito.

Él deslizó las dos manos por debajo del vestido y me recorrió los muslos hasta llegar a la cintura y bajó nuevamente, así muchas veces. De a ratos paraba para jugar con mi tanguita que chiquita y negra se escurría entre sus dedos cada vez más mojada. A la vez que bajaba sus manos me apretaba contra él haciendo que mi respiración se entrecorte. Me tenía a mil.

Bajé una mano entre mis piernas mientras él seguía acariciándome y desprendí los 4 botones de su jean. Corrí el elástico del bóxer y sentí el calor de su pene erecto entre mis muslos. Él corrió hacía un lado mi ropa interior y puso la punta de su pene en la entrada de mi sexo. Podía sentir la humedad y el calor y me moría porque me penetrara pero las reglas del juego eran otras. Todo era muy distinto a lo que me había imaginado tantas veces. ¿Sabría él de todos los orgasmos en su honor? Creo que no lo imaginaba.

La punta de su verga estaba entre mis labios hinchados y mojados mientras él besaba mi cuello y acariciaba mis senos sobre el vestido. Entonces acercó su boca a mi oído y me habló por primera vez desde que todo comenzó:

-Quiero que sientas como voy llenándote toda- y se empezó a escurrir dentro mío.

Caliente y muy muy muy despacio. Desesperadamente lento. Lo sentía latir contra mis paredes, llenando mi cuerpo. Quería moverme cabalgándolo todo y haciéndolo gozar como nunca. Pero no, no tenía opción. Entonces cerré los ojos y me dejé llevar hasta el fondo, hasta que no había más lugar para moverse. Cuando llegó al final se detuvo y me miró:

-Habría que musicalizar el momento no? –me dijo picarescamente mientras extendía la mano hacia su celular y yo con mi sonrisa tan estúpida sabía que esa canción ya nunca sería lo mismo para ninguno de los dos.

Entonces en un cerrar y abrir de ojos todo aquel galanteo desapareció. Me agarró entre sus brazos y dos segundos después estaba debajo de él, con las piernas al cielo y todo aquello adentro mío y empezó a moverse fuerte y profundo mirándome a los ojos hasta que exploté de placer alcanzando el primer orgasmo. Sentía espasmos en todo mi cuerpo, calor, frío… se me debilitaron las piernas y el corazón iba a mil, pero quería más, mucho más de él.

Me levantó y me puso contra la pared del ascensor, se seguía moviendo rítmico y profundo mientras me besaba desesperadamente la boca y el cuello. Sentía su pene cada vez más grande adentro mío y yo empezaba a entrar en clímax otra vez. Entonces salió de adentro mío y me puso de espaldas, bajó el cierre del vestido que cayó a mis pies mientras con la otra mano se sacaba la camisa y se apoyó en mí penetrándome nuevamente desde atrás, piel con piel y tirándome del pelo. Me sentía muy suya.

Cuando ya no aguantaba más se detuvo y volvimos al suelo. Delicadamente me sentó sobre él y comenzó a moverme deslizándome sobre su pene, arriba y abajo, lento, fuerte y dulce, intenso como al principio. Como si fueran dos hombres distintos y los dos dueños de mi cuerpo.

Entonces me acercó a él y nos fundimos en un beso mientras llegábamos al orgasmo juntos, yo me llenaba de él y él se llenaba de mi en un interminable temblor.

Así quedamos, sobre el piso del ascensor, todas las ganas acumuladas yacían ahí en el piso del ascensor y en nuestros cuerpos agotados. Miré el reloj, quedaba todavía más de una hora. La mano de diego recorría mi espalda desnuda desde la nuca hasta las caderas y volvía a subir, por mis brazos, en mi cuello.

Este hombre me estaba encendiendo nuevamente. Y se venía el segundo round.

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