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Mi hijo, mi amante, mi venganza.

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Capítulo 1 - Una esposa desdeñana.

Toda historia tiene un comienzo y la mía comenzó hace un año, el día en que mi desconfianza me orilló a descubrir una traición y después a encontrar el verdadero amor, el más puro y candente que puede existir, el amor carnal entre madre e hijo. A continuación, si les complace, les contaré mi historia, donde conocerán como seduje y convencí a mi hijo de ser mi amante, de ser el único amor de mi vida y mi dueño absoluto.

Una mujer puede aguantar casi todo, pero lo que no tiene perdón es la infidelidad. A mi marido le perdonaba que no me hiciera el amor, prácticamente desde que nació Santiago, nuestro único hijo. Lo que marcó el momento en el que él se olvidó de mí en la cama. También le perdonaba que no apareciera por la casa hasta altas horas de la noche, alegando que la carga de trabajo en el despacho era agobiante. Le perdonaba que nunca fuéramos de vacaciones fuera de la ciudad, pues él viajaba solo y siempre por cuestiones de negocios.

Lo que no le perdoné nunca fue descubrirlo entrando a un hotel acompañado de su secretaría, 15 años menor que él. Pero ya me lo esperaba, mucha gente me decía que lo habían visto, que sospechaban de él, que no era normal su desapego a mí, que algo se traía entre manos. Al principio él era muy cuidadoso, pero con el paso de los años se volvió descuidado. Dejaba su celular desbloqueado y podía ver mensajes que si bien no lo inculpaban, sí lo ponían bajo sospecha. Fue por eso que cuando leí en su celular que se reuniría con su secretaría en “el lugar de siempre, a la hora de siempre”, decidí seguirlo.

Mi decepción fue enorme, pero no me sorprendió. Después de 20 años de vivir olvidada y sin amor fue para mí un alivio, pero también me llené de ira y de deseos de venganza. Ahora podía recuperar mi vida sin remordimientos, podía probar las cosas que me negué por tantos años.

Nunca en 20 años de matrimonio le fui infiel a mi marido, al contrario, mis amigas y vecinas que se daban cuenta de mi situación me trataban de convencer de salir con otros hombres y yo siempre abnegada me negué, no tanto por mi marido, sino por mi hijo adorado, a quien quería darle un ejemplo que seguir.

Afortunadamente mi relación con Santiago siempre fue excepcional, él se daba cuenta de lo desobligado que era su padre al que veía rara vez. Antes de entrar a la universidad cuando Santiago se despertaba su padre ya había salido al trabajo y cuando regresaba, nuestro hijo ya dormía.

En cambio yo siempre estuve ahí para él, fui su confidente, su amiga, y su consejera. Con decirles que cuando tenía 15 años me ofrecí a irle a comprar condones para que los usara con su novia en su primera vez. Obvio fui a una farmacia al otro lado de la ciudad, y mi decepción fue mucha cuando al día siguiente me dijo que no los había usado pues su noviecita se había arrepentido. Afortunadamente en un par de meses su novia recapacitó y a esos condones que compré con un poco de vergüenza se les dio un buen uso.

Mi Santiago resultó ser muy noviero, pero había algo que me llamaba la atención de sus novias. Todas tenían la piel, el cabello y los ojos muy parecidos a los míos, incluso había convencido a una de sus novias de usar el mismo peinado que yo. Es normal que un chico tenga ciertas preferencias, pero lo que me llamaba la atención era el hecho de que esas preferencias fueran tan similares a mí. No sé si era un pensamiento consiente o no, pero yo sentía que mi hijo estaba buscando una mujer como yo en las chicas con las que se acostaba. Ahora que lo pienso, en lugar de sentirme alarmada por ese comportamiento, me sentía sumamente halagada por ser la fantasía de mi hijo.

Había otras señales de que mi hijo pensaba en mí como algo más que su madre. Principalmente el hecho de que a pesar de tener novia encontraba gran cantidad de pañuelos sucios en su bote de basura, e incluso una que otra sorpresa en mi ropa interior. Lo descubrí varias veces espiándome cuando me bañaba o cuando me vestía. Incluso en un par de ocasiones al intentar dormir pude descubrirlo mirándome desde la puerta entreabierta de mi recamara.

Todo eso no me preocupaba demasiado, para mí era solo una etapa en su desarrollo, y como les dije, me resultaba halagador ser la fantasía de un chico de su edad, sobre todo considerando que llevaba años olvidada por el hombre que debería de desearme sexualmente.

Mi hijo crecía cada año y se convertía en un verdadero hombre. A pesar de los años él seguía  pensando en mí, no me cabía duda alguna. Para cuando él cumplió los 20 años ya no salía con compañeras de la escuela, ahora salía con mujeres mayores que él. Las redes sociales son un medio muy útil para saber en que andan metidos nuestros hijos, y yo la utilicé al 100% para descubrirlo con mujeres bastante mayores que él. Todas con los mismos rasgos físicos que les conté. Pero lo que me quitó toda duda de mi mente fue cuando una madrugada me levanté por un vaso con agua y lo escuché dentro de su recamara masturbándose. No pude evitar acércame a su puerta y escucharlo mientras suspiraba y gemía mientras se daba placer a sí mismo. Justo cuando estaba a punto de alcanzar el clímax pude escuchar claramente sus palabras que eran como un grito ahogado en pleno orgasmo. Las recordaré siempre.

— ¡Oh Norma! ¡Oh madre! Te amo madre…

Entonces todo fue silencio. Yo me metí a mi recamara y en lugar de acostarme me metí al baño donde me moje la cara con agua fría. Estaba totalmente ruborizada, y el agua no me estaba ayudando. No pude evitar mirar mis pezones erectos debajo de mi blusón y acto seguido pude sentir como mi entrepierna estaba totalmente húmeda. Llevaba años sin tener un hombre dentro de mí, y pensar que a un lado de mi recamara había un hombre hecho y derecho que deseaba hacerme suya, pero que era carne de mi carne, me tenía al borde del colapso nervioso. Me metí de inmediato a la cama y me masturbé como nunca en mi vida lo había hecho. Repetía el nombre de mi hijo, lo llamaba por su nombre y lo llamaba mi hijo adorado. Pensaba en como hacía unos minutos él había hecho lo mismo en mi honor. En pocos minutos alcancé un orgasmo tremendo que dejó totalmente empapadas las sábanas. Afortunadamente mi marido estaba de viaje y no llegaría en un par de días.

A la mañana siguiente amanecí aún húmeda y me volví a masturbar en honor a mi hijo antes de levantarme, esta vez lo hice suavemente y con calma, pero el orgasmo que me provoqué fue tan intenso como el de la noche anterior.

Para mí todo eso no era más que un juego de una mujer sola y desesperada. Ni por error me hubiera atrevido a pensar en tener relaciones con mi hijo fuera de mis locas fantasías. Y yo sentía que mi hijo pensaba lo mismo de mí. Pero entonces llegó el aciago día en que descubrí al desgraciado de mi marido poniéndome el cuerno. Entonces mi mundo se vino abajo. Si bien yo sabía que mi matrimonio era una cortina de humo, presenciar de primera mano la traición de mi marido fue un golpe tremendo para mí. Lo que hice primero fue llamar a mi mejor amiga Gloria. Llorando le conté lo que acababa de presenciar, le dije que estaba destrozada y que me quería morir. Ella me tranquilizó, me fue a buscar en su auto y en lugar de llevarme a mi casa me llevó a un bar donde me puse la peor borrachera de mi vida. Estaba destrozada y desde mi adolescencia no me había emborrachado. Esa noche debí de tomarme por lo menos una docena de cocteles que acabaron con mi juicio.

Recuerdo partes de lo que pasó al final de esa noche, salimos muy tarde del bar y Gloria me llevó a mi casa casi arrastrando, de algún modo debí meterme a la cama con la ropa y los zapatos puestos todavía. Después no recuerdo nada más que un sueño, o lo que yo creo que fue un sueño.

En el sueño mi hijo me encontraba tirada en la cama inconsciente, veía que uno de mis zapatos estaba en el suelo y el otro lo tenía puesto aún. En lugar de quitarme el zapato que tenía puesto me ponía el otro y me levantaba las piernas. Comenzaba a lamerme lentamente los talones y las pantorrillas por encima de mis zapatos y mis medias. Su boca iba subiendo hasta levantar mi falda que ya de por si estaba arriba de mis rodillas y procedía a masajear mis muslos y a lamerlos, todo sin quitarme la ropa. Acto seguido él se recostaba sobre mí y me abría la blusa dejando al descubierto mi sostén, el cual el hábilmente recorría dejando libres mis pezones los cuales él comenzaba a chupar fervientemente. Yo casi despertaba ante la febril embestida de mi hijo sobre mis tetas lo cual hacía que él reaccionara y se detuviera en seco. Pero no por mucho tiempo. Tras asegurarse que yo no despertaba él me recorría las medias y mis bragas hasta los talones, procedía a sacar su enorme verga venosa y tiesa de su pantalón de la pijama y tras echar un escupitajo entre mis piernas arremetía contra mí, penetrándome salvajemente de un solo golpe. En mi sueño yo despertaba al sentir la fuerza de su estocada, lo veía a los ojos, que estaban inyectados de sangre y me miraban con una lujuria desenfrenada, nunca había visto a mi hijo con ese rostro diabólico, pero en lugar de espantarme yo aceptaba que él me violara a mí, su madre.

Desperté al día siguiente casi a medio día con el dolor de cabeza más horrendo que yo recuerde. Me zumbaban los oídos y cualquier ruido me producía aún más dolor. Tenía la entrepierna húmeda con el sueño que había tenido mientras dormía. Por un breve momento creí que lo que recordaba no era un sueño sino la realidad, a lo que yo me reí inmediatamente descartándolo como una locura provocada por la resaca. Mi hijo amado no se atrevería a violar a su madre… ¿o sí?

Capítulo 2 – De la venganza al amor filial

Si fue un sueño o no lo que pasó, hasta el día de hoy no lo sé. No me he atrevido a preguntarle a mi hijo por miedo a su reacción, pero como sea ese momento fue el catalizador que provocaría los actos de días después darían un vuelco a mi vida.

Dormir con mi marido en las siguientes noches era un martirio, no tanto por pensar en su infidelidad, sino porque yo no podía masturbarme pensando en mi querido hijo Santiago teniendo a mi estúpido marido a un lado. Pero en cuanto me quedaba sola en casa yo no perdía el tiempo y me masturbaba mínimo tres veces diarias en su honor.

En las mañanas me acostaba en la cama de mi hijo, me cubría con sus cobijas y abrazada a su almohada me daba placer a mí misma hasta quedar satisfecha y combinar sus olores nocturnos con los míos. Al terminar el quehacer de la casa me metía a internet a foros y sitios con relatos y galerías relacionados con el incesto y me masturbaba imaginándome a mí y a mi hijo en esas circunstancias. Por último, cuando mi hijo regresaba de la universidad y se encerraba en su recamara a estudiar yo me metía a la mía y me masturbaba nuevamente pensando en que el objeto de mi deseo estaba a unos metros de distancia de mi detrás de una delgada pared que separaba nuestras recamaras.

Semanas después de haber descubierto a mi marido y “soñado” con que me violaba mi propio hijo, cuando ya se había convertido en mi rutina masturbarme sabiendo que mi hijo estaba tan cerca de mí, fue que escuché claramente los conocidos gemidos de mi hijo masturbándose al mismo tiempo que yo.

En una fracción de segundo tomé una decisión sin pensarlo siquiera, salí de inmediato de mi recamara y me fui directo a la de Santiago. Abrí la puerta tan rápido como pude y lo descubrí con las manos en la masa, o más bien dicho con las manos en mi lencería. Vi a mi hijo con una de mis bragas usadas envolviendo su enorme miembro viril, su deliciosa verga de más de 19 centímetros de largo que palpitaba de placer al sentir el encaje de mi ropa interior. En un segundo la cara de mi hijo pasó del placer y la lujuria al espanto y la vergüenza. Mi hijo estaba rojo como un jitomate al ver a la dueña de las bragas que usaba para pajearse mirándolo a los ojos. Traté de fingirme sorprendida al descubrirlo, le pregunté qué hacía y él solo tartamudeaba sin poder coordinar sus ideas. Le pregunté que si eso que tenía entre las manos era mi ropa interior. El pidió disculpas, me dijo que no podía evitarlo, yo le dije que no podía usar así mi ropa interior, que la podía estropear. Comenzaba a tomar una actitud juguetona con mi hijo, que no salía de su estupor.

Le dije que esas bragas se veían bastante sucias, a lo que él me confesó que ya llevaba varios días usándolas, un poco más tranquilo por cierto. Ya tranquilos los dos le dije que seguro eso estaba mal, así que perdiendo todo pudor y decencia me levante la falda lentamente frente a él, mostrándole mi entrepierna y bajándome mis calzones con toda naturalidad. Sus ojos parecían los de un cachorrito regañado, un poco más y se le hubieran salido de las órbitas.

Una vez removidas mi bragas se las di a mi hijo y le dije que esas estaba calientitas e incluso algo húmedas. Después de todo no tenía ni un minuto que me había masturbado con ellas pensando en mi hijo querido. Mi hijo dejó detrás de si la vergüenza al notar mi actitud hacia él y lo primero que hizo con mis pantaletas fue olerlas como si fueran una bocanada de aire fresco entre una nube de humo. Parecía que quería absorber todos mis olores con una sola inhalación.

Le dije que las usara, que aprovechara que tenía público para lucir ese miembro tan delicioso que tenía. Mis halagos entusiasmaron a mi hijo y procedió a masturbarse nuevamente mientras yo me recargaba en su cómoda con las piernas abiertas mostrándole mi concha húmeda para inspirarlo aún más.

Él no me quitaba los ojos de encima mientras jalaba su verga frenéticamente. Cuando noté que se acercaba al clímax me levanté y me acerque a su miembro, ese simple movimiento fue suficiente para hacerlo estallar. Su leche salió disparada directo a mi cara y mi cuerpo. Estaba tibia, espesa y pegajosa. Yo sentía una corriente eléctrica recorriendo mi espina dorsal mientras el último chorro de semen salía de la cabezona verga de mi hijo, el suspiraba mientras usaba mis bragas para limpiar los restos de leche que habían quedado sobre él. Yo me estiré y tome ambas bragas, las usadas y las nuevas y procedí a limpiarme también.

Comencé a lamer mis bragas empapadas en la leche de mi hijo. Su sabor era increíble y se lo dije a él. Él ya más confiado conmigo me dijo que seguramente sabría mejor si la tomaba directo del envase. Yo no pude evitar sonreír ante la idea de ponerme la verga de mi hijo entre mis labios. La conversación logró hacer que mi hijo se excitara casi de inmediato, lo que me dejó ver la clase de semental que era mi muchacho. Yo acepté su invitación y sin demora le pedí que se pusiera de pie mientras yo me ponía de rodillas frente a él. Tomé su hermoso miembro entre una de mis manos mientras que con la otra le acariciaba el abdomen y los muslos. Acerqué mi boca lentamente, contando cada milímetro hasta hacer contacto con la punta de su verga. Estaba morada de tanta presión y comencé a besarla tiernamente, pero tras una docena de besos cariñosos comencé a lamerla desde los huevos hasta la punta, cada vez con más frenesí, estaba como loca, tenía años sin hacerlo, y ansiaba metérmela completa hasta la garganta.

No tardé en hacer exactamente eso, chupaba con fuerza, como si quisiera vaciarle los testículos a mi hijo amado. Me la metía completa a la boca y mi hijo no podía hablar del placer que su mamita le provocaba mientras le chupaba y le tragaba su verga vehementemente.

Al final lo hice venir nuevamente, la misma explosión que baño mi cara y mi ropa estalló dentro de mi boca, casi me atraganto al sentir el chorro de semen llenándome la garganta. Era deliciosa, traté de tragármela toda pero un buen chorro de su leche se escapó de mi boca y cayó al piso. Lo que hice fue comenzar a lamer el piso hasta recuperar la última gota de esa preciosa leche. Al terminar me puse de pie mirando fijamente a mi hijo a los ojos. Me acerqué hasta darle un apasionado beso en la boca, el no hizo el intento por alejarse de mí. Era delicioso sentir su saliva y su leche confundiéndose con mi propia saliva, sentir su lengua explorando mi boca y la mía correspondiéndole. Había encontrado mi venganza y a mi mejor amante.

No me atreví a hacer nada más en ese momento. Principalmente porque temía que su padre llegara en cualquier momento. Temor que fue erróneo pues mi marido llegó a altas horas de la madrugada. Frustrada por no consumar mi pasión por mi hijo no podía dormir, y menos cuando el bastardo de mi marido comenzó a roncar como troglodita. Mi coraje fue tanto, al pensar que seguramente él venía de follarse a su secretaría, que bien podría ser novia de mi hijo y no su casi madrastra; que a pesar de ser las 3 de la madrugada me levanté de la cama y fui directo a la recamara de mi hijo.

Él dormía plácidamente, motivo por el cual por un momento consideré regresar a mi recamara y dejar a mi angelito dormir tranquilamente para recuperar sus fuerzas, pero no tuve voluntad suficiente, me quité las pantaletas y me metí debajo de sus cobijas.

Comencé por bajarle el pantalón del pijama lo suficiente para dejar al aire su miembro. Inmediatamente me lo metí a la boca a pesar de estar fláccido en ese momento. Lo chupé con un arrebato tremendo, lo cual hizo a mi bebé despertar en segundos. Al darse cuenta que era yo quien perturbaba su sueño comenzó a acariciarme la cabeza mientras yo seguía chupando su miembro que crecía dentro de mi boca. Le dije que lo amaba, que lo necesitaba, que quería entregarme a él. Él me dijo que sí, que también me deseaba y que quería hacerme feliz.

Comencé a llorar, no sé si de emoción por la lujuria de entregarme a un hombre en tantos años; de alegría por ser amada de esa forma por mi hijo; de tristeza por ser víctima de mi marido o de vergüenza por el pecado que iba a cometer. Me abalancé sobre mi hijo y le conté que su padre me era infiel, que lo había visto con su secretaria, que lo deseaba a él, no para vengarme nada más, sino porque lo amaba locamente. Él comenzó a resoplar, diciendo que me olvidara de mi marido, que en él yo encontraría el consuelo y el apoyo que su padre me había negado, que él sería mi hombre.

Cuando dijo eso sentí como su verga rozaba mis labios vaginales, en un segundo él ya estaba dentro de mí. Mi propio hijo me estaba penetrando, el mismo lugar por donde había salido al mundo ahora lo recibía de regreso y yo dejé de llorar, dejé de dudar y me entregué por completo a la lujuria incestuosa y prohibida que me poseía como un demonio. Fue un acto de resistencia increíble no gemir como loca mientras él me penetraba de esa forma. Yo brincaba sobre el miembro de mi hijo, y cada estocada me producía un placer que crecía exponencialmente. Me mordía los labios para no gritar de placer, me dolía todo el cuerpo al tener que resistir esas ganas de aullar como loba en celo al sentir como la enorme verga de mi hijo me destrozaba por dentro. Pero valía la pena gozar así ese momento de amor y lujuria sin igual. Mi único hijo me estaba haciendo su mujer, provocándome un orgasmo tras otro y no sentía el más mínimo rastro de arrepentimiento, solo felicidad.

Mi hijo explotó dentro de mí con más fuerza que las dos veces anteriores, no podía creer la cantidad de leche que emanaba de mi hijo, incluso después de haberlo ordeñado dos veces antes en la tarde. Al sacar su miembro de mí un buen chorro de su leche escurrió entre mis piernas cayendo sobre el miembro de mi hijo que comenzaba a disminuir. Me acerqué y lo limpie por completo de todo rastro de leche, en cuanto terminé mi hijo me tomó a mí y me recostó boca arriba en su cama, metió su cara entre mis piernas y me comenzó a limpiar el coño repleto de su leche con su boca. Tras unos segundos se acercó a besarme con su boca llena de su leche y mis jugos y nos fundimos en un beso apasionado.

No quería salirme de la cama de mi hijo, pero pudo más el sentido común, me despedí de mi retoño y regresé a mi recamara más feliz que nunca. Ni los ronquidos de mi estúpido marido pudieron evitar que durmiera profundamente después de hacerme entregado a mi amado hijo.

Capítulo 3 – Un nuevo estilo de vida

Me costó un trabajo enorme levantarme a prepararle el desayuno a mi familia la mañana siguiente. Pero al levantarse mi hijo de la cama se fue directamente a la cocina donde yo trabajaba. Sin decirme nada me levantó la bata de dormir, me bajó las bragas y me hizo que me encorvara para penetrarme ahí mismo. Yo le dije que se había vuelto loco, que su padre saldría de la ducha en cualquier momento, pero él solo dijo que teníamos tiempo suficiente para esto. Yo estaba muy excitada, pensando que su padre podría salir en cualquier momento del baño y descubrirnos teniendo sexo en la cocina, su esposa y su hijo engañándolo a él, el perro infiel. Pensar eso me provocó un enorme orgasmo, y nuevamente me obligué a no gritar como loca. Lamentablemente mi hijo no tuvo tiempo de terminar dentro de mí como la noche anterior, escuchamos como mi marido cerraba la llave de la regadera y el de inmediato se salió de dentro de mí. Yo me volví a poner las bragas y trate de componerme para que no se notara lo que acababa de ocurrir, una vez arreglados los dos nos dimos un enorme beso apasionado y nos separamos justo un segundo antes de que mi marido abriera la puerta del baño.

Como siempre mi estúpido esposo no reparó en mí, o se hubiera dado cuenta de inmediato que algo andaba mal, al verme a mí y a nuestro hijo actuando tan sospechosamente y a él con tremenda erección. Pero él solo ponía atención en su periódico.

Nos sentamos a desayunar los tres a la mesa, y aprovechando que mi marido estaba absorto en su plato y seguramente pensando en su sucia secretaria yo me senté lo más cerca que pude de mi hijo y metí mi mano por debajo de la mesa y empecé a jalarle su verga que aún estaba dura como piedra. Lo masturbé suavemente y él hacía lo posible por disimular, yo me reía al ver que mi esposo no ponía la más mínima atención a lo que sucedía, justo enfrente de él mi hijo y yo lo estábamos traicionando peor que como él nos había traicionado a nosotros.

Al fin Santiago se vino en mi mano, él soltó un enorme suspiro que no pasó desapercibido, a lo que su padre le preguntó si le pasaba algo malo. Él solo dijo que sentía que se iba a enfermar, estaba rojo como jitomate y no podía ver a su padre a los ojos. Su padre le preguntó si se drogaba, lo que provocó que mi hijo soltara una leve risa que le devolvió la compostura y le dijo que no tenía de que preocuparse. Mi esposo negó con la cabeza y siguió con su desayuno. Yo me limpié la mano llena de leche con mi bata de dormir y mi hijo trató de meter su verga dentro del pantalón de la forma más discreta posible.

Mi hijo regresó temprano de la universidad, al entrar me confesó que se había saltado las dos últimas clases pues no soportaba un segundo más sin hacerme el amor. Mientras me decía eso se desvestía frente a mí a toda velocidad. Yo al reaccionar hice lo mismo y en unos segundos los dos estábamos totalmente desnudos unos frente al otro, solos en la sala de la casa. Nos miramos a los ojos unos segundos que parecieron horas, sin decir palabra, admirando nuestros cuerpos. Como un par de relámpagos que chocan nos arrojamos uno a los brazos del otro, nos empezamos a comer a besos mientras que él me cargaba entre sus brazos y me llevaba a mi recamara. Me quería hacer suya en la misma cama donde su padre alguna vez hace muchos años me había hecho suya también y lo habíamos engendrado.

Al fin pude coger con mi hijo sin inhibiciones, al fin podía aullar, gemir, gritar, suspirar sin restricciones. Gritando que amaba a mi hijo, que deseaba que me cogiera a mí, su propia madre. “Cógete a tu madre” le decía; también “Hazme tuya hijo” o “Sí bebé, métemela bebé, méteme tu verga”.

Él me decía cosas como. “Que rica estás mamita”, “Me encanta cogerte madre”, “Eres la mejor, mamá, te amo”

Probamos todas las posiciones habidas y por haber, de misionero, de perrito, de cucharita, lo monté de frente y de espaldas, lo hicimos de pie, en el piso. Pasamos horas haciendo el amor, casi no descansábamos, pero estábamos felices.

No queríamos detenernos, pero tras horas y horas de sexo estábamos rendidos, además de que ya era casi la hora en que mi marido tenía que regresar a la casa, por lo menos cuando regresaba a una hora decente. Así que nos metimos a bañar juntos, y tratamos de controlar nuestros deseos incestuosos por lo que quedaba del día.

Un nuevo estilo de vida había comenzado para mí y mi hijo adorado. Las horas de la tarde las usábamos para fornicar. Aunque obligaba a mi hijo a estudiar lo más posible siempre le dedicaba por lo menos un par de horas a complacerlo sexualmente. En unas semanas había tenido más sexo que en mis 40 años de vida. No había rincón de la casa que no hubiéramos usado para hacer el amor. Incluso cuando su padre estaba en casa, mi hijo buscaba formas de estar a solar conmigo y follarme o por lo menos darnos placer tocándonos. La cocina se convirtió en nuestro sitio favorito para coger mientras mi marido veía la tele a todo volumen en la sala. Un par de veces quemé la cena por estar concentrada en ser penetrada por mi hijo. Pero nada importaba, yo me estaba transformando.

Mi hijo vació un cajón de su recamara y lo llenó con juguetes sexuales y lencería fina para mí. También había comprado prendas de vestir que más bien eran adecuadas para una mujer de la vida licenciosa que para una madre de familia como yo. Y mejor ni hablar de los tacones con plataformas que había comprado solo para mí.

Los viajes de negocios de mi marido eran la gloria para mí y mi bebé. Yo andaba por la casa vestida como una prostituta, mientras que mi muchacho andaba desnudo por la casa, siempre dispuesto a hacerme gozar. Cuando no estaba masturbándome o penetrándome, estaba dándome un masaje, o diciéndome cosas al oído, a veces cosas tiernas, a veces cosas sucias. Nuestros labios pasaban horas pegados, mi saliva ya sabía a su saliva y mi coño no podía estar sin sentirlo a él dentro de mí por mucho tiempo. Éramos felices cuando mi marido se ausentaba semanas enteras a follar con su secretaría. Pero había algo que me molestaba. Yo era feliz, definitivamente, mi hijo también, no me cabe duda. Pero el infeliz de mi marido también. Y yo quería verlo sufrir, o por lo menos sentir que me desquitaba de él.

Mis deseos de venganza crecían al mismo ritmo que mi pasión por mi hijo. Cuando mi marido estaba en casa yo sufría de verdad al no poder ser la mujer que era en realidad, la mujer en la que mi hijo me había convertido. Yo ya no era la madre de familia abnegada, la esposa sumisa y obediente, la madre cariñosa. Ahora yo solo era una cosa en realidad a pesar de las máscaras que tenía que usar para llevar una vida “normal”. Yo en realidad era simple y sencillamente la puta particular de mi hijo.

Mi amiga Gloria padecía de un grave caso de insomnio y le comenté que yo no podía dormir últimamente. Seguramente por lo que había pasado meses antes. Ella se compadeció de mí y me regalo un par de pastillas que usaba para tratar su mal. Me dijo que eran de lo más fuerte que había y que era mejor que usara solo media pastilla para ver si me funcionaba. Yo le di las gracias y me dirigí a casa satisfecha de que mi nuevo plan funcionara sin complicaciones.

Mi esposo tomaba un vaso de leche caliente con brandi cada noche para ayudarle a dormir. Yo me encargaba de preparárselo siempre y esa noche me aseguré de incluir un ingrediente extra. Use las dos pastillas que me había dado mi querida amiga y las hice polvo, las vertí dentro del vaso de leche de mi marido y se lo di a beber de inmediato. Él ni siquiera notó algo raro lo cual me tranquilizó muchísimo y me produjo una enorme alegría. Él lo notó al ver mi enorme sonrisa en mis labios, al no estar acostumbrado al verme tan feliz me dijo que parecía que últimamente todos en esta casa se estaban volviendo locos.

Él se fue a dormir y cayó como fulminado por un relámpago. Tras una media hora más o menos lo sacudí fuertemente para ver si reaccionaba. Solo soltó un leve gruñido y siguió durmiendo plácidamente.

Sin hacer ruido me metí a la recamara de mi hijo y abrí nuestro cajón especial, tome un hermoso liguero negro y unas medias negras también, me puse los tacones rojos y un negligé semitransparente encima de todo. Desperté a mi hijo y él de inmediato me vio con una sonrisa, trató de meterme a la cama con él, pero yo se lo impedí. Le pedí que me siguiera, el obedeció y se puso de pie, yo lo tomé de la verga y lo hice seguirme hasta mi recamara donde su padre dormía como un tronco.

Mi hijo se espantó un poco cuando me puse de rodillas para empezar a mamarle su verga preciosa ahí frente a su padre. Con voz apenas audible me dijo que esto era una locura, pero yo sonreí y seguí mamándole la verga a mi hijo. El trataba de no hacer ruido, pero yo mamaba ruidosamente, sorbiendo mi saliva que escurría por las comisuras de mis labios. Una vez que tuve suficiente me subí a la cama, me puse a gatas a un lado de mi marido y le pedí a mi hijo que me cogiera ahí mismo.

Él trato de disuadirme, me dijo que despertaríamos a su padre, pero yo le dije que no se preocupara, que eso no iba a pasar. Para demostrárselo sacudí a mi marido con todas mis fuerzas y casi gritando le pregunte si estaba dormido. Solo soltó un bufido y murmuro algo imposible de entender antes de empezar a roncar. Entonces sin bajar la voz le dije estas palabras: “Si no te importa, nuestro hijo me va a coger aquí en tu cama cornudo de mierda y me va a hacer venir como tú nunca lo has hecho pedazo de hombre”.

No bien terminé de decir eso mi hijo se montó en mí y me empezó a coger de a perrito, como si no estuviera presente mi esposo yo empecé a gemir como siempre y a decirle a mi hijo las cosas sucias que le decía cuando su padre no estaba. Él entendió que estábamos seguros y me comenzó a hablar de la forma como siempre lo hacía cuando estábamos solos. Pronto estábamos cambiando de posiciones y brincando sobre la cama olvidándonos de que estábamos acompañados.

Al final mi hijo se vino dentro de mí, con uno de esos tremendos chorros a los que me tenía acostumbrada. Pero en lugar de permitirle limpiarme con su boca como lo hacía siempre que me llenaba el coño con su leche lo que hice fue sacar un buen chorro de su semen de entre mis piernas y metérselo a mi marido en su sucia boca. Le dije que saboreara la leche de su hijo que yo llevaba meses ordeñando. Mi hijo y yo nos empezamos a reír a carcajadas y nos dimos un enorme beso en la boca. Al final él se despidió de mí y regresó a su recamara, dejándome a mi satisfecha con esa pequeña venganza que habíamos llevado a cabo.

Capítulo 4 – De ahora en adelante…

La vida con mi Santiago no podía marchar mejor a partir de ese día. Nada me quitaba la sonrisa de los labios, nada me mortificaba, todo en mi era alegría y satisfacción. Mi hijo por su parte gozaba mucho ser el verdadero hombre de la casa, mi dueño, mi macho. Nada nos hacía más felices que la ausencia de mi marido, nuestros días sin él eran paradisiacos. Poco a poco la línea entre ser madre e hijo y ser amantes se iba borrando en nuestra intimidad.

Buscábamos cosas nuevas que hacer para mantener viva la pasión. A veces en las noches antes de irnos a la cama me vestía con mi ropa más provocativa y le hacía un baile erótico a mi hijo mientras que él se encargaba de tratarme igual que si fuera yo una teibolera, incluso llegando a meterme billetes debajo de la minifalda y dentro de la tanga de hilo dental que usaba solo para él.

Otra cosa que adoraba hacer era despertarlo para llamarlo al desayuno. Me metía entre sus cobijas todas las mañanas cuando su padre no estaba y le daba una mamada suave, cariñosa, tranquila pero muy apasionada para despertarlo con un rico orgasmo. A mi bebé le encantaba despertar para descubrir mis labios alrededor de su hermosa verga que ya estaba dura al chuparla tan solo un poco. Me encantaba empezar el día devorando su leche tibia para después servirle a él su desayuno. Terminado el desayuno nos metíamos a bañar y teníamos una deliciosa sesión de sexo bajo la regadera.

Nos encantaba salir juntos en plan de pareja, lejos de casa obviamente. Besarnos en público de la forma más apasionada posible, usando nuestras lenguas enfrente de todo el mundo mientras el apretaba mi trasero con todas sus fuerzas abriéndome las nalgas con todos los transeúntes que andaba en la calle como testigos de nuestra pasión, sin saber que la relación que había entre él y yo iba mucho más allá que la de un par de amantes descarados. Siempre me preguntaba qué pasaría si alguien supiera que en realidad era mi hijo al que besaba, o peor aún si por pura casualidad alguien nos reconociera en la calle. Ese pensamiento me llenaba de adrenalina e incrementaba mis deseos por entregarme a mi hijo.

En todos lados tratábamos de andar sin ningún pudor demostrándonos nuestro amor. Llegué incluso a masturbarlo en público, las primeras veces sentados en la mesa de algún restaurante donde fuera fácil disimular, pero después nos volvimos más atrevidos, como cuando lo masturbe en el asiento trasero del autobús casi vacío o una ocasión en el parque en donde a plena vista de todos logré hacerlo eyacular en mi mano sentados en una banca.

Me encantaba mandarle mensajes eróticos y sucios a su celular, sobre todo mandarle fotos de mi cuerpo y de mi lencería, pero mis favoritas eran las fotos que le mandaba de mi chupando uno de los muchos dildos que él me había regalado y anexando mensajes cachondos que lo motivaban a saltarse una o dos de sus últimas clases ese día. Mi hijo ya sabía que cuando un mensaje mío decía: “Ojalá estuvieras aquí hijo” o “Extraño sentirte dentro de mi bebito” era porque yo ya lo esperaba húmeda y lista para ser penetrada por él.

De las cosas más cachondas que hacíamos era cuando lo convencía de no venirse dentro de mí y en lugar de eso lo hacía que llenara mis tangas y las copas de mis sostenes con su leche para acto seguido ponérmelos y salir así a la calle. Amaba esa sensación tibia y pegajosa en mi piel y sobre todo pensar en mi hermoso retoño el resto del día mientras que usaba esa ropa y combinaba sus fluidos con los míos.

Yo no era para nada celosa de mi hijo, al contrario lo exhortaba a salir con otras chicas pues yo sabía que en algún momento él tenía que formar su propia familia. Eso no me molestaba para nada pues yo sabía que él nunca me dejaría desatendida como su padre. Y aunque al principio él no quería saber nada de otras mujeres aparte de mi yo lograba darle la tentación cuando salíamos a la calle y le señalaba chicas lindas que veíamos pasar diciéndole lo mucho que me hubiera gustado verlo mientras se las follaba. Igual con las vecinas, meseras, cajeras y cualquier mujer que yo viera de buen físico. Pero él decía que solo tenía ojos para su madre y yo le contestaba, que no era solo su madre, también era su puta.

Al final mi hijo y yo tomamos una decisión definitiva. No podíamos seguir fingiendo más ante nadie, necesitábamos vivir a plenitud nuestro romance, así que un buen día hice un fuerte retiro de la cuenta mancomunada que tenía con mi marido, y cuando digo fuerte quiero decir que la deje totalmente vacía; llamé un camión de mudanzas y cargamos con todo lo que teníamos lejos de ahí, a otra ciudad a miles de kilómetros de distancia, lejos del infeliz que nos había traicionado.

Pero no nos fuimos sin despedirnos. Antes de todo Santiago y yo grabamos un bonito video de despedida para su padre. Dejamos la casa totalmente vacía, excepto por una mesita donde quedaron un viejo reproductor de DVD y una televisión lo bastante grande para que mi marido viera el video en total HD que le dejamos con una tierna dedicatoria.

En el video aparezco yo recostada sobre mi cama con mi atuendo más insolente e indiscreto. Un minivestido blanco, con un escote que llegaba casi al ombligo y que no me alcanzaba a cubrir más que la mitad de las nalgas. Debajo del vestido traía un liguero y medias blancas también y un par de zapatillas rojas. Mi maquillaje era de lo más atrevido también y mi tono de voz al comenzar a hablar revelaba lo muy excitada que me encontraba al grabar el video. Les citaré exactamente lo que le dije a mi marido en el video:

“Querido mío, lo primero que te preguntaras seguramente será: ¿Dónde fueron todos los muebles? Lo segundo probablemente sea ¿Qué diablos hago vestida de esta manera y porque estás viendo esto? Bueno corazón, hay algo que tengo que decirte, te estoy abandonando y no me importa si me das el divorcio o no, me voy muy lejos de aquí y nunca me encontrarás. No volverás a ver este cuerpo que tienes tan descuidado, pero que alguien más supo aprovechar. Siempre en tus viajes de negocios y trabajando hasta altas horas de la noche. Pero ya no tendrás que preocuparte por avisarme, te dejo la casa para ti solo, pero nada más. Al verme tan sola y descuidada por ti he tenido que recurrir a cosas de mejor calidad y de mejor tamaño, El hombre del que te hablo te supera en todo, no solo en tamaño, sino en potencia y en todos los aspectos de la vida. No solo en la cama es más hombre que tú, en mi vida entera él ha llenado el hueco que tú dejaste todos estos años. Él nunca tiene dolores de cabeza cuando necesito amor, seguro en este momento debes de tener uno de esos dolores que nunca te dejan cuando estás cerca de mí. Por eso te dejo, para dejar de ser una carga. Probablemente pienses en irte a desquitar con la estúpida de tu secretaria, o alguna otra puta que tengas por ahí para pasar el rato y darle lo que a mí me negaste siempre. Sin embargo me pregunto, ahora que no tienes nada de dinero que tanto interés tendrán esas perras en ti. Seguramente tus dotes como amante dejen mucho que desear, así que no creo que conserves a ninguna de tus amantes por mucho tiempo. Te dejo este video como consuelo, y como video educativo para que aprendas como tratar a una mujer al hacerle el amor. Solamente me queda presentarte a mi amante, a mi semental, a mi macho, el hombre con el que compartiré todo mi dinero y mi cuerpo. Ven hijo, dile hola a tu padre.”

Al decir eso mi hijo entró totalmente desnudo en escena con una tremenda erección y comenzó a besarme y a acariciar mi cuerpo con calma y ternura. Poco a poco me fue despojando del vestido, dejando al descubierto primero mis pechos los cuales comenzó a besar frenéticamente una vez que estos estuvieron al aire y yo se los ofrecí.

Poco a poco su boca se fue acercando a mi ombligo y sus manos se encargaron de estrujarme las tetas, yo suspiraba y jadeaba cada vez con más pasión. Después de unos momentos así mi hijo procedió a despojarme por completo del vestido, a lo que yo respondía abriendo mis piernas de par en par revelando que no traía bragas debajo, dejando ver un coñito bien depilado y húmedo.

Mi hijo prosiguió a comerme frente a la cámara, siempre teniendo cuidado de mostrar nuestro mejor ángulo, yo me esforzaba como nunca en gemir de la forma más cachonda y tomaba del cabello a Santiago forzándolo a devorarme con más intensidad y más pasión. Al final usando solo su lengua mi bebé hermoso me hizo venir en su cara de forma tremenda.

Después de hacerme venir a mi yo me puse de rodillas y él se levantó tomando la cámara y ofreciéndome su verga dura y caliente para que se la mamara, cosa que hice diligentemente, siempre teniendo cuidado de volver mi vista a la cámara que mi hijo sostenía frente a su rostro. Me sentía como toda una actriz pornográfica en ciernes y preguntándome por qué no habíamos hecho esto antes.

Pasé varios minutos mamando esa verga de casi 20 centímetros de largo, haciendo mi mayor esfuerzo por tragármela toda completa hasta sentir sus bolas tocando mi barbilla. La sentía palpitar dentro de mí y sentía una alegría tremenda al imaginar en lo que estaría pensando mi marido al verme como me tragaba la verga de nuestro hijo.

Cuando tuve suficiente me incorporé y me subí de regreso a la cama. Mi bebé volvió a poner la cámara en el soporte y regresó conmigo a nuestro lecho de amor, para cuando el regresó yo ya estaba en cuatro patas esperando que él me penetrara salvajemente, cosa que hizo sin demora, metiéndome su verga completa de un solo golpe. Mis suspiros se convirtieron en gemidos, y estos rápidamente se transformaron en gritos de placer. Entre gemidos y gritos yo le decía cosas como “Demuéstrale a tu padre como cogerme hijo”, “Cógeme como él nunca lo hizo bebé”, “Penetra a tu madre mi amor, más, más duro”.

Cambiamos de posición varias veces, yo tuve un orgasmo tras otro y ardía de placer, me sentía desmayarme pero sabía que tenía que llevar esto hasta las últimas consecuencias. Como regalo final mi hijo se acostó boca arriba sobre la cama ofreciéndome su tremenda verga erecta para sentarme yo en ella, cosa que hacía suavemente, dejando que esa verga entrara por mi culo lentamente, disfrutando cada centímetro, saboreando cada milímetro, hasta que la tuve toda completa dentro de mi ano.

Yo montaba esa verga con todas mis fuerzas, ya sin voz para gemir o gritar solo suspiraba con cada estocada que mi hijo daba dentro de mí, mientras él me tomaba de la cintura para ayudarme a subir y bajar yo usaba una de mis manos para acariciar mi clítoris cada vez más rápido, después de unos minutos me vine a chorros con tanta fuerza que casi mojo la cámara. Sentí que me iba a convulsionar, pero eso no detuvo a mi hijo que inmediatamente me acomodó y volvió a meter la verga dentro de mi coño y me penetró de una forma brutal, yo ponía los ojos en blanco y balbuceaba cosas incomprensibles, tal vez pidiéndole que se detuviera, tal vez pidiéndole que siguiera, no estoy segura. Solo sé que sentía que mi vida se me iba del cuerpo mientras que lloraba y babeaba de placer. Al fin mi hijo terminó dentro de mí y yo sentí una tremenda explosión de leche dentro de mis entrañas, un líquido caliente y espeso me llenaba por dentro y yo tocaba el cielo en ese instante.

Al salirse de mí mi hijo, yo trataba de recuperar el aire y la compostura, mientras mi hijo tomaba nuevamente la cámara y la acercaba a mi como estaba, tumbada boca arriba en la cama con las piernas buen abiertas y un chorro de leche escurriéndome en medio de estas. Al recuperar la voz le decía a mi hijo que lo amaba, tomaba un poco de ese chorro de leche que me escurría y me lo llevaba a la boca. “Buen trabajo hijo, seguramente tu padre estará muy orgulloso de ti”, le decía.

Al final me despedía del bastardo de mi marido diciéndole: “¿Viste? tu hijo se vino dentro de mi coño y me encantó. Esto ya lleva mucho más tiempo del que te imaginas, y así seguiremos donde nadie nos conozca. Deseo que te pudras y que nunca te recuperes. Si piensas demandarme no se te olvide llevar este video al juez, seguro se reirá bastante del alfeñique que eres. De ahora en adelante… mi marido ya no eres tú, mi marido es Santiago.” El video termina conmigo quitándome mi anillo matrimonial y aventándolo al piso mientras yo sonrió satisfecha.

Epílogo

Un buen día la señora Norma “X” y su joven pareja se instalaron en su nueva casa en una zona muy exclusiva cerca de la playa en la zona fronteriza. Todos los vecinos estaban impactados con la hermosa y sexy señora de cuarenta y tantos años que había llegado misteriosamente. Aunque las mujeres decentes del rumbo la veían con desconfianza, sobre todo por su apariencia tan llamativa. Esta no parecía muy interesada en hacer migas con las mujeres del rumbo. Y si bien uno que otro casanova trataba de hacerle la plática en las raras ocasiones en que ella estaba sola, ella no parecía ponerles demasiada atención. Siempre los rechazaba cortésmente, mostrando un hermoso anillo y diciendo que estaba felizmente casada.

Su supuesto marido, Santiago “Y”, era un joven que no debía rebasar los 25 años, un apuesto varón sin duda alguna, al parecer heredero de una pequeña fortuna, lo cual dejaba en evidencia que la señora Norma debía ser una aventurera caza fortunas. Eso no parecía importarle al joven que no se separaba de ella y parecía no tener ojos para ninguna otra mujer, e igual que a su esposa no parecían faltarle pretendientes pero al igual que los otros corrían con la misma poca suerte.

La pareja definitivamente era poco convencional. A pesar de tener dinero no contrataban personal para realizar las labores domésticas, de hecho era raro que recibieran visitas y había veces que pasaban días encerrados a cal y canto en su casa sin dar signos de vida, para después salir nuevamente y vivir esa vida de ocio que llevaban.

Ambos gustaban de pasear tomados de la mano caminando por la playa sin poner atención en nadie más. La señora Norma lucía hermosos bikinis que para su edad se veían sumamente bien en esa figura de reloj de arena que ella lucía. Mostraba un sugerente tatuaje tribal en la parte baja de la cintura mientras que por su parte el joven esposo lucía un tatuaje de corazón sobre su pecho que decía la palabra “MADRE” en letras góticas. Aparte de los tatuajes mencionados, ambos amantes tenían tatuajes iguales en sus muñecas, ella en la izquierda y él en la derecha, en forma de grecas.

Por las noches la pareja no se dejaba ver casi nunca, solían pasar las noches encerrados en casa con todas las luces apagadas, a veces esa atmosfera algo misteriosa se veía acentuada aún más cuando se escuchaban los gritos de la señora que definitivamente no parecía estar sufriendo, más bien todo lo contrario.

Nadie parecía adivinar nada sobre el pasado de esta pareja, parecía que vivían en una dimensión diferente a los demás, al grado de que mucho pensaban que eran miembros de algún culto esotérico o algo por el estilo. Pero al cabo de unos meses la gente olvidó la novedad y se acostumbró a vivir con esta pareja que a final de cuentas no le hacía daño a nadie.

La soledad de la pareja se vio interrumpida más de un año después de su llegada, cuando la señora Norma dio a luz a una hermosa bebé de 3 kilos de peso a la que le pusieron el peculiar nombre de Electra. Las enfermeras tuvieron un fuerte debate al tratar de definir si tenía los ojos de la mamá o del papá. Al final la plática se dio por terminada cuando una de dichas enfermeras hizo notar que de hecho ambos padres tenían los ojos casi idénticos.

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