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El reto

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En toda mi vida me he enamorado plenamente de unos 10 hombres. A la vez, he tenido relaciones serias con dos hombres casados. El primero fue un cretino que me ocultó que lo era y el segundo fue una relación aceptada por los dos pero no suelo sostener una relación larga con un hombre casado. Es cierto, me he acostado con cientos de hombres casados pero es una relación de una cogida y no los vuelvo a ver, pero tanto como sostener una relación de amasiato con alguien no se me da porque no suelo enamorarme de alguien por mucho que me dé sexo fantástico.

Una tarde en la que nos reunimos mis amigas Claudia, Rosalba, Elie y yo volvimos a ver al tipo. Siempre ocupaba una mesa en un rincón y aprovechaba para tomar litros de café y leer todos los periódicos posibles. Era tímido pero no dejaba de observarnos. Lo que él tenía enfrente era bueno. No era fácil ignorar las hermosas tetas de Claudia debajo de sus blusas pegaditas. No era fácil ignorar las hermosas piernas de Rosalba o el cabello rubio de Elie y sus ojos verdes. Con toda seguridad una que otra vez vio mis piernas y esas minifaldas. Muchos me escriben sobre porqué me veo tan juvenil. No tengo ningún secreto para ello, utilizo lo clásico, cremas, tomo dos litros de agua al día en pequeñas proporciones, casi no como pan ni tortilla y hago mucho ejercicio. Me chequeo periódicamente y gracias a Dios mis tres hijos nacieron de parto natural, de manera que no tengo marcas ni nada por el estilo.

Mientras comíamos un rico pastel, las chicas me lanzaron un reto. Éste consistía en que debía acostarme con él en un plazo no mayor a ocho días. ¿Quién creen que soy? les dije fingiendo enojo. ¡Pues no eres la madre Teresa de Calcuta! me dijo Claudia en tono burlón. Todas reímos.

El plan era descabellado, nadie ganaría nada y si acaso yo me llevaría una buena dosis de palos de parte de este hombre y eso si es que caía derrotado ante mis coqueteos. No sé porqué me dejé convencer pero bueno, haría el intento. Continuamos platicando sabrosamente hasta que una a una se fueron retirando. Rosalba fue la última en marcharse y yo me quedé allí, sumida en mis pensamientos y también pensando en un proyecto para la escuela que aún no concluía.

Saqué un cigarrillo Benson & Hedges y fingí que no tenía encendedor y caminé unos metros hacia la mesa del individuo. Le pedí fuego y muy amablemente sacó su encendedor y logré fumar mi cigarrillo. ¡Muchas gracias! le dije con mi mejor sonrisa. Era un bello especimen, cabello gris, ojos verdes, de unos 50 años y muy interesante. Me sonrió y me comentó si no me sentía sola ahora que ya no estaban mis acompañantes. Esa fue la llave para sentarme a tomar un café con él. Yo llevaba si acaso tres cafés y seguramente él llevaba más de 50.

Le pregunté si no era inoportuna o bien si no se molestaría alguien si me encontraba allí, con él. ¡No, para nada, mi esposa da clases en la universidad y llega hasta la noche! comentó con desenfado. Me gustó su honestidad. De igual forma yo le dije que mi esposo estaba de viaje y yo aprovechaba esos momentos para hacer todo lo que me gustaba.

Platicamos del calor intenso que había en Veracruz, de la tarde pastelera, de deportes, cocina, de todos los temas habidos y por haber. Entonces me di cuenta que eran las 8:00 de la noche y ya era tardísimo y tenía que cruzar toda la ciudad para llegar a casa. Me despedí y él me dio su tarjeta, allí tenía su nombre, su cargo, el nombre de la empresa y sus números de teléfonos móviles. Por supuesto, nunca le llamé, aún y cuando muchos hombres me dan sus números de teléfono jamás les llamo, no lo hago nunca, agradezco el gesto de que me den sus números pero jamás haré una llamada para buscar a alguno, si acaso a mi marido y eso es tan raro.

No lo volví a ver sino hasta la siguiente semana en la que me cité con compañeras de trabajo en la escuela de chefs. Era un día antes de la tarde pastelera. Alli estaba, desde luego, no era el dueño del hotel pero sí tenía varios negocios de importaciones. Era un tipo interesante y un excelente partido pero por supuesto, había una gran distancia, ambos éramos casados y eso ya ponía una enorme barrera. pero bueno, el reto era que me culeara en menos de una semana y al siguiente día se cumpliría el plazo. Estuve con mis amigas y de cuando volteaba a la mesa del fondo. No dejaba de observarme. Una vez que terminó mi reunión, fui hacia él para que me ayudara a encender mi cigarrillo.

Lo hizo y volvió a invitarme otro café. Se veía muy guapo con sus camisas elegantes de manga larga y olía a perfume caro, con todo y que su aliento olía a café y cigarrillo. Volvimos a platicar y esta vez la conversación fue un poco más íntima. Eran las 6:30 de la tarde y había suficiente tiempo para hablar de muchas cosas. Lo que me sorprendió fue que se expresó más o menos bien de su mujer, es decir no dijo que no la amaba, que ella lo había herido, que estaba con ella por costumbre o muchas cosas que dicen los granujas para cogerse un culo. Sí reconoció que tras 25 años de matrimonio algo habia cambiado. Había sido infiel en algunas ocasiones y su esposa también le había confesado que había sido infiel en dos o tres ocasiones. Es decir, parecían estar en un período de prueba para salvar su matrimonio.

Yo igual me abrí y le comenté algunas cosas que pasaban en mi matrimonio. De igual forma le comenté sobre algunas, sólo algunas infidelidades y que en muchas ocasiones mi esposo no me tocaba siquiera, pese a que siempre ha sido responsable en cuanto a que no nos falte nada a mis hijos y a mí.

La conversación llegó al punto de que nos dimos cuenta que nos atraíamos. Me dijo que le gustaba mi cara y que le fascinaban mis piernas. Destacò -lean- mi cuerpo juvenil y que yo riera tanto. No tuve más remedio que decirle que él era un hombre guapo e interesante. Parecía que la situación no pasaría de allí, pero yo decidí acercar un poco mi silla hacia él. Era la mesa del fondo y le pedí que me acariciara la pierna. Me miró y lo hizo con delicadeza. Sus manos eran gruesas pero suaves. No era muy alto, quizá 1.70 pero yo lo veía más grande. Siguió acariciando mi pierna y jadeaba muy despacio, quizá imaginando lo que le haría a mi cuerpo.

La cosa se estaba poniendo interesante y en eso llegó la mesera a ofrecernos más café, sin embargo, ambos dijimos que no y él pidió la cuenta. No dijo más. Sólo que nos fuéramos de allí. Le comenté que mi auto estaba en el estacionamiento del hotel y me dijo que no había problema, que pasearíamos en su camioneta. Su camioneta era hermosa, una Escalade. Mi esposo y yo en la actualidad tenemos una Suburban pero esta camioneta es mucho más bella que la Suburban, cómoda, placentera.

Casi en silencio fuimos hacia la zona conurbada, yo pensé que me llevaría a un motel pero no recordaba ninguno por allí. No dije nada. Si acaso sentí cuando él volvió a acariciar mi pierna izquierda mientras conducía el auto. Más adelante llegamos a un edificio muy bello. Oprimió un botón y se abrió una puerta eléctrica. Estacionó su camioneta y nos dirigimos al elevador. Yo veía el lugar, era de mucho lujo, fácilmente un departamento a orilla de playa debía costar unos ocho millones de pesos.

Subimos por elevador hasta el 5o piso del lugar y abrió su departamento. Era obvio que el lugar le pertenecía pero no era allí donde vivía. El ambiente era rico pues el aire acondicionado era integral y no hacía nada de calor. Tenía dos salas y una cantina-bar. Me dijo que me pusiera cómoda y me preguntó si bebería algo. Yo le dije que me sirviera una copa de brandy con agua mineral. Él decidió tomar una copa de Vodka. Encendió un aparato de donde se escuchó música lenta.

El ambiente era acogedor. Siguió conversando conmigo y así pasó más de media hora. Yo no tenía problemas de tiempo pues en casa tenía a la muchacha que me ayudaba y ella se hacía cargo de mis hijos. Apagué mi móvil y decidí quedarme con este hombre que si bien tenía una conversación interesante llevaba las cosas de manera muy pausada.

Por fin, se atrevió a acariciarme mis piernas y comenzó a besarme. Lo hizo lentamente, primero chocaba sus labios con los míos y luego atrapaba mis labios y me daba besos apasionados, deliciosos. Así estuvimos besándonos. Me acarició lentamente mi abdomen y subió sus manos hacia mis tetas. Como no llevaba brassiere debajo de mi blusa enseguida se erectaron mis pezones y aprovechó para aprisionarlos con sus dedos. Me gustó esa sensación.

Seguia acariándome lentamente, no como tantos y tantos hombres que se abalanzaban hacia mí como una fiera hacia su presa. Éste hombre era muy tranquilo, delicado y realmente me estaba haciendo gozar. Quise tocar su pene, pero me pidió que aún lo hiciera. Él quería tomar la iniciativa y yo lo permití. Siguió besándome tranquilamente y se acercó a mi cuello y sus caricias realmente me estaban calentando. Lo que dijo allí me sorprendió: ¡Ayúdame a ser un mejor esposo! Yo me quedé sorprendida pero estaba tan excitada que decidí complacerlo. Yo misma me instruí a que no debía comportarme tan zorra. Si realmente lo iba a ayudar debía hacer todo de manera inteligente pues si su plan era mejorar la relación con su esposa no iba a comportarme mal pues quizá la señora no era ese tipo de mujer.

Me dejé besar y decidí entregarme. Le pregunté que quería que hiciera y me dijo que me quitara la ropa. Yo lo fui haciendo lentamente. Desabotoné mi falda y le dejé caer. El sonrió cuando vio mi tanguita y mis bellas nalgas. Alabó mi belleza y me dijo que me quitara la blusa. Lo hice también de manera tan lenta, delicada y sin vulgaridad. Se levantó aún vestido y me tomó de la mano para ir a la recámara. La habitación era hermosa, realmente acogedora y también allí se escuchaba la música. Me pidió que me acostara en la cama y comenzó a desnudarse. Me gustó que acomadaba su ropa de tal manera que no quedara arrugada. Todo lo hacía en perfecto orden y casi nunca me había tocado ver a un hombre desvestirse así, quizá un poco mi marido pero se ha vuelto más desordenado con el paso del tiempo.

Se quedó en calzoncillos y así se metió a la cama. Yo estaba aún en mi tanga y fui quitándola poco a poco. Siguió besándome con mucha delicadeza y no me pidió que le mamara el pito ni me lamió mi vulva ni nada por el estilo. Tampoco me dedeó, simplemente me besó y me acarició. Besó mi cuello, mis orejas, mi espalda y acaso lamió mis pezones, pero no hizo otra cosa. De cualquier modo no hacía falta, yo estaba lubricadísima desde que estaba en el café, así que para que entrara en mí no abría problema. No utilizó condón y me dijo que ya se había practicado la vasectomía, de manera que con ello difuminó cualquier riesgo de embarazo y eso me tranquilizó, no no es cierto, no estaba preocupada por eso.

Yo sonreía y le decía que se veía muy guapo a media luz cuando de pronto comenzó a introducirme lentamente su pito. Era hermoso, quizá de unos 15 centímetros pero eso sí, más grueso que otros y me complació. Lancé un grito de pasión cuando lo metió completo y arqueé mi cuerpo y me moví lentamente. El arremetía despacio, como si no quisiera lastimarme, parecía que trataba a un cristal con tanta delicadeza para no romperlo. ¡Oh Dios! estaba encima de mí cogiéndome muy rico, sin ninguna vulgaridad ni palabras sucias ni nada, sólo me estaba penetrando y yo sentía riquísimo. Hizo eso por unos siete u ocho minutos.

Sacó su pene y me pidió que me pusiera de lado, alzó delicadamente mi pierna izquierda y me penetró nuevamente. Su verga estaba dura y su grosura estaba llenando mi vagina. Sus movimientos eran lentos pero me volvían loca. Yo le decía ¡dáme más querido, dáme más! y él se animaba a darme más verga a cada momento.

Debo admitir que a pesar del sexo, el tipo era delicado y romántico. Me besaba mis brazos y mi cuello mientras seguía arremetiendo. Nunca me dijo una palabra vulgar y tampoco hizo caricias vulgares, simplemente me estaba dando macana sin necesidad de todo eso y yo sentía riquísimo. Pasamos así otros siete u ocho minutos.

Finalmente, luego de sentarme en su pene y de recibir unos deliciosos movimientos de mi culo, el tipo jadeó y descargó su miel dentro de mí. Yo tuve una maravillosa sensación y justo cuando ya había descargado yo tuve un orgasmo delicioso. Gemí y gemí sin parar. Este hombre me había cogido como ningún otro, en realidad como ningún otro y no tanto fue por lo físico, sino porque no me trató como un objeto, sino como una persona, buscando mi satisfacción, eso me halagó.

Hicimos el amor una vez más y ésta vez duramos como media hora. Descansamos un rato y él me dio un bello beso en la boca cuando todo terminó.

Luego me indicó que había todo lo necesario para que pudiera bañarme con tranquilidad. Sacó toallas, jabón de tocador y todo lo necesario para que me sintiera cómoda. Fue todo un caballero.

Mis amigas se enteraron y casi se vuelven locas cuando les dí detalles de todo. Me felicitaron.

Cogí con ese bello hombre durante unos tres meses.

Una tarde, estaba en el café calificando unos exámenes, cuando sentí su presencia. Lo ví y le sonreí. Él me sonrió y en su rostro había un gesto de agradecimiento. Me dio un sobre y antes de irse, tomó mi mano y la besó. Se marchó. Yo quedé extasiada. Abrí el sobre y allí venía una tarjeta con una letra hermosa. El papelito decía: ¡Gracias!

Sigue tomando café a la misma hora, sigue leyendo sus periódicos y poco antes de las 7 de la noche, llega una mujer madura a sentarse con él. Es su esposa y me da gusto verlos tan felices.

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