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Papá, ¿puedo ver la tuya?

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Por aquella época, yo tenía 42 años. Hace cuatro, me había separado de mi mujer. Tardé demasiado en darme cuenta de que lo nuestro no funcionaba y lo único que hacíamos era perder el tiempo intentando arreglar algo que era imposible. Lo único importante que quedaba vivo de nuestro matrimonio era mi hijo. Ahora vivo sólo. Tengo un pequeño apartamento en el centro de la ciudad que es suficiente y me da pocos gastos. Veo a mi hijo periódicamente. Me acerco a la casa de su madre y le recojo. Pasamos juntos un fin de semana cada 15 días, que a mí se me hace cortísimo. Ahora dice que quiere venir a vivir conmigo, ¡estos niños de ahora!.... Dice que no se lleva bien ni con la madre ni con el nuevo novio de su madre. Seguramente habrán discutido, y él ya se cree que el mundo se cae encima de él. La verdad es que me hace muchísima ilusión. Mi hijo siempre ha tenido predilección por mí, siempre ha vendido en busca de mi protección. Ha preferido siempre contarme a mí sus cosas más íntimas y personales del colegio, de sus amigos y de su hasta ahora corta vida. Es un chico estupendo, será un buen padre de familia. Sólo espero que no acabe como yo, enamorándose de la chica menos indicada.

Uno de esos fines de semana en los que venía conmigo a pasar unos días entró en el baño en el momento en que yo acababa de salir de la ducha. Sólo tenía una toalla rodeándome la cintura y el cuerpo lo tenía empapado. Él traía cara de preocupado y vestía solamente con unos boxer. Le pregunté:

-Hijo, ¿qué te pasa?, ¿te encuentras mal?, tienes mala cara.-

-Tranquilo papá, no me encuentro mal, pero hay algo que quiero contarte-. Yo me temí lo peor.-Papá, tengo un problema en el pito-. Me dice.

-¿Qué es lo que te pasa hijo?-Le pregunto mientras yo me secaba el pelo.

-Verás, es algo que quiero contarte desde hace mucho tiempo, pero me daba mucha vergüenza, y por fin... me he decidido. Lo que me pasa es que cuando me tiro de la piel hacia atrás, me duele mucho. Me estoy empezando a preocupar pero no sé qué hacer, a mamá me da más vergüenza todavía decírselo-.

Yo traté de tranquilizarlo:

-Bueno hijo, tú no te agobies. Seguramente sea fimosis o algo parecido. Si te vas a quedar más tranquilo, déjame verlo-.

Él me miró asombrado y acto seguido se bajó los boxer y su penito quedó balaceándose en el aire. Sus huevecitos tenían un suave manto de vello negro, propio de la pubertad. Me acerqué hacia él y observé el asunto sin tocarlo.

-Puedes tocarlo-me dijo-.Cógelo y ya verás como no se puede bajar del todo-.

Hice lo que me pidió. El pene de mi hijo era más bien pequeño, suave y asomaba un pequeño capullito de color rosado. Lo cogí con mi mano derecha e hice el gesto de retirarle la piel hacia atrás, pero él dio un pequeño respingo, indicativo del dolor.

-¿Pero, cómo no me lo habías dicho antes hijo? Esto tiene fácil solución. El lunes pedimos hora para ir al médico y yo voy contigo, si quieres. ¿Qué te parece?-.

Él, con gesto aún preocupado, me miró y asintió con la cabeza, después me preguntó:

-Pero,…. ¿Sabes qué es lo que tengo?-.

-Verás hijo, lo que te pasa es que esta piel que tienes aquí es demasiado estrecha para que salga el glande. Así es como se llama esto que tienes aquí. Es importante que te lo curen en seguida porque puede provocar una infección o cuando estés con una chica, no vas a poder hacer nada con ella. ¿Me entiendes hijo?-.

-Creo que sí, papá- y entonces se quedó pensativo-.Y tú,……¿has tenido también la piel más pequeña aquí?-.

Me hizo gracia la preguntita, y en parte, me la esperaba.

-Pues no hijo, no he tenido nada semejante. Pero no te preocupes. Cuando te lo solucionen tendrás el pene tan sano como el mío-.

Su cara ya no parecía tan preocupada y entonces me preguntó:

-¿Y por qué no me dejas ver la tuya? Quiero ver cómo va a quedar la mía. ¿Me dejas verla?-.

Eso sí me pilló por sorpresa. Por un momento me quedé sin habla, pero luego pensé que era normal la curiosidad de mi hijo, así que dejé caer la toalla que me cubría y mi miembro quedó al descubierto.

Él la miró y se asombró:

-¡Hala papá!, ¡qué grande la tienes!-.

Miré hacia abajo, y me di cuenta que era normal que mi hijo se asombrara. Estaba semierecta. No sé cómo ni por qué, pero se me había empezado a empalmar. No sabía qué hacer. Entonces, él hizo el gesto de tocarla, pero en el camino se detuvo y me miró como pidiéndome permiso. Yo hice un gesto aprobatorio con mi cabeza y entonces él me cogió suavemente la polla.

-¿Puedo ver, papá, cómo te baja la piel?-.

Entonces volví a asentir y él empezó a bajarme el prepucio, en ese momento, mi cuerpo reaccionó al estímulo y mi pene alcanzó su máximo esplendor. Encontré esa situación super morbosa y me estaba exitando por momentos. Pero, no podía dejar que mi hijo me viera excitado, así que rápidamente le pregunté que si ya estaba satisfecho y me agaché a por la toalla para volverme a cubrir.

Él salió del baño y en mi mente quedaba el recuerdo de mi hijo pajeándome sin saber lo que estaba haciendo. Me descubrí de nuevo y comprobé que mi erección se mantenía. Tenía unas gotitas de líquido preseminal asomándose por el orificio, señal de que realmente estaba excitado. No pude aguantar más, me masturbé ahí mismo.

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