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Caminando en las Nubes. Capitulo II

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La biblioteca tenía estanterías llenas de libros, los cuales casi nunca se utilizaban (Excepto por Reyna y algunas veces Julieta) las paredes eran blancas, en el centro estaba una mesa decorada con flores, y al lado izquierdo un inmenso ventanal, junto a él un sillón.

El abrazó que en un principio era de consuelo, duró más de lo normal.

—¿Crees en el amor? —susurró Reyna.

La pregunta quedó en el aire. Él la apretócon fuerza, ninguna palabra era digna. Sus rostros estaban tan cerca que sentían su aliento.

“Un beso, solo un beso”. Anheló la chica, pero él se separó antes de lo esperado.

—Es hora de que me vaya —dijo el joven suavemente. La soltó y acomodó su chaqueta.

—¡Tan pronto!

—Eso me temo. —Tomó sus cosas y justo antes de irse, dijo—. Solo prométeme que lucharas por ti misma.

El maestro se fue, la alumna se quedó sola. No era tiempo de pensar en matemáticas o ciencias. Sino, en el valor de las ideas y de su propia persona. Las antiguas creencias, contra todo lo nuevo: Poder, reto, fuerza y voluntad.

Ninguna palabra, ningún movimiento. Reyna confrontó su pasado contra un presente que la invitaba a pelear. ¿Y si siempre vivió en el error, acaso era posible? Antes se sentía dueña de nada. Y ahora se creía capaz de todo.

Sostuvo por varios segundos su bastón, luego lo apoyó en la mesa.

—¿Y si lo hago?

No estaba nadie más. Apoyándose en la mesa intentó pararse, no pensaba en otra cosa. El dolor le recorrió desde el pie hasta la columna vertebral, pero no le importó. Apretó los ojos, tratando de alejar el miedo.

El cuerpo le hormigueaba, le dolía horrible su extremidad. Pero ¡Pudo pararse por si misma! Diez segundos, en los que por primera vez se sintió fuerte.

Esa noche la familia Quintero cenó con normalidad. Reyna no dijo nada como era su costumbre. Su pequeño —gran logro decidió mantenerlo como un secretó.

“¿Qué dirán los demás? No, no quiero que me arruinen el momento.  Esa noche tampoco quiso que su hermana la acompañara a su habitación.

Pero, además, había un pensamiento que no podía alejarse de ella. Eran unos simpáticos ojos cafés, que desprendían alegría y positivismo, y además una sonrisa que solo de verla le producía sensaciones, que era incapaz de interpretar. Era guapo. O tal vez, ella solo lo veía así.

 

***-**.**—***

 

Danael por fin llegó a su vivienda, la alquilaba desde hace meses. Era solo un pequeño cuarto, apenas y tenía lo necesario para vivir: una habitación, un baño, y una especie de cocineta. No ocupaba más, solo la usaba para dormir, pues desde muy temprano se iba a la casa de la familia Quintero. Como parte de su salario, le daban un alimento.

“¿Que me pasó ahora? Casi la besé, estoy seguro que ella no hubiera opuesto resistencia”.

Ese deseo que lo envolvió en la biblioteca no pudo ser más desconcertante. Si hubiera sido por él, la hubiera besado, e incluso hubiera llegado a más, pero no valía la pena perder tantos años de sacrificio, por unos segundos de pasión.

Sabía mucho de ciencias sociales, pero del amor muy poco. Nunca había tenido una pareja. ¿Y besar?, era tan ignorante en eso, como lo era en deportes.

Se quitó su ropa cuidadosamente para no maltratar ese traje que le costó tan caro. Vestido con una camiseta y ropa interior se preparó un café mientras recordaba todo lo vivido:

En una ocasión, cuando él tenía trece años de edad. Se encontró en el campo a La familia Quintero, quienes disfrutaban de una comida al aire libre. Pretendía robar algo que saciara su hambre, pues estaba hambriento.

Cuando por fin logró tomar un bistec de carne. Estaba escondido entre los matorrales disfrutando su victoria. Se dio cuenta que una niña graciosa, perseguía a gatas un grillo. Le dio curiosidad su acción y se acercó para contemplarla mejor.

Se puso en cuclillas y preguntó

—¿Qué haces?

—Solo lo observo —dijo señalando al insecto—. Le falta una pierna y camina gracioso igual que yo.

Sí, tienes razón, pero es muy fuerte y podrá sobrevivir, incluso puede que mejor que los demás.

—¿Cómo lo sabes? —pregunto admirada.

—Por qué yo sé mucho del campo, porque aquí crecí y sé lo que es la vida.

Y Así el púbero Danael siguió contándole de la vida silvestre y un poco de otras cosas que conocía, poniendo un poco de dulzura en sus palabras. La niña lo miraba embelesada.

—Tú sabes más que mis maestros. De seguro que has de dar clases a alguien.

El jovencito de risos castaños rio de buena gana:

—No como crees, solo trabajo en el campo de tu papá.

—Nunca te había visto

—Y nunca me veras. Porque tu papá no deja que tu hermana y tú vayan a esos lugares.

—¿Tan feo es?

—No es que sea feo, pero se trabaja mucho y no nos da lo suficiente para comer.

La pequeña sintió una mezcla de tristeza y ternura por su joven acompañante. Era la primera vez que se daba cuenta que alguien padecía dolor aparte de ella.

—Toma. —Le regaló un pedazo de pan, que sacó de entre las  bolsas de su ya sucio vestido azul. Con sus manos sucias lo comió como si se tratara de un manjar.

—Yo no tengo nada que darte.

—Tal vez sí, —Cortó un pedazo de hilo del pantalón de su nuevo amigo y lo trenzó con uno propio de su vestido—. Esto, me servirá de recuerdo

—Hagamos otra para mí. —Se apresuró a decir el chiquillo.

Los dos niños se miraron a los ojos. En ese momento algo especial nació entre ellos.

—¿Cuándo podré verte de nuevo?.

—¡Reyna, Reyna! —Doña Constanza llamaba desesperada a su pequeña hija.

—Me tengo que ir —Se entristeció la niña

—¡Adiós! —dijo el jovencito, mientras se escondía en la maleza, comprendía no lo podían ver con ella.

En  ese entonces era solo un jornalero agrícola de la hacienda de Rafael Quintero. Trabajaba con su madre “Soledad Linares”, quien era su única familia. Su padre murió hace poco más de un año en el campo de batalla, al pelear con el ejército de Emiliano Zapata.

Los dos eran muy pobres, algunas veces robó comida para alimentarse. Lo malo es que fue sorprendido por el dueño, después de azotarlo, lo corrió,al igual que a su madre. El dueño se encerró un rato considerable con Soledad.

Danaelnunca supo que fue lo que sucedió, pero comprendió que nada bueno, pues la vio salir hecha un mar de lágrimas.

Intentaron buscar empleo en otros lugares. Pero algo trágico sucedió: su madre desapareció misteriosamente. Una tarde dijo que iba a buscar un poco de comida. Pero ya no volvió. El aun niño, intentó desesperadamente buscarla, pero no supo que hacer, y nadie le daba trabajo.

Cuando creyó que todo estaba perdido, lo encontró el sacerdote de la localidad. Lo enseñó a leer y a escribir. Al darse cuenta de su gran capacidad de aprendizaje. Loinstruyóen otras ciencias. El muchacho se absorbió demasiado en los estudios, poco a poco fue conociendo la felicidad.

A la edad de diecisiete años, mientras caminaba por el pueblo, a lo lejos volvió a ver a Reyna, paseando con su familia en un carruaje sin techo. Algo se removió en su corazón, quiso acercarse, pero no se animó, ya no era solo una niña curiosa. Era una hermosa jovencita, a la que no dejaba de ver.

Junto a ellos iban el medico Miguel Ángel Rivera y su hijo Octavio, el primero lo miró fijamente, pero no dijo nada. Danael intentó seguirlos a distancia, pero no lo logró, el carro desapareció de su vista.

Un poco desalentado, siguió distraído con su paseo, pero una hora más tarde alguien lo distrajo:

—Hola, buenas tardes

—Doctor Miguel, buenas tardes —saludo sorprendido, de que alguien con tanta popularidad y renombre lo saludara.

—¿Danael verdad?

—Sí, como es que lo conozco?

—Tengo el honor de conocer a tu madre, Soledad. Ella es una excelente mujer—. Trató de contener la emoción, pero una luz se reflejó en sus ojos.

—Era —bajó la cabeza—. Nunca la he podido encontrar, lo más seguro es que haya muerto.

El médico, no le dijo nada más. Apretó con afecto el brazo del muchacho. Lo invitó a su hacienda y comenzó a platicar de su vida. Pero Dan, cauteloso como siempre había sido no dijo mucho.

Esa no fue la única vez que los dos se vieron, el adulto comenzó a visitar al joven asiduamente. Platicaban de su vida, y cuando Danael hablaba de su madre, el doctor ponía mucha atención. Una vez le propusó:

—No es necesario que vivas en la casa del sacerdote, puedes estar en mi hacienda

—¡No! —Fue la respuesta. Inmediata.

Las hormonas del joven estaban muy despiertas. Más de una vez intentó espiar a Reyna en uno de sus continuos paseos con su hermana en el campo. Ya no era solo una niña, era toda una mujercita, algo se despertó en su interior. Intentó acercarse aunque sea a escondidas.Pero no lo hizo. Más de uno lo hubiera llamado cobarde. Para él fue simplemente respeto.

En una ocasión, mientras estaba de visita en la hacienda de Miguel Ángel. quiso acercarse más de lo debido. Pero alguien le apretó el hombro.

—No lo hagas. Te meterás en problemas.

Se volvió y descubrió al Doctor Miguel Ángel Rivera

—Yo…

—Te he visto varias veces mirando a Reyna. —El muchacho quiso decir algo, pero el doctor prosiguió—. Así como estas no tienes ninguna oportunidad. Por eso, el otro día te ofrecí mi ayuda.

Con un poco más de estudio, algunas instrucciones del médico y tenacidad, en poco tiempo se convirtió en profesor del pueblo. Ganó prestigio, y a sus veintitrés años llegó a la ciudad.  Por recomendaciones del mismo Doctor Rivera, se convirtió en el profesor particular de la menor de las hojas de Rafael y Constanza Quintero. Nadie lo reconoció.

Pero nunca aceptó la ayuda económica del doctor ni de Octavio; Quienes ya se habían convertido en buenos amigos.

 

***-**.**—***

 

No eran esposos, sin embargo se conocían mejor que nadie, sus cuerpos descansaban en esa cama con las sabanas desacomodadas y un fuerte olor a sexo, la ropa estaba esparcida por el suelo.

La amante aun sentía en su vagina, esas fuertes penetraciones que le dio su pareja. El juego era demasiado agresivo para ella, pero ¿Qué otra cosa podía hacer? Necesitaba el dinero para mantener a su familia. La desigualdad social era mucha en el país. Esperaba que en el fondo las luchas que libraron los revolucionarios surtieran frutos.

Le dolía un poco, pero no podía quejarse. Era “solo una mujer”, y tenía que aceptar a su amante como sea. Su amante apretó con fuerza uno de sus pezones, mientras la embestía con fuerza.

Una lágrima de dolor salió. ¿Le estaba permitido quejarse?

—Un poco más suave —pidió, en medio de ese juego salvaje, Rafael no dijo nada. Solo subió la intensidad de sus movimientos.

Hace mucho tiempo que ese hombre dejó la ternura por un lado. Los negocios lo absorbieron demasiado. De un padre entregado a su familia, pasó a ser alguien parecido a un tirano.

Constanza le fue infiel. Al menos eso es lo que decían los rumores. ¡Eso era demasiado para un hombre de su temple! Las noches con su esposa, fueron una tortura para ella, lo peor de todo, es que nunca quiso investigar si era la verdad o no.

Miguel Ángel fue el único que abogó por ella, el único que le nombró sus cuantiosas virtudes y buen corazón. Rafael estuvo a punto de creerle, pero meses después cuando el médico se divorció de Eloísa, partiendo ella, para Estados Unidos. Las sospechas recayeron otra vez en el doctor.

Pero era padre de Octavio, el marido perfecto para Julieta, así que calló de nuevo

 

***-**.**—***

 

Un hombre de alrededor de cuarentaicinco años miraba la luna llena.

“¿Dónde estás mi amor? Hace tanto que te fuiste con nuestro hijo que te perdí el rastro”

De vez en cuando miraba el retrato de su amada, lo contemplaba y volvía a suspirar. Nunca le hubiera importado el escándalo. Pero ella no lo vio así. Faltó a su palabra y no se reunió con él. En cambió solo vino el desastre.

—¡Mi carrera! Como si eso fuera tan importante, lo único que yo quería era salvar vidas y estar contigo ¿Por qué nunca pudiste entenderlo?

Fue tanta su decepción, que en aquellos ayeres no le importó curar a los guerrilleros comandados por Emiliano Zapata. De alguna manera se hizo parte de los rebeldes. Apoyó como pudo las ideas de su amigo, Francisco I Madero. Pero en la muerte de este último. Sus esperanzas de un mejor país se fueron.

Arriesgó su vida varias veces, incluso aún tenía la cicatriz en un costado, de una bala perdida. No se la quiso curar, incluso casi murió aquella vez. Sin embargó siguió luchando por sus ideales. Lo malo, que nunca volvió a ver a su amada.

Pero en esa fría noche, él no era  el único que pensaba en amores perdidos.

—Amor mío, estés donde estés. Espero que seas muy feliz. —Una lagrima se resbaló por las mejillas de esa hermosa trigueña, de cabello oscuro como la noche. Lanzó un beso al aire, y se dispuso a dormir.

 

©Alejandrina Arias (Athenea IntheNight)

 

*Emiliano Zapata Salazar:  fue uno de los líderes militares y campesinos más importantes de la Revolución mexicana y un símbolo de la resistencia campesina en México.
*Francisco Ignacio Madero González:
1fue un empresario y político mexicano. Su proclamación en contra del gobierno de Porfirio Díaz suele considerarse como el evento que inició la Revolución mexicana de 1910. Durante este conflicto, Madero fue elegido presidente de México


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Aleyxen

 

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