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ARRABALES DE LENINGRADO (2)

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CAPÍTULO 2º

 

Yelena le vio marchar y sintió que algo dentro de ella no estaba bien… Que se derrumbaba. Supo que, tal vez, no volvería a verle; en cualquier caso, que tardaría en volver a verle: Sabía que su amigo se marchaba muy “tocado”, muy abatido, y que le costaría recuperarse. Intuyó que esas visitas que tanto la agradaban, se iban a interrumpir, y casi seguro que para siempre.  Entonces se dio cuenta de algo que la soliviantó, que casi la aterrorizó: Que ella ahora, últimamente, esperaba a Iván no como a un buen amigo En modo alguno como a un simple amigo sino como se espera al novio. Y su sorpresa ya fue mayúscula cuando descubrió que lo que de verdad querría era ser la “zhena”, la esposa y mujer del “ispansky”. Pero eso era casi obsceno. Era obsceno amar a Ivan, un “fascista”, un invasor… Ella era rusa y entre ella e Iván mediaba una guerra; mediaba la Sagrada Tierra Rusa, hoyada, pisoteada, por los fascistas invasores y asesinos. Mediaba un montón de cadáveres rusos, millares, decenas de millares, centenas de millares de cadáveres rusos. Mediaba el cadáver de su hermano menor, el pobre Misha (diminutivo de Mihail), caído en el Wolchow, ante los “ispanskys”, y quién sabe si víctima del mismísimo Ivan... También mediaba su hermano mayor, Kolia, Nicolai. Fue uno de los defensores de Leningrado; un día de principios de ese mismo año, poco después de las fiestas de Año Nuevo, el mando de la ciudad ordenó uno de tantos contraataques que la guarnición defensora realizaba para alejar las avanzadillas del enemigo; en esa fuerza estaba la unidad de Kolia. La operación acabó en un desastre del que pocos rusos se libraron y pudieron regresar a la Ciudad de Lenin, pues los alemanes los cercaron y el que no resultó muerto fue capturado. No obstante, algún soldado soviético logró escapar del cerco deslizándose a través de los alemanes. Uno de ellos fue Kolia que, junto a unos cuantos camaradas, logró pasar hasta la retaguardia alemana. Tras noches y noches de sigilosa marcha entre las tropas enemigas a través de bosques y pantanos, alcanzaron la aldea materna. Descansaron, comieron lo poco que la familia y casi toda la aldea aún tenía y un día salieron de nuevo, esta vez hacia los bosques cercanos con el fusil al hombro y en compañía de otros cuantos aldeanos y aldeanas que quisieron unirse a Kolia y sus camaradas en un grupo partisano de unos diez y ocho a veinte efectivos que a diario hostigaba a alemanes e “ispanskys”.

No; eso no podía ser… Y comprendió que lo mejor sería poner tierra de por medio entre ella e Ivan, por mucho que su corazón se rompiera en mil pedazos….

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Efectivamente, Juanjo estuvo algo más de dos semanas sin aparecer por la aldea; pero cuando casi se hacían las tres semanas de ausencia de allí, ya no pudo vencer la ansiedad por volver a verla a ella, a su adorada Yelena. Sabía que la joven no le amaba y tenía más que asumido que nunca le querría, al menos como él la quería a ella, pero se consolaba con que, al fin y al cabo, como amigo sí que le quería, y mucho. Y, como se dice, quién no se consuela es porque no quiere, pues Juanjo prefirió consolarse con la leal amistad de la muchacha, pues algo es algo y menos da una piedra. Así que un día de casi mediados de Diciembre, a eso del mediodía, se encaramó al pescante de un “hipomóvil” que, al mando de un camarada cabo 1º, marchaba hacia la Plana del 2/269 en misión de avituallamiento. Y como galones mandan, al cabo 1º le tocó viajar en la caja del carromato en tanto el sargento lo hacía al pescante, junto al “guripa” de las riendas. Desde la Plana ya fue fácil hacer el camino hasta la aldea, a la que accedió con alegría desbordante llamando a voces a la chiquillería para que se llegaran a apoderarse de las golosinas que, como siempre, llevaba consigo.

Pero cuando todo animoso penetró en la mísera morada de Yelena se llevó la desagradable nueva de que la joven no estaba allí. Juanjo no se apuró demasiado, pensando que estaría en cualquier sitio de la aldea, pero que en no mucho aparecería; luego se dijo: “Paciencia Juanjo, que Madrid no se hizo en un día”. Pero pasó una hora y más y Yelena no aparecía. Los viejos hablaban sin cesar pero demasiado rápido y en un ruso muy cerrado para las entendederas del pobre Juanjo, pero con multitud de aspavientos también en los que, por fin, le pareció entender que ella no estaba allí. El muchacho se quedó hecho un lío ante lo que le pareció entender, por lo que salió a la calle a ver si alguien le podía aclarar algo. Y fue un chavalillo con el que Juanjo a menudo bromeaba e incluso charlaba un poco, pues el crío era espabilado como un demonio y pronto chapurreaba bastante castellano; no es que el chapurreo fuera muy académico, que en forma alguna lo era, pero al menos ambos se entendían un tantico. Entonces fue la gran desilusión: Su paloma había “volado”, se había esfumado en el aire de una noche, cuatro o cinco días después de que la dejara aquella otra noche de los grandes descubrimientos y sin dejar rastro ni noticia de ella. Lo dicho, volatilizada en el aire.

Juanjo se sintió hundir una vez más en el negro vacío de aquella otra noche, cuando por última vez vio a su amada. Había desaparecido y estaba seguro que para siempre. No se lo explicaba, pero qué más daba. Fuera como fuese la cosa es que al traste con sus ilusiones. Perro destino el suyo. Y como nada ya le podía mantener allí, con mucha, muchísima pena emprendió el viaje de regreso por el helado camino en medio ya de una gélida noche. Pero un destello de suerte encontró al pasar por la Plana y entrar en la oficina del capitán Hernando a “templarse” un tanto con algún traguito de coñac que otro: Allí estaba todavía el ”hipomóvil” que hasta allí le llevara, con lo que un regreso algo menos gélido, amén de más descansado y corto sí que lo tenía asegurado.

Igualmente, los días Diciembre fueron quedando atrás hasta que la Noche Buena estaba algo más que encima. El día 22 la megafonía desgranó la emisión de la Lotería Nacional en Madrid a través de Radio Nacional de España cogida por la onda corta de la estación de radio de la compañía. Entonces, al compás del habitual soniquete de los alumnos del colegio de San Ildefonso “cantando” los números de la suerte del Gordo de Navidad, el sargento Juan José Jimeno se sintió más solo y desamparado que nunca. Y una idea que era una verdadera locura se empezó a adueñar de su mente. Durante el siguiente días 23, e incluso el mismísimo día 24, en la 5ª compañía se produjeron los sucesos más extraños que podían recordarse en el muy peculiar historial de la compañía: Para empezar, en la tarde del día 23, el obeso sargento “Perolas”, dueño y señor de la cocina y su despensa, pescó un “globo” de tente y no te menees cuando detectó que de sus posesiones habían desaparecido dos hermosísimas gallinas recién desplumadas, amén de ni se sabe cuántas botellas del estupendo champán catalán, de anís del Mono y coñac de Jerez, más vino fino jerezano y castellano peleón, de Valladolid. Y, cómo no, turrón de Jijona y mazapán de Toledo. Vamos, todo un glamuroso festín de Noche Buena. Y, lógico: El sargento “Perolas” juraba y perjuraba hasta en arameo, amén de lanzar a los cuatro vientos lo de que “Si pillo al mal nacido del “guripa” que me ha “desplumado” le hago picadillo y lo sirvo en la cena de Noche Buena”. Pero vanas ilusiones del desesperado sargento, pues del “afanador” ni rastro. Aunque esta “bizarra” hazaña se quedó tamañica si se compara con la de la mismísima primera hora de la mañana del día 24. Aunque, casi mejor se describiría la hora en que estalló el suceso diciendo que fue con las aún no claras del alba, pues por esas fechas y latitud norte el alba casi ni aparece hasta entrada la mañana, pero en fin, por esa hora genérica podríamos decir. La cosa fue que el “globo” del sargento “Perolas” ante el desvalijamiento de su amadísima despensa se quedó en algo así como “agua de borrajas”ante el casi homérico ídem del enlace del batallón con el regimiento cuando, tras pernoctar en la compañía, encontró el sitio donde dejara su bien amada moto BMW, pero de la bien amada ni “flowers”.

En fin, la cosa es que, hacia media mañana de aquel día de Noche Buena, el bueno del sargento salió de los barracones del atrincheramiento de la compañía no con el habitual morralito, sino con tres “piazo morralones” que para qué te cuento. Pero ahí no quedó la cosa, pues al alejarse de la 5ª compañía se adentró en el cercano bosque hasta localizar un enorme montón de hojarasca, bajo el cual apareció la añorada BMW del cabo-correo y enlace del batallón. Insondables misterios de lo “paranormal” lo de la moto perdida y hallada en el bosque…

En fin, que el amigo Juanjo se hizo “caballero en BMW” y como alma que lleva el diablo enfiló lo que era vereda más que camino hasta la aldea. Y es que, cuando el 22 le entró la “neura” de la soledad, se dijo que por qué no pasar la Noche Buena en la casa de su amada. Aunque ella no estuviera su recuerdo, hasta su aroma, estarían allí. Y bueno, ya se sabe: La esperanza es lo último que se pierde y quién sabe si por esas fechas tan especiales… ¿Por qué no podía ser?

En fin, que ahí tenemos a nuestro amigo despendolado a “lomos” de BMW tragando verstas, millas o kilómetros, qué más da cómo se llame al tramo recorrido, con el alma a la espalda, tarareando alegre lo de “Los peces en el río que beben y beben y vuelven a beber”.  A Juanjo ese villancico le gustaba en forma arto especial al encontrar la mar de entrañables a esos peces, con lo de que bebían, bebían y casi nunca se cansaban de beber. Hermanicos gemelos míos, pensaba el buen sargento, todo enternecido.

Pero bueno, dejemos a un lado el aspecto “bucólico-etílico” del trance por el que en esos entonces atravesaba el sargento “ispansky” y centrémonos en el panorama que Juanjo se encontró cuando al fin arribó a la aldea. Lo primero que dejó perplejo a Juanjo fue la absoluta normalidad que reinaba. Para la aldea, ese día era uno más, uno cualquiera, ni mejor ni peor que cualquier otro. Ni rastro de la alegría, la algarabía que reinaba tanto en la compañía como en la Plana, que bien que lo constató cuando pasó por allí.

Ignorancia supina de las costumbres rusas, pues si se hubiera ilustrado algo más sobre las peculiaridades del pueblo ruso, sabría que desde la “Revolución de Octubre”, las fiestas de Navidad en Rusia primero, luego en toda la URSS, estaban abolidas; y si en algún domicilio particular se celebraba la fiesta religiosa del Cumpleaños de Jesús, se hacía en secreto y con más miedo que vergüenza, pero en la noche del 5 al 6 de Enero, pues a estos efectos la Iglesia Ortodoxa Rusa sigue el antiguo “Calendario Juliano”, que lleva unos días de retraso con respecto al Gregoriano, doce exactamente, por lo que su noche del 24-25 de Diciembre corresponde a nuestra noche del 5-6 de Enero. También por eso aún hoy se dice “Revolución de Octubre”, pues cuando el “Aurora” lanzó el célebre cañonazo que inició el asalto al Palacio de Invierno, eran en Petrogrado, luego Leningrado, las 21,45 del 25 de Octubre de 1917 pero en el resto del mundo era la tarde-noche del 7 de Noviembre de 1917.

En fin, que la desilusión de Juanjo cuando llegó a la aldea fue de pronóstico, aunque eso no impidió que la chiquillería andante y rodante de la aldea se viera favorecida con las para allí exóticas golosinas del turrón de Jijona, el mazapán de Toledo, los polvorones de Estepa y las Frutas de Aragón, con lo que esa chiquillería volvió a rodearle para colgarse a su espalda y así “galopar” a lomos del improvisado “caballito”, pero también para prodigarle abrazos, besitos en el rostro, y regalarle la mirada franca, límpida, de la niñez; de unos niños y niñas que cuando el “ispansky” visitaba la aldea eran felices pues él les traía cariño, juegos, golosinas… Dicha y felicidad, en definitiva, a sus cortas y cándidas vidas en las que la guerra todavía no constituía barrera infranqueable alguna.

Después entró en la vivienda que habitaban los padres de Yelena y sobre la gran mesa que presidía la estancia que reunía las funciones de cocina, comedor y sala de estar, descargó las dos gallinas desplumadas y listas para ser guisadas, más el turrón, mazapán y polvorones supervivientes al “asalto” de la chiquillería aldeana; de las frutas de Aragón, ni una pudo aportar al ágape ofrecido a la pareja de ancianos, pues hasta la última “pereció heroicamente” en los nunca bien saciados estomaguitos de chavalines y chavalinas. También quedaron sobre aquella mesa las botellas de champán, coñac y vino.

La buena mujer no perdió el tiempo. Tan pronto vio ante sí los dos volátiles y entendió que toda esa magnificencia era para ellos, para su marido y para ella, se puso manos a la obra a fin de disponer, esa noche, de una cena como casi hacía siglos que no conocía la pareja de vejetes. Bueno, también sería la cena para el “ispansky” ese que andaba tras su hija Yelena como semental en celo, que ella sería vieja pero no tonta y las miradas que el “ispansky” dirigía a su hija bien que se las conocía y recordaba de otros tiempos que, la verdad, fueron bastante más gloriosos para ella que los actuales.

Pero los ojos del vejete tampoco estaban ociosos, pues con la vista había ya descorchado todas y cada una de las botellas alineadas frente a él, sobre la mesa, y hasta con mirada y pensamiento se trasegó ya todo su contenido, pues para acabar todo como Dios manda y está ordenado, sólo le faltaba soltar uno de esos eructos o regüeldos que tanto incomodaban a D. Quijote cuando su fiel Sancho Panza los lanzaba a troche y moche. Esa especial atención prestada por el “agüelete” a las botellas, más el brillo de ansiedad que refulgía en sus ojos, no pasaron desapercibidos para el bueno del sargento “ispansky” que, asumiendo eso de “Sabemos lo que es necesidad”, al punto se puso a abrir botellas que compartieron viejo y sargento con el mayor entusiasmo.

Por fin estuvo listo el guisote que la buena vieja preparara, y a fe de Juanjo que aquello no sabía del todo mal, por lo que el español se puso hasta las trancas ante la atónita mirada de los viejos, que se percataban de que con aquellas tragaderas el bueno del “ispansky” no iba a dejar parte alguna para engullírselo ellos dos al día siguiente. Pero qué se iba a hacer, una buena cena es una buena cena y más vale una que ninguna.

Como es de suponer la cena fue bien regada con los buenos “caldos” de las buenas tierras hispánicas, tarea en la que ninguno de los viejos se quedó atrás. La verdad es que, a pesar del incesante parloteo que amenizó la cena, allí no se entendió ni Dios: Los viejos, ni jota de español; Juanjo, algo de ruso sí que iba entendiendo ya, pero, digamos, un ruso más bien académico y urbano, no aquel ruso aldeano, cerrado a la antigua y expresado a una velocidad que a Juanjo se le hacía que aquellos viejos endemoniados tomaban carrerilla para hablar. Y de los vejetes, no digamos. No entendían ni jota de lo que estaba pasando, de lo que el “ispansky” ese celebraba; pero… ¿Qué importancia tenía eso? Lo único que importaba eran las gallinas, botellas y demás que aquel idiota de “ispansky” desgranaba sobre su mesa. En fin, que los “ispanskys eran tan idiotas como los “nemetskys” (alemanes), aunque un poco más tolerables. Y el idiota del “ispansky” que andaba tras Yelena, resultaba ser un poco más tolerable aún…

Pero sucedía que tampoco a Juanjo le importaba mucho la pareja de viejos hieráticos, de rostro para él impenetrable y que no cesaban de hablar entre sí. No, a Juanjo le importaban un comino los dos viejos, pues no había sido por ellos por quienes fue a la vieja y ruinosa vivienda, sino en busca del recuerdo del ser adorado y a celebrar su propia fiesta, casi pagana, en honor a la Diosa Venus-Yelena. Esto no obstante, cuando según su reloj en el de la Puerta del Sol más o menos debían estar dando las doce campanadas, se puso a cantar villancicos del terruño ibérico, si bien que un tanto desvergonzados, pues lo más “potable” que entonó fue ese de “los peces beben en el río”, pues el repertorio básico más bien lo formaban villancicos de este orden:

Esta noche es Nochebuena

Y mañana Navidad

Saca la bota, María

Que me voy a emborrachar

O bien:

En el portal de Belén

Hay un tío haciendo botas

Se le escapó la lengüeta

Y se pinchó las…

(Sí señor, aquí, puntos suspensivos y allá lo que cada cual piense respecto a cómo termina la estrofa)

O esta otra

Esta noche nace el Niño

Y es mentira, que no nace.

Son las mismas ceremonias

Que todos los años hacen.

Serían sobre las dos de la madrugada cuando la BMW que montaba Juanjo enfilaba la vereda que conducía a la 5ª compañía, haciendo bastantes más “eses” de las que serían de desear. El joven sargento iba animado por la falsa alegría que produce el alcohol tomado en cantidades semi industriales por lo que canturreaba a pleno pulmón lo de “Saca la bota María” etc. Haría como diez o quince minutos que la Plana del 2/269 quedara atrás, cuando una fuerza invisible le arrancó del sillín de la moto lanzándole a buena velocidad en dirección opuesta a la que la moto seguía, hasta dar con sus huesos en tierra mientras la moto seguía un trecho hacia adelante hasta que, desequilibrada, también fue a rodar con su estructura metálica por el santo suelo, quedando con ambas ruedas girando por la inercia aunque el motor se hubiera parado al poco de salir Juanjo despedido. La borrachera de Juanjo se apagó al instante, como por milagro. Tan pronto se sintió en el suelo empezó a rodar sobre sí mismo al tiempo que requería el único arma de que disponía, la reglamentaria pistola Walther P-38. En su cerebro una idea: ¡Partisanos! Y de sobras sabía lo que eso, ineludiblemente, suponía: La muerte. Pero no caería como corderito en el matadero, sino que a alguno mandaría por delante al Valle de Josafat.

Confirmando sus temores vio cómo unas sombras surgían del bosque de abedules que bordeaba ambos márgenes del camino o vereda. Entonces fue consciente de que nada podría hacer, pues él estaba allí, en medio del camino, cuerpo a tierra boca abajo pistola en ristre, pero ofreciendo un blanco que, incluso en la negra oscuridad de la noche, resultaba mucho más visible que las nebulosas figuras que por ambos se movían todavía al amparo de los árboles, pero rodeándole. No, no tendría ni la menor oportunidad de defenderse: Le cazarían como a un conejo. Pero no fue ese pensamiento lo que hizo helar la sangre en sus venas; fue la voz que al momento escuchó, procedente de la floresta hacia su izquierda, hablando un español algo más que chapurreado, lo que heló su sangre

―¡Quieto “ispansky” fascista! Maldito invasor, lanza el arma lejos de ti y tal vez salves la vida.

Juanjo se puso trabajosamente en pie, apoyando primero una rodilla en tierra para luego enderezarse cuan alto era que, por cierto, no lo era mucho: español corrientito de aquellos años cuarenta del hambre viva. La voz volvió a restallar.

―¡He dicho quieto!

Juanjo se acabó de poner en pie; giró hacia donde venía la voz y, alzando la pistola en firme gesto de resistencia, habló a su vez muy, muy pausadamente.

―Tendrás que disparar Yelena, “moi dorogoi podruga”, pues no me rendiré. Tampoco dispararé primero; ese honor te lo cedo a ti… O a los tuyos…

Cuando Yelena escuchó y reconoció a Iván en aquel “ispansky” erguido ante ella, con la pistola en ristre y presto a disparar, lanzó un grito gutural; un grito de espanto, de horror. Y cayó de rodillas derrengada por la impresión. El arma que empuñaba, una Walther MP-40, cayó al suelo desde una mano que había quedado muerta, inerte. Se tapó la cara con las manos, sollozando; y, entre sollozo y sollozo, musitaba “Por qué ha tenido que ser, por qué. Por qué él tenía que enterarse así”

Al momento se desató una algarabía de voces rusas que gritaban: “¡Que nadie dispare!” “¡Es Iván, el “hombre” de Yelena!” “¡Kolia, no disparéis! ¡Es Iván, el amigo de Yelena!” Al punto las armas del grupo partisano dejaron de enfilar a quien sólo conocían como Ivan, pasando a quedar en posiciones de descanso, pues el “ispansky” había dejado de ser un enemigo para aquella gente, acostumbrada a verle como buen amigo. Pues la mayor parte de los integrantes del grupo, hombres y mujeres, eran de la aldea, como por ejemplo Tonia, la primera que empezó a gritar pidiendo que no se disparara sobre el “ispansky”; y Andrei, Mihail y varios más de la aldea que también reclamaron a voz en grito a sus camaradas la integridad física del enemigo que para ellos no era tal, a pesar del uniforme que vestía.

Pero Juanjo no se enteró de lo que aquellas voces decían, pues su conocimiento del idioma de Tolstoi, Pushkin, Glinka y demás no alcanzaba a descifrar aquello, expresado además en esa forma rápida en que los rusos hablan entre sí y que entonces él no entendía ni jota de lo hablado entre ellos. Luego de lo único que en ese momento estaba seguro era que el fin había llegado. Involuntariamente casi bajó la pistola, convencido no sólo de su inutilidad, sino de que le sería imposible usarla. No contra Yelena. Luego, sencillamente, se dispuso a morir. Se sorprendió al comprobar que no sentía miedo; que, por  contra, estaba tranquilo, casi feliz. Por un momento pensó en Dios, en el Más Allá… Pero ello no le inquietó; él en su vida había hecho daño a nadie, y de nada grave ante el Altísimo se veía culpable… No, tampoco temía al Juicio de Dios… Él es Misericordioso y sabría tolerar las mil y una “faltillas” que, desde luego, le encontraría….

Pero no sonó la esperada descarga de fusilería, sino que aquellas sombras empezaron a dejar de serlo al ir surgiendo, por aquí y por allá, verdaderas figuras humanas con el arma colgada del hombro o al brazo, pero sin asomo de actitud amenazadora. Se le fueron acercando y pudo ver el anhelante rostro de Yelena, los de Andrei y Mihail y el de Tonia, la semi novia del pobre Eusebio, ignorante a las andanzas de quien, de verdad, le enamorara. Bueno, y a qué extrañarse…  También estaba allí Yelena…

Lo comprendió al instante. Sabía, ninguna duda tenía de ello, que ella le quería. Y mucho. Y seguro que también Tonia a Eusebio. Pero eran rusas y ellos estaban allí, en su tierra, en su Sagrada Tierra Rusa… No, ni él, ni Eusebio ni tampoco ningún otro compañero de la Blau habían ido allí a combatir a los rusos, al noble pueblo ruso. Ni a los ucranianos, los bielorrusos… A ningún ciudadano soviético en general. Sólo habían ido a combatir al bolchevismo, al comunismo internacional… Al estalinismo en suma. Y, en consecuencia, también por ellos mismos, por los rusos y demás gentes esclavizadas por el comunismo leninista-estalinista. Así sentían ellos, realmente, que esos civiles rusos no eran enemigos Pero eso... ¿Cómo explicárselo a ellos, a ellas? Hasta entonces, había dado por sentado que ellas, ellos, las sencillas gentes de la aldea, de todas las aldeas soviéticas, así lo entendían; que ni ellos, los ispanskys, ni siquiera los “nemetsky”, eran otra cosa que aliados de todos ellos… Pero desde entonces supo que no era así. Que aquellas gentes sencillas, casi ninguna comunista y todas, todas ellas, víctimas del Padrecito Stalin, también y en primerísimo lugar eran rusos; rusos nacionalistas y patriotas que en ellos sólo veían al invasor, a quienes les trajeran la guerra a casa…

Juanjo estaba confundido, muy confundido. Y le dolía tanto la cabeza que la sentía a punto de estallar. No quiso seguir pensando, no podía pues la cabeza le dolía demasiado para ello… Que pasara lo que Dios quisiera…

Entonces, cuando tenía a Yelena a un paso de él, sintió cómo una mano se posaba, por la espalda, en su hombro derecho. Giró hacia atrás y se vio ante un auténtico hombretón. Un sujeto alto, fornido, de espaldas casi kilométricas y enormes manos. Pelo muy rubio y muy claro, casi como el de Yelena. Barba hirsuta de varios días, pero gesto simpático. Ese rostro, desde luego no preludiaba amenaza alguna. Muy serio, le habló a Juanjo  

―¿Ty, Iván? (¿Tú, Iván?) 

―Ya Iván    ( Yo Iván )

― Ya Kolia; Nikolai.- Ti khorosho. Ti moi drug. Niet voyna namy i ty(Yo Kolia; Nikolai. Tú bueno. Tú mi amigo. No guerra nosotros y tú)

El hombretón no sabía ni jota de castellano, pero se expresó en un ruso muy elemental, pronunciando cada palabra lentamente; en fin, que Juanjo le entendió a la perfección. Supo que de ellos no tenía nada que temer; eran amigos. Cuando el hombretón acabó de hablar abrazó a Juanjo y él aceptó el abrazo, abrazando a su vez al hombretón.

Cuando se separaron, interrogó con la mirada a Yelena, que le dijo

―Es Kolia, mi hermano

Entonces le sorprendió una reacción de Kolia: Alzando al cielo la boca de fuego del subfusil alemán Walther MP-40, sin duda capturado, abrió fuego al aire, lanzando dos o tres ráfagas. Al acabar, se quedó mirando, como sorprendido, a Juanjo, al tiempo que le hacía señas que el español no llegaba a comprender. Miró inquisitivo a Yelena y ésta, riendo a carcajadas, le dijo

―¡Quiere que tú también dispares al aire! Es costumbre rusa. ¡Alegría!

Juanjo, riendo también a carcajadas, alzó la pistola y disparó hasta vaciar el cargador.

De nuevo el hombretón, Kolia, se abrazó a Juanjo riendo también a carcajadas y seguidamente todo el grupo partisano se reunió con Juanjo, Kolia y Yelena. Unos estrechaban la mano de Juanjo, otros le abrazaron. Entre éstos, los dos amigos de Yelena que conociera en la aldea, Mihail y Andrei.

La cosa terminó con todos asegurando a Juanjo que eran sus amigos del alma. Muy, pero que muy amigos… ¡Hermanos casi!.... Lo que son las cosas; minutos antes, dispuestos a matarse entre sí y ahora…

Al fin, a Juanjo le pareció que la vida era bella y merecía la pena vivirla… Al menos, en aquella Noche Buena que tan bien refrendaba aquello de “Paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad”… Por esa noche, para ellos, entre ellos, la guerra desapareció, la habían roto… La amistad entre los hombres había vencido a la guerra y a su funesto cortejo de muerte, dolor y destrucción...

Los miembros de la partida partisana se alejaron un tanto de Juanjo y Yelena, permitiendo que ambos se sentaran en solitaria connivencia a la orilla misma del camino, allá por donde los abedules se asomaban a la vereda.

Entre español, ruso, alemán y un poco por señas, pudieron mantener, más o menos exacto, un diálogo semejante a este

―Así que Kolia es hermano tuyo

―Sí

―Y partisano…. ¿Sois bolcheviks, comunistas?

―Somos rusos. Mujiks rusos, campesinos rusos. Ivan, aquí siempre ha sido así, siempre ha habido un amo al que el mujik debe someterse y obedecerle ciegamente. Antes eran el Zar y sus nobles, ahora los bolcheviks… Mira Ivan, nosotros, los mujik rusos, seremos ignorantes, apenas si sabremos escribir y la política nos viene ancha: Simplemente lo aceptamos todo, obedecemos y nos sacrificamos. Pero la tierra es nuestra razón de ser. La Sagrada Tierra Rusa es nuestra Santa Madre, y la defenderemos siempre con uñas y dientes.  

Juanjo comprendió que por ese camino no debía seguir, pues el abismo entre él mismo, “ispanskys” y “nemetskys” por un lado y “ruskis” por otro era abismal. Demasiado para que los rusos entendieran nunca que ellos, los españoles al menos, no habían ido a luchar contra el “ruski”, sino contra los bolcheviques; contra Stalin y sus secuaces; contra la NKVD; contra la horda del Ejército Rojo que asesina al propio campesino ruso, al mujik ruso. Pero ahora entendía que ese Ejército Rojo era también, y en definitiva, el propio campesino ruso, el mujik, pues el 80% casi largo de la población rusa es campesina y los “mujik” la columna vertebral del Ejército Rojo

―Nunca me hablaste de Kolia

―Nunca me preguntaste

―¿Tienes más hermanos?

La muchacha bajó la mirada.

―Tenía otro, Misha. Cayó en el Wolchow… Ante vosotros, los ispanskys.

Juanjo no quiso seguir preguntando a ese respecto. Tampoco era el más adecuado. ¡Dios, y qué difícil que se le estaba poniendo todo!

Cambió de tema. La verdad es que encontrar allí a Andrei le molestó cosa mala. ¡Estaba celoso! Muy, muy celoso de aquel aldeano ruso pues ya no le cabía duda de que cortejaba a Yelena; o, al menos, trataba de cortejarla. Y quién sabe si con el agrado de ella.

―¿Andrei es tu novio?

Cuando al fin Yelena pudo entender lo que Juanjo quería saber, se rio con ganas

―¡Ni hablar! Él va detrás de mí como perro en celo tras una perra… ¡Pobrecillo!... Lo único que en mí busca es un “revolcón”. ¡Pues va listo! Eso a mí no me interesa. Yo necesito amor: Que me amen a mí y que ame yo…

―Pues una vez me lo ofreciste…

―Y tú no quisiste… Como yo necesito que el hombre me quiera, tú necesitas que la mujer te ame… ¡Tú, al menos me querías! Me quieres aún, lo sé...

―Y tú… ¿Quieres así a alguien ahora?

Yelena calló unos minutos, como recapacitando. Luego, sin mirar a nadie, sólo a la lejanía, respondió

―Sí

―¿A quién?

―Eso no te lo voy a decir… Adivínalo…

Juanjo al momento lo adivinó; adivinó que quien enamorara a la bella Yelena no era otro sino él mismo. La tomó de la mano con su derecha al tiempo que con la izquierda acariciaba dulcemente el rostro y los cabellos de la muchacha; entonces ella llevó hacia él su cabeza hasta dejarla descansar en el pecho más que en el hombro masculino, mientras sus dos manos retenían con infinito cariño la mano del hombre amado que asía las suyas.

Así pasaron un tiempo; tiempo en el que ninguna otra caricia se produjo entre ellos, en acto no sólo de respeto a la decisión que tenían que tomar y respetar, sino de absoluta asunción de esa decisión. Entre ellos nunca podría haber más caricias. Compartían un amor terrible por imposible; un amor que nunca podría ser efectivo pues nunca podrían unirse en paz porque entre ellos la Paz no era posible, nunca sería posible pues era demasiado lo que se interponía entre ellos. Y mejor asumir eso desde ya, desde esa misma noche y para siempre.

Del remanso del momento vinieron a sacarles Kolia, Andrei y alguno más, invitándoles a unirse a la “fiesta” que se había organizado entre la vereda y ambos linderos del bosque de abedules. De atrás habían salido a relucir botellas de vodka, aunque no del mejor, lo que a esas alturas poco importaba y tanto Juanjo como Yelena trasegaron lo suyo. La “juerga” se sublimó en las imprescindibles canciones al efecto, comenzando el “orfeón” ruso con lo más típico de su repertorio, el infaltable “Kalinka”, con eso de “Kaaa-lin-ka, ka-lin-ka,  ka-lin-ka moya/ Va sadu, malinka, malinka moya… (¡Enebro, enebro, enebro mío!/ En el jardín, frambuesa; ¡frambuesa mía!). Tampoco podía faltar el “Ochi Chornye”, Ojos Negros, con el “Ochi chornye, ochi strastnye/ ochi zhguche  i prekrasnye/ kak lyublyu ya vas, kak bayús ya vas/ Znat uvidel vas ya va nedobryi chas”... O las también intensamente líricas, intensamente sensitivas, con toda la increíble sensibilidad del alma rusa, “Noche Oscura”, “Allá a lo lejos, a través del río”, “Mamuska”, “Las Grullas”…Todas ellas canciones que sonaban entonces por toda emisora de radio soviética que se sintonizara (4)

También Juanjo largó sus canciones al aire, con “Chaparrita la Divina” en dos versiones: Una traída desde España y la muy “sui géneris” adaptada por la Blau.

Chaparrita la divina

La que va muy de mañana

A la iglesia para rezar

A pedirle a San Antonio

Que le conceda un buen novio

Para poderse casar

Lleva rojas las mejillas

La falda hasta la rodilla

Si será por el calor

Lleva los ojos pintados

Y las ojeras moradas

Y los labios de color

Chaparrita la divina

La que a todos asesina

Con su forma de mirar

Ella a veces también llora

Y el llanto la decolora

Pero se vuelve a pintar

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“Panñequita (muchacha) la krasiva (guapa)

La que me dice “spasiva”

Cuando la voy a besar

Llora de manera extraña

Pidiendo la lleve a España

Cuando me largue “tudá”   (para allá)

 

Lleva pañuelo en la cara

Y las orejas tapadas

Y la boquita “cerrá”

Y calza botas de fieltro

Y medias largas por dentro

Que no te dejan ver “ná”

 

Me dice que es una rata

Que juguemos a la gata

Como se hace en “sudá”   (Aquí)

Yo le digo que en España

A la novia no se engaña

Cuando hay amor de “verdá”

Vamos, que eran ya las tantas de la madrugada cuando, entre Yelena y Tonia, llevaron a Juanjo a la Plana Mayor del batallón, como dos buenas chicas rusas que habían estado celebrando la Noche Buena de los “ispanskys” con ese “ispansky”. Y es que Juanjo llevaba encima la mayor “tranca” que en la Plana podía recordarse.

Por cierto, que por lo de haber pasado las dos chicas la Noche Buena con el sargento Juanjo se hizo algún que otro chiste a cuenta de que las chicas, en esa Noche Buena pasaran una buena noche con el sargento “ispansky”, con mención muy especial a esas afirmaciones algo más que machistas, como eso de “Es que los españoles, ”pa” las “titis” rusas somos la pera”

También Tonia, tímidamente, preguntó por el cabo 1º Eusebio Delgado. No pudo resistirse a ver una vez más al que, a pesar de todos los pesares, fuera el dueño de sus más recónditos anhelos. Sí, Tonia respecto al cabo 1º Eusebio Delgado sentía lo mismo que Yelena respecto al sargento Juan José Jimeno. Pero no pudo ser porque para esas horas el 1º Eusebio hacía ya tiempo que dormía una impresionante “mona”. Cosas de la Noche Buena y… ¡Qué se le iba a hacer!

A la mañana siguiente, el enlace encontró por fin su tan añorada BMW casi en medio del atrincheramiento de la 5ª compañía. Imposible fue averiguar cómo desapareció ni tampoco cómo se restituyó a su lugar, pues apareció a pocos metros del lugar de donde desapareciera. Eso sí, necesitada de un buen arreglo, cosa que al bueno del enlace le pareció del mal el menos, pues si le llegan a “birlar” definitivamente su BMW, del tirón a primera línea; además excelentemente “recomendado” para presentarse “voluntario” a la primera misión que surgiera de asegurado “apiolamiento” por Dios y por España. 

 

NOTAS AL TEXTO

 

1. Desde siempre soy aficionado a la música popular rusa y gracias a Internet y  YouTube el horizonte de esta afición se amplió considerablemente. Así, buscando, buscando, di con una cantante rusa que me encanta escuchar, Elena Vaenga. Esta artista dio un concierto en el Kremlin en 2005, “Canciones de los Años de Guerra” que recoge unas cuarenta canciones de aquellos años treinta-cuarenta. Lo que más llamó mi atención fue comparar el lirismo de esas canciones con lo tremendo de la época. Pues esos años no sólo incluyen los de Guerra sino los más duros años del estalinismo, desde las masacres por el hambre viva del invierno 1931-32, (siete millones de personas sólo n Ucrania, más otros seis en el Cáucaso, entre cuatro y cinco en el  Kazajstán, al requisar la NKVD todo cuanto pudiera servir de comida, trigo en particular, a fin de acumular grano para la exportación tras un año de cosechas desastrosas que impedía las cuotas de exportación propuestas) hasta las terribles “Purgas” de 1936 en adelante.

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