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ENTRE EL INFIERNO Y EL PARAISO

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Juan de Dios, Juande en confianza, había reaparecido tal y como doce años atrás desapareciera, como por ensalmo. Podría decirse que, cual Fray Luis de León reiniciara sus clases en la Universidad de Salamanca con un “Decíamos ayer” tras pasar varios años en prisión, Juande quiso regresar a su antiguo ambiente y amistades como si ayer mismo acabara de dejarlas.

Pero los años habían pasado y pocas veces lo hacen en balde, con lo que cuanto Juande encontró a su regreso variaba más que mucho de lo que antaño dejara tras de sí. Sí, allí estaban los amigos de entonces y seguían siendo sus amigos, pero las circunstancias no eran las mismas pues, quien más, quien menos, también cada cual tenía su propia vida.

No estaban todos, claro está, pues la vida lleva a cada cual por su lado, pero sí los tres que con él mismo formaran el cuarteto de los ”Cabales” allá por cuando contaban con dieciocho-veinte años y eranestudiantes de la Complutense cuya mayor preocupación era “ligar” chavalas a destajo… Sí, seguían siendo sus amigos, pero nada ya era igual; nada podía ser igual.

Ellos, Paco, Santi y Andrés, como él en su momento, se casaron y formaron sus propias familias con una vida básicamente independiente unos de otros pero, como él mismo y Sandra, la que fuera su esposa, en un principio, durante el primer par de años de matrimonio, se juntaban cada sábado, cada domingo también, a pasar el rato juntos los matrimonios, tomando alguna que otra copa, algún que otro canapé, jugando al julepe, al póker de hombres solos mientras las damas se entretenían hablando de trapitos, rebajas, dietas milagrosas o “cortando trajes” a diestro y siniestro, por antonomasia, el femenino refocile de toda la vida… Incluso yéndose a bailar, más sábados que menos, tras cenar juntas las cuatro parejas

Aquello, Paco, Santi y Andrés, junto con sus “santas”, siguieron manteniéndolo durante su ausencia, con lo que la amistad entre ellos prosiguió sin mayores variaciones, pero con Juande las cosas no discurrieron así y si, como se dice, la distancia es el olvido, resultó que Juande, en muchos aspectos, era ahora un extraño para ellos y ellos unos extraños para Juande

El, Juan de Dios, encontraba frívolos y un tanto vacíos a sus viejos amigos en  tanto que éstos encontraban a su antiguo amigo demasiado serio, seco y más adusto que menos. Aquel Juande amigo de risas, bromas y jaranas habíase trocado en un hombre serio, seco y poco sociable. Vamos, que el que antes reía ante cualquier chorrada, ahora no se reía ni por equivocación.

La primera preocupación de Juande al regresar en esos finales de 1983 fue encontrar empleo, cosa que logra casi enseguida fichando por una gran empresa de Seguridad Privada que le contrata para su División de Transporte de Fondos Bancarios, esos furgones blindados custodiados por vigilantes armados. Esto causó no poca extrañeza en su entorno, más bien limitado, pues suponía dominio en el uso de armas dada la naturaleza del empleo.

También se instaló en un diminuto apartamento del céntrico Madrid de los Austrias, calle del Almendro etc., que más era estudio ya que se reducía a una única habitación que a un tiempo era salón-comedor, cocina y dormitorio más un baño limitado a inodoro, lavabo y ducha minúscula. Lo compró en cuatro-cinco millones de pesetas de aquél 1983, pagadas, además, a “toca teja”, esto es, al contado, al firmar el contrato de compraventa y recibir las llaves de su ya apartamento.

Lógicamente sus padres insistieron en que viviera con ellos y con su hija, en su vieja casa, pero él se rehusó aduciendo que se acostumbró a vivir solo. Lo más querido, al tiempo que lo más doloroso, fue reencontrarse con su hija, con Sandrita, una jovencita prácticamente quinceañera que ya no quería que la llamaran Sandrita sino Alejandra. Decía que ese nombre, por lo exótico, le sentaba mejor a una joven tan moderna y “lanzada” como ella. A lo último el padre puso cara de pocos amigos y le dijo que se lo pensara mucho antes de “lanzarse” a nada, pues él, a la tremenda, tenía muy malas pulgas y más le valdría no buscárselas. Sandrita, o Alejandra, la verdad es que tomó buena nota de la paterna, que no paternal, aseveración, pues lo que vió en los ojos del recién reencontrado padre no le gustó pero que nada de nada…

Aquella noche, en la soledad de su apartamento-estudio, Juan de Dios lloró. Lloró amargamente, pues su hija le recordó a su madre, a aquella Sandra que una vez fuera su mujer, pues la hija de ambos era una copia fiel del original materno. Con Sandra se casó con escasos veintiséis años pero ella le abandonó, se fugó con un fulano antes de cumplirse el tercer año de casados, dejando a la niña en casa de sus abuelos, los padres de él, que desde entonces la criaron y educaron. El pasó algo menos de un año atroz, de borrachera en borrachera y de vagar por Madrid noche tras noche, haciéndose polvo tanto física como moralmente. Hasta que decidió poner tierra por medio cuando, por finales, le despidieron del trabajo.  

El tiempo fue transcurriendo en entera normalidad, con Juande muy a gusto en su diario trabajo y los amigos sumamente extrañados por ello. La relación con aquellos viejos amigos tornóse en ni buena ni mala. Juan de Dios cada día se encerraba más en sí mismo, denotando que ya no era tan amigo de compañías, pues al poco resultó evidente que más que a menudo prefería estar solo; la soledad le atraía por su tranquilidad y para pasar ratos y ratos en casa, escuchando música sinfónica o leyendo a Quevedo, Cervantes, Lope, Calderón… Facetas éstas hasta entonces ignota en él.

Pasaron tres años, casi cuatro en realidad, cuando su amigo Paco dio la gran campanada: Se divorciaba de su esposa, pues ésta quería “rehacer su vida” con un compañero de despacho, abogado como Paco y ella misma, amén de divorciado ya dos veces. De modo que una noche el bueno de Paco quiso “celebrar” el divorcio con una cena que ofreció al cuarteto de “Los Cabales” resurgido aquella noche tras casi siglos de inexistencia.

La cena más bien resultó de difuntos, pues el pobre Paco no cesó de llorar en su más dilatado que corto curso… “Llorar y llorar… Llorar y llorar” como dice la canción “El Rey” de Vicente Fernández… Llorar y llorar a su  “tierna” mujercita… Y maldecir y maldecir a todas las “tiernas” mujeres y mujercitas que sobre el mundo y parte del extranjero existen, cual es de ritual en toda reunión de hombres solos, pues ya se sabe que las mujeres siempre están presentes en tales reuniones, para bien o para mal 

Al final, el bueno de Paco agarró una “cogorza” de las de “aúpa que vienen dando”. En fin que, como está mandado y ordenado, la cosa acabó en un burdel la mar de pro, con muy mullidos butacones, sofás y divanes, más mesitas de centro afiligranadas y oropeles a granel por cada rincón del salón-recibidor de la selecta clientela, a través de todo lo cual estaban desparramados los cuatro “Cabales”

Pero cuando la “madam” del putiferio aquel dio las palmadas de “Chicas, al salón”, que vaya usted a saber si de verdad lo diría así, y si llegaría a dar las famosas palmadas, según el ritual establecido por Vizcaíno Casas en su novela “¡Chicas, al salón!”, pero como queda tan “finolis” pues ahí lo suelto, ni corto, ni perezoso. Bueno, pues como decía, cuando las “señoritas” aparecieron por allí, la sorpresa fue de pronóstico cuando la “madam” presentó a una de las últimas “señoritas”, Marina por mal nombre. Los cuatro “Cabales” quedaron de una pieza cuando vieron a la tal “señorita Marina”, hasta el punto de que al bueno de Paco se le pasó la borracherade golpe y porrascazo. Pero es que a Juande la cara se le puso blanca como el papel y la sangre se le heló en las venas, haciéndole casi tambalear

El primero en reaccionar fue Santi que, cogiendo de un brazo a Juande dijo

·       Vámonos de aquí

Al instante Andrés le secundó, pues tomando a Juande del otro brazo apostrofó

·       Sí, vámonos

Casi a rastras sacaron a Juande del prostíbulo en tanto Paco lo abandonó de trompicón en trompicón a la par que llenaba el aire de improperios contra todas y cada una de las mujeres.

Ya en la calle Santi se ofreció a llevar a Juande a su casa, lo que éste rehusó, diciendo que ya tomaría un taxi… Vamos, que por él no se preocuparan. Todavía tanto Santi como Andrés insistieron en acompañarle; incluso quedarse con él lo que hiciera falta esa noche… Hasta Paco decía que un hombre no debía quedarse sólo en un momento como el que Juande atravesaba esa noche… Y es que, resultó, y, “retrechera”, por detrás, claro, casualidad de casualidades que puedan darse, que la tal “Señorita Marina” no era otra sino la propia Sandra, la que fuera, la que todavía era, mujer y esposa de Juan de Dios, pues nunca se divorciaron.Para Juande la noche fue atroz, sin poder pegar ojo en toda ella. No obstante, a la mañana siguiente estaba en su puesto de trabajo como cada día.

Pasaron dos días y en la noche del tercero estaba de nuevo en el prostíbulo donde “trabajaba” Sandra y, directamente, pidió a la “madam” a la “señorita Marina”. Cuando ella le vió dijo que con “Ese Hombre” no subía, pero la “madam” la hizo “entrar en razón” por lo que no tuvo más remedio que “atender ese servicio”. Ya en la habitación, tan pronto se cerró la puerta tras ellos quedando pues a solas los dos, con ojos llameantes la “señorita Marina”, Sandra, le espetó

·       ¿Qué haces aquí?

·       Por favor, “señorita Marina”, repórtese… No está bien tratar así a los “clientes”… Seguro que a la “madam” no le gustaría…

·       ¿A qué has venido Juan? A humillarme… ¿Verdad?

·       “Señorita Marina”, por favor… ¡Yo no la conozco!... Sí, tuve una esposa… Pero fue hace tiempo… Se murió… ¿Sabe usted?... Se murió hace casi quince años… Y… ¿Que qué quiero?... Sencillo, lo que quieren cuantos vienen por aquí… “Tirarme” a una puta… Pagando por ello, claro… Doce mil pesetas… Algo caro diría yo… ¿Las vale usted, “señorita Marina?

La “señorita Marina” estaba que se subía por las paredes, pues más furiosa pocas veces había estado en su vida. Al fin salió con estas

·       Bien mirado, tienes razón… Soy una puta… ¿Por qué pues tengo que molestarme?... Soy una puta, luego… (Y adoptando un aire por entero profesional en sus palabras, siguió) ¿Te lavas tú, cariño, o quieres que lo haga yo?... O, ¿prefieres acaso lavarme tú a mí?

·       No, “señorita”… No me apetece lavarme, tampoco lavarte a ti… Cariño

·       Bueno, pues vayamos directamente al “asunto”… ¿Qué te gusta que te hagan cielo?... ¿Una buena “mamada” para empezar?...

Mientras en un estudiado alarde de putañería ofensiva hacia él decía esto, la “señorita Marina”se iba despojando de la ropa también en forma arto sensual, cual prostituta de altos vuelos dispuesta a justificar sus honorarios

Mientras, Juan de Dios la miraba con expresión poco menos que inexplicable, pues si por una parte la pasión, el deseo más ardiente brillaba en sus ojos, por otra la rabia, la ira y la frustración también anidaba en aquella mirada. La “señorita Marina” reía a carcajadas viéndole, regodeándose en lo que veía, en el estado de semi destrucción al que le tenía reducido…

·       ¡Vaya, vaya con mi “cliente” favorito! Ja, ja, ja… ¡Parece que te gusto! Ja, ja, ja… ¿A que sí? Ja, ja, ja… ¿A que estoy “buena”?Ja, ja, ja… ¡Pero chico!... ¿Qué haces ahí, vestido aún y como un pasmarote? ¡Desnúdate hombre!... Ven con “mamá” cariño mío… Ya verás qué bien que te lo pasas… ¿Sabes? Soy toda una profesional que sabe muy bien cómo hacer disfrutar a los hombres… Sí, cielo, a los hombres… ¿Sabes cuántos han pasado por este “conejito”?... Innumerables, cielo, innumerables… Y no veas lo que me han enseñado… Lo que he aprendido de ellos… Un “máster” nene; un “máster” en putería es lo que tengo…

Cuando esto decía la “señorita Marina”, ella estaba ya desnuda y encaramada en la cama, boca arriba y muslos abiertos para que el “conejito” apareciera todo glorioso ante los ojos de Juan de Dios, pero para entonces él había consumido ya cuanto cáliz de amargura podía asimilar y, como si fuera un niño desamparado, rompió a llorar lleno de dolor, ira, despecho… Rabia infinita… Pero también en improperios: “¡Maldita, maldita!”… “Maldita ramera… Puta barata maldita”…

Y, acompañado por la risa, las cueles carcajadas de la mujer, salió corriendo de la habitación, dando tras de sí un sonoro portazo que retumbó por todo el edificio alcanzando incluso la planta baja para alarma de la “madam” ante el estrépito. Al momento Juande apareció en esa planta de calle y el “salón” ubicado en ella  tras bajar las escaleras sollozando y de dos en dos si es que no de tres en tres. De un manotazo echó por tierra la copa de champán que la “madam” se apresuró a ofrecerle y, llorando, maldiciendo y arrollando cuanto se cruzaba en su camino, salió, dolido y furioso, a la calle.

Cuando Juande dejaba atrás la habitación para enfilar la escalera que bajaba abajo, a su espalda todavía llegaban las carcajadas de ella, de su querida Sandra devenida en “Señorita Marina”, buscando herirle, dañarle, en lo más íntimo, allá donde más duele, pero lo que Juan de Dios no supo nunca es que según sus pasos sonaban por la escalera alejándole de aquella habitación, la Sandra devenida en la puta “Marina”, se volvió boca abajo en aquella cama y rompió a llorar en forma tan amarga o, aún más, que la de él, Juan de Dios… Pero eso a Sandra/”Marina” le duró poco, pues en muy pocos minutos apareció allí la “madam”, que desató sobre su pupila una tormenta de insultos y golpes a cuenta de haber malogrado un “cliente” que prometía. Cuando la “madam” se cansó de insultar y golpear a Sandra/”Marina”, la amenazó con que “Vania” se enteraría de lo ocurrido. Le ordenó hacer desaparecer todo vestigio de llanto de sus ojos en tanto le decía que en minutos la quería ver en el “salón” toda sonriente y bella pues había “clientes” esperando…

Pasaron ocho, nueve, tal vez diez días desde que Juan de Dios abandonara sollozando y maldiciendo aquel burdel cuando otra madrugada reapareció por allí, pero esta vez borracho como una cuba. Volvió a pedir el “servicio” de la “señorita Marina” y ella se lo llevó para arriba casi a rastras, sosteniéndole escaleras arriba pues el pobre hombre ni se tenía. Quince o puede que veinte, a lo mejor hasta más minutos más tarde, bajó toda asustada la “señorita Marina”, diciendo a la “madam” que el “cliente” se le había dormido en la cama, todavía vestido. O a medio desnudar, más concretamente. Pero para tranquilidad de la muchacha, que esperaba otra “barrabasada” de la fiera que allí tenía el llamado Vania como cancerbera, la “fiera” se lo tomó a risa y, comentando que la “pensión” de una noche le iba a costare al “primo” lo que no está en los escritos, sin más envió a la “señorita” con otro cliente y a otra habitación.

Una semana más tarde el primo volvió a aparecer por la “Casa de los Mil Placeres” reincidiendo en la “señorita Marina”. Los dos subieron a la habitación en silencio y casi en silencio se desnudaron ambos. Juande no quiso andarse con florituras de inicio sino que directamente abrió los muslos femeninos, se situó entre ellos y taladró con su “mástil” la cueva que ante él se abría. Se aplicó en la “faena” con todo entusiasmo, empujando con unos enviones que hacían estremecer colchón, somier y cabecero de la cama. Las embestidas tenían más de salvajes que de otra cosa, mientras de su boca salía improperio tras improperio hacia la mujer que tenía debajo que, estoicamente, aguantaba callada lo que más que nada era una verdadera paliza en seco. Casi que el epíteto más suave que le dedicó fue “Furcia asquerosa” o “Maldita puta hija de setenta padres”… Pero todo eso, esa desenfrenada violencia, no impedía que a la vez sollozara más y más…

Aquello, por finales, acabó como el rosario de la Aurora, lo que no quiere decir que fuera a farolazo o palo limpio, pues al río la sangre no llegó. A pesar del entusiasmo empeñado en que “aquello” llegara al buen fin deseado, el mástil empezó a dejar de serlo cundo, antes de engrandecerse como está mandado y ordenado, empezó a menguar a ojos vistas pasando primero de casi férrea barra de carne a morcillona barra de pura carne para luego degenerar en paupérrima masa de carne tirando a fláccida y más bien fofa para por finales acabar convertida en algo que ni pincha ni corta. Juande forzaba todavía más la “máquina”, pero en esfuerzo estéril, pues “aquello” no respondía ni a la de tres. Minoraba y enflaquecía por minutos hasta que el “ratoncito” se escapó deaquel cepo ya excesivamente grande para tan ridículo “invasor”

Por finales, gimiendo, maldiciendo y lanzando esmerados denuestos a diestro y siniestro, Juande más que bajarse de la cama se lanzó al suelo: Arreciaron denuestos, maldiciones e improperios a la par que lagrimones como puños surcaban las mejillas masculinas convirtiendo en arroyueloslos mil y un surcos que el tiempo y una patente e incomprensible prolongada exposición a la intemperie excavaran en el facial cutis, a esas alturas hecho una verdadera lástima. A toda prisa Juande se vistió y con no menos premura bajó las escaleras hasta verse por fin en la calle, sin olvidar tras de sí los dos soberanos portazos de rigor, el dado al abandonar la habitación y el que le siguió al salir por la puerta de la dichosa “putería”.

Pero si se dice que el hombre es el único asno que tropieza dos veces en la misma piedra, Juande era el asno bípedo más asno y testarudo de todos los asnos bípedos, pues no le bastó con tropezar tres veces en la “señorita Marina”, sino que una vez más el burro volvió al trigo seis u ocho madrugadas después, cuando inveteradamente el mancebo recayó en pedir a “madeimoselle” Marina, para inmenso regocijo de la “madam”.  De nuevo subieron Marina y Juandea la habitación, otra vez casi en silencio, pues nada tenían que decirse… Ni las manidas palabras que con los clientes “normales” solían cruzarse: Eso de “Qué guapo y machote que eres” “A caldo me pones, guapo, con sólo arrimarte” o lo de “Pero qué buena que estás, nena” “Te voy a “comer” enterita. Todo, todo te lo voy a “comer” “so” buenaza”…

Llegaron a la habitación y, sin más, “madeimoselle” Marina se desprendió aprisa de toda su ropa y se tumbó boca arriba en la cama, al tiempo que decía

·       Venga nene, que es para hoy… Que no tengo todo el tiempo para ti. Al grano y acabemos pronto, que quedan muchos clientes por atender

“Madeimoselle” no perdía comba en sus insidias, sus deseos de hacer sufrir a ese tan especial “cliente”. Porque sabía que cada vez que ella alardeaba de su putería, a Juande se le clavaban mil y una espinas en el alma, y verle hecho un guiñapo ante ella, hundido y dolorido, para ella era un placer inmenso. Era el placer perfecto, el más genuino sentimiento sado-masoquista, pues por una parte se regodeaba en todo el daño que sabía le hacía a ese hombre. Verle deshecho, psicológicamente destruido, le causaba un placer indescriptible… Pero al propio tiempo sentía una inmensa tristeza y conmiseración al verle así…

Juande se desnudó también y, pasito a pasito, lentamente acudió a la cama con todo su “armamento” presto para el inminente “cuerpo a cuerpo”, es decir, bien calada la “bayoneta” y el deseo hirviéndole en los ojos. “Madeimoselle” Marina se rió ácida al ver tan “aguerrida” figura

·       Ja, ja, ja…¡Estás que ardes, macho!... Ja, ja, ja… No te irás a “rilar” luego, como acostumbras, ¿verdad “cariño”?...

Juan de Dios no respondió a la mofa de la mujer. Como la vez anterior, se encaramó a la cama, desplazó los muslos de la mujer y hundió su “bayoneta” allá donde más “duele”… Sin miramiento alguno, sin suavidad que valiera… Salvajemente se diría… Y comenzó un tremendo “combate cuerpo a cuerpo” pues los “meneos” que el doncel metía a la “madeimoselle” nada tenían que ver no ya con cariño alguno, sino con la más ancestral búsqueda del placer sexual. Porque en aquellos arreones no había sino deseo de afrentar, de hacer daño a la mujer y, ahora sí, donde más le podía doler, en el alma.

No se echó a llorar, ni hablar de ello. Tampoco se contentó, como la otra vez, con simplemente penetrarla… No… Esa noche, mientras “atacaba” a la mujer en su más femenina intimidad, pleno de salvajismo, buscando deliberadamente el daño físico en tan delicado punto femenino aún y a costa del propio daño físico, también “atacaba” la boca, los pechos, los senos femeninos con el mismo sadismo que dedicaba a la otra parte femenina: Mordiendo hasta dejar marcados los dientes, estrujando hasta hacerla gritar de puro dolor, pellizcando y estirando los pezones hasta arrancar lágrimas de los ojos de la mujer

·       Así es como te gusta, ¿verdad puta?… Duro, sin miramiento alguno, sin ternura que valga… Salvajemente…A que sí puta… Puta maldita… Puta desmelenada… Puta, puta, puta y mil veces puta… Disfruta puta, disfruta… Disfruta de esta bestia humana… Ya sé que considerabas maricón a aquel hombre que una vez te amó… Pues mira en lo que se trocó aquel marica, en un hombre de los que a ti te gustan, sin amor, sin miramientos, sin ternura… ¡Qué idiota era aquél tío! ¿Verdad? Pero aquel hombre vio la luz, tú le abriste los ojos hace quince años…

·       ¡Por Dios Juan, vuelve en ti!... No me “lo hagas” así… Me haces daño bruto…

·       ¡Estoy en mí, amor mío! ¡Sí, ahora estoy en mí, cariñito! ¡Me encontré, cielo, me encontré!... ¡Gracias a ti, gracias a tu traición! No te hagas ahora la “estrecha”, que sé que esto es lo que te gusta… Que te traten así, como a la más tirada de las putas… Que te hagan daño al follarte… Porque aquel gilipoyas de hombre que te adoraba más que te amaba, te hacía el amor… Pero yo no te amo ni te hago el amor… Yo, simplemente, te follo… Te estoy follando como sé que te gusta, como los animales follan… ¿Has visto alguna vez follar a una pareja de leones? Yo sí… El macho domina a la hembra a dentelladas, a zarpazos… Y la hembra se recrea en esos zarpazos, en esas dentelladas… Y, solícita, devuelve dentelladas y zarpazos al macho…

“Mademoiselle” Marina había perdido todas las ganas de reír y a esas alturas no aguantaba más la auténtica tortura a que su “especial cliente” la sometía. Quiso acabar con el cuadro empujando al hombre que la aplastaba bajo su peso, queriendo zafarse de él. Si quería que continuara aguantándole, que morigerara sus maneras… Pero lo único que logró fue que su “cliente” le cruzara la cara con dos señores guantazos. El primero de envés y el otro de revés, a plena mano abierta y en plenas mejillas. Se descompuso y quien entonces rompió a llorar fue ella… Ella, dolorida en el cuerpo pero mucho más en el alma.

·       Ves cómo eres una soberbia puta… Hasta te gusta que te peguen, pues si no, a qué la tontería de querer separarme de ti… Sí puta, te gusta que te peguen, puta, puta degenerada y a todo ruedo… Si quieres sigo, ya que tanto te gusta

Dos nuevos guantazos sonaron en la habitación como trallazos…

·       No tendrás queja de cómo te trato… Qué no haré yo por mi puta favorita

·       Por Dios Juan, por Dios… Acaba con esto… Acaba, acaba y márchate… Por Dios te lo pido… Ten piedad de mí Juan…

·       Ja, ja, ja… Tiene gracia… Mucha gracia… Que tenga piedad de ti, me pides… ¿La tuviste tú de mí?... Pero dejémonos de fruslerías y mentiras… Porque sé que me mientes cuando me pides que acabe… Más bien creo que el placer te debe estar matando… Sí, te estoy matando de puro y puto gusto. Pero te falta lo mejor: Follar con un muerto… Sí, cariño, estoy muerto… Un muerto que camina, que hasta respira… Y que folla, que te está follando ahora mismo… ¿No te da morbo ser ensartada por un muerto?...

Juan de Dios calló un momento, quizás para recuperar aliento, pues el salvajismo cansa, cansa mucho… Aunque también enerve, encienda más aún el deseo, el morbo, el placer… Para él y entonces, tenía mucho de violación, de salvajemente violar a esa mujer que un día amó como a nadie nunca más amaría pero que ahora la odiaba como tampoco adiara ni odiaría nunca a nadie.

·       Te aseguro que es una experiencia única… Sí cariño, yo lo he hecho… En Vietnam… Sí, me follé a más de una mujer, del Vietcong, ¿sabes?, mientras con ambas manos las mataba, las estrangulaba… Ah, olvidaba que tú no conoces las andanzas de un imbécil que murió hace más o menos quince años, cuandosu mujer le abandonó cual inservible juguete roto… Sí, estaba muerto mas no enterrado, luego se fue buscando el eterno descanso bajo tierra… En las selvas vietnamitas primero… Pero como allí no encontró lo deseado, se fue a la selva centroamericana en busca de ese ansiado descanso “Per in sécula seculorum”…Amén… Y como ni allí encontró cobijo regresó aquí, a su tierra… A acabar su vida de muerto con mucha pena y sin gloria alguna… Mas hete aquí que ese imbécil, ese cadáver insepulto, encontró a la puta Marina… Y vejar, maltratar en esa puta que antes fuera el amor de su vida es para ese muerto en vida aliciente para seguir con su vida de muerto…

“Mademoiselle” Marina siguió manteniéndose callada, suplicando al cielo que “aquello” acabara pronto… Que aquella bestia humana se vaciara al fin cuanto antes y desapareciera… Desapareciera para siempre… Sí, para siempre, que no volviera nunca más… Al  poco notó cómo “aquello” que lapenetraba crecía y engordaba en su interior y supo que la tortura acabaría pronto… Así fue, pues en no muchos minutos el cuerpo del hombre se arqueó y sus manos atrajeron aún más hacia sí las nalgas femeninas mientras ella sentía que aquél “mástil” grande, grueso, duro y firme, se le hundía hasta golpear en su útero, hasta en el cuello de su matriz y al momento supo que él se estaba vaciando dentro de su intimidad… Ella suspiró aliviada por el cercano final pero Juan de Dios más que jadear, rugía en alaridos de placer veteado de triunfante emoción entreverada por sensaciones de cruel derrota…

Juande siguió unos segundos en sus feroces envites, derramando en aquella gruta que tanto le había hecho disfrutar cuanta esencia viril aún quedaba en su organismo, bufando cual búfalo herido lanzado al ataque de su agresor con asesinas intenciones … Rió a carcajadas… Se sabía triunfante sobre aquella odiosa mujer, sobre su aherrojada víctima, vejada, atropellada hasta lo indecible… Pero en ese triunfo no encontró dicha ni felicidad alguna, sino sensaciones amargas… Muy, muy amargas… Al final, para Juan de Dios aquello no había sido una victoria, sino su mayor derrota. Porque si odiaba con todo su ser a esa Sandra devenida en “madeimoselle” Marina, a esa misma Sandra que ahora era Marina la amaba también con todas las veras de su alma… Y lo que acababa de hacer le asqueaba, le dolía en lo más hondo de sí mismo

Se sentía sucio, indigno, deshumanizado… Un monstruo… Una bestia carnicera, una fiera sedienta de sangre… Miró de nuevo a aquella mujer que bajo sí tenía y de nuevo la rabia, el despecho… Los más abyectos celos le cegaron y volvió a descargar sobre ella su sorda furia en forma de nueva bofetada, la quinta de la noche.

Maldiciéndola, zahiriéndola ferozmente se salió de ella y a toda prisa se vistió para salir de la habitación con el infaltable portazo y bajar las escaleras de dos en dos, de tres en tres peldaños. Iba más que furioso, fuera de sí y deseando que alguien se interpusiera en su camino para, literalmente, aniquilarlo. Por ello, porque no estaba en su sano juicio sino dominado por la ira y el despecho más atroz, trastabillo en un peldaño de la escalera, perdió el pie y rodando de pies a cabeza llegó al salón donde quedó tendido un momento.

Se medio irguió pronto, un tanto aturdido y molido por el golpe… La “madam”, las “señoritas” y los clientes volvieron la vista hacia él, atraídos por el escándalo de la caída… Y le vieron; vieron su semblante impávido, inmóvil, a la par que, más que pálido, blanco cual la cal… Desencajado… Como el de un muerto jurarían luego. Pero también vieron su mirada, sus ojos…Al instante sintieron cómo una invisible mano, más gélida que helada, les estrujaba el corazón… Porque en esa mirada, en esos ojos, sí había vida, brillo… Brillo  de odio infinito, de maldad, de crueldad… Y fríos como témpanos. Allí lo que vieron fue la muerte… La cruel frialdad de la muerte…

Juan de Dios acabó de alzarse y tambaleante, pero seguro y retador, se dirigió con pies lentos hacia la puerta de salida… A su paso todos se apartaron y cuando al fin le vieron desaparecer por la puerta hacia la calle, de todos ellos brotó un suspiro de alivio. Ya en la calle Juande echó a correr desesperado, llorando a lágrima viva. Desde que se saliera de Sandra/Marina las lágrimas pugnaban por florecer a sus ojos velándole la vista. Por eso trastabilló en la escalera, no vio claramente el escalón. Hasta entonces había retenido el llanto, no quería que nadiele viera sollozar… “Llorar no es de hombres” se decía… Pero una vez en la calle, solo, sin nadie observándole, no pudo aguantar más.

 

Pasaron más de dos semanas hasta que Juande volvió a aparecer por el prostíbulo. La “madam” se le echó encima afeándole el destrozo que hiciera en la “señorita” días atrás. Juan de Dios, sin dignarse responder, alargó a la “señora” cuarenta mil pesetas lo que hizo brillar de codicia los ojillos de rata de la “madam” y que la meliflua “señora” se deshiciera en zalamerías respecto a lo gran señor que era el gentil caballero. Además, le proveyó de una botella de cava catalán, de ese de euros en la tienda, como gran obsequio a tan alto caballero y le envió a la habitación con la botella, diciendo que en minutos tendría allí a la “señorita” Marina. 

En efecto, Sandra/Marina apareció por la habitación minutos después; eso sí, temblando. Para entonces, Juan de Dios sólo se había desembarazado de la americana y, sentado en la cama, la esperaba. Se levantó al entrar ella diciendo.

·       Perdone… Perdóneme señorita Marina. No sé qué me pasó… Perdóneme, por favor… No volverá a pasar, se lo prometo… Se lo juro

La “señorita Marina” se quedó mirándole un momento y luego avanzó hacia él.

·       Está bien, caballero. Pero por favor, no vuelva a pegarme…

·       Se lo prometo señorita. Nunca más, nunca, se lo juro

La “señorita Marina” se había llegado ya hasta donde el hombre estaba, se descalzó y empezó a desabrocharse el vestido para dejar que se deslizara hasta el suelo. Entonces, cuando se iba desprender del sujetador, Juande habló

·       ¿Me permite ayudarla?

Ella le volvió a mirar para añadir a continuación

·       ¿Desea terminar de desvestirme usted? Pues nada, no hay problema. Hágalo.

Juan de Dios desabrochó y quitó el sujetador, con lo que los senos quedaron desnudos ante él. Entonces, las manos del hombre, temblorosas, se dirigieron a esos senos y los acarició dulcemente… Casi al momento, los labios masculinos acompañaron a las manos besando aquellos pechos con total arrobamiento, para a continuación ser la lengua la protagonista de las caricias.

Mientras él la acariciaba y besaba ella le despojó primero de la corbata, luego de la camisa y finalmente de la camiseta. Le desabrochó la hebilla del cinturón, le soltó el botón de la pretina del pantalón, y bajó la cremallera. Después, escapando de las caricias de Juande, Marina se agachó y bajó pantalones y calzoncillos del hombre, que se los acabó de quitar por los pies. Ella se irguió de nuevo ante él y le dijo

·       ¿Me baja usted las braguitas, caballero?

Juande no se hizo de rogar. Asió las bragas femeninas por ambos extremos del elástico y las bajó lentamente, agachado ante ella. Cuando el triángulo negro del pubis femenino quedó al descubierto, él plantó allí sus labios. La mujer también se desprendió de la íntima prenda por los pies. Y se fue hacia la cama. Se subió a ella y se volvió a Juan de Dios que, desnudo por entero, la seguía mirando embobado

·       ¿Viene usted… Cariño?

Juande fue hasta la cama, se subió a ella tendiéndose a su lado, vuelto hacia la mujer. La acarició con verdadera ternura. Pasó sus manos por el pelo, las mejillas, para acabar con los senos femeninos entre las manos. La besó dulcemente en los labios, sin intercambio de lenguas ni saliva… Había mucho más cariño y amor en esas caricias que sexualidad. Luego los labios del hombre se posaron en los pechos de la mujer, en los pezones, para subir de nuevo al cuello y luego viajar al vientre, a la cara interna de los muslos…

Marina, restituida en Sandra, la esposa que fuera de Juan de Dios, abrazó al que fuera su marido y abandonara un día de quince años atrás… Se estrechó contra él, ronroneando cual gata que se encuentra a gusto.

·       Ves cariño como así está mejor… Lo ves, Juan, lo ves…

Juande la volvió a mirar con ojos arrobados. La besó en los labios como antes; y, como antes, acarició con ternura y fineza el pelo, las mejillas, los senos… Luego alzó el tronco y se echó hacia atrás, quedando tumbado y mirando al techo. Ensimismado.

·       Juan… Juan… Así me llamaba mi mujer… Juan… Cuánto tiempo sin oírlo…

Ella quedó unos instantes muda y boca arriba sobre la cama para luego volverse hacia él

·       ¿Por qué sigues torturándote, por qué sigues viniendo aquí una y otra vez?... Juan, el pasado nunca vuelve… Olvida el pasado y deja de venir… Busca una mujer…otra mujer, que te merezca y te haga feliz.

La mujer, esa Sandra devenida en Marina, o esa puta Marina, retornada en Sandra, se bajó de la cama mientras decía

·       Esto esun error; un tremendo error que es preciso cortar ya mismo. Márchate Juan, ahora mismo… Y no vuelvas… Por favor, por el amor de Dios, te lo ruego, no vuelvas nunca más… Vístete y vete…

Ya en el suelo tomó las prendas interiores que por allí quedaran desperdigadas y empezó a ponérselas, comenzando por las bragas. Juande Dios se había incorporado en la cama; se había sentado al borde de la cama, dejando que los pies colgaran hasta asentarse en el suelo

·       ¿Por qué estás aquí?... ¿Por qué haces esto, te dedicas a esto? Dímelo, por Dios, dímelo

·       Cosas de la vida… No tiene importancia… No merece la pena hablar de ello… Cosas que pasan, casi nimiedades podríamos decir… Se gana dinero y es cómodo…

·       No trates de engañarme; sé que hacer esto te cuesta mucho trabajo… Diría que te resulta odioso… O, ¿crees que no me he dado cuenta?... He visto a muchos “colgados” ciegos de drogas… Los “huelo” a distancia… A los “drogatas”… Y tú estás permanentemente“puesta”… ¿Eres ya adicta?... Diría que sí… Presentas todos los síntomas… Te drogas para “ejercer”, si no te “pusieras” no aguantarías esto… Lo sé… Sé que es así…

·       ¿Te drogas tú?... ¿Conoces la droga?... ¿Te has drogado?...

·       Sí… Durante un tiempo, al principio; y cada día… Todos los días y a todas horas… Durante unos meses… Bueno, tal vez más; tal vez cerca del año… Qué más… Hasta que empecé a dejar de vomitar a diario… Hasta que me fui acostumbrando a “aquello”… Entonces dejé de meterme “mierda” y nunca más he vuelto a hacerlo… Pero por allí, por cuantossitios he estado, la droga imperaba… La mayoría de mis “compis” eran “drogatas”…

·       Luego… Es cierto… No mentías, como creí…

·       ¿Qué es cierto?... ¿En qué no mentía?

·       En que habías estado en esos sitios en verdad horribles …

·       Sí. He estado en algunos lugares terribles

·       Y… ¿Has matado a gente?

·       A algunos… Hombres y mujeres… Imagino que hasta a algún niño que otro…

·       Y… ¿Asesinaste a mujeres mientras las violabas?

Aquí Juande se echó a reír

·       No, eso nunca llegué a hacerlo… Aunque una vez faltó poco... Pero reaccioné a tiempo… Me horroricé de lo que estaba haciendo… Al final, dejé escapar a la infeliz... Ni siquiera terminé la violación de la pobre vietnamita que, para más INRI, ni siquiera era del Viet… Al menos, activamente… Era una víctima, tanto de ellos, como de nosotros… Una de tantas pobres campesinas que los viet usaban como mulas de carga…y para desfogar sus instintos de animal macho, violándolas infinidad de veces

El silencio se adueñó de la  habitación durante unos minutos en los cuales Marina/Sandra se acabó de asentar las bragas y se afincó el sujetador en torno al pecho. Juande seguía en la cama, sentado al borde y desnudo todavía.

·       Dímelo Sandra… O Marina… Como quiera que te quieras llamar… ¿Por qué estás aquí; por qué haces lo que haces? Necesito saberlo… Saber qué te ha pasado…

Sandra/Marina, Marina/Sandra, volvió de nuevo sus ojos a Juan de Dios; lanzó un suspiro de triste desesperanza y se fue a sentar junto a él en la cama. Y Juan de Dios supo entonces cómo ella, Sandra, la mujer que le abandonara quince años atrás, acabó en prostíbulo tras prostíbulo esclavizada por un mafioso ruso, ese cuyo nombre alguna vez él oyera pronunciar y que a la señorita Marina hacía temblar con sólo escuchar su nombre, Vania.

Las cosas con el hombre que la sedujo fueron bien durante un tiempo, poco, un par de meses a lo sumo, pues enseguida el inicial fervor de ese hombre empezó a decrecer al tiempo que su atención se centraba más y más en otras mujeres. También Juande supo que por aquél tiempo de vino y rosas, Sandra conoció sus primeras rayas de coca, suministradas por el seductor, obligada casi por él, pero que las noches de sexo animadas por la cocaína la empezaron a ganar.

Luego, a los meses, ese hombre se fue tornando cada vez más nervioso, sempiternamente iracundo y dirigiéndole los primeros insultos que en su vida recibiera… Y los primeros golpes que un hombre en su vida le propinara

Un día, al cabo de siete u ocho meses de vivir con él, el “novio” le dijo que estaría fuera un par de días, tres a lo sumo, por negocios. Ella quedó en la casa que alquilaran en los días más felices, esperándole. Hasta que poco después del medio día del tercero que estaba sola se presentaron en casa tres hombres.

Uno, el único que le habló en un castellano más que rudimentario, era el luego temible Vania; los otros dos, simples secuaces sin fuste alguno. El tal Vania le dijo que su “amigo” le había estafado algo más de seiscientas mil pesetas y estaba allí para cobrar la deuda. En fin, que Sandra se indignó pidiendo a los tres hombres que abandonaran su casa, pero lo único que obtuvo fue una tremenda paliza, con guantazos, puñetazos y patadas a granel, seguido todo de violaciones en serie, comenzadas por el tal Vania, que se conformó con una sola vez, pero repitiendo los otros dos hasta hartarse… Luego le lanzaron encima el desgarrado vertido que antesla arrancaran y la bajaron a la calle metiéndola enun coche.

La llevaron al primer prostíbulo donde “trabajó”, en cuyo garaje le mostraron, metido en el maletero del coche y dentro de una gran bolsa impermeable, el cadáver del “guaperas” en un mar de sangre. Le habían torturado, amputándole los dedos de manos y pies y todo el aparato genital. Por finales, su muerte fue lenta, por asfixia mediante una bolsa de plástico en la cabeza. Fue un aviso de lo que la esperaba si intentaba escaparse o no obedecía lo que le mandaran.

La cosa era que ella tendría que trabajar para el tal Vania hasta que saldara la deuda de “su amigo”, incrementada en las dosis de coca que a diario la suministrarían, las que ella quisiera, y la diaria manutención más la cama en que cada día dormiría.

Juande la escuchó sin interrumpirla en ningún momento, tratando de consolarla en lo posible. Cuando acabó el relato, él ya estaba vestido y la ayudó a ella a acabar de vestirse. Luego le dijo que bajarían los dos juntos abajo, al salón. Ella intentó diferir el momento pero él, firme a la par que solícito, la tomó de un brazo y juntos bajaron las escaleras.

Tan pronto aparecieron los dos en el “salón” la “madam” se acercó, meliflua como siempre, a la pareja con sendas copas de ese champán catalán de precio y calidad ínfimos. Le acercó la copa a Juande, que la sonreía de oreja a oreja, pero cuando los ojos de la alcahueta se posaron en los del hombre, de inmediato la inmunda mujer retrocedió… Esos ojos, esa mirada le recordaba terriblemente la que vio la noche en que el “caballero”, como ella invariablemente le llamaba, cayó rodando hasta el salón, escaleras abajo. Y, como aquella noche, sintió aletear la muerte a su alrededor.

La “madam” se alejaba, escapando de Juande, pero él la siguió hasta acorralarla.

·       No tema señora, no pretendo hacerle daño… A menos que usted me obligue… ¿Sabe?... Detesto la violencia, pero si no hay más remedio… Verá, lo único que pretendo es saber dónde puedo encontrar a su jefe, a Vania

·       ¡No sé de qué me habla!

·       Señora… Señora… ¿Por qué me miente?... ¿Por qué me obliga a ser “malo”?

Cuando comenzó este rifi-rafe tanto los clientes como las “señoritas” entonces desperdigados por el salón quedaron mudos de alarma y asombro, pero para entonces uno de los señores se levantó vociferando

·       ¡Esto es inconcebible, no se puede tolerar! ¡Caballero, deje de agredir a la señora y márchese usted, si no quiere que le echemos a patadas!

Juande, calmoso, apuró de un trago la copa de champan para a continuación golpearla contra la mesita de centro que ocupaba el del salón, con la suficiente contundencia para quebrar el cristal pero con la templanza necesaria para que la copa quedara entera por la base en tanto que el cuerpo principal, el receptáculo en sí, se astilló en forma de una larga y aguzada estría, larga, puntiaguda y cortante, en tanto los demás bordes hacían sinuosas estrías, cortantes. Enarboló la rudimentaria arma ante el colérico cliente espetándole

·       ¿Decía usted, caballero…?

Desde ese momento el “caballero” no tuvo nada que decir. Recordó que cosas urgentes demandaban su presencia en otro sitio y desapareció por la puerta en un “santiamén”. Curiosamente, cuantos caballeros poblaban entonces el salón de inmediato recordaron que también a ellos les reclamaban cosas urgentísimas en las antípodas, por lo que en segundos el salón quedó desierto de señores.

·       Si le digo algo, Vania me matará…

·       Muy posible señora, muy posible… Pero también pudiera ser que la cosa quede en un palizón más o menos… Pero si se empeña en callar le rajo su cara de mofeta… Hasta puede que le arranque un ojo… O los dos tal vez… En fin, usted verá, señora… Usted decide…

Por raro que parezca, la “madam” pensó que lo de Vania, en todo caso, era cosa futura, pero lo del “caballero” un presente más que inmediato, de modo que “cantó” de plano, cosa que Juande le agradeció con exquisita cortesía

·       Muchas gracias, señora… Ha sido usted muy amable

Tras esto, Juan de Dios se volvió hacia la puerta en tanto Sandra/Marina corría llorosa hacia él.

·       ¡No vayas Juan, no vayas allí! ¡Te matará; Vania te matará tan pronto llegues!

Ella llegó a su lado y él la besó en las mejillas; la acarició el rostro, el pelo, tratando de calmarla

·       ¿Por qué me ha de matar Sandra? Él no es más que un hombre de negocios y de negocios quiero hablarle… De tu traspaso… Nos entenderemos, ya lo verás…

Mientras la apartaba de sí, suave pero firmemente, Juande se volvió hacia la “madam”

·       Por cierto señora. Como imagino que le faltará tiempo para anunciarle al señor Vania mi visita, le agradecería le informara que quien va a visitarle es el marido de la “señorita” Marina…

De nuevo se dio la vuelta encaminándose a la ya inmediata puerta, pero cuando llegó a ella volvió a detenerse y volverse a la “madam”

·       Otra cosa señora. La “señorita” Marina, mi esposa, no se encuentra bien. No sabe cómo le agradecería que hasta que vuelva la dispense de “trabajar”… Tampoco cuánto me encolerizaría si me entero de que usted no la deja “descansar” en esos días

Juan de Dios desapareció por la puerta. Aquella noche transcurrió con la “madam” echa un manojo de nervios y más asustada que un ratón ante una víbora… Vania, cuando ella le explicó lo que acababa de ocurrir, montó en cólera y le prometió la más monumental paliza de su vida. Pero no era eso lo que más la inquietaba, sino el “caballero” que se había definido como marido de la Marina…

Se aterrorizaba con sólo recordar sus ojos, su mirada… Pero, sobre todo, la gélida seguridad de que hacía gala… Aquello no era un hombre… Aquello era el Demonio… O la Muerte… Personificados ambos en él… Contra toda razón estaba convencida de que aquél hombre era invencible… Segura de que Vania no podría con él, de que su “jefe” no saldría vivo del encontronazo…

Amaneció y transcurrió el día siguiente a la memorable noche… Y el otro y el tercero que siguió a la noche famosa… Pero el miedo no abandonaba el cuerpo de la “madam”… Así amaneció y empezó a transcurrir, sin novedad,el cuarto día. Cuando la tarde iba cayendo, cerca ya de las siete, hora en que normalmente se abría el local para los primeros clientes, la impaciencia pudo a la desazón que a la “madam” causaba hablar con su jefe. Así que, sin poder contenerse más, llamó a Vania para saber qué había pasado por finales con quien decía ser marido de Marina. Cuando Vania se puso al teléfono la tranquilizó al momento, pues su primera reacción fue reírse a carcajadas: El “gallito” aquél no había osado asomar ni las orejas. Aquel tigre de Bengala resultaba ser un gatito asustadizo, un ser sin redaños, un“rajao”… Un “lila”, a fin de cuentas

La “madam” respiró aliviada, pero al momento se encorajinó con ella misma… ¡Asustarse así de aquél mequetrefe presuntuoso!... Pero al momento su rencor se centró en Marina. Acoquinada por el “mequetrefe” no había osado hacerla “trabajar” desde entonces… ¡Se iba a enterar la “divina” esa!... ¡Desde esa misma tarde se iba a enterar!...

A su hora la mancebía abrió al público y Marina se vio anegada de “trabajo”. Podría decirse que en toda la noche pudo vestirse, pues la “madam” la recluyó en una habitación y no terminaba de satisfacer a un cliente cuando el próximo estaba entrando a lo mismo. Y así en una interminable sesión continua. Aquella fue, sin lugar a dudas, la noche más triste de su vida, pues que la “madam” la enviara de nuevo a “trabajar” para ella era signo evidente de que a Juan le habían matado, lo que significó que también ella muriera, aunque siguiera respirando. Recordó lo que Juan le dijera “Un imbécil que murió cuando su mujer le abandonó”… Lo recordaba y lo entendía… Entendía el daño que le causó aquel día, pues también ella ahora, esa tarde, esa noche, se sentía muerta… Muerta por dentro, muerta en el alma…

La tarde murió a manos de la oscuridad nocturna apoderándose la noche del día. Y tras la noche llegó la madrugada. Aunque la afluencia de clientes había sido bastante buena, cuando apenas faltaban diez minutos para las tres la presencia de clientes más bien que era casi simbólica, con apenas la mitad de habitaciones ocupadas y en el salón seis u ocho “pelmas” que, más bien estaban allí de “miranda”, pues bien que se comían a las chicas con la vista pero de “lanzarse al toro”, nada de nada. Alguna copa y pare usted de contar.

Entonces, poco antes de las tres, apareció por allí el “mequetrefe”, con la americana abierta para ostensiblemente mostrar una 9mmParabellum GLOCK 26, una pistola automática, de alta velocidad de disparo, bien uno a uno, a cada golpe de gatillo, bien ráfaga de cinco proyectiles a cada golpe. Y de una fiabilidad extraordinaria, infalible en la práctica a treinta-cuarenta metros. Muy pequeña, es la más usada por los escoltas pues fácilmente pasa oculta bajo la ropa.

Aterrorizada la “madam” se enteró de que el “chiringuito” se cerraba de una vez por todas, pues su “jefe”, ese Vania a cuyo sólo nombre las “señoritas” de ni se sabe cuántos prostíbulos temblaban, estaba muerto junto con tres de sus matones y el “barman” del “puticlub” tapadera a otro de los “negocios” del tal Vania, una sala de juego ilegal, enmascarada, al fondo del “puticlub”. Todos muertos en cruda batalla campal entre el “mequetrefe” y la banda del mafioso.

También supo la “madam” que la policía había entrado en el “puticlub” atraída por los disparos y que, sin saberse cómo, a sus manos habían llegado los libros de contabilidad del Vania, con información suficiente para llevar a la cárcel durante una buena temporada a matones, “madams” y demás implicados en la red mafiosa del tal

Vamos, que el futuro que ante ella se abría era de todo menos halagüeño. Incluso tuvo que defenderla el“mequetrefe” de sus “pupilas”, empeñadas en lincharla ya mismo.

A la mañana siguiente la “madam” quedó en la calle, compuesta y sin un clavo, pues acompañada de Juande tuvo que dejar sus cuentas, la personal y la de la “empresa”, más limpias que la patena, aunque eso sí, físicamente intacta. Fue un cambalache: Dinero a cambio de rostro intacto y libertad. Previamente, Juande, el “mequetrefe”, le había decomisado cuánto dinero, joyas y demás había en sus dominios privados. La “tela,” joyas y tal indemnizaron a “sus señoritas”, Sandra incluida. Al final, Juande fue un tanto compasivo con ella, con la “madam”, pues le entregó doscientos cincuenta euros para que empezara a vivir.

Las “señoritas”, Sandra entre ellas, corrieron a la comisaría de policía a denunciar a Vania y la “madam” para luego desperdigarse cada una por su lado, a intentar rehacer sus vidas como Dios les diera a entender. A Sandra Juan de Dios la llevó a un hotel, ni ostentoso ni cutre, uno de tantos de esos de dos-tres estrellas, como ahora se dice. Tan pronto ella quedó instalada en el hotel se despidieron besándose en las mejillas y Juan de Dios salió del hotel.

Pasaron cuatro, puede que cinco días, hasta que poco antes de las cuatro de la tarde del quinto-sextodía reapareció Juande, urgiendo a Sandra a salir a ver unos pocos pisos que él había seleccionado para que ella decidiera cuál compraba. También le dijo que el próximo lunes, ese día era jueves, la recogería para ir a las oficinas de la empresa donde él trabajaba y firmar un contrato laboral pues desde ese mismo lunes empezaría a trabajar allí. Así, a mediados de la siguiente semana, Sandra formalizaba la compra de un apartamento de dos dormitorios bastante cercano tanto al apartamento-estudio de Juande como al piso de los padres de éste, donde vivía su hija Alejandra, o Sandrita, como al padre de la chica gustaba llamarla para desesperación de la muchacha.

Las semanas fueron transcurriendo, yendo los dos al trabajo cada mañana, aunque cada cual por su cuenta, porque Sandra se dirigía a las oficinas y Juande a la base de vehículos de la empresa, unos grandes hangares y talleres situados a cierta distancia de las oficinas, por lo que era difícil que a diario se encontraran, pero los días libres, el fin de semana en general, sí solían verse pues él pasaba a recogerla a eso de las doce o la una del mediodía para tomar alguna cerveza que otra, algún vino que otro, y después comer en algún restaurante, ni demasiado caro ni tampoco muy económico.

Luego la tarde la pasaban bien paseando para luego merendar en alguna cafetería el típico chocolate con churros, aunque más de una vez la clásica bollería, suizos, cruasán, napolitanas…También alguna que otra tarde iban al cine; o, simplemente, pasaban la tarde en casa de cualquiera de ambos, con la tele o el video viendo alguna/algunas películas alquiladas…

Entre los dos se estableció una limpia relación de amistad, sin ningún otro tipo de implicaciones. Esa relación a Sandra le agradaba muchísimo. A Juan de Dios agradecía, desde lo más hondo de su alma, su gratuita generosidad. En un principio, Sandra estuvo segura de que las atenciones de Juande debería compensarlas en “especie”, pero enseguida comprobó que se equivocaba, pues él nada pedía a cambio de su amistad. Eso le gustó, y no por librarse de tales “compensaciones”, que no le hubiera sido muy difícil satisfacerlas, sino porque se sintió una mujer respetada, honorable, después de… Sí, de todo lo pasado…

Pasó el tiempo y, cuando haría cosa de tres meses, más bien largos, un viernes por la tarde, entre las cuatro y las cinco, Juan de Dios la sorprendió apareciendo en su casa acompañado. Acompañado por una chica. Una jovencita más bien, pues no alcanzaba los veinte años. Al verla, Sandra se quedó sin habla, pues en ella se vió a sí misma. Sí, era Alejandra, Sandrita para su padre, su propia hija que Juande había llevado a su casa casi a rastras, pues la chica ni atada quería ir. Fue él, Juan de Dios, que a base de insistirle durante todo ese tiempo había logrado por fin que la muchacha accediera a ver a su madre, a “La Señora”, como la chica saludó a su madre sin mirarla siquiera.

El aire en la casa de Sandra, desde que Juande y la muchacha aparecieran, se diría que podía cortarse, de lo cargado que estaba. El intentaba que la conversación entre todos ellos fuera fluida, pero sus esfuerzos se estrellaban contra la actitud de madre e hija, rehuyéndose mutuamente y sin mirarse ni un momento a los ojos mantenidos bajos por las dos y sin abrir la boca ni por error. Así que Juan de Dios acabó optando por dejarlas solas, con lo que hacia las seis de la tarde se excusó y se marchó. Allí quedaron Sandra y Alejandra, una frente a la otra, pues la chica se había comprometido con su padre a permanecer en casa de “Esa Señora” al menos tres noches. Era viernes por la tarde y hasta la mañana del lunes no pasaría Juan de Diosa buscar a la hija de ambos para dejarla en el instituto de paso hacia su trabajo...

Para ambas mujeres aquellos dos días y medio fueron de verdadera prueba, pues no había forma de que cruzaran tres o cuatro palabras seguidas. Y no por causa de Sandra, que no paraba de querer trabar alguna conversación con su hija, pero esta se encerraba en absoluto mutismo. Cuando Juan de Dios se llevó el lunes a la muchacha Sandra la despidió segura de que nunca más volvería a verla… La semana que siguió a aquel lunes para Sandra fue de las más tristes de su vida, pues el despego de su hija la hería profundamente. Aunque no por ello dejaba de entenderla y disculparla, pues de todo cuanto pasara, de la absoluta pérdida de su hija, sólo ella era culpable. Por eso su sorpresa fue indescriptible cuando llegado el siguiente viernes padre e hija volvieron a aparecer en su casa, quedándose de nuevo la chica con su madre hasta que el padre la recogió el lunes a primera hora de la mañana.

Como el viernes anterior Juan de Dios estuvo en casa poco tiempo, pues sobre las seis se marchó excusándose con fútiles obligaciones, dejando otra vez solas a ambas mujeres hasta el lunes por la mañana. Aquello se fue sucediendo semana tras semana, viernes tras viernes… Con escaso resultado por la cerrazón de la muchacha a tratar con su madre. Pero hete aquí que, por fin, se produjo el milagro. Fue uno de aquellos viernes que Juande y su hija aparecían por casa de la madre, cuando el hombre se marchó, dejándolas solas a las dos. La chica se había mostrado bastante más seria de lo habitual, y más bien, tristona durante todo ese tiempo y Sandra se decidió a tratar de intimar, por fin, con su hija.

·       Barrunto mal de amores, Alejandra.

Allí empezó el “deshielo”. En efecto, mal de amores había, pues la chica se había “colado” por un chico que no la hacía caso. Es más, salía con otra chica. “Seguro que una pelandusca”, terció su madre… Y al momento Alejandra encontró a su madre la mar de interesante, pues esa era, justamente, la opinión que ella tenía de su rival

Siguieron las confidencias madre-hija, con historia similar vivida por Sandra a la misma edad que ahora tenía su hija, con “pelandusca” incluida. Sandra redondeó la “faena” del día con un curso intensivo de seducción y coquetería femenina, haciéndola saber que para “ligarse” bien a un “pibe” eran fundamentales un vestidito asaz minifaldero, unos tacones de infarto por lo altos y una buena decoración con las más vistosas “pinturas de guerra”. Vamos, que al final la “faena” le quedó de dos orejas, rabo y enésimas vueltas al ruedo.

Pero la apoteosis llegó al día siguiente, el sábado, cuando más allá de las siete de la tarde, hora y pico después de que su padre se marchara, le dijo Sandra a su hija que lo que debía hacer era ir a la “disco” donde el “doncel” parara los sábados para tratar de engatusarle desde ya, con lo que por primera vez en su vida Alejandra pudo volver a casa algo más tarde de las cuatro de la madrugada.

Cuando el lunes muy de mañana Juande fue a recoger a su hija para llevarla al “insti” se quedó alucinado ante las alabanzas sin fin que la muchacha dedicaba a Sandra, nombre con el que desde entonces llamó Alejandra a su madre.

Desde que el plan de Juande diera resultados positivos él nunca más se marchó a su casa sino después de cenar en casa de Sandra y con la madrugada más bien entrada ya, pues la hora de separarse cada vez se retrasaba más, ya que a ambos cada día les gustaba menos decirse adiós. Desde luego que el primer viernes que a eso de las siete y pico de la tarde la niña, toda ella emperifollada, dijo que se marchaba de discoteca, que fue justo el que siguió al del día del “milagro”, Juan de Dios puso el grito en el cielo pero Sandra le hizo entrar en razón con aquello de que la “niña” ya no lo era tanto, que los tiempos cambian, los jóvenes de hoy son los jóvenes de hoy y las viejas costumbres van quedado “demodé”.

Esa tarde de viernes quedaría grabado en el alma de Sandra de modo indeleble, pues refrendando la defensa que de ella hiciera, Alejandra saltó con estas

·       Adiós Sandra, te dejo con el “troglodita” de mi padre

A continuación se dirigió a ella, dándole un beso en la mejilla

·       Eso, además de irte sin despedirte de mí, sin darme un beso siquiera, llámame troglodita

·       Es que papi, de ti ya me he despedido muchas veces y te he dado muchos besos de despedida, pero a Sandra no

A Sandra le caían lagrimones como puños cuando Alejandra cerró la puerta tras de sí; pero no de tristeza o dolor, sino de alegría y felicidad pues su hija, por vez primera, la había besado

Pues sí, desde aquél viernes Juande se pasaba cada fin de semana junto a las dos mujeres. Alternaban las estancias en casa, de cháchara, viendo la “tele” o jugando al “Monopoli”, que a Sandra y Alejandra les encantaba, (De tal palo, tal astilla, pensaba él, que muy aficionado, la verdad, no era), con las salidas de vinos y tapas por ese viejo Madrid, el Madrid  de los Austrias, cosa por la que ambas mujeres se pirraban y, por qué no decirlo, también él, el más que sesudo Juan de Dios. Tampoco era raro que frecuentaran algún que otro restaurante amén de pasar muchas tardes en los jardines del Campo del Moro y de la Plaza de Oriente, ambos junto al Palacio Real; o los de la Plaza de España y, cómo no, el Botánico, el Retiro o la Casa de Campo.

Tampoco era infrecuente que fueran a algún cine de la Gran Vía después de cenar a base de tapas, rodando de bar en bar o cervecería tras cervecería hasta casi las once de la noche. Aunque también cabe decir que las más  de las tardes de viernes y sábado las acababan de pasar ellos dos solos, Sandra y Juande, pues la pizpireta de su hija, tan pronto se hacía algo más de las siete de la tarde, se despedía de sus padres para no regresar hasta las tres y mucho, casi las cuatro de la madrugada si no eran ya casi pasadas

Así iba pasando el tiempo, semana tras semana, mes tras mes y, a decir verdad a Sandra de día en día, de semana en semana la desilusionaba más que él se marchara de casa en vez de quedarse con ella, en casa… En su cama, vaya; pero es que a él también cada día, cada semana, le costaba más irse cuando lo que de verdad querría era quedarse allí, abrazando y besando a esa esplendidez de mujer que era Sandra, cuyo cuerpo encontraba cada día más apetecible… Vamos, que a su mujer, Sandra, cada vez la encontraba más “buenaza” o “buenorra” y el desearla cada día más era sólo corolario de lo loquito que andaba por esa mujer, su mujer, para más INRI…

Llegó el vigésimo cumpleaños de Alejandra que, lógico, quedaron en celebrarlo ellos tres juntos el sábado anterior a la fecha exacta, que era laborable. Y a la cumpleañera le dio por pedir la cosa más tonta del mundo por esa fecha: Irse los tres la noche de la celebración a una sala de la que le habían hablado, muy escogida, muy selecta…  De verdadera elegancia y buen gusto… Pero un tanto cara… En fin, que la “niña” quería conocer ambientes más selectos que el de las “Disco” de niñatos…

De manera que el día señalado, tras cenar en un restaurante más que regular, sus dos alelados progenitores y ella misma se encontraron sentados a una discreta mesa de una no muy sofisticada discoteca

 

Una de esas discotecas de ambiente más bien algo selecto, de clientela un tanto recatada y en absoluto bullanguera y poder adquisitivo más alto que bajo, donde la música no es estridente sino no pocas veces melódica y de lento sentimentalismo, aunque sin tampoco faltar el picante sabor de los sones tropicales y caribeños.

De modo que allí estaban Juan de Dios y Sandra ante unos “daiquiris” que ni sabían de dónde salieron y más cortados que una carita recién afeitada con una de aquellas hojas de afeitar Sevillana de mis pecados de allá por la mediana de los años cincuenta. Pero la joven Alejandra más animada que nunca.

Así que pronto sacó a bailar a su querido papaíto aprovechando que cuando entraron la pequeña orquestina que amenizaba el cotarro atacaba algo así como una rumba o tal vez una samba, que de ello nada dicen las crónicas al uso. Y bailando como un imbécil mantuvo a su padre hasta que las cañas empezaron a tornarse picas cuando la orquestina empezó a desgranar las lentas notas de una romántica canción, de esas que invitan a bailar bien pegaditos y con las caritas más juntas que dos hermanos siameses, en que la muchacha dijo que estaba ya un pelín cansada.

Volvieron ambos a la mesa donde Sandra les esperaba. Pero poco duró la momentánea tranquilidad, pues a la niña se le ocurrió, cuando apenas llevarían ocho o diez minutos sentados, una de sus “extravagancias”: Que los dos carrozones, es decir, Sandra y su padre, salieran a bailar esa preciosa canción de los años de Maricastaña, cosa que a ambos destinatarios les sentó como si en salva sea parte les insertaran un petardo así de gordo y con la mecha más que encendida. Claro está que los dos se negaron en rotundoa la loca proposición de su hija, pero una vez más ésta se salió con la suya y allá fueron los dos, padre y madre de la pícaramente traviesa jovencita, a enlazarse en la pista de baile.

Aunque eso de enlazarse no pasara de ser más que un decir, pues por el espacio que entre ambos cuerpos quedaba casi podría pasar una compañía en formación de desfile, con bandera, escuadra de gastadores y banda de música incluidas. Poco aguantaron en tan forzada posición, no más de un par de piezas, para enseguida volver a la mesa diciendo que las tonterías de niña caprichosa se habían terminado. Lo de estar más cabreado que un mono era pura bagatela comparado con cómo estaba Juande cuando se sentó a la mesa, pues lucía un “morro” de máximo cuidado.

De momento, Alejandra permaneció callada un rato hasta que espetó bruscamente a su padre y a su madre.

·       Iba a decir que sois idiotas los dos, pero creo que os cuadra más decir que sois gilipuertas… Sí, gilipuertas… Gilipuertas los dos…

Ahora sí que quedó Juande hecho un cuadro. ¡Caramba con la niña! Tan modosita que parecía… Ya, ya… ¡Modosita precisamente!

·       Y por qué somos… eso, señorita sabihonda… Si puede saberse, claro…

·       Pues porque lo sois. ¡Gilipuertas de remate! Porque, vamos a ver… ¿Es que tú papa no te la comes con los ojos cuando crees que ni ella ni nadie te ve? A Sandra, a tu mujer… A mi madre… Y tú Sandra… Tú, mamá ¿Acaso no miras a papá con ojos de ovejita degollada cuando piensas que nadie te ve? ¡Que seré jovencita, pero no tonta!... Y anda que no se os nota cómo andáis el uno por la otra y la otra por el uno… Pero no, no puede ser… Y a sufrir los dos, a llorar los dos por las esquinas… ¡Queridos progenitores, parecéis “masocas”!... Pero como no creo que lo seáis, pues eso, unos “giles”, como diría un madrileño de zarzuela… ¡Bah! Me voy… Os dejo solos, frente a frente A ver si sois juiciosos y solucionáis vuestras penas de una vez por todas….

La muchacha se puso en pie y alisó la falda del vestido, un tanto arrugada para aquel entonces,mientras, riéndose, decía

·       A ver si no hacéis el tonto y os portáis bien. Porque carrozones ya vais siendo, ya, pero espero que todavía os acordéis de cómo se “fabrican” los niños… Y, la verdad, no estaría nada mal tener un hermanito/hermanita… ¡Chao, nos vemos mañana!

Riéndose a carcajadas, Alejandra se dirigió a la salida pero antes, al pasar junto a su madre, se inclinó sobre ella y, dejando un beso en su mejilla, le susurró al oído

·       Espabila mami y llévate al “huerto” al “esaborío” de papá… ¡Y oye, como se te escape “vivo”, mañana me oyes; te aseguro que me oyes!…

 

Riendo a carcajadas de su “gracieta”, salió del local y allí quedaron los dos, Juan de Dios y Sandra, sentados a la mesa y, como su hija dijera, frente a frente. Sandra no sabía si lo vivía o lo soñaba: Su hija la había besado… ¡Y LA HABÍA LLAMADO MAMA!... ¡Dios, cuántas emociones, cuánta dicha!... Miró a su marido, a su Juan… Y lo encontró más adorable, más guapo que nunca… ¡Qué bueno es Señor, qué bueno!... Y ella, qué mala había sido con él… Con ellos, con su marido y con su hija… ¡Dios mío!… ¡Abandonarlos como les abandoné!... Se decía. Se sintió eso, mala, malvada… Deshumanizada… Porque… ¿Qué hembra abandona a su cría?... Si Sandra hubiera podido pensar con más racionalidad, con menos emotividad, su respuesta habría sido: “En el reino animal, la humana, ninguna más”

Volvió a levantar los ojos, volvió a mirar a Juan, que ante ella estaba como alelado… Y si antes su rostro mostraba un tono más cerca del rojo fuego que del rojo “tomate maduro”, entonces se tornó entre violáceo y bermellón. Bajó de nuevo los ojos, avergonzada de sí misma por desearle, por desear entonces fervientemente a su marido… Pero más que eróticamente, con cariño y deseo desesperado de ser amada… De ser perdonada por ese hombre al que nunca debió abandonar… ¡Señor, Señor y Dios mío, si eso fuera posible!... Si fuera posible que él la perdonara de verdad, en su mente, en su alma… Y se sorprendió a sí misma susurrando muy bajito

·       Perdóname Juan. Por Dios te lo pido… Te lo suplico… Perdóname…

Sandra acabó hipando como una Magdalena, es decir, llorando a lágrima viva. Los ojos bajos no lo vieron, pero sus sentidos le dijeron que Juan se levantaba y movía su silla hacia ella. Al momento notó las manos de él posadas en su pelo, en su rostro y sintió cómo esas manos la acariciaban consoladoras y cómo los labios del hombre también le acariciaban pelo y rostro, cabello y mejillas para bajar tiernos hasta su cuello, sus orejas, su nuca, descubierta al apartar las masculinas manos el pelo que la velara. Y la voz del hombre, más acariciadora aún que las manos, que le decía

·       Sandra el pasado no existe; el pasado, pasado es y ningún agua lleva a los molinos de hoy… Ninguna, salvo la del amor que te profeso, el cariño de hombre que te tuve, te tengo y siempre te tendré. Hace quince años… No, dieciséis al día de hoy, tú y yo nos dormimos, nos dormimos los dos en el sueño de la muerte… Y de ese sueño hemos despertado, realmente, hoy, en estos momentos. Nuestra hija, con su buen sentido, mucho mejor que el nuestro, nos ha despertado de verdad. Despertado tal y como nos dormimos, como una pareja que se ama con locura… Y eso es lo único que cuenta… Lo único que nos debe importar… Amarnos el uno al otro con todo nuestro ser, todo nuestro alma, con cuantas fibras en nuestra naturaleza haya…        

Sandra alzó la cabeza y sus ojos llorosos se prendieron en los anhelantes ojos de su Juan

·       ¿De verdad Juan?... ¿De verdad me quieres?... ¿Me quieres todavía, a pesar de?...

No pudo acabar la frase porque los labios masculinos lo impidieron, besándola. Pero no con la suavidad y ternura de antes, sino con ardor, con pasión, pero en nada exento de cariño. Ese ardor, esa pasión era la expresión sublimada de su amor y el deseo de poseer al ser amado que en sí el amor conlleva. Ella, Sandra, respondió a ese ardor, al manifiesto deseo sexual de su hombre, de su Juan, abriendo los labios para que la lengua de él encontrara acomodo dentro de su propia boca,  abierta en amorosa ofrenda al hombre que, en verdad amaba… SU MARIDO… SU AMADO, QUERIDO Y DESEADO MARIDO, para que la lengua de él se fundiera con la suya, anhelante de la lingual caricia masculina del ser que más quería, que más amaba… Que más, y más deseaba,  en franca querencia sexual, esa tan especial sexualidad que, a veces,  surge entre hombre y mujer, tan típicamente humana, que no de simples macho y hembra, en irresistible deseo de hacer realidad física el tierno amor que les une, les unirá ya hasta el último día de su vida.

Él había llevado sus manos a los senos de ella, apretujándolos, estrujándolos sobre la ropa, en tanto que las manos de ella se dirigieron a las manos masculinas, apretándoselas todavía más contra sí misma. Al fin Juande se separó un instante de ella para decirle

·       Sandra, creo que aquí ya no hacemos nada… No pintamos nada… ¿Qué te parecería volver a casa?... Ya sabes, nuestra hija nos ha encargado algo… Un hermanito o hermanita para no más allá de dentro de diez meses… ¿No te gustaría complacer a tu hija?

A la pregunta de Juande, Sandra respondió con otra pregunta

·       ¿Sabes una cosa Juan? Que no veo la hora de estar en casa… Ardo por estar en casa…y en la cama… Contigo… Contigo, amor, contigo ya, en verdad, para siempre…para siempre, amor, para siempre…para siempre…para siempre…

 

FIN DEL RELATO

(9,80)