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Ninfomanía e infidelidad (6)

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Con todo esto, mi esposo y yo fuimos creando distancia entre nosotros, lejos de acercarnos. Si yo quería ir al cine o teatro, me mandaba con sus hermanos o simplemente me quedaba con las ganas; si quería que fuéramos juntos a una fiesta no íbamos porque a él sólo le gustaba comer y platicar y a mí me gustaba bailar. En fin, el acercamiento con Eduardo se dio, Saúl permitía que saliera con Eduardo acompañada de mis hijos. Ellos en la parte trasera de la combi y nosotros adelante. Obviamente mi mano entre las piernas de Eduardo y él acariciando mi pecho bajo la blusa. Ninguno de los dos llevaba ropa interior, en cambio sí muy holgado el resto de la vestimenta, para aprovechar cualquier instante en caricias. “¿De verdad te gustan?, ya están algo caídas”, pregunté en un alto del semáforo que aprovechó para darme una lamida. “Están que se caen, pero de buenas” me contestó con ese lugar común, que luego repetiría con frecuencia. “Somos unos golfos, mi mujer, en cualquier lugar nos amamos”, precisó. Pero también, la palabra “golfa” sería frecuente, toda vez que le pedía que me hiciera el amor o lo forzaba a que siguiéramos haciéndolo cuando él ya estaba satisfecho. Me pareció más elegante “golfa” en lugar de “puta”, aunque esa era la palabra que usaban sus padres para puta ya que eran originarios de España. Todo se dio fácil, le conté mi historia de desamor con Saúl, y mi oasis donde eventualmente aparecía Roberto, y le hice creer que ahora ya estaba alejado. No le mencioné, para nada, a las otras personas con las que me desfogué.

Eduardo me exigía que pasáramos juntos más tiempo y me presionaba para que me divorciara de alguien a quien yo decía aborrecer. “El matrimonio está en decadencia”, “Ninguna persona puede ser propiedad de otra”, “Tu esposo tiene la obligación de mantener a sus hijos, es más, déjaselos para que vea qué no es fácil atenderlos” eran muchas de las cosas que Eduardo me iba convenciendo poco a poco y con las cuales yo estaba de acuerdo, excepto en que Saúl se quedara con los niños. Incluso, cuando hablamos los términos del divorcio, Saúl se quería quedar con los niños, a lo cual yo me oponía; “bueno, yo me quedo con mi hijo y tú con tu hija”, me propuso como una solución salomónica la cual me horrorizó.

Fui dándole largas a Saúl para acordar nuestro divorcio y no sabría decir por qué lo hacía. Sin embargo, ya no ocultaba mi relación con Eduardo. Una tarde en que Saúl y yo cumplíamos un aniversario más de cuando iniciamos nuestro noviazgo, Saúl, desde temprano, me pidió que en la noche saliéramos a festejarlo.

—Nena, quiero que hoy festejemos nuestro aniversario donde tú quieras. Piensa qué te gustaría que hiciéramos y al rato me dices —me preguntó cariñosamente.

—¡Nada, yo no tengo nada que festejar contigo! —contesté de forma airada.

—Sí hay muchas cosas, ¡es nuestro día…! —ya no lo dejé concluir pues inmediatamente respondí.

—Esta fecha es una más del calendario, no tiene nada de especial. Además, yo ya me comprometí a salir con otras personas.

—¿A dónde irás? ¿De verdad no te importa nuestro aniversario?

—No tengo por qué explicarte a dónde iré ni con quién iré —respondí y me di la vuelta para dejarlo solo.

Esa tarde habría una manifestación para recordar un aniversario de la matanza de estudiantes en Tlatelolco y Eduardo, con el grupo de artistas al que pertenecía, acudiría a la marcha y yo con ellos, por algo era su mujer... Obviamente, Saúl supo con quién fui  y a dónde. “Sí, iba acompañada de unas personas de rostro patibulario”, le comentó uno de los muchos amigos de él que me vieron de la mano, abrazada, besándonos o fajando, según el momento…

Al terminar la marcha, pasamos a cenar a un restaurante cercano a la casa de Eduardo, luego nos fuimos él y yo a su casa.

—¿Nunca fuiste a una manifestación cuando eras estudiante? —me preguntó Eduardo, mientras me quitaba la ropa.

—No, pero me alegra mucho que este día lo haya hecho, además espero un buen premio por haberle ayudado a tu grupo en los sketchs —contesté omitiendo lo de mi aniversario con Saúl.

—Todo salió muy bien, a pesar de no haber tiempo para el ensayo. ¿Qué quieres de premio? —inquirió cuando desnudos nos abrazamos.

—¡Tu amor, completo! ¡Litros de tu blanco y puro amor! —respondí jalándole el falo que ya escurría líquido preseminal el cual esparcí con mi pulgar sobre su glande.

—Te prometo que esta fecha la recordarás siempre… —me dijo al cargarme de las nalgas para penetrarme.

Cargada, me movió de abajo hacia arriba un centenar de veces y tuve un orgasmo tras otro hasta que sentí un potente chorro de semen caliente dentro de mi vagina y dos más de menor intensidad.

—¡”Dos de Octubre no se olvida”! —dije antes de caer a la cama completamente exhausta.

En mi somnolencia sentí que me escurría una verdadera cascada de esperma y flujo vaginal entre mis piernas y dormimos con nuestros rostros enfrentados, sintiendo el calor de nuestra respiración y arrullados por la percusión de nuestros latidos.

—¡A dónde vas, barbón! —le dije a Eduardo jalándolo del flácido pene— Te falta mucho para completar el primer litro de mi premio…

Eduardo sonrió y se puso a chuparme las tetas mientras yo le daba jalones en su miembro que poco a poco fue teniendo rigidez. Cuando estuvo a punto, lo cabalgué viniéndome dos veces más antes de volver a acostarme, momento que Eduardo aprovechó para subirse en mí y cogerme en pose de misionero.

—¡Así, mi amor, así! —le gritaba abriendo las piernas— ¡Más, tu mujer golfa quiere más de tu amor, hasta que me escurra todo! —le gritaba en medio de mis orgasmos, y lo apreté de la cintura entre mis piernas, cerrando la pinza con mis pies, para sentir mejor esa verga circundada cuya faena se me había vuelto ya un vicio.

—¡Sí, me gusta que mi mujer sea una golfa, para pagarle así, con litros de amor! —dijo por último antes de venirse y descansar sobre mi cuerpo.

Poco a poco se fueron estabilizando nuestras respiraciones, mientras le acaricié las nalgas a mi amado, le decía en voz baja que no olvidaría jamás esa fecha porque el “Dos de Octubre no se olvida”...

Esa vez regresé a casa en la madrugada, después de concluir con las satisfacciones que me había propuesto. Me metí a la cama y, como no podía conciliar el sueño, decidí hacerle una humillación más a mi esposo. Le chupé el pene, el cual se le paró de inmediato y empezó a despertar. en ese momento me ensarté en su herramienta para cabalgarlo y cuando estuvo bien mojado con lo que yo traía, pero antes de que se pudiera venir, me acomodé para hacer un 69, probando en su verga la misma mezcla que Saúl disfrutaba gozoso en mi pucha. Después, me subí sobre él, me metí su falo y abrazándolo le di un beso. Él hizo que rodáramos para quedar sobre mi, le rodeé la cintura con mis piernas y cuando se vino le susurré en el oído “Dos de Octubre no se olvida”...

Seguramente supo que quería hacerle una humillación silenciosa, la humedad y el sabor de mi vagina, además de los vellos completamente pringosos por las atenciones que recibí de Eduardo, no le dejarían duda. El resistió todo (¡en verdad que me amaba!) y, quizá, hasta lo disfrutó. No era la primera vez que probaba mi sexo después de que Eduardo me cogía.

Vinieron las vacaciones de fin de año. Yo me iría con mis hijos a pasarlas con mis padres. Saúl me pidió que me quedara a su lado, pues trataba de reconstruir el hogar. Le dije que no podía, que tenía que ir a ver a mis padres. Me dijo que si me iba ya no lo encontraría de regreso en la casa. “No me importa, entre tú y yo ya no hay nada”, le contesté, pero seguí renuente a hablar sobre los términos de nuestro divorcio.

No obstante que cuidé de ocultarle a Saúl que allá vería Roberto, él lo sabía. Efectivamente, no sería raro, además, Saúl había escuchado una conversación telefónica en la cual, según lo percibido de las respuestas que yo daba, no podía ser de alguien más. Antes de que yo me fuera, Saúl me cogió mucho, lo mismo hizo Eduardo, aunque éste no sabía que mi verdadero interés era verme con Roberto.

La tarde de la partida, habló Eduardo por teléfono para despedirse de mí. Saúl contestó y le dijo que no me pasaría el teléfono. Lo mismo hizo las tres veces consecutivas que Eduardo insistió, sin dejar que yo tomara la bocina cuando sonaba el timbre. Saúl se vengó de Eduardo cuando éste lo amenazó con ir a la casa a despedirse de mí y armar un “san quintín” pues mi esposo le dijo: “¿Sabes quién la espera allá?”, en clara alusión a que me vería con Roberto. “Eres cruel”, dije cuando escuché el comentario y me retiré. Saúl dijo a Eduardo “Ya se enojó porque te dije que se verá con otro, ¿tú no lo sabías?” y Eduardo colgó. El teléfono no volvió a sonar.

A mi regreso en la primera semana de enero, me di cuenta que Saúl había cumplido su promesa. Todo estaba en orden, las ausencias eran su ropa en nuestro closet ; en su estudio sólo faltaban el escritorio, el archivero y libros de uso de Saúl para sus labores, con sus respectivos libreros y sus discos. Dejó el sofá-cama, aparato de sonido, televisión, los discos de los niños y los que a mí me gustaba escuchar (todos me los había regalado Roberto) y todos los libros de literatura y enciclopedias. Sentí una gran tristeza, nada había que me lo pudiera recordar.

Al principio, sentí tristeza, pero Eduardo me hacía olvidar mi estado fácilmente. Por cierto, a mi regreso, Eduardo me preguntó si había visto a Roberto. Le respondí que sí, muy frescamente y muy segura de mí. Ya no me preguntó más, mi actitud dejaba ver claramente que no sólo “lo vi”.

Al no vivir ya con Saúl, un poco antes de que se formalizara el divorcio, lo primero que hicimos Eduardo y yo en las vacaciones que mis hijos se fueron a Acapulco con su papá, fue tener nuestra luna de miel. Sí, fue una semana de “recogimiento”, pues era Semana Santa. Eduardo quería llevarme a San Miguel Regla (un pueblito pintoresco del estado de Hidalgo que tiene mucho turismo) porque era un lugar muy bello. Así, hablé al hotel para hacer la reservación, pero ya estaban agotados los cuartos; insistí mucho dándole explicaciones al administrador, quien al saber que se trataba de una “luna de miel” que deseábamos pasar allí por cuestiones sentimentales que aduje, me dio un número de teléfono de unas cabañas cercanas al hotel, advirtiéndome que si también estaba agotado el alojamiento, pidiera hablar con la señora “Lichita”, y a ella le explicara que hablaba de parte de él. En efecto, tampoco había ya lugar. Pedí que me comunicaran con la señora “Lichita” y al mencionarle a ésta al administrador me dijo que haría una excepción dándome la recámara de ella.

Efectivamente, el día que llegamos allí, nos trasladaron a una recámara de la casa principal y no a las cabañas que estaban alrededor. No nos importó pues era muy acogedora y la entrada era independiente. Allí aprendí más posiciones que las del Kama-Sutra, todo lo que no me había enseñado Roberto... Tampoco esta vez me penetró por el ano, es más, ni me lo pidió. ¡Ese si fue curso intensivo! Una semana en cama, vistiéndonos sólo para salir a comer. Que es un lugar muy bonito, se los creo, aunque no tuve tiempo para conocerlo. Bueno, sí salimos al pueblo cercano, para comprar algunas cremas y óvulos pues se me irritó un poco la vagina y a Eduardo le salieron unas excoriaciones en el glande; era obvio que abusábamos de nuestros sexos.

Para todos los que atendían ese lugar, era evidente que nosotros estábamos de luna de miel y no de simples vacaciones de Semana Santa. Quienes pasaban cerca del lugar, sólo escuchaban gemidos y palabras ahogadas que rompían el silencio de vez en cuando.

Cumplíamos tres días con sus noches en esas acogedoras cabañas; de donde sólo salíamos para comer en un horario sumamente desfasado, una o dos veces al día, vistiéndose solamente con un pantalón, playera y huaraches, yo sin sostén ni pantaletas, y él sin trusa ni camiseta. Apenas él había despertado cuando empezó a mamarme las tetas. “Mi mujer está que se cae de buena” seguramente fue lo único que pensó cuando abrió los ojos y vio mis pezones juntos al estar yo acostada de lado. Sentí su lengua e instintivamente, aún sin despertar del todo, lo tomé de la cabeza con una mano y con la otra le ofrecí el pecho, creyendo, en esa somnolencia, que amamantaba a alguno de mis hijos. Me excité cuando me tomó de la cintura y sentí el roce de su verga entre mis rodillas. La tenía muy crecida y empezaban a escurrirle las ganas a gotas; hasta ese momento tomé conciencia del lugar en el que estaba y me acomodé para coger su falo y restregarlo en mi clítoris y labios. Mi libido creció más, exigiéndome la penetración; Lo besé y, sin separar las bocas, me subí en él y me ensarté.

—¡Me gustan estos buenos días acostadita en la cama! —grité empezando a cabalgar.

—¡Salta lo que quieras, mi mujer golfa, ése es sólo para ti! —me dijo antes de tomar mis tetas y meterse una de ellas en la boca.

Con las caricias de sus manos y su lengua y la música que hacía el “splash” de mi vagina sobre sus bolas cada vez que bajaba de golpe, me vine pronto, le gané a él, lo que me permitió tener dos orgasmos más antes de quedar exhausta. Jadeando resbalé desde el cuerpo yerto de mi amante hacia la cama, su miembro seguía erecto y cuando se me salió, la presión que hizo su glande sobre mi clítoris me dio un motivo más de éxtasis. Quedé boca arriba, separé las piernas y le pedí que me penetrara.

—Ahora tú muévete, papito. Dame más semen —le dije tomándolo del pene para agitárselo de arriba hacia abajo (y de abajo hacia arriba, también).

—Te lo voy a dar, pero en la boca… —dijo despegando mi mano para colocar una rodilla a cada lado de mi torso.

Me reí soltando unas alegres carcajadas. Al abrir los ojos hice bizco, pues Eduardo tenía el pito frente a ellos. Golpearon sus huevos en mi barba cuando se estaba acomodando. Él estiró una de sus manos para sostenerse de la cabecera de la cama, y con la otra acomodó las almohadas bajo mi cabeza. Me bajé un poco más, metiendo mis brazos bajo sus piernas. Ensayamos diferentes acomodos hasta que logró tener el mejor ángulo para que se lo chupara. Con una mano tomé sus testículos para controlar lo que me entraba. Chupé muy rico limpiando nuestros jugos, pero sus ganas no le permitieron someterse más al ritmo que yo le imponía y me lo dejó ir hasta adentro. Su glande presionó la campanilla y me vino una intensa sensación de nausea. Tosí atragantada y me separé como pude. Él se hizo a un lado para liberarme. Me senté creyendo que iba a vomitar, pero no sucedió así porque llevaban más de doce horas sin probar alimento; el único lugar por donde había recibido proteínas, y por chorros, literalmente, había sido en la vagina.

Tomé un poco de agua y me fui calmando. Él me acariciaba la espalda tratando de contribuir a mi bienestar.

—¿Cómo te sientes, mi amor? —me preguntó preocupado.

—Ya mejor, lo que pasa es que me la metiste hasta la garganta. ¡Está grandísima!

—Perdóname, me calenté mucho y no aguanté las ganas de metértelo todo.

—Parece que nunca se lo has metido a alguien en la boca —pregunté mezclando el tono de regaño con una carraspera.

—Bueno, en verdad, no. Sólo en la tuya, y tú, ¿cuántos falos has tenido en la boca? —preguntó con curiosidad y temor a mi franqueza.

—Ya lo sabes, amorcito, sólo tres con el tuyo —contesté mintiendo y acariciándole el pene antes de besarlo en la boca.

—¿Y te gusta?

—Me gusta el tuyo, de los otros no quiero acordarme, sobre todo del de mi marido, que una vez me hizo como tú. Desde entonces me negué a chupárselo.

—¿Y el de Roberto? —preguntó serio, refiriéndose al amante que tuve antes que él, dejando asomar un destello de celos y rabia en su mirada, además del temor a correr la misma suerte que mi marido.

—Fue de otra manera, pero no me preguntes eso. Ahora es tiempo de nuestro amor —dije bajando la mirada hacia su verga y jugué con ella.

—Tienes razón, en esta semana nada se interpondrá entre nosotros —auguró antes de darme un beso.

Mientras lo besaba, pasaba mi lengua por su paladar y lo empujé con la cara para que se acostara. Así, con los besos y las caricias que con mis manos le hacía abajo, se le volvió a poner erecto el miembro.

Le pedí que se acostara y me arrodillé para darle unas mamadas, tal y como se las habías hecho a Roberto, quien me pidió eso cuando veíamos una escena similar en un video. Aquella vez aprendí muy bien, pues Roberto me llenó pronto la boca con su semen. “Sabe agridulce”, dije entonces, después de saborear y pasar por la garganta esa venida por estar tan excitada, tanto que le escurrí la verga para tomar también aquellas gotas que no le habían salido.

Esta vez también haría gozar con eso a mi nueva pareja. Lo tomé del tronco, y metí su glande en mi boca. Hincada y agachada, en esa posición mis tetas colgaban. Empecé a masturbarlo con el movimiento de mi mano y con mis pezones rozaba sus piernas. Él se extasiaba con mi movimiento, y le excitaba tanto el balanceo de mi pecho como las caricias que le hacía con la lengua y las dos manos, pues con una lo chaqueteaba en el tronco y con la otra jugaba con sus testículos. Empalmó las dos almohadas bajo su cabeza para no cansarse el cuello ni perder detalles de mis gestos: mis pómulos resaltaban más, en parte por la fuerza de gravedad como por la succión que yo hacía, ello, lo sabía, pronunciaba la belleza de mi rostro. Aunque él disfrutaba, no hubo eyaculación en los más de quince minutos que duró mi trabajo. Cambié a un 69 y en pocos minutos más yo fui quien se vino y, mientras él seguía afanado en mi clítoris, además de recoger con su lengua los jugos que me escurrían, yo desfallecía en una cadena de pequeños orgasmos secundarios. No logré lo que me proponía hacerle, y sin embargo había sido muy fácil con Roberto… Me separé para descansar acostada boca abajo sobre la cama. Abrí las piernas dejando ver el brillo incitante de mi raja, y él se incorporó para tomarme así. Sentí cómo metió su brazo izquierdo bajo mi pecho y la mano derecha bajo mi triángulo, acariciándome el clítoris, además de los golpes que daba su pubis en mis nalgas: se vino de inmediato, casi al momento en que nuestras lenguas comenzaron el impetuoso beso, algo incómodo en esa posición, pero muy ardiente por la cantidad de contactos simultáneos con mis zonas erógenas.

En los cinco días que estuvimos allí, intenté otras tres veces más extraer su semen en mi boca, antes de poder conseguirlo. Años después, cuando la lista de contactos sexuales llegó a una centena, estuve convencida de que, con unas cuantas excepciones, no era fácil lograr que ellos eyacularan pronto en mi boca, siempre tardé más de media hora.

Una mañana de esas, sentados frente al espejo, me senté sobre su verga y me mecí sobre su turgencia. El movimiento creció hasta convertirse en franco jineteo. Eduardo miraba la imagen en el espejo y se excitaba más al ver cómo ponía yo los ojos en blanco.

–Te ves muy bien en el espejo dándote de sentones en mí –me dijo para llamar mi atención, lo cual desincronizó mi movimiento y se me salió su verga.

–Ya se me salió. ¡Métemelo otra vez, amorcito! –le supliqué entre pucheros porque ya me faltaban unos instantes para que alcanzar el orgasmo.

Me acomodó el falo en el interior y continuamos con el mismo frenesí. Mi pucha peluda actuaba como diseminador del aroma que a los hombres les ha hecho perder el juicio. Él se recreó con la imagen de cuerpo completo que le mostraba en mi orgasmo y eyaculó simultáneamente cuando yo me vine.

Lloré de gusto y volteé la cara para besarlo. Él sintió la humedad en su regazo, eran su esperma y mi flujo, que abundantes escurrieron al ponérsele flácido el miembro. Después lamí sus huevos y sus piernas para limpiarlo.

—¿Verdad que tú y yo juntos tenemos buen sabor? — le dije después de convidarle con mi lengua lo de la segunda lamida que le di, y así nos fuimos hasta que quedó limpiecito...

—¡Hey, esto ya no sabe a ti! —me dijo cuando le di lo que exprimí para sacarle lo que estaba en su tronco.

—Posiblemente no, pero es lo más rico —dije volviendo a meter mi lengua en su boca.

De los tres hombres con quienes entonces había tenido relaciones duraderas, pues había que exceptuar a los encuentros ocasionales (una vez con cada uno), sólo con mi esposo no había disfrutado del sexo con tanta plenitud, “debía de haber algo que no hicimos bien”, pensaba; con el tiempo supe que fue la inexperiencia de ambos, pues nuestro disfrute fue creciendo conforme sobre de mi pasaban los años, y los amantes. Sin embargo, el entrenamiento intensivo que en esos días tuve, y los espacios de reflexión que me daba al admirar el cuerpo desnudo de Eduardo cuando éste dormía, reponiendo fuerzas antes de volver a la divina fatiga, fueron determinantes para mi desarrollo erótico. No hubo duda de que esa semana, generalmente usada para la meditación y el recogimiento, fue la mayor de mi vida. Ya aprovecharía mejor estas experiencias…

 

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