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Ninfomanía e infidelidad (14)

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Decidí quedarme en el DF y también pretendí ser más tranquila en mis relaciones sexuales, pero no siempre podía contenerme cuando alguien me atraía. Tampoco me negaba cuando Roberto venía a esta ciudad, todas las noches las pasaba con él. Otras veces, cuando me sentía aburrida, le hablaba a Eduardo para que me llevara al cine, al teatro o simplemente para tomar un café con él; claro, el día concluía en la cama… Algunas veces, me hablaba Saúl y yo lo recibía encantada; platicábamos desnudos y le contaba mis ya pocas aventuras y, a cambio, tenía sesiones maratónicas de sexo y mis orgasmos finalizaban cuando ya no podía mantenerme en movimiento. A veces me dormía cuando sentía el calor de la eyaculación que él había contenido hasta que yo estaba rendida.

Mi trabajo me hizo conocer a Vinicio, un yogui, pues mi jefa me pidió que preparara un local para que él diera clases de yoga al público que se inscribiera. Tomé ese curso y me enredé en las historias de la New Age y... también con Vinicio.

Al concluir su contrato por el curso, los asistentes decidimos continuar con la iluminación de los grandes maestros que nos presentaba Vinicio y de los ejercicios y meditaciones a los que nos habíamos acostumbrado. Lo acompañé a muchas ciudades a las que fue a dar o escuchar conferencias sobre esta tendencia mística. Me gustaba esa quietud, incluso la de estar meditando en posiciones por demás extrañas. Cuando estábamos solos, nuestros ejercicios fueron desnudos, salvo unas cuantas veces que también así lo hicimos de manera colectiva para “captar más energía del universo por nuestras chacras”, principalmente en los equinoccios. Sería meditación o no, me hacía posar hincada y sobre mis manos, con los senos colgando durante media hora, en tanto que él se colocaba abajo y sólo me veía las tetas. ¡Juro que en mi pensamiento llegué a mirarme como una vaca sagrada que emanaba energía de mis pechos y bañaba con ella la cara de Vinicio! Otras quedaba su cara frente a mi sexo al tenerme acostada con las piernas abiertas y reposando mis nalgas en una almohada; él aspiraba el aroma sistemáticamente, decía que la vulva de la mujer era un gran magneto para la energía positiva que había en el universo y yo lo reflejaba mediante el aroma de mujer y él podía así fundirse con las divinidades y maestros ancestrales. Pero lo que más me gustaba era cuando se ponía en flor de loto, con el pene erecto y yo, en la misma posición me sentaba en él. ¡Duraba casi media hora así, sin moverse y con el miembro crecido! Al tenerlo dentro de mí, unas veces en la vagina y otras en el ano, era un martirio para mí estar quieta, meditando en el Creador, cuando lo que deseaba era ¡darme sentones de gusto!

A la hora de nuestras relaciones sexuales, nunca pudo contenerse más de dos minutos de meneos sin eyacular. ¡Me quedaba frustrada porque de inmediato se me salía el pene! Llegamos a pensar en irnos a otra ciudad para poner nuestra propia escuela de Yoga, pero nunca hubo dinero suficiente y ni pensar en pedírselo prestado a mi padre o a alguno de los amigos.

A Vinicio lo becó la Fraternidad para perfeccionarse a la India y yo no lo quise acompañar porque me veía frustrada al pensar en que dejaría a mis amantes, los cuales me daban lo que al yogui le faltaba... De cualquier manera, le fue bien, pues a su regreso se hizo cargo de un centro que la Fraternidad abrió en una ciudad del centro del país. Me invitó a irme a vivir con él, cosa que yo no quería fuera del DF, pero sí quise ir a meditar con él, sólo le pedí que él meditara y a mí me dejara hacer lo que yo quisiera mientras estuviéramos en flor de loto y ensartados. Fue rico, pero no hubo gran diferencia a lo que pasaba cuando yo me ensartaba en mi consolador y tomándome del arnés me daba tantos sentones hasta cansarme. Lo que sí era cierto es que ya podía el abstraerse de mis juegos sexuales y mantenerse con los ojos cerrado y el pito parado, pero si lo hacía sólo la verga la tenía flácida. Otra cosa que me gustaba con él era el servicio inmediato para servirme la leche, esto era lo máximo cuando de mamársela se trataba, nadie me daba su semen con tan pocas chupadas como lo hacía Vinicio.

Sin embargo, gracias a Vinicio volví a la religiosidad, sin pensar en que el sexo era malo sino al contrario era el mayor don que el Altísimo nos regaló y por ello debíamos disfrutarlo para agradecérselo; y continué adquiriendo experiencias con nuevos amigos cariñosos, que ya no tuvieron interés en la formalidad, casi todos menores que yo, pero me dieron novedades qué pude ofrecerles a mis viejos amores.

Uno de ellos fue Rodrigo, a quien yo había conocido cuando él era niño y compañero de mis hijos en la escuela. Ahora era un doctor en ciencias políticas. Coincidimos en una presentación de un libro de la que a mí me habían encargado la organización del evento y él era uno de los comentaristas. Él me reconoció en el acto y yo, de no haber sido porque leí su nombre cuando preparaba los identificadores no lo hubiese reconocido.

—¡Hola, Tita, cuántos años sin vernos! —me dijo tomándome de ambas manos y dándome un beso, luego un abrazo el cual aprovechó para estrecharme muy bien y apretar mi pecho contra el suyo.

—¡Uy, qué guapo estás! y se nota que ya eres todo un hombre! —le respondí cuando sentí su turgencia en mis piernas.

La presentación se dio sin mayores contratiempos y con la asistencia de un público regular. Después un brindis de honor y la firma de libros por parte del autor. Rodrigo se desocupó pronto y me abordó para platicar.

—Sigues igual de bella, los años no pasan por ti —fue lo primero que me dijo mirando mi escote.

—Gracias por el cumplido. Ya estoy más vieja que cuando dejé de verte y tú aún estudiabas la preparatoria. Basta con ver cómo has crecido —repliqué.

—No es cumplido. Antes me embobaba cada vez que te veía cuando ibas a platicar con mi mamá y sigo embobado al verte ahora. Durante mucho tiempo recordé algunas cosas que platicaste con mi mamá. Yo me escondía atrás de un mueble que estaba pegado a uno de los accesos de la sala y ustedes creían que yo estaba en mi cuarto.

—¡Ay, Dios! ¿Qué cosas habrás escuchado? —dije sonrojándome un poco y tratando de cubrir mi rostro con una mano.

—Imagina cuantas que durante años fuiste mi inspiración en las noches y en mis sueños. Por eso, ahora que te vi me dio mucho gusto ver que sigues estando bella. Pero quiero que vayamos a cenar para seguir platicando, ¿puedes...? —Me dijo tomando una de mis manos para darle un beso.

—No sé... Eres como quince años más chico que yo y todo un doctor ¿Qué interés puedes tener en una plática conmigo? —contesté forzándolo a que se acercara pronto a decir lo que yo adivinaba.

—Vamos a cenar y allí te lo cuento —dijo.

—Bueno, pero antes debo verificar que todo quede en orden aquí, pues soy la responsable del evento.

Me llevó a un restaurante cercano y platicamos de su mamá, de su vida, de la mía. Me dijo que estar una noche conmigo era una de sus mayores fantasías desde adolescente y que algún día deseaba cumplir. No tuve empacho en contarle que hacía tiempo que no tenía una pareja estable, pero que eso ya no me importaba mucho. ¡Esa noche en su departamento fue grandiosa para mí!, pues su fogosidad y su trato me mostraron que era cierto que había fantaseado mucho tiempo conmigo.

—¿Más...? —le pregunté cuando por tercera vez me quería penetrar.

—Sí, más. No me importa que muera por exceso de felicidad, tratándose de una hembra tan bella... ¿Sabes qué se me antoja? —me preguntó.

—¿Qué?

—Siempre quise tomar mermelada en tu pecho, ¿me dejas?

—Ja, ja, ja. ¿Cómo, si yo no tengo? —dije.

—Ahorita vas a ver... —contestó y fue a la cocina.

Regresó con un frasco de mermelada de fresa y otro de cajeta. Me acostó y me embarró un poco en cada teta. Me dio un beso en el ombligo y después se acostó a mi lado.

—Ahora quiero que mamarte mientras te cuelgan. Esta vaquita no tendrá leche, pero está muy dulce... dijo y me empezó a mamar delicadamente. Mientras me chupaba las tetas yo sonreía por la ocurrencia y le ofrecía una y luego la otra. Mamó y mamó, hasta que me las dejó limpias— Gracias —dijo antes se darme un beso con sabor a dulce.

—¿Estuvo rico aunque la vaca no tuviera leche? —pregunté tomando un poco de mermelada con la cuchara y se la embarré en la verga.

—Ahora quiero probar el dulce, hasta que sepa a leche... —le dije y me puse a mamar como bebé...

En la mañana, apenas despertamos desayunamos lo que quedaba en nuestros sexos, después me hizo tener muchos orgasmos antes de eyacular en mí. En la ducha volvimos a tener más sexo, esta vez me dio por el ano. Me llevó a desayunar y me dejó en mi casa. Volvimos a vernos tres veces más para continuar haciendo realidad sus fantasías. Una de ellas incluyó masturbarnos frente a frente y al terminar le pedí que hiciéramos “el 69”.

 

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